A todos aquellos que, como Aliert, enfrentan la vida con valentía a pesar de las sombras.
A las familias y amigos que nunca dejan de luchar, incluso cuando el camino se vuelve incierto y el dolor parece interminable. Porque en sus abrazos y palabras de aliento se encuentra la verdadera fuerza, y en su amor, la esperanza que sostiene.
A quienes siguen adelante llevando en el corazón el recuerdo de quienes partieron demasiado pronto. Que nunca olvidemos que el amor trasciende el tiempo y el espacio, y que en cada sonrisa, en cada acto de bondad, revivimos un poco de ellos.
Y, finalmente, a aquellos amores que marcan nuestra vida de una manera irrevocable, que nos muestran que el verdadero amor puede ser eterno, incluso en la ausencia.
Esta historia es para ustedes, para que sepan que no están solos y que, en el eco de la memoria, siempre hay lugar para la vida.
ALIERT LEMOINE
.........
Me desperté con un intenso dolor abdominal. Mi cuerpo estaba empapado en sudor, y cada respiración era una lucha contra el dolor que me atravesaba. Quise gritarle a mi mamá, pedirle ayuda, pero en el momento en que intenté hablar, un punzante dolor me recorrió el cuerpo, obligándome a encorvarme sobre la cama. A duras penas logré gritar el nombre de mi hermana, y, de repente, la puerta de mi habitación se abrió de golpe.
Mis padres y Karla, mi hermana, entraron corriendo. Mi madre se acercó a mí rápidamente, colocando una mano temblorosa en mi frente. Su rostro palideció al instante.
—¡Está hirviendo! —exclamó con desesperación—. ¡Tenemos que llevarlo al hospital!
Mi papá me levantó con esfuerzo, sosteniéndome mientras intentaba no lastimarme más. Yo seguía llorando por el dolor, incapaz de contener las lágrimas. Alcancé a ver la expresión aterrada de Karla y la mirada pálida y preocupada de mi madre antes de que me sacaran de la casa.
El trayecto al hospital fue una mezcla de sollozos y murmullos urgentes. Llegamos a la zona de urgencias, y mi papá me sacó del auto mientras mi madre intentaba explicarle la situación a una enfermera que se acercó apresurada. Apenas me vio, la enfermera levantó la voz llamando a un doctor. En cuestión de segundos, me colocaron en una camilla y me llevaron al interior del hospital.
El médico, con movimientos rápidos pero precisos, realizó una revisión mientras la enfermera se quedaba con mis padres.
—Tiene casi 39 de fiebre —dijo el doctor, intentando aligerar el ambiente con una sonrisa—. Podría freírse un huevo en esta cabeza ahora mismo.
Pese a su intento de humor, no podía ignorar el dolor que seguía quemándome desde dentro. Sentí cómo insertaban una intravenosa en mi brazo, administrándome suero y un medicamento para el dolor. Poco a poco, el malestar comenzó a desvanecerse, pero una pesada niebla de agotamiento cayó sobre mí. Mi cabeza, adolorida por la fiebre, parecía hecha de plomo. Cerré los ojos, y lo último que recuerdo fue la sensación del frío suero recorriendo mis venas.
SALA DE ESPERA
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La sala de espera de urgencias estaba iluminada por luces frías que realzaban la palidez de los rostros alrededor. Los padres de Aliert llevaban casi cuatro horas esperando, entre el ruido de pasos apresurados y el sonido de monitores lejanos. El doctor Moier quien estaba atendiendo a su hijo finalmente se acerca a ellos. Con una expresión seria, y una mirada que refleja a una ligera simpatía lo llamó.
—Señores Lemoine, ¿podrían acompañarme un momento? Quisiera hablar con ustedes en privado.
Ambos padres se miran y asienten, sus rostros estaban tensos por la preocupación.
Siguen al doctor a un pequeño cubículo privado en el área de urgencias, donde el médico cerro la puerta para garantizar la privacidad.
