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La Cuarentona Divorciada Y El Arrogante CEO

El principio del fin

¡Hola a todos! Bienvenidos de nuevo a esta emocionante historia que han elegido. Aunque la app me invitó a crearla, ustedes son quienes realmente deciden. Gracias por el apoyo a mis otras novelas. Esta es mi primera historia sobre una mujer mayor y espero que les guste.

Antes de que aparezcan los comentarios negativos, quiero aclarar para quienes no me han leído antes que actualizo diariamente. Agradezco mucho su apoyo con votos y "me gusta". Gracias de nuevo y, sin más preámbulos, bienvenidos a "La cuarentona divorciada y el arrogante CEO". ¡Espero que disfruten la lectura!

El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de seda, llenando la habitación con una luz dorada. Alessandra Ferrari, de pie frente al espejo de su vestidor, ajustaba los últimos detalles de su vestido de gala. Hoy era su cumpleaños número cuarenta y uno, y aunque había pasado por momentos difíciles, estaba decidida a disfrutar de la noche. La mansión Fiorucci, un símbolo de su vida de lujos, estaba lista para recibir a los invitados.

Alessandra observó su reflejo. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos marrones brillaban con una mezcla de esperanza y determinación. Había pasado por mucho en los últimos años, pero esta noche quería olvidar sus problemas y celebrar con su familia y amigos.

“¿Mamá, estás lista?” La voz de Alessia, su hija de doce años, resonó desde la puerta. Isabella se giró y sonrió al ver a su hija menor, vestida con un elegante vestido azul.

“Sí, cariño. ¿Y tú?” “Estás preciosa”, respondió Alessandra, acercándose para darle un abrazo.

“Gracias, mamá. Estoy emocionada por la fiesta. “¿Crees que papá llegará a tiempo?”, Alessia preguntó con inocencia.

Alessandra sintió un nudo en el estómago. Roberto, su esposo, de 44 años había estado distante últimamente, y sus llegadas tarde se habían vuelto más frecuentes. Pero no quería preocupar a su hija en un día tan especial.

“Estoy segura de que sí, Alessia. Ahora, ve a ayudar a Luca con los últimos preparativos, ¿de acuerdo?” Alessandra besó la frente de su hija y la vio salir corriendo de la habitación.

Con un suspiro, Alessandra se volvió hacia el espejo una vez más. Sabía que algo no estaba bien en su matrimonio, pero no quería pensar en eso ahora. Hoy era su día y quería disfrutarlo.

La mansión estaba llena de vida. Los invitados comenzaban a llegar, y la música suave llenaba el aire. El lugar era hermoso, lleno de lujos y sofisticación, enorme, con paredes blancas y muebles negros, cuadros y esculturas de artes, todo decorado por ella misma. Alessandra tenía un excelente gusto y todo eso se le daba muy bien.

Alessandra saludaba a cada uno con una sonrisa, agradecida por su presencia. Sin embargo, su mente seguía volviendo a Roberto. «¿Dónde estaba?»

“Amiga, estás hermosa, felicidades por tu cumpleaños y por tu buen gusto, todo quedó perfecto”, dijo una de sus amigas de su círculo social.

“Gracias, Amanda, sí, todo quedó perfecto”, sonrió de manera amable. El resto de sus amistades se acercaron para felicitarla; otros preguntaban por Roberto. Ella, con su más grande sonrisa, lo excusaba, aunque tenía su cabeza pensando en por qué él no había llegado.

“Mamá, ¿y mi papi aún no llega? “No me digas que lo volviste a hacer enojar con tus peleas estúpidas, pero qué se puede esperar de una doña de cuarenta y un años”, le dice su hija Roberta, de dieciséis años. Al contrario de sus hermanos, ella era altanera, clasista y rebelde.

“No, aun tu padre no ha llegado, y óyeme bien, a mí me respetas, jovencita, de acuerdo”, dice con disimulo Alessandra, y la joven gira sus ojos antes de irse.

“Lo que la doña diga”, se rio con burla, alejándose. Alessandra no sabía qué más hacer; los amigos y familiares de Roberto seguían preguntando por él, así que tomó una decisión.

Finalmente, decidió ir a buscarlo; luego de disculparse un momento, no podía soportar la idea de celebrar sin él. Tomó su auto y se dirigió a la empresa de Roberto; en el camino recordaba lo que habían sido sus años juntos.

