Azazel.
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Estuve buscándola por horas con mis pies moviéndose sobre las casas, apenas y tocaba los techos. Siempre que lo intentaba empezaba con la adrenalina recorriéndome, y al final del día la emoción se esfumaba. Mientras más avanzaba, la ciudad se ampliaba debajo, estaba concentrado en cada detalle, examinaba a cada persona con dedicación, pero la monotonía de siempre empezó a nublar mis pensamientos. En poco tiempo, cuando el cielo se volvía anaranjado, me quedé reposando en uno de los árboles, pensé que así facilitaría mi búsqueda. Todos los humanos lucían como bichos desde allí, consideré generar caos entre ellos, algo que disfrutaba y se me daba bastante bien, pero tenía algo más importante que hacer.
Mis ojos volvieron a escanear el escenario hasta que se clavaron en un pequeño punto que, a pesar de estar lejos, logró captar mi interés. Me bajé para encaminarme hacia él, conforme entré en su panorama, un aroma exótico se mezcló en mis fosas. La había encontrado. Después de mucho, de buscar entre tantas y estudiar desde lejos a las otras mortales insípidas, por fin di en el blanco. Ella estaba perdida con la vista hacia algo que no lograba divisar desde ahí. Se mantenía en calma y a mí me pareció ver cómo soltaba su propio brillo. Me acerqué más a su ventana hasta notar que, en realidad, estaba viendo la televisión. Incluso su rostro llamaba demasiado la atención.
Mi mente acababa de ser revuelta por su figura. Desvié mi vista, era de esperarse que me removiera los sentidos, después de todo eso era lo que me había atraído hasta ahí, en primer lugar. Pero no podía dejar que pasara tan fácilmente, yo era alguien superior, no podían impresionarme de esa forma desde el primer momento. Estuve un rato pensando en eso hasta que me decidí por aparecer frente a ella. No necesitaba ser intimidante, mi sola presencia hablaba por sí misma.
Le sonreí con malicia y burla, había tanta calma que el entorno me ayudaba con el propósito, pero mi voz rebotó en eco por toda su sala. No se inmutó, y mi orgullo se hirió por ello. Tenía la cabeza levantada, mirándome como si fuera un payaso sin gracia, incluso le oí chistar los dientes.
—¿Y tú qué? —fue todo lo que necesité escuchar para quedar totalmente incrédulo.
Tenía unos ojos verdes tras el vidrio de sus lentes, que al mirarme hicieron que se me alterara algo por dentro, aunque no sé muy bien qué. En su mirada pude notar cierto semblante oscuro. Se veía muy agotada y le rodeaban sentimientos de desánimo que yo podía percibir. Traté de ignorarlo, no estaba aquí para ser su psicólogo, así que ni siquiera intenté leerle la mente.
—¿Te asusté? —pregunté.
Me observó con fastidio y luego agitó su mano frente a mí.
—¿Podrías moverte de en medio? Estoy ocupada viendo algo.
Giré hacia el televisor y luego hacia ella de regreso. Su voz demostraba que estaba más irritada que temerosa, y eso me estaba fastidiando. Me senté en el mueble que tenía a su costado cuestionándome si había perdido el toque. ¿Por qué me daba tan poca importancia? Hasta yo me habría alterado si fuera ella. Se supone que yo tenía que haberla hipnotizado con mi encanto, pero estaba siendo más bien un poco al revés.
—Deberías verme a mí en lugar de ver esa cosa y mostrarte tan aburrida.
—La verdad es que no tengo ganas de aguantar estas tonterías —sostenía el control remoto en la mano.
Se inclinó hacia el piso para tomar una botella que estaba bajo la mesa. Cuando terminó de servirse una copa, me apoyé para sujetarla entre mis manos, mientras hacía movimientos circulares con el líquido que tenía dentro. Es por eso que sentía que estaba arrastrando ligeramente las palabras, sumándole la expresión apagada y además su mal humor, tal vez no era que yo había hecho algo mal, es que ella estaba atontada con licor. Y no quedaba casi nada.
