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Más Que Una Mentira

El precio del legado

El reloj marcaba las 8:30 de la mañana. Desde su oficina en el último piso del rascacielos Reese Industries, Logan observaba la ciudad a través de los enormes ventanales. Ese era su ritual matutino: con una taza de café negro en su mano, sintiendo el aire fresco del invierno que se colaba por una ventana apenas entreabierta, y la vista que lo hacía recordar lo lejos que había llegado. El joven empresario vislumbraba la gran ciudad.

A sus 28 años, Logan Reese lo tenía todo: éxito, fortuna y una apariencia que arrancaba suspiros donde quiera que iba. Siendo portador de una estatura más que privilegiada, una musculatura marcada que era simplemente cuestión de genética, la cual mantenía dando algunas vueltas corriendo por el parque y solo dos días de entrenamiento semanales. A eso se le agregaban sus fuertes rasgos masculinos, el cabello oscuro como el carbón, los ojos de color claro en los cuales algunas veces se podían vislumbrar pequeños destellos verdes que parecían hipnotizantes al verlos de cerca, sin duda podía decirse que era el hombre perfecto. Sin embargo, el peso del apellido Reese siempre estaba pesando sobre sus hombros, y esa mañana sería aún más evidente.

  Un golpeteo en la puerta lo sacó de sus pensamientos.

  —Adelante —dijo, con su voz grave y llena de seguridad.

  La puerta se abrió, y su padre, William Reese, un hombre de 60 años con la misma postura imponente que Logan, entró en la oficina. Cerró la puerta tras de sí y caminó hacia el escritorio sin perder tiempo en formalidades.

  —Logan, creo que es hora de hablar en serio sobre tu futuro.— le dijo su padre apenas cerró la puerta tras de sí.

  Logan dejó la taza de café sobre el escritorio y se cruzó de brazos, mirándolo con curiosidad.

  —Siempre hablas en serio, papá. ¿Qué eso que pasa ahora?— replicó el joven sopesando algun problema debido a la seriedad de su progenitor.

  William, luego de sentarse apoyó las manos sobre el escritorio, inclinándose hacia adelante.

  —La presidencia de la empresa, pasa —le dijo— Ya tú sabes que llegará el momento en el que yo deba dar un paso al costado. Y tú eres el candidato lógico.

  —Por supuesto, que lo sé — replicó Logan— He trabajado para demostrarlo.

  —Sí, pero dirigir Reese Industries no es solo cuestión de números o talento. Es cuestión de estabilidad. Y esa estabilidad, hijo, empieza por casa.

  Logan arqueó una ceja intentando comprender lo que su padre decía.

  —¿Qué estás queriendo decir?— indagó, tomando asiento frente a su padre.

  —Es simple. Quiero que te cases— sentenció este sin inmutarse.

  Un silencio incómodo llenó la sala. Logan lo miró, con una mezcla de incrédulidad y desconcierto.

  —¿Casarme? ¿Eso qué tiene que ver con dirigir la empresa?— le preguntó sin ánimos de ocultar su frustración, después de todo llevaba años dedicándose a demostrar su valía en la empresa, luego de recibir su título comenzó a trabajar allí sin utilizar su apellido para escalar posiciones. Se hizo un nombre propio, trabajando desde abajo hasta llegar a su puesto actual. ¿Y ahora tenía que soportar exigencias ridículas?

  —Tiene todo que ver—respondió William— la junta directiva y nuestros socios valoran la imagen de un hombre de familia. Un líder sólido no solo en los negocios, sino también en su vida personal.

  Logan se pasó una mano por el cabello oscuro, tratando de contener la risa y la impotencia que sentía.

  —Esto es absurdo, papá. Sinceramente yo no creo que sea así— replicó, poniéndose de pie.

  —Me temo que estás equivocado, hijo- alegó el hombre.

  —Ok, mira...Estoy saliendo con alguien— dijo Logan aceptando algo que tenía planeado, aunque no para ese momento— hace tres años que estamos juntos— explicó— Y ya tenía planeado casarme con ella, así que no creo que haya diferencia, puedo adelantarme a eso.— agregó— pero debes tener claro que no necesito un anillo en el dedo para demostrar mi capacidad como líder.

