El sol padecía tras algunos arbustos, pero a Sara Douglas está luz le favorecía enormemente, ella caminaba por aquella calle empedrada, perdida en sus pensamientos, ni siquiera notaba las miradas lascivas de quienes a su paso disfrutaban su andar.
Acostumbrada a andar sola por esas calles, incluso sola por la vida, ya que desde siempre así fue.
Ella perdió a sus padres siendo una niña y después huyó de casa de sus tíos, quienes la recogieron al quedar huérfana, pues su belleza le trajo problemas desde antes de ser consciente de ella... No tuvo el cariño ni la dedicación de una familia, solo contando con sigo misma y desde hace un par de años con una amiga que se compadeció de su situación.
Su figura estilizada, su color de piel apiñonado, sus ojos color de miel y largo cabello dorado, llamaban la atención de quién la miraba pasar, hombres y mujeres no podían dejar de ver su belleza apareciendo entre las calles; sin embargo, su mirada siempre triste, siempre clavada al piso, temerosa y falta de brillo, no se atrevía a voltear a ver a nadie, mucho menos se atrevía a coquetear con alguno de esos hombres que la perseguían buscando una sonrisa para acercarse, ella siempre con cierto aire de miedo esquivaba lo más posible el contacto con cualquier otro ser.
Aquella tarde sus pensamientos fueron de angustia, salía de la universidad, debía dirigirse a su trabajo, pero tan sumergida iba en sus preocupaciones que ni siquiera supo por dónde caminó, y es que como no iba a estarlo, si con mucho sacrificio había logrado pagar los gastos de su carrera en esa escuela, la beca por aprovechamiento era buena, más no suficiente, aun así sola había cubierto los gastos de sus estudios en derecho, trabajando como mesera en una cafetería donde más que buscar un café, la mayoría de los jóvenes iban buscando el más mínimo desliz de Sara para poder aprovecharlo y entonces estar más cerca de lo que nadie había logrado.
Iniciaba el invierno, su piel lo presentía, pues ya el frío se dejaba sentir en ella. Llevaba sus libros en la mano, del hombro le caía un viejo bolso donde guardaba el uniforme de su trabajo, sus viejos jeans despintados amoldados perfectamente a sus caderas,una blusa blanca y un suéter negro complementaba su sencillo atuendo, sus tenis gastados de tanto caminar, su cabello enredado en una coleta y sus lentes de lectura que parecían guardar tras ellos dos piedras preciosas. Caminaba lento por aquella banqueta y con la mirada abajo, no notó lo lejos que había llegado sumergida en su propia mente, camino al lado opuesto de dónde rutinariamente lo hacía, pensando en como hacer para cubrir los gastos de titulación, no podía flaquear, tantos años de esfuerzo no podían quedar sin concluir, el dinero no podía detenerla, sin ese título de nada habrían válido el resto de sus esfuerzos, por ellos tenía que encontrar una solución, quizá trabajar horas extras, buscar algún otro trabajo donde fuera mayor la paga, en algún momento pensó incluso en volver a casa de sus tíos a reclamar aquella herencia que le dejaron sus padres, sin embargo al pasarle la simple idea por la mente, su piel se erizo, eso es algo que nunca haría, buscar a aquellas personas que tanto daño le hicieron sería lo último en lo que podría pensar, así que mejor buscaría otra solución a su problema.
No muy lejos de sus pasos, a la salida de un impresionante edificio cubierto de cristales, caminando a prisa se encuentra Carlos Douglas, magnate y líder empresarial, de fina apariencia, cubierto con el traje más costoso de la colección Conti de este año, luciendo un precioso reloj de oro y diamantes en su gruesa muñeca, su cabello obscuro contrastante con su piel blanca, sus labios son llamativos, sus ojos tan claros que es difícil acertar el color, su porte elegante se comprende por su altura, es más alto que cualquiera de las personas que pasan a su lado, su figura es delgada más no frágil, por el contrario, sus músculos resaltan aún con aquel traje, es notorio que tiene muy bien definido el abdomen y su presencia es impecable, por ello es uno de los solteros más codiciados de su círculo social. Claro que ha tenido relaciones conocidas con muchas mujeres, a sus casi treinta años tendría que ser así; sin embargo, en ninguna de ellas ha encontrado aquello que él busca, con ninguna se ha sentido identificado, ya que la mayoría de ellas se acercan más por la posición social que él puede brindar que por conocer a aquel hombre que hay en su interior.
Heredero de la cuantiosa fortuna de los Douglas, es responsable de manejar con excelencia la compañía de su padre, quien lo dejo a cargo tras sufrir un infarto a causa de tanto estrés, es por ello que su padre, madre y hermana, dependen totalmente de su buen manejo en aquella empresa.
