… Lo que digas me interesa ¿por quéeeee?
- ¡¡Porque por tu culpa estaremos atados de por vida, Diana!! ¡¡Ten por seguro que te haré sufrir cada día de nuestro matrimonio… maldigo el día que naciste… llorarás tanto que desearás jamás haber hecho este compromiso… es más, no me esperes la noche de bodas, preferiría estar con un demonio antes que contigo…!!
- Vaya William, qué pervertido… ¿hasta ya pensaste en invocar un súcubo?... Como que ya lo tienes demasiado planeado y hace poco recibiste la noticia… qué cosas ¿no?...
- ¡¡No me digas pervertido, idiota!!
- Bueno, señor pervertido idiota… le tengo una propuesta que estoy segura de que no podrá rechazar…
- ¡¡Aunque te desnudaras ante mí, alguien tan horrible como tú jamás me tentaría!!
- Reitero… eres un pervertido idiota… pero no, no es nada de eso… ¿estás dispuesto a escuchar? ¿O seguirás con tu perorata sin sentido?
- ¡¡AAAAaaghhh!! ¡¡Te escucho, pero si es algo ridículo como tú, te mandaré decapitar hoy mismo!!
- (Con una amplia sonrisa) Bien, escucha, si logro que mi padre desista del compromiso mañana… debes prometer que no te acercarás a mí, ni le dirás a nadie en la escuela que existió la posibilidad de comprometernos, no me dirigirás la palabra… Y, sobre todo, dejarás de gritarme y de ser tan grosero conmigo…
- (Claramente confundido) ¡¡Es algún truco raro para llamar mi atención… porque no funcionará…!!
- Nop… solo no quiero perder mi tiempo, ni mi vida, con algo como tu… pero mis motivos no son lo importante… ¿tenemos un trato?
- (Muy enojado) ¡¡Más te vale que no sea una broma… porque no te lo perdonaré!!
- (Indiferente) Si no le bajas tres rayitas al ruido que hace tu hocico… es obvio que no hay trato… (se da la media vuelta para irse cuando la jala del brazo)
- ¡Trato…! (claramente furioso, pero sin poder gritar a gusto)
- Bien… (condescendiente y claramente sarcástica) así me gusta… tenemos un trato… solo diré… que no me esperes mañana…
El Príncipe William sólo pudo cerrar los puños y la volvió a mirar con odio, mientras Diana se alejaba tranquilamente hacia su cuarto. En cuanto cerró la puerta de su habitación comenzó a bailar celebrando, pues este es un importante paso para vivir… ahora lo que sigue es confiar en su padre.
Sí, efectivamente, no soy la verdadera Diana, los únicos que lo saben son mi doncella Emily y mi padre, el Duque Donnelly, las personas que realmente amaron a este cuerpo e inmediatamente se dieron cuenta de que alguien (es decir yo) había entrado en él.
Todo inició hace dos semanas, mi verdadero nombre es Alessandra Aldridge, soy huérfana y cuando morí caminaba por un sendero a las afueras de Francia, en la frontera con Suiza. Viví ahí por cerca de seis meses estudiando Física de Partículas, debido a que no tengo ni perro que me ladre, cuando murió mi mamá vendí todo y viaje a ese sitio, donde hacía tiempo me habían ofrecido una beca para estudiar.
Debido a que no hice el trámite a tiempo, desde que llegué viví gracias a mi maestro, quien consiguió que uno de sus amigos me diera hospedaje en lo que terminan los trámites burocráticos y me llegaba el primer pago de mi beca, pero como tampoco soy una aprovechada, estaba buscando un trabajo de medio tiempo en el pueblito cerca de donde vivía, pues no quería ser una carga para las buenas personas que me acogieron.
Iba yo pensando en todo esto y lo que me había pasado en los últimos tiempos, cuando sentí como alguien me empujó y caí directamente en una especie de barranco… y lo último que recuerdo es el dolor de mi cabeza chocando con algo muy, muy duro…
En un reino muy lejano llamado Ares, vivía una hermosa doncella llamada Susana, era la hija del Barón Spencer, quien no poseía tierras, sólo una casa en las afueras de la ciudad, pero él y su esposa llenaban de amor su hogar e hicieron todo lo posible porque su bella hija fuera a la Real Academia, donde conoció al guapísimo y valiente Príncipe heredero William Ares.
