Lunes - Segunda sesión
*Patricia* abrió la puerta con calma, una sonrisa ensayada en el rostro, intentando suavizar la tensión que aún sentía del encuentro anterior. Se mantuvo firme, pero cargaba con una expectativa sutil desde el inicio de la mañana.
– Buenos días, Josiane. Adelante, por favor.
Josiane, sin demostrar ninguna reacción al saludo, cruzó la puerta sin prisa, con los brazos cruzados de manera casi automática. Su rostro neutro, imposible de descifrar. Caminó hasta el sofá, sentándose sin mirar directamente a Patricia.
Patricia cerró la puerta, volviéndose hacia Josiane con la misma sonrisa. Ajustó la silla y se sentó con gestos meticulosos, casi calculados, mientras su mente aún reflexionaba sobre el abordaje de la semana anterior. Sabía que necesitaba una nueva estrategia, algo que pudiera ser más sutil y menos invasivo.
– ¿Cómo estuvo el fin de semana? – preguntó con un tono casual, mientras cruzaba las manos sobre el cuaderno de anotaciones.
– Normal – respondió Josiane sin mirarla. Su voz era monótona.
Patricia permaneció atenta, observando los gestos sutiles de la paciente, el desviar de ojos hacia la ventana, el leve toque en el cabello, como si cada movimiento fuese un escudo cuidadosamente erigido.
– Entiendo – dijo Patricia, intentando no insistir. Por más que esa respuesta genérica le pareciese una invitación a explorar más, sabía que Josiane se cerraba con facilidad. El desastre del primer encuentro aún estaba fresco en su memoria; cualquier intento de forzar un diálogo podría resultar en un silencio total.
Josiane, sin embargo, no era ajena a la pregunta. La palabra "normal" parecía bastar para describir los días que se repetían como un ciclo inmutable. El refugio, con sus horarios rígidos y la constante convivencia con los otros residentes, creaba una rutina donde la monotonía reinaba. Ella evitaba pensar sobre eso, o sobre el hecho de que ese fin de semana, así como los otros, porque para ella la vida simplemente sucedía a su alrededor, sin que ella realmente estuviese presente.
Patricia, por su parte, ajustó la postura y abrió el cuaderno. Sabía que sería un proceso lento, y que cualquier avance vendría de una conexión que aún estaba por construirse.
– ¿Empezamos? – preguntó, en un tono neutro, mientras buscaba algún indicio de apertura.
Josiane inclinó levemente la cabeza, pero no respondió. Sus ojos se encontraron con los de Patricia por un breve instante antes de volver a la ventana.
Patricia ajustó el cuaderno sobre el regazo y respiró hondo antes de hablar. La sesión aún estaba en sus primeros minutos, pero sabía que necesitaba abordar la resistencia de Josiane con cuidado.
– Sé que en la última sesión te pregunté sobre ti... Mencionaste tu trayectoria, que perdiste a tu madre a los 13 años, que fuiste a un refugio, y después te trasladaron a otro. Todo eso es parte de tu historia, claro, pero… no es exactamente sobre quién eres – Patricia inclinó levemente la cabeza, buscando los ojos de Josiane, que permanecían fijos en algún punto del suelo. – Lo que quiero saber es: ¿quién eres? ¿Puedes contarme algo más? ¿Algo que te guste o no te guste hacer?
Josiane permaneció inmóvil por un instante, los ojos aún en el suelo, la mano derecha deslizándose lentamente por la pierna como si estuviese dibujando algo invisible. El silencio era pesado, pero Patricia no se apresuró.
Después de algunos segundos, Josiane respiró hondo y respondió sin levantar la vista:
– No hay nada más que eso. Todo lo que has dicho ya lo es todo. No hay nada más.
Patricia observó atentamente, notando la tensión en el gesto de Josiane, las palabras casi automáticas, como si fuesen un muro erigido para finalizar la conversación. Pero no retrocedió.
– Entiendo que esas son las trayectorias que has compartido conmigo. Y son importantes, claro. Pero lo que veo es que todas ellas son sobre los lugares donde has estado, sobre lo que sucedió a tu alrededor, y no necesariamente sobre ti. No son sobre quién es Josiane – Patricia dudó un instante, sintiendo la barrera frente a ella, pero continuó con la misma suavidad. – ¿Qué tal si trabajamos juntas para descubrirlo? Quién eres, qué te gusta, cuáles son tus puntos fuertes… incluso hobbies o cosas pequeñas que te interesen. Eso es algo que podemos construir.
