El sonido del trueno resonó en el cielo mientras las gotas de lluvia caían sin tregua sobre la ciudad. Mariana corría por las calles desiertas, su abrigo empapado pegándose a su cuerpo, sus tacones resonando contra el pavimento mojado. Maldijo en voz baja por haber olvidado el paraguas en la oficina y se refugió en la primera entrada abierta que encontró: una cafetería pequeña y cálida.
Al entrar, un cálido aroma a café recién hecho y madera la envolvió. Se quitó el abrigo, dejando que el aire tibio de la calefacción la acariciara. En la esquina del local, un hombre la observaba con una sonrisa apenas perceptible. Sus ojos oscuros, profundos como la noche, parecían escrutarla.
—¿Todo bien? —preguntó él cuando Mariana se acercó al mostrador para pedir un café. Su voz era grave, con un deje seductor que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de ella.
Mariana lo miró y sonrió de forma automática.
—Sí, solo fue la lluvia. Me pilló desprevenida.
—A veces la lluvia tiene su encanto —dijo él, levantándose para acercarse. Era alto, con un porte elegante y una camisa que se ceñía perfectamente a su torso.
Mariana se sintió vulnerable bajo su mirada, pero también curiosamente atraída. No era el tipo de mujer que se dejaba intimidar fácilmente, pero algo en él la desarmaba.
—¿Te importa si te acompaño? —preguntó él, señalando la mesa donde ella acababa de sentarse.
—Claro, adelante.
La conversación fluyó con naturalidad. Él se llamaba Samuel, era arquitecto y tenía una manera encantadora de hacer que Mariana se sintiera como si fuera la única persona en el mundo. Con cada palabra, la atmósfera entre ellos se tornaba más íntima.
En un momento, la mano de Samuel rozó la de ella al tomar su taza de café, un roce que fue suficiente para que Mariana sintiera un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo. Ella apartó la mirada, tratando de no mostrar lo que estaba sintiendo, pero él lo notó.
—¿Frío? —preguntó Samuel, con una sonrisa juguetona.
—Un poco —murmuró Mariana.
—Quizá debas dejar que alguien te caliente —dijo él, bajando la voz, su tono un poco más profundo, más personal.
Mariana sintió cómo sus mejillas ardían. Nunca había reaccionado así con alguien. Pero había algo en él, en la intensidad de su mirada y en la seguridad con la que hablaba, que hacía imposible ignorarlo.
La lluvia seguía golpeando las ventanas de la cafetería cuando Samuel le propuso algo inesperado.
—¿Qué tal si te llevo a casa? No parece que vaya a parar pronto.
Mariana dudó por un instante, pero asintió. Había algo en él que la hacía sentirse segura, a pesar de lo intenso que era todo.
El trayecto hasta el apartamento de Mariana fue breve pero cargado de una tensión palpable. Al llegar, ella lo invitó a subir, casi sin pensar. En el interior, mientras se quitaban los abrigos mojados, el silencio se volvió más elocuente que cualquier palabra.
—Tienes algo aquí —dijo Samuel, señalando una gota que resbalaba por el cuello de Mariana.
Ella apenas pudo respirar cuando sintió sus dedos rozar su piel. Antes de que pudiera reaccionar, sus labios estaban sobre los de ella, cálidos, exigentes, llenos de deseo. Mariana se dejó llevar, sus manos enredándose en su cabello mientras la lluvia seguía siendo el único testigo de su encuentro.
Esa noche, entre susurros y caricias, descubrieron que a veces las tormentas no solo limpian el cielo, sino también las barreras que uno se pone en el corazón
El amanecer se filtraba tímidamente entre las cortinas del apartamento de Mariana, iluminando las sábanas revueltas que aún conservaban el calor de la noche anterior. Ella despertó lentamente, con la sensación de que algo había cambiado irrevocablemente en su vida. Giró la cabeza y lo vio. Samuel dormía a su lado, su rostro sereno, su cabello desordenado, como si fuera parte de ese caos que había irrumpido en su vida con tanta intensidad.
No pudo evitar observarlo por unos instantes. La noche pasada había sido más que física; había sentido una conexión que no recordaba haber tenido nunca con alguien. Su piel aún hormigueaba al recordar sus caricias, y su pecho se llenaba de un extraño temor. Era demasiado pronto para todo esto, ¿o no?
