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EN OTRA VIDA

Capítulo 1: Dudas

...Palabras de la aurora...

Hola a todos mis lectores, un gusto saludarlos. Empiezo un nuevo proyecto de amor dulce-juvenil, esperando que les guste. Comparto esta frase de la cual me he apropiado un poco, "El único conflicto real que tendrás siempre en tu vida no va a ser con los demás, va a ser contigo mismo. (Shannon L. Alder)"

Y sin dejar a un lado a nuestro poeta por excelencia Rubén Darío con su poema Amo, amas.

Amar, amar, amar, amar siempre, con todo

el ser y con la tierra y con el cielo,

con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;

amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida

nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,

amar la inmensidad que es de amor encendida

¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!

Agradecer inmensamente su apoyo.

...Luna Azul...

......................

DYLAN SALVATORE

"Si tan solo tuviera el valor de decirle que estoy enamorado de ella. Si yo fuese otra persona que no cargara con este apellido." Todo el tiempo me repetía esto, cada vez que miraba a Lucía.

Desde niño, mis padres me han comprometido con la hija de su mejor amigo, Estela. Estela y yo éramos como esa promesa de nuestros padres para mantener esa amistad y los negocios con vida. Cómo si nuestras vidas fueran solo un objeto de ellos.

A un año de salir del High School quería confesar mis sentimientos a Lucia. Quería pasar la página de mi triste libro, quitar ese peso a mi corazón y seguir con el compromiso oficial con Estela. Solo eso pedía.

— Dylan Salvatore — Estela pronunciaba mi nombre con enojo. Continué caminando por el pasillo del colegio, me dirigía al patio trasero, ella es una chica intensa, que trata de controlar todo lo que hago— detente.

Me detuve. Me tenía de un humor de los mil demonios.

— ¿Qué quieres, Estela? — me giré hacia ella.

— No me hables así. No olvides que soy tu prometida.

— Pasas detrás de mí todo el tiempo, hasta para ir al baño me sigues. Dame espacio, me fastidias todo el tiempo. No pareces mi prometida, pareces mi guardaespaldas.

— No tiene nada de malo. Entiéndelo, tu eres mi prometido. Te amo mucho mi vida — me tiró un beso.

— ¿Qué quieres? Dilo de una vez.

— Quiero estar contigo. ¿Por qué no me tratas como tu novia? Mis amigas con sus novios son otro asunto distinto a la de nosotros.

— Será porque ellos se eligieron, tú y yo no nos elegimos. Estela yo no siento nada por ti. Discúlpame que te lo diga, pero es la verdad. No somos unos niños como para seguir todo lo que nos dicen.

Estela puso una cara de molestia.

— Eres un estúpido— ella dio la media vuelta

Soy Dylan Salvatore, tengo 17 años y estoy por terminar el High School. Desde que era un niño he estado comprometido con Estela, la hija de los mejores amigos de mis padres. Todo este tiempo pude haber desarrollado amor por ella, pero ella es una chica con un ego insoportable, además, es muy pegajosa y eso no me gusta. Desde que tengo uso de razón siempre me ha gustado, Lucía Smith, hija de la señora de la cocina, empleada de la casa. Ella tiene prohibido hablarme, porque mi madre le dice que la clase baja como ella no puede hablarle a un chico como yo, de la alta clase. Así que, ella no pasa esa línea ni yo tampoco.

El timbre de salida sonó. Me dirigí hacia fuera y ahí me esperaba el chófer. Llegué a casa (mansión). Subí a mi habitación, me cambié. Me acerqué a la ventana, podía observar cuando Lucía entraba a la mansión. Ella es como un ángel con sus cabellos dorados en onda.

Sentía un dolor agudo en mi pecho. Tristemente, estaba enamorado de ella.

Bajé al comedor, me senté. La madre de Lucía, doña Elba, se acercó con una bandeja, ella servía el almuerzo. Siempre almorzaba solo.

— Joven, buen provecho— le sonreí.

Esta vez no me sirvió Lucía. Almorcé un poco desanimado.

Sentía que me volvía loco. Querer expresar lo que sentía por ella. Tenerla cerca Pero a la vez distante.

Fui a la cocina a tomar un poco de agua, aunque era un pretexto para verla, cuando escuché de los labios de ella.

— ¿Cómo me veo mamá? ¿Me veo linda?

