Capítulo 1
—¿Lo hiciste todo por ella? ¿En serio? Ella te abandonó, fingió su muerte, y yo estuve aquí, intentando curar las heridas de tu corazón. Estuve para que, para que con un solo gesto, volvieras a sus pies…
Susan lo miró con los ojos empañados de lágrimas, su voz quebrada por la frustración.
—Tú no lo entiendes… —contestó él, bajando la mirada, como si la batalla ya estuviera perdida—. Tú eres mi alma gemela, sí. Pero ella es el amor de mi vida. Tú eres la amiga, la esposa, la amante con la que me reconozco, pero ella siempre será mi amante, la única que habita mi corazón.
Susan lo miró como si una parte de ella hubiera muerto al escuchar esas palabras.
—Está bien —dijo con una sonrisa triste, casi irónica—. Mañana nos veremos en el registro para formalizar el final de este matrimonio de dos años que me hiciste creer que era perfecto. Yo soy la tonta, por haber creído que, aunque ella estuviera viva o muerta, tú me preferirías.
Él tragó saliva, el remordimiento pintado en su rostro, pero nada pudo decir para consolarla.
—Lo siento, bella. No fue mi intención hacerte perder tres años de tu vida conmigo. Sabes que, al principio, esto fue por compromiso, no del todo, pero sí por compromiso. Y aunque te tome cariño, ella siempre será mi todo.
Susan cerró los ojos, tragándose las palabras que quería gritar.
—Ya entendí… Solo espero que no te arrepientas, Alan.
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Hace seis años…
La mesa estaba llena de risas y charlas familiares. Los padres de Alan, ansiosos por conocer a la que, según él, sería la mujer con la que pasaría su vida.
—Cariño, por fin nos vas a presentar a esa supuesta novia que tienes desde que entraste a la carrera de arquitectura —dijo su madre con una sonrisa llena de expectativas—. Recuerda que quiero muchos nietos, sabes lo mucho que sufrí para tenerte, y por eso eres el único.
El padre de Alan asintió, agregando en tono grave:
—Es cierto, hijo. Perdimos a dos antes que a ti, y por eso queremos tener muchos nietos, así que solo esperamos que sea una muchacha saludable.
Alan sonrió incómodo. Ya había discutido el tema de los nietos con ellos muchas veces, pero no estaba listo para hablar de lo que realmente importaba.
—Claro, padres. Mi novia es la mejor... no se preocupen por nada. Y sobre los nietos, no estoy seguro. Creo que adoptar sería una buena opción.
Su madre lo miró con incredulidad.
—¿Qué tonterías estás diciendo? Quiero un nieto biológico, no me hables de adopción.
Alan suspiró.
—Lo siento, madre, tengo que irme. Y no se olviden, hoy es mi graduación.
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Una hora más tarde…
Helen y Alan se encontraban en un rincón, alejados de la multitud. El aire estaba cargado de nerviosismo, pero también de una felicidad tranquila. Después de todo, hoy se graduaban. Pero había algo más que pesaba en su corazón.
—Amor, sé que estoy de acuerdo en casarme, pero ¿qué dirán tus padres? Tengo entendido que quieren nietos, y… bueno…
Alan la miró con cariño, pero también con preocupación.
—Claro, podemos adoptar. ¿Cuál es el problema, amor?
Helen titubeó antes de hablar, su mirada buscando una respuesta.
—¿Y qué pensaran cuando se enteren de que soy transexual?
Alan la tomó de las manos, seguro de lo que sentía.
—A mí no me importa. ¿Qué les tiene que importar a ellos?
Helen suspiró, pero su rostro reflejaba una mezcla de miedo y amor.
—Bueno, pero también escuché que tus padres son estrictos… y mi familia me abandonó cuando inicié mi transición.
Alan la abrazó con fuerza.
