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Raíces Cruzadas (LGBT)

Una cena incómoda

La noche era fría, y el viento cortaba como cuchillas mientras León y Clara bajaban del taxi frente a la casa de los padres de ella. La vivienda era pequeña pero impecablemente cuidada. La fachada, pintada de un color crema gastado, estaba adornada con macetas llenas de geranios que Florencia cambiaba religiosamente según la temporada. Una luz cálida brillaba desde las ventanas, ofreciendo un contraste reconfortante con el exterior helado.

Cuando Clara tocó el timbre, la puerta se abrió casi de inmediato. Florencia apareció con una sonrisa amplia, luciendo un vestido sencillo pero bien planchado, y el cabello recogido en un moño que intentaba ser elegante.

—¡Bienvenidos, pasen, pasen! —exclamó, tomando a Clara por los hombros y dando un vistazo rápido a León—. ¡Qué frío! Muchacho, esa campera de cuero se ve bien, pero debe ser helada. Déjame colgártela.

León se la entregó con una sonrisa, agradeciendo el recibimiento. Al entrar, lo envolvió el aroma de algo que se cocinaba en el horno, un olor a especias y carne que daba hambre al instante. La casa era un reflejo del esfuerzo de Florencia: muebles antiguos pero relucientes, cortinas bordadas a mano y fotos familiares enmarcadas cuidadosamente en las paredes. El suelo de madera brillaba como un espejo, y ni un solo rincón parecía fuera de lugar.

—Tu madre es increíblemente organizada —susurró León a Clara mientras caminaban hacia el comedor. Ella sonrió, nerviosa, pero no respondió.

En el comedor, Sergio ya estaba sentado a la cabecera de la mesa, hojeando un diario amarillento. Levantó la vista solo lo suficiente para mirar a León, asintiendo con la cabeza en un saludo casi mecánico. Rodrigo, el hermano mayor de Clara, estaba hundido en su silla con el celular en la mano, aparentemente indiferente a la llegada de los invitados. Jazmín, la hermana menor, revoloteaba por la mesa colocando los últimos detalles, su cabello recogido en dos coletas que le daban un aire juvenil.

—Siéntense, por favor —dijo Florencia, moviendo los platos y ajustando servilletas, claramente deseosa de impresionar.

La conversación comenzó de manera tranquila. Florencia se dirigió a León con entusiasmo maternal:

—Clara me ha contado que te interesa la arquitectura. ¡Qué carrera más linda! ¿Por qué decidiste estudiarla?

—Desde niño me gustaba dibujar, y siempre tuve curiosidad por cómo se construyen las cosas —respondió León con calma—. Además, mi papá es bueno con los números y siempre me animó, y Alex me regalaba pinceles y materiales para aprender.

El silencio que siguió fue palpable. Florencia parpadeó, confusa.

—¿Alex? —preguntó, ladeando la cabeza.

León sintió el ligero apretón de Clara en su rodilla debajo de la mesa, un gesto de advertencia.

—Sí, fue pareja de mi papá —respondió León con cuidado, intentando mantener un tono neutro.

Florencia parpadeó nuevamente, como si intentara procesar lo que acababa de escuchar. Pero antes de que pudiera decir algo, Sergio interrumpió.

—¿Ves, mujer? Te dije que las milanesas iban a quemarse si te distraías tanto. Y el jugo está tibio, como siempre.

El aire se tensó al instante. Florencia bajó la cabeza, avergonzada, mientras Jazmín se encogía de hombros y Rodrigo seguía pegado a su teléfono. León, sin embargo, se quedó observando a Sergio con una mirada fija y ardiente, casi como si pudiera taladrarlo con los ojos.

—No pasa nada, señora Florencia —dijo León de repente, rompiendo el silencio—. Dígame dónde está el jugo que yo mismo lo sirvo. Tengo manos, no necesito que alguien lo haga por mí.

El comentario, dirigido con calma pero claramente enfocado en Sergio, dejó a la mesa en silencio. Clara lo miró con una mezcla de orgullo y preocupación, mientras Jazmín sonreía ligeramente. Florencia, agradecida, asintió y señaló la cocina.

León se levantó y sirvió el jugo él mismo, regresando a la mesa con una expresión tranquila pero determinada. Sergio lo miró con curiosidad, quizás impresionado por el gesto.