Su amor floreció, aunque él estaba comprometido con la caprichosa y consentida Diana Donnelly, hija del Duque Donnelly, un usurero y mal hombre, sediento de poder que robaba a los más pobres para incrementar siempre su fortuna. Todos sabían que despreciaba a su hija por ser la causante de la muerte de su amada esposa. Pero como era el hombre más rico del reino, cuya fortuna era mucho mayor que la de la familia real, el Rey decidió que ambos jóvenes se comprometieran y casaran.
La malvada Diana presumía a todos que ella se convertiría pronto en la reina del sitio y ya todos le temían porque solo sabía gastar la fortuna de su padre, hacer sufrir a sus empleados y acosar al Príncipe diciendo que ella sería su esposa y haciendo daño a cualquier joven que se atreviera acercarse a su amado William.
El día que el príncipe cumplió 16 años, la encantadora Susana acudió a la fiesta como la compañera de su majestad y éste ya no pudo evitar admitir que está enamorado de ella, pues al ser una joven no solo tan hermosa, sino poseedora de magia de luz, resplandecía como una bella hada, dejando encantado y prendado a sus pies al joven.
En cuanto Diana, quien no poseía nada de magia, se dio cuenta de esto e intensificó sus agresiones, pues vio que Susana siempre llamaba la atención del Príncipe, quien acudía ante las lágrimas de sufrimiento que ella derramaba por las caídas, cachetadas y trampas que la villana le ponía, sin darse cuenta que cada cosa que hacía en contra de la bella heroína tenía un efecto mágico que hacía crecer el vínculo amoroso entre los protagonistas de esta historia.
Un año después, llegó al reino el Emperador Killian Draccor, pues el reino de Ares era parte del Imperio Draco, quien al conocer a Susana igualmente se enamoró perdidamente de ella y comenzó a cortejarla, lo que ponía furioso al Príncipe William.
Aun así, nada le salía bien a la cruel villana, así que, con ayuda de su padre, la perversa mujer compró un veneno –no letal—para deshacerse de la bella Susana, y se lo dio el día que el príncipe anunció oficialmente su compromiso matrimonial, cuando éste cumplió 18 años.
Luego de tomar el veneno, la protagonista cayó en los brazos de su amado, y éste inmediatamente mandó encarcelar a la infame Diana para que pagara por el intento de asesinato contra la ahora princesa heredera y, sin dudarlo, William condenó a muerte a la villana; su padre al ser cómplice de este acto atroz fue también condenado a la horca y todas sus posesiones fueron incautadas por la familia real.
Pero tras su muerte, los protagonistas no pudieron estar tranquilos, ya que el viejo emperador decidió robarse a la inocente Susana, por lo que tras el secuestró y para rescatarla, el valiente héroe tuvo que declararle la guerra al impero. Luego de una feroz batalla y miles de muertes, retó a duelo al perverso Killian y lo venció con su poderosa espada, lo que lo llevó a convertirse en el máximo gobernante de esa Tierra.
Finalmente, el día de su coronación como nuevo Emperador, William se casó con Susana y ahora sí vivieron felices por siempre.
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Sí, esta es una patética historia llamada “Lucharé por tu amor”, que una amiga me prestó para perder el tiempo mientras esperaba que terminara el análisis de unos datos en la computadora, la verdad prefería avanzar en mi tesis, pero me sentía saturada y mi amiga Helen me convenció de que debía distraerme un poco y por eso la leí, aunque al final le tuve que dar un zape (golpe en la cabeza) por hacerme perder el tiempo así.
Eran obvios los problemas de la novela, ¿quién siendo una joven decente se mete en un matrimonio? Si bien no estaban casados, William y Diana sí estaban comprometidos y es obvio que la otra se metió entre ellos… Claro que el Rey quería el compromiso, pero porque querían la fortuna de la familia y ¿qué villano de pacotilla compra un veneno no letal para eliminar a su competencia? Era evidente que eso fue planeado para robarle su fortuna a la familia Donnelly; y quedarse con todo… lo del emperador ya suena exageradamente trillado, porque, ¿en serio? ¿Todos ven a la protagonista e inmediatamente caen enamorados de ella? Qué patética historia
Peeero, para mi mala suerte… es la historia en la que caí, claro está, como la malvada villana Diana Donnelly.