Sentandose frente a ellos les hizo una señal para que lo escucharán.
—Primero, quiero que sepan que entendemos lo difícil que ha sido este momento. Aliert ha estado bajo observación y le hemos hecho una evaluación inicial. Pero necesito hablarles de lo que hemos encontrado.
El padre de Aliert, Thomas ,traga con dificultad, mientras la madre Camille junta sus manos con nerviosismo y preocupacion.
Mirándolos con la mirada más tranquila, continúo hablando de forma cuidadosa.
—Los síntomas que ha presentado su hijo -la fiebre alta, el dolor abdominal intenso, la falta de apetito- nos llevaron a hacerle un examen físico detallado. En ese proceso, observamos manchas amarillas en su piel y en el blanco de los ojos. Esto, junto con los otros síntomas, sugiere una posibilidad preocupante.
Con voz temblorosa la madre preguntó
— Doctor, ¿qué significa eso?
—Hay una posibilidad de que Aliert esté sufriendo un problema grave en el páncreas. Estamos considerando la posibilidad de un cáncer de páncreas, pero necesitamos realizar varios exámenes para confirmar o descartar esta hipótesis.
Los padres permanecen en silencio, procesando el impacto de la palabra "cáncer". La madre siente que sus ojos se llenan de lágrimas, mientras el padre se inclina hacia adelante, buscando respuestas en el rostro del médico.
—¿Qué exámenes... necesitamos hacer? -murmuro Thomas con la voz ahogada
Con la voz tranquila el doctor continúo hablando —En primer lugar, vamos a hacer una ecografía abdominal. Este examen es no invasivo y utiliza ondas de sonido para crear imágenes de los órganos internos, incluido el páncreas. Nos ayudará a ver si hay algún cambio anormal en el tamaño o en la forma del páncreas, que podría estar causando los síntomas.
La madre asiente lentamente, tratando de mantenerse fuerte.
—Además, realizaremos una tomografía computarizada (TC) del abdomen. Esta prueba es más precisa y nos dará imágenes detalladas en tres dimensiones de los órganos, lo que nos permitirá detectar cualquier masa o lesión que podría estar en el páncreas.
El padre respira profundamente, tratando de entender la gravedad de lo que implica cada examen.
—También necesitamos hacerle una prueba de sangre completa. Esta prueba nos permitirá revisar varios indicadores, en particular los niveles de bilirrubina. Cuando el páncreas o el hígado están afectados, los niveles de bilirrubina en sangre suelen aumentar, lo cual podría estar causando las manchas amarillas en la piel y en los ojos de Aliert.
Con la voz ahogada en llanto Camille pregunto —¿Y cuánto tiempo tomará... todo esto?
—Sabemos que cada minuto cuenta. La ecografía y la tomografía las haremos en las próximas horas, y los resultados deberían estar listos en uno o dos días. Dependiendo de los resultados, podríamos tener que hacer una biopsia del páncreas. Esta prueba implica tomar una muestra muy pequeña de tejido del páncreas, que luego se analiza en un laboratorio para determinar si hay células cancerosas.
Los padres se miran, tratando de encontrar fuerzas en el otro. La madre lucha por mantener la compostura.
Thomas miró con miedo al hombre de blanco frente a el —Doctor... ¿qué posibilidades tiene nuestro hijo?
El doctor los miro con simpatía, había visto muchos casos así, por lo que respondió lo más calmado posible —Sé que esta noticia es devastadora, pero quiero que sepan que estamos comprometidos a hacer todo lo posible por ayudar a Aliert. Estos exámenes nos darán una respuesta más clara, y, si fuera necesario, empezaremos el tratamiento de inmediato. No están solos en esto; estaremos aquí para acompañarlos en cada paso del proceso.
La madre toma la mano del doctor en un gesto de agradecimiento, mientras las lágrimas finalmente ruedan por su rostro. El doctor les da un momento para recomponerse antes de salir a coordinar los exámenes, dejándolos con una mezcla de temor y esperanza en esa pequeña sala de urgencias.
