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La Reina Oculta

Nuevo Viaje

Hola queridos lectores, empezamos una nueva historia y como dijo Antoine de Saint-Exupéry, en El Principito:

...“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante.”...

De la misma manera, es su tiempo, su dedicación y su interés los que hacen especial esta historia. Antes de que esta aventura tome vuelo, quiero agradecerles por dedicarme algo tan valioso. Sin ustedes, estas palabras serían solo letras en una página; con ustedes, se convierten en un viaje inolvidable. Gracias por ser parte de esta aventura.

Pero antes debo aclararle un par de cosas:

Aclaración 1: Este libro: “La Reina Oculta” es la continuación del libro “Una Luna, Cuatro Alfas”, la pueden encontrar en mi perfil, no es obligatoria su lectura, pero si gustas te invito a leerla ya que habrán hechos que no se explicarán en profundidad, para no ser repetitivos.

Aclaración 2: para los lectores que prefieren leer las historias cuando ya se encuentran completas:

Las novelas que son publicadas en esta plataforma cuando se encuentran completas tienen la palabra END en la parte superior de la portada y la palabra COMPLETA en la descripción, como se muestra a continuación:

Si eres de las lectoras que prefiere ilusionarse con las actualizaciones y disfrutar la evolución de las historias en tiempo real, las novelas que se encuentran en proceso y actualizan frecuentemente tienen la palabra UP en la parte superior de la carátula, tal como se muestra a continuación:

Terminada las aclaraciones, te invito a leer la historia en el estado en que se encuentre en el momento que has llegado a ella, porque en cualquiera de los casos apreciaré tu lectura.

Por último antes de irme les quería decir que es muy importante para mí como escritora que me dejen sus “Me Gusta” 👍 en cada capítulo, sus comentarios 💬 me alegran el día y me ayudan a saber si le gusta o que opinan, sus regalitos 🎁, y sus votos 🗳️ ayudan al libro a posicionarse y llegar a más personas.. 

^^^Muchas Gracias, Kathy Tallarico.^^^

1. Nunca Tú

El aire frío de la habitación se sentía como una bofetada en mi rostro, cortando mi piel con cada respiro. Las paredes de piedra, oscuras y mohosas, parecían cerrarse a mi alrededor. Me sentía sofocada, atrapada, y no era por las cadenas de plata que mordían mis muñecas. No, el verdadero peso que me aplastaba era la traición, un veneno que se filtraba en cada rincón de mi ser.

El eco de mi propia respiración era lo único que rompía el espeso silencio, un recordatorio constante de mi aislamiento, de la prisión que me habían tendido, más poderosa que cualquier jaula. Yo estaba sola. Sola frente a los dos príncipes que ahora me dominaban.

— De rodillas. — Ordenó Sebastian, su voz resonó como un eco seco en la habitación vacía. No había compasión en su tono, sólo la frialdad de alguien acostumbrado a que sus órdenes fueran obedecidas sin cuestionamiento.

Mi cuerpo reaccionó automáticamente, mis rodillas golpearon el suelo con fuerza. El dolor se extendió por mis piernas, pero lo ignoré. Debía ignorarlo, no tenía otra opción.

— ¡¿Por qué?! — Mi grito desgarró el aire como un animal herido, rompiendo el pesado silencio que se cernía sobre mí. El sonido rebotó en las paredes, multiplicando mi desesperación hasta hacerla insoportable.

El dolor en mi pecho era un puño cerrado, apretando sin piedad, asfixiándome. No era solo rabia, era algo más profundo, algo que me quemaba por dentro, algo que nunca había sentido antes. Era la decepción, la traición en su forma más pura. Lágrimas, calientes y amargas, se desbordaban de mis ojos, pero no hacían nada por aliviar el dolor que retorcía mi corazón.

