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Arya: Herencia Y Guerra

Prólogo: "El eco de los ausentes"

La mansión de los Eryndor se alzaba como una sombra majestuosa en el horizonte, testigo silenciosa de siglos de intriga, poder y sangre derramada en su nombre. Dentro de sus muros, los retratos de antiguos patriarcas miraban con severidad a todo aquel que se atreviera a cruzar sus puertas. No había espacio para la debilidad en una familia que dominaba un vasto territorio y cuya influencia llegaba incluso al trono.

Pero no todos los Eryndor compartían el privilegio de esa herencia.

A una niña, relegada al olvido, la llamaban "El error". Arya Eryndor, la más joven de los cuatro hermanos, había sido tildada de inútil desde su infancia. Nacida con una enfermedad que casi la mató en sus primeros años, su madre murió durante el parto, y su padre, un hombre obsesionado con el linaje, nunca perdonó su existencia. Creció entre sirvientes, escuchando susurros sobre su "maldición" y viendo cómo sus hermanos, Aric, Kael y Magnus, eran entrenados para ser guerreros y estrategas.

Una noche, sin embargo, el destino cambió las reglas.

El anciano patriarca, Lord Eryndor, falleció repentinamente durante una reunión familiar. Su última voluntad, contenida en un documento que ardía con el sello de su linaje, reveló algo que nadie esperaba: Arya, la hija despreciada, heredaría la fortuna, las tierras y el título principal de la familia.

El salón estalló en gritos.

—¡Esto es una burla! —rugió Magnus, el mayor, golpeando la mesa con su puño.

—Debe haber un error —dijo Kael, con una sonrisa cínica—. No puede ser que un anciano enloquecido otorgue todo a alguien que ni siquiera sabe montar un caballo.

Arya, sentada en la esquina más oscura, alzó la mirada. Por primera vez en años, sus ojos brillaban con algo más que resignación.

No dijo una palabra, pero en su mente comenzó a formarse una idea peligrosa: Quizá el destino me dio esta oportunidad para devolverle al mundo cada golpe que me ha dado.

La noticia de la herencia corrió como pólvora, no solo entre los Eryndor, sino también entre las familias rivales. En las tierras vecinas, los Arkavian, una casa cuyos ancestros habían jurado destruir a los Eryndor, veían la situación con una mezcla de diversión y curiosidad.

En la gran sala de los Arkavian, Darian, el heredero de la familia, escuchaba a su madre hablar con furia.

—Es una debilidad que no podemos permitir

—dijo Lady Arkavian, moviéndose como una fiera enjaulada—. Los Eryndor están fracturados. Es el momento perfecto para tomar lo que nos pertenece.

—¿Y qué sugieres? —preguntó Darian, con una sonrisa ladeada—. ¿Que declaremos la guerra porque una niña ahora lleva un título?

—No es una niña —replicó su madre—. Es la llave para destruirlos desde dentro.

Darian alzó una ceja, intrigado.

Mientras tanto, en la mansión Eryndor, Arya se encontraba en el centro de una tormenta. Sus hermanos no perdieron el tiempo y comenzaron a conspirar para despojarla del poder. Su nuevo estatus la colocaba en peligro, y lo sabía. Con la herencia llegaban enemigos, pero también aliados inesperados.

Esa noche, Arya se acercó al despacho de su difunto padre. Los documentos, sellados y escritos con precisión, le revelaron más de lo que imaginaba. No solo había heredado tierras y riquezas; había obtenido una llave a secretos que su familia había guardado durante generaciones. Entre ellos, el motivo de la caída de sus propios padres y la conexión con una guerra que aún ardía entre bastidores.

"Si voy a sobrevivir", pensó, "necesito algo más que dinero. Necesito aliados. Y si no puedo encontrarlos... los crearé".

Y así, comenzó a forjar un plan.

El Peso Del Trono

Arya sabía que el tiempo no estaba de su lado. Desde que se leyó el testamento, sentía el frío filo de las miradas de sus hermanos sobre ella. Aric, el segundo mayor, con su temple calculador, parecía tranquilo, pero Arya conocía ese silencio: era el preludio de algo peligroso. Kael, siempre el más impulsivo, ya había empezado a retar su autoridad abiertamente, mientras Magnus, el mayor, simplemente la ignoraba como si ya estuviera derrotada.

Esa misma tarde, convocó una reunión con el consejo de la familia, compuesto por antiguos aliados de su padre y administradores de las tierras. Aunque la mayoría de ellos eran hombres que apenas ocultaban su desdén por tener que responder ante una mujer, Arya se presentó con una elegancia que no esperaban de alguien que hasta hace poco era invisible.

—Damas y caballeros —comenzó, su voz firme pero serena—, entiendo que mi posición puede parecer… inusual. Pero me nombraron líder de esta familia por una razón, y les demostraré que estoy a la altura de esa decisión.

Un hombre tosió en señal de burla. Lord Gratham, un noble anciano que había servido como asesor de su padre, la miró con desdén.

—Con respeto, Lady Arya, su padre tomó decisiones cuestionables en sus últimos años. Quizá deberíamos reconsiderar el liderazgo y dejarlo en manos de… alguien más experimentado.

Antes de que Arya pudiera responder, Magnus habló desde su lugar al fondo de la sala.

—Estoy de acuerdo. Mi querida hermana es joven y, aunque tiene… buenas intenciones, la familia necesita una mano firme en este momento.