—No te preocupes por eso, amor. Hoy es un día especial porque nos graduamos. Y luego, podré pedirte matrimonio. Lo más importante es que formaremos nuestra familia, aunque sea de una manera diferente.
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Dos horas más tarde…
La ceremonia terminó con aplausos y sonrisas, y Alan no pudo esperar para correr hacia Helen.
—Helen, ¿te casarías conmigo?
Helen lo miró, los ojos brillando con emoción, y sin pensarlo, respondió:
—¡Sí! Claro que sí.
Se abrazaron con fuerza, un beso selló la promesa, mientras los presentes los vitoreaban. Los padres de Alan se acercaron, sorprendidos pero felices.
—¡Felicidades, chicos! Mientras más pronto se casen, más rápido podré tener nietos. Además, nuestro regalo de bodas será la casa que escojan.
Helen, visiblemente nerviosa, les sonrió con cautela.
—Buenas tardes, señores. Lamento no haber ido antes, pero…
Alan la interrumpió con una sonrisa protectora.
—No hace falta, ya lo hablamos. Y sobre los nietos, madre, ya lo discutimos.
Su padre, aún sin comprender completamente la situación, les dio un abrazo.
—Bueno, entonces vayan a celebrar. Pero no olviden la comida a las 7. Tienen cuatro horas para disfrutar.
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Hora de la cena…
La noche transcurría entre risas, pero la tensión de lo que estaba por decirse se palpaba en el aire. La conversación giraba sobre la boda y los futuros planes, hasta que la madre de Alan rompió el silencio.
—Bien, entonces si nos apresuramos, en un año podré tener a mi primer nieto en brazos.
Alan, conteniendo su frustración, respondió con firmeza.
—Basta, madre. Ya te lo he dicho. Nunca tendrás nietos de mi parte.
Helen intentó calmarlo, pero su madre no dejó de mirar a la joven con desdén.
—¿Qué tonterías estás diciendo, hijo?
—Lo siento, pero no puedo tener hijos.
La madre de Alan no lo creyó, y fulminó a Helen con la mirada.
—Eso es mentira… —dijo, volviendo a mirar a Helen con odio—. Seguramente, tú eres la defectuosa, y le estás echando la culpa a mi hijo.
Helen, con la voz temblorosa, decidió finalmente hablar.
—Lo siento, señora. Pero tiene razón.
La madre de Alan se quedó sin palabras. El padre, mirando la situación con desconcierto, intentó calmar las aguas.
—Tranquila, amor…
Pero Alan la interrumpió con voz firme manteniendo la situación en orden.
—Es cierto que no puedo tener hijos porque nací como hombre. Perdón por no cumplir con mi "obligación" de darles un nieto, dijo Helen
Helen, devastada, salió corriendo de la casa, con Alan corriendo tras ella.
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Pasaron los días…
El padre de Alan empezó a aceptar la situación, aunque en su corazón aún había dudas. La madre de Alan, sin embargo, nunca dejó de intentar separar a su hijo de Helen. Pero, a pesar de todo, el amor de Alan por Helen no se quebró.
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Seis meses después…
La boda se celebró en una tarde soleada. La madre de Alan no pudo evitar hacer un escándalo, pero al final, el matrimonio se llevó a cabo. El 24 de diciembre de 2020, Alan se casó por primera vez con el amor de su vida.
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Dos años más tarde…
Helen fue diagnosticada con cáncer cerebral. Ambos renunciaron a sus trabajos para pasar el tiempo que les quedaba juntos en la tranquilidad de su hogar.
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Dos meses después…
Helen falleció, dejando a Alan sumido en una profunda depresión. La madre de Alan, aunque triste por la pérdida de su nuera, encontró consuelo en la idea de que, al menos, ahora su hijo tendría la oportunidad de ser padre, aunque a su manera.
Capítulo 2
Cuatro años antes del divorcio de Susan y Alan.
La emoción se reflejaba en los ojos de la madre de Susan, mientras observaba a su hija, que había llegado al final de una etapa importante de su vida.