Samuel abrió los ojos lentamente, y al verla sonrió.
—Buenos días —dijo, su voz ronca y cálida.
—Buenos días —respondió Mariana, con una sonrisa nerviosa.
—¿Todo bien? —preguntó él, percibiendo su inquietud.
Mariana asintió, aunque por dentro las dudas comenzaban a asaltarla. Apenas conocía a este hombre y ya había cruzado una línea que no solía atravesar. Sin embargo, algo en él la hacía querer arriesgarse, querer más.
—Te prepararía el desayuno, pero no estoy segura de tener algo más que café —dijo ella, levantándose y envolviéndose en una sábana.
Samuel la observó mientras caminaba hacia la cocina, admirando la naturalidad con la que su cuerpo se movía, su cabello despeinado, su rostro sin maquillaje. Era hermosa, y lo sabía.
—El café será perfecto —respondió, poniéndose de pie para seguirla.
Mientras Mariana preparaba dos tazas, él se acercó por detrás y rodeó su cintura con sus brazos, apoyando el mentón en su hombro. Ella se tensó al principio, pero luego se relajó al sentir el calor de su cuerpo contra el suyo.
—¿Qué estás pensando? —preguntó él, con una voz que parecía desarmarla.
—Que esto es... raro —confesó ella, apartándose suavemente para mirarlo a los ojos.
—¿Raro malo o raro bueno? —preguntó él, una sonrisa ladeada apareciendo en su rostro.
—No lo sé —respondió Mariana, encogiéndose de hombros.
Samuel la miró con intensidad, y luego tomó su rostro entre sus manos.
—Escucha, sé que todo esto parece demasiado rápido, pero no puedo ignorar lo que siento. Hay algo en ti, Mariana, algo que me hace querer quedarme.
Ella lo miró fijamente, intentando leer más allá de sus palabras. Quería creerle, pero el miedo a salir herida estaba ahí, acechándola.
—No quiero prometerte nada que no pueda cumplir —dijo finalmente—. Soy complicada. Mi vida es un caos.
—Entonces será un caos que quiero compartir —respondió Samuel sin titubear.
El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido de su teléfono vibrando en la mesa. Mariana lo tomó y frunció el ceño al ver el nombre en la pantalla: "Pablo". Era su exnovio, el hombre que había dejado su vida patas arriba hacía apenas seis meses.
Samuel notó el cambio en su expresión.
—¿Quién es?
—Nadie importante —respondió Mariana, rechazando la llamada. Pero en su interior, la ansiedad comenzaba a crecer. Pablo nunca la llamaba sin razón, y aunque había intentado pasar página, sabía que su sombra seguía presente.
Samuel no insistió, pero pudo percibir la distancia que se estaba creando entre ellos. Algo no estaba bien, y lo sabía.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó finalmente, con calma.
—No es nada, en serio —insistió ella, aunque sabía que mentía.
Samuel la tomó de la mano, atrayéndola hacia él.
—Mariana, si vamos a intentar algo, lo que sea, quiero que sea real. Sin fantasmas, sin secretos.
Ella lo miró, sintiendo que la sinceridad de sus palabras la desarmaba una vez más. Pero justo cuando iba a responder, su teléfono volvió a vibrar, como si el pasado estuviera decidido a irrumpir en su presente.
Mariana sabía que tenía que enfrentarlo, pero no estaba segura de si estaba lista para que Samuel conociera esa parte de su vida.
Mariana observaba el teléfono vibrar en la mesa. El nombre "Pablo" iluminaba la pantalla, desafiándola a tomar una decisión. Samuel, a su lado, permanecía en silencio, pero su mirada no ocultaba la preocupación.
—Si necesitas contestar, hazlo —dijo finalmente, con una voz calmada que parecía contener más de lo que mostraba.
Mariana dudó por un instante, pero terminó rechazando la llamada de nuevo.
—No es importante —dijo, aunque las palabras sonaban vacías incluso para ella.
—¿Estás segura? —insistió Samuel, inclinándose hacia ella, como si pudiera ver a través de su fachada.