Los días pasaron rápidamente, cuando finalmente el hospital se comunicó con la familia Lemoine. La sala de consultas estaba en penumbra, el clima sombrío acentuaba la tensión en el ambiente. Camille y Thomas estaban sentados, tomados de las manos, esperando que el doctor Moier les hablara. Ya llevaban varios días desde que comenzaron las pruebas, y el miedo se había vuelto un compañero constante. Ambos sentían la urgencia de saber la verdad, aunque temían lo que estaba a punto de decirles.
—Señores Lemoine, quiero agradecerles la paciencia y fortaleza que han tenido. Los resultados de los exámenes han llegado, y necesito que escuchen con calma lo que voy a decir.
Los padres se miran, y Camille contiene un sollozo silencioso, apretando la mano de Thomas.
—Aliert tiene cáncer de páncreas. Los estudios de imagen y la ecografía han confirmado una masa en el páncreas que, desafortunadamente, se encuentra en una etapa tardía. Esto significa que el cáncer está avanzado y que necesitará un tratamiento inmediato.
Thomas cierra los ojos con fuerza, tratando de asimilar la noticia, mientras Camille no puede evitar que una lágrima escape.
—¿Qué... qué opciones tenemos?
El doctor hizo una ligera pausa mientras soltaba un suspiro —Antes de decidir el tratamiento definitivo, necesitaremos realizar una biopsia. Este procedimiento nos permitirá analizar el tipo exacto de células cancerosas y determinar con mayor precisión el alcance de la enfermedad. A partir de allí, podríamos considerar varias opciones.
Camille se seco las lágrimas y pregunto con voz llorosa —Doctor, ¿qué significa... una etapa tardía? ¿Qué tan grave es?
—En una etapa tardía, el cáncer ya ha crecido significativamente y puede haberse extendido a otros órganos. Esto hace que sea más difícil de tratar. Sin embargo, existen tratamientos que pueden ayudar a reducir el tamaño del tumor y controlar los síntomas. Dependiendo de la biopsia, hablaremos sobre quimioterapia y, si es posible, radioterapia o cirugía. Cada opción tiene sus riesgos y beneficios, y los apoyaremos en cada decisión.
Camille asiente, aunque su mirada está vacía, tratando de digerir la información. Thomas le pone una mano en el hombro, ambos sabiendo que debían encontrar fuerzas para su hijo.
El doctor continúo —Entiendo que es una noticia muy dura, y les doy mi palabra de que haremos todo lo posible por darle la mejor atención a Aliert. Sé que le han dicho que esto es solo una gripe, y pueden continuar protegiéndolo de la noticia hasta que se sientan listos. Pero quiero que sepan que él también puede necesitar apoyo emocional.
Ambos padres asienten con la mirada baja, conscientes de que pronto tendrían que hablar con Aliert.
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Días después, en la sala de su casa, Aliert está recostado en el sofá. Aunque sus padres le habían dicho que era solo una gripe, él sentía en su cuerpo que era algo más. Las náuseas y el dolor persistente en el abdomen no eran normales, y la debilidad que sentía lo agotaba cada día más.
Karla, su hermana de 15 años, estaba sentada a su lado, tratando de distraerlo con un programa de televisión, mientras Camille y Thomas se acercan para sentarse junto a ellos.
Aliert suspiro y miro a sus padres —Mamá, papá... sé que no es solo una gripe. No estoy tonto. ¿Por qué me están ocultando las cosas?
Camille y Thomas intercambian una mirada, sorprendidos por la madurez de Aliert. Camille toma una bocanada de aire y se acerca, sosteniendo su mano.
—Aliert, te dijimos que era una gripe porque no queríamos preocuparte demasiado... Pero tienes razón, esto es algo más serio.
Mirando a su madre preguntó con voz temblorosa —¿Es cáncer, verdad? O ¿Es algo más?
