UN AMOR PROHIBIDO, NACIDO DE UNA MALDICIÓN...
Por siglos, los seres humanos alrededor del mundo han desarrollado distintas creencias que tratan de explicar lo que muchos creen hay después de la vida: el cielo o el infierno. Sin embargo, la naturaleza humana...cuando de egoísmo se trata, es capaz de crear versiones del propio infierno que superan a cualquier ficción.
Aquello lo comprendían aquel grupo de personas, heridas, golpeadas y con lágrimas agrias, recorrer sin cesar, sin ningún tipo de tregua. Sus almas, martirizadas en un eterno ciclo sin fin, perseguían en vano una esperanza que desde el inicio jamás había existido.
—¡Qué pare!—gritó un anciano—¡Qué pare!
Su nieta, una adolescente de trece años, se acercó al tronco donde estaban alrededor de una fogata, intentando calmarlo. Sin embargo, los gritos de las demás personas, siendo asesinadas, se escuchaban por lo alto, fuera de la barrera que cubría el único lugar "seguro" que allí había.
—Hay una forma...—susurró otro hombre—una forma que no hemos intentado.
Todos, incluso el anciano, observaron al hombre levantarse. Su mirada, sombría, que observaba con cansancio la fogata, ahora estaba enfocada a la luna sangrienta que había en el oscuro firmamento.
—¿De qué hablas?—preguntó una mujer a su lado—¿Qué otra forma no hemos intentado? ¡No juegues con nosotros, Aiden!
—Burlar al sistema—dijo el hombre—cambiar un fragmento de la historia, capaz de poder acabar el juego.
—¿Hablas de tu sobrina?—preguntó el anciano—¿No?
—Si logro matar el amor que ella me tiene—explicó ahora observándolos a todos—y con el potencial que ella tiene...tal vez... el juego acabe y la maldición termine.
Las siete personas a su alrededor, incluyendo el anciano, que habían intentado miles de formar de salir de aquel infierno, asintieron ante tal idea. No tenían nada más que perder, ya no tenían esperanza alguna, por lo que daba igual si aquello funcionaba.
Así, levantándose, colocaron sus manos alrededor de Aiden, quien empezó a sentir como la energía de color azul de estos emergía y entraba en él, provocando que poco a poco sus cuerpos físicos comenzaran a desaparecer.
—Comencemos...—susurró cerrando sus ojos—una nueva partida...
Concentrándose en el único recuerdo agradable que tenía, entre comillas, intentó centrarse en algún punto en donde emergería, mientras su cuerpo estaba por explotar. Así, antes de que todo quedara en silencio, el rostro de su sobrina durmiendo, fue lo último pensó.
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1 AÑO ANTES...
Solo Dios sabe, al igual que todos los santos en el cielo, lo mucho que deseó a su sobrina, así como lo mucho que hizo para alejarse de ella. Aunque solo fuera el medio hermano ilegítimo de su padre, seguía siendo su hermano, por consiguiente una relación entre ambos estaba más que prohibida.
Sin embargo, justo en su cumpleaños número 18, queriendo él celebrarlo en honor a sus padres fallecidos, el destino le había jugado una mala pasada: no sabía como, pero había caído tan borracho que, en aquella noche especial, terminaría por desvirgar a su sobrina.
Tenía vagos fragmentos de lo que había ocurrido en su alcoba, la única del apartamento que tenía una cama matrimonial y la cual ahora tenía la dulce fragancia de rosas de su sobrina Rosemary. Hasta la ropa yacía desparramada en todo el piso, desgarrada con un salvajismo de ambas partes.
—¡Dios santo!—expresó levantándose—de todos los momentos posibles... ¿Por qué tuve que volver a este?
Con un fuerte dolor de cabeza, tambaleándose, se colocó su bóxer y con cuidado llegó hasta el baño, donde se lavó su rostro con el agua completamente fría. Aquella sensación contrastaba con el calor que aún sentía de aquel infierno, algo que su alma agradecía.
