La sala estaba en silencio, salvo por el suave susurro de los zapatos de ballet de Nia deslizándose sobre el suelo de madera. La luz tenue de las lámparas colgantes proyectaba largas sombras que se desvanecían en las paredes adornadas con dorados antiguos. El teatro estaba vacío, pero la emoción en el aire era palpable, como si cada rincón de la sala hubiera sido testigo de innumerables historias de amor y tragedia, de bailes que nunca dejaron de resonar en el tiempo.
Nia se encontraba sola en el escenario, pero no sentía soledad. La danza era su refugio, su único lenguaje, el medio a través del cual se conectaba con el mundo. Su cuerpo fluía en movimientos gráciles y controlados, como si las notas de la música se movieran a través de su ser. El escenario estaba oscuro, casi en penumbras, pero ella no necesitaba más. En la oscuridad encontraba su verdad.
Sus ojos se cerraron con fuerza por un instante mientras realizaba una pirueta perfecta, girando en la quietud de la sala. La coreografía era un sueño que solo ella podía entender, una mezcla de emociones reprimidas y deseos imposibles. Cuando sus pies tocaban nuevamente el suelo, una sensación de calma invadió su pecho. No importaba lo que el mundo pensara de ella, ni lo que la gente decía sobre la bailarina solitaria que rara vez salía de su burbuja. El arte le pertenecía a ella.
Pero esa noche, algo era diferente.
Desde las sombras, en la esquina más alejada del teatro, unos ojos observaban cada movimiento. Ethan Sinclair se había sentado en una de las sillas del público, desmarcándose del lujo que acostumbraba. No era un teatro al que fuera habitualmente; ni siquiera era el tipo de hombre que asistía a eventos como este. Sin embargo, había algo en esa invitación —una simple tarjeta con una sola palabra, *"Venganza"*— que le había despertado la curiosidad. Algo lo había arrastrado hasta ese rincón del mundo, donde los secretos parecían esconderse bajo la madera gastada del escenario.
El empresario multimillonario, dueño de varias empresas tecnológicas, se había acostumbrado a una vida regida por el dinero y el poder. Pero esa noche, algo en el aire era distinto. La belleza cruda de la danza, la vulnerabilidad en los movimientos de la bailarina, lo cautivaron más que cualquier negocio o reunión a la que hubiera asistido. Había algo en ella, algo tan real, tan sin adornos, que lo atrapó.
Sus ojos se quedaron fijos en Nia mientras ella seguía bailando, incapaz de apartar la vista. A pesar de su frialdad habitual, algo en su interior despertó, un deseo inexplicable por conocerla, por entender lo que la impulsaba. A lo largo de su vida, había visto muchas cosas hermosas, pero nunca algo tan auténtico, tan puro. La perfección de su forma y la emoción cruda en cada paso parecían pertenecer a un mundo completamente diferente al suyo.
Ella estaba tan inmersa en su arte que no se dio cuenta de que no estaba sola. El suave crujido de la madera bajo los pies de Ethan la hizo detenerse. Sin darse la vuelta, guardó la serenidad en su rostro y permitió que su respiración se regulara.
—No sabía que el arte podría conmover tan profundamente —dijo una voz grave, rompiendo el silencio.
Nia se giró lentamente, su mirada fija en el hombre que había interrumpido su espacio. Ethan Sinclair, con su traje perfectamente ajustado y su presencia imponente, se mantenía de pie en la penumbra, observándola con una intensidad que la desconcertó.
—¿Y qué es lo que le conmueve, exactamente? —preguntó Nia, manteniendo la distancia. La emoción de su baile seguía latiendo en sus venas, pero la curiosidad por el desconocido le robaba la concentración.
Ethan esbozó una ligera sonrisa, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus ojos recorrieron su figura, como si tratara de entenderla, de descifrar algo que se le escapaba. Había algo en su postura, en su silencio, que lo atraía.
—Creo que no es solo la danza, sino la forma en que te entregas a ella —respondió, acercándose un paso más. —Te vi en la ciudad, una noche cualquiera, pero algo en ti... en tu presencia, era diferente.
Nia arqueó una ceja, un tanto sorprendida. No estaba acostumbrada a ser observada de esa manera, con esa mezcla de admiración y fascinación. La mirada de Ethan no era la de un hombre que simplemente admiraba su arte, sino que parecía buscar algo más profundo.