Karla, quien había estado sentada en silencio, suelta una pequeña exclamación y sus ojos se llenan de lágrimas.
Thomas miró a su hijo mientras tomaba su mano —Sí, hijo. Es cáncer. Pero estamos haciendo todo lo posible por ayudarte a vencerlo. Vamos a empezar el tratamiento muy pronto.
Aliert asiente, tratando de procesar la gravedad de lo que siempre había sospechado. Observa a su familia, viendo el dolor en sus ojos.
Con una ligera sonrisa miro a sus padres
—Bueno, supongo que eso explica por qué me siento tan cansado todo el tiempo... pero no tienen que preocuparse. Voy a pelear, no me voy a dar por vencido tan fácil.
Camille abraza a Aliert con fuerza, sus lágrimas finalmente liberadas, mientras Thomas coloca una mano en el hombro de Karla, quien solloza en silencio.
Karla miro a su hermano entre lágrimas mientras se acercaba a el —Eres el hermano más fuerte que alguien podría tener, Aliert.
Con una voz suave y una pequeña sonrisa Aliert tomo la mano de su hermana
—Entonces, me van a tener que cuidar muy bien, ¿eh? ¿Puedo faltar a clases?
—Claro que puedes cariño -murmuro su madre mientras lo sostenía en brazos
Todos intentaron sonreír entre las lágrimas ya que sabían que el no faltaría a la escuela más de lo necesario, rodeando a Altair en un abrazo familiar, intentando encontrar fuerza en su unidad mientras enfrentan el difícil camino que les espera.
Los días pasaron rápidamente, el día en el que le harían la biopsia finalmente había llegado, estaba nervioso sin embargo sabía que era necesario. Cuando llego al hospital las enfermeras lo llevaron a la habitación en la que se quedaría, le dieron una bata para que se cambiara y lo llevaron a la sala donde le harían el procedimiento.
El cuarto de procedimientos estaba completamente esterilizado, con un brillo blanco y aséptico que le daba una apariencia fría. Aliert, acostado en la camilla, observaba el techo mientras trataba de controlar los nervios. Aunque había escuchado a sus padres y a los doctores explicar el procedimiento, no dejaba de sentirse vulnerable.
El doctor Moier, un hombre de mediana edad con una expresión calmada, se acercó a la camilla, colocándose los guantes mientras hablaba con voz suave.
—Aliert, sé que este es un momento difícil, pero estás en buenas manos. Haremos todo lo posible para que te sientas cómodo. Hoy vamos a tomar una pequeña muestra de tu páncreas para entender mejor qué está causando tu enfermedad.
Aliert asintió con un pequeño movimiento, su mirada fija en el rostro del doctor. Aunque intentaba mantenerse sereno, su respiración estaba agitada.
—Vamos a comenzar con un sedante leve para ayudarte a relajarte y, después, una anestesia local. Esto significa que estarás despierto, pero no sentirás dolor durante el procedimiento.
La enfermera le administró el sedante por vía intravenosa, y poco a poco Aliert comenzó a sentir cómo su cuerpo se relajaba. Su mente se nublaba ligeramente, permitiéndole un respiro del constante temor que sentía desde el diagnóstico.
Con una mirada tranquilízate el Doctor Moier hizo lo posible por calmarlo— Vamos a empezar ahora. Voy a aplicar la anestesia en la zona abdominal. Sentirás una pequeña presión, pero no dolerá.
El doctor aplicó la anestesia local en el área cercana al páncreas. Después de unos minutos, comprobó que la zona estuviera completamente insensible, tocando suavemente para asegurarse de que Aliert no sintiera dolor.
— Para la biopsia, usaremos una aguja fina que se inserta en el abdomen. La guía de imagen nos ayudará a dirigir la aguja hasta el páncreas para obtener una muestra del tejido. Vamos a monitorear todo en tiempo real mediante ecografía para ser lo más precisos posible.
