¡BIENVENIDOS LECTORES!
Les doy la bienvenida al inicio de esta historia. Antes de continuar, quiero presentarles a nuestros protagonistas principales. Aquí encontrarán una breve descripción sobre ellos para que los conozcan un poco... por ahora.
A medida que la historia avance y los capítulos sean revelados, estos datos cambiarán, evolucionarán, al igual que nuestros queridos personajes. Al finalizar la novela, encontrarán el perfil actualizado, con todo lo que han vivido y adquirido en el transcurso de la trama. Además, se sumará el resto de los personajes que permanecen ocultos... ¡Así que estén atentos!
Además, quiero agradecerles por darme la oportunidad de compartir este nuevo mundo con todos ustedes. Espero que lo disfruten tanto como yo lo hice al escribirlo. También, les invito a leer mi otro libro "Midnight Promises" el cual ya está finalizado y disponible para ustedes.
¡A continuación el primer capítulo!
Te saluda,
Mya Lee
Todo comenzó con una pregunta: ¿cómo llegué aquí? Es decir, ¿cómo alguien como yo, tan magnífico, tan extraordinario, termino en un lugar como ese? Lo recuerdo bien, porque no soy del tipo que olvida fácilmente. La primera vez que mis pies tocaron este mundo, la primera vez que mis ojos recorrieron la vastedad de este lugar… Fue fascinante, sí, pero también ridículo, como un espectáculo que no sabía si admirar o despreciar.
Este mundo humano… tan vasto, tan lleno de curiosidades y secretos, ahora se mostraba ante mí. Cada rincón me gritaba algo nuevo, algo que no pertenece ni siquiera a la más extravagante de las reliquias que he encontrado en mi existencia. Pero, siendo sincero, es justo ese caos lo que lo hace interesante. El viento esa noche susurraba a mi alrededor, arrastrando consigo un cúmulo de historias que no me pertenecían, pero que parecían llamarme a querer iniciar una. Y esas luces... esas absurdas y constantes luces parpadeando en la distancia. No dejan de moverse, como si este mundo tuviera una necesidad compulsiva de recordarme que todo aquí está en constante movimiento…
Pero, ah, me desvío. Olvidé lo más importante, antes de continuar, creo que es justo que sepas a quién estás escuchando. No soy cualquiera. No soy un humano insignificante ni una de esas almas mediocres que merodean por aquí. No. Permíteme darte el honor de conocerme, soy Dashiell, un demonio reliquista. Guardián y recolector de aquello que otros consideran perdido o prohibido. No es por presumir, pero soy el mejor, no hay nadie como yo. Mis manos han tocado objetos que los humanos solo pueden soñar o imaginar, reliquias que harían temblar los cimientos de su mundo si supieran que existen.
Y ahora, estoy aquí. En el mundo humano, un lugar tan inferior, pero al mismo tiempo lo suficientemente curioso como para merecer mi atención. Mi presencia aquí no es casualidad… eso creo. Nada en mi vida lo es. He cruzado el umbral entre este mundo y el mío por una razón, aunque admito que aún estoy descifrando por qué sucedió. Bueno, no importa, porque cualquier destino al que llegue siempre termina siendo mío. Asi que déjame contarte como mi historia comienza en este preciso instante…
Los días que pasaron, el tiempo que llevo deambulando por este mundo humano se deslizó como arena entre mis dedos. Cada rincón que recorría era un enigma. Aquí, la naturaleza parecía haber sido derrotada, relegada a pequeños fragmentos de verdor atrapados entre inmensas construcciones. Árboles solitarios, jardines cercados y plantas que luchaban por sobrevivir entre las grietas del pavimento me hablaban de un mundo donde lo natural era casi inexistente.
Enormes estructuras se alzaban como gigantes silenciosos, unas altas y otras pequeñas, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista. Era en esos lugares donde los humanos habitaban, aunque su verdadera esencia parecía estar en un ir y venir. La mayoría de ellos caminaban apresurados de un lado a otro, eran de diferentes estaturas, edades y apariencias físicas, incluso algunos se movían con el rostro absorto en extraños dispositivos que sostenían entre sus manos. Otros parecían discutir consigo mismos mientras hablaban al aire… son muy raros.