—Un muchacho con iniciativa. Eso es bueno. Pero te voy a decir algo —dijo Sergio mientras se servía otro vaso de vino—, no te apures en casarte. Los jóvenes de hoy se apuran y luego terminan arrepentidos.

León lo miró directamente a los ojos.

—No se preocupe, señor. Mi madre y mi padre se casaron muy jóvenes, y las cosas no funcionaron. Lo bueno es que aprendieron a llevarse bien y a darme lo mejor de ambos. Creo que lo importante es saber cuándo algo funciona y cuándo no.

El comentario dejó a Sergio en silencio por un momento, sorprendido por la madurez del muchacho.

—Eso está bien, supongo —respondió finalmente, aunque sin perder su tono autoritario—. Pero una familia necesita un hombre que se quede y mantenga todo unido. Eso es trabajo de hombres.

León no respondió, pero su mirada transmitía un claro desacuerdo.

Más tarde, mientras Clara mostraba algunas fotos familiares, Florencia pasó una imagen de su hija adolescente tomada en un día de verano. En la foto, Clara estaba tomada de la mano con una amiga que León no conocía. Clara se tensó de inmediato, pero León simplemente sonrió, observando la incomodidad de su novia.

—Esa era una amiga muy especial, mamá —dijo Clara, intentando cambiar rápidamente la página.

León tomó su mano debajo de la mesa y la apretó suavemente, dándole seguridad.

Cuando finalmente se despidieron, León agradeció a Florencia por la cena y miró a Sergio directamente antes de salir.

—Gracias por la comida, señor Sergio. Y no se preocupe, mi papá me enseñó algo muy importante: el respeto no se gana con gritos, sino con acciones.

Sergio no respondió, pero quedó en silencio mientras veía a León y Clara salir de la casa, dejando una impresión difícil de borrar.

Cena en casa de Clara (continuación con revelaciones sutiles)

La velada continuó con la misma dinámica tensa y algo incómoda. Después de que León regresara con el jugo, el ambiente se calmó ligeramente, pero aún había algo que flotaba en el aire, algo que ninguno de los adultos parecía dispuesto a abordar abiertamente. Florencia, sin embargo, estaba más que feliz de continuar con la charla sobre los estudios de León y la vida de su hija, mientras que Sergio se reclinaba en su silla, estirándose de vez en cuando para mostrar su cansancio, como si las molestias cotidianas lo agotaran más que cualquier otra cosa.

A medida que la cena avanzaba, la familia seguía con su conversación rutinaria, pero León no podía evitar notar los pequeños detalles que hablaban más que las palabras. En un momento, Florencia mencionó con orgullo que su hija nunca había necesitado nada de nadie para salir adelante, como si hubiera querido recalcar el contraste con las historias de otros jóvenes que, según ella, dependían de "sus padres y su entorno" para llegar a ser alguien.

—Clara siempre ha sido una mujer independiente, nunca necesitó que nadie le dijera lo que tenía que hacer —comentó Florencia, casi sin pensar, mientras servía una ensalada de hojas verdes.

León levantó una ceja, sintiendo una desconexión entre lo que su suegra decía y lo que en realidad sucedía. Observó a Clara, quien desviaba la mirada y jugueteaba con su servilleta, como si esa idea de independencia estuviera más en la cabeza de su madre que en la de ella misma.

Era claro que Florencia no veía las realidades complejas de la vida de su hija, o tal vez no quería verlas. León, sin embargo, lo percibía todo con más claridad.

En ese mismo momento, Sergio levantó la voz, interrumpiendo la conversación en una especie de tono burlón:

—¿De verdad te vas a quedar ahí sentada toda la noche, Rodrigo? ¿Vas a esperar que mamá te sirva todo?

Rodrigo, como siempre, no levantó la mirada de su teléfono. No le respondió, pero la actitud era evidente: estaba acostumbrado a la servilleta y la comida servida sin que tuviera que mover un dedo, algo que ni él mismo parecía cuestionar. Florencia, como si nada pasara, simplemente comenzó a llenar su vaso de vino con una sonrisa complaciente.

León, observando esta escena, pensó que quizás las dinámicas familiares de Clara no eran tan diferentes a las de su propio hogar, aunque sus padres siempre habían sido más abiertos y dispuestos a negociar la autonomía de todos.