Aliert asintió ligeramente, sintiendo una presión profunda pero indolora mientras el doctor insertaba la aguja en su abdomen. La enfermera, a su lado, le sostenía la mano, ofreciéndole un pequeño consuelo durante el procedimiento.
El doctor miraba atentamente la pantalla de la ecografía, guiando la aguja hacia el páncreas. Se movía con precisión y cautela, y después de unos segundos, retiró la aguja con una pequeña muestra de tejido.
Con una sonrisa miro al joven acostado
—Muy bien, Aliert. Ya hemos terminado. La muestra se enviará al laboratorio para analizarla y, en unos días, tendremos los resultados que necesitamos para definir el siguiente paso en el tratamiento.
Aliert intentó devolverle la sonrisa, aunque el cansancio era evidente en su rostro.
La enfermera limpió la zona y colocó una pequeña venda sobre el sitio de la biopsia. Después, ayudaron a Aliert a sentarse lentamente, dándole unos minutos para el recuperarse.
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De regreso en la habitación de Aliert, el doctor Moier se sentó junto a él y sus padres, Camille y Thomas, que estaban visiblemente preocupados pero tratando de mantenerse firmes.
—Aliert, ahora que la biopsia está hecha, vamos a esperar los resultados, que deberían estar listos en unos días. Esta muestra nos dirá con certeza el tipo y la extensión exacta del cáncer. Dependiendo de los resultados, comenzaremos un tratamiento específico.
Con la mirada preocupada Camille hizo la pregunta más importante. —¿Cuáles son las opciones de tratamiento, doctor?
—Una vez que tengamos el análisis de la biopsia, valoraremos empezar con quimioterapia. En una etapa avanzada, la quimioterapia puede ayudar a reducir el tamaño del tumor y controlar los síntomas. Esto se administrará en sesiones, y ajustaremos la dosis según su respuesta al tratamiento.
Con una expresión seria Thomas miró al hombre —¿Hay algo más que podamos hacer mientras tanto?
Mirando a ambos padres respondió con calma. — Lo más importante es el apoyo emocional. Aliert necesitará fuerza y ánimo para sobrellevar los efectos de la quimioterapia, que pueden ser agotadores. Estaremos con ustedes en cada paso, y les daremos toda la orientación que necesiten para apoyarlo.
Aliert escucha en silencio, intentando procesar las palabras del doctor. Aunque le asusta lo que se avecina, siente un alivio leve al saber que tiene a sus padres a su lado.
Los días que siguieron a la biopsia se convirtieron en una especie de limbo para Aliert y su familia. Cada mañana, Camille y Thomas despertaban con la esperanza de recibir una llamada del hospital, y cada noche se acostaban agotados, con el peso de la incertidumbre sobre ellos. Intentaban mantener el ambiente en casa lo más normal posible para Aliert y su hermana Karla, aunque ambos notaban la tensión que se respiraba en cada rincón.
Aliert pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, leyendo y viendo series, mientras las náuseas y el cansancio lo consumían. Aunque sus padres y Karla intentaban animarlo, él sentía la sombra de la enfermedad cada vez más pesada.
Finalmente, después de varios días de espera, el teléfono sonó. Camille y Thomas recibieron la llamada del hospital, y esa misma tarde, llevaron a Aliert a la consulta para recibir los resultados. Todos estaban nerviosos, tratando de disimular su ansiedad.
Cuando llegaron, el doctor Moier los recibió en su despacho. Su rostro estaba serio, aunque mantenía la empatía en su mirada.
—Gracias por venir, familia Lemoine. Sé que han sido días difíciles, pero ya tenemos los resultados de la biopsia.
Camille tomó la mano de Aliert, como si quisiera darle fuerzas a través del contacto, mientras Thomas mantenía una expresión tensa.
—Aliert, los resultados confirman que el cáncer en tu páncreas está en una etapa avanzada. Esto significa que el tumor ha crecido y, en tu caso, ya no es operable. Sin embargo, existen opciones de tratamiento que pueden ayudarnos a reducir el tumor y a controlar la enfermedad.
