aunque el mundo la ve como una mujer fría y calculadora, siempre he sabido que esa es solo una faceta de ella. En casa, ella es la madre más amorosa y dedicada que uno pueda tener. Lo que muchos desconocen es que su dureza ante el mundo exterior es solo una capa de protección que ha construido para enfrentar los desafíos que la vida le ha impuesto. En el hogar, es un ser completamente distinto: cariñosa, compasiva, y preocupada por el bienestar de sus hijos, especialmente por mí.

Desde que era un niño, ella me enseñó a ser fuerte, a no rendirme ante las adversidades y a luchar por lo que quiero, sin importar los obstáculos. A veces, su carácter severo me confundía, pero con el tiempo entendí que todo lo que hacía, lo hacía por amor y por el deseo de que mi hermano y yo fuéramos hombres independientes y exitosos.

Ahora, a mis 24 años, no solo soy un reflejo de su legado, sino también un arquitecto del futuro de su imperio. La ingeniería de sistemas, mi campo, ha sido la herramienta que mi madre siempre esperó que dominara para continuar su obra. Cada paso que doy en mi carrera es un paso hacia el cumplimiento de la visión que ella ha tenido durante años.

En cuanto a la sociedad, mi madre sigue siendo una figura misteriosa, respetada y temida. Pocas personas conocen la realidad de su vida. Para muchos, ella es solo "La Rosa Negra", un nombre que inspira tanto admiración como miedo. Pero yo, su hijo mayor, sé la verdad: detrás de esa imagen de poder y control, hay una mujer con un corazón lleno de amor y una dedicación inquebrantable a su familia.

Hoy, con el peso de este legado sobre mis hombros, me siento preparado para continuar lo que ella comenzó. La historia de mi madre, de nuestra familia, es una que no se olvida fácilmente. Y aunque el mundo aún no conozca todas las facetas de su ser, yo seguiré adelante con su ejemplo, sin dejar que el legado de la Rosa Negra se apague jamás.

Han pasado 24 años desde que mi madre, Violeta de Dy Galyz, conocida en el mundo como "La Rosa Negra", se alejó de Colombia, dejando atrás una vida marcada por el dolor, el sufrimiento y las sombras de un pasado que aún la persigue. Ahora, el regreso es inevitable.

Estoy dando vueltas en el despacho de mi madre, la cual permanece sentada frente a la ventana con una mirada perdida. Su rostro refleja una mezcla de preocupación y determinación, y aunque todo en ella parece sólido como una roca, sé que dentro se está librando una batalla interna. Un regreso a Colombia significa enfrentar no solo su propio pasado, sino también a las fuerzas oscuras que intentan destronarla, una vez más.

La causa de su ansiedad tiene un nombre: Juan Rodríguez. El hombre que se dice ser mi padre, el hombre que le hizo tanto daño, que la hirió profundamente y  cuando aún era una niña, ha salido de prisión después de 18 largos años. Pero su libertad no significa redención ni cambio. Su único objetivo ahora es obtener lo que nunca pudo: mi madre.

La noticia de su salida ha llegado como un golpe certero. Y peor aún, no viene solo. Juan Rodríguez se ha aliado con uno de los enemigos más peligrosos de mi madre, la gente del Golfo, con la esperanza de destruir todo lo que ella ha construido a lo largo de los años. Quiere arruinar su imperio, robarle lo que le pertenece, pero lo que no sabe es que está entrando en un terreno peligroso.

Para mí, Alexander Dy Galyz, el hombre que ha sido mi padre y orgullo es Enzo Dy Galyz. Él es el hombre que, sin importar lo que digan los demás, ha estado a mi lado y al de mi madre en cada paso que ha dado. Enzo, el hombre que ha amado, cuidado y protegido a mi madre, es mi verdadero padre. Con él a nuestro lado, hemos sido capaces de mantenernos a flote en los momentos más difíciles.