—Por lo que veo, ya te has llevado unas cuantas.
La miré de reojo, no me prestaba atención. Tenía el cabello despeinado e incluso así sentía se me hacía difícil apartarle la vista. Se recostó.
—¿Eres alcohólica?
—¿Te mandaron a investigarme? —preguntó con desdén.
—Qué apática —espeté—. Un poco mal de tu parte que ni siquiera me estés dando un mínimo de atención.
Estaba decepcionado, esperaba que se desquiciara o que empezara a rezar al verme, no esto. Me puse a analizar y no, en toda mi existencia no tenía registro de que alguien hubiese reaccionado así.
En eso pensaba cuando vi que giraba su cabeza lentamente hasta mí, tal cual muñeca diabólica. Encima me robaba el rol principal.
—¿Quién rayos eres tú?
No pude evitar soltar una risa. Creo que solo era lenta, no había necesidad de culpar al alcohol. Me balanceé hacia ella para tomar sus lentes, miré a través de ellos. Se estaba quedando ciega, la pobre.
—Estoy algo ofendido de que no tengas idea de quién soy. ¿No adivinas a quién tienes cerca?
—¿Debería?
—¿Acaso no tengo el nivel de un príncipe?
—¿Príncipe? —se estaba riendo.
Nunca había dudado de mi palabra, ¿también había perdido mi brillo de persuasión?
—¿Y por qué te ríes de eso?
—Alguien no está muy bien de la cabecita —su risa se apagó tan pronto como vino y fue reemplazado por su ceño fruncido—. O quizá soy yo —tomó la botella para verla de cerca.
Lo vi en su mente, le estaba echando la culpa al alcohol. Nunca entendí por qué los mortales se lo tomaban por gusto, el sabor era desagradable y era el modo más lento que habían descubierto para matarse lentamente. Y lo sabían.
—¿Piensas que soy una alucinación?
—Aunque —se detuvo a pensar—. Una muy molesta, si me lo preguntas, y que no me deja ver mi programa.
—¿No crees que yo soy mucho más interesante que eso?
—Lo que creo es que me estoy volviendo loca.
—Y si soy parte de tu imaginación, ¿no me estás imaginando muy atractivo?
—Ash, además de molesto eres arrogante.
Tan grosera la señorita. Volví a sentarme, un poco más cerca a ella, sintiendo el aroma cheesecake de fresas que desprendía. Siguió mirando la pantalla, creo que ni siquiera la estaba viendo realmente, pero el simple hecho de demostrar que me ignoraba, me molestaba
— Por lo que veo, tu vida es bastante sencilla, ¿no?
Se llevó la copa llena de vino hacia los labios, extendí mi mano para detenerle y me miró con rabia.
—¿Terminó de molestar la alucinación? Me está empezando a doler la cabeza.
Se estaba cayendo de sueño.
—Ya te dije que no soy una alucinación. Y sinceramente, me importa poco si te estoy incomodando.
—Bueno, dime quién eres —dijo.
—Un demonio.
Se quedó callada mientras procesaba. Y se echó a reír con nerviosismo.
—Definitivamente necesito dejar el alcohol.
No podía ser que no viera que tenía a la perversidad personificada en frente y además se siguiera riendo.
—Y, don demonio —continuó—, ¿tiene usted nombre propio?
Pensé que al mencionarlo, ahora sí me reconocería.
—Mi nombre es Azazel.
—Ok, Azazel —me equivoqué, no le importó en absoluto—. ¿Qué es lo que buscas aquí?
Preguntó, dejándose caer en el mismo sofá.
—Buscaba un poco de entretenimiento, pero ya veo que contigo no funciona.
Bostezó. ¿Le estaba aburriendo yo? Recostó su cabeza en el respaldo.
—Es tarde, y tengo sueño, así que no es un buen momento. Vuelve luego.
