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En Las Garras De Mi Enemigo

El amanecer más pacífico de la tierra.

—¡Acron, hijo, despierta ya, o se te hará tarde!— vociferó su madre, Marlene, desde el primer piso.

Acron Griffindoh despertó temprano con los gritos de su madre como de costumbre. El sonido del reloj digital resonaba en la pequeña habitación, marcando las 6:00 AM. Hacia un calor particular ese día, por lo que optó por dormir semi desnudo.

 Los rayos del sol se filtraban entre las cortinas, iluminando las paredes desordenadas de su cuarto, un post de Michael Jackson, uno de Dj Avicci y otro de Bonjovi, decorando una de sus paredes, un alfa que a sus 14 años no tenía muchas preocupaciones. Un niño ingenioso y bueno en educación física y pelea de cuerpo a cuerpo con dos medallas negras de karate y judo, que en su vida cotidiana solo pensaba en la escuela, los amigos y los pequeños sueños del futuro.

Antes de que el cielo se oscureciera. Antes de que el mundo cambiara para siempre.

—Si, mamá, ya estoy despierto. En un momento bajo.

El muchacho se estiró con pereza, extendiendo sus brazos hacia el techo como si quisiera alcanzar un pedazo de normalidad. Pero no estaba en sus manos. Con un suspiro, Acron se levantó y caminó hacia la ventana de su habitación. El aire frío de la mañana se coló por la ranura mientras observaba la ciudad desde su hogar.

Los edificios se alzaban como gigantes, la gente se desplazaba con prisa a sus trabajos o escuelas, aunque unos otros con alegría en sus rostros salen a trotar o a comprar el desayuno. Todos estaban acostumbrados a la rutina de sus vidas. Pero lo que más le agradaba de despertar más temprano era ver a su vecino y amigo desde su ventana haciendo meditación o bailando mientras se bañaba y se viste para alistarse para la escuela. Se apresuró, tomo un baño se vistió a la carrera y bajo a desayunar. Luego se encaminó a la casa de su amigo.

Su vecino y su único Cruch de la escuela, Cory Freud, con tan solo dos años de diferencia, se despertaba en su casa. El aire que entraba por su ventana era fresco, con una leve brisa que agitaba las hojas de los árboles. Cory tenía 12 años cuando todo cambió. Antes del impacto, era un niño curioso, lleno de sueños sobre lo que haría cuando creciera. En su mente, no existían preocupaciones mayores que las de la escuela o las de sus amigos. En las tardes, se encontraba con Acron en el parque, corriendo y jugando sin saber que esos momentos serían los últimos días de su niñez.

Cory terminaba de abrocharse los zapatos cuando escuchó un golpecito en la ventana. Era Acron, como siempre, haciendo señales con una gran sonrisa en su rostro desde la acera de enfrente. Cory se asomó y, con un movimiento rápido, abrió la ventana.

—¡Baja ya, Cory! ¡O llegaremos tarde otra vez!— gritó Acron, su voz llena de entusiasmo matutino.

—¡Ya voy! Solo me falta la mochila— respondió Cory apresurado, agarrando su maleta mientras corría escaleras abajo.

En el comedor, su madre, Lisbeth, le ofreció una tostada con un vaso de jugo.

—No olvides comer algo, Cory. No puedes pasar toda la mañana con el estómago vacío.

—Gracias, mamá, pero Acron ya está afuera esperándome. ¡Nos vemos más tarde!

Lisbeth sonrió y le revolvió el cabello antes de que Cory saliera corriendo hacia la puerta.

 

En el camino a la escuela, ambos caminaban uno al lado del otro. Acron, siempre protector, se aseguraba de que Cory estuviera en el lado más seguro de la acera.

—¿Dormiste bien?— preguntó Acron mientras llevaba su mochila colgada de un solo hombro.

—Más o menos. Me quedé hasta tarde terminando el proyecto de ciencias— dijo Cory, con un tono ligeramente cansado.

—¿Otra vez? Te lo dije, Cory, no tienes que hacerlo todo solo. Podrías haberme pedido ayuda.

Cory lo miró con una pequeña sonrisa.

—Lo sé, pero quería probar que puedo hacerlo. Además, no quería molestarte.

Acron negó con la cabeza, divertido.

—Eres increíblemente terco. Pero para la próxima, avísame.

 

En la escuela, sus rutinas eran diferentes, pero siempre encontraban la manera de coincidir. Acron estaba en el último año de secundaria, con su grupo de amigos, y Cory en su primer año, adaptándose al nuevo ambiente. Sin embargo, el recreo era su momento sagrado.