Lo conoció a los diecisiete años y sintió una gran atracción por él; siempre fue muy guapo y carismático. A los veinte años, los padres de él y los de ella, quienes eran grandes amigos, decidieron una boda por conveniencia para salvar las empresas Fiorucci. Fue un matrimonio con un documento de separación de bienes, aunque para ella no era negocio; ella lo amaba y aún lo hace como el primer día. Se graduó en administración y relaciones públicas, aunque jamás ejerció a pesar de ser muy aplicada y la mejor de su clase; no tenía por qué, ella solo se dedicaría a su esposo.

Los años pasaron y tuvieron tres hijos: Luca, Roberta y la pequeña Alessia. La empresa de la familia de Alessandra fue decayendo hasta quedar en la ruina; el padre de Alessandra no lo soportó y chocó en su auto, perdiendo la vida. La madre de ella no lo soportó y murió de un paro cardíaco. Esto dejó a Alessandra sola con su esposo y sus hijos; así fue que pudo sobrellevar el dolor.

Roberto absorbió la empresa y se quedó con ella; esto no le molestó a Alessandra. De igual manera, se quedaría en la familia o eso pensó.

Él había sido el hombre perfecto hasta hace algún tiempo que comenzó a portarse distante y frío, a llegar tarde, a viajar mucho y a no tener mucha intimidad con ella y esto la estaba preocupando.

Alessandra bajó del auto y fue rumbo a la oficina de Roberto, esperando encontrarlo trabajando tarde, como de costumbre.

Al llegar, la recepcionista la saludó con una sonrisa nerviosa. “Señora Fiorucci, el señor está en su oficina, pero…”

Alessandra no esperó a que terminara. Caminó rápidamente por el pasillo, su corazón latiendo con fuerza. Abrió la puerta de la oficina de Roberto y lo que vio la dejó sin aliento.

Su esposo, el hombre que amaba y al que le regaló 21 años de matrimonio, estaba allí, pero no estaba solo. Una joven de cabello rubio y ojos azules, no mayor de veinte años, estaba apoyada al escritorio con el vestido en la cintura y sin bragas, y Roberto la embestía desde atrás. La camisa de Roberto estaba en el suelo y sus pantalones abajo; el perfume de la joven llenaba la habitación, provocándole náuseas.

“¿Qué está pasando aquí?” La voz de Alessandra tembló, llena de incredulidad y dolor.

Roberto se alejó de golpe, empujando a la joven a un lado. Su erección firme y visible. "Alessandra, esto no es lo que parece…".

“¿No es lo que parece? “¿Cómo puedes decir eso?” Alessandra sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. “Hoy es mi cumpleaños, Roberto. "¿Cómo pudiste?"

La joven se levantó, ajustando su vestido con una sonrisa arrogante. “Creo que es hora de que sepas la verdad, Alessandra. Roberto y yo estamos juntos. Él ya no te ama”.

Alessandra sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. “¿Es cierto, Roberto? “¿Es esto lo que quieres?”

Roberto bajó la mirada, incapaz de sostener su mirada. “Sí, Alessandra. Lo siento, pero ya no puedo seguir con esta farsa. “Quiero el divorcio”.

Las palabras de Roberto fueron como un golpe en el estómago. Alessandra retrocedió, con su cara hecha un desastre por la mezcla del maquillaje con las lágrimas, sintiendo que el aire se le escapaba. “¿Divorcio? ¿Y qué pasará con nuestros hijos? ¿Con nuestra vida?”

“Te quedarás con la mansión que te dejaron tus padres y el auto. Pero no esperes más de mí. Ya no hay nada entre nosotros; me voy a casar con Chiara, la amo”. Chiara era hija de un socio de Roberto con una de sus amigas del club. Roberto se volvió hacia la joven luego de vestirse por completo y la tomó de la mano. “Vamos, Chiara”. Salieron dejando a Alessandra destrozada y con ganas de morirse.

Alessandra. 41 años

Roberto. 44 años

Roberta de 16 años.

Luca de 19 años.

Alessia.

Chiara 20 años.

Cinismo

Alessandra los vio salir, sintiendo que su mundo se desmoronaba. Las lágrimas corrían por su rostro mientras se apoyaba en el escritorio para no caer. Todo lo que había conocido, todo lo que había amado, se había desvanecido en un instante.

Destrozada y con el alma rota, regresa a la mansión para cancelar la fiesta y enfrenta las miradas curiosas de los invitados, quienes la ven con el maquillaje corrido y sus ojos hinchados.

“Mamá, ¿qué ocurrió?” “¿Estás bien?”, pregunta su hijo mayor, preocupado al verla así.