Ahora, aunque el enemigo de mi madre intenta volver para reclamar lo que no le pertenece, no comprenderá que lo que ha construido mi madre con amor y sacrificio no está en manos de quienes se alían con el crimen. Aquí, en mi corazón, sé que la fuerza de nuestra familia, la protección de Enzo y el coraje de mi madre siempre prevalecerán. El regreso de la Rosa Negra a Colombia no será un paso atrás, sino una reafirmación de su poder, una vez más.

Juan Rodríguez no tiene idea de lo que le espera. Él no entiende que la fuerza de una madre no solo es física, sino también mental y emocional. Y que, aunque haya creído que podría deshacer lo que ella ha logrado, se enfrenta a algo mucho más grande. En esta batalla, nuestra lealtad es inquebrantable. Mi madre tiene la espada de la verdad, y yo, su hijo, soy su escudo.

la historia con el regreso de tu madre a Colombia y la amenaza de Juan Rodríguez.??

Después de recibir la noticia de la salida de Juan Rodríguez y su amenaza latente, el ambiente en casa se volvió más pesado. Mi madre, con su mirada distante y sus pensamientos atrapados entre el pasado y el futuro, pensaba que lo mejor era dejarme en Italia. Ella creía que, por mi propio bienestar, debía quedarme aquí, lejos del peligro que acechaba en Colombia. Su instinto protector siempre había sido más fuerte que cualquier otro sentimiento. Sabía que si regresaba, el riesgo para mí sería inminente.

Pero no lo iba a permitir. No la dejaría sola. Después de todo lo que hemos pasado juntos, después de todo lo que hemos superado, no podría quedarme a la distancia, sin saber cómo enfrentaría las sombras que se avecinaban. Mi madre, la líder temida y respetada, la mujer que nunca se dobló ante la adversidad, no iba a enfrentarse sola a los demonios de su pasado.

La idea de quedarme en Italia, bajo la falsa promesa de seguridad, me parecía insoportable. Ella era mi madre, mi todo, y siempre lo sería. No importaba que estuviera en el centro del conflicto, no importaba lo que pudiera pasar. Mi lealtad y amor por ella eran más fuertes que cualquier amenaza.

Con voz firme y determinante, le dije:

—Mamá, no te voy a dejar sola. Hemos llegado hasta aquí juntos, y no pienso quedarme atrás ahora. No importa lo que pase, voy contigo.

Al principio, sus ojos mostraron una mezcla de sorpresa y preocupación. Su instinto materno la hacía dudar, no quería que me pusiera en peligro por seguirla en su regreso a Colombia. Pero sabía que mi decisión era inquebrantable. Le expliqué que mi lugar estaba junto a ella, y que no me importaba la lucha, ni los sacrificios que tuviéramos que hacer. Siempre fuimos un equipo, y lo seguiríamos siendo.

Finalmente, después de un largo silencio, un suspiro profundo escapó de sus labios. Y, aunque su rostro seguía serio, pude ver una chispa de gratitud en sus ojos. A veces, el dolor de los recuerdos puede nublar el juicio, pero el amor de un hijo puede ser el faro que nos guía hacia la luz.

—Está bien, Alexander. Si realmente quieres ir, entonces irás. Pero debemos estar preparados para todo, y sé que te enfrentarás a lo que viene con el coraje que siempre has tenido.**

Así fue como tomamos la decisión: juntos. Sabía que este regreso a Colombia no sería fácil. El regreso de la Rosa Negra y su hijo mayor significaba enfrentar de nuevo a aquellos que querían vernos caer. Pero ahora, más que nunca, estaba claro que no iba a permitir que mi madre enfrentara el mundo sola. La protegería, al igual que ella me protegió toda mi vida.

La decisión estaba tomada. Mi madre, Violeta de Dy Galyz, y yo regresaríamos a Colombia, y no habría nada ni nadie que nos impidiera hacerlo. Con Enzo a mi lado, mi padre de corazón y alma, comenzamos a organizar nuestro movimiento, cada paso calculado, cada detalle pensado.