—¿Y qué es lo que te atrajo? —su tono fue firme, desafiante. Sabía que no podía dejar que un hombre como él se acercara demasiado, aunque su presencia la desconcertara. Los hombres como él, multimillonarios, poderosos, acostumbrados a todo lo que deseaban, no solían ser parte de su mundo.
Ethan sonrió de nuevo, pero esta vez su sonrisa tuvo un toque de misterio.
—Tal vez lo descubriré más adelante. Pero, ¿qué hace que una bailarina como tú se quede en un lugar como este, tan lejos de las luces del centro de la ciudad? ¿Por qué te escondes aquí?
La pregunta la golpeó más fuerte de lo que esperaba. Nia dio un paso atrás, su mirada se endureció. Ella nunca se había considerado una persona que se "escondiera". Sin embargo, la verdad era que había algo en ese teatro que la hacía sentirse más viva, más auténtica, que en cualquier otro escenario brillante y lleno de multitudes. Pero eso, claro, no lo iba a compartir con él.
—Tal vez no me esconda. Tal vez solo prefiera la tranquilidad —respondió, su voz más baja, pero sin titubeos.
Ethan la observó con más detenimiento. Sus ojos eran tan oscuros como la noche, pero había algo en su mirada que la hacía sentir vulnerable. La intensidad con la que la miraba era algo que Nia no estaba acostumbrada a recibir, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió desconectada de sí misma.
—¿Y si te dijera que hay una razón por la que los dos estamos aquí, en este mismo momento? —preguntó Ethan, su voz cargada de una certeza inquietante.
Nia lo observó, desconcertada. No sabía a qué se refería, pero la intensidad de sus palabras la hizo dudar.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, al fin rompiendo el silencio entre ellos. La respuesta de Ethan llegó como una brisa ligera.
—Quizá lo que ambos necesitamos... aunque no lo sepamos aún.
Nia lo miró fijamente, y por un instante, el aire entre ellos se cargó de una tensión palpable. Algo había cambiado, algo que no podía explicar. Sabía que este encuentro no era casual, pero aún no entendía por qué.
Mientras él se alejaba, su figura deslizándose de nuevo hacia la salida, Nia no pudo evitar sentir que, de alguna manera, sus destinos ya estaban entrelazados.
El día siguiente llegó como siempre, pero algo había cambiado. Nia despertó temprano, como era su costumbre, sin prisas, sin que nadie más la apremiara. Aún le dolían los músculos después de la ardua rutina de ensayos, pero en su corazón había una sensación extraña, una inquietud que no lograba entender. Ethan Sinclair había quedado grabado en su mente, no por su presencia de poder o su fortuna, sino por algo mucho más profundo. Algo en él había tocado una fibra sensible dentro de ella, y aunque lo ignoraba, esa conexión la perturbaba.
Se levantó de la cama, sus pies descalzos tocando la fría madera del piso. El sol filtraba su luz a través de las cortinas, y Nia respiró profundamente, agradeciendo la calma que le ofrecía su pequeño departamento. El teatro seguía siendo su refugio, pero el mundo fuera de él nunca dejaba de darle vueltas.
Ethan Sinclair, el hombre que había irrumpido en su mundo anónimo la noche anterior, la tenía pensativa. No entendía qué lo había atraído de ella, ni por qué sus palabras resonaban en su mente, como un eco que no se desvanecía. ¿Qué buscaba? ¿Qué quería de una bailarina como ella? Si había algo que Nia sabía era que las intenciones de los hombres como él nunca eran sencillas.
Por un momento, pensó en no ir al ensayo ese día, quedarse en casa y dejar que la inquietud pasara. Pero no pudo. La danza era su vida, su única verdad, y no podía dejar que una extraña conversación le arrebatará eso.
—¡Nia! —gritó su amiga Alma, una joven artista que también era parte de la compañía de danza. Alma había sido su compañera desde que comenzó en el ballet, y aunque eran diferentes en muchos aspectos, siempre habían compartido una complicidad silenciosa. —¿Te has enterado? Hay rumores sobre un patrocinador que podría llegar hoy. Un empresario famoso, dicen.