—¿Tú cómo haces para balancear todo, Clara? —le preguntó León, buscando una forma de romper el silencio y profundizar en su observación, sin ser demasiado directo.

Clara lo miró de reojo, claramente incomoda, y respondió con una sonrisa nerviosa:

—La verdad es que no es fácil... a veces siento que mi madre tiene una idea muy distinta de lo que soy realmente. Ella cree que todo lo que hago tiene que encajar en una idea perfecta de lo que debería ser una "buena hija".

León se giró para ver a Florencia, quien no parecía haber notado el cambio en el tono de la conversación.

—Yo no creo que todo tenga que ser tan perfecto —dijo León, con una sonrisa más tranquila—. La perfección es una idea que, al final, solo te hace sentir más vacío.

Aquel comentario fue como una chispa en la conversación. Sergio frunció el ceño al escuchar esas palabras. No porque le parecieran malas, sino porque no encajaban en su visión del mundo. Florencia, por su parte, pareció no entender del todo, ya que le sonrió a León como si hubiera dicho algo muy profundo, pero en realidad, solo estaba añadiendo más capas a la confusión familiar.

—El mundo necesita gente que se mantenga firme, que siga los valores tradicionales —dijo Sergio, con su voz grave, intentando dar peso a sus palabras.

León lo miró fijamente, dándole una respuesta que podría parecer provocadora si se la analizaba demasiado a fondo:

—Sí, pero a veces esos valores se convierten en barreras. Y las barreras no permiten que las personas crezcan. Mi papá me enseñó a pensar por mí mismo, a no seguir reglas solo porque los demás las imponen. No sé si eso se llama rebelión, o solo ser honesto con uno mismo.

En ese momento, Clara se tensó aún más. Florencia, como siempre, parecía estar desconectada de las implicaciones de la conversación, sonriendo a medias y dando la impresión de que pensaba que León estaba "bien educado" solo porque hacía comentarios reflexivos, pero no llegaba a comprender el fondo de su mensaje.

Sergio, por su parte, soltó una risita despectiva antes de cambiar de tema, queriendo minimizar la tensión en la mesa.

—Bueno, ¿y tú qué piensas de todo esto, Rodrigo? —le preguntó a su hijo, quien por fin levantó la cabeza del teléfono, claramente no interesado en la conversación.

—No sé... cada quien hace lo que quiere —respondió Rodrigo, sin mucha energía.

Entonces Florencia, como si intentara devolver la calma, se adelantó rápidamente y comenzó a hablar de un tema más ligero, como si nada hubiera ocurrido. Habló de las flores del jardín, de las cenas que solía preparar cuando la casa estaba llena de visitas, de las veces en que Rodrigo había sido tan "bueno" en el colegio... Un intento desesperado por reencarrilar la conversación hacia lo que a ella le resultaba más familiar y cómodo.

Sin embargo, León, que había estado observando cada movimiento, cada palabra, vio lo que otros no querían ver: la desconexión entre lo que Florencia pensaba que era una familia feliz y lo que realmente estaba ocurriendo. En su mente, había un reconocimiento latente de que a veces las máscaras de perfección no cubren las cicatrices que quedan cuando intentas ajustar tu vida a un molde que no encaja contigo.

Antes de levantarse de la mesa, León lanzó una mirada fugaz a Clara, quien lo miró con una mezcla de tristeza y preocupación. Él sabía lo que pasaba en la cabeza de su novia. La lucha entre ser fiel a su familia y seguir su corazón no era algo fácil de sobrellevar, pero al menos León ya no tenía miedo de ser quien era. Y eso, para él, era lo único que importaba.

—Gracias por la comida —dijo León, en voz baja pero firme—. Todo estuvo muy bien.

Florencia, sin entender nada, asintió feliz, pero Sergio observó a León con un aire de desconcierto, como si nunca hubiera conocido a un joven como él.

Clara tomó la mano de León mientras salían, agradecidos por haber sobrevivido a esa velada.

Confrontación en el aula

La clase de ética transcurría como cualquier otra, con el profesor Ortega en su acostumbrado tono monótono, repasando un tema que poco interesaba a la mayoría de los estudiantes. León estaba sentado al final del aula, girando distraídamente la pulsera de colores en su muñeca. Era un gesto inconsciente, un anclaje a algo más profundo, pero al mismo tiempo, algo que Ortega no pudo ignorar.