“No, hijo, no estoy bien, saca a esta gente de aquí, por favor”, dice y sube las escaleras. Todos murmuran especulando; mientras Luca vacía la mansión, ella se encierra en su habitación, llorando hasta quedarse sin lágrimas.

"¿Por qué? "¿Por qué si yo te he amado siempre?", le pregunta a la nada entre llantos con su labio temblando. Alessandra sabía que tenía que ser fuerte por sus hijos, pero en ese momento, se sentía completamente sola, burlada y reducida a nada.

Toda la noche se la pasó llorando, no le abrió la puerta a nadie, solo quería gritar.

Divorcio, una palabra que pesaba demasiado. ¿Qué haría ahora? ¿Qué se supone que iba a hacer? Jamás se interesó en ejercer sus carreras, no tiene experiencia y no solo eso, ella no es una jovencita, tiene cuarenta años y será difícil; ella lo tiene muy claro.

Los días siguientes fueron un torbellino de emociones; ella no quería ni comer, estaba rota, sin ánimos de nada. Roberto no había regresado a la mansión; sus hijos querían saber, pero ella no tenía ánimos para hacerlo.

A la semana después de lo sucedido, decidió salir de la habitación, ya que solo comía poco y no quería ver a nadie, un momento a sus hijos y regresaba a llorar.

Alessandra baja y encuentra a Roberto en la sala con sus hijos; ellos tienen una expresión de terror en el rostro. Les estaba contando que se iría.

“¡No, papito, no te vayas! Yo sé qué mamá ya es una vieja que solo te hace enojar, pero no nos dejes”, decía Roberta. Ella siempre fue consentida, hacía lo que quería porque, a pesar de que Alessandra la castigaba, Roberto le levantaba el castigo.

“Ves, tú causaste esto, por tu culpa, él se va, te odio”, dijo llorando Roberta al ver a Alessandra acercarse.

“Ya cállate, Roberta, mamá, no tiene la culpa de nada; el que se quiere ir es él”, dice Luca, firme; está en desacuerdo con la actitud de su padre.

La pequeña Alessia solo llora; sus padres se separan y ella no sabe ni qué sentir.

“Basta, Roberta, ahora déjenme a solas con su padre”, dijo y dos de sus hijos asintieron, pero Roberta le gritó.

“Me voy contigo, papá, no quiero estar aquí, no seré una burla, una pobre nadie”, habló y corrió por su maleta.

“Eres bienvenida, hija, tú y los que deseen venirse conmigo”, habló y Alessandra solo lo miraba fijamente; la vena de su frente palpitaba por el dolor de cabeza, y el nudo en su garganta amenazaba con asfixiarla.

Una vez que estuvieron solos, Roberto la observó y suspiró.

“Quiero el divorcio, estos son los papeles, sabes bien que nuestro matrimonio fue por bienes separados, así que será rápido”, dijo el hombre observando a Alessandra. Ella estaba en una pijama rosa corta. A pesar de que se ve más delgada y un poco ojerosa, se sigue viendo divina. El cuerpo de esa mujer es algo increíble: gran trasero, buenos senos; sus curvas son perfectas.

“Está bien, firmaré el divorcio rápido; solo quiero dejar de ver tu cara”, dice con el odio acumulado de los días pasados.

"¿Quieres que me vaya rápido? Por favor, Alessandra, me amas y lo sabes, solo me has amado a mí y siempre será así”. Se acerca a ella y observa cómo ella se tensa; aún causa en ella estragos. Él sabe muy bien que ella lo ama y jamás sería de nadie más y menos ahora.

“No te me acerques, y sí, te amo, soy tan estúpida que lo sigo haciendo, aunque te juro que haré que no quede ni el mínimo recuerdo de ti en mi mente”. Habla con ganas de llorar, pero su voz es firme.

“Vamos, Alessandra, tú me amas, amor, te encanta como te beso, como te hago el amor, te fascina que me venga en ti”. Ella siente su cuerpo arder, pero lo controla; le dará el placer de burlarse de ella.

Roberto, al no ver respuesta, se frustra y da un paso atrás; está molesto. Alessandra es una mujer en toda la expresión de la palabra, es caliente y fogosa, pero Chiara es novedad, juventud, cero problemas.

“¿Qué harás, Alessandra? Dime qué harás, no sabes hacer nada, jamás has trabajado y tienes más de cuarenta años, por Dios”, habla y ella solo quiere partirle la cara.

“Te propongo un trato: seguiré pagando todo, vivirás igual que lo has hecho siempre, rodeada de lujos, de joyas, irás a los clubes todo lo que quieras”, comienza y ella lo mira atenta, quiere saber de qué habla.