Aliert asintió, asimilando lentamente lo que el doctor le decía. La palabra “inoperable” resonaba en su mente, pero intentaba mantener la calma.
Con la mirada tensa Camille observo al doctor —Doctor… ¿qué implica el tratamiento? ¿Qué podemos esperar?
Mirándolos a todos con empatía le respondió lo más tranquilo posible.
—Vamos a empezar con la quimioterapia lo antes posible. La quimioterapia ayudará a reducir el tamaño del tumor y a aliviar algunos de los síntomas, como el dolor y la fatiga. Esto no será fácil; algunos efectos secundarios pueden ser muy duros, como las náuseas y la pérdida de energía. Pero es una opción que puede darle calidad de vida a Aliert y ayudarnos a combatir el cáncer.
Con voz baja Aliert se dirigió al medico
—¿Cuánto tiempo... me queda?
Camille y Thomas se miraron, ambos con lágrimas en los ojos. Sabían que era una pregunta difícil, pero también entendían que su hijo necesitaba honestidad.
Con delicadeza miro al joven mientras explicaba —Aliert, la medicina no es una ciencia exacta, y cada paciente responde de manera distinta al tratamiento. Mi objetivo es darte la mejor calidad de vida posible y luchar junto a ti. No estamos pensando en cuánto tiempo, sino en cómo haremos para que cada día cuente. Te prometo que haremos todo lo posible.
Aliert asintió, sintiendo la mezcla de miedo y tristeza en su pecho, pero también una pequeña chispa de esperanza.
Poniendo una mano en el hombro de Aliert, Thomas tranquilizó a su hijo —Hijo, estamos contigo. En cada paso. No estás solo en esto.
—Mañana mismo podemos programar la primera sesión de quimioterapia. Recibirás medicamentos para ayudarte a lidiar con los efectos secundarios. Quiero que recuerden que, aunque este proceso es difícil, cada día de tratamiento es una batalla en la que avanzamos juntos.
De vuelta en casa, el silencio envolvía a la familia. Karla, que había estado esperando ansiosa, observó la expresión en los rostros de sus padres y entendió que las noticias no eran buenas.
Aliert se sentó en el sofá junto a su hermana, y ella se acurrucó a su lado, sin decir una palabra. Él miró a su hermana, notando el temor en sus ojos.
Intentando sonreír calmo a su hermana —Eh, esto es solo una pelea más, ¿verdad? Ya sabes, siempre fui bueno para las peleas.
Abrazando fuertemente a su hermano lloro en silencio — Sí, y eres el más fuerte. Lo sé, Aliert… lo sé.
Ambos padres solo observaron a sus hijos en silencio.
Al día siguiente se despertaron temprano para poder ir al hospital, sabiendo que apartir de ahora esa sería su rutina nadie se quejó.
Aliert estaba en la sala de quimioterapia, recostado en una silla reclinable, con una fina manta cubriéndole las piernas. Los sonidos de los monitores y el constante goteo del líquido en la vía intravenosa se mezclaban en el ambiente. Había otras personas a su alrededor, todas en silencio, cada una enfrentando su propia batalla. Camille estaba a su lado, leyendo una revista aunque claramente preocupada; sus ojos volvían una y otra vez a su hijo.
La enfermera se acercó para ajustar la velocidad de la infusión, y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—¿Cómo te sientes, Aliert? —preguntó la enfermera amablemente.
Aliert esbozó una sonrisa débil.
—Bien… bueno, lo mejor que puedo.
Sintió el líquido frío recorriendo sus venas. La incomodidad aumentaba poco a poco, y con ella el mareo y las náuseas que la enfermera le había advertido. Camille lo miró preocupada, sosteniendo su mano en silencio, como si intentara transmitirle fuerzas.
Aliert cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de concentrarse en el hecho de que esta era solo una batalla de las muchas que tendría que enfrentar.