— Si mi niña. Tú eres preciosa. Espero que tú cita sea bonita.

Entré a la cocina y ellas se quedaron en silencio.

— Necesita algo joven— preguntó doña Elba.

— Si, agua.

— Se terminó el agua que le llevé.

— Perdón, no me fijé. Que despistado soy.

— Me voy mamá — Lucía habló con voz suave.

— ¿A dónde vas? — lo solté sin pensar— es que voy de salida, si quieres te doy un aventón.

— No joven. Si se entera su mamá, se puede molestar. Gracias. Muy amable.

Le sonreí a las dos. Salí de la cocina.

— Joven, el agua— me giré a doña Elba.

— Que lo lleve Lucía a mi habitación, por favor.

Mordía mis labios de impotencia. Ella tendrá una cita.

Entré a mi habitación. Un minuto después, llegó Lucia con el vaso de agua.

— Joven, aquí está el vaso de agua.

La miré fijo a sus ojos, buscaba el valor, tenía que decirle que me gustaba, aunque no ganaba nada con eso.

— Gracias — le dije.

— Me retiro joven.

— No, espera.

— ¿Desea algo más joven?

— No me digas joven, tenemos la misma edad.

— No puedo hacer eso, joven.

— ¿Tendrás una cita? — mi pregunta la tomó por sorpresa.

— Usted escuchó mi conversación con mi mamá.

— No fue intencionado.

— Si, si tendré una cita.

Mi corazón iba de un lado a otro, era como un animalito pateando el corral, quería salir corriendo sin freno.

— Me retiro joven— ella salió de la habitación.

Me tomé el vaso de agua. Y me acerqué a la ventana a observarla mientras se iba.

¿Cómo suelto esto que siento? Solo me torturo. Tal vez en otra vida nos junte el destino, el universo o cupido, porque en esta vida me toca amarla en silencio y verla de lejos.

Bajé nuevamente a la cocina.

— Aquí está el vaso doña Elba.

— Joven yo iba a ir por el.

— Doña Elba, disculpe mi intromisión, ¿Lucía iba a una cita? ¿Ella tiene novio?

— No se si son novios, solo me dijo que un chico guapo la había invitado a salir.

— ¿A ella le gusta ese chico?

— Le llama la atención. ¿Por qué la pregunta joven?

— Curiosidad.

Un poco triste voy a mi cuarto. Tomó mi celular y había unas 25 llamadas de Estela. Eso significaba una sola cosa, que ella vendría a buscarme.

Tomé las llaves de mi auto y salí de la mansión. (Por cosa de mi madre no le gusta que maneje de la escuela a la casa, Pero yo tengo mi auto y lo manejo cuando quiero)

Capítulo 2: La cita de Lucía

DYLAN SALVATORE

Conduje sin destino, deseaba calmar esta voz interna que lo único que hacía era entristecerme, morir por dentro.

Estela llamó un par de veces más. Ella era muy persistente. Me detuve en un centro comercial y caminé hasta llegar al tercer piso, dónde estaba el cine. Aunque suene muy absurdo, Lucía estaba ahí sentada con un chico, platicaba, le sonreía y el le tomaba la mano.

Sentí como un fuego abrasador recorría mis venas. El chico tocaba sus mejillas y ella sonreía. Por un instante, perdí la razón. Me acerqué a ella y le tomé la mano, no le di lugar de hablar. Solo la saqué de ahí a jalones. El chico se quedó ahí sentado sin reaccionar. La llevé a mi auto.

— ¿Qué te pasa? ¿Por qué diablos haces esto? — Lucía me gritó— ¿por qué arruinas mi cita?

No dije nada, solo me acerqué y la besé. Lo que Lucia no sabía es que este era mi primer beso, ese primer beso que tanto deseaba darle desde que éramos unos niños.

Ella me empujó. Tenía una cara de sorpresa.

— Estoy enamorado de ti— le dije.

Ella fruncía el entrecejo. Bajó su mirada al suelo.

— Esto no está bien. Si tu mamá se entera va a despedir a mi madre. Eres un idiota.

— No es mentira, estoy enamorado de ti.

— Tú estás comprometido con la señorita Estela. ¿No estás bien de tu cerebro? Por favor mírame, no somos iguales y nunca lo seremos.

Ella empezó a caminar muy enojada. Parecía que quería llorar. La seguí.

