Siento que mi mundo se desmorona a mi alrededor mientras mis dedos temblorosos abren el sobre inmaculadamente blanco. Dentro del puedo ver cientos de papeles con caligrafía definida por una maquina y sus palabras expresan el común acuerdo entre dos personas.
Nunca pensé que este momento llegaría, creí que estaba en un mal sueño y que todo se desvanecería cuando despertara, pero no la realidad está aquí. Las letras Román confirman la sentencia, estoy divorciada.
Un dolor en el pecho me hace carecer del aire momentáneamente mientras proceso esta nueva etapa de mi vida.
Siempre pensé que estaríamos juntos para siempre, que el amor que nos teníamos sería infinito, pero al parecer la juventud se va y con ello el supuesto amor.
¿Como pudo ser amor si el tiempo lo mato?
A veces trato de pensar que hice mal para que esto esté pasando, pero luego cago en la cuenta de que no fue solo él, yo también. Al pasar los años nos fuimos alejando, ya no hacíamos nada junto y encontrábamos pocos momentos de romanticismo para avivar ese amor que nació en la universidad.
Las locuras pasaron de lado a medida que los hijos fueron llegando. El cansancio ocupo gran parte del día y las peleas por nada y por todo estaban a la orden del día. El punto más fuerte en nuestro matrimonio fallido fue la falta de comunicación.
Creí que no los decíamos todo, creí que era su apoyo y el, el mío. Estaba tan equivocada. Creí que nunca necesitaría más, pero era un error tan grande como un cartel con luces de neón.
Pienso y pienso, pero cuando veo las letras desdibujadas de estos papeles me doy cuenta de que es insano buscar la razón de nuestra derrota. La decisión ya está tomada, firmada y sellada.
Limpio mis lágrimas, después de todo fue un acuerdo en común. Sabía que no nos estábamos haciendo bien y que la felicidad ya no existía. Ahora necesito unos días de duelo para procesar mi nuevo estado y luego tratar de seguir con mi vida.
Tratar no, debo seguir con mi vida.
Lo primero que tengo que hacer es buscar mi yo y averiguar qué es lo que quiero, pero de momento me hundiré en esa bañera como llevo planeando hace una década y nunca encontré el momento para hacerlo.
Me preparo una copa de vino, solo que bebo de ella jugo de manzana suponiendo que es un Marlo, dulce y aromático que encandila mis sentidos para dibujar sonrisas fáciles.
Nunca me gustaron las bebidas alcohólicas, pero luego de mi segundo embarazo mis hormonas decidieron que era una buena manera de ponerle fin a mis negativas creándome una alergia a las bebidas fermentadas y desde entonces no tuve que poner más una excusa para declinar una cerveza o un vino. Mi cuerpo les hizo caso a mis papilas gustativas y tomo la decisión final, cero bebidas alcohólicas de por vida.
En este momento odio la decisión de mi cuerpo. Realmente desearía poder tomarme un tonel de cualquier bebida disponible y emborracharme como cuando eres un adolescente y pruebas por primera vez el alcohol.
Otro trago de mi vino ficticio y dejo la copa a un lado para sumergirme debajo del agua y dejar que mis lagrimas se confundan con el agua cálida de la bañera. Me quedo hasta que no soporto más y salgo a tomar una nueva bocanada de aire, sintiendo que hasta ahí llego mi momento de pena.
Debo dejar de lamentar las cosas que se perdieron, mirar a un futuro y tratar de hacer lo mejor para mí. Por el momento, salgo de los confines húmedos y tomo una mullida toalla para secar todo mi cuerpo. Me envuelvo como puedo ya que mi figura no es la misma de hace veinte años y descalza me dirijo a mi habitación.
Parada frente al espejo de cuerpo completo me observo y veo los cambios en mi cuerpo. Tengo algunos quilos demás, celulitis y bello rizado. Mi amiga siempre me recordaba lo bueno que era la depilación, siempre insistía en que los hombres les gusta la suave tersa piel sin ningún pelito que incomode su búsqueda de la felicidad. Siempre creí que era una tontería y ahora creo que tenía razón.
No por ello quiere decir que me haya divorciado por mi falta de depilación, pero me causa intriga como se vería y se sentiría si me decido por una depilación definitiva.