Desde muy joven Carlos ha sido un tipo callado, de pocas, pero firmes palabras, excelente domador de caballos, su pasatiempo favorito es practicar la equitación, con pocos amigos y bebedor social, responsable y muy atinado en los negocios, ejerce por ello la carrera que estudió en su propia empresa, orgullo de su familia y envidia de los oponentes, quienes muy pocas veces tienen alguna oportunidad real de vencerlo en los negocios.
Al dar un paso fuera de los barandales de la compañía, siente el frío viento golpeando su rostro, se nota que ha entrado ya el invierno y en su corazón desea no pasarlo solo, le gustaría por fin encontrar a esa mujer que convierta la soledad de su casa en una llamarada ardiente en la que no le dé miedo perderse, pues a pesar de tener una hermosa familia, vive solo desde muy joven, siempre busco ser independiente además de querer la libertad obvia que necesitan los jóvenes, pero ahora, con la enfermedad de su padre, su familia pasa mucho tiempo en el extranjero, lo que ha causado sentimientos nostálgicos en su interior.
Solo que no quiere a aquellas mujeres que lo elogian y persiguen cuando lo ven en fiestas y reuniones, sabe que en ellas no encuentra más que el atractivo de una noche y una vida llena de mentiras y engaños, ya que en su mundo esa es la manera en que se dirigen. El busca el amor y la ternura de una mujer que lo vea distinto al resto, añora el amor verdadero, como el que vio crecer en sus padres durante sus casi cincuenta años de matrimonio, quiere que su futuro sea tranquilo junto a una familia como en la que él creció y sobretodo cree en el verdadero amor eterno.
Al bajar las escaleras ha sonado el teléfono de Carlos, Damián su asistente lo detiene para entregárselo, es una llamada de su hermana, eufórica lo saluda y casi revienta los tímpanos con tanto grito y algarabía, se detiene para responder y acuerda con ella conversar en otro momento, hay una reunión importante y debe retirarse, al colgar el teléfono lo entrega a Damián y gira inesperadamente.
Sara no se ha dado cuenta, solo sintió un duro golpe en las rodillas, sus libros están regados y sus lentes se han quebrado al caer al piso, siente como algo tibio corre por su muñeca, y en sus ojos tambalean un par de lágrimas, lo que aún no distingue, es si quiere llorar por el dolor de sus heridas o por las gafas rotas en el suelo. Junto a esas gafas mira un fino par de zapatos, perfectamente lustrados y firmemente anclados al suelo, entonces comprende que ha chocado con alguien, levanta la mirada para ver quién es y poder disculparse.
Al subir sus ojos, un rayo de luz entro por sus pupilas haciendo brillar sus lágrimas, su cara dulce dejo al descubierto el dolor de una niña tirada en el piso, Carlos no pudo resistir sus ojos chillones y sintió la necesidad de ayudarla mientras Damián incrédulo veía la escena desde atrás.
_éstas bien?_ pregunto Carlos agachándose para ayudarla.
_si señor, disculpe, venía distraída y no lo vi.
Al acercar su rostro, Carlos sintió algo que le bajó desde la cabeza hasta el estómago, ahí algo le revoloteaba, sostuvo el aliento antes de poder pronunciar palabra, de verdad que esa jovencita logro impresionarlo gratamente.
_no te preocupes, yo tampoco tuve cuidado, le dijo mientras recogía los libros, al entregárselos noto la sangre corriendo por su frágil muñeca, esto le causó un enorme sentimiento de culpa.
_¡estás sangrando! Ven, levántate. La ayudo a subir y entonces noto que también sus rodillas temblaban y sangraban, tan fuerte había sido la caída que sus desgastados jeans se habían roto y permitieron el paso de las pequeñas piedras que perforaron su piel causando serías heridas.
_No se preocupe señor, no es nada, le dijo Sara avergonzada por su ropa sucia y rota, y es que aquel hombre tan fino, limpio y gentil no debía estar tan cerca de una muchacha como ella, al menos ese fue su pensamiento.
_ Como que nada? Te has lastimado terriblemente por mi culpa, vamos te llevaré a un hospital le dijo Carlos angustiado.
_ No por favor, no se preocupe, no es nada grave, puedo arreglarlo llegando a casa, respondió Sara con cierto miedo en la mirada, y es que después de todo ella no tenía dinero para cubrir los gastos de un médico.
_ Por favor, no puedes ni sostenerte, cómo piensas llegar a casa?, vamos te llevaré hasta el hospital y arreglaré esto, fue mi culpa, me haré cargo de los gastos.
Antes de que Sara pudiera replicar algo, Carlos la tomo en sus brazos y sin esfuerzo alguno la levantó del piso, con la cabeza hizo señas para que Damián levantará las cosas que se quedaron tiradas y al chófer para que abriera la puerta del lujoso auto que lo esperaba.
Al sentir tan cerca el aliento de Carlos, Sara sintió una paz infinita, sintió la sangre palpitar por sus venas y el olor de la fragancia que despedía la inundó en un sentimiento de confianza y agradecimiento.
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