El sol brillaba alto en el cielo, y Ariadna Callis sentía que su vida no podía ser más ordinaria. Sentada en el banco de la plaza principal, esperaba a sus hermanos, Nikos y Theo, quienes habían prometido recogerla después de hacer unas compras. Como siempre, ambos parecían haber olvidado que existía. Suspirando, revisó su reflejo en la pantalla del celular: sus rizos castaños estaban algo alborotados, y su camiseta favorita ya mostraba señales de desgaste. “Perfecto”, pensó sarcástica.
La plaza estaba llena de estudiantes, ya que era viernes por la tarde. Entre risas y charlas animadas, Ariadna se sintió un poco desplazada. No porque no tuviera amigos, sino porque no se adaptaba al molde de las chicas populares. Era curvy y orgullosa de ello, pero había días, como este, en los que deseaba pasar desapercibida.
—¿Ariadna? —La voz de Daphne, su mejor amiga, la sacó de sus pensamientos.
—¡Daphne! Pensé que estabas con tu novio.
—Lo dejé en el café con sus amigos. Prefiero mil veces estar aquí contigo —respondió Daphne mientras se sentaba junto a ella.
Antes de que pudieran iniciar una conversación profunda, un auto negro, elegante y claramente caro, se estacionó cerca de ellas. Ambos observaron con curiosidad.
—¿Quién será? No creo que sea alguien del pueblo —murmuró Daphne.
La puerta del conductor se abrió lentamente, y un joven salió del vehículo. Tenía el cabello oscuro y un porte tan elegante que parecía salido de un drama de televisión. Ariadna no pudo evitar fijarse en su expresión seria, casi intimidante, mientras observaba a su alrededor como si evaluara el lugar.
—¿Nuevo en el pueblo? —preguntó Daphne con una sonrisa maliciosa.
Ariadna no respondió. Había algo en los ojos del desconocido, una mezcla de cansancio y frialdad, que la dejó intrigada.
El chico, sin prestar atención a nadie, comenzó a caminar hacia la dirección opuesta, pero no sin antes lanzar una mirada rápida en su dirección. Fue un vistazo tan breve como intenso, como si la evaluara. Ariadna sintió un escalofrío, pero no estaba segura de si era por nervios o por algo más.
—Definitivamente interesante —comentó Daphne mientras se ponía de pie—. Bueno, tengo que irme. Nos vemos el lunes, ¿sí?
Ariadna asintió distraída. Algo le decía que aquel encuentro, aunque fugaz, no sería el último.
Más tarde, esa misma tarde, Nikos y Theo finalmente se dignaron a aparecer, con bolsas de compras y caras de satisfacción.
—¿Cuánto tardaron? —se quejó Ariadna, cruzándose de brazos—. Llevo más de una hora esperando.
—Tranquila, pequeñaja —bromeó Theo mientras dejaba las bolsas en el asiento trasero de la camioneta—. No te vas a derretir.
Nikos, el mayor, rodó los ojos y se sentó al volante. —Sube ya, Ari. Tenemos hambre, y mamá no va a cocinar sola.
—¡Siempre pensando en comida! —respondió ella mientras se subía.
De camino a casa, los hermanos discutían sobre tonterías como de costumbre, pero Ariadna no podía dejar de pensar en el chico del auto negro. Algo en su mirada la había descolocado, como si él supiera algo que los demás ignoraban.
El lunes por la mañana, Ariadna llegó al instituto más temprano de lo habitual. Por lo general, evitaba los pasillos llenos de estudiantes, pero hoy algo la impulsó a llegar antes. No sabía si era pura intuición o simple curiosidad, pero quería ver si el misterioso chico había venido al instituto.
Y ahí estaba, de pie junto a la puerta de la dirección. Con una mochila de cuero y una expresión de desinterés absoluto, Eryx Soterios destacaba como un faro en medio del bullicio adolescente. Los murmullos y las miradas curiosas no parecían afectarle en lo más mínimo.
Ariadna se detuvo en seco. Quería pasar desapercibida, pero parecía que el destino tenía otros planes, porque justo cuando intentaba retroceder, Eryx giró la cabeza y la miró directamente.