— ¿Por qué me hacen esto? — mi voz se quebró, en un susurro roto que se perdió en la penumbra. — Creí en ustedes…

Y lo hice. Creí en cada palabra, en cada promesa que me hicieron bajo la luz de la luna. Creí en Marcus, en su silencio cargado de significado, en Sebastián, en su sonrisa que siempre prometía algo más. Me ofrecieron su protección, su fuerza, y yo, estúpida, lo tomé sin dudar. Pero ahora, las cadenas en mis muñecas me mostraban lo que no quería aceptar: todo había sido una mentira.

— Pobre ingenua, — una voz gélida y llena de desprecio rompió el silencio, clavándose en mi pecho como un cuchillo afilado.

Astrid. Su sola presencia llenaba el cuarto de un aire aún más opresivo. Caminaba hacia mí con esa gracia altanera que me repugna, con una sonrisa maliciosa jugando en sus labios, saboreando mi dolor. Todo en ella gritaba poder, superioridad, y odio. Era la elegida, la que todos habían preparado para ser la reina, para ser la Luna de los príncipes, mis compañeros. Sus dedos rozaron mi barbilla, forzandome a levantar la cabeza y mirarla.

— ¿De verdad pensaste que podrías ser su reina? — Su risa era como un cascabel envenenado, resonando en mis oídos mientras apretaba su agarre. — ¿Tú? Una cualquiera, sin linaje. ¿Qué te hizo pensar que podías competir conmigo?

Quise responderle, gritarle, atacarla, pero las palabras se atoraron en mi garganta, ahogadas por la impotencia. Mi mirada, llena de rabia y dolor, se dirigió a Marcus y Sebastián, buscando en sus ojos una chispa de compasión, alguna señal de que todo esto era un malentendido, una cruel broma. Pero no encontré nada. Solo frialdad. Solo el vacío que acompaña a la traición.

Marcus, su mirada que me había transmitido amor puro, ahora era pura indiferencia, la rabia se reflejaba en sus ojos, con su expresión tensa, distante. Como si ni siquiera pudiera soportar mirarme. Y en verdad así era, no soportaba verme.

Sebastián… él ni siquiera se molestaba en ocultarlo. Sus ojos, los mismos que alguna vez me habían mirado con una calidez que pensé real, ahora eran hielo. Era como si ya no hubiera nada que salvar. Como si yo no fuera más que una carga. ¿Cómo podía alguien que alguna vez arriesgó su vida por mí, hacerme esto?

El aire en la habitación se volvió insoportable, como si estuviera siendo aplastada por un peso invisible.

— Ellos nunca te quisieron, — susurró Astrid, cada palabra que salía de su boca estaba impregnada de desprecio. Su aliento frío como hielo chocaba contra mi piel. — Ya te lo había advertido. Ellos solo me quieren a mí. Yo seré su reina. No tú. Nunca tú.

Mis labios temblaron, el sabor de la amargura era tan fuerte que casi podía saborearla. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que iba a estallar en cualquier momento, pero no era miedo lo que me empujaba, era algo muy distinto. Era la verdad que Astrid, con su maldita sonrisa triunfante, pretendía poner frente a mis ojos. Que ellos nunca me quisieron. Ni como su reina, ni como su compañera.

— No... — mi voz salió rota, casi inaudible, pero seguí hablando. Tenía que hacerlo. — No, ustedes...

— Claro que sí, — insistió Astrid, sin dejarme terminar, con un tono afilado, cortante. — Ellos nunca te quisieron. Para ellos, no eres más que una molestia, un objeto con lo que tienen que cargar.

Nada de lo que Astrid dijera, podía lastimarme tanto como las palabras de Sebastián:

— ¿En serio pensaste que merecías ser nuestra reina?

Cada palabra fue una daga que se clavó profundamente en mi alma, pero fue el silencio de Marcus lo que realmente me podía romper. Él no necesitaba hablar para destrozarme. Ya lo había hecho con su indiferencia, con su traición.

Sentí que las lágrimas volvían a caer, pero esta vez no eran lágrimas de derrota. No. Estas lágrimas eran otra cosa. Porque detrás de todo este sufrimiento, detrás de esta traición, había algo que Astrid no sabía.