El silencio retornó, pero esta vez parecía más denso. Josiane finalmente alzó la vista, fijándola en Patricia. Era una mirada directa, casi desafiante, pero no hostil. Parecía medir cada palabra antes de responder, como si estuviese decidiendo hasta dónde iría.
– Está bien – las palabras salieron pausadas. – Pero no sé si hay algo que encontrar.
Patricia casi sonrió, pero se contuvo. Había algo ahí – un pequeño avance, tal vez. Pero sabía que no podía emocionarse. No era exactamente una conquista, y, en el fondo, Josiane no estaba cediendo por creer en el proceso. Ella estaba hablando apenas lo suficiente para evitar que Patricia insistiera más.
Para Josiane, era más fácil responder algo genérico y mantener el control que lidiar con la insistencia de la terapeuta. Mientras que Patricia veía un posible camino abriéndose, Josiane veía apenas una manera de finalizar esa parte de la conversación sin conflictos.
Ambas estaban atrapadas en expectativas diferentes, pero, por ahora, Patricia eligió contentarse con lo que había recibido.
Patricia ajustó la postura en el sillón, observando atentamente a Josiane. La sesión avanzaba lentamente, pero al menos había diálogo. Era un proceso delicado, y cualquier avance, por menor que fuese, podía ser significativo.
– ¿Y qué sueles hacer en tu tiempo libre, Josiane? ¿Cuando no estás trabajando o cumpliendo con las actividades del refugio? – preguntó Patricia con un tono neutral pero acogedor.
Josiane se quedó callada por unos instantes, la mirada fija en algún punto entre el suelo y la pared. Movió levemente las manos sobre el regazo, como si estuviese evaluando hasta dónde podía ir con la respuesta. Cuando finalmente habló, su voz salió baja pero firme.
– No hay mucho que contar. Trabajo tres veces por semana, como debes saber. Es una colaboración que tienen con el ayuntamiento y algunas empresas privadas. Como un acuerdo con el refugio también, para que tengamos algo que hacer – hizo una pausa, moviéndose en el asiento – Ando por las vías del tren con esa cosa… un… no sé cómo se llama. Un palo largo con una pinza en la punta, ¿sabes? Para recoger la basura del suelo. Junto bolsas de plástico, papeles, cualquier cosa que haya quedado en las vías.
Patricia asintió con delicadeza, sin interrumpirla, incentivandola a continuar con el silencio.
– Eso es. Es lo que hago. Cuando no estoy allí, nos obligan a participar en algunas actividades en el refugio. Como fiestas, convivencias… esas cosas – se encogió de hombros, mirando hacia la ventana. – Pero la mayor parte del tiempo me quedo en mi cuarto. A veces leo algo, solo para pasar el tiempo. Nada del otro mundo.
Josiane se detuvo, como si el tema hubiera terminado ahí. Pero Patricia percibió que el "nada del otro mundo" no era tan vacío como parecía. Había algo en la forma en que evitaba mirarla directamente, en la neutralidad que parecía cuidadosamente construida.
– ¿Y te gusta leer? ¿Algún tipo específico de libro? – preguntó Patricia, intentando avanzar suavemente.
Josiane dudó de nuevo, como si estuviera considerando si valía la pena responder.
– No mucho – dijo vagamente, sin querer entrar en detalles, visiblemente incómoda. – Hay días que solo me quedo ahí… tranquila.
Patricia observaba atentamente a Josiane mientras hablaba, y lo que parecía poco para cualquiera, para ella era oro. No había mucho en sus palabras, pero había significado. La mención al trabajo, al tiempo libre, a la lectura, especialmente a la lectura, era un atisbo de algo más profundo, algo que quizás ni la propia Josiane había percibido que había entregado. Patricia sintió, en ese momento, que allí había una brecha, una posibilidad de avance, aunque mínima.
Sin embargo, Josiane, como si percibiese que había dejado escapar más de lo que quería, comenzó a mostrar una inquietud súbita. Sus ojos, antes desviados y vagos, pasaron a parpadear de forma más rápida. Se frotaba las manos, que ahora alternaban entre alisar la tela del pantalón y tocar el brazo del sillón.
El silencio entre las dos era cargado, pero Patricia sabía que necesitaba respetarlo. Presionar en ese instante sería perder todo lo que se había ganado, aunque fuese tan poco. La terapeuta permaneció inmóvil, dando espacio a Josiane para que respirara y se recompusiese.