“Solo tienes que ser mi amante, nadie lo sabrá, solo nosotros. Tú me vuelves loco, amor, y lo sabes”. Se acercó a ella para besarla y ella, perdida en el momento, se deja besar. Roberto la invade con su lengua; deseaba besarla. Ella siempre fue una mujer puesta para él y es un bombón a pesar de su edad, la cual ni aparenta.

Roberto sonríe en medio del beso, toma sus mejillas y deja un corto beso en sus labios.

“Ves, mi amor, nadie debe salir perdiendo”. Alessandra lo mira fijamente y habla.

“Listo, Roberto, ¿te gustó el beso? Espero que sí porque será la última vez que tus labios toquen los míos”, dijo y Roberto abrió sus ojos en sorpresa.

“No seas estúpida, Alessandra, ¿qué harás sin mí? Acepta ser mi amante, o te juro que puedo ser muy cruel como enemigo”, dijo y ella sonrió.

“Si lo fuiste como esposo, me imagino que también lo serás como enemigo”. Roberto estaba indignado; pensó que ella estaría feliz con esa propuesta.

“Me llevaré a Roberta; imagino que los demás se quedarán contigo. Bueno, eso será hasta que la presión los haga entender. No les pasaré ni un centavo; tengo tanto poder que sabes que ningún juez me obligará”. Habló y él tenía razón: conocía a todo el mundo y con tronar sus dedos haría lo que quisiera y así fue.

“Dame para firmar y lárgate de mi casa; gracias a Dios, esta casa sí es mía”, dijo Alessandra, y Roberto se burló.

“Es una mansión inmensa, Alessandra, ¿cómo la vas a sostener? Desde hoy te quito todos los beneficios y despido a la servidumbre; no podrás pagarles, así que es mejor que lo pienses”, volvió a decir.

“No me volveré tu amante, Roberto, yo sí tengo dignidad, no como esa, señorita”, habló firme ella, queriendo derrumbarse y llorar, pero no le daría ese placer.

“Veremos si cuando no tengas qué comer piensas lo mismo. Ahora sí me voy, amor". Ironizó la última palabra y fue con sus hijos, les dijo que era culpa de su madre, aunque Luca y Alessia sabían que no era así. Les ofreció irse con ellos y no quisieron. Alessandra tenía que enfrentar todo esto sola, pero lo haría feliz.

Saliendo adelante como sea

Roberto se mudó con Chiara, y Roberta, su hija de dieciséis años, decidió irse con él, prefiriendo las comodidades a estar con su madre. Alessandra se quedó con Luca y Giulia, tratando de mantener una apariencia de normalidad.

Sin embargo, las dificultades no tardaron en llegar. Roberto cumplió su palabra y había manipulado el divorcio a su favor, dejándola sin apoyo financiero. Alessandra vendió su auto para costear la universidad de Luca por unos meses, pero sabía que eso no sería suficiente.

Alessandra salía a diario a buscar trabajo y nadie le daba; su exesposo le había cerrado las puertas como si ya no fuese difícil conseguir trabajo a su edad.

Ella lloraba a diario. Un día, caminando por todos lados, se encontró con una amiga de la infancia, Diana. Ellas habían sido amigas desde pequeñas; era la hija de la que fue su nana, pero luego de casarse, perdieron contacto.

"Diana, ¿cómo has estado?", la saluda Alessandra.

“Bien, amiga, cuánto tiempo, pero ven, vamos a tomarnos un café”. Ellas hablaron sobre todo un poco. Diana había pasado por mucho; su familia pasó por muchos problemas de salud, su madre murió y, sin saber qué hacer debido a que no pudo seguir estudiando, se vio obligada a trabajar en un lugar que, aunque no le daba orgullo, era todo lo que sabía hacer.

Alessandra le contó su historia. Ella le dijo que tenía un mes sin pagar el colegio de su hija menor y se burlaban de ella en el colegio por ser una pobre, debido a que su propia hija mayor se dio a la tarea de regar la noticia y le hacía bullying a su propia hermana.

“Lo siento, Alessandra, es difícil conseguir trabajo, lo sé, y más si ese idiota te está poniendo trabas. Yo sé que tú no eres así, pero bueno, puedes conseguir trabajo donde yo lo hago”. Los ojos de Alessandra brillaron de emoción.

“¿De verdad, Diana? Pero, ¿cómo así nada más? “¿Dónde es eso y de qué es?” Diana le sonríe y contesta.