Mientras Astrid me observaba desde arriba, creyéndose victoriosa, sentí el fuego en mi arder. Una llama creciendo constantemente. El dolor, la humillación, todo eso solo alimentaba mi sed de venganza.

Los príncipes se giraron para irse, siguiendo a Astrid, pero justo antes de cruzar la puerta, Marcus me lanzó una última mirada. Sus ojos, por un breve instante, se suavizaron, y vi algo que hizo que mi corazón se detuviera. Una sonrisa. Apenas un esbozo, pero lo suficiente para hacerme saber que esto recién empezaba.

Este dolor, esta humillación era solo el principio. Sin importar que, yo no iba a caer sin luchar.

Porque este no era mi final. Esto es solo el inició de algo más.

2. El Inicio De Todo

Sola en la fría y desolada habitación, sentí cómo los recuerdos se desplegaban en mi mente, uno tras otro, como si todo lo vivido hasta ahora hubiera sido un sueño borroso. Sabía que, para todos, era solo una loba traicionada, necia por seguir a sus compañeros, una loba sin más, destinada a la sumisión. Pero estaban tan equivocados. Ellos aún no conocían la verdad. No sabían quién era yo realmente, ni el poder que habitaba dentro de mí. No era una simple loba... pronto todos en este reino conocerán lo que se oculta bajo mi piel.

Alcé la cabeza levemente, mis ojos buscaron esa pequeña ventana en lo alto de la habitación donde me tenían encerrada. A través de la rendija, pude ver como la luna se alzaba orgullosa y protectora en el cielo nublado, su luz plateada bañaba mi rostro. En ese instante, pude sentir que no estaba sola. Mi madre, la diosa Luna, me observaba desde lo alto, dándome fuerza en medio de la soledad. Mientras la luz de la luna acariciaba mi piel, los recuerdos de mi vida antes de todo esto me inundaron.

Eran tiempos de risas y aventuras, momentos en que cada mañana comenzaba con el suave roce de las caricias de mi madre, Donna, quien me despertaba con amor, como si cada día fuera un regalo. Abrazaba sus muestras de afecto, como un rayo de luz que iluminaba mi corazón. Me sentía amada, protegida.

Mi padre, Edward, siempre intentaba mostrarse frío y fuerte, como debía hacerlo el gamma de la manada WinterMoon. Pero conmigo caía cualquier escudo de severidad y seriedad que podía tener, convirtiéndose en el padre cariñoso y sobreprotector que siempre me acompañó.

Mientras recordaba esos días, no pude evitar que una sonrisa se dibujara en mi rostro. No esperaba nada del amor, realmente no lo buscaba, mi mundo era perfecto tal como era. Sin embargo, tan impredecible como el destino, mi vida dio un giro inesperado durante la ceremonia y cumpleaños de los Alfas de mi manada, los cuatrillizos Drake, los compañeros de Kattie, mi hermana del alma.

La celebración era un espectáculo de alegría y color, donde la música resonaba en el aire y las risas se mezclaban con el aroma de la comida. Fue en ese ambiente festivo, en el que mi corazón palpitaba con emoción, que los vi por primera vez.

Recordé con claridad el momento en que los Príncipes llegaron a la ceremonia de asunción de los cuatrillizos Alfas. La manera en que entraron en la sala, rodeados de una presencia poderosa, me hizo sentir una mezcla de asombro y nerviosismo.

El aroma que emanaban era algo que nunca había experimentado: una mezcla de tierra húmeda tras la tormenta, ese olor fresco y limpio que llena los pulmones, combinado con un leve rastro de madera y cuero, oscuro y envolvente. Pero había más, un toque cálido y animal, algo que evocaba instintivamente la caza y el peligro. Ese perfume crudo y salvaje hacía que mi loba se agitara, despierta y alerta, como si cada respiración encendiera algo dormido en mi interior, susurrándome que ellos no solo eran atractivamente peligrosos, sino irresistiblemente creados para mí.