Movió su mano con un ademán de desinterés y comenzó a cerrar los ojos.
—Tienes una vida muy aburrida, ¿verdad?
Pero para cuando yo terminé mi pregunta, ella ya no me escuchaba, y finalmente se durmió. Como dije, aburrida.
Makeline.
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Me desperté con un dolor que se me extendía como electricidad a través del cerebro, maldije por haberme excedido mientras sostenía mi frente. Prometí que no volvería a pasar, pero aquí estoy. No recordé haberme quedado dormida, pero no me sorprendía mucho. Tenía vértigo y estaba atolondrada. No decidía si lo que sentía eran hinconces o una fuerza que me oprimía el cráneo. Cuando terminé de recomponerme, sentí una presencia a mi costado pero quién sabe, no llevaba los lentes puestos –por último, ni sabía dónde los había tirado– y pudo haber sido mi cabeza resaqueada generando una ilusión. Mi mirada vagó por la habitación hasta llegar a su dirección. Me exasperé, no era posible.
—¿Otra vez tú?
Estaba fastidiada y el dolor que persistía no era de mucha ayuda. Los rayos que se filtraban por la ventana alcanzaban a iluminar algunas partes de su rostro, le hacía ver angelical. Parece ser que le saqué de una reflexión profunda en la que estaba.
—Sí, yo otra vez —respondió con monotonía.
—Eres… —no terminé de hablar, entrecerré los ojos.
Volví a tocar mi cabeza en un intento por apaciguar mi molestia, me daba la idea de que la presión dentro de mi cráneo me haría explotar en cualquier momento.
—¿Todavía me afecta el alcohol?
—Supongo que sí. Parece que tienes mucho malestar.
Dejé caer mis manos con un suspiro. Me estaba ahogando el calor, necesitaba algo helado.
—Me refiero a ti —dije.
—Ah, eso —se cruzó de brazos—. Sí, verás, no es un efecto del alcohol, soy muy real.
Su voz estaba tan llena de seguridad que me desconcertaba. Pero me sentía cansada para refutar, su presencia me iba a provocar una desrealización en la que no quería entrar, temía que quedarme ahí concentrando mi atención en él, me obligaría a concebir que algo estaba roto en mi interior. Tomé la decisión de ponerme de pie, algo tambaleante, y fui hacia la cocina.
Mi periferia todavía se distorsionaba y mi andar estaba afectado. Mi piel emanaba un olor a licor que se mezclaba con sudor y se me hacía desagradable. Al llegar a la cocina, saqué una taza y serví lo que quedaba de esencia en la nevera, apenas le eché una cantidad mínima de agua, prácticamente un espresso. Odiaba el café amargo, pero sentí la necesidad de cargarlo para quitarme los mareos de encima.
No. No pude. Le eché más agua y algo de azúcar para disipar el repugnante sabor que se había quedado en mis pupilas. Sentí su presencia detrás de mí mientras yo alternaba entre revolver el café con una cucharita y forzarme a tomar forzosos sorbos. Pero, aunque no volteé para confirmar, sabía que estaba en el marco de la puerta, la sombra que proyectaba llegaba hasta mis pies. Como no le hice caso, dio unos pasos más adelante, recargándose contra la mesa.
—¿Me dejas hacerte una pregunta? —cuestionó, rompiendo el silencio.
Dejé de chocar la cuchara un momento, sin molestarme en ocultar que aquello me estaba irritando.
—¿Qué quieres? —pregunté cortante.
—¿Por qué bebes alcohol? —se apoyó en la mesa, dejando el mentón sobre sus manos.
La duda me tomó por sorpresa. Para mí, era algo muy personal, no me explicaba por qué aquél ser se atrevía a querer entrometerse. Por mi mente atravesaron mil formas groseras para responderle, pero las acallé todas.
—Es para… olvidarme de mis problemas —dije en voz baja.