Nia miró a su amiga, ya vestida con el uniforme de ensayo, el cabello recogido en una coleta. Alma estaba entusiasmada, pero Nia no podía evitar sentirse distante. El nombre de "patrocinador" solo le traía pensamientos de inversiones frías, de negocios que ponían el arte como una mercancía. No necesitaba que un hombre como Ethan, o cualquiera de su especie, invadiera su espacio.
—Lo he oído. Pero prefiero concentrarme en mi baile, no en lo que pase fuera del escenario —respondió con calma, sin mirar a Alma directamente.
Alma frunció el ceño, pero no insistió. En lugar de eso, sonrió de manera pícara.
—No te preocupes, te veré brillar hoy. Solo no te olvides de que, a veces, los negocios y el arte pueden ir de la mano. Si eres buena, lo sabrán.
Nia no respondió, pero un sentimiento incómodo la invadió. No quería que su arte fuera reducido a una transacción, ni que un hombre como Ethan la viera como un objeto más en su mundo de poder. A pesar de todo, algo dentro de ella la impulsaba a ir al ensayo, a enfrentarse nuevamente a ese teatro que tanto amaba.
Cuando llegó al teatro, todo parecía como siempre: el aroma familiar de la madera envejecida, el eco de las botas de los otros bailarines que se preparaban. El director, un hombre alto y de mirada severa, les dio las instrucciones. Pero Nia no podía concentrarse completamente. Sentía esa presencia extraña, esa sensación que la perseguía desde la noche anterior.
Y entonces, ocurrió.
En la fila de asientos vacíos, de repente, allí estaba él. Ethan Sinclair, su figura tan destacada entre las sombras, mirándola como si ella fuera el centro del universo. Su chaqueta perfectamente cortada, su cabello oscuro y cuidadosamente peinado, todo en él indicaba una confianza que Nia solo había visto en los hombres que controlan mundos enteros. Pero sus ojos... esos ojos oscuros seguían observándola como si deseara leer cada pensamiento que cruzaba su mente.
Nia no pudo evitar que una oleada de nervios la atravesara. ¿Cómo había llegado allí? Y, lo más importante, ¿por qué? Con firmeza, se obligó a no mostrar ningún indicio de que su mundo interior se desbordaba. No podía darle el gusto de verla alterada. Hizo una pausa, dio un paso hacia la marca en el centro del escenario y, con un solo movimiento, retomó la coreografía.
Ethan observaba cada uno de sus gestos, cada giro de su cuerpo con una concentración casi perturbadora. Y Nia lo sentía. Aunque intentó enfocarse en la música y en la perfección de los movimientos, su mente no dejaba de regresar a la presencia de ese hombre. Cada pirueta, cada extensión de su pierna, parecía ser una invitación, no a él, sino a una verdad no dicha.
El ensayo pasó con rapidez, y aunque Nia logró mantener su concentración, en su interior una voz le pedía que se acercara a él, que entendiera qué lo había llevado allí. Sin embargo, mantenía la distancia, como si un invisible muro la separara de su destino.
Cuando el director dio la señal de pausa, Ethan se levantó y se acercó al borde del escenario. Su paso era seguro, pero no apresurado. Con una calma inquebrantable, cruzó la distancia que los separaba y se detuvo frente a Nia. El resto de los bailarines se retiraron, dejándolos solos en la inmensidad del teatro.
—Nia... —dijo su nombre con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su postura. —Tu baile es... hipnótico. ¿Cómo logras transmitir todo eso sin decir una sola palabra?
Nia lo miró, su expresión seria pero curiosa. No iba a permitir que sus palabras la sorprendieran, pero, de alguna manera, sabía que no podía ignorarlo más.
—Es lo que hago. No necesito hablar cuando el cuerpo puede decirlo todo —respondió, sin que sus ojos abandonaran los de él.
Ethan se quedó quieto por un momento, como si estuviera decidiendo algo, como si cada palabra que dijera fuera una decisión trascendental. Su mirada no era arrogante, sino penetrante, profunda. Parecía que leía algo en ella que ni ella misma entendía.
—¿Te gustaría tener una conversación fuera de aquí? —preguntó finalmente, con una suavidad que sorprendió a Nia.