Sigo mi exploración y me encuentro con mis pechos. Antes eran pequeños, ahora parecen dos melones tirando a sandia que cuelgan de tal manera que parece que les ha ganado la gravedad. Los tomo entre mis manos y compruebo el peso, son tan llenos que es por lo que supongo que constantemente me duele la espalda.
Mi barriga es redonda y blanda, los famosos flotadores están a la orden del día y si volteo un poco mi trasero hace acto de presencia viéndose como un hermoso pan dulce que se aplasto luego de tanto leudar y así se quedó.
Definitivamente necesito hacer cosas, por el momento tengo que vestirme, sé que mi hija está por venir y por nada del mundo quiero darle un susto de muerto. Ni que decir si se presenta con su novio. ¡Que papelón sería!
Mi ahora exesposo ha sido muy explícito con respecto a sus demandas y una de las cosas que dejó en claro es que necesitaba recuperar su colección de latas.
Si, ese cachivache lleva almacenándose en el desván de la casa hace miles de años y es una contante de suciedad que deseo borrar de mi casa. Nunca me gustaron esas cosas por muy brillantes que sean.
Mi hija se encargará de alcanzarle todas las bolsas que se fueron acumulando con el paso de los años y no pongo objeción en deshacerme de ellas.
Como el trabajo que llevaremos a cabo no requiere que me vea increíble, busco entre mis ropas un pantalón de yoga y una remera demasiado grande para mi cuerpo, pero que me resulta sumamente cómodo.
Termino de vestirme justo en el momento en que el timbre de mi casa suena y la voz de mi hija se escucha de fondo.
—¡Mama! —su chillona voz se escucha claramente mientras salgo de mi habitación.
—¡Aquí! ¡Enseguida bajo! —anuncio dirigiéndome hacia ella.
Nos encontramos en el rellano de la escalera y me saluda con su habitual abrazo de oso.
—¿Estas bien? —pregunta cuando se aparta de mí.
—Si, cariño —respondo acomodando mi cabello alborotado detrás de mi oreja—. ¿Tomamos algo antes de comenzar o estas muy apurada?
—Siempre hay tiempo para un cafecito con mi mama —dice y juntas nos dirigimos a la cocina.
—¿Jimi? —pregunto por su novio ya que es raro que ande sola.
—Fue a buscar cajas a la despensa de la vuelta —responde y saca tres tazas del mueble mientras yo me dirijo a la cafetera para calentar el líquido ambarino —. ya debe estar por llegar.
Termina de decir esas palabras y el susodicho se une a la fiesta.
Tres horas más tardes y terminamos de sacar todas las bolsas de latas. Me siento liviana de poder librarme de algo que nunca me gusto, pero a la vez con culpa porque nunca tuve el valor de decirle que esas cosas las odiaba.
Un mes después:
En este mes he reacondicionado mi vida, con la ayuda de mi querida amiga de toda la vida he comenzado a salir un poco más y eso me ha llevado a conseguir un trabajo luego de tanto tiempo.
Nada extravagante, solo tengo que ayudar a organizar la papelería del gimnasio de su primo.
Casualmente no lo conozco. Hemos vivido grandes aventuras juntas, compartido fiestas, aniversarios y reuniones familiares desde que tengo memoria, pero este dichoso primo no lo conozco.
Estoy emocionada y nerviosa a la vez. No recuerdo cuando fue la última vez que trabaje fuera de casa y coincido tanto con mis hijos como con mi amiga que esto será bueno para mí. Sobre todo, porque me da un pase libre para poder acceder al gimnasio y por primera vez tener una rutina que me ayude a mejorar físicamente.
No es que este desconforme con mi imagen, pero si me gustaría volver a tener cierta firmeza en algunas áreas que la gravedad a pasado su factura con intereses.
Ahora la parte importante, debo buscar mi uniforme. Paola, mi amiga, lo dejo en una bolsa de cartón en la mesa de entrada de mi casa la noche anterior cunado vino a cenar conmigo. Ella y su marido son mis nuevos acompañantes casi todos los fines de semana. Mientras mis hijos estudian, mi ex rehace su vida y yo hago lo mismo, ellos están conmigo marchando a mi lado con cada paso que doy.
Tomo la bolsa y reviso dentro, saco de ella una remera blanca con detalles en negro y el logo del gimnasio estampado en la parte trasera. Por delante con letra prolija y pequeña está escrito mi nombre: “Sofia”. Inmediatamente sonrío y paso mi dedo sobre la caligrafía estampada. Es suave y fría al tacto, pero reconfortante.