Con cuidado de no despertar a su sobrina, caminó hasta su closet y sacó una pijama ligera, la cual se pondría en su despacho. Respirando profundo, se golpeó contra una pared antes de abrir la puerta y salir al pasillo.
Siendo aún casi de madrugada, caminó por el largo pasillo hasta llegar a la pequeña habitación que usaba como oficina. Una vez dentro, colocó seguro y se sentó de inmediato, dejando a un lado su pijama. Se sentía tan mareado que solo quería quedarse quieto un segundo.
Un leve bip hizo que su atención se centrara en un reloj digital ubicado frente a él, corroborando no solo que aún eran las cinco de la mañana, sino también la fecha en la que estaba.
—Entonces... ¿Volví un año?—cuestionó confundido—y si desperté a su lado, entonces estoy solo a dos meses antes de la noticia de su embarazo.
Cerrando sus ojos un momento, no pudo evitar pensar en las personas que habían logrado que él llegara hasta allí. No tenía tiempo que perder, debía actuar en cuánto antes. Si quería evitar el infierno que se acercaba, debía matar el amor enfermizo que su sobrina le tenía.
Tomando una laptop que tenía en su escritorio, la encendió para así navegar en el buscador y poder pedir un domicilio en la página de una farmacia. Una vez se cercioró que la compra estuviera lista y que su pedido se asignara a un repartidor, suspiró con tranquilidad.
Recostándose en contra del espaldar de su silla, bajo la luz de la luna que aún se filtraba por la ventana, observó una vieja fotografía que hizo que su corazón brincara de la nostalgia y el dolor.
Había olvidado cómo era el rostro del único familiar que había querido en su pasado y que se le fue cruelmente arrebatado. Memorias comenzaron a bombardear su frágil mente, colocando a prueba la poca cordura que tenía.
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INICIO FLASHBACK - 18 AÑOS ANTES...
En un pueblo, a dos días de distancia de la ciudad de London, residía una antigua familia aristocrática, que había caído en la deshonra y su título nobiliario terminaría por ser arrebatado hacía más de doscientos años. Al principio, hasta el propio rey, en su momento, pensó que aquello sería la perdición a causa de los vicios del jefe de la familia.
Sin embargo, con el pasar de los años, la familia se mantuvo con la misma riqueza e incluso la había multiplicado, aun si el mal que había carcomido al responsable de su debacle, se heredara en cada generación. Aunque no tenían más un lugar en la nobleza, tenían un puesto importante en la sociedad debido al poder y dinero que habían cosechado.
Pero para Aiden, hijo ilegítimo de aquella familia, que si bien no tenía su apellido, pero que en sus venas corría aquella sangre maldita, la verdad era mucho peor y el tan solo pensar que todo lo que ellos tenían era fruto de su propio esfuerzo, era casi igual que creer que los unicornios existían: algo absurdo.
Había hecho todo lo posible para escapar de ellos, incluso el cambiarse su nombre para buscar un futuro distinto al que le deparaba si seguía bajo el yugo de los Valentine.
Aun si tenía que trabajar en lo más profundo del bajo mundo, con tal de tener el dinero para sobrevivir, todo era mejor que vivir con la familia de su padre biológico.
Pero, cuando se cumplirían los cinco años de su escape, la llamada de la única persona que realmente le había importado su insignificante existencia, lo había dejado sorprendido.
No podía creer que, su medio hermano, quien lo trató como su igual, lo hubiera llamado para comunicarle que él, su esposa y sobrina recién nacida, también huirían del patriarca.
No obstante, lo que debía haber sido un reencuentro alegre, terminaría por ser una triste despedida al ver a su hermano al borde de la muerte, en una cabaña deshabitada en el medio del bosque.
Según lo que había entendido, su esposa no había logrado salir viva, y él, en su huida, terminaría por ser baleado varias veces en la espalda.