Acron ya estaba sentado en su lugar habitual bajo el árbol del patio cuando vio a Cory acercarse con su bandeja de almuerzo. Lo saludó con una palmada en el banco a su lado.

—Ven, aquí está tu lugar reservado— bromeó Acron, acomodándose para hacerle espacio.

Cory se sentó y suspiró, dejando su bandeja en la mesa.

—Hoy fue un desastre en la clase de matemáticas. La profesora nos dio un problema imposible y todos quedamos en blanco.

Acron arqueó una ceja, curioso.

—¿Incluso tú? Eso es raro. Pensé que eras el genio de las matemáticas.

Cory se sonrojó un poco, encogiéndose de hombros.

—Bueno, no era tan difícil, pero estaba nervioso porque tenía a todos mirándome.

Acron soltó una risa suave y le dio un golpecito en el hombro.

—Eres demasiado modesto. Estoy seguro de que lo resolviste mejor que nadie.

—Tal vez...— respondió Cory con una sonrisa tímida.

El tiempo parecía detenerse cuando estaban juntos. Los chistes, las historias y los sueños llenaban esos pequeños momentos de normalidad.

 

Por la tarde, regresaron caminando juntos a casa. El sol comenzaba a descender, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados.

—¿Quieres venir a mi casa a jugar videojuegos?— preguntó Acron mientras pateaba una pequeña piedra por el camino.

—Claro, pero solo si prometes no usar trucos esta vez— respondió Cory, riendo.

—¿Trucos? ¡Yo no hago eso! Eres tú quien siempre se queja porque pierdes— dijo Acron en tono dramático, fingiendo estar ofendido.

Ambos rieron, olvidándose por completo de los problemas del mundo.

Al llegar a sus casas, se despidieron con un gesto rápido. Pero esa noche, mientras el cielo comenzaba a oscurecer, algo en el ambiente cambió. Un silencio extraño se apoderó de la ciudad, y las noticias comenzaron a reportar fenómenos extraños en el cielo. Sin que ellos lo supieran, esos días felices estaban a punto de terminar, y sus vidas darían un giro que jamás imaginaron.

Vacaciones forzadas

La mañana siguiente llegó con un aire inusual. El reloj de Acron marcaba las 7:30 AM, pero no se escuchaban los gritos de su madre apresurándolo ni los sonidos habituales de autos y bicicletas rumbo a la escuela. Era un silencio pesado, como si el mundo se hubiera detenido.

Bajó las escaleras con el ceño fruncido, encontrando a Marlene sentada en la sala frente al televisor, con la mirada fija en la pantalla.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué no me despertaste?

Ella lo miró, confusa, y señaló la televisión.

—Han suspendido las clases. No han explicado mucho, solo dicen que es por precaución. Algo sobre... anomalías atmosféricas. Por eso te deje dormir un poco más.

Acron arqueó una ceja, incrédulo.

—¿Anomalías? ¿Qué significa eso?

Marlene negó con la cabeza.

—No lo sé, pero todos deben quedarse en casa.

Acron no respondió. Caminó hacia la puerta, abrió un poco y notó que el cielo estaba cubierto por densas nubes grises. No llovía, pero tampoco parecía que el sol fuera a salir.

Sin perder tiempo, corrió hacia la casa de Cory. Golpeó la puerta con fuerza, y Lisbeth fue quien atendió.

—Oh, Acron, corazón, qué bueno verte. Cory está en la piscina. Creo que no le ha importado mucho lo de las clases suspendidas.

Acron sonrió de medio lado.

—¿Puedo pasar?

—Claro, ya sabes dónde está. Llevaré unos refrigerios y esos pastelitos, ya Cory desayunó pero sabes cómo les gusta comer dulces, ¿puedes llevarle esa toalla? —señala con el dedo una toalla en la silla de la encimera.

—Claro.

Cory estaba en la piscina inflable del jardín trasero, chapoteando como si estuviera en pleno verano, a pesar del cielo nublado. Llevaba un bañador azul y gafas de sol, con una bebida en la mano que seguramente era un jugo de frutas.

—¿Qué haces, pequeño pececito?— pregunta Acron, acercándose mientras se quitaba los zapatos, traga en seco al ver el cuerpo Omega de su amigo.

—¿Qué parece? ¡Estoy disfrutando las vacaciones de última hora!— respondió Cory con una amplia sonrisa.

—Esto no son vacaciones. Algo raro está pasando.

