La tarde caía sobre Nueva York con un resplandor anaranjado que pintaba el horizonte. Elena Carter caminaba por la acera con pasos firmes, su elegante traje negro impecable y su bolso de diseñador colgando del brazo. Había tenido un día agitado en su empresa, Carter Innovations, pero no dejaba que el cansancio se reflejara en su porte. Sabía que en su mundo, cualquier debilidad podía ser utilizada en su contra.
Cuando llegó al exclusivo restaurante donde se reuniría con un potencial inversor, respiró hondo. Había escuchado rumores sobre él: Damian Moretti. Su nombre pesaba en el aire como una amenaza y una promesa. No era un empresario cualquiera; las sombras de la ilegalidad lo rodeaban. Pero Elena no creía en rumores ni en dejar pasar oportunidades. Si Damian estaba interesado en financiar su proyecto de tecnología avanzada, ella estaba dispuesta a escucharlo… siempre y cuando respetara sus condiciones.
El anfitrión la guió hasta un reservado en el fondo del restaurante. Las mesas estaban separadas por biombos decorados con elegantes motivos florales, garantizando privacidad. Elena se detuvo al verlo. Damian Moretti era todo lo que esperaba y más. Alto, de cabello oscuro perfectamente peinado hacia atrás, con un traje a medida que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Sus ojos, de un gris helado, se clavaron en ella con una intensidad que hizo que su respiración se alterara, aunque ella lo disimuló bien.
—Señorita Carter —dijo Damian poniéndose de pie. Su voz era grave, cargada de un magnetismo natural. Extendió la mano y cuando Elena la tomó, sintió el leve roce de su pulgar contra el dorso de su mano. No fue un gesto casual; fue intencionado, un mensaje silencioso de dominio.
—Señor Moretti. —Elena retiró su mano con elegancia, sin demostrar incomodidad.
Damian sonrió, como si ese pequeño desafío lo entretuviera. Le señaló la silla frente a él y esperó a que se sentara antes de volver a ocupar su lugar.
—He oído mucho sobre usted, Elena. —Damian omitió deliberadamente el "señorita", como si el formalismo no le interesara. —Su empresa ha captado la atención de personas muy influyentes. Y, claro, también la mía.
Elena cruzó las piernas y apoyó las manos sobre la mesa, proyectando la misma confianza que él.
—Espero que lo que haya escuchado sean cosas buenas. Aunque dudo que los rumores me hagan justicia.
Damian soltó una breve carcajada.
—Tiene razón. La realidad supera con creces cualquier rumor. —Sus ojos recorrieron el rostro de Elena con descaro, deteniéndose en sus labios antes de volver a mirarla a los ojos. —No suelo interesarme en negocios tecnológicos, pero usted ha logrado algo raro: ha creado un producto que podría cambiar el mercado. Y quiero ser parte de ello.
Elena sabía que debía mantenerse firme. Damian podía ser encantador, pero no iba a dejarse deslumbrar.
—Aprecio su interés, señor Moretti, pero mi empresa busca inversores estratégicos, no solo capital. Necesitamos socios que respeten nuestra visión.
Damian inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara cada palabra.
—¿Sabe qué me gusta de usted, Elena? —dijo con suavidad. —No tiene miedo de decirme exactamente lo que piensa. Eso es raro. La mayoría de las personas intentan ganarse mi favor, pero usted... usted tiene fuego.
Elena sintió un leve escalofrío al escuchar la palabra "fuego" salir de sus labios. Había algo peligroso y fascinante en él, como un depredador al acecho.
—No me interesa ganarme su favor, señor Moretti —respondió con frialdad—. Estoy aquí para hablar de negocios.
Damian sonrió, pero había algo oscuro en sus ojos.
—Muy bien, hablemos de negocios entonces. —Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa. —Invertiré en su empresa. Le daré más de lo que cualquier otro inversor podría ofrecerle, pero quiero algo a cambio.
Elena arqueó una ceja.
—¿Y qué sería eso?
—Quiero exclusividad. —Damian hizo una pausa, dejando que el peso de su propuesta cayera sobre ella. —Quiero ser su único socio financiero. Nadie más podrá meter las manos en su proyecto.