Mariana se levantó, sintiendo la necesidad de moverse, de hacer algo para aliviar la tensión. Se dirigió hacia la ventana y apartó ligeramente la cortina, observando la ciudad aún húmeda por la lluvia de la noche anterior.
—Pablo es mi ex —confesó de repente, sin mirarlo—. Salimos durante tres años. Cuando terminamos, dejó un caos... en mi vida, en mi cabeza.
Samuel se levantó también, caminando lentamente hacia ella.
—¿Y ahora quiere volver?
Mariana se encogió de hombros, sin saber qué responder.
—No lo sé. No hemos hablado en meses, y de repente empieza a llamarme. Siempre tiene algo que decir, algo que justificar, pero nunca termina de soltarme.
Samuel se detuvo a unos pasos de ella, respetando su espacio.
—¿Qué quieres hacer tú? —preguntó, su voz tan firme como comprensiva.
Mariana giró para mirarlo, y por un momento se sintió pequeña frente a él. Su sinceridad, su paciencia... era tan diferente a lo que había conocido antes.
—Quiero que me deje en paz —dijo, casi en un susurro—. Pero no sé si soy lo suficientemente fuerte para enfrentarlo.
Samuel extendió una mano hacia ella, tocando suavemente su brazo.
—No tienes que enfrentarlo sola. Estoy aquí si me necesitas.
Mariana sintió un nudo formarse en su garganta. Las palabras de Samuel eran exactamente lo que necesitaba escuchar, pero también le aterraba la idea de depender de alguien otra vez.
Antes de que pudiera responder, su teléfono vibró de nuevo, esta vez con un mensaje. Lo tomó rápidamente y leyó las palabras en la pantalla:
"Necesito verte. Por favor, es importante."
Era Pablo, y esas palabras la hicieron sentir como si el aire se escapara de la habitación.
—¿Qué dice? —preguntó Samuel, sin invadir pero claramente preocupado.
Mariana le mostró el mensaje. Samuel lo leyó y se quedó en silencio por unos segundos.
—¿Vas a ir?
—No lo sé —respondió ella, dejando el teléfono sobre la mesa—. Tal vez debería, solo para dejar las cosas claras.
Samuel la miró fijamente, sus ojos oscuros cargados de emociones.
—Haz lo que sientas que necesitas hacer, pero ten cuidado. No dejes que te arrastre de nuevo.
La intensidad de sus palabras hizo que Mariana se sintiera tanto protegida como vulnerable.
—Gracias —murmuró, acercándose a él.
Samuel la abrazó, y ella sintió cómo su calidez la envolvía, dándole una fuerza que no sabía que tenía.
Horas más tarde, Mariana estaba en una cafetería diferente, esperando a Pablo. Cuando él llegó, su figura alta y segura aún tenía ese efecto inquietante en ella. Se sentó frente a ella, su sonrisa un poco forzada.
—Gracias por venir —dijo él, como si el hecho de que estuvieran allí juntos fuera natural.
—No tenía intención de hacerlo, pero parecía importante —respondió Mariana con firmeza, manteniendo sus emociones bajo control.
Pablo suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—Sé que lo arruiné. Sé que no tienes razones para creerme, pero estoy tratando de cambiar. Quiero arreglar las cosas, contigo.
Mariana sintió que su corazón daba un vuelco, pero no de la manera que esperaba. Ya no era la misma mujer que había estado dispuesta a todo por él.
—Pablo, no estoy aquí para volver al pasado. Lo que tuvimos... ya no existe.
Él la miró, como si sus palabras lo golpearan, pero no se rindió.
—Mariana, por favor, dame una oportunidad. Solo una.
Ella negó con la cabeza.
—No puedo. He encontrado algo, alguien, que me hace sentir viva de nuevo. No puedo volver contigo.
Las palabras salieron más firmes de lo que pensaba, y al decirlas, supo que eran verdad.
Pablo apretó los labios, asintiendo lentamente, como si aceptara su derrota.
—Espero que sea feliz contigo —dijo finalmente, aunque había un rastro de amargura en su voz.
Cuando Mariana salió de la cafetería, el cielo estaba despejado. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que respiraba con libertad.
Al llegar a casa, Samuel la estaba esperando, y en cuanto ella cruzó la puerta, la abrazó sin necesidad de palabras.
Mariana supo en ese momento que había tomado la decisión correcta.
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