Y esas cosas… esas máquinas que se movían por caminos de piedra y metal. Hacían ruido, un rugido constante al desplazarse, y expulsaban un viento negro o grisáceo que impregnaba el ambiente con un aroma asqueroso. Los humanos parecían depender de ellas, usándolas para movilizarse con una precisión casi mecánica. ¿Cómo pueden vivir así? ¿Por qué no caminan? Ahhh, pero no puedo quejarme. Los humanos viven así seguramente. Todo este bullicio, sin descanso, me hacía preguntarme también: ¿realmente están vivos o solo están atrapados en un ciclo que ellos mismos crearon?
En cada rincón había algo nuevo, algo desconocido. Incluso los sonidos parecían nunca cesar: un eco constante de voces, pasos y música que escapaba de los edificios o de esas máquinas pequeñas que los humanos llevaban consigo. Este mundo parecía no dormir nunca, un lugar donde incluso la noche era iluminada por luces artificiales que pintaban sombras irreales en las calles vacías.
En una de mis tantas exploraciones de este caótico mundo humano, mis ojos presenciaron algo que, debo admitir, me dejó perplejo. En un edificio más entre tantos, sin nada especial que lo distinguiera… algo dentro llamó mi atención. A través de una ventana, observé a una pequeña humana, encerrada en lo que parecía ser su morada con objetos color rosa. Era diminuta, frágil, pero con una energía inquieta, como si su propio cuerpo no pudiera contenerla. Estaba rodeada de hojas llenas de marcas y líneas que parecían importantes para ella. Sus ojos se movían con rapidez sobre esas páginas, su mano trazaba garabatos en otra hoja al lado.
Y entonces ocurrió. Su cuerpo se tensó de repente, su pequeña mano voló hacia su pecho, como si algo invisible la estuviera atacando desde dentro. La vi luchar por aire, sus respiraciones rápidas y entrecortadas, me dejó sin aliento. No entendía lo que veía. ¿Era esto normal en los humanos? ¿Un extraño ritual, quizás? En eso, una criatura apareció. Era pequeña, ágil, cubierta de un pelaje suave que reflejaba la luz de forma peculiar. Caminaba con gracia. Sus ojos brillaban con una inteligencia silenciosa, pero lo que más llamó mi atención fue su comportamiento.
El felino se acercó a la pequeña humana con calma, sin titubear, como si supiera exactamente qué debía hacer. Con un gesto deliberado, inclinó su cabeza y la apoyó contra la frente de la pequeña. Era tan simple, tan insignificante... o al menos eso pensé al principio. Pero lo que sucedió después desafió toda lógica. La humana dejó de luchar. Su respiración, antes errática, se fue calmando poco a poco. Con una mano temblorosa, acarició la cabeza del felino y murmuró algo, un susurro apenas audible:
—Estoy bien… ya… estoy bien…
Y como si esas palabras fueran poderosas, la criatura continuó mostrándole su afecto, rozando su cabeza contra ella, permaneciendo cerca, como un protector silencioso. Entonces ocurrió algo que no esperaba. La niña sonrió. Una expresión de paz y alegría, como si toda la tensión que había sentido se hubiera desvanecido en un instante. Luego, como si nada hubiera pasado, volvió a sus hojas y a sus garabatos, dejando que la criatura se acomodara cerca de ella, satisfecho, quizá, de haber cumplido su propósito.
Y ahí estaba yo, contemplando aquella escena sin ser visto, incapaz de apartar la mirada. ¿Qué era esa conexión? ¿Cómo podía una criatura tan pequeña tener ese poder para curar a un humano? Este mundo seguía sorprendiéndome con sus extrañas y, a veces, desconcertantes situaciones.
Poco después, algo más capturó mi atención, algo que, fue mucho más difícil de ignorar. Fue entonces cuando la vi por primera vez... Ella vivía en lo alto, en el último piso de una de esas estructuras humanas, un espacio que parecía ser su refugio. Aunque reducido en tamaño, el lugar emanaba una energía peculiar, una mezcla de desorden y armonía que me intrigó. Había herramientas esparcidas, figuras a medio formar y materiales que no podía identificar fácilmente. Pero lo que más llamó mi atención fue ella, la humana que ocupaba ese espacio como si su universo entero se centrara allí.