Cuando desperté me dolía todo y no podía moverme, pero a mi lado, durmiendo y visiblemente cansado estaba un hombre –bastante guapo, sinceramente—su ropa era muy rara, pero sostenía mi mano de manera cuidadosa, cuando finalmente entró una joven quien, al verme, soltó la bandeja con agua que traía en las manos, gritando que había despertado, lo que hizo que el hombre junto a mí reaccionara y me abrazara llorando, mientras agradecía a Dios porque, finalmente, abrí los ojos.
En cuanto se calmó un poco le di unas breves palmaditas en la espalda y sólo atiné a decir…
Diana: Vaya guapo, ¿quién eres? Y ¿Dónde estoy?
Muy asustado, inmediatamente el hombre mandó llamar al médico, quien llegó rápidamente y comenzó a revisarme determinando que, además de los golpes, tenía amnesia. Cuando se fue el doctor, el hombre me dijo con mucha tristeza:
Duque: Hermosa mía, yo soy el Duque Donnelly, Edwin Donnelly, tú eres mi preciosa princesa, Diana Donnelly, este es el reino Ares, esta es tu doncella Emily… toda tu vida has estado enamorada del Príncipe heredero William Ares, hace una semana me rogaste que hablara con el Rey para formalizar de manera definitiva su compromiso matrimonial, pero nos separamos y cuando regresabas, el carruaje fue atacado.
Por lo que averigüé al tratar de huir caíste a un barranco y quedaste inconsciente. Cuando recibí la noticia estaba tan asustado que no terminé de hablar del tema del compromiso con el Rey, pero en cuanto te sientas mejor iremos nuevamente a verlo para formalizarlo todo.
Diana: [¿¿¿Por qué suena todo tan conocido???] Duque, ¿sería posible que me permita recuperarme mejor antes de volver a hablar de temas tan delicados como un compromiso?
Duque: ¿Du…que? (sinceramente preocupado) mi preciosa princesa… (al borde del llanto) descansa, mejor descansa, mañana hablaremos nuevamente, no te fuerces por recordar… pero, promete que tratarás de recordar a tu papá…
Diana: (Desconcertada) Claro… señor…
Con el corazón roto, el Duque salió de la habitación y le encargó a Emily que la cuidara muy bien. En eso el Mayordomo Edgar le entregó una carta que llegó del Palacio del Rey… visiblemente molesto, el Duque les informó que deben cuidar de su hija, pues él debe ir a una enmienda, pero cuando regrese quiere que se le reporte todo lo que diga o haga su niña, pues tiene un mal presentimiento.
Emily, Edgar y todos en la mansión cuidaron diligentemente de la señorita, pero cada vez estaban más inquietos, especialmente su doncella y confidente, quien sentía cada vez más temor; si bien le gustaba más la nueva personalidad de su dama, sabía que algo estaba muy mal.
Diez días después, regresó el Duque y Emily le informó que un gran cambio se había dado en la niña.
Entre lo más importante… ahora siempre da las gracias, pide las cosas por favor, ha comenzado a estudiar sobre el reino y a interesarse por la magia, hace muchas preguntas, pero sigue sin reconocer a nadie, ha dejado de ser orgullosa y arrogante.
Además, el Príncipe la ha visitado en tres ocasiones –obviamente se nota que fue obligado por el Rey—la primera vez, ella se comportó como siempre, viéndolo con idolatría y sin quejarse por los insultos que le hizo él; la segunda vez, trató de hacerle entender que no ha hecho nada malo, pero al ser insultada nuevamente por su Alteza se quedó callada aunque muy molesta; finalmente, el otro día cuando ingresó al salón y al nuevamente ser agredida por su Majestad, ella sólo se levantó y lo dejó solo sin despedirse, estaba más que enfadada.
Emily: Como lo pidió usted, todas estas reuniones fueron grabadas en cristales de maná sin que ellos lo supieran, los materiales están en su despacho… señor, tal vez lo que diré está mal, pero… esa chica no es mi niña… no quiere decir que me desagrade su nueva personalidad, pero hay algo en ella que no sé cómo explicar… a veces dice cosas que no tienen nada de sentido… disculpe mi atrevimiento.
Duque: Está bien Emily, iré primero a mi despacho, quiero ver los reportes sobre ella… por cierto, ¿Dónde está Diana? ¿Por qué no vino a recibirme?
Emily: Le pedí al señor Edgar que le avisara que estaba usted por llegar, pero, aunque dijo que estaría ahí, creo que sigue en la biblioteca, mi señor.
Duque Donnelly: Déjala ahí… en un momento yo mismo iré a hablar con ella.
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