Cory rodó los ojos y le arrojó un poco de agua.

—¡Deja de preocuparte, Acron! Si hay algo grave, nos lo dirán. Mientras tanto, podemos relajarnos. Anda, entra al agua.

Acron suspiró, pero no pudo resistir la invitación. Fue a cambiarse rápidamente y volvió con un bañador negro.

—Si terminamos congelados, será tu culpa— dijo mientras se sumergía.

—Exagerado— respondió Cory, riendo.

La piscina inflable era pequeña, pero eso no impedía que Cory y Acron encontraran maneras de divertirse. Mientras el agua chapoteaba a su alrededor, Cory agarró una pelota de goma que flotaba cerca y se la lanzó a Acron con fuerza.

—¡Atrápala, torpe!— exclamó Cory entre risas.

Acron reaccionó rápido, atrapando la pelota justo antes de que saliera de la piscina.

—¿Torpe? Prepárate para perder, "pececito"— dijo Acron con una sonrisa competitiva mientras lanzaba la pelota con intención.

El juego se convirtió rápidamente en una batalla amistosa, con ambos chicos riendo y lanzándose la pelota. Las bromas y los chapuzones no cesaron. Cory intentaba esquivar los tiros de Acron, pero al final siempre terminaba con el agua salpicándole la cara.

—¡No vale, Acron! Tú tienes ventaja por ser más alto— reclamó Cory mientras intentaba recuperar la pelota.

—¡Excusas, pecesito!— respondió Acron, burlándose.

Después de un rato, Lisbeth apareció con una bandeja de postres. Había galletas de avena, brownies y un par de pudines de chocolate.

—Aquí tienen, chicos. Pero no se atraganten— dijo Lisbeth antes de regresar a la casa.

—Gracias mamá. Te amo.

—Gracias, Lisbeth.

Acron tomó uno de los pudines y lo miró con una sonrisa.

—Tu mamá es increíble, Cory. Siempre sabe qué traer.

Cory, sin esperar, agarró un par de brownies y comenzó a comerlos rápidamente.

—¡Ey, deja algo para mí!— reclamó Acron, viendo cómo su amigo devoraba los postres.

—Tendrás que ser más rápido, Acron— respondió Cory con la boca llena, riendo mientras tomaba una galleta de avena.

Ambos se sentaron en el borde de la piscina mientras disfrutaban los bocadillos, sus pies chapoteando en el agua. El cielo seguía nublado, pero la tranquilidad del momento los hacía olvidar cualquier preocupación.

Minutos después, Cory sugirió un nuevo juego.

—Vamos a ver quién puede aguantar más tiempo bajo el agua. ¿Te atreves, Acron?

—¿Eso es un desafío? Sabes que te voy a ganar— respondió Acron, confiado.

Ambos se colocaron en el centro de la piscina, contando hasta tres antes de sumergirse. El agua fría los envolvió mientras se concentraban en aguantar la respiración. Acron abrió los ojos bajo el agua y vio cómo Cory intentaba mantenerse quieto, pero sus mejillas infladas lo hacían parecer más gracioso que competitivo.

Finalmente, Cory salió a la superficie jadeando.

—¡Gané!— exclamó Acron mientras salía del agua con una sonrisa triunfante.

—Solo porque hice trampa para salir primero— dijo Cory, riendo mientras salpicaba a su amigo.

El juego y las risas continuaron hasta que, en medio de una pausa, Acron se acercó más de lo normal a Cory. El agua se agitaba suavemente a su alrededor, y el aire estaba lleno de una calma extraña. Sin pensarlo demasiado, Acron le plantó un beso rápido en los labios.

Cory se quedó paralizado, sus ojos abiertos de par en par.

—¿Qué fue eso?— preguntó, incrédulo.

Acron, nervioso pero tratando de parecer despreocupado, soltó una carcajada.

—¡Era parte del juego! Relájate, pecesito— dijo, dándole un pequeño empujón juguetón.

Cory lo miró, todavía sorprendido, pero luego dejó escapar una risa nerviosa.

—Eres un idiota, Acron. ¿No sé supone que nuesto primer beso se lo daríamos a la chica que no guste?

—Lo pense mejor...es mejor que mi mejor amigo tenga ese honor¿y si luego la novia que tenga se aburre y me deja? Se llevará mi primer beso, en cambio nosotros estaremos juntos por siempre.

—No le veo fallas a tu lógica pero debiste decirme, me sorprendiste, casi te golpeó la cara. Sigues siendo un tonto.