El profesor se detuvo en seco al notar la pulsera. Frunció el ceño y, con su tono autoritario habitual, señaló hacia León.

—Señor Leon, ¿eso es lo que creo que es? —preguntó con una mezcla de burla y desaprobación.

Leon levantó la mirada lentamente, manteniendo la calma aunque sintió un pequeño nudo en el estómago. Sabía que aquello no era un simple comentario. Era un desafío.

—¿Se refiere a mi pulsera, profesor? —respondió, con una voz firme y sus ojos brillando como dos brasas de fuego.

Ortega cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si quisiera imponer su autoridad con la postura.

—Exactamente. ¿Sabes lo que simboliza? Me parece un accesorio... llamativo para un estudiante.

Leon sintió una oleada de calor en el pecho, como si su cuerpo estuviera listo para responder antes que su mente. Respiró hondo, intentando controlar el temblor que amenazaba con instalarse en sus manos. En lugar de apartar la mirada, la mantuvo fija en el profesor.

—Claro que sé lo que significa, profesor. Es un símbolo de apoyo y orgullo —dijo, subiendo ligeramente la barbilla, lo que le daba una postura más desafiante.

El aula se llenó de un incómodo silencio. Los compañeros de Leon intercambiaron miradas nerviosas; algunos parecían expectantes, mientras otros evitaban la situación por completo. Ortega, sin embargo, dio un paso hacia el centro del aula, como si su autoridad necesitara más espacio.

—Interesante —dijo el profesor con una sonrisa ladeada que no llegaba a sus ojos—. Me pregunto si entiendes lo que eso implica. No todo el mundo quiere a los putos..

León apretó los labios y notó cómo su mandíbula se tensaba. Sus manos, que normalmente descansaban en la mesa, ahora estaban firmemente apoyadas contra el borde del pupitre, los dedos blancos por la presión. Aunque sentía su corazón latir con fuerza, mantuvo su voz estable.

—Mi papá me lo enseñó, que existe mucho odio contra la comunidad, yo mismo he visto cómo ha afectado nuestra dinámica familiar.

Ortega levantó las cejas, claramente sorprendido por la dirección que tomaba la conversación. Leon lo notó y aprovechó el momento para levantarse de su asiento. Mientras caminaba hacia el frente del aula, sintió las miradas de todos los presentes. Su cuerpo estaba tenso, pero su postura seguía siendo segura.

—Voy a decirle algo sobre mi familia, profesor, porque creo que esto va más allá de una simple pulsera.

El aire parecía más pesado en el aula, como si cada palabra de León cortara el silencio con un filo invisible. Sus manos gesticulaban suavemente mientras hablaba, pero su respiración seguía siendo controlada.

—Mi papá es bisexual. Y durante años estuvo en una relación con otro hombre, Alex. Fue complicado, hubo errores, pero también mucho amor. ¿Sabe qué aprendí de ellos? Que no hay una sola forma de ser familia. Y que nadie tiene derecho a hacerte sentir menos por ser quien eres.

Leon sintió su pecho expandirse al decir esas palabras, como si liberar esa verdad frente a todos le quitara un peso que llevaba mucho tiempo cargando. Ortega, por su parte, parecía incómodo, su postura rígida y las manos cruzadas al frente como si se estuviera protegiendo.

—Señor Leon, creo que esta clase no es el lugar para...

Leon levantó una mano, interrumpiéndolo con respeto pero también con firmeza.

—Con todo respeto, profesor, creo que este es el lugar perfecto. Porque sus comentarios no son solo sobre mi pulsera. Son sobre un sistema de creencias que le hace daño a mucha gente, y no voy a quedarme callado ante eso.

Su voz era clara, pero su respiración ahora era más rápida. Su cuerpo estaba alerta, con los hombros ligeramente hacia adelante, como si estuviera listo para enfrentar cualquier respuesta.

El aula seguía en silencio. León podía sentir el sudor en sus palmas, pero no se movió. Finalmente, Ortega simplemente dio media vuelta hacia la pizarra, murmurando algo sobre "volver a la lección".

León regresó a su asiento, sus piernas ligeramente temblorosas. Clara, que estaba sentada cerca, le rozó la mano con la suya en un gesto de apoyo. Aunque su cuerpo todavía estaba en tensión, León sintió una oleada de alivio. Había hablado, había enfrentado el momento, y no se había derrumbado.