Un aroma que nunca hubiera imaginado, totalmente extraño, muy diferente a lo que espere sentir con la presencia de mi compañero.

Mi loba se puso frenética instándome a acercarme a ellos, pero cuando vi que venían acompañados de su futura reina elegida, mi corazón dio un vuelco, ella se mostró furiosa luchando por salir y reclamar su lugar.

— Es tu oportunidad, Emma, — me había dicho Lara, mi amiga de toda la vida, con una sonrisa radiante, y sus ojos llenos de emoción y orgullo. — Tienen que conocerte, tienen que ver lo increíble que eres, te amarán.

Andrew, mi primo y confidente, había sido otra voz de apoyo. Él había creído en mí sin dudarlo.

— No importa lo que pase, — me había dicho, con voz calmada y firme. — Sé tú misma, Emma, y confía en la Diosa.

Decidí hacerles caso a Lara, Andrew y a mi loba.

Con el corazón palpitando de emoción y los ánimos de Lara y Andrew todavía en mi mente, me acerqué nerviosamente a los príncipes. Marcus y Sebastián Krell estaban rodeados de un aura impenetrable. Marcus, con su silencio que parecía helar el aire, y Sebastián, con una actitud fría que me hizo sentir pequeña. Sus miradas eran como cuchillos que cortaban la luz de mi pequeña esperanza.

Cuando me dirigí a ellos, espere algún signo de reconocimiento, alguna señal de que había valido la pena mi esfuerzo por acercarme. Sin embargo, Marcus me lanzó una mirada que parecía congelar el alma, y Sebastián, con su tono mordaz, no escatimó en mostrar su desprecio.

— ¿Qué te hace pensar que mereces siquiera estar en nuestra presencia? — dijo el Príncipe Sebastián con desdén palpable. — No solo fallaste en el intento de ganarte nuestro favor, sino que te has atrevido a acercarte sin tener el mínimo respeto por tus futuros Reyes.

Sebastián se inclinó levemente hacia adelante, con ojos fríos y calculadores, mientras continuaba:

— Nuestros caminos ya están trazados. No eres más que un estorbo en el camino hacia lo que ya hemos decidido. Tu presencia solo sirve para mostrarnos lo lejos que estás de nuestro mundo.

El dolor de sus palabras me atravesó como dagas afiladas. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies, mientras mi loba aullaba en mi interior, pero las palabras de Lara y Andrew seguían resonando en mi mente. Con las lágrimas amenazando con caer, me dirigí a ellos con un esfuerzo por mantener la dignidad.

— Está bien, si ustedes me rechazan, lo aceptaré, — dije con la voz temblando a pesar de mi intento por mostrarme firme. — Por favor, piénsenlo bien. – Pedí sin poder aceptar lo que decían, mi loba no lo quería aceptar, se negaba, estaba dolida y furiosa.

Marcus frunció el ceño, hablando por primera vez, se dirigió a mí de forma cortante:

— No es necesario que busques un lugar donde no te quieren. Hemos tomado una decisión, no hay espacio para dudas o reconsideraciones. Es mejor que aceptes tu lugar y te alejes de lo que claramente no es para ti.

Con el corazón en un puño, decidí que no podía quedarme más tiempo en ese lugar. Mire a los príncipes con determinación y comencé a hablar:

— Está bien, entiendo. Entonces… — Hice una pausa queriendo tomar fuerzas y continúe — Yo Emma Brighton de la manada WinterMoon, los recha…

No pude terminar. De repente, una mano firme se posó sobre mi hombro, y antes de que pudiera reaccionar, Sebastián me empujó bruscamente, haciendo que cayera al suelo, cortando mis palabras. La sorpresa y el dolor se mezclaron en mí, mientras él se inclinaba, con una expresión llena de crueldad.

— ¿Te crees digna de rechazarnos? — dijo Sebastián con una sonrisa fría y cruel — Quizás necesitas aprender cuál es tu posición.

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