—¿Y por eso sigues jugando conmigo?— respondió Acron, lanzándole agua de nuevo para romper la tensión.

Cory no respondió, pero una leve sonrisa apareció en su rostro mientras el juego continuaba. Aunque ambos intentaban actuar como si nada hubiera pasado, el momento quedó grabado en sus mentes, marcando un antes y un después en su amistad.

La tarde transcurrió con risas y bromas. Acron y Cory se turnaban para lanzar pequeños retos: quién podía sostener la respiración por más tiempo o quién lograba atrapar el balón sin salirse de la piscina.

—¡Te gané otra vez!— exclamó Cory, triunfante, después de haber lanzado un balón que Acron no pudo detener.

—¿Qué? ¡Fue pura suerte!— respondió Acron, salpicándole agua en la cara.

—¡Eh, no vale!

Sus risas resonaban en el jardín, llenando el aire con una sensación de normalidad que ambos necesitaban.

—¿No te parece raro que hayan suspendido las clases así de repente?— preguntó Acron después de un rato, recostado en el borde de la piscina.

Cory, flotando de espaldas, respondió con calma:

—Sí, un poco. Pero tampoco quiero pensar en eso. Si algo está mal, seguro lo resolverán los adultos. Nosotros no podemos hacer mucho, ¿no?

—Supongo que tienes razón— dijo Acron, aunque su expresión seguía siendo seria.

Aún con el sol oculto, detrás de las nubes, Lisbeth salió al jardín con el almuerzo.

—Chicos, he preparado algo para que coman. Pero después tendrán que entrar. No quiero que se queden fuera mucho tiempo con este clima tan extraño.

—¡Gracias, mamá!— dijo Cory, mientras se secaba con una toalla.

Ambos se sentaron en las sillas del jardín, comiendo en silencio por un momento.

—¿Sabes?— dijo Acron finalmente, rompiendo el silencio—. Si algo pasa, siempre estaré contigo.

Cory lo miró, confundido al principio, pero luego asintió con una pequeña sonrisa.

—Lo sé, Acron. Yo también estaré contigo.

La noche llegó con un silencio aún más inquietante. Desde su ventana, Acron miraba hacia el cielo, buscando alguna respuesta entre las nubes que lo cubrían todo. Había algo en el aire, algo que no podía entender, pero que lo llenaba de una extraña inquietud. Su instinto alfa lo mantiene intranquilo.

En la casa de enfrente, Cory hacía lo mismo. Sus pensamientos giraban en torno a las palabras de Acron y a la incógnita que se cernía sobre sus vidas. Y en aquel beso que Acron le dejo plasmado en sus labios.

Ambos ignoraban que esa sería la última vez en mucho tiempo que podrían pasar un día juntos como niños normales.

Entre videos juegos y secretos

El sol apenas asomaba entre las nubes cuando Cory llegó a la casa de Acron, con su mochila llena de videojuegos y una sonrisa entusiasta.

—¡Acron! ¡Apresúrate, tengo un nuevo juego que probar!— gritó desde el portón.

Marlene, la madre de Acron, abrió la puerta con una sonrisa.

—Buenos días, Cory. Pasa, hijo. Acron está en su habitación como siempre.

Cory subió las escaleras a toda velocidad. Al abrir la puerta de la habitación, encontró a Acron sentado en el suelo, rodeado de cojines y cables, configurando la consola.

—Por fin llegaste. ¿Qué trajiste esta vez?— preguntó Acron sin apartar la vista de la pantalla.

—¡El nuevo juego de carreras que salió esta semana! Y traje otro de peleas por si te atreves a perder conmigo.

—¿Perder? Tú sueñas mucho, pecesito— respondió Acron con una sonrisa burlona.

Los dos se acomodaron frente a la pantalla y comenzaron a jugar, gritando y riendo cada vez que uno lograba vencer al otro. La casa estaba llena de sonidos de explosiones virtuales y risas, hasta que la voz de Marlene los interrumpió desde el primer piso.

—¡Chicos! ¿Qué quieren para comer?

—¡Pizza!— gritaron al unísono.

—¡Con mucho queso!— añadió Cory, levantando una mano como si fuera un requisito indispensable.

Más tarde, cuando la pizza llegó, los chicos estaban inmersos en una intensa batalla en el juego de peleas.

—¡Toma eso!— exclamó Acron, aplastando los botones de su control.

—¡No es justo, me distraje con el olor de la pizza!— protestó Cory, dejando caer el control.