Después de la clase, León se encontró rodeado por un pequeño grupo de compañeros que lo miraban con curiosidad. Algunos habían estado en silencio durante su enfrentamiento con el profesor Ortega, pero ahora querían saber más. Aunque León era reservado sobre su vida familiar, sintió que era un momento oportuno para compartir algo significativo.

—¿Cómo es crecer con un papá... bisexual? —preguntó uno de los chicos, sin mala intención, pero con torpeza.

León suspiró y sonrió levemente. No era una pregunta fácil, pero estaba acostumbrado.

—Es... interesante —respondió, apoyándose contra el escritorio—. Verán, mi papá, Daniel, estuvo casado con mi mamá, Rebeca, cuando eran muy jóvenes. Tuvieron una relación que parecía de cuento de hadas, pero él tenía cosas que no entendía de sí mismo. Años después, conoció a Alex, alguien que había sido su primer amor de juventud. Decidió darle una oportunidad a esa parte de su identidad que había ignorado por mucho tiempo.

Algunos compañeros intercambiaron miradas sorprendidas, pero León continuó con calma.

—Alex era... diferente. Tenía una energía que llenaba cualquier habitación, siempre dispuesto a bromear o animar a quien estuviera cerca. Cuando mi papá decidió estar con él, no fue fácil para nadie. Mi mamá quedó destrozada, mi familia no entendía, y yo... bueno, era solo un niño tratando de entender por qué las cosas cambiaron de repente.

Clara, que estaba junto a él, le tomó la mano, dándole fuerzas para seguir.

—Lo que siempre recordaré de Alex es que me enseñó a pintar. Cada cumpleaños me regalaba pinceles o cuadernos de dibujo. Nunca intentó ocupar el lugar de mi mamá, pero siempre estuvo ahí para apoyarme. Él y mi papá tenían discusiones, peleaban como todos, pero también se querían profundamente. Me acuerdo de una vez, cuando yo tenía unos diez años, que los vi en el jardín intentando arreglar una vieja hamaca para mí. Se pasaron toda la tarde riéndose, peleando con las herramientas, y al final lograron dejarla perfecta.

La clase estaba completamente en silencio, y León notó que incluso el profesor Ortega, que estaba en su escritorio, parecía estar escuchando.

—Sin embargo —continuó—, su relación tampoco funcionó. Mi papá siempre llevaba consigo ciertas heridas, y Alex también tenía las suyas. A pesar de todo, siempre supe que me querían y que intentaban darme lo mejor que podían. Ahora los veo como dos personas que, aunque no pudieron estar juntas para siempre, me enseñaron que no hay nada más importante que ser honesto contigo mismo y con los demás.

León hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran.

—Así que, cuando uso esta pulsera, no solo es por ellos, sino por lo que aprendí de ellos

El cumpleaños de Alex

Leon estaba en su habitación, absorto en un videojuego de acción en su PlayStation 5. El ruido de disparos y explosiones llenaba el cuarto decorado con posters y figuras de sus franquicias favoritas. Apenas notó los golpes suaves en la puerta.

—¿Puedo entrar, Leon? —preguntó Rebeca, asomándose antes de que él contestara.

—Sí, mamá —respondió sin apartar la mirada de la pantalla.

Rebeca entró y se detuvo en el centro de la habitación, con los brazos cruzados y una leve sonrisa que pronto desapareció al darse cuenta de que su hijo no le estaba prestando atención.

—Hoy es el cumpleaños de Alex —dijo, esperando alguna reacción.

Leon siguió jugando, pero asintió con la cabeza, emitiendo un "Hmm".

—Está muy mal desde que se separó de tu papá. Creo que deberíamos llevarle algo —continuó Rebeca, su tono ahora más insistente.

—Claro, mamá. Está bien —dijo Leon, sin desviar los ojos de la pantalla.

Rebeca suspiró profundamente, caminó hasta el televisor y apagó la consola. Leon giró la cabeza, sorprendido.

—¿Qué haces? ¡Estaba a punto de ganar!

—Quiero que me prestes atención, Leon. No es solo por Alex, es por ti. Estas cosas son importantes —respondió Rebeca, con una mezcla de firmeza y ternura.

