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Bajo La Misma Luz

cap:1

El primer día de trabajo de Adrián en la agencia publicitaria fue un desastre. Derramó café sobre su escritorio, olvidó los nombres de sus compañeros y llegó tarde a una reunión. Sin embargo, lo peor no fue ninguna de esas cosas. Fue conocer a Héctor.

Héctor era el director creativo, conocido por su talento impecable y su actitud fría. Alto, siempre impecablemente vestido y con una mirada que parecía atravesar a cualquiera, Héctor inspiraba respeto y temor en igual medida. Cuando Adrián llegó corriendo a la reunión, con los papeles desordenados en las manos, Héctor lo miró con desaprobación.

—Espero que esto no sea un reflejo de tu desempeño habitual —dijo Héctor, sin levantar la voz pero dejando claras sus expectativas.

Adrián quiso responder algo ingenioso, pero solo logró asentir torpemente mientras se sentaba en el único lugar disponible, justo frente a él.

Los días siguientes no fueron mejores. Héctor parecía siempre estar ahí, evaluándolo con esa mirada severa. Sin embargo, a pesar de sus críticas constantes, Adrián no podía evitar sentir una extraña admiración. Héctor era brillante, eso era innegable, y cada idea que presentaba parecía iluminar la sala.

Una tarde, mientras Adrián trabajaba hasta tarde en un proyecto, Héctor entró en la oficina.

—Pensé que ya te habías ido —dijo Héctor, sorprendido al verlo.

—El cliente pidió cambios de última hora. Quiero asegurarme de que todo esté listo para mañana.

Héctor se acercó y, para sorpresa de Adrián, se sentó a su lado.

—Déjame ver.

Juntos revisaron el trabajo, y Héctor comenzó a dar sugerencias. Pero esta vez, su tono era diferente, más suave. Adrián incluso se atrevió a bromear.

—¿Eso fue un elogio? ¿De verdad salió de tu boca?

Héctor rió, una risa breve pero sincera, y Adrián sintió que algo en su interior se encendía.

Con el tiempo, esa dinámica cambió. Héctor seguía siendo exigente, pero ahora también era más humano. Una noche, después de una larga jornada, ambos terminaron compartiendo una cerveza en un bar cercano. Adrián se atrevió a preguntar lo que siempre había tenido en mente.

—¿Por qué siempre pareces tan distante?

Héctor miró su vaso por un momento antes de responder.

—Es más fácil mantener la distancia. Así nadie espera nada de mí.

Adrián lo observó en silencio, notando la vulnerabilidad detrás de esas palabras.

—Yo espero algo de ti —dijo finalmente.

Héctor lo miró, confundido.

—¿Qué?

—Que me dejes acercarme.

Esa confesión dejó a Héctor sin palabras. Pero no se apartó cuando Adrián colocó su mano sobre la suya.

A partir de esa noche, todo cambió. Sus reuniones en el trabajo se llenaron de miradas furtivas, y sus noches se convirtieron en confesiones bajo la tenue luz de un apartamento compartido.

Ambos sabían que no sería fácil. Las críticas y el juicio de los demás eran inevitables. Pero bajo esa misma luz que los unió, se prometieron que enfrentarían todo juntos.

Los días en la agencia se habían vuelto menos tensos, pero Adrián no podía evitar sentirse nervioso cada vez que Héctor entraba en la sala. A pesar de su carácter severo, había algo magnético en él, algo que Adrián no podía ignorar.

Una tarde, mientras revisaban una campaña importante para un cliente, Héctor frunció el ceño al observar uno de los bocetos de Adrián.

—Esto no funciona. Falta algo. —Su tono era crítico, pero no tan distante como de costumbre.

Adrián, acostumbrado ya a los comentarios de Héctor, decidió defender su idea.

—Creo que lo que falta no está en el diseño, sino en la narrativa. Si ajustamos el concepto general, el boceto encajará perfectamente.

cap:2

Para su sorpresa, Héctor lo miró fijamente durante unos segundos y luego asintió.

—Explícame.

Elías se lanzó en una apasionada explicación, señalando los detalles y la intención detrás de cada elemento. Por primera vez, Héctor pareció genuinamente interesado, inclinándose hacia la mesa para observar los detalles. Cuando Adrián terminó, Héctor lo miró con una leve sonrisa.

—Tienes potencial.

Esas palabras, sencillas pero significativas, hicieron que Adrián sintiera un calor inexplicable en el pecho.

Esa noche, mientras los dos trabajaban hasta tarde, Héctor dejó escapar un suspiro y cerró su portátil.

—Hace tiempo que no veía a alguien con tanta energía como tú.

Adrián se rió.

—¿Es eso un cumplido? Porque viniendo de ti, suena como un milagro.

Héctor sonrió, algo raro en él.

—No suelo dar cumplidos fácilmente, pero lo mereces.

Hubo un momento de silencio entre ellos, uno que Adrián sintió cargado de algo que no podía nombrar. Decidió arriesgarse.

—¿Por qué siempre pareces tan… cerrado?

Héctor lo miró, sorprendido por la pregunta. Su rostro se endureció un poco, como si estuviera debatiendo si responder. Finalmente, habló.

—Porque no es fácil confiar.

Adrián quiso decir algo más, pero Héctor se levantó y tomó su abrigo.

—Nos vemos mañana. Buen trabajo hoy.

Adrián lo observó irse, sintiendo que acababa de asomarse a una grieta en la armadura de Héctor. Decidido a entenderlo mejor, supo que no se rendiría tan fácilmente.

La semana siguiente, Adrián comenzó a notar pequeños cambios. Héctor pasaba más tiempo en su espacio de trabajo, ofreciendo consejos y escuchando sus ideas. Aunque seguía siendo exigente, había una suavidad en sus interacciones que no estaba allí antes.