Fue como si el tiempo se detuviera. Sus ojos oscuros eran tan profundos que parecían leer cada uno de sus pensamientos. Ariadna tragó saliva, insegura de cómo reaccionar.
Finalmente, él desvió la mirada y entró en la oficina de la directora. Ariadna exhaló aliviada.
—¿Lo viste? —preguntó Daphne, apareciendo de la nada.
—¿Podrías no hacer eso? Casi me matas del susto.
—Es inevitable. ¿Pero lo viste? Está en nuestra escuela. Esto se pone interesante.
Ariadna no respondió. Sabía que este lunes, que había comenzado como cualquier otro, sería recordado como el día en que todo cambió.
Durante las clases, Ariadna trató de concentrarse, pero su mente volvía constantemente a Eryx. ¿Quién era? ¿Por qué se veía tan… atormentado? No quería ser una de esas chicas que se obsesionan con el chico nuevo, pero algo en él la intrigaba profundamente.
Al final del día, cuando estaba guardando sus libros en el casillero, una voz profunda interrumpió sus pensamientos.
—¿Ariadna, cierto?
Se giró rápidamente y lo vio allí, de pie, con una expresión seria pero calmada.
—Eh… sí. ¿Y tú eres…?
—Eryx. Solo quería agradecerte por no mirarme como si fuera un fenómeno en la mañana.
Ariadna se sintió desconcertada. ¿Era un intento de broma? ¿Un comentario sarcástico? No podía descifrarlo.
—No suelo juzgar a las personas por su aspecto.
Él asintió, aunque sus labios apenas formaron una leve curva que podría considerarse una sonrisa.
—Eso es… refrescante. Nos veremos, Ariadna.
Antes de que pudiera responder, Eryx se dio la vuelta y desapareció entre la multitud. Ariadna se quedó allí, preguntándose cómo un simple "gracias" había logrado acelerar tanto su corazón.
La semana transcurrió como un torbellino de emociones. Eryx Soterios se había convertido en el tema de conversación de todo el instituto. Las chicas especulaban sobre su vida personal, mientras los chicos parecían debatir si debía ser un enemigo o alguien a quien admirar. Ariadna, sin embargo, se mantuvo al margen. Había algo en la actitud de Eryx que le hacía pensar que odiaba la atención, y la última cosa que quería era unirse al circo.
El viernes por la mañana, mientras se dirigía a su clase de literatura, lo encontró sentado en las gradas exteriores. Era una escena que habría pasado desapercibida de no ser por la intensidad de su mirada, fija en un cuaderno que sostenía con firmeza. Ariadna dudó un momento, pero finalmente se acercó.
—¿No tienes clase? —preguntó, más para romper el hielo que por verdadera curiosidad.
Eryx levantó la vista lentamente, sus ojos encontrándose con los de ella. No parecía molesto, pero tampoco particularmente interesado.
—Tal vez.
—¿Eso significa que estás escapándote o que no te importa?
Una ligera sonrisa apareció en su rostro, casi imperceptible. —Ambas cosas.
Ariadna se sentó a una distancia prudente, pero lo suficientemente cerca como para notar los detalles: el trazo cuidadoso de sus manos en el cuaderno, el ceño ligeramente fruncido y la forma en que el sol iluminaba su cabello oscuro.
—¿Qué estás escribiendo? —preguntó, inclinándose un poco hacia él.
—No es importante.
—Si no fuera importante, no estarías tan concentrado. Vamos, cuéntame. Soy buena guardando secretos.
Eryx cerró el cuaderno de golpe y la miró directamente. —No es algo que compartiría con cualquiera.
Ariadna arqueó una ceja. —¿Entonces no confías en mí?
—No se trata de confianza. Se trata de que no creo en la curiosidad desinteresada.
La respuesta la tomó por sorpresa, pero en lugar de sentirse intimidada, se cruzó de brazos y lo miró con determinación.
—Bueno, entonces es tu pérdida. Me voy a clase.
Eryx no respondió, pero la siguió con la mirada mientras se alejaba.
Esa tarde, Theo apareció en su habitación sin tocar la puerta, como solía hacer.