A pesar de los estragos del tratamiento, Aliert se negaba a faltar a la escuela más de lo necesario. Deseaba con todas sus fuerzas que al menos una parte de su vida permaneciera como antes. No quería que sus compañeros supieran lo que estaba pasando; no soportaba la idea de ser "el chico enfermo" en su salón. Así que cada mañana, a pesar del cansancio y el malestar, se arreglaba y se dirigía a clases como siempre.
Pero era difícil ocultarlo. Su piel estaba cada vez más pálida, su energía se agotaba rápido, y sus ojos parecían siempre cansados. Apenas se concentraba en las clases, y cada vez le resultaba más difícil fingir que todo estaba bien.
En una de las clases, mientras intentaba enfocar su vista en el pizarrón, sintió la mirada de su compañero de pupitre, Daniel Moor. Daniel era uno de los pocos amigos que siempre lo había apoyado en silencio, pero últimamente parecía observarlo con más atención.
Cuando sonó el timbre, Aliert comenzó a recoger sus cosas con movimientos lentos. Daniel, sin embargo, lo miraba fijo.
—Oye, Aliert —dijo Daniel, con un tono de voz suave pero serio—. ¿Puedes hablar conmigo un momento? A solas.
Aliert sintió un leve escalofrío, pero asintió. Sabía que Daniel sospechaba algo, y no estaba seguro de si estaba preparado para decirle la verdad. Sin embargo, la sinceridad en los ojos de su amigo lo hizo seguirlo hasta una esquina vacía de la escuela, en uno de los pasillos menos transitados.
Daniel se detuvo y miró a Aliert con preocupación.
—¿Qué te está pasando? —preguntó con franqueza, sin rodeos—. Has estado… diferente. Pálido, cansado. Faltas a veces y cuando vienes, no eres tú. ¿Qué pasa, Aliert?
Aliert bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras. Parte de él quería decirle que no pasaba nada, que solo era un malestar pasajero. Pero también sabía que Daniel no se tragaría una mentira tan simple. Finalmente, respiró hondo y levantó la vista, encontrando los ojos de su amigo.
—Tengo… cáncer, Dani —susurró, apenas capaz de pronunciar la palabra—. Cáncer de páncreas. Me diagnosticaron hace poco y… estoy en quimioterapia.
El rostro de Daniel palideció, y sus ojos se abrieron, como si las palabras lo hubieran golpeado de lleno. Se quedó en silencio por un instante, procesando lo que su amigo acababa de confesarle.
—¿Cáncer? —repitió, con la voz quebrada—. Aliert, no tenía ni idea…
—Nadie sabe. No quiero que me miren como “el chico enfermo”, ¿entiendes? Solo quiero… que todo siga como antes.
Daniel asintió lentamente, tratando de recuperar la compostura. Dio un paso hacia Aliert y, sin pensarlo, le puso una mano en el hombro.
—No tienes que hacerlo solo —le dijo en voz baja, con firmeza—. Estoy aquí. No voy a dejar que enfrentes esto sin ayuda, ¿entiendes?
Aliert sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, aunque intentó contenerlas. El miedo y el agotamiento que había estado acumulando parecían disolverse un poco ante el apoyo incondicional de su amigo.
—Gracias, Dani —murmuró, su voz apenas audible.
Daniel asintió, esbozando una pequeña sonrisa.
—Aquí estoy. Cuando necesites algo, sea lo que sea… solo avísame. Esto no cambia nada entre nosotros, ¿de acuerdo?
Aliert asintió, y por primera vez en mucho tiempo sintió que la carga en su pecho se aligeraba. Sabía que el camino sería duro, pero tener a alguien a su lado, alguien que no lo tratara como un enfermo, le daba la fuerza que necesitaba.
Ambos se alejaron del pasillo, y aunque ninguno volvió a mencionar la conversación, una nueva conexión había surgido entre ellos.
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