  William no retrocedió ni un centímetro.

  —No es una sugerencia, Logan. Es un requisito— acotó— Si quieres que Reese Industries sea tuya, más vale que pongas tu vida en orden. Tienes dos meses.

  Logan lo observó con una mezcla de furia y asombro.

  —¿Dos meses? ¿En serio?— interrogó.

  —Así es. Estoy seguro de que puedes arreglártelas.

  Antes de que Logan pudiera protestar, William giró sobre sus talones y salió de la oficina, dejando al joven empresario con un millón de pensamientos rondándole la cabeza.

  Logan se desplomó en la silla, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza. La presión se las palabras de su padre le golpeaba como una tormenta. Él y su padre, nunca habían sido los mejores amigos, pero William sabía que el único apto para dirigir la empresa familiar sin llevarla a la quiebra, era Logan.Pero entonces, una chispa de confianza iluminó sus ojos.

  —¿Casarme? Perfecto— dijo encogiéndose de hombros— Solo tengo que hacer oficial lo que ya tengo.

  Entonces sin pensarlo más, sacó su teléfono y marcó un número. Al segundo tono, una voz femenina, seductora y familiar, respondió.

  —Hola, cariño. ¿Qué pasa?

  —Irina, tenemos que hablar. Es importante.

  —¿Todo bien?

  —Todo perfecto, nena. Nos vemos más tarde.

  —Ok, cielo. Nos vemos más tarde— respondió la mujer y luego terminó la llamada.

  Al colgar, Logan sonrió para sí mismo. Había tomado una decisión. Lo que no sabía era que ese mismo día su mundo cambiaría para siempre.

La traición

Luego de que la llamada terminara, Logan respiró profundamente, abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó de allí una pequeña caja negra, al abrirla observó el contenido de la misma y sonrió con satisfacción. Ese era el anillo con el cual le propondría matrimonio a Irina, y sin una pizca de duda se puso de pie, metió la pequeña caja en el bolsillo y salió rumbo al departamento que compartía con la modelo.

  El peso del anillo en el bolsillo de Logan parecía ahora más liviano. El simple hecho de pensar en el momento que estaba a punto de vivir lo llenaba de emoción. Aunque no era un hombre demasiado romántico, sabía que lo que estaba a punto de hacer era lo que hacía falta, no solamente para obtener la Presidencia de la empresa si no también para reafirmar el amor que había entre él y su novia.

  Irina Smith, era una joven modelo de veinticinco años, rubia, alta, con las curvas en los lugares justos, la muchacha de ojos celestes era una belleza de mujer, eso había sido lo que lo había atraído apenas la vio, y después de un tiempo de conocerse mejor él decidió pedirle que fuera su novia. La relación entre ellos era sostenible aún cuando en varias oportunidades la muchacha tenía que hacer algun que otro viaje para asistir a desfiles internacionales.

  Y después de tres años juntos, ella había sido su constante en un mundo lleno de responsabilidades y expectativas.

  "No es como si no estuviera listo," pensó mientras conducía. "Con Irina todo siempre ha tenido sentido. Ella es hermosa, inteligente, y aunque nuestras agendas no siempre coinciden, hemos logrado construir algo sólido."

  El aroma de las flores recién compradas llenaba el auto. Había elegido peonías, las favoritas de la muchacha, porque siempre decía que le recordaban los veranos de su infancia. Mientras conducía su automóvil, Logan imaginaba la sonrisa de la joven al recibirlas y cómo reaccionaría al ver el anillo.

  —Se va a volver loca —murmuró para sí, con una sonrisa en los labios.

  Cuando llegó al edificio, notó la ausencia del guardia de seguridad, algo que usualmente lo habría incomodado, pero no hoy. "Un día tranquilo. Hasta el universo parece alinearse para esto," pensó.

  Subió al ascensor con el corazón latiéndole un poco más rápido de lo habitual. Mientras el aparato ascendía, sacó la pequeña caja del bolsillo y la abrió una vez más. El anillo brillaba bajo la luz del ascensor.

  "Perfecto," pensó. "Es el momento perfecto."