—Ari, ¿quieres venir al café conmigo y Nikos?
—¿Por qué? Siempre dicen que soy una carga.
—Porque necesitamos ayuda con la comida. Nikos apuesta que no puedes comer más helado que él.
Ariadna rodó los ojos pero se levantó de la cama. Con sus hermanos, cualquier cosa podía pasar, y a veces las travesuras eran un buen escape de la rutina.
Cuando llegaron al café, lo primero que notó fue a Eryx, sentado en una esquina con un libro en las manos. Parecía completamente ajeno al ruido y las conversaciones que lo rodeaban.
—¿El misterioso chico también está aquí? —comentó Theo, siguiendo su mirada.
—Déjalo en paz, Theo.
Pero su hermano mayor nunca seguía las reglas. Antes de que Ariadna pudiera detenerlo, Theo se acercó a Eryx con una sonrisa descarada.
—¡Oye! Tú eres el chico nuevo, ¿no?
Eryx levantó la mirada lentamente, claramente molesto por la interrupción.
—¿Y tú eres?
—Theo, el hermano mayor de Ariadna. Ya sabes, la chica que se sentó contigo esta mañana.
Ariadna quiso desaparecer.
—Theo, por favor… —dijo, acercándose rápidamente para apartarlo.
—¿Es tu hermano? —preguntó Eryx, dirigiéndose a ella con una expresión neutral.
—Desafortunadamente, sí. Y ya me encargo de él. Perdón por esto.
Eryx observó la interacción entre ellos con cierto interés. Finalmente, cerró su libro y se levantó.
—No es un problema. Ya terminé aquí de todos modos. Nos vemos, Ariadna.
A medida que Eryx salía del café, Theo no perdió la oportunidad de molestarla.
—¿Qué fue eso? ¿Por qué estás roja?
—¡Cállate, Theo!
Nikos, que había estado observando desde la barra, se acercó con un batido en la mano.
—¿Qué pasa aquí?
—Nuestra hermanita tiene un admirador.
Ariadna bufó. —No tengo nada, y tú eres un fastidio.
Aunque se esforzó por parecer molesta, no podía ignorar la pequeña chispa de emoción que sentía al recordar cómo Eryx había dicho su nombre.
Esa noche, mientras intentaba concentrarse en su tarea de historia, su celular vibró con un mensaje inesperado.
Eryx: "¿Siempre permites que tus hermanos hagan el ridículo en público?"
Ariadna parpadeó, sorprendida de que tuviera su número. Después de unos segundos, respondió:
Ariadna: "¿Siempre haces comentarios sarcásticos a las personas que intentan ser amables contigo?"
La respuesta llegó casi de inmediato:
Eryx: "Supongo que tienes razón. Buenas noches, Ariadna."
Sonrió para sí misma. Quizás, solo quizás, Eryx no era tan impenetrable como quería aparentar.
El lunes amaneció con un cielo gris y un frío inesperado. Ariadna se ajustó su bufanda mientras caminaba hacia el instituto. Aún no podía dejar de pensar en el mensaje de Eryx. Había algo intrigante en su forma de comunicarse: una mezcla de sarcasmo y sinceridad que la mantenía alerta.
El día transcurrió con normalidad hasta la hora del almuerzo. Mientras se dirigía a la cafetería, notó que un grupo de estudiantes se había reunido en el pasillo principal. Al acercarse, vio a Eryx en el centro del círculo, enfrentándose a Alex, uno de los chicos más populares de la escuela.
—¿Y tú quién te crees para hablarme así? —preguntó Alex, alzando la voz.
Eryx no se inmutó. Su expresión era la misma de siempre: fría y calculadora.
—Solo dije la verdad. Si eso te molesta, no es mi problema.
Alex dio un paso hacia él, claramente buscando intimidarlo, pero Eryx no retrocedió.
—¿Qué está pasando? —preguntó Ariadna a Daphne, que estaba justo a su lado.
—Alex está molesto porque Eryx lo dejó en ridículo en clase de matemáticas. Parece que nuestro chico nuevo no tiene miedo de decir lo que piensa.