—Toma—dijo su hermano—no es mucho, pero te ayudará un año con ella. Si al final decides darla a un orfanato, es mejor que sea adoptada o huérfana, que encontrada de nuevo por ellos.
Aiden suspiró con amargura, mientras en un brazo colgaba un bolso con algunos billetes y en el otro tenía a su sobrina recién nacida. Sabía que debía huir, pero no quería dejar a Alan solo.
—¡Vamos!—suplicó de nuevo—¡Aún puedes caminar! ¡¿Cómo quieres que yo me quede solo con ella?! ¡¿Sabes realmente la maldición que hay entre ambos?!
—Si eso llegara a pasar—respondió con su último aliento—es incluso hasta mejor.
Sin entender lo último que había dicho, Aiden observó como su hermano daba su último suspiro, antes que sus ojos llorosos, que observaban a la bebé, se oscurecieran por completo. Comprendiendo que ya no había vuelta atrás, se marchó obligándose a correr todo lo que podía.
Le bastó solo media hora caminar hasta llegar a su camioneta, en un lote abandonado, casi en la frontera del pueblo y por ende de los dominios de los Valentine.
Temiendo que alguien los hubiera seguido, suplicaba al cielo que los amuletos en su parabrisas fueran aún fuertes como para camuflarse.
Con solo una mano maniobraba el volante, y con la otra cargaba a su sobrina, mientras intentaba tranquilizarse. Pronto marcaría su reloj las tres de la mañana, la hora de las brujas, y por ende el poder de los Valentine se haría grande. Así que debía acelerar todo lo que podía antes de quedar atrapado en el pueblo.
Justo cuando el reloj marcó 1 minuto, observó como de la tierra emergían espectros oscuros, antepasados de su familia, obligados a la servidumbre y que, al detectar la presencia de su sobrina, estaban intentando detener su auto.
Aunque estos espectros podían verlo, sintió que su alma volvía a su cuerpo, ya que estos no podían tocar su camioneta gracias a sus amuletos.
Y así, antes de que el segundero marcara finalmente las tres de la mañana, aceleró a fondo para finalmente salir del límite del pueblo.
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FIN FLASHBACK - PRESENTE
El sonido de su celular lo despertó de golpe, asustado sin saber cuándo había caído dormido. Tomando su celular, notó que era el domiciliario.
—Sí, perdón—expresó en un susurro—bajo en un momento.
Tomando sus pantuflas, salió casi corriendo de su apartamento para recibir al domiciliario, siendo casi las seis de la mañana.
Una vez obtuvo lo que había comprado, subió de inmediato y comenzó a preparar un desayuno sencillo, pero cuyo sabor ayudaría bastante.
Así, una vez listo el chocolate tibio, esperó a que enfriara lo suficiente para disolver dos pastillas anticonceptivas en este.
—Lo siento, Rosemary—expresó batiendo el chocolate que le daría—es esto o el infierno que se avecina.
Su sobrina, una bella joven rubia con ojos rosas, se despertó al escuchar el sonido de los platos, siendo acomodados por su tío. Con sueño, intentó reponerse, sintiendo un leve dolor en su entrepierna.
Así, con sus mejillas rojas y un poco avergonzada, observó una mancha roja en las sábanas, recordando lo que había ocurrido entre ella y su tío, el hombre que amaba y que le había hecho su mujer tantas veces en solo una noche.
Sabía que era malo, su tío le había recordado muchas veces que aquel sentimiento era prohibido, pero ya fuera el destino o la supuesta maldición que ella no entendía de dónde había salido, su alma se sentía tan feliz al saber que había sido tomada por el hombre que amaba.
—¿Aiden?—preguntó en un susurro.
Su tío se detuvo un momento, observándola desde la mesa, anonadado al ver su cuerpo desnudo, solo cubierto por la fina tela de una de sus playeras blancas. Carraspeando, desvió su mirada mientras cortaba un pedazo de pan.