Una noche, después de cerrar un importante contrato, Héctor invitó al equipo a un bar cercano para celebrar. Mientras los demás se divertían, Adrián y Héctor se encontraron en un rincón tranquilo.

—No suelo hacer esto —admitió Héctor, mirando su copa.

—¿Celebrar? —preguntó Adrián, con una sonrisa.

—Abrirme a los demás.

Adrián lo miró, sintiendo que este momento era importante.

—Siempre hay una primera vez para todo.

Héctor lo miró fijamente, como si buscara algo en sus ojos.

—Quizá tengas razón.

En ese instante, Adrián supo que estaba empezando a romper los muros de Héctor, pero también entendió que el camino sería largo y lleno de obstáculos.

El ambiente en la oficina era tenso aquella mañana. La agencia estaba en medio de una importante presentación para uno de los clientes más grandes, y todos se movían frenéticamente entre escritorios y reuniones. Adrián había trabajado hasta tarde preparando su parte de la propuesta, pero la falta de sueño comenzaba a pasarle factura.

Cuando finalmente llegó la hora de presentar, Héctor entró en la sala con su porte habitual: impecable, sereno y con una presencia que llenaba el espacio. Adrián, por el contrario, sentía cómo las manos le temblaban mientras colocaba los últimos detalles en la pantalla.

La presentación comenzó sin problemas. Héctor, como de costumbre, tomó la delantera, explicando el concepto general de la campaña con una elocuencia que dejaba a todos fascinados. Cuando llegó el turno de Adrián, respiró hondo y comenzó a hablar, describiendo su propuesta visual con entusiasmo.

cap:3

Pero algo no salió como esperaba. Mientras hablaba, Héctor frunció el ceño y lo interrumpió.

—Eso no era lo que habíamos acordado, Adrián.

El comentario cayó como una losa sobre el ambiente. Adrián parpadeó, confundido.

—Pero… es el diseño que revisamos juntos anoche. Pensé que…

—Pensaste mal —respondió Héctor, cortante. Luego, sin mirarlo, continuó la presentación como si nada hubiera pasado.

Adrián se sintió humillado. Al terminar la reunión, salió de la sala rápidamente, evitando las miradas curiosas de sus compañeros. Se refugió en la pequeña terraza del edificio, con la respiración agitada y un nudo en la garganta.

—¿Huyes del trabajo ahora? —La voz de Héctor lo hizo girar de golpe.

Adrián lo miró con los ojos llenos de rabia y algo más profundo: decepción.

—¿Qué fue eso, Héctor? ¿Por qué me expusiste así frente a todos?

Héctor suspiró, pero su expresión seguía siendo fría.

—No fue personal. No puedo permitir que algo salga mal en una presentación tan importante.

—¿No fue personal? —repitió Adrián, con amargura. Dio un paso hacia él, sin importarle la distancia que normalmente mantenían.

—Anoche trabajamos juntos en esto. Me dijiste que iba bien, que estaba listo. ¿Y ahora finges que no? ¿Por qué haces esto?

Héctor lo miró fijamente, y por un momento pareció dudar. Pero luego desvió la mirada.

—Es parte del trabajo, Adrián. Si no puedes manejar la presión, tal vez este no sea el lugar para ti.

Las palabras de Héctor lo golpearon como un puñetazo en el estómago. Adrián sintió que el aire se volvía pesado, como si el hombre que había comenzado a admirar y, tal vez, a querer, lo estuviera alejando intencionadamente.

—Sabes qué, Héctor, tienes razón. Tal vez este no sea el lugar para mí.

Sin esperar respuesta, Adrián se marchó, dejando a Héctor solo en la terraza.

Esa noche, mientras Adrián empacaba algunas cosas en su escritorio, Clara, una de sus compañeras, se acercó.

—Oye, siento lo que pasó hoy. Héctor puede ser duro, pero creo que está lidiando con algo más.

Adrián negó con la cabeza.

—No importa lo que esté pasando con él. No justifica cómo me trató.

Clara suspiró, pero no insistió.

—Solo digo que a veces la gente no sabe cómo manejar sus propios sentimientos.

Adrián no respondió, pero las palabras de Clara se quedaron en su mente mientras caminaba hacia casa.

Por otro lado, Héctor permanecía en su oficina, mirando la maqueta que Adrián había preparado. La verdad era que sabía que el trabajo de Adrián era excelente, pero el miedo a reconocer lo mucho que confiaba en él lo había llevado a reaccionar mal. Héctor golpeó la mesa con frustración, maldiciéndose a sí mismo por arruinar algo que apenas estaba empezando a construir.

Al día siguiente, Adrián evitó a Héctor lo mejor que pudo. Pero al final de la jornada, Héctor lo detuvo antes de que pudiera salir.

—Necesito hablar contigo.

Adrián lo miró, cansado.

—Si es otra crítica, no quiero escucharla.

Héctor negó con la cabeza, su mirada más suave de lo que Adrián había visto antes.

—No es eso. Quiero disculparme.

Adrián se detuvo, sorprendido.

—¿Disculparte?

—Fui injusto contigo. Estaba… lidiando con mis propios problemas, y tú no tenías por qué cargar con eso. Lo que hiciste fue excelente, y el cliente quedó encantado.

Por primera vez, Adrián vio a Héctor bajar la guardia. Y aunque la herida aún dolía, algo en su interior le dijo que valía la pena intentarlo de nuevo.

—Está bien, Héctor. Pero si vuelves a hacer algo así, no me quedaré callado.

Héctor sonrió levemente, y Adrián supo que, a pesar del malentendido

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