Dejándola de lado, meto de nuevo la mano dentro para sacar de ella una calza. Completamente negra, pero de esas que son finas. Miro nuevamente dentro por si quedo algo más y me encuentro con una pequeña caja. La saco y dentro hay un conjunto de ropa interior.
Mis mejillas arden al pensar en que el primo de mi amiga compro esto y de solo pensar que tendré que usarlo, el sabrá que lo llevo puesto y no es una imagen que quiero que lleve de mí.
¡Dios, que vergüenza!
Sin más la abro y lo primero que veo es un papel doblado por la mitad. Lo tomo con manos temblorosas pensando en que el primo de mi amiga es un descarado que deja notas cochinas a mujeres solteras como si estuvieran desesperadas. Casi enfadada desdoblo la hoja de papel para encontrarme con la muy conocida letra de mi amiga.
¡Sucia pervertida! ¡Seguro que ya pensaste cochinadas! Suerte en tu primer día, te quiero.
Soltando el aire contenido y sonriendo a las ocurrencias acertadas de mi amiga, decido darle una oportunidad a su regalo y ver que solo se trata de un sostén deportivo, pero debajo hay una muy vergonzosa tanga.
Hace más de miles de años que no una esas cosas.
Me da miedo de solo pensar en cómo se vería en mi enorme pan dulce desinflado, pero sé que si no lo uso ella lo sabrá de alguna manera y no dudada en recriminármelo donde dé lugar y eso puede ser en cualquier lado.
Mi amiga es famosa por hacerme pasar cada papelón. No tiene ningún reparo en cantar a los cuatro vientos cuan peludas pueden estar mis piernas o cuanto tiempo hace que no renueve las pilas de mi vibrador.
No lo necesito, eso era lo que siempre le decía y le digo actualmente. No le encuentro la gracia a un juguete que me hace cosquillas y no logra arrancarme más que carcajadas.
De todos modos, con sus defectos y virtudes no deja de ser mi alocada amiga que adoro con todo mi ser.
Ya con todas las prendas que debo utilizar subo a mi habitación para cambiarme completamente. Al parecer mi conjunto de ropa interior no servirá en esta ocasión.
Me saco lo viejo y me pongo lo nuevo y me sorprendo de lo cómoda que me siento. El sostén es amplio y contiene a mis chicas de una manera perfecta. La tanga parece que ni la llevo y agradezco las horas de tortura en ese salón de belleza y la depilación definitiva para que mi zona intima se vea esplendida.
Obviamente que, de frente, de atrás es otro cantar.
Por las duditas me volteo levemente y mis ojos se abren descomunalmente al notar que mi trasero se ve genial, desinflado y todo.
Ya con más animo termino de vestirme y cuando miro mi reflejo a través del espejo de cuerpo completo de mi habitación, me siento otra persona. Una más deportista e increíblemente sexi.
Si, yo Sofia Gassman, una mujer de cuarenta años se siente sumamente sexi vistiendo ropa deportiva.
Tomo mi celular y le saco una foto a mi reflejo para mandárselo a mi amiga. Estoy emocionada y me siento con confianza luego de tanto tiempo.
“¡Gracias gor! ¡Te amo! ¡Sos la mejor!”.
“Guau, te ves genial. Mi primo te va a querer dar unas buenas nalgadas”.
“No molestes, esto no es joda, pero de todos modos me siento sexi”.
“¡Si! ¡Se una perra sexi para que el estúpido de Erik sepa lo que se pierde!”.
Sonrío y guardo mi celular en mi bolso junto con las demás cosas.
Por suerte el gimnasio no está lejos de casa y puedo aprovechar para llegar a pie. Mientras camino pienso en el dichoso primo de mi amiga.
¿Como es que nunca lo conocí?
Según Paola es porque es un creído antisocial, pero no puedo creer que sea así cuando en su familia todos son adorables.
Alessandro. Ese es su nombre. No sé porque, pero me parece que su primito debe estar para comérselo con el postre. Con ese nombre y ya estoy fantaseando de lo lindo.
A sugerencia de mi amiga, hace casi un año que estoy leyendo novelas en una aplicación. Cada una es más romántica, picante y divertida que la otra y solo hace que quiera vivir un romance así. Lástima que todos los protagonistas son jóvenes cachondos y yo de joven ni las uñas.
