Julia apretó los labios mientras bajaba las escaleras de mármol de la mansión. Sus tacones resonaban con fuerza, un eco de la molestia que hervía dentro de ella. La voz de su padre, grave y dominante, llegaba desde el salón principal, mezclada con las risas forzadas de sus invitados. Otra cena, otra noche llena de pretensiones.
—Julia, querida, no olvides que esta noche conocerás a alguien especial. —La voz de su padre la detuvo justo antes de salir por la puerta.
Ella giró lentamente, mirando al hombre que, aunque le había dado todo, también le había arrebatado lo más importante. Su madre.
—¿Otro "candidato"? —respondió, cruzándose de brazos. Su tono era tan frío como el mármol bajo sus pies.
Él sonrió, ajeno o quizá deliberadamente ignorante de su sarcasmo.
—Julián Martínez. Hijo del dueño de Grupo Martínez. Un hombre brillante, educado... justo lo que necesitas para estabilizarte.
Julia soltó una carcajada seca.
—¿Estabilizarme? ¿Crees que un esposo resolverá todos mis problemas? ¿O los tuyos?
Su padre frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, Julia salió de la casa. No tenía intención de quedarse allí ni un minuto más del necesario.
El restaurante era exclusivo, elegante, y con cada paso que daba hacia su mesa reservada, Julia sentía cómo su molestia crecía. No tenía problemas en lidiar con hombres aburridos y egocéntricos, pero la insistencia de su padre en manipular cada aspecto de su vida la hacía sentir atrapada.
Un mesero la condujo hasta una mesa en la esquina más discreta del lugar. Allí estaba él, con la mirada fija en su teléfono, vestido impecablemente, con un aire de seguridad que Julia encontraba irritante.
"Perfecto", pensó. Se sentó sin molestarse en disimular su mal humor y dejó caer su bolso sobre la mesa con un golpe seco.
—Espero que al menos tengas algo interesante que decir, porque no tengo tiempo para un desfile de méritos irrelevantes —dijo, con la barbilla en alto.
El hombre levantó la vista, y Julia sintió un extraño escalofrío cuando sus ojos se encontraron. No era el tipo de mirada que esperaba: intensa, oscura, como si la desnudara con solo verla.
—Interesante... —murmuró él, dejando el teléfono a un lado y mostrando una sonrisa ladeada—. ¿Sabes? No suelo recibir este tipo de bienvenidas.
Julia frunció el ceño, confundida por la respuesta. ¿No se suponía que este era otro de esos hombres engreídos que se ofenderían a la primera oportunidad?
—Bueno, quizás deberías acostumbrarte —replicó, desafiándolo con la mirada.
Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, se inclinó hacia ella, apoyando los codos en la mesa.
—No eres lo que esperaba.
Julia se reclinó en su asiento, cruzando los brazos.
—¿Ah, no? ¿Y qué esperabas?
—Alguien dócil, complaciente, que intentara impresionarme. Pero tú... —sus labios se curvaron en una sonrisa depredadora— eres un reto.
Julia estaba a punto de responder cuando algo la detuvo. Había algo extraño en este hombre. Su presencia era magnética, pero también inquietante. Una voz en su cabeza le susurró que algo no estaba bien.
—Disculpa, ¿cuál es tu nombre? —preguntó, con el ceño ligeramente fruncido.
Él levantó una ceja, como si la pregunta lo divirtiera.
—¿De verdad no lo sabes?
Julia negó con la cabeza, sintiendo una punzada de confusión y alerta.
—Yo... no, no lo sé.
Él soltó una risa baja, casi peligrosa.
—Me llamo Adrián. Adrián Moretti.
El nombre no le sonaba familiar, pero el tono con el que lo dijo hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. De repente, Julia recordó algo: el mesero no había mencionado ningún nombre cuando la condujo a esta mesa.
—Espera un momento... —dijo, mirando alrededor del restaurante. Sus ojos se detuvieron en otra mesa cercana, donde un hombre rubio vestido con un traje azul parecía buscar a alguien.
Julia sintió cómo el calor subía a sus mejillas. Había cometido un error. Se había sentado en la mesa equivocada.
—Oh, Dios... —murmuró, llevándose una mano a la frente.
Adrián observó su reacción con interés.
—Déjame adivinar. No soy tu cita.
Julia lo miró, todavía procesando su error.
—No, no lo eres.