Josiane, sin embargo, no estaba tranquila. Su irritación, aunque contenida, era evidente. Ajustó su cuerpo en el sillón, cruzando y descruzando las piernas de forma mecánica, como si buscase una comodidad que no llegaba. Sus dedos ahora se tocaban la frente, como si quisieran alejar un pensamiento intruso, algo que la incomodaba. Finalmente, levantó la vista y miró a Patricia, pero había algo nuevo en su mirada. No era un desafío, sino una especie de alerta. Como si quisiese decir: "No pases de aquí."
Aun así, Patricia mantuvo su expresión serena. Lo que Josiane no sabía era que ese pequeño malestar era, para Patricia, una señal de que algo había sido tocado. Se dio cuenta de que, al hablar de la lectura, Josiane había revelado más de lo que pretendía. Pero Patricia no iba a presionarla. No todavía.
Josiane, por su parte, se sentía expuesta. Desde los 13 años, su vida había sido un tiovivo de psicólogos que no pasaban de ser nombres temporales, rostros sin continuidad. No era culpa de ellos, lo sabía. Los cambios de refugio, las burocracias, las transiciones que parecían nunca cesar, todo eso siempre exigía que empezara de cero con alguien nuevo. Y el "cero" significaba volver a contar su historia, algo que evitaba con todas sus fuerzas. Por eso, la terapia, para ella, era más una obligación que una oportunidad.
Ahora, con Patricia, era diferente. No porque creyese que Patricia fuese mejor o más especial, sino porque algo en ella la hacía sentirse vulnerable. Y Josiane odiaba sentirse vulnerable. Eso la hacía estar inquieta, cambiar de posición, tocarse el pelo, evitar la mirada.
Poco a poco, la inquietud cedió al silencio, pero no a la calma. Dejó de moverse, pero había algo tenso en su cuerpo, como si se estuviese sujetando para no estallar. Permaneció así, quieta, sin decir nada más, negándose a dar más material con el que Patricia pudiera trabajar.
Patricia lo comprendió. Había llegado al límite de lo que podía explorar en ese momento. Pero, para ella, eso era suficiente. Aunque Josiane creyese que tenía el control, que estaba bloqueando cualquier avance, Patricia sabía que el simple hecho de que se hubiera irritado ya era señal de que algo había sido tocado. Un muro había temblado, aunque no se hubiera derrumbado.
La terapeuta ajustó su tono de voz, aún suave y sin prisa.
– Está bien, Josiane. Podemos continuar a tu ritmo – y se limitó a eso, permitiendo que el silencio volviese a tomar el mando de la sala.
Josiane, por su parte, desvió la mirada una vez más hacia la ventana, como si intentase recuperar el control de sí misma. Por ahora, el juego estaba en pausa. Pero ambas sabían, en algún nivel, que la partida no había hecho más que empezar.
Tercera sesión
— Buenos días, Josiane. – Patricia habló con el tono calmado que se había convertido en una segunda piel para ella, pero que en ese momento parecía más bien una armadura.
Josiane entró en el consultorio con el mismo ritmo habitual, sin prisa. Se sentó en el sofá de forma mecánica, cruzando las manos sobre el regazo y fijando los ojos en la ventana. Ni siquiera respondió al saludo. No era necesario, parecía decir con el silencio. O sea, "el día no estaba nada bien".
Patricia acomodó la silla con cuidado, intentando disimular la incomodidad que ya empezaba a surgir. Era la tercera sesión con Josiane, y, a pesar de los pequeños avances de la anterior, sentía que estaba nuevamente siendo desafiada por un muro infranqueable.
— ¿Podemos empezar?
Patricia hizo una pausa, esperando algún movimiento, pero no sucedió nada. Respiró hondo e intentó seguir el flujo natural de las sesiones.
– ¿Cómo estuvo tu fin de semana? – preguntó con una sonrisa que intentaba parecer natural.
– Normal. – La palabra salió de Josiane, sin mucho entusiasmo, y con los ojos fijos todo el tiempo en el mismo punto.
Patricia anotó algo en el cuaderno, aunque sabía que no había nada significativo que registrar. El silencio se apoderó de la sala, un silencio que, para Patricia, era insoportable, pero mantuvo el tono profesional.
– Muy bien. Podemos continuar de donde lo dejamos en la última sesión, si quieres. Mencionaste algunos hobbies... ¿tal vez podríamos explorar más eso? – sugirió, con la voz todavía tranquila.
Josiane no respondió. Ni hizo un movimiento, ni un cambio de mirada.