Miro mis manos y mi nueva manicura francesas con adornitos en brillos a elección, obviamente, de paola. Ahora mis manos sí que lucen jóvenes y tractivas. Lindas para hacer un buen pet..., obviamente, palabras de mi amiga.
La muy cochina creo que intenta acelerar mis hormonas para que de alguna manera me tire sobre el primer hombre sexi que vea y así me borre unas cuantas canas de mi colección.
Doblo la esquina y el cartel del gimnasio me sorprende. Parece que hace poco que está aquí, pero al parecer lleva en este mismo lugar una década y yo recién lo descubro. Genial.
El vidrio oscuro no me deja ver nada, por lo que no me queda de otra que entras como quien no quiere la cosa, como si esto lo llevara haciendo más de una vida y no fuera la primera vez que lo hago.
Entro he inmediatamente la música metálica llena mis oídos. Agarro mi bolso como escudo cuando me encuentro con cientos de hombres musculosas haciendo sus rutinas, torsos sudorosos y un olor a testosterona que me hace juntar las piernas.
¡Diablos! ¡Donde me he metido!
—¿Sofría? —una vos detrás de mí me sorprende por lo grave que es. Volteo algo asustado para centrarme en el hombre que tengo frente a mi—. Soy Alessandro, Paola te recomendó y veo que ya tienes el uniforme, bien... ven que te mostrare lo que necesito que hagas.
Dice y se voltea para indicarme el camino a un lado de toda la testosterona masculina, aunque la suya es relativamente parecida mesclada con algo más de intensidad, así de grande esta.
Santa madre de Dios, de donde salió semejante... ropero, tanque, mastodonte, montaña. Es todo músculos y su ropa se ajusta a su cuerpo de forma armoniosa, parece estampado. Se que está diciendo algo, pero yo estoy concentrada en el movimiento de sus nalgas.
¡Dios mío, le estoy mirando las nalgas a un hombre que acabo de conocer!
Voy a arder en el infierno si no dejo de mirar.
Es tan difícil...
¡Dios mío, que combinación de movimiento!
—Llegamos —se detiene de pronto y freno justo a tiempo para evitar chocar con toda su musculatura—. Mi prima me dijo que sabias de papeles.
—Mmm... si —balbuceo.
—Bien, necesito que organices todo, mi contador me quiere matar por no llevar bien el papeleo y sinceramente es algo que detesto, lo mío son las pesas no los papeles —dice con un movimiento de su fuerte mano, le sigo como polilla al fuego y casi me atraganto cuando me encuentro con su sonrisa pícara—. ¿Podrás con todo esto?
Se que lo que me pregunta es referente a los papeles, pero algo muy dentro de mí me dice que se refiere a algo más.
Desbloqueando mi mente nublada por novelas románticas para jóvenes cachondos, asiento e ingreso a la pequeña oficina repleta de cajas, carpetas y demás cosas que deberé comenzar a organizar.
¡Feliz navidad! saludos...
Unas horas más tarde y sudo como puerco en matadero. Ni una ventanita en este cuartito de cuarta. No sé si es la Lycra o qué, pero siento que se me pega la ropa. Ya me até el pelo en un moño desordenado sobre mi cabeza. Mi aspecto glamuroso de hace una hora ahora es el de una pordiosera y solo le ruego a Dios no tener olor a muerto viviente.
Abro la puerta para ver si entra algo de viento o lo que sea, pero solo se escucha la musicalización del solón de inicio. Tengo la boca tan seca que la lengua ya ni la siento.
El machito montañoso no me ha indicado donde está la cocina por lo que me da cosa salir a explorar por mis propios medios y ver si encuentro agua.
Me siento en medio de un desierto, como si hubiera salido a caminar con una bolsa de sal en vez de agua. Así de seca tengo la garganta.
Lo peor de todo es que estoy muy lejos de llegar a terminar con todo esto, creo que me va a llevar toda la vida organizar todos estos papeles sin mencionar que hay algunos de hace unos años atrás.
¡Ni siquiera son todos de este año!
Creo que voy a salir de este gimnasio portando algún título de nobleza o santidad si llego a ordenar todo esto, si es que no muero de deshidratación antes.
Sintiendo los primeros síntomas de que me estoy convirtiendo en un zombi, salgo del pequeño cuarto en busca de agua. En vez de cerebro, mataría por agua.