—Qué lástima —dijo, con una sonrisa que no mostraba ni una pizca de arrepentimiento—. Porque esta es la conversación más interesante que he tenido en mucho tiempo.
Julia se levantó rápidamente, recogiendo su bolso.
—Esto fue un error. No debí...
Adrián también se puso de pie, bloqueándole el paso. Su cercanía era intimidante, y su voz, baja y seductora, hizo que el corazón de Julia se acelerara.
—No fue un error, Julia. Quizás el destino está jugando su papel.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, con la voz tensa.
Adrián se inclinó ligeramente hacia ella, sus labios a centímetros de su oído.
—Digamos que soy muy bueno averiguando lo que quiero saber.
Julia retrocedió, sintiendo que algo en él despertaba tanto miedo como una peligrosa atracción. Sin decir una palabra más, se giró y se dirigió a la mesa correcta, aunque su mente seguía en la mirada de aquel hombre.
Horas más tarde, mientras Julia estaba de regreso en su habitación, no podía sacarse a Adrián de la cabeza. Había algo en él que la inquietaba profundamente. No solo su mirada, sino la forma en que parecía saber más de ella de lo que debería.
Se prometió a sí misma olvidarlo. No quería tener nada que ver con hombres como él, quienes, como su padre, siempre traían consigo problemas y secretos oscuros.
Sin embargo, lo que Julia no sabía era que Adrián Moretti no tenía intención de olvidarla. Para él, ella ya era un desafío que estaba decidido a ganar, sin importar el precio.
El sol ya se había ocultado, dejando a la ciudad sumida en un tenue resplandor de luces artificiales. Julia conducía de regreso a casa, pero su mente estaba muy lejos de las calles que recorría. Las palabras de Adrián resonaban en su cabeza como una melodía peligrosa. "No fue un error... quizás el destino está jugando su papel".
—Ridículo —murmuró para sí misma, apretando el volante con fuerza.
Intentó concentrarse en la cena desastrosa que había tenido con su "cita real", Julián Martínez, quien resultó ser tan aburrido y pretencioso como esperaba. Sin embargo, cada vez que lo intentaba, la imagen de esos ojos oscuros la invadía de nuevo, como un recuerdo que su mente se negaba a soltar.
Al llegar a la mansión, su padre la esperaba en el estudio. Julia sabía que vendría el interrogatorio habitual.
—¿Qué te pareció Julián? —preguntó él sin levantar la vista de los papeles en su escritorio.
Julia se dejó caer en una de las sillas frente a él, cruzando las piernas con desdén.
—Es tan interesante como un muro blanco.
Su padre levantó la mirada, frunciendo el ceño.
—Julia, tienes que tomarte esto en serio. Estoy cansado de tus actitudes inmaduras.
—¿Mis actitudes? —replicó ella, inclinándose hacia él—. Tal vez deberías reflexionar sobre tus propios errores antes de intentar arreglar mi vida.
El rostro de su padre se endureció, pero antes de que pudiera responder, Julia se levantó y salió de la habitación. No tenía intención de continuar esa conversación.
Esa noche, Julia se permitió un momento de calma mientras tomaba una copa de vino en la terraza de su habitación. La brisa fresca ayudaba a calmar su irritación, pero no podía ignorar la extraña inquietud que sentía.
Adrián. Ese nombre seguía rondando en su mente. Había algo en él que la había dejado desarmada, algo que no podía explicar.
Tomó su teléfono y buscó en Google por simple curiosidad. "Adrián Moretti". Lo que encontró la hizo quedarse sin aliento.
—No puede ser... —susurró, leyendo los titulares que aparecían en la pantalla.
"Adrián Moretti: el heredero oscuro de la mafia europea", "Un hombre tan peligroso como encantador". Cada artículo hablaba de él como si fuera un mito viviente, un hombre que combinaba el poder de un empresario con el peligro de un criminal.
Julia dejó el teléfono a un lado, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna. Había escuchado historias sobre hombres como él, pero nunca había imaginado encontrarse cara a cara con uno. Y, mucho menos, dejar que algo tan trivial como una cena equivocada los conectara.
Decidió que era mejor olvidarlo. Su mundo y el de Adrián no tenían nada en común, y lo último que necesitaba era añadir más caos a su vida.
Sin embargo, el destino tenía otros planes.
Al día siguiente, Julia salió de su clase de yoga y se dirigió a su auto, pero al acercarse, notó algo extraño. Había un ramo de rosas negras sobre el parabrisas.