—¿Sabes que olvidarte de ellos no es lo mejor que puedes hacer, verdad? Dudo mucho que el alcohol cambie algo —su voz no tenía ni un gramo de reproche y, aun así, me estaba molestando.
Bebí de la taza como respuesta. Nunca me importó mucho la opinión de los demás, y si él era una manifestación de mi subconsciente tratando de hacerme entrar en razón, me importaba menos. Sin previo aviso, me arrebató la taza de las manos para beber.
—Esto es repugnante —dijo—. Y tú eres tan ignorante.
—Se podría decir que lo soy, sí —lo pensé bien, no me molesté en quitarle la taza, de todas formas estaba horrible. Aparte, así dejaba en claro lo poco que me importaba esa conversación—. Por ejemplo, te puedo ignorar a ti.
Golpeó la taza contra la encimera.
—Si te parezco tan desagradable. ¿Por qué no pruebas a echarme de tu casa?
De haberlo dicho antes. Lo miré con cansansio.
—Vete —dije inmediatamente con una sonrisa falsa.
Después, regresé a la sala, arrastrando mis pasos, dejándole con la palabra en la boca. Acto seguido, encendí el televisor, el ruido me refugiaba de algún modo. A veces lo dejaba encendido solo para sentir que no estaba sola en la casa. No me gustaba admitirlo en voz alta y no lo haría, no quería que me miraran con lástima o un bicho raro.
—Si es tu deseo —dijo con seriedad, y se detuvo en frente de mí. A lo que yo solo pensé qué falta de respeto, yo quería ver la televisión tranquila—. Me iré.
—Bueno, adelante —dije sin siquiera mirarle.
Se quedó observándome por un breve momento, en un silencio incómodo, yo solo quería que se quitara de allí.
—De acuerdo —concluyó—. Así será entonces.
Antes de que yo pudiera añadir algo más, desapareció de mi vista. Vi el lugar en donde había estado antes, sintiéndome rara a la vez que aliviada por que la situación terminara. Sentía el peso de la conversación disolviéndose lentamamente. Me dejaba un sabor de desconcierto, ¿será posible que me estaba enloqueciendo?
Azazel.
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La mortalcita trabajaba en una heladería que llevaba el ridículo nombre de ‘Fresde’. La había seguido todo el camino sin que se diera cuenta. Empezó caminando apresuradamente y terminó por correr, se estaba haciendo tarde.
Mientras aminoraba mi paso junto a ella, en esos veinte minutos me escabullí por su mente en busca de información. Descubrí que era más afortunada de lo que ella creía, al parecer había tenido una abuela, la cual prácticamente le había asegurado la vida pagando sus estudios antes de morir. Descubrí también que ella le atribuía ese hecho al comportamiento que tenía su familia con ella, sentían un desprecio mutuo que habría alimentado a cualquier demonio.
Después de haber llegado a su puesto, permanecí oculto entre las sombras sin que ella supiera, recostado en la pared de una esquina. No tenían muchos clientes, seguí con la mirada al último de ellos hasta que abandonó el lugar. Al no tener nada más en lo que ocuparse, Makeline se dispuso a revisar el registro del sistema y a contabilizar el dinero, inmersa en su tediosa rutina. Fue cuando me decidí por caminar hacia ella. Llegué a su lado, haciéndome visible, en tanto acomodaba el cuello de mi abrigo. Descansé mi peso sobre su mostrador.
Su expresión no tenía precio, dio un salto y se quedó inmóvil con los billetes en la mano, sin saber que hacer. Me regocijé por dentro, por fin estaba teniendo la reacción que buscaba desde un principio.
—Q-qué —tartamudeó—. ¿Qué haces aquí?
Dejó el dinero de vuelta en la caja y la cerró de golpe. Sonreí.
—Vine a ver cómo vas con este aburrido trabajo tuyo.
Se quedó en silencio, solo se fijaba en mis ojos. Su lógica estaba tratando de darle una explicación pero parecía haberla abandonado.
—¿Qué ocurre? ¿No vas a decirme nada?