Se movía. No, bailaba. Sí, bailaba mientras trabajaba. Su cuerpo seguía el ritmo de una música, y sus movimientos eran deliberados, casi hipnóticos. Con manos cubiertas de polvo y arcilla, moldeaba algo que yo no lograba identificar del todo, algo que parecía cobrar vida bajo su toque. Su concentración era absoluta, como si el resto del mundo simplemente no existiera.
No entendía por qué lo hacía. Los humanos solían dedicar sus noches a descansar, a recargar fuerzas para sus actividades sin fin. Pero no ella. Mientras el resto del mundo dormía, ella creaba. Su energía era diferente, algo que no había percibido antes en ningún otro. Era fascinante. Y, lo más raro, era imposible apartar la mirada. Las horas pasaban, pero ella no parecía notarlo. Era como si estuviera atrapada en un flujo, en una conexión entre el ritmo de la música y el material que moldeaba con sus manos.
Fue ahí, en ese instante… que así empezó todo. Algo en esa humana, en su forma de existir al margen de las reglas de su mundo, despertó en mí… algo inexplicable.
Las noches que siguieron fueron, cómo decirlo... una especie de entretenimiento inesperado para mí. Todo gracias a su peculiar gusto musical. Su música tenía algo contagioso, una energía que resonaba a su alrededor y, de alguna forma, también en mí. No estaba seguro de si debía reírme de mi propia fascinación o simplemente dejarme llevar. Pero antes de que me pierda en esos detalles, supongo que debería describir como es ella ante mis ojos.
Ella... esa humana incluso en un mundo tan ruidoso y lleno de distracciones como este, ella es… Mmm, bueno… tiene una larga cabellera, de un color café cálido, casi como la madera pulida, y cae en suaves mechones que enmarcan su rostro. El cerquillo que lleva esconde apenas su frente, pero deja entrever esos ojos que me recordaban a ciertas frutas en su mejor estado en los jardines de nuestro soberano. Un verde vibrante, lleno de vida… algo refrescante. Su rostro tiene una belleza tranquila, de esas que no necesitan adornos ni alardes. Su piel tenía un matiz delicado, de esos que parecen nunca haber sido tocados por el sol en exceso, suave y uniforme, como si fuera de porcelana. Su nariz era pequeña, sutilmente perfilada, con una curva que añadía un toque de elegancia natural a su rostro. Sus labios eran delgados y finos, con un contorno tan preciso que parecían dibujados con intención.
En cuanto a su figura, era delgada, casi frágil, con una complexión que daba la impresión de que cualquier gesto brusco podría quebrarla. Algo en su manera de moverse reforzaba esa idea, como si cada paso, cada gesto, estuviera cuidadosamente medido. Su estatura parecía la de una humana joven, quizás promedio para su edad, aunque para mí, todas esas cifras carecían de significado. Su apariencia general tenía una gracia tranquila, como si su presencia misma fuera un recordatorio de algo valioso, algo que no debía tocarse a la ligera.
El tiempo parecía transcurrir a un ritmo distinto cuando la observaba. Por un lado, las horas se escurrían, pero al mismo tiempo, todo se sentía pausado, como si su presencia tuviera el poder de distorsionar la percepción del mundo. Ella seguía en su rutina, trabajando con esa mezcla de pasión y determinación que tanto la caracterizaba. Yo, mientras tanto, me acomodaba cerca de su ventana, apoyado en la pared, escuchando las canciones que llenaban el aire nocturno.
Debo admitir algo que, a mi pesar, se volvió cierto con el tiempo: esas canciones terminaron por quedarse conmigo. No entendía la lengua en la que eran cantadas, ni era similar a la mía ni a la de ella, pero, aun así, las letras se grabaron en mi mente. Me encontraba repitiéndolas en silencio, tarareando las melodías cuando no estaba cerca de ella. Ridículo, ¿no? Un demonio reliquista como yo, atrapado por algo tan mundano como la música de una humana… estoy perdiendo la cabeza quizá.