— Deja de seguirme. Maldita seas, no ves que estás haciendo el ridículo.

Le tomé nuevamente la mano y la obligué prácticamente a entrar al auto. Arranqué sin perder el tiempo. Conduje sin dirección. Ella no me dirigía la palabra, miraba a un lado.

Me detuve de repente.

— Lucía, tú me gustas— suspiré.

— Estás demente. Eres un chico que pronto se casa con su prometida. No tengo la intención de ser la amante de nadie, ni la tercera en la discordia.

— No te estoy pidiendo que seas la amante, ni la tercera, no, nada de eso. Solo quiero expresarte mis sentimientos.

— Estaba en una cita. Comprendes. Voy a hacer de cuenta que esto no pasó. Ni una palabra a nadie. Por favor.

Ella intentó abrir la puerta del auto, pero la tenía bajo llave.

— Deja de jugar. Quiero bajar— me miraba con enojo.

— Te voy a abrir la puerta si me das un beso.

— ¿Un beso? Esto es un abuso. Hace rato robaste mi primer beso y ahora quieres que te bese para que puedas dejarme ir. Eres un idiota.

¿Su primer beso? Quiere decir que ese chico no la había besado. Me sentí feliz por un segundo. Le sonreí.

— Imbécil... que te causa risa— ella se sonrojó y miro hacia un lado.

Me acerqué un poco y puse mi mano en su mejilla y con suavidad hice que ella me mirara.

— Desde que eras una niña...— pausé — he estado enamorado de ti. Y en un momento creí que te gustaba. ¿Por qué dejaste de hablarme como cuando éramos niños? No me sabes cómo me dolió.

— ¿Por qué? — Lucía parecía que iba a llorar— ya no somos niños. Ahora sé cuál es mi lugar. O ¿cuántas veces crees que tu mamá me regañó por hablarte?

— Un beso y te dejo ir. Solo eso te pido. Un beso y no te voy a molestar nunca más.

Dirigí sus labios a los míos. Ella cerró los ojos y con mucha suavidad la besé. Sentía que mi corazón iba a salirse de mi pecho.

Quedamos en silencio un buen rato. Quité el seguro de la puerta. Ella salió del auto. Caminó unos pasos y se subió a un taxi.

Siendo honesto, no sabía cómo sentirme. Era un sentimiento de felicidad Pero de vacío también.

Llegué a casa.

Estela estaba sentada en la sala junto a mi madre.

—¿Dónde andabas? ¿Por qué no contestaste mis llamadas? Soy tu prometida.

No saludé. Iba a mi cuarto.

— Detente ahí Dylan. Es de mala educación no saludar a tu novia y a tu madre.

Me giré, le sonreí.

— Hola mamá. Ya estoy en casa. Hola Estela. Me retiro, voy a hacer la tarea.

— Dylan Salvatore— la voz enojada de mi madre hizo que mi piel se erizara. Pero aún así seguí caminando hacia mi cuarto.

Cada día es lo mismo. Entiendo que mis padres y sus padres sean amigos de antaño, Pero obligarme a casar con Estela es demasiado. Mis padres no necesitan nada de la familia de Estela.

Entré a mi cuarto y le puse seguro. Me acosté.

Mi cerebro solo pensaba en Lucía. Sus labios son tan suaves, ella tenía un aroma a fresa. Suspiré un par de veces.

Pensé en escapar con Lucia a algún lugar donde nadie nos conociera, Pero había un detalle. Lucia creo que no siente nada por mi. Este es un amor unilateral.

Tocaron la puerta. Revisé mi reloj. Era hora de la cena. Me levanté.

— ¿Quién es? — pregunté. Quería asegurarme que no era Estela.

Nadie respondió.

Volvieron a tocar la puerta. Abrí. Estaba Lucia de pie. Ella no dejaba de mirar el piso.

— La señora quiere que bajes para cenar.

— Actúa normal, como siempre— le dije.

— Esa era la razón, joven.

Le tomé la mano. Ella se soltó de un jalón.

— Joven Dylan, podría dejar de hacer eso. Su prometida está aún en la sala y no quiero malas interpretaciones. Además, me dijo que no me molestaría más. Cumpla su palabra.

— ¿No te gusto?

— No. No me gustas.

Al salir Lucia del cuarto, Estela entró y me miró con desagrado.

— Estoy mal o a ti te gusta esa empleaducha.