—Hija, por fin terminaste la preparatoria y aprobaste en las mejores universidades del país… ¿cuál vas a elegir? Y, ¿por qué tan lejos de mí? —preguntó con una mezcla de orgullo y un toque de tristeza, como si el mundo estuviera a punto de alejarla de su hija para siempre.
Susan sonrió, reconociendo la preocupación en el rostro de su madre, pero no podía dejar de seguir su propio camino.
—Mami, ya he revisado la mejor universidad pública para comenzar la carrera en línea. Sabes que mi pasión es la aviación, y quiero empezar como auxiliar de vuelo.
La madre de Susan suspiró aliviada, al menos ella ya había tomado una decisión.
—Está bien, mi pequeña. Tú dime con cuánto la hacemos y yo me pongo las pilas. No te preocupes por nada.
Susan la miró con dulzura, tratando de calmarla.
—No te preocupes por los gastos. La universidad me ofrece una beca y, para la carrera de sobrecargo, tendré que mudarme a la ciudad. Pero, con mis ahorros, podré terminar mis estudios, ambas carreras. El curso empieza en un mes, pero ya todo está listo.
Un mes después, Susan se mudó a la ciudad, a un lugar desconocido que parecía ofrecerle tanto libertad como incertidumbre. En solo cinco meses, terminó el curso y entró a una aerolínea que la ayudó con los trámites necesarios. A los seis meses de haber terminado la preparatoria, Susan ya trabajaba y estudiaba, manejando ambas responsabilidades con una disciplina férrea.
Su pasión por el derecho le permitió avanzar rápidamente, adelantándose a sus compañeros en la universidad. Pero no todo era perfecto, y había momentos en los que el silencio de su hogar vacío la dejaba frente a sí misma, preguntándose por lo que realmente quería.
Tres meses más tarde, en un día común, mientras Susan descansaba en su apartamento, buscando distracción, navegó por las redes sociales. Fue entonces cuando encontró una publicación que llamó su atención. Era un anuncio extraño, pero algo en su interior lo hizo interesante. En ese momento de su vida, todo era tan monótono que la curiosidad la empujó a seguir.
Post: Si estás sola y tienes entre 18 y 25 años, ¿por qué no buscas el amor verdadero? Mándame tu foto, tu número, tu edad y en menos de dos horas te contactaré.
Susan sonrió con escepticismo. Era una propuesta extraña, pero algo en su interior la impulsó a hacer algo fuera de lo común. Tomó una decisión impulsiva: mandó su foto, su número y su edad, como si fuera a enviar un currículum de trabajo. ¿Qué tan raro podía ser?
Una hora después, recibió un mensaje invitándola a un café cercano. Al principio lo pensó, pero al ver que el lugar estaba a solo una cuadra de su apartamento, decidió ir. No esperaba nada más que una charla pasajera.
Cuando llegó, se sorprendió al encontrarse con una mujer de aproximadamente 60 años, con el cabello canoso y una mirada decidida. En ese momento, Susan se sintió confundida, pero la curiosidad la impulsó a acercarse. Se sentaron y comenzaron a hablar.
—Bueno, eres mucho más bonita en persona —dijo la mujer, con una sonrisa que parecía esconder algo más.
—Gracias, aunque me lo dicen todo el tiempo, sigue siendo agradable escucharlo —respondió Susan, tratando de mantener la conversación ligera.
La mujer comenzó a revisar algo en su celular y luego continuó.
—Aquí dice que estás a punto de terminar tu titulación en Derecho, que trabajas en aviación como jefa de cabina, que tienes 19 años y hablas tres idiomas, incluido el lenguaje de señas.
Susan rió nerviosa, no esperaba esa cantidad de detalles.
—Sé que suena raro, pero es cierto. No sé qué me pasó, fue una tontería, pero me pareció divertido mandar mi "currículum" en lugar de buscar una cita normal. No esperaba que alguien me respondiera.