Cuando ella finalmente descansaba, yo no me alejaba demasiado. Subía al techo de esa construcción, dejando que la brisa nocturna me envolviera mientras observaba el cielo. El cielo nocturno, con sus estrellas y su inmensidad, era lo único en este mundo que se sentía igual al mío. Mirarlo me ofrecía un respiro, una pausa para procesar todo lo que estaba ocurriendo. Y entonces, casi sin darme cuenta, me quedaba dormido. El frío del techo, el eco de las canciones en mi mente y la sensación de haber encontrado algo inesperado me llevaban a un sueño que no solía visitar con frecuencia.
Poco después, tras incontables intentos y más frustraciones de las que estoy dispuesto a admitir, finalmente logré comunicarme con Lynne, una guardiana como yo. Ella siempre ha tenido la reputación de ser difícil de localizar, pero para alguien como yo, acostumbrado a resolver los problemas por cuenta propia, esto era más un desafío que una barrera insuperable. El comunicador, una esfera de cristal que usualmente utilizamos en nuestras misiones, estaba finalmente funcional. No fue fácil; mi magia, o más específicamente, mi maná, había estado actuando de forma inestable desde que llegué a este mundo. Apenas podía usar mis habilidades para mantenerme invisible ante los humanos, y ese simple acto ya consumía más energía de lo habitual.
Cuando la esfera finalmente cobró vida y la conexión se estabilizó, su rostro apareció proyectado en el aire frente a mí. Lynne era alguien que imponía, no solo por su apariencia, sino por la seguridad en cada uno de sus movimientos y palabras. Sabía exactamente quién era y lo que valía, y no tenía reparos en dejarlo claro. Su cabellera era similar al de aquella humana solo que tenía la tez morena. Tenía un rostro que parecía tallado con precisión: fuerte, definido, y sin embargo, con una feminidad que podía desarmar a cualquiera. Su porte clamaba autoridad; no necesitaba palabras para que otros demonios, incluso los más temerarios, le mostraran respeto. Lynne era conocida por su carácter duro y su temple inquebrantable, cualidades que habían forjado su reputación como una de las reliquistas más experimentadas y admiradas en mi mundo.
Su expresión al verme no dejó lugar a dudas: no estaba impresionada.
—¡Por fin! —dije, cruzándome de brazos mientras inclinaba levemente la cabeza hacia un lado, como si la simple vista de ella fuera un alivio menor del que debería ser—. ¿Cuánto tiempo creías que podía seguir esperando?
Lynne se rio. Una risa que no era exactamente amigable. Más bien, ese tipo de risa que te hace cuestionar si cometiste un error al pedir ayuda.
—No puedo creerlo, Dashiell. Tú, atrapado en el mundo humano. Jamás pensé que vería el día en que alguien como tú, con todo tu ego, terminara rodeado de humanos.
Mi mandíbula se tensó. Claro, este era el tipo de respuesta que podía esperar de ella.
—Ahórrate las bromas —respondí, mi paciencia agotándose rápidamente—. No estoy aquí para entretenerte. Necesito respuestas. Soluciones. Y las necesito ya. ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué está pasando con mi magia? ¿Cuándo podré regresar? ¿Averiguaste algo?
Ella levantó una ceja, fingiendo pensarlo, pero sus ojos brillaban con malicia.
—Bueno, bueno, señor demonio confiado. ¿Te has planteado que tal vez esto sea un castigo divino? O, ya sabes… simple incompetencia.
—No estoy de humor, Lynne.
—¿Ah, no? Porque esto es oro puro para mí. ¿Sabes cuántas historias podré contar de esto cuando regreses?
—Lynne…
—Está bien, está bien —dijo, alzando las manos en gesto de rendición—. Escucha, no sé exactamente por qué estás allí, pero algo está interfiriendo con tu poder. Si ni siquiera puedes usar tu maná correctamente, algo grande debe estar pasando. Pero claro, eso probablemente ya lo sabías, ¿no?
Rodé los ojos, tratando de contener mi irritación.
—¿Eso es todo lo que tienes para mí? ¿Observaciones obvias? ¿Ni una pista, ni una solución?
—Tranquilo, rey del drama. Estoy trabajando en ello, pero no es como si tuviera toda la información, tampoco me brindaste muchos detalles. ¿Tienes idea de lo difícil que es rastrear tu rastro cuando te transportaste de esa manera? Es como si hubieras dejado la mitad de tus huellas atrás. Pero, oye, ¿no es eso muy típico de ti? Siempre dejando caos por donde pasas.