Por un momento, ella dudó. Algo en sus palabras, en la forma en que la miraba, le decía que él no estaba simplemente buscando una charla trivial. Algo más estaba sucediendo, algo que no podía explicar.
—No creo que sea el momento adecuado —respondió con firmeza, aunque algo en su interior deseaba decirle lo contrario.
Ethan asintió lentamente, sin mostrar signos de frustración. Su sonrisa apareció de nuevo, aunque ahora era más tranquila, más auténtica.
—Está bien. Pero no creo que este sea el último encuentro entre nosotros, Nia. Algo en ti me dice que no será así.
Nia lo miró, su mente revoloteando con pensamientos contradictorios. No sabía si esa era una advertencia o una promesa, pero algo en su tono, algo en sus ojos, le dijo que lo que estaba por venir cambiaría todo.
Cuando Ethan se alejó, Nia no pudo evitar sentir que su vida estaba a punto de volverse mucho más compleja. ¿Qué quería de ella un hombre como él? ¿Y por qué no podía sacárselo de la cabeza? La respuesta estaba en el aire, flotando, esperando que ella diera el siguiente paso.
Pero no estaba lista. No aún.
El día siguiente amaneció gris. La lluvia caía suavemente, golpeando las ventanas del departamento de Nia como un eco lejano, un recordatorio de que el mundo exterior no dejaba de moverse, indiferente a lo que sucediera en su vida. Ella estaba en la cocina, preparando una taza de té, y por un momento, se permitió olvidar el caos de la noche anterior. Pero, como una sombra persistente, la imagen de Ethan Sinclair volvía a su mente, esa mirada profunda que parecía leer su alma.
Desde su primer encuentro, Nia no había podido sacarlo de su cabeza. Aunque intentó ignorarlo, como si su presencia en el teatro fuera solo un desliz de destino, la realidad era que sus palabras, tan tranquilas y seguras, seguían resonando en su interior. **"No creo que este sea el último encuentro entre nosotros..."**. Esas palabras le daban vueltas en la cabeza, como si su destino estuviera entrelazado con el de él de una manera que no entendía.
Alzó la vista y observó la ciudad a través de la ventana, las luces de los edificios reflejándose en el agua de la calle. *No es posible*, pensó. *No puede ser que esté pensando en él todo el tiempo.*
A pesar de su intento por racionalizar su inquietud, Nia sabía que algo había cambiado. La intrusión de Ethan en su mundo no era algo que pudiera ignorar, por mucho que lo intentara. En su vida, las cosas siempre habían sido simples: el ballet, la disciplina, la soledad. Y sin embargo, ahora, esa simplicidad se desmoronaba, dejando espacio para algo más complejo, algo peligroso.
Un golpe en la puerta la sacó de su trance. Se levantó, con el corazón acelerado, preguntándose quién podría ser a esa hora tan temprana. Abrió la puerta y encontró a Alma, su amiga, con una expresión de entusiasmo desenfrenado.
—¡Nia, no lo vas a creer! —Alma estaba tan emocionada que apenas podía contenerse—. ¡El patrocinador está aquí! ¡Ethan Sinclair! ¡El mismísimo Ethan Sinclair! He escuchado que está buscando una nueva cara para su proyecto. ¡Estás a punto de entrar al gran mundo, amiga!
Nia se sintió como si el aire hubiera desaparecido de la habitación. **Ethan Sinclair**. El nombre la golpeó con fuerza, como un recordatorio de lo inevitable. ¿Qué hacía él aquí? ¿Por qué a ella? No podía ser casualidad. Sin embargo, antes de que pudiera formular una respuesta, Alma la empujó suavemente hacia el vestuario.
—Vamos, tienes que estar lista para impresionar. ¡Este es tu momento! —dijo Alma con una sonrisa cómplice, y antes de que Nia pudiera protestar, ya había desaparecido por el pasillo.
Nia se quedó allí, frente al espejo, observándose. Su reflejo le parecía distante, como si no fuera ella quien estaba viendo. Sus dedos tocaron ligeramente el cuello de su leotardo, la tela ajustada a su cuerpo. Respiró hondo, y por un instante se permitió sentirse vulnerable. Sabía que hoy sería diferente.
El teatro, tan familiar, parecía tener un aire de expectación esa mañana. Los bailarines estaban concentrados, pero Nia no podía dejar de sentirse observada. Sabía que Ethan estaría allí, esperándola, y no sabía si se sentía preparada para enfrentarlo.