—¡Agua! ¡Agua! —imito a un zombi y me rio de mi propia estupidez.
Por suerte no hay nadie para ver lo tonta que me veo caminando como si fuera un muerto viviente.
Entro al salón, que ahora luce casi desolado, solo hay don espectros de montañas en las maquinas a un lado y cuando recorro la instancia enciento el manantial tan esperado por mi garganta.
Necesito disipar los efectos de la pronta conversión a zombi, por lo que casi corro hasta el maldito dispense. Lo malo de todo, no hay un puto baso. Miro a los lados en busca de algo con que tomar una dosis de este preciado cáliz, pelo ni mierda que hay algo.
Como no pienso buscar en todo el lugar un vaso, me pongo de cuclillas y meto la boca en la pequeña canilla y la abro. La frescura del agua inunda mi garganta reseca y gimo de placer cuando el rio de agua surca mi seca garganta.
Libre de los efectos de conversión, más reconfortada y fresca suelto la canilla y me reincorpora. Volteo sonriendo por mi astucia y me congelo cuando seis pares de ojos montañosos se concentran en mí.
—¡Mierda! —murmuro y siento como mis mejillas arden.
—Tu debes ser la nueva —dice uno de los montañeses—. Hola soy Tom —saluda tendiéndome una mano, pero un gruñido cerca de él logra que se retracte de su saludo, me sonríe y se marcha por uno de los pasillos del gimnasio.
—Soy David, los vasos están allí —indica el segundo montañés señalando una alacena debajo del dispensar.
Se marcha dejándome con el ogro mayor que me mira de una forma que no puedo descifrar.
¿Se estará convirtiendo en Zombi también?
—Tienes todo el pecho húmedo —dice. Lo miro sin comprender entonces su musculoso dedo me apunto entre mis bubis y me encuentro con mi nueva remera blanca mojada y trasluciendo mi sostén deportivo color negro.
—¡Oh, Dios! —gimo y me cobro sin saber que más hacer—. Lo siento, que vergüenza.
—Ven, te daré un cambio de ropa —dice y sale caminando por el mismo lugar que salieron los oros montañeses.
Al parecer esta es la zona de los vestuarios, hay baños, duchas y al fondo de todo lo que parece ser un cuarto de almacenamiento. Entramos en él y cuando prende la luz ciento de cajas en diferentes estanterías están colocadas de manera que se puede casi ver el contenido. Ropa, toallas, vendas y ciento de cosas que no tengo ni idea de que sean.
El machito montañoso rebusca en las cajas hasta que de ella saca una remera negra, la mira por un momento y luego voltea. Me examina por un momento y me la tiendo.
—Es la más pequeña, mañana mandare hacer una nueva para ti, creo que el blanco no fue buena idea —dice y sale del cuarto dejándome sola y confundida.
Rápidamente me saco la remera mojada y me coloco la nueva, me queda más amplia pero no importa. Apresuradamente vuelvo al salón de inicio y casi corro a la sofocante oficina para terminar el papeleo, no tengo idea de cuantas horas diarias trabajare, ni que otras cosas hare, está claro que este papeleo en algún momento quedará organizado y ya no sabre que más hacer. Tampoco sé si tengo hora de descanso o lo que sea.
De momento solo apuro el paso a la sala de tortura y cuando giro por el pasillo, levanto la mirada y me encuentro de cara con una cámara de seguridad. Mi baile anterior de zombi vuelve a mi cabeza y creo desmayarme en el preciso instante en que bajo la mirada y Alessandro está ahí. Como si supiera que hice ese baile ridículo, mis mejillas arden.
—¿Todo bien? —pregunta.
—Si —respondo con la voz chillona.
Literalmente corro para nuevamente encerrarme en ese cuarto de tortura y con suerte perecer en él y que mi querido nuevo jefe no se le dé por mirar las cintas de vigilancia.
Dios mío que manera de cometer estupideces en un mismo día, el primero de mi nuevo trabajo. Seguro que será una suerte que llegue al fin de semana.
Estoy cansada de ver recibos tras recibo de servicios, reparaciones, productos de almacén, comida, agua y con los últimos mi estomago ya empieza a rugir. Al parecer el zombi del agua evoluciono convirtiéndose en uno desesperado por comida.
¿Este hombre acaso come? Supongo que sí, todos esos músculos no creo que vengan del aire.