Miró alrededor, buscando al responsable, pero el estacionamiento estaba casi vacío. Tomó el ramo con cautela y encontró una nota pequeña entre las flores.
"Un poco de oscuridad no le hace daño a una luz tan brillante. —Adrián Moretti."
Julia apretó la nota entre sus manos, sintiendo una mezcla de furia y algo más que no quería admitir. ¿Cómo había encontrado dónde estaba? ¿Qué pretendía con este gesto?
—Maldito arrogante... —murmuró, arrojando el ramo al asiento trasero de su auto.
Mientras conducía de regreso a casa, no pudo evitar mirar por el retrovisor más de una vez, sintiendo que alguien la observaba.
Esa noche, mientras intentaba relajarse, el sonido de su teléfono rompió el silencio. Era un número desconocido. Dudó antes de responder, pero al final, la curiosidad fue más fuerte.
—¿Diga?
—Buenas noches, Julia.
Reconoció la voz al instante. Profunda, seductora, cargada de una confianza que parecía inquebrantable.
—¿Cómo conseguiste mi número? —preguntó con dureza.
—Tengo mis métodos. —La sonrisa en su tono era evidente—. Solo quería asegurarme de que recibieras las flores.
Julia cerró los ojos, intentando mantener la calma.
—Escucha, no sé qué clase de juegos estás acostumbrado a jugar, pero no tengo interés en participar en ellos.
Adrián soltó una risa baja, como si sus palabras fueran un desafío más que una advertencia.
—¿Juegos? No estoy jugando, Julia. Lo que quiero, lo consigo. Y ahora quiero conocerte.
—Pues tendrás que conformarte con el deseo, porque no voy a darte lo que quieres.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea, seguido por un tono más grave.
—Veremos cuánto tiempo puedes resistirte.
La llamada terminó, dejando a Julia con el corazón latiendo a toda velocidad. Había algo en Adrián que la enfurecía, pero también la atraía de una manera que no podía entender.
Mientras se sentaba en su cama, una parte de ella sabía que esto era solo el comienzo. Adrián Moretti no era el tipo de hombre que aceptaba un no como respuesta.
Y por alguna razón, eso la aterraba y la excitaba al mismo tiempo.
Julia tenía una rutina estricta para mantener el control sobre su vida: despertarse temprano, tomar un café negro, atender sus clases de pilates y luego enfrentarse a las exigencias del día. Sin embargo, esa mañana, mientras sostenía su taza, se dio cuenta de que algo había cambiado. No era una perturbación externa, sino interna. Desde aquella llamada, sentía que Adrián Moretti se había infiltrado en su mente, como una sombra que no podía disipar.
Decidida a recuperar su calma, optó por enfocarse en el trabajo. Un evento de caridad organizado por su padre requería su presencia esa noche, y aunque odiaba esos eventos llenos de hipocresía, era el momento perfecto para distraerse.
El salón del hotel estaba lleno de empresarios, políticos y socialités que se movían entre risas falsas y conversaciones vacías. Julia, enfundada en un vestido negro que abrazaba sus curvas, destacaba como una joya entre piezas comunes. Su belleza era innegable, pero lo que realmente llamaba la atención era su porte. Había algo en ella, una mezcla de elegancia y rebeldía, que hacía imposible apartar la mirada.
Estaba conversando con un socio de su padre cuando sintió una presencia tras ella. No necesitó girarse para saber quién era. La intensidad de esa mirada, la forma en que su piel parecía erizarse sin motivo, le confirmó que Adrián estaba cerca.
—Julia.
Su voz la envolvió como un susurro grave, y cuando se giró, lo vio. Estaba impecable, con un traje negro que parecía hecho a medida para resaltar su figura imponente. Sus ojos, oscuros y profundos, estaban fijos en ella, como si todo lo demás en la sala hubiera dejado de existir.
—Adrián. —Su tono era frío, pero no pudo evitar que su corazón se acelerara.
—Luces... magnífica. —La forma en que lo dijo, con una mezcla de admiración y posesión, la hizo tensarse.
—¿Qué haces aquí? Este no es tu ambiente.
Él sonrió, mostrando un destello de diversión.
—Donde estás tú, siempre será mi ambiente.
Julia apretó los labios, consciente de las miradas que comenzaban a dirigirse hacia ellos. No era el momento ni el lugar para una confrontación.
—No tengo tiempo para esto.