Ambos rieron mientras se abalanzaban sobre las cajas de pizza. Las primeras mordidas estaban acompañadas de refrescos burbujeantes, pero algo en la mente de Acron planeaba un giro inesperado para esa tarde.

—Espérame un segundo— dijo Acron, dejando su rebanada a medio comer.

—¿A dónde vas?— preguntó Cory, curioso.

—Ya verás— respondió Acron con una sonrisa traviesa antes de salir de la habitación.

 

Acron bajó las escaleras con sigilo, asegurándose de que sus padres, sentados en el sofá viendo las noticias, no lo notaran. La televisión emitía imágenes alarmantes sobre cortes de energía y reportes extraños, pero los oídos de Acron estaban centrados en no hacer ruido.

Llegó al refrigerador, abrió la puerta con cuidado y sacó tres latas de cerveza.

—Si mi papá se da cuenta, estoy muerto— murmuró para sí mismo mientras cerraba el refrigerador y subía rápidamente las escaleras.

—¡Tarán!— exclamó al entrar en la habitación, mostrando las latas a un atónito Cory.

—¿Qué es eso? ¿Cerveza? ¿Estás loco?— susurró Cory, aunque no había nadie cerca para oírlo.

—Relájate, pecesito. Es solo para probar. ¿O tienes miedo?— Acron agitó una lata burlonamente frente a él.

Cory frunció el ceño, tomó una lata y la abrió con determinación.

—¡No tengo miedo de nada!

Ambos dieron un primer sorbo, y la expresión de Cory fue inmediata:

—¡Puaj! ¿Esto le gusta a los adultos? Sabe horrible.

—Es un gusto adquirido... o eso dicen— respondió Acron entre risas mientras le daba otro trago.

Con el tiempo, Cory empezó a hablar más de la cuenta, su rostro ligeramente sonrojado.

—Acron... ¿sabes? Yo... quiero aprender a besar— confesó, arrastrando un poco las palabras.

Acron casi escupe la cerveza de la risa.

—¿Qué? ¿De dónde salió eso?

—Es en serio— insistió Cory, inclinándose hacia adelante con una expresión seria y cómica a la vez. —Cuando tenga novia, quiero hacerlo bien. No quiero que piense que soy un tonto.

—Bueno, ¿y qué piensas hacer? ¿Practicar con tu mano o algo?— preguntó Acron, tratando de contener la risa.

—No sé, pero tú podrías ayudarme— dijo Cory con total naturalidad, aunque claramente afectado por la cerveza.

Acron lo miró sorprendido, sin saber si lo decía en serio o si era efecto del alcohol. Pero, después de unos segundos de silencio, se encogió de hombros y dijo:

—Supongo que podríamos practicar. Pero solo porque me preocupo por ti, pecesito.

Cory lo miró con los ojos abiertos como platos.

—¿Hablas en serio?

—Claro, no será gran cosa. Además, nadie tiene que saberlo— dijo Acron con una sonrisa despreocupada.

Ambos se acercaron, y Acron, intentando mantener la calma, le dio un beso rápido y torpe en los labios. Cory se quedó inmóvil por un momento antes de estallar en carcajadas.

—¡Eso fue raro!— exclamó Cory, llevándose las manos a la cara.

—Bueno, entonces no te quejes. Ya estás listo para tu futura novia— dijo Acron, riendo también mientras volvía a abrir su lata.

—¿Podemos practicar de nuevo?

—¿Qué harás si no puedo contenerme? Sabes que estoy casi por cumplir quince, mi primer Celo será pronto. No quiero hacerte daño.

—Solo es un beso...debo memorizar bien para cuando me llegue mi turno de mi celo.

Acron volvió a acercarse a Cory hasta que sus labios rozaron. Acron en un movimiento hizo que Cory abriera más la boca hundiendo y jugando con su lengua, exploró por un buen rato hasta que se les adormecieron los labios. Acron no quiso continuar temiendo que Cory podría hacer que su celo se dispare un año antes.

—Es suficiente Cory.

—Se siente tan bien...

—Basta, creo que estás borracho.

—Se me paró...y veo que a ti también. ¿Por qué lo tienes más grande que yo?

— Cállate, no digas estupideces, los alfas somos más grandes en todo el sentido de la palabra—le dice volviendo a tomar el control de juego, tratando de calmar su ansiedad.

—Cuando elija pareja espero que me acepte completamente.

—Eres perfecto...te amaran. Vamos a seguir jugando...Acabaré contigo.