Otro recibo que va a para a la pila de las reparaciones y juro que le veo forma de ensalada.
Ya está, definitivamente una nueva oleada de zombi ataca mi sistema y ya le encuentro forma de comida a los papeles. Alucinante, literal.
No sé qué hacer, me siento tentada a salir de este cuartucho del infierno y aventurarme hacia lo desconocido con el fin de hallar comida. Supongo que este lugar tiene una cocina.
Tomo la decisión y me levanto de esta silla en la que llevo no sé cuánto tiempo y como la mujer decidida que soy salgo valientemente a enfrentarme esa incertidumbre y aventurarme a los confines de este laberinto para encontrar la cocina.
Definitivamente necesito comida, ya hasta pienso pavadas.
Mientras camino, voy abriendo puertas. ¿Quién diría que este lugar es tan grande? Cuando estoy por abrir la cuarta puerta escucho un ruido dentro y supongo que está ocupada por lo que golpeo antes de entrar.
Como madre de dos hijos que ya pasaron la pubertad, aprendí a golpear puertas sino quería encontrarme con cosas, cosas que tienen que ver con el despertar de las hormonas.
—¿Sí? —una voz en forma de gruñido me responde del otro lado y ya sé que este lugar le pertenece a Alessandro.
—Permiso —digo asomando mi cara, está sentado detrás del escritorio y si no fuera porque es un hombre adulto, diría que lo atrape en una situación vergonzosa dada la cara que tiene—. No sé a qué hora me toca el descanso, pero quería pedirle que me indique donde puedo tomar mi almuerzo.
—Fondo, derecha —señala de igual manera.
—Bien, gracias —estoy por irme, pero algo me detiene ¿Y si le está dando algo? —. ¿Se siente bien?
—¡Si, vete! —gruñe algo enfadado y yo decido correr.
¿Quién me manda a meterme a la cueva del lobo? Retrocedo unos cuantos pasos ya transitados y me dirijo hacia donde me indicó. Fondo, derecha.
Sera que habrá visto la cinta de grabación, el momento de mi baile vergonzoso y quería reírse de mí? Que humillante, por el amor de todos los santos.
Entro a la cocina y todo pensamiento se va de mi cabeza. ¿Mencione que amo cocinar? Bueno, esto parece la cocina de un restorán. Miro la despensa, la heladera y ya me siento como en casa. Lo mejor de todo es que al parecer el señor sigue un régimen y tiene indicaciones de que comer diariamente. Me fijo lo que debe tomar hoy y busco en la heladera los ingredientes para preparar dos comidas.
Cuando ya tengo todo listo, tomo la porción de mi jefe y me dirijo nuevamente a su oficina. Estoy segura de que sea lo que sea por lo que estaba pasando una comida le alegrará la mañana, se sentirá mejor y no tan gruñón.
Llego a su oficina y nuevamente golpeo la puerta, me indica que entre y abro la puerta para entrar con la mejor sonrisa que pudo dibujar en mi rostro.
—Le prepare el almuerzo, me tome el atrevimiento, espero que este bien —anuncio mientras camino hacia su escritorio.
Cuando entre estaba con los codos en el escritorio y apoyaba la cabeza en ellos, como si algo le pesara. Espero que mi llegada solo lo saque de su pesar.
—Gracias —dice sin siquiera mirarme.
—¿Todo bien? —pregunto, anteriormente me trato con rareza por no decir mal.
—Si... no... —gruñe una palabra que no entiendo, me mira por fin y luego desvía la mirada a mis manos, busca algo en su escritorio, pero no sé qué—. ¿Tú no comes? —pregunta confundiéndome más.
—Si, deje mi plato en la cocina —digo.
—Mierda, lo siento —se levanta de su silla y comienza a deambular—. Me porte como un idiota hace un momento y quiero que me disculpes, creo que ni siquiera te he dicho nada con respecto a tu trabajo, he tenido una mañana de locos y creo que me descargue contigo.
—No pasa nada —murmuro algo incomoda —. Lo dejo para que almuerce en paz.
—No, deja que te acompañe, de paso te explico bien tu trabajo aquí —toma su plato sin tocar y rodea el escritorio.
Me indica la salida y yo camino nuevamente hacia la cocina con él a mi lado. Bueno, casi. El pasillo es estrecho y el literal que lo ocupa todo, va caminando detrás de mí.
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