Elena sintió que la presión en el ambiente aumentaba. Sabía lo que significaba esa propuesta: control. Damian no solo quería ser su inversor, quería tener poder sobre ella y sobre su empresa.
—Eso es inaceptable —dijo con firmeza. —No voy a entregar mi independencia a cambio de dinero, señor Moretti.
Damian no parecía sorprendido por su respuesta. De hecho, parecía esperarla. Su sonrisa se ensanchó, pero su mirada se volvió más oscura.
—Sabía que diría eso. Y, aun así, sigo queriendo trabajar con usted. ¿Por qué cree que es eso, Elena?
—Tal vez no está acostumbrado a que le digan que no.
Damian se echó a reír. Era una risa profunda, sincera, pero también intimidante.
—Tiene razón. Pero no se equivoque, Elena. Cuando quiero algo, lo consigo. Y ahora mismo, lo que quiero... es usted.
Elena sintió cómo su corazón se aceleraba. No sabía si era por la tensión del momento o por la atracción que, contra su voluntad, empezaba a sentir hacia ese hombre peligroso.
—Si eso es una amenaza, señor Moretti, le aseguro que no soy alguien fácil de intimidar.
Damian la miró fijamente durante unos segundos que parecieron eternos. Luego, negó con la cabeza.
—No es una amenaza, Elena. Es una declaración. Usted y yo haremos grandes cosas juntos, ya sea en los negocios... o fuera de ellos.
Elena se levantó, decidida a poner fin a esa conversación antes de que él ganara más terreno.
—Lo pensaré —dijo con voz firme.
Damian también se puso de pie, pero no hizo ningún intento de detenerla. En cambio, la observó con esa mirada calculadora que parecía desnudarla.
—Sé que lo harás, Elena. Y cuando decida decirme que sí, estaré esperando.
Elena salió del restaurante con la cabeza en alto, pero con una sensación de inquietud en el pecho. Damian Moretti no era un hombre que aceptara un "no" fácilmente, y aunque sabía que debería mantenerse alejada de él, una parte de ella no podía evitar sentir curiosidad por lo que podría suceder si cruzaba esa línea peligrosa.
...
...Elena Carter...
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...Damian Moretti...
La mañana siguiente comenzó como cualquier otra para Elena Carter. Su rutina siempre incluía un café negro bien cargado, revisar los informes del día y dirigir las reuniones con su equipo. Sin embargo, hoy, mientras revisaba su agenda en la sala de conferencias de Carter Innovations, su mente no dejaba de volver al encuentro con Damian Moretti.
Había algo perturbador en la forma en que él la había mirado, como si ya la hubiera marcado como suya. Aunque quería desestimar el incidente como un simple encuentro de negocios, sabía que no sería tan fácil. Damian no era un hombre que aceptara un "no", y esa certeza comenzaba a inquietarla.
—Elena, ¿todo bien? —preguntó su asistente personal, Sophie, una joven inteligente y perspicaz que había trabajado con Elena desde los inicios de la empresa.
—Sí, solo estoy repasando unas ideas. —Elena cerró su portátil y se levantó. —¿Qué tenemos para hoy?
—Dos reuniones importantes, y el equipo de marketing quiere discutir el lanzamiento de la nueva línea de software. También, alguien envió esto para ti. —Sophie extendió un elegante sobre negro con un sello dorado.
Elena lo tomó con cautela. El sobre era de alta calidad, y el sello tenía grabada una inicial que la hizo tensarse: una "M".
—¿Quién lo trajo? —preguntó, intentando mantener la calma.
—Un mensajero. Dijo que era urgente.
Elena agradeció a Sophie y se dirigió a su oficina, cerrando la puerta detrás de ella. Rasgó el sobre con cuidado y sacó una tarjeta que olía levemente a sándalo.
"No me gusta esperar. Cena conmigo esta noche. La dirección está al dorso. -D.M."
Elena sintió una mezcla de irritación y nerviosismo. Damian Moretti no solo era audaz, sino que también parecía decidido a insertarse en su vida sin pedir permiso. Dejó la tarjeta sobre su escritorio y respiró hondo. No tenía intención de caer en sus juegos. Sin embargo, la curiosidad se arrastraba en su mente como una sombra.