“Yo trabajo de bailarina en un antro de lujo; sé que no eres así, pero solo puedes bailar. Allí son acompañantes de lujo también y prostitutas; no es lo mismo, por cierto”. El brillo de emoción en la cara de Alessandra se desvaneció.

“¿De bailarina?”, habla dudando de sus palabras, pero está desesperada.

“No lo sé, Diana, trabajar de bailarina como podría ver a mis hijos luego”. Diana negó con la cabeza.

“Solo puedes bailar; yo bailo y soy dama de compañía también, pero allí no te obligan a acostarte con nadie. "Todo eso depende si tú quieres hacerlo; solo es acompañarlos a todos lados como una mujer de lujo, claro, si eso pasa y quieres cobrar, allá tú”, habló Diana. Ella tenía tiempo trabajando allí y ya estaba acostumbrada, por así decirlo.

“¿Qué dices, te animas?”, le pregunta Diana y Alessandra lo pensó un momento. Su hija estaba sufriendo de bullying y a su hijo casi se le agitaba este mes que ella había pagado; a pesar de que él la apoyaba, sabía que estaba pasando penurias. Su novia lo dejó al saber su nueva situación, también por boca de Roberta.

"Sí, Diana", dice. Desesperada por encontrar una solución, Alessandra aceptó el trabajo como bailarina de aquel club de lujo. Era el único lugar que la contrató, y aunque odiaba cada momento, necesitaba el dinero para mantener a sus hijos.

El lugar era muy lujoso: luces tenues, mesas de vidrio con manteles negros, luces de colores dando vueltas por doquier, mujeres bailando para todos, otras en las habitaciones vendiendo su cuerpo y otras eran damas de compañía. Como Diana, que casi no se paraba por allí; vivía viajando. Alessandra se sentía abrumada por todo.

Cada noche, se ponía su corta ropa y bailaba, soñando con un futuro mejor; enloquecía a los hombres con su belleza y movimientos. Estaba cansada de ir a todos lados y que las personas que una vez la llamaron amiga la veían con desprecio por ser una pobre divorciada.

Hasta un día le pidieron al dueño del club donde iba que las sacara a ella y a su pequeña hija porque eran mala imagen para el club. Alessandra se sintió morir al ver la cara de su hija triste.

Las noches seguían pasando y ella bailaba para todos. Allí usaba peluca y, por las luces tenues, si alguien la veía, sería difícil reconocerla. Las deudas se fueron pagando poco a poco y ya hasta tenía a una persona que la ayudara en la mansión. Su hijo se sentó con ella para preguntarle y ella le dijo que había conseguido un trabajo y que no se preocupara, ya que él quería vender su auto para ayudarla y ella no quiso.

Roberto seguía metiendo cizaña para poner en contra de Alessandra a sus otros hijos, pero no lograba nada.

Alessandra sabía que tenía que hacer algo para dejar de trabajar allí. No era buena idea; si Roberto se enteraba, tal vez le quitaría a su pequeña también y no lo quería. Ella no podía retener a Roberta, pero al menos seguiría velando por sus otros hijos mientras ella entraba en razón.

La paga era excelente; ella seguía bailando, negándose a hacer otra cosa. Ella no quería dinero para lujos, solo para sobrevivir, y lo tenía. Siempre le ofrecían dinero para otras cosas y seguía negándose, hasta que fue llamada de una empresa donde había dejado su currículum...

“Buenas tardes, señora Ferrari, tiene una entrevista con nosotros mañana; no falte, es a las 8 de la mañana”. Alessandra estaba feliz; por fin se arreglaba todo. Este era su boleto para dejar ese antro y daría todo de sí para hacerlo; esa era una buena empresa y pagaban más que bien.

Alessandra se colocó un traje y fue a la entrevista de trabajo; la empresa era inmensa, más que la de su ex. Le preguntaron si tenía experiencia y dijo que no, pero podría aprender y así fue. La mujer era la asistente del CEO de la empresa, al que aún no conocía, y todos allí ya le estaban deseando suerte porque era un hombre de un carácter horrible.

“Bienvenida, soy Aitana Santos y soy la secretaria del señor Mancini. “Él es un amor, pero tu jefe sí que es de temer”, dijo y ella no sabía a qué se enfrentaría, pero lo haría por sus hijos y por ella.

“Gracias, soy Alessandra Ferrari. "No te preocupes, no puede ser más idiota que mi ex, así que podré con él", dijo riendo y se fue a casa con una enorme sonrisa en su rostro.

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