  Cuando llegó al piso donde se hallaba su departamento, caminó hacia la puerta con pasos decididos, pero en silencio, intentando mantener la sorpresa. "Si está dormida o trabajando en algún proyecto, mejor que no escuche nada."

  Al abrir la puerta del departamento, notó el aire extraño del lugar. Estaba en orden, como siempre, pero algo no se sentía bien. Vio sobre el sofá el bolso de Irina y en el piso los zapatos de la muchacha.

  —¿Irina? —llamó con voz suave, sabiendo que no era necesario hacerlo. Se dirigió hacia la cocina, pero tampoco la encontró allí.

  Así que dejó las flores sobre la mesa de la sala y caminó hacia el pasillo que llevaba a las habitaciones. Cada paso hacía que aquel silencio se sintiera más pesado.

  Fue entonces cuando lo oyó. Un ruido suave, casi imperceptible al principio, que lo obligó a detenerse.

  "¿Qué es eso?" pensó, frunciendo el ceño.

  A medida que se acercaba a la habitación los sonidos iban aumentando de volúmen, jadeos, gemidos, voces entre cortadas, respiraciones agitadas, que claramente demostraban sin siquiera ver lo que allí estaba ocurriendo. Su corazón, que antes latía con anticipación, emocionado, ahora comenzaba a golpear con fuerza por una razón completamente distinta.

  "No puede ser lo que creo... no puede."

  Logan, siguió avanzando, con los músculos tensos y una extraña sensación en el pecho, entre incredulidad y miedo. Cuando llegó a la puerta de la habitación, la escena que lo esperaba destrozó cualquier ilusión que había tenido.

  Irina estaba allí, con su cabello desordenado, su rostro lleno de placer, gimiendo y pidiendo más mientras montaba a un hombre que Logan conocía mejor que a nadie. Era Ariel. Su mejor amigo.

  El anillo, que aún sostenía en su mano, pareció volverse un objeto extraño, un símbolo absurdo de algo que nunca había existido.

  "¿Por qué?" pensó. Su mente se llenó de preguntas, pero ninguna palabra salió de su boca.

  Quiso moverse, gritar, confrontarlos, pero su cuerpo no respondía. Era como si estuviera paralizado, atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.

  "Tres años... Tres años juntos, y esto es lo que haces."

  El dolor se mezcló con la rabia, una furia que lo quemaba por dentro. Su pecho subía y bajaba con respiraciones rápidas, pero aún así, no podía apartar la mirada.

  Irina se giró ligeramente, sin darse cuenta de su presencia, y él oyó su risa, esa risa que tantas veces lo había hecho feliz mientras hacían el amor, ahora sonaba como un insulto.

  "¿Cuántas veces ha pasado esto? ¿Cuánto tiempo llevan burlándose de mí? ¿Habría aceptado casarse conmigo?

  Finalmente, las fuerzas regresaron a su cuerpo. Dio un paso atrás, asegurándose de no hacer ruido. Cerró el puño con fuerza alrededor de la caja del anillo y retrocedió, dejando la puerta entreabierta tal como la había encontrado.

  Caminó de regreso al ascensor, su mente un caos.

  "No puedo creerlo. Ariel, de todas las personas, Ariel. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Era tan evidente y yo estaba ciego?"—se decía mientas caminaba rumbo al ascensor.

  Cuando llegó al estacionamiento, subió a su auto, tiró las flores al asiento del acompañante y cerró la puerta con un golpe seco y lleno de rabia. Su respiración seguía acelerada, sus manos temblaban con una mezcla de impotencia y dolor.

  Una vez que estuvo detrás del volante, se llevó una mano al rostro, presionando sus ojos con los dedos.

  —¿Qué demonios acaba de pasar? —murmuró.

  La furia lo invadió de nuevo, pero esta vez se transformó en un impulso irracional. Encendió el auto y cuando estuvo sobre la autopista pisó el acelerador con fuerza, dejando todo atrás como si quisiera escapar de lo que acababa de presenciar.

  Conducía como un loco, sin rumbo fijo. Las luces de la ciudad pasaban a toda velocidad mientras su mente revivía una y otra vez la escena.

  "Nunca me voy a sacar esa imagen de la cabeza. Nunca."