Su inmovilidad era casi desconcertante. Patricia ajustó la postura en la silla, inclinándose ligeramente hacia adelante, intentando demostrar interés y paciencia. Pero por dentro, la frustración comenzaba a crecer.
— ¿Josiane? – la llamó nuevamente, sin cambiar el tono, pero ahora buscando algo, cualquier cosa que rompiese esa barrera.
Aun así, nada. Josiane parecía una estatua.
Sus ojos permanecían fijos en un punto cualquiera, como si Patricia ni siquiera estuviese en la sala. Sin embargo, lo que Patricia no percibía a la distancia era el esfuerzo monumental que Josiane hacía para mantener esa fachada de calma. Por dentro, un caos. Cada músculo de su cuerpo quería moverse, sus piernas temblaban bajo un control absoluto, y su respiración, a pesar de ser jadeante, era contenida al máximo. Para quien la mirase desde fuera, estaba imperturbable. Por dentro, era pura desesperación.
Patricia comenzó a sentir que la incomodidad se transformaba en algo más. No era solo frustración, era irritación.
Irritación por no saber cómo lidiar con aquello, por no lograr acceder a la paciente, por no entender si estaba fallando.
Mantuvo el rostro neutral, pero su mente estaba en una turbulencia creciente. Cada pregunta que hacía y cada silencio como respuesta era como un empujón que la hundía aún más en un pozo de frustración.
— Josiane, sé que puede ser difícil hablar de ti misma, pero estoy aquí para escuchar, sin juzgar. No tienes que apresurarte. – La voz de Patricia era calmada, pero por dentro, ya se estaba preguntando si aquello realmente tenía algún sentido.
Josiane desvió la mirada de la ventana por un breve momento, pero solo para fijarla en otro punto distante: el suelo.
La inmovilidad era su defensa. Por más que estuviese desesperada, intentando no ceder a la voluntad de moverse, de responder, de explotar, no dejaría que Patricia lo notase. No de nuevo.
La sesión anterior ya había sido un desliz. Había entregado algo que creía pequeño, pero que, al reflexionar luego, la dejó irritada consigo misma. No podía cometer el mismo error.
El silencio se prolongó, dejando a Patricia, irritada, que intentaba disimular jugando con el cuaderno, fingiendo anotar algo. Pero la verdad es que ya no sabía cómo proseguir. Josiane parecía una muralla inquebrantable, y aquello estaba empezando a afectarla de una forma que no esperaba. Por más experimentada que fuese, por más casos complejos que hubiese tratado, había algo en Josiane que la desconcertaba.
Patricia lanzó una pregunta más, esta vez un poco más directa, pero sin perder el tono amable:
– ¿Te gustaría hablar sobre algo específico hoy? ¿Quizás sobre cómo te estás sintiendo o algo que haya sucedido en los últimos días?
Y obtuvo más silencio como respuesta.
Patricia sintió que la irritación se transformaba en una tristeza sutil, pero creciente. Mantuvo la calma exterior, pero, por dentro, sabía que estaba perdiendo el control emocional. Y eso la incomodaba aún más. No era solo Josiane quien estaba bloqueada, ella también lo estaba.
Patricia se inclinó hacia atrás en la butaca, cruzando las piernas y respirando hondo, intentando esconder cualquier señal de irritación. Sabía que debía mantener el profesionalismo, pero el silencio de Josiane parecía una provocación, aunque racionalmente supiese que no lo era.
La sala quedó nuevamente en silencio, un silencio pesado y casi opresor. Patricia sabía que, en ese momento, era mejor retroceder que insistir. Bajó la mirada hacia el cuaderno, fingiendo que el silencio formaba parte de la sesión, pero, en realidad, solo quería reorganizar sus pensamientos. Por ahora, tendría que aceptar que esa batalla estaba perdida. Pero solo por ahora.
Cuarta Sesión
Patricia cerró la puerta lentamente. Su mirada siguió a Josiane, que se dirigió al sofá con la misma lentitud habitual. Cada paso parecía una protesta velada, una negativa pasiva a cooperar, pero, al mismo tiempo, un cumplimiento involuntario de las reglas.
Patricia se sentó, acomodándose en la silla como quien se pone una armadura. Sentía el malestar latente subir por su columna vertebral. Era la cuarta sesión, y, hasta ahora, no había conseguido romper el muro que Josiane erguía entre ellas.
Y peor aún, estaba empezando a sentir que ese muro no era solo de Josiane; ella misma estaba ayudando a construirlo, ladrillo a ladrillo, con la irritación que crecía con cada encuentro entre ambas.