—Soy tu tío, no me tutees—espetó con frialdad—recuerda que debes respetarme como tal.
—Sí...señor—respondió nerviosa—perdón.
—Siéntate—le ordenó—habláremos después de desayunar.
Un poco incómoda, Rosemary se sentó y se dispuso a comer, sin sospechar lo que había dentro de su taza de chocolate. Aiden en silencio la observó, detestaba hablarle así, ver su cara al borde del llanto, pero debía tratarla así para evitar que sus esperanzas crecieran.
—Ya he cancelado tu primer año de colegiatura, es tu regalo de cumpleaños—dijo una vez terminó su chocolate—podrás irte esta semana a Irlanda.
—¡¿En serio?!—preguntó emocionada—¿Usted irá conmigo?
—No—respondió seco—este es mi regalo de cumpleaños, el resto del dinero que necesitas hasta que consigas trabajo se te dará por un fideicomiso de un dinero que mi hermano me dio para ti. He decidido casarme con Anna, así que lo correcto es que ya no dependas más de mí y hagas tu vida por aparte.
—¡¿Qué?!—preguntó enojada—¡¿Te casarás con ella?!
Rosemary estaba enojada, tanto que se levantó de golpe y cambió su tono. No le importaba que su tío se molestara si empezaba a hablarle de manera autoritaria, él era suyo, no permitiría que una suripanta se quedara con él.
Aiden sabía muy bien el dolor que estaba ocasionándole al corazón de su sobrina, podía ver como sus bellos y dulces ojos se tornaban cristalinos, evidencia de la tristeza que estaba pasando. Pero, como el adulto de los dos, consciente de la maldición que había entre ellos, lo más responsable era poner tierra de por medio.
—Sí—dijo con frialdad—lo que pasó entre ambos, Rosemary, solo fue un error de tragos. Soy tu tío, y tú, mi sobrina, no podemos volver a cruzar la línea. Espero que comiences esta semana a arreglar tus cosas antes de irte.
—¿Yo... yo no soy... nada para usted?—preguntó cabizbaja.
—A la única persona que veo como mujer y mi futura esposa, es Anna. ¿Puedes entenderlo de una vez, por favor?—respondió levantándose con molestia—puedes dejar los platos en el fregadero, iré a dormir un poco más.
Quería hacerle de entender de una vez por toda que aquel amor enfermizo que ella sentía no podía ser posible, era incorrecto desde todas las formas que se viera. Aunque le doliera mucho tratarla, aunque le diera en secreto el anticonceptivo, lo mejor era que ella viviera lejos de él y de la maldición que los seguiría persiguiendo, de no tomar otro rumbo.
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Una vez cerró la puerta, se sentó en la cama que anteriormente había compartido con Rosemary, donde podía ver aún la evidencia de su virginidad robada. Suspirando con pesadez, intentando descansar y calmar su atormentada alma, el sonido de su celular le arruinó sus planes.
—Entiendo, allí estaré—respondió antes de colgar secamente la llamada.
Observando con frialdad el segundo celular que usaba, exclusivo para su trabajo, recordó que aquel día en su pasado había sido por completo un desastre. Sin nada que poder hacer, se dirigió al baño para arreglarse y utilizar el overol impermeable.
Dejando una nota para su sobrina y unos billetes encima de la mesa, se acercó a la puerta de su habitación para despedirse; sin embargo, el leve sollozo de esta le hizo arrepentirse. Dándose la vuelta sin decirle un adiós, se dirigió rumbo a su camioneta.
El camino casi resbaladizo por la lluvia de aquel día tormentoso solo hizo que su dolor de cabeza aumentara, mientras más recuerdos de lo que había pasado ese día afloraban. Esperando que la aspirina surtiera efecto, pasó por la vía marcada por su jefe para llegar a su objetivo.