Su mente estaba hecha un nudo, lo pude notar. Trató de reaccionar, pero empezó a retroceder, buscando distancia. Luego, gritó el nombre de su compañera sin dejar de mirarme. Era obvio, ya no podía apartar la vista de mí ni un segundo. No sabía si por miedo o porque la había engatusado. Tal vez ambas. Otra chica salió, abriendo la puerta de lo que parecía ser un almacén.
—¿Sí? Dime.
La miró con vacilación antes de hablar.
—¿Podrías… —se detuvo, todavía dudosa— atender al cliente un monento? Tengo que hacer una cosa.
Su compañera frunció el ceño, la estaba mirando con desconfianza, sin entender lo que le pasaba.
—¿De qué cliente me hablas, Maky?
Makeline volvió a mirarme. Por supuesto que yo estaba entretenido viendo cómo se le erizaba la piel y se le revolvía el estómago por hacer el ridículo.
—No, no es nada —le dijo nerviosa—. Es que ayer tomé unas copas, seguramente debo estar algo aturdida todavía, lo siento.
Solté una risa ligera y deslicé mi mano por su brazo.
—Sí, estás aturdida —musité.
Se apartó ante mi tacto, provocando que la otra la mirara con más extrañeza.
—¿Estás segura de que estás bien, Maky? —asintió—. Si quieres podría decirle a la jefa que te tomaste uno de los días de descanso que te debe —lucía amablemente preocupada—. Sabes que no le importaría.
—Creo que sí deberías tomarte el día de descanso, te vendría bien —intervine. Me ignoró, me estaba maldiciendo en su interior.
—No es necesario, Jodie. En serio, estoy bien. Y no le digas nada a la jefa, por favor.
—¿Segura? —preguntó para asegurarse, pero Makeline seguía negándose.
Su compañera evaluó por un instante si debía insistir, luego se dio la vuelta para regresar a donde estaba. Al dar un giro, Makeline se encontró con mi mirada sobre ella, haciendo que se le remuevan los nervios.
—Estás muy mentirosa —dije.
—Cállate.
Habló entre dientes, y sacó su teléfono para empezar a teclear rápidamente, incluso eso delataba lo nerviosa que estaba. Yo me sentí intrigado y extendí mi cabeza para mirar.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando el número de mi psiquiatra.
Su mano se movía con torpeza. Yo me sorprendí de la resistencia que tenía la mente de esta chica. Se sacaba cualquier excusa para cegarse ante lo inevitable.
—Eres muy escéptica —dije para mí mismo—. Entonces, ¿crees que estás loca? —no me hizo caso, se estaba aferrando a la idea de que me iría en cualquier momento si fingía no verme. Pero yo lo subía, su corazón estaba golpeando con fuerza—. Tu pulso se está acelerando, ¿estás nerviosa?
Detuvo su búsqueda para mirarme.
—¿De qué hablas?
Me abalancé sobre el mostrador para sentarme en él, quedando casi dentro de la cabina.
—Puedo oír cómo late tu corazón desde aquí, y escucho cómo se acelera cada vez más.
—¿Oír mi corazón?
—Así es. Y no solo puedo oír cómo late, también puedo sentirlo.
Salté para terminar de invadir su espacio con la intención de desorientarla.
—Dios mío —dijo, me fastidié por la expresión laica—. ¿Qué tan loca estoy?
Me empecé a balancear sobre mis pies mientras pensaba.
—En verdad crees que estás loca —murmuré—. ¿Crees que me estás imaginando? ¿Sigues creyendo… —me acerqué, provocando que retrocediera instintivamente hasta quedar pegada en la pared— que estás alucinando?
Su pecho subía y bajaba con fuerza. Acorralada de ese modo, su mente se quedó en blanco. Hizo un movimiento brusco para esquivarme y meterse en el almacén. Reí por dentro, estaba jugando con mi presa y me entretenían, de cierto modo, sus intentos por escapar.
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