  El recuerdo de los momentos compartidos con Irina ahora le parecía una burla. Las risas, las promesas, incluso los pequeños gestos que había interpretado como amor, todo se desmoronaba bajo el peso de lo que había visto.

  "¿Qué hice para merecer esto? ¿Qué hizo que pensara que estaba bien destruirme de esta manera?"

  La rabia lo consumía, y el dolor lo ahogaba.

  —Nunca más... nunca más voy a confiar en nadie, nunca más ninguna mujer va a lograr embaucarme— se prometió mientras las lágrimas nublaban su vista.

  De repente, el sonido de un claxon lo sacó de sus pensamientos. Un camión venía directo hacia él. Logan giró el volante bruscamente, pero el auto perdió el control.

  El impacto fue brutal. Todo se volvió confuso: el sonido del metal retorciéndose, el cristal rompiéndose, mientras el automóvil daba vueltas sobre si mismo, el dolor en su cuerpo se hacía cada vez más insoportable, aunque no tanto como el dolor en su corazón.

  Antes de perder el conocimiento, lo último que cruzó por su mente fue el rostro de Irina y la pregunta que nunca podría responder:

  "¿Por qué?"

Una desicion imprudente

Logan sintió que despertaba de un sueño largo y pesado. Sus párpados parecían de plomo, y la luz de la habitación era tenue pero suficiente para incomodarlo. Tardó un momento en entender dónde estaba, pero cuando lo hizo, una sensación de vacío se apoderó de él.

  Lo primero que vio fue el rostro cansado y lleno de ternura de su madre. Sus ojos estaban hinchados, como si no hubiera dormido en días, pero la alegría en ellos era inconfundible.

  —Logan... mi niño —murmuró con la voz temblorosa, inclinándose para darle un beso en la frente—. Gracias a Dios...

  Él intentó sonreír, pero sus labios apenas se movieron. La paz que había sentido en su inconsciencia ahora era reemplazada por una mezcla de confusión y agotamiento.

  —Mamá... —murmuró, su voz apenas era audible, seca como el desierto.

  Su madre apretó el botón de emergencia para llamar al médico, sin apartar su mano de la de Logan.

  —No hables, cariño. Estás bien, eso es lo que importa.

  En cuestión de minutos, el médico que estaba a cargo del caso del joven entró a la habitación, seguido de una enfermera. El galeno era un hombre serio y profesional que de inmediato le pidió a la mujer que saliera al pasillo mientras revisaba a su paciente. Logan permitió que le colocaran un estetoscopio en el pecho, que le revisaran los reflejos y que le hablaran como si él no estuviera ahí. Todo le parecía distante, como si no estuviera viviendo realmente ese momento.

  Mientras en la habitación el galeno hacía su trabajo, Susan, la madre de Logan llamaba a su esposo para darle la buena noticia de que su hijo había despertado. William, asintió y pocos minutos después de colgar estuvo en la clínica junto a su esposa.

  Cuando el médico terminó de oscultar al muchacho, salió al pasillo para informarle a sus padres la situación en la que Logan se encontraba. Aunque Logan no escuchó la conversación completa, algunas palabras llegaron a él: "recuperación", "movilidad limitada", "meses". Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro. —"Perfecto. Una cosa más que añadir a este desastre,"— pensó.

  Poco después, sus padres entraron. Susan caminó rápidamente hacia él, acariciando su rostro con ambas manos, dejó un beso en su frente.

  —Oh, Logan, nos diste un susto terrible. No sabes cuánto he rezado para que abrieras los ojos.

  Él intentó calmarla, esbozando una sonrisa débil.

  —Estoy aquí, mamá. Todo está bien.

  Pero su mirada se desvió hacia su padre. William Reese estaba allí, de pie, con los brazos cruzados y una expresión que mezclaba alivio y juicio.

  —Es bueno tenerte de vuelta —dijo con un tono seco que contrastaba con las lágrimas de su esposa—. Pero necesitamos hablar.

  Logan lo miró en silencio, esperando el golpe que sabía que vendría.

  —¿Qué estabas pensando, conduciendo como un maniático? —continuó William, con el ceño fruncido—. ¿Sabes cuántas personas mueren por ese tipo de imprudencias? ¿Acaso no pensaste en las consecuencias?