Ariadna sintió una mezcla de preocupación y admiración. Sabía que Alex no era alguien con quien meterse; disfrutaba demostrar su poder sobre los demás.
Antes de que la situación escalara, la directora apareció de repente, dispersando a los estudiantes con una mirada severa.
—Se acabó el espectáculo. Todos a sus clases. Ahora.
Ariadna se quedó quieta, observando cómo Eryx recogía su mochila y se alejaba sin decir una palabra. Algo en su postura le hizo pensar que estaba más acostumbrado a estos enfrentamientos de lo que dejaba ver.
Más tarde, durante la clase de literatura, la profesora les asignó un proyecto en parejas. Ariadna sintió un nudo en el estómago cuando escuchó su nombre junto al de Eryx.
—Bueno, parece que voy a trabajar contigo —dijo ella mientras se acercaba a su escritorio.
Eryx levantó la vista y asintió. —Supongo que sí.
—¿Eso significa que estarás dispuesto a colaborar, o tendré que hacer todo el trabajo yo?
Él arqueó una ceja, claramente divertido. —Dependerá de cuánto me molesten tus ideas.
Ariadna rodó los ojos. —Perfecto. Empezamos esta tarde.
—¿Por qué tanta prisa?
—Porque no quiero que este proyecto arruine mi fin de semana.
Eryx sonrió ligeramente, y por primera vez, Ariadna notó que, cuando dejaba caer su fachada, tenía un rostro más amable de lo que aparentaba.
Esa tarde, Ariadna esperaba a Eryx en la biblioteca. Había elegido una mesa en una esquina tranquila, lejos del bullicio. Llegó puntualmente, con su cuaderno y bolígrafos en mano, pero no pudo evitar sentirse nerviosa.
Minutos después, Eryx apareció, vestido con una chaqueta oscura y el mismo aire despreocupado de siempre.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —preguntó mientras se sentaba frente a ella.
—No tanto. Pensé que te habías olvidado.
—No suelo olvidar las cosas importantes.
Ariadna alzó una ceja. —¿Entonces este proyecto es importante?
—No exactamente, pero tú pareces tomarlo en serio.
Se pusieron a trabajar en silencio, aunque de vez en cuando Ariadna lo sorprendía mirándola fijamente.
—¿Qué pasa? —preguntó finalmente.
—Nada. Es solo que... —Eryx vaciló un momento—. No eres como las demás personas aquí.
—¿Eso es algo bueno o malo?
—Todavía no lo sé.
Ariadna sonrió. —Típico de ti. Siempre dejando las cosas en el aire.
El resto de la sesión fue más relajada. Aunque Eryx mantenía su actitud reservada, Ariadna podía sentir que estaba bajando la guardia, aunque fuera un poco.
Cuando terminaron, Eryx la acompañó hasta la salida.
—Gracias por no ser como Alex y su séquito —dijo de repente, rompiendo el silencio.
—¿Por qué lo dices?
—Porque la mayoría de las personas aquí son superficiales. Solo se preocupan por lo que los demás piensan de ellos.
Ariadna lo miró fijamente. —¿Y tú? ¿Qué te preocupa?
Eryx tardó un momento en responder. —Digamos que tengo asuntos más importantes que la opinión de los demás.
Ariadna estaba a punto de preguntar más, pero algo en su tono le indicó que no insistiera.
—Bueno, entonces es tu suerte que yo tampoco me preocupe mucho por lo que los demás piensen de mí.
Eryx sonrió ligeramente. —Supongo que tienes razón.
Cuando se despidieron, Ariadna sintió que había logrado algo que pocos podían: atravesar los muros de Eryx, aunque fuera solo un poco.
Esa noche, mientras intentaba dormir, no podía dejar de pensar en él. Había algo en su forma de ser, en esa lucha interna que parecía cargar, que la hacía querer entenderlo más.
Por su parte, Eryx también pensaba en Ariadna. Había algo en su honestidad y en su forma de ser que lo desarmaba, algo que lo hacía sentir vulnerable y, al mismo tiempo, cómodo.
Ambos sabían que sus mundos estaban a punto de chocar de una forma que cambiaría sus vidas para siempre.
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