La mujer la miró fijamente, sin dejar de sonreír.
—Está bien. Escucha, tengo un hijo de 27 años, viudo, y se la pasa encerrado en su mundo. Quiero que lo enamores y vivan juntos, tengan al menos tres hijos. Mi familia es acomodada, así que no te preocupes por dejar tu empleo.
Susan no podía creer lo que acababa de escuchar. Se levantó lentamente, sintiendo cómo el aire le faltaba por la sorpresa y la incomodidad.
—Creo que esto fue una mala idea, mejor me voy.
Sin decir nada más, Susan salió del café y comenzó a caminar por la calle, intentando procesar la absurdidad de lo que acababa de vivir. Se detuvo en medio de la calle y, cuando se dio cuenta de que había estado caminando sin rumbo, se acercó al supermercado para comprar algo para la cena. En esos momentos de soledad, la cocina era su refugio.
Mientras recorría los pasillos del supermercado, pensó en lo absurdo de su vida últimamente. En ese instante, chocó con un hombre. Él era alto, de complexión delgada pero bien formado, con el cabello negro y unos ojos verdes que reflejaban una tristeza profunda, aunque intentaba ocultarlo. Su piel era clara, pero con un matiz dorado, como si acabara de regresar de unas vacaciones bajo el sol.
—Perdón, estoy algo distraído —dijo él, mirando a Susan con una expresión apenada.
—No te preocupes, ya somos dos… y para disculparme, te invito un café —respondió ella, intentando quitarse la incomodidad del encuentro.
Él miró su rostro, levantó la mano y mostró un anillo de bodas.
—No es necesario, además —dijo con un tono serio—, (muestra el anillo) ya estoy casado.
Susan, sorprendida por su respuesta, soltó una risa nerviosa.
—¡Ay, por Dios! No te estoy diciendo que te cases conmigo, solo te estoy invitando un café.
Él la miró por un momento, antes de suspirar y rendirse.
—Bueno, está bien. Vamos a pagar y luego nos vamos a tomar ese café.
Susan sonrió aliviada.
—Genial. Pero antes de eso, tengo que comprar algunas cosas. Y, por cierto, ¿cómo te llamas?
—Alan. Alan D'Angell.
—Wow, suena a nombre de rico… —bromeó Susan, sonriendo—. Yo soy Susana, Susan Victoria Monsiváis… jajaja, es broma, Susan Victoria Gómez.
Ambos se rieron mientras caminaban hacia las cajas, Susan cargando varias bolsas con productos. Después de pagar, decidieron ir al departamento de Alan, donde dejarían las compras antes de continuar su conversación.
Capítulo 3
Al entrar a la casa, una pequeña bola de pelos color naranja salió de una esquina, y Alan no pudo contenerse: comenzó a llorar. Susan, sorprendida, no sabía qué hacer; finalmente, optó por darle unas palmaditas en la espalda. A pesar de que Alan era un hombre alto, en ese momento le pareció tan frágil como un niño. Lo acompañó hasta que se calmó, y luego ambos se sentaron en el sofá de la sala.
—Si prefieres, el café puede quedar para otro día —sugirió Susan con suavidad—. No es obligatorio. Tal vez quieras ir a visitar a tu esposa.
La mención de su esposa provocó una nueva oleada de lágrimas en Alan, algo que no sucedía desde hacía años.
—¿Sabes? No he llorado desde que tenía ocho años —admitió, limpiándose las mejillas—. Mi papá me dijo que los niños no lloran... y me lo creí. Hoy, contigo, lo he hecho después de tanto tiempo.
—No te preocupes —respondió Susan, sonriendo con amabilidad—. Siempre me han dicho que transmito confianza. Y de verdad, si necesitas irte, no te detendré.