Intentó marcharse, pero Adrián le bloqueó el paso con un movimiento sutil, apenas perceptible para los demás. Su proximidad era abrumadora, y aunque Julia quería estar furiosa, había algo en él que desarmaba sus defensas.
—¿Por qué huyes? —preguntó en voz baja, inclinándose lo suficiente para que solo ella pudiera escuchar.
—No estoy huyendo —respondió, levantando la barbilla con desafío—. Simplemente no tengo interés en hablar contigo.
Adrián rió suavemente, como si su respuesta le divirtiera.
—Eso es lo que más me gusta de ti, Julia. Tu resistencia. Pero no olvides que todo rey encuentra su reina... y yo ya decidí quién será la mía.
Julia sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Había algo en su voz, una mezcla de promesa y amenaza, que la hacía sentirse atrapada y, al mismo tiempo, deseada como nunca antes.
—Yo no soy parte de tus juegos, Moretti —dijo con firmeza, apartándose de él—. Y no soy una reina que puedas coronar a tu antojo.
Él la dejó ir, pero no antes de inclinarse ligeramente y susurrar:
—Tú no lo sabes todavía, pero naciste para serlo.
Más tarde esa noche, Julia regresó a casa, aún inquieta por el encuentro. Había algo en Adrián que la descolocaba. Su arrogancia, su confianza... y la manera en que parecía verla como si fuera lo único que importaba en el mundo.
Se recostó en su cama, intentando apartarlo de su mente. Sin embargo, justo cuando empezaba a relajarse, su teléfono vibró.
Era un mensaje.
"Espero que hayas llegado bien. Buenas noches, mi reina."
Julia sintió una mezcla de irritación y... algo más. No podía negar que la atención de Adrián la afectaba, aunque odiaba admitirlo. Era como si él tuviera el poder de hacer que sus muros se tambalearan con una sola palabra.
Decidió ignorarlo, dejándolo en visto. Pero, al día siguiente, al bajar las escaleras, encontró algo que la dejó sin palabras.
En el centro de la sala estaba un enorme arreglo de flores: rosas blancas y negras en perfecta armonía, con una tarjeta delicadamente colocada entre ellas.
"Para una reina, solo lo mejor. —A.M."
Su padre, que estaba sentado en el sofá leyendo el periódico, levantó la vista con una expresión de curiosidad.
—¿Un admirador?
Julia se obligó a mantener la calma.
—Un idiota.
—Pues parece que el "idiota" tiene buen gusto. —Su padre esbozó una sonrisa burlona antes de volver a concentrarse en el periódico.
Julia tomó la tarjeta y subió a su habitación, apretándola entre los dedos mientras intentaba controlar su respiración.
—Esto tiene que terminar —murmuró para sí misma, pero en el fondo sabía que Adrián no era el tipo de hombre que se rendía fácilmente.
Esa tarde, mientras caminaba por las calles de la ciudad, Julia sintió una presencia detrás de ella. Al girarse, lo vio. Adrián estaba apoyado contra un coche negro, observándola con una sonrisa indescifrable.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó, deteniéndose a unos metros de él.
—Prefiero llamarlo cuidar de ti.
Julia rodó los ojos, cruzándose de brazos.
—No necesito que me cuides.
Adrián se acercó lentamente, cada paso suyo irradiando una confianza peligrosa.
—Eso no es algo que puedas decidir, Julia.
Ella estaba a punto de responder cuando él sacó un pequeño paquete de su bolsillo y se lo tendió.
—¿Qué es esto?
—Ábrelo.
Con desconfianza, Julia tomó el paquete y lo abrió. Dentro había un collar delicado, con un pequeño colgante en forma de corona incrustado con diamantes.
—Es demasiado —dijo, cerrando la caja de inmediato.
Adrián la miró con una intensidad que hizo que el aire entre ellos pareciera más denso.
—Nada es demasiado para ti.
Julia sintió que su corazón latía con fuerza, pero no iba a ceder.
—No puedes comprarme, Adrián.
Él sonrió, inclinándose hacia ella hasta que sus rostros estuvieron peligrosamente cerca.
—No estoy intentando comprarte. Estoy mostrándote lo que mereces.
Antes de que pudiera responder, Adrián retrocedió, dejándola sola con el collar en las manos. Julia lo observó mientras se alejaba, sabiendo que, aunque quería resistirse, había algo en él que ya comenzaba a derribar sus muros.
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