El día continuó entre risas, videojuegos y bromas, mientras ambos intentaban ignorar la incomodidad del momento. Sin saberlo, habían compartido algo que fortalecería aún más su amistad... o tal vez la cambiaría para siempre.

La noche transcurría en calma. En el piso superior, Acron y Cory dormían profundamente en la habitación de Acron, abrazados entre las mantas como si buscaran protección mutua contra el frío inusual de esa noche. Las luces de la consola de videojuegos aún parpadeaban, y el leve olor a pizza y refrescos llenaba el ambiente.

En el salón, Daryl Erik Griffindoh apagó la televisión y se levantó, dejando escapar un suspiro.

—Voy a revisar cómo están los chicos— dijo, mirando a su esposa, Marlene, quien le devolvió una sonrisa tranquila mientras hojeaba una revista.

Subió las escaleras y abrió la puerta del cuarto tras un par de toques. Allí estaban: Acron con el brazo sobre Cory, ambos profundamente dormidos. La escena le sacó una pequeña sonrisa.

—Estos dos siempre juntos...— murmuró.

Apagó la consola y las luces antes de regresar al salón. Marlene lo observó bajar con esa expresión de "¿qué pasó ahora?".

—Cory se quedó dormido aquí otra vez— explicó mientras se sentaba junto a ella.

—¿Quieres que llame a sus padres?— preguntó Marlene, aunque ya sabía la respuesta.

—No, ya lo hice. Hablé con Elliot, su padre. Le avisé que Cory está bien y que se quedará aquí esta noche. Te mandan saludos, nos invitaron al cumpleaños de su esposa, es el Finde semana que viene.

—Bueno, al menos es menos trabajo para Lisbeth— bromeó Marlene, volviendo a su lectura—No sé que podría regalarle para su cumpeaños.

—Vamos al centro comercial mañana, llevemos a los chicos, así aprovechamos y compramos comestibles. Pienso reemplazar la comida enlatada en el fuerte del sotano, hace dos años que lo hice.

Daryl se rió entre dientes, pero luego su rostro se tornó pensativo.

—He estado pensando... Acron está a punto de cumplir 15 años, y sabemos lo que eso significa.

Marlene dejó la revista a un lado, entendiendo de inmediato a dónde iba su esposo.

—¿Crees que pronto tendrá su primer celo?

—Es probable. Y si eso pasa, podría marcar a cualquier Omega que esté cerca. Pero si hablamos con la familia de Cory, podríamos considerar unirlos. Nacieron predestinados, Marlene. Se criaron juntos, y su vínculo sigue siendo tan fuerte como siempre.

Marlene asintió lentamente.

—¿Y crees que ellos querrán?

—No estoy sugiriendo forzarlos a nada. Solo quiero que ambas familias estén preparadas. Si deciden aceptar, será porque lo sienten, no por obligación.

Antes de que Marlene pudiera responder, la puerta principal se abrió de golpe.

—¡Buenas noches!— anunció Sigrid, la hermana mayor de Acron, mientras colgaba su abrigo en el perchero.

—¡Sigrid! Llegas tarde— comentó Daryl, sorprendido de verla tan animada.

—No tanto. El trabajo nos dio vacaciones anticipadas por este clima extraño. Todo el mundo está alarmado porque no es normal— dijo mientras se sentaba en un sillón.

—¿Vacaciones?— repitió Marlene, arqueando una ceja.

—Sí. Parece que nadie quiere arriesgarse. Hay informes de cambios climáticos en toda la región, pero no hay explicaciones claras. Así que todos están en casa.

Daryl y Marlene se miraron, preocupados.

—Quizás deberíamos hablar con Elliot y Lisbeth más pronto de lo que pensábamos— comentó Daryl en voz baja.

Sigrid, ajena a la conversación, se quitó los zapatos y bostezó.

—Voy a subir ¿Donde está mi pequeño hermano demonio? ¿Se quedó en casa de Cory?

—Déjalos descansar, Sigrid. Cory se quedó a dormir aquí, y están agotados— advirtió Daryl.

—¿Otra vez juntos? Ya casenlos— dijo ella con una sonrisa burlona.

Marlene soltó una risa suave.

—Deja de molestar a tu hermano.

Mientras Sigrid subía las escaleras, Daryl volvió a mirar a Marlene.

—Sea lo que sea lo que venga, debemos estar preparados. Por ellos.

Marlene asintió, apoyando su cabeza en el hombro de su esposo, mientras ambos se sumían en el silencio de sus pensamientos. La noche avanzaba, pero las decisiones importantes ya se estaban gestando.

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