— Buenos días, Josiane. — El tono de Patricia era profesional, pero frío. No había más espacio para sonrisas ensayadas o gestos acogedores. Josiane ni siquiera respondió. Solo inclinó levemente la cabeza, como si el saludo fuera una formalidad innecesaria.
El silencio que siguió fue denso, casi palpable. Patricia miró el cuaderno de notas en su regazo, pero no se tomó la molestia de fingir que escribía algo. Sabía que la paciente no diría nada de inmediato.
Tras la aparente calma de Josiane, había una batalla constante. Odiaba estar allí, pero no tenía elección. Reglas eran reglas, y había aprendido desde muy pequeña que cuestionarlas solo traía más problemas. Obedecer era más fácil, aunque cada fibra de su ser se resistiera a la idea. Pero, al mismo tiempo que obedecer era necesario para ella, había una rabia creciendo en su interior, una voluntad de rebelarse contra la terapeuta que, a sus ojos, era solo una pieza más del sistema.
— ¿Quieres empezar hoy? — preguntó Patricia, finalmente rompiendo el silencio. Su voz era neutra.
Josiane se encogió de hombros, un gesto casi imperceptible. No levantó la vista, ni cambió su postura.
Patricia respiró hondo. Aquello era una provocación, aunque inconsciente. Sabía que Josiane no lo hacía a propósito, pero no podía evitar sentir que era personal. A diferencia de los otros pacientes, que se retraían por miedo o vergüenza, Josiane parecía deliberadamente inaccesible, como si estuviera cumpliendo una tarea y nada más.
— Sabes que esto no funciona si no hablas. — Las palabras salieron antes de que Patricia pudiera filtrarlas. Era una grieta en la postura que siempre adoptaba.
Josiane no respondió.
El silencio regresó, más pesado que antes. Patricia tamborileó con los dedos en el cuaderno, un gesto que nunca hacía, pero que ahora parecía inevitable. Estaba perdiendo el control de la sesión, y aquello la dejaba furiosa.
Josiane, por su parte, sentía aumentar el malestar. No porque le importara Patricia, sino porque aquella presión silenciosa la hacía sentirse aún más prisionera. Todo en ella gritaba por salir corriendo de allí, pero permaneció inmóvil, con su rostro firme como una máscara de indiferencia.
— Josiane, solo necesito un punto de partida. Cualquier cosa. Algo simple. No tiene que ser importante, pero tiene que ser tuyo. — Patricia se inclinó ligeramente hacia delante, con la voz más baja.
Josiane miró de reojo a Patricia, pero enseguida desvió la mirada hacia la ventana, fijándola en algún punto indefinido. Por un momento, pareció que iba a responder, pero el silencio prevaleció.
Patricia sintió crecer el desánimo, se reclinó en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho en un gesto casi defensivo. Por primera vez en mucho tiempo, permitió que el silencio se extendiera. Si Josiane quería un juego de resistencia, estaba dispuesta a jugarlo.
Y así permanecieron, por minutos que parecieron horas. Patricia, intentando esconder la irritación creciente, y Josiane, luchando por mantener la fachada de indiferencia.
Tras la máscara de Josiane, sin embargo, había un torbellino de emociones. Odiaba a Patricia en ese momento. No por quién era, sino por lo que representaba, una figura de autoridad más, una regla más a seguir. Desde que su madre la dejó en un orfanato, Josiane había aprendido a no confiar en nadie. Cada nuevo rostro solo significaba una persona más que eventualmente desaparecería. La terapeuta no sería diferente.
Patricia, a su vez, se sentía al borde del colapso. Sabía que estaba siendo puesta a prueba, pero no entendía por qué. Intentaba acceder a Josiane de todas las formas posibles, pero nada parecía funcionar.
El reloj de la pared marcaba los minutos finales de la sesión. Patricia lo miró, después a Josiane.
— Creo que por hoy es suficiente. — Su voz sonó más dura de lo que pretendía.
Josiane se levantó sin prisa, acomodándose la blusa antes de coger la mochila. Miró a Patricia por un breve instante, pero no dijo nada. Salió de la sala como había entrado, silenciosa, indiferente, pero cargando con un peso que Patricia no lograba alcanzar.
Cuando la puerta se cerró, Patricia se recostó en la silla, exhalando un suspiro largo y pesado. Con cada sesión, sentía que no solo estaba lidiando con Josiane, sino también consigo misma.
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