Suspiré, pasando una mano por mi cabello platinado.
—¿Cuánto tiempo más necesitas?
—No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros con una expresión que me sacaba de quicio—. Puede que más días. Puede que semanas. Tal vez nunca lo descubra… y te quedes ahí para siempre…
—Lynne...
—Está bien, está bien. Haré lo que pueda. Ah, casi lo olvido, Dashiell —dijo con una sonrisa que no sugería nada bueno—. Dado que tu magia está tan inestable, lo mejor sería que dejaras de malgastar tu maná. Ya sabes, no puedes permitirte el lujo de jugar al espía invisible todo el tiempo.
—¿Y qué sugieres entonces? —respondí, cruzándome de brazos. Mi paciencia estaba al límite.
Ella ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo, aunque la diversión brillaba en sus ojos.
—Podrías transformarte en algo... discreto. Una planta, por ejemplo. Algo que no cause problemas y se quede quieto, como deberías estar tú ahora mismo.
Mi ceño se frunció de inmediato.
—¿Una planta? ¿Me estás sugiriendo que me transforme en una maldita planta?
Lynne no se molestó en contener su risa, una carcajada abierta que retumbó en el comunicador. Le fascinaba molestarme desde hace siglos.
—Oh, vamos, Dashiell. Francamente, ¿qué opción tienes? Imagina lo perfecto: quieto, sin llamar la atención, y finalmente útil para variar.
—No pienso degradarme de esa forma. Soy un guardián, no un adorno decorativo.
—¿Guardián? —repitió ella, arqueando una ceja—. Últimamente, pareces más un problema con patas que otra cosa. Pero está bien, haz lo que quieras. Solo recuerda que, cuando te metas en problemas (y lo harás), no quiero que vengas llorando a mí.
—Por favor, ¿olvidas a quién le hablas? —aclaré con una sonrisa burlona— Soy Dashiell.
—Claro, claro. Suerte con eso. Pero mientras tanto, intenta no hacer más tonterías, ¿sí?
Y con eso, la esfera se apagó, dejando mi reflejo en su superficie brillante. Una vez más, estaba solo, rodeado de este mundo extraño que no pedí explorar. Me impulsé en el aire, dejando que las sombras del entorno ocultaran mi presencia mientras saltaba de un lado a otro. Mi destino era el mismo de siempre: aquel pequeño refugio en el último piso donde esa humana transformaba la música con su arte. Necesitaba ese caos de sonidos para relajarme; algo en su peculiar gusto musical me hacía olvidar todo, aunque fuera por un momento, que estaba atrapado en este mundo.
Sin embargo, cuando llegué allí, escuche un alboroto. Me detuve cerca de la ventana, ocultándome en la penumbra. Dentro del espacio, junto a ella, otra humana estaba presente. Era evidente que algo no iba bien. La intrusa gritaba con tal intensidad que incluso yo, un demonio, me sentí incomodado.
—¡Siempre es lo mismo contigo! —vociferó la intrusa, cuyos ojos centelleaban de rabia—. ¡No haces nada bien!
Ella permanecía de pie, inmóvil. Su rostro mostraba una mezcla de cansancio y resignación, como si esas palabras fueran algo habitual.
—Hannah, por favor, no... no puedo hacer eso ahora... —respondió con voz temblorosa, apenas audible.
—¿Qué no puedes? —la interrumpió, su tono era venenoso, cortante, y sus palabras se sucedían como látigos—. ¿Cómo que no puedes? ¡Siempre tienes una excusa! ¿Crees que estoy aquí por gusto? Necesito ese dinero. ¡Es tu culpa que estemos en esta situación!
Mi ceja se arqueó ante aquella afirmación. ¿Qué tipo de conexión tenían estas humanas para que una hablara con tanto desprecio y exigencia? ¿Dinero? Nada de eso tenía sentido para mí. Mis ojos se entrecerraron. La manera en que esa intrusa hablaba era... desagradable.
—¡Más te vale conseguir ese dinero, Brooke! —espetó la intrusa finalmente, antes de girarse con un movimiento brusco y caminar hacia la puerta.
Por primera vez, después de tantas noches observándola y al presenciar esta escena, al fin conocí su nombre… Brooke. Un nombre, que a partir de ese día iba a cambiarme por completo.
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