Leon suspiró y dejó el control a un lado, recostándose en la cama.

—Está bien, mamá. ¿Qué regalo podemos llevarle?

Rebeca se sentó junto a él.

—Pensé en algo significativo. Algo que le muestre que, aunque las cosas no salieron como él quería, siempre fue una parte importante de nuestra familia.

Leon se quedó pensativo, mirando el techo.

—Tengo una idea. Le daré un dibujo que hice de niño. Es un garabato, pero sale él con papá y contigo. Alex siempre creyó que sobraba en la familia, ¿no? Quizás esto le ayude a entender que no era así.

Rebeca lo miró con ternura, sorprendida por la madurez de su hijo.

—Es una gran idea, hijo. Estoy segura de que le gustará.

Se levantó y caminó hacia la puerta.

—Tu padre llegará en una hora. Vamos los tres.

Leon asintió, con una sonrisa relajada, mientras ella salía del cuarto.

El departamento de Alex estaba en penumbra cuando Rebeca, León y Daniel tocaron la puerta. Alex abrió después de unos segundos, con ojeras profundas y una expresión que denotaba sorpresa al verlos.

—¿Qué hacen aquí?

—Es tu cumpleaños, Alex. Pensamos que sería bueno pasar un rato contigo —respondió Rebeca, sonriendo suavemente.

Alex dejó la puerta abierta, invitándolos a pasar. El lugar estaba limpio pero vacío, salvo por una mesa con una botella de vino y un plato sin terminar.

—Gracias por venir. No tenían que hacerlo —dijo Alex, con voz apagada.

León sacó el dibujo de su mochila y se lo extendió.

—Esto es para ti.

Alex lo tomó, desconcertado. Al desplegar el papel, vio un dibujo infantil, hecho con crayones. En él estaban representados él, Daniel, Rebeca y un pequeño León. Aunque las proporciones eran desastrosas, el mensaje era claro.

Alex soltó una carcajada seca, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¿Esto lo hiciste tú?

—Sí. Siempre estuviste ahí, Alex. Solo que a veces no lo veías —respondió León.

Daniel cruzó los brazos, como preparando las palabras que sabía debía decir.

—Alex, hay algo que necesito que escuches.

Alex levantó la mirada, visiblemente nervioso.

—Lo nuestro terminó porque tus celos se volvieron incontrolables. Yo intenté justificarlo, pero no podía seguir viviendo así.

Alex se encogió ligeramente, como si las palabras fueran un golpe físico.

—Lo sé. Me equivoqué. Mi inseguridad me ganó... Tu madre, Daniel, decía cosas como que tú y Rebeca eran la pareja perfecta y que yo estaba de más. Me convencí de que no tenía un lugar real en tu vida.

Rebeca negó con la cabeza, apenada.

—Lamento que hayas interpretado eso así, Alex. Nunca fue nuestra intención excluirte.

Alex asintió lentamente.

—Lo sé. Pero entenderlo ahora no cambia el daño que hice. Solo espero que puedas perdonarme.

Un silencio pesado llenó la sala. Fue León quien rompió la tensión al levantarse.

—Bueno, ¿qué tal si hacemos algo de comer? Es tu cumpleaños.

Los adultos rieron suavemente, agradeciendo la ligereza del momento. Mientras iban a la cocina, León se quedó un momento atrás, mirando a Alex.

—Feliz cumpleaños, Alex.

Alex sonrió débilmente y le revolvió el cabello, como cuando León era niño.

—Gracias, León

Después de cenar y compartir risas tímidas, León y Alex se quedaron solos en el balcón del departamento. La noche era fría, y León llevaba puesta su campera de cuero, mientras Alex sostenía una copa de vino. El silencio entre ellos no era incómodo, pero León sabía que tenía algo que decir.

—Alex, ¿puedo preguntarte algo?

Alex asintió, tomando un sorbo de su copa.

—Claro, dime.

León miró las luces de la ciudad y tomó aire antes de continuar.

—Estoy saliendo con una chica de mi escuela. Se llama Clara. Es increíble, divertida, inteligente... y también es bisexual, como mi papá.

Alex se quedó en silencio, su expresión era neutra, pero sus dedos apretaron ligeramente la copa.

—Me gusta mucho, y creo que ella también me quiere. Pero… —León se detuvo un momento, buscando las palabras adecuadas—, no quiero que nuestra relación termine como la tuya y la de mi papá.