  Logan cerró los ojos y respiró profundamente. No tenía energía para discutir, y mucho menos para explicar lo que lo había llevado a actuar así.

  —Lo siento, papá.

  —Eso no es suficiente. No solo pusiste tu vida en peligro, sino también tu futuro. ¿Qué hay de esa novia que mencionaste? —William levantó una ceja y Logan lo miró sin comprender—¡Llevas aquí una semana, Logan!— comentó exasperado.— ¿Y dónde estaba ella mientras tú estabas aquí, luchando por tu vida? ¿Donde carajos está ahora?

  El joven sintió un nudo en el estómago. Las imágenes de Irina y Ariel en su cama invadieron su mente de golpe. Su traición, la rabia, el dolor... Todo volvió como un huracán que lo dejó sin aliento.

  —Papá, no quiero hablar de eso ahora.

  —Pues yo sí. Dijiste que estabas en una relación seria, que estabas listo para casarte. ¿Acaso mentiste?

  Logan apretó los puños, tratando de mantener la calma. Sabía que no podía decir la verdad. No quería más preguntas, no quería admitir su fracaso.

  —No mentí. Estoy... estoy trabajando en ello.

  William lo miró con desconfianza, inclinándose ligeramente hacia él.

  —Más vale que sea cierto, Logan. Porque ya sabes todo lo que está en juego.

  En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, interrumpiendo la tensa conversación. Una joven enfermera entró con una bandeja de medicamentos y agua. Su cabello recogido en un moño desordenado, sus ojos oscuros y amables, y una expresión sumamente tranquila. Logan la miró por un instante, y, sin pensar, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.

  —Aquí está mi novia, papá.

  La enfermera se detuvo en seco, sus ojos abiertos de par en par mientras procesaba lo que acababa de escuchar.

  —¿Perdón? —murmuró, visiblemente confundida.

  William entrecerró los ojos, cruzando los brazos nuevamente.

  —¿Ella? ¿Esta joven es tu novia?— preguntó.

  Logan forzó una sonrisa, intentando ocultar su propia incredulidad. "¿Qué demonios acabo de hacer?"

  —Sí, papá. Ella es Emma... —dijo luego de dar un vistazo al gafete que la joven enfermera llevaba en su bata— Y, nosotros vamos a comprometernos- agregó— de hecho yo iba a su casa a proponerle matrimonio cuando tuve el accidente.

  La enfermera, cuya placa de identificación efectivamente decía "Emma", lo miró boquiabierta, pero mantuvo la bandeja en equilibrio con un admirable control.

  —¿Comprometidos? —susurró muy bajo, tan bajo que solamente Logan la pudo escuchar.

  William no parecía convencido, pero antes de que pudiera decir algo más, Emma tomó la palabra.

  —Señor Reese, creo que hay un malentendido...

  Logan la interrumpió antes de que pudiera decir algo más, aferrándose a la mentira como si fuera un salvavidas.

  —Emma, cariño, no seas tan modesta. Papá solo está sorprendido porque no te había mencionado antes— le dijo tomando su mano suavemente y reflejando en su mirada una suplica silenciosa.

  Emma lo miró, claramente incrédula, pero logró mantener la compostura frente a los padres de Logan.

  —Oh... claro. Supongo que eso tiene sentido —dijo con una sonrisa forzada, mientras colocaba los medicamentos sobre la mesa junto a la cama.

  William resopló, observándola con desconfianza.

  —Vamo, cariño- intervino Susan tomando la mano de su esposo- dejemoslos solos, ten en cuenta que Emma ha estado trabajando y por esa razón no estuvo con Logan— justificó— Démosle espacio.

  —Espero que esta no sea otra de tus mentiras, Logan. Tienes mucho que demostrar— dijo William observando a su hijo de manera inquietante,

  y con un tono autoritario y para nada sutil, para luego salir de la habitación acompañado por su esposa.

  Cuando los padres de Logan salieron de la habitación, Emma se giró hacia Logan, su rostro ahora lleno de furia contenida.

  —¿Qué fue eso, señor Reese? — indagó sin levantar la voz.

  Logan suspiró, pasándose una mano por el rostro.

  —Te lo explicaré... pero necesito tu ayuda. Por favor.

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