La conversación fluyó después de ese momento. Alan le habló de su esposa fallecida, de la tensa relación con sus padres y del peso que había cargado por años. Al terminar, parecía más aliviado, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Susan, por su parte, se quedó pensativa antes de sugerir:
—Oye, ¿y si solo consigues una novia falsa? Así tus papás dejan de molestarte y puedes tomarte el tiempo que necesites para sanar.
Alan arqueó una ceja.
—¿De dónde sacaste esa idea?
Susan soltó una pequeña risa antes de narrarle lo ocurrido con la señora que le había sugerido la idea horas atrás. Alan negó con la cabeza.
—No creo que sea tan fácil. No imagino a una chica dispuesta a algo así. Todas quieren algo serio.
—No todas —replicó Susan, encogiéndose de hombros—. A mí me gusta mi vida como está: hoy aquí, mañana en Los Ángeles, pasado en un pueblo mágico de Colombia. Todo con responsabilidad, claro, porque hay reglas que seguir.
Alan sonrió.
—Vaya, ojalá pudiera ser como tú.
—No podrías —dijo Susan con una carcajada—. Tú estás casi en los 30, y yo ni siquiera he cumplido 20. De hecho, esto ya se ve raro.
—Tienes razón, niña —admitió Alan con una sonrisa resignada—. Quizá necesite tu ayuda.
—Está bien. Pero por ahora vete, porque va a venir alguien y no puedes estar aquí.
—¿Adivino? ¿Un piloto?
—¡Brujo! Sí, viene un piloto... bueno, no, es mi mamá. Y es bastante conservadora.
Alan se levantó riendo.
—Bien, solo dime si me ayudarás y mañana paso por aquí.
—Está bien. Aunque mejor toma mi número.
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Tras despedirse de Susan, Alan fue a visitar a sus padres y les anunció que tenía novia, pidiéndoles que dejaran de insistir en su vida amorosa. Les prometió que la conocerían en su momento.
Los días pasaron, y Susan y Alan comenzaron a hablar todos los días. Con el tiempo, ambos se volvieron más cercanos, compartiendo ratos cuando coincidían en la ciudad. Durante ese periodo, Susan cumplió 20 años y celebró con una pequeña reunión en la que Alan conoció a su mamá. Poco después, lo inesperado ocurrió: Susan y Alan decidieron formalizar su relación.
Tres meses más tarde, Alan le propuso presentarla formalmente a sus padres.
—¿Estás segura de que quieres conocerlos? —le preguntó con una sonrisa mientras se dirigían a la cena.
—No, pero aquí estoy. Aunque tengo miedo. Ellos ya tuvieron una nuera que, supongo, adoraron. Luego llego yo...
—No te preocupes, aquí estoy yo —dijo Alan, tomando su mano.
—Bueno, que pase lo que tenga que pasar y truene lo que deba tronar —respondió Susan, fingiendo valentía.
Alan comenzó a mostrarle fotos de su familia para que se familiarizara con ellos antes de llegar.
—Espera... a esta señora la conozco —dijo Susan, deteniéndose en una imagen—. ¡Es la misma que me sugirió conseguirte una novia!
Alan abrió los ojos con asombro antes de soltar una carcajada.
—¿En serio?
Ambos rieron durante el resto del camino, y llegaron a la cena con una extraña mezcla de nervios y emoción.
La noche transcurrió de manera tranquila. La madre de Alan no reconoció a Susan, lo que permitió que la pareja se sintiera más relajada. Incluso los invitaron a quedarse a pasar la noche. Susan aceptó con cortesía, ya que estaba de vacaciones y tenía tiempo libre.
Antes de dormir, mientras conversaban en la habitación, ambos reflexionaron sobre lo inesperado que había sido todo. Y, en ese momento, entre risas y miradas cómplices, ambos sintieron que estaban exactamente donde debían estar, aunque en algún punto de la noche ambos comenzaron a sentir algo extraño con sus cuerpos.
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