— Sal de mi cuarto. No te he invitado a entrar.

— Yo no necesito invitación. Pronto esta será mi habitación.

— Estás loca— volteé los ojos— no me quiero casar contigo.

Estela se acercó y me abrazó.

— Pero yo si me quiero casar.

— Pareces una garrapata pegada. Suéltame.

Lucia se detuvo en la puerta de mi cuarto, traía una bandeja con dos vasos de jugos y unas galletas.

— Lucia— dije en voz bajita.

Estela se giró y sonrió.

— Entra mucama. Pon la bandeja en cualquier lado. No ves que estamos ocupados.

Me quité de encima a Estela. Lucía puso la bandeja en la cama y se fue.

Voy a volverme loco. Saqué a empujones a Estela. Cerré la puerta con llave.

Maldita sea Estela. Tengo que pensar como convencer a mis padres de no casarme.

Capítulo 3: Todo cambió

LUCIA SMITH

Mi madre empezó a trabajar en la mansión de los Salvatore cuando yo tenía unos tres años de edad. Fue una gentileza del señor Salvatore aceptar a mi madre con un hijo. Siempre fui una niña calmada, pero muy amiguera, por mi edad no sabía que era bueno o malo, rico o pobre, yo solo quería hacer amigos. Así que, cuando ví a Dylan lo primero que hice fue correr hacia él para hablar. Al inicio no había problema, causaba un poco de gracia, Pero cuando íbamos creciendo, a la edad de diez años, todo cambió. La madre de Dylan, la señora América Salvatore me llamó al despacho que había en su casa, y me preguntó si me gustaba Dylan. En mi inocencia, respondí que sí. Era cierto que me gustaba, me gustaba hablar con él, dibujar y jugar a la pelota.

Ese día la señora América cambió totalmente conmigo. Me dijo que no quería verme platicar con Dylan, o si no iban a despedir a mi mamá y que ella iba hacer todo lo posible para que nadie la contratara, también decía que los seres humanos estábamos clasificados en clases. Yo era de la clase pobre o baja, y ellos de la clase alta y éramos como el agua y el aceite, no debíamos mezclarnos.

Fueron muchas las veces que la señora América me regañaba dejándome bien claro cuál era mi lugar.

Solo era una niña que tuvo que ver la realidad de la vida. Así que de la nada deje de hablar con Dylan. Él era un niño tímido y yo era una niña muy extrovertida, éramos dos polos opuestos.

Muchas veces quise llorar, pero no quería que mi madre se preocupara, tampoco que su esfuerzo por mantener su trabajo se viniera abajo por mi culpa.

Los niños también nos enamoramos, siempre hay un primer amor, un amor inocente, un amor sin malicia, un amor tierno. Sentía que Dylan era mi amigo y ese amor de niño.

Con la adolescencia me volví más distante y más reservada. Mis pechos empezaron a crecer, mis caderas se ensancharon y empezaron aquellos días donde menstruaba. Ayudaba a mi madre en la cocina, para aligerar su carga. Mi vida ya no era igual, ya no era aquella niña.

La señora América me observaba todo el tiempo y ese amor que sentía por Dylan a la edad de quince años la enterré. No sentía nada, le servía como el joven de la casa, me acostumbré a decirle "joven Dylan". De un momento a otro éramos como dos desconocidos.

Estaba en el cine con Manuel, un chico de mi clase que me había invitado a salir, era algo así como mi primera cita. Manuel es agradable y creo que me atrae. Coqueteaba un poco con él cuando llegó Dylan y me jaló hacia su auto. Me dio un beso de la nada.

Toda esta maldita escena pasa por mi cabeza una y otra vez. ¿Le gusto? ¿Está enamorado? Es una ridiculez. Él está comprometido.

Por la noche llamé a Manuel. Pero las llamadas iban directo a buzón.

— Sucede algo hija. Has mirado tu celular varias veces.

— No pasa nada.

— ¿Cómo te fue en tu cita?

— Pues no sé si llamarle cita. Manuel es mi mejor amigo supongo. Todo estuvo normal— no quise contarle nada para no preocuparla.

— Entonces descansa.

— Mañana tengo exposición, voy a estudiar un poco. Voy a salir al jardín para no molestar. Ya sabes que estudio hablando.

— Yo sé. Yo si me voy a dormir, estoy agotada. ¿Cuándo es tu pre-matrícula de la universidad?