La música comenzó a sonar, y los otros bailarines se movieron al ritmo de la coreografía. Nia se unió a ellos, pero no pudo evitar la sensación de que la danza ya no era solo suya. Algo había cambiado. Cada paso, cada pirueta, cada salto, parecía estar marcado por una fuerza externa, como si el destino la empujara hacia algo que no podía evitar.
Y entonces, allí estaba. Ethan Sinclair, de pie en la primera fila, observando con la misma intensidad que la noche anterior. Su mirada no se apartaba de ella ni un solo segundo, y Nia sintió un escalofrío recorrer su columna. A pesar de la multitud que la rodeaba, solo podía ver a Ethan. Sus ojos oscuros seguían cada uno de sus movimientos con una fascinación que la desconcertaba.
El director comenzó a dar indicaciones, pero Nia apenas podía escuchar. Cada músculo de su cuerpo respondía a la música, pero en su mente solo resonaba una pregunta: **¿Por qué estaba él aquí?**
Cuando el ensayo terminó, Nia respiró aliviada, pero no pudo relajarse. Ethan se acercó a ella con paso firme, su presencia poderosa e inconfundible. El ruido del teatro parecía desvanecerse mientras él avanzaba hacia ella, como si todo en el mundo se hubiera detenido.
—Impresionante —dijo con voz profunda, su mirada fija en ella. No hubo formalidades, no hubo sonrisa falsa. Solo esa mirada penetrante que parecía leerla por completo.
Nia no sabía si quería ser leída o no. Se sentía expuesta bajo su mirada, vulnerable de una manera que no estaba acostumbrada. Pero, al mismo tiempo, algo en su interior la empujaba a no retroceder.
—Gracias —respondió, su voz tranquila, aunque su corazón latía con fuerza. No podía permitir que él viera cuán nerviosa se sentía. Sabía que en ese momento, estaba jugando su propio juego, uno que no entendía, pero que no podía evitar.
Ethan se detuvo justo frente a ella, tan cerca que Nia pudo sentir el calor de su presencia.
—Lo que haces no es solo danza, Nia. Es algo más. Tienes el poder de tocar el alma de las personas, y me intriga saber qué más hay en ti. —Sus palabras, lejos de sonar como un cumplido, se sentían como una observación, como si estuviera analizando cada faceta de su ser.
Nia sintió una chispa de frustración. Nadie, ni siquiera ella misma, había comprendido la danza de esa manera. Para ella, era solo una forma de expresión, una manera de comunicarse sin palabras. Pero Ethan parecía ver más allá de eso. Algo en su voz, en su presencia, le decía que él esperaba algo de ella, algo que no estaba lista para ofrecer.
—No todo en la vida tiene que ser explicado —dijo Nia, con una calma que no sentía por dentro. —La danza es mi verdad. Y esa verdad no necesita justificación.
Ethan sonrió, esa sonrisa que siempre parecía sugerir que sabía más de lo que dejaba ver.
—Te entiendo. Aunque hay algo en ti que me dice que no todo es tan simple como parece.
Nia lo miró, desafiante, pero algo en su interior le decía que no podía seguir evadiéndolo. ¿Qué quería de ella? ¿Qué buscaba en su arte?
Antes de que pudiera responder, el director se acercó y los interrumpió. Ethan se apartó, pero su mirada no dejó de clavarse en ella.
—Nos veremos pronto, Nia. No tengo duda de ello. —Dijo, antes de girarse y alejarse.
Nia se quedó allí, mirando su figura desvanecerse entre la multitud. Algo había cambiado. Ya no podía negar que Ethan Sinclair había dejado una huella en su vida. Pero no sabía si estaba lista para descubrir lo que esa huella significaba. ¿Se atrevería a seguir el camino incierto que él le ofrecía? ¿O elegiría mantenerse en el mundo seguro de la danza, lejos de las sombras de un hombre como él?
La respuesta, como todo en su vida, no era tan clara como el ballet. Pero algo le decía que su destino con Ethan recién comenzaba. Y en el fondo, en algún rincón secreto de su corazón, Nia no podía evitar sentir que, tal vez, **también lo deseaba**.
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