El consejo murmuró en acuerdo, pero Arya se mantuvo impasible.

—¿Una mano firme como la tuya, Magnus? —preguntó con una sonrisa fría—. ¿El mismo Magnus que dejó que nuestras tierras fronterizas fueran invadidas hace tres años porque estaba demasiado ocupado en el campo de caza?

La sala quedó en silencio. Magnus frunció el ceño, pero no respondió. Arya se giró hacia Lord Gratham.

—No necesito su aprobación para liderar, Lord Gratham. Pero le aseguro que, si trabaja conmigo, verá que soy más que capaz.

El consejo quedó dividido. Sabía que no había ganado su confianza aún, pero había sembrado una semilla de duda en aquellos que pensaban que podrían controlarla.

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En el territorio de los Arkavian

Darian Arkavian miraba desde una colina la extensión de los Eryndor. Las fronteras entre las dos casas estaban marcadas por una línea de ríos y valles, pero en el horizonte, las tierras parecían unidas, como si el conflicto fuera una invención humana.

—¿Qué planeas, Darian? —preguntó una voz detrás de él. Era su hermana menor, Liana, conocida por su aguda inteligencia y su capacidad para anticipar los movimientos de sus enemigos.

—Observar por ahora. Una familia que se pelea entre sí es una familia débil.

—Y si no se destruyen solos… —Liana lo miró con una media sonrisa—. ¿Entraremos?

Darian asintió, pero su mente estaba ocupada en algo más. Las historias sobre Arya lo intrigaban. Una mujer sin preparación que de repente se encontraba en el centro del poder… Eso nunca terminaba bien, pensó. Sin embargo, en el fondo, no podía negar que quería verla con sus propios ojos.

Fracturas Internas

Una noche, mientras Arya revisaba documentos en el antiguo despacho de su padre, una mujer irrumpió en la habitación. Era una sirvienta joven, con el rostro lleno de terror.

—Milady, encontré esto en su habitación… —dijo, entregándole un pergamino doblado. Arya lo tomó y lo abrió con cuidado.

"Vete ahora. No sobrevivirás la semana."

Arya respiró hondo. La amenaza era directa, pero no le sorprendía. Sus hermanos estaban desesperados, y los aliados de su padre no confiaban en ella. Sin embargo, la caligrafía le era familiar. No de Magnus ni Kael, sino de alguien más cercano… alguien que conocía sus movimientos.

Por la mañana, convocó a su guardaespaldas personal, un joven llamado Elias, quien había sido leal a ella desde que era niña. Elias no era noble, pero su habilidad con la espada y su lealtad inquebrantable lo hacían más confiable que cualquier consejero.

—Elias, quiero que investigues quién escribió esto —le dijo, entregándole el pergamino.

Elias asintió, pero no pudo ocultar su preocupación.

—Milady, su vida está en peligro. No puedo dejar que enfrente esto sola.

Arya lo miró con una leve sonrisa.

—No lo hago sola. Tengo a mi mejor hombre conmigo. Ahora ve.

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Un encuentro inesperado

Días después, durante una inspección de las tierras del sur, Arya y su pequeño séquito fueron interceptados en un bosque por un grupo de jinetes. A la cabeza estaba Darian Arkavian.

—Lady Arya Eryndor —dijo Darian, desmontando de su caballo con una elegancia estudiada—. Qué curioso encontrarla aquí.

—¿Curioso? —Arya respondió, manteniendo la compostura—. Yo diría que sospechoso.

Los hombres de ambos lados desenvainaron armas, pero Darian levantó una mano para detenerlos.

—No vengo en busca de sangre, milady. Solo quería conocer a la mujer que ahora lidera a los Eryndor.

Arya alzó una ceja, intrigada pero alerta.

—Espero que no esté decepcionado, Lord Arkavian.

Darian sonrió, un gesto que no revelaba sus verdaderas intenciones.

—En absoluto. De hecho, creo que podríamos llegar a… entendernos.

Arya no respondió, pero sus ojos brillaban con un desafío que Darian no esperaba. Ambos sabían que este encuentro era solo el comienzo de algo mucho más grande.

La tensión en la mansión Eryndor se había vuelto tan densa que parecía impregnar los mismos muros. Arya sabía que sus hermanos no perderían el tiempo en socavar su posición. Aunque tenía el respaldo nominal del testamento de su padre, los tres hombres estaban moviendo sus propias piezas en el tablero.

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Magnus: el estratega visible

Magnus, el hermano mayor, decidió abordar la situación de manera directa. Convocó a los antiguos aliados militares de la familia para asegurarse de que lo reconocieran como el verdadero líder. En una reunión privada en la sala de armas, Magnus habló con el general Belrik, el comandante de las tropas fronterizas.

—Belrik, conoces mis méritos. He liderado hombres en batalla, he defendido nuestras tierras. ¿Crees que Arya puede manejar lo que se avecina? —preguntó Magnus, su voz grave resonando en la sala.

Belrik lo miró con cautela.

—Lord Magnus, con respeto, no está en mis manos decidir quién lidera la familia. Pero si la joven lady demuestra ser incapaz, estaré listo para actuar.

Magnus apretó los dientes, insatisfecho con la respuesta. Sabía que necesitaba más que palabras para asegurar su posición, pero confiaba en que los errores de Arya llegarían pronto.

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