— Aún no me decido. No sé qué quiero estudiar. No te trasnoche por mi.

— Está bien. Ya tendrás el tiempo de decidir.

Salí a caminar por el jardín. Eran las 11 de la noche. Iba y venía repitiendo de los cruces mendelianos, un tema de biología. Me senté un ratito en una banqueta que esta en el jardín. Dirigí mi vista al cuarto de Dylan, su luz está encendida y podía ver una silueta tras la cortina de su ventana.

En otra vida no habrá clase social entre nosotros, y podré amarte libremente. En otra vida tu y yo nos casamos y seremos felices.

Que este sentimiento no salga. Está enterrado, bien enterrado.

Respiré fuerte y me fui a descansar.

No pude pegar el ojo en toda la noche. El beso iba y venía, mi corazón se aceleraba y mis lágrimas salían. Era como un tipo de guerra entre el corazón y mi mente.

Sonó la alarma a las 4:00 am. Me levanté y me fui al baño. Sentía mis ojos como si tuvieran arena. Me puse el uniforme y le ayudé a mi mamá a preparar el desayuno.

— No pudiste dormir. Se nota en tus ojos.

— Son los nervios de la exposición.

— Mmm... Puedes contar conmigo para cualquier cosa que te aflija.

— No te preocupes mamá. No es nada, solo es nervio por la exposición. Además, me preocupa que no sé que estudiar. Debería de buscar un trabajo para que tú descanses.

— Lucía, no me digas eso. Yo quiero que seas una profesional y no importa el esfuerzo que haga, quiero que tú seas alguien distinta a mí, que tengas las oportunidades que yo no tuve. Valora mi esfuerzo por favor.

— Está bien mamá. Perdón por lo que dije. Solo que quiero ayudarte.

— Ya lo haces.

La señora América llega a la cocina, bien elegante como es de costumbre.

— Elba, llévale el desayuno a Dylan, se siente indispuesto para ir al colegio. Llama al doctor para que venga a verlo.

— Está bien señora América. Su desayuno está listo. Voy a servirlo.

— No hay necesidad, mi esposo y yo vamos de salida. Solo encárgate de mi hijo— Salió tan flamante de la cocina.

— Hija prepárale algo al joven, voy a llamar al doctor.

— Mamá se me hace tarde— lo único que quería era evitar a Dylan.

— Ayúdame por favor— mi mamá cogió el teléfono.

— Está bien mamá.

Puse el desayuno en la bandeja y me dirigí al cuarto de Dylan. Me detuve frente a la puerta. Recordé el beso. Mi estómago se agitó.

Golpeé la puerta.

— Voy a entrar joven— no me salía la voz.

Dylan estaba de pie tras la puerta.

— Buenos días, joven. Aquí está su desayuno— lo puse en la mesita.

— Lucía— Dylan cerró la puerta del cuarto.

— ¿Qué hace? Mi mamá puede venir.

— Huyamos.

— No joven. No quiero.

Dylan tomó mis manos y las acarició.

— Solo te lo voy a pedir una vez más, Huyamos. Yo estoy enamorado de ti. No quiero a Estela, tú sabes bien que ella es una novia impuesta.

¿Huir? ¿Qué pasará con mi madre? ¿Qué pasará cuando nos encuentren? Mi madre no tendrá mas trabajo, porque estoy segura de que la influencia de la señora América Salvatore hará lo posible para que mi madre asuma las consecuencias.

Mi corazón y la razón se ponían de acuerdo.

— Joven Dylan quiero que usted entienda que nosotros no podemos ni hoy ni en el futuro tener algo romántico. Somos como el agua y el aceite— recordé aquellas palabras de la señora América— no debemos mezclarnos. Yo no siento lo mismo que usted siente. Pido disculpas si hice algo que lo confundió. Así que por favor, no hagas más esto.

— Está bien— Dylan soltó mis manos — Bueno, puedes retirarte — él sonrió aún con sus ojos llenos de lágrimas.

Parecía que yo era la mala. Así me sentí hace años atrás, cuando la señora América me hizo entrar en razón. Yo no tengo la culpa, tú no tienes la culpa. En un futuro esto solo será un mal recuerdo.

Salí del cuarto de Dylan. Tenía un dolor agudo en la boca del estómago y un nudo en la garganta.

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