En ese momento su otro celular sonó, frunciendo aún más con fuerza sus ojos, no tuvo de otra más que contestar la llamada de su próxima esposa.
—¡Mi amor!—la voz chillona de Anna resonó por lo alto—¿Dónde está el futuro padre de mis hijos?
—Camino a un trabajo—respondió.
—¿Pero por qué tan seco?—preguntó un poco afligida—¿Eso quiere decir que ya no estás en casa?
—Perdón—intentó calmarse—y no, no estoy en mi casa.
—Papi es muy malo al hacerte trabajar un domingo, ¡lo voy a regañar!—espetó Anna—¿nos podemos ver cuando acabes?
—Sí, iré a tu apartamento más tarde—dijo antes de colgar.
Encendió las luces de su camioneta, dando la señal para que aquellos hombres de negro enfrente de él abrieran el portón de la mansión que debía de limpiar. Aún conmocionado y cansado, recordando en carne viva lo que vivió antes de retroceder en el tiempo, estacionó su camioneta y bajó sus enceres de limpieza.
—Allí vas otra vez, Aiden—susurró con desdén.
Asegurándose que sus botas impermeables estuvieran bien puestas, pisó con cuidado la entrada trasera de la zona de la piscina, para observar sin inmutarse el baño de sangre que allí había. No solo el agua de la piscina estaba roja, sino todos los muebles alrededor.
En medio de la misma, flotaban dos cuerpos adultos. Los recordaba muy bien, ya que había demorado casi el día entero limpiando el desastre. Todo por una vil traición del hombre gordo que, a cambio de un mejor puesto, había vendido información vital a una mafia rival.
Y, a su jefe, no le gustaba que se le traicionara en sus narices, menos un hombre que estuvo tan cercano a él, por ese envío a sus sicarios a matarlo y la condenada prostituta en turno solo fue un daño colateral. Sin ganas de pensar más, comenzó a dirigirse al área de las duchas.
Ignorando las manchas de sangre que continuaban hasta adentro, donde el traidor había sido previamente torturado, abrió la llave de la manguera exterior y comenzó a llenar un balde con agua que usaría para preparar el líquido limpiador.
—Piérdete, no tengo tiempo—dijo mientras vaciaba medio pote de lejía.
—Ayúdame—una voz femenina se escuchó por detrás—por favor...
—Busca a un padre—respondió levantándose.
Sin mirar al espectro de la prostituta que había muerto, el cual estaba por completo desnudo, mostrando signos de violencia, se dispuso primero a recoger toda la basura alrededor de la piscina, mientras esta comenzaba poco a poco a vaciarse.
Suspirando con pesadez, guardó la última bolsa de basura en el canasto de residuos que llevaba siempre, mientras se preparaba para limpiar la sangre en el piso y los muebles. Queriendo terminar lo pronto posible, terminaría por ignorar al espectro de la prostituta que seguía molestándolo.
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Con los ojos hinchados, Rosemary se levantó de su cama, luego de dormir por varias horas. Su celular mostraba varias llamadas perdidas de su mejor amiga, con la que había quedado de verse esa misma tarde. Aturdida, se levantó y se dispuso a caminar al baño para lavarse un poco; sin embargo, se detuvo de golpe al escuchar algo.
—¿Tío?—preguntó varias veces por este, pero no obtuvo respuesta.
Aterrada, siguió con su rutina, ignorando las pisadas que escuchaba provenir de la sala. Desde muy niña veía fantasmas, así como seres de otros planos que los humanos no podían ver. Según su tío, era algo de nacimiento, que él también había heredado; no obstante, era la hora y aún no se acostumbraba a ello.
Pensando que tal vez si ignoraba aquello no pasaría nada, salió con cuidado de su habitación, rogando que fuera su tío y no otra cosa. No obstante, mientras caminaba a la cocina, su corazón aceleraba al sentir como todo a su alrededor se tornaba frío.
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