Alex dejó la copa en la baranda y lo miró fijamente, como si quisiera asegurarse de entender bien.

—¿Tienes miedo de que ella se sienta atraída por alguien más? —preguntó, con un tono cuidadoso.

León negó con la cabeza.

—No. Eso no me preocupa. Pero veo cómo tu relación con mi papá se fue desgastando, y sé que parte de eso tuvo que ver con su bisexualidad, o al menos con cómo te hacía sentir. No quiero cometer los mismos errores.

Alex suspiró, apoyándose en la baranda.

—León, lo que pasó entre tu papá y yo no fue solo por su bisexualidad. Fue por mi inseguridad. Yo creía que no era suficiente para él, que siempre iba a buscar algo que yo no podía darle. Y en lugar de hablarlo, dejé que esas ideas me consumieran.

León asintió, procesando las palabras de Alex.

—Entonces, ¿qué me aconsejas?

Alex sonrió débilmente.

—Habla con ella. Siempre. Si algo te molesta o te preocupa, dilo. Y escucha lo que ella tiene que decir. La confianza no se construye de la noche a la mañana, pero si los dos están comprometidos, pueden superar cualquier cosa.

León lo miró, notando una sinceridad en los ojos de Alex que pocas veces había visto.

—Gracias, Alex.

Alex volvió a sonreír y le dio un ligero golpe en el hombro.

—Clara tiene suerte de tenerte, León. Eres un buen chico. Mejor de lo que yo fui en su momento.

León se quedó en silencio por un momento, y luego dijo:

—No creo que seas un mal tipo, Alex. Cometiste errores, como todos, pero siempre me cuidaste. Eso no lo olvidaré.

Cuando León entró de nuevo al departamento, Daniel se quedó unos momentos en el balcón con Alex. Había evitado la confrontación directa durante la cena, pero ahora que estaban solos, el ambiente entre ellos se volvió tenso, aunque no necesariamente hostil.

—León te admira mucho, ¿sabes? —dijo Daniel, rompiendo el silencio mientras miraba hacia la ciudad.

Alex levantó la vista, sorprendido.

—¿De verdad? Nunca lo habría imaginado.

Daniel lo miró de reojo, cruzando los brazos.

—No sé si alguna vez te lo dije, pero creo que hiciste un buen trabajo con él.

Alex sonrió débilmente, aunque había un atisbo de tristeza en su expresión.

—Siempre quise que sintiera que tenía una familia, incluso cuando nosotros dos... bueno, ya sabes.

Daniel asintió, reconociendo el esfuerzo que Alex había puesto, a pesar de sus defectos y errores.

—Y lo hiciste. León es un buen chico, ¿sabes? Mejor de lo que nosotros éramos a su edad.

Alex soltó una risa corta, mirando al suelo.

—Eso no es decir mucho. Éramos un desastre.

Daniel sonrió también, aunque el comentario llevaba un toque de melancolía.

—Sí, lo éramos. Pero ver a León ahora... me da esperanza. Él tiene la oportunidad de hacer las cosas bien.

Alex lo miró, con algo de curiosidad.

—¿Y tú? ¿Estás bien, Daniel?

Daniel se tomó unos segundos antes de responder.

—No lo sé. Pero creo que estoy en el camino correcto.

Antes de que Alex pudiera decir algo más, Rebeca apareció nuevamente en el balcón, con un abrigo puesto y las llaves en la mano.

—Daniel, León ya está en el coche. Es hora de irnos.

Daniel asintió, volviendo a mirar a Alex.

—Bueno, feliz cumpleaños, Alex.

—Gracias, Daniel. Y… gracias por venir.

Daniel le dio una última mirada, con una mezcla de gratitud y reconciliación, antes de seguir a Rebeca. Cuando el coche arrancó, Alex se quedó en el balcón, sosteniendo la copa de vino, con una extraña sensación de cierre. Por primera vez, sentía que su pasado con Daniel no lo perseguía tanto como antes.

En el coche, León rompió el silencio.

—Papá, ¿estás bien?

Daniel miró a su hijo a través del espejo retrovisor y sonrió débilmente.

—Sí, León. Creo que si mi hijo, solo pienso que tan diferente resultó mi vida de lo que había planeado.

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