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Esa noche, Elena se encontraba en su apartamento, tratando de concentrarse en los documentos de la empresa, pero cada vez que levantaba la vista, veía la tarjeta negra sobre la mesa. Finalmente, dejó los papeles a un lado con un suspiro frustrado.
—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó en voz baja.
En contra de su mejor juicio, se puso de pie, se cambió de ropa y salió de su departamento. Sabía que era una mala idea, pero también sabía que la incertidumbre la carcomería si no acudía.
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El restaurante estaba en un rascacielos con vistas espectaculares de la ciudad. Un anfitrión la guió hasta una terraza privada donde Damian la esperaba. El hombre era la personificación de la confianza. Vestido de negro, con una copa de vino en la mano, se levantó al verla llegar, sus ojos grises brillando con satisfacción.
—Sabía que vendrías.
—No estoy aquí por usted —respondió Elena con frialdad mientras tomaba asiento. —Estoy aquí porque quiero dejar algo claro.
Damian inclinó la cabeza, divertido.
—Por supuesto.
—No puede intentar controlar mi tiempo ni mi atención. No soy alguien que se deje manejar.
Damian dejó la copa sobre la mesa, su sonrisa aún presente, pero su mirada se endureció.
—Elena, no suelo repetir esto, pero voy a hacerlo por usted. Cuando quiero algo, lo consigo. Y no porque controle a las personas, sino porque les ofrezco algo que nadie más puede darles.
—¿Y qué podría ofrecerme usted que yo no pueda conseguir sola? —preguntó, cruzando los brazos.
Damian se inclinó hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos.
—Protección. Oportunidades. Y una pasión que jamás ha experimentado.
Elena sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. No podía negar la atracción que sentía por él, pero no estaba dispuesta a ceder.
—No necesito que nadie me proteja. Y si cree que sus insinuaciones pueden intimidarme, está equivocado.
Damian sonrió, esta vez con un toque de admiración.
—Sabía que era especial, pero me sigue sorprendiendo. Me gusta su carácter, Elena. Me gusta que no tenga miedo de enfrentarse a mí. Pero también sé que no soy el único que siente esto. Hay algo aquí... —Se llevó una mano al pecho—, algo que usted no puede ignorar.
Elena lo miró fijamente, desafiándolo con su silencio. La tensión entre ambos era palpable, como una cuerda tensada al máximo. Finalmente, fue Damian quien rompió el momento.
—Cenemos. No vine aquí para discutir, sino para disfrutar de su compañía.
Elena suspiró y tomó el menú, aunque no estaba segura de si podría comer con el peso de su mirada fija en ella.
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La cena transcurrió entre conversaciones tensas y sutiles coqueteos. A pesar de sus intentos por mantenerse distante, Elena no pudo evitar sentirse atraída por la intensidad de Damian. Cuando terminaron, él se levantó y le ofreció la mano.
—Déjeme llevarla a casa.
—No es necesario, tengo mi propio transporte.
Damian no retrocedió. En cambio, tomó suavemente su muñeca, lo suficiente para que ella lo mirara directamente a los ojos.
—Elena, sé que no confía en mí. Pero con el tiempo, verá que no soy su enemigo.
—Eso está por verse —respondió ella, retirando su mano con delicadeza.
Mientras se alejaba, sintió su mirada siguiéndola, como si no pudiera escapar de su presencia. Subió a su coche, pero su mente estaba en otro lugar. Por más que lo intentara, no podía borrar a Damian Moretti de sus pensamientos.
...
Elena pensó que el asunto con Damian Moretti terminaría una vez que rechazó su oferta de llevarla a casa. Sin embargo, al llegar a la oficina la mañana siguiente, quedó claro que no sería tan sencillo. Mientras Sophie le entregaba su café habitual, también le informó de algo inquietante.
—Elena, alguien dejó esto para ti hace una hora. —Sophie colocó un pequeño paquete negro sobre el escritorio.
Elena frunció el ceño. Ya tenía una sospecha de quién podría ser el remitente. Abrió el paquete con cuidado y encontró una delicada pulsera de oro con un colgante en forma de luna. Acompañándola, había una tarjeta con un mensaje escrito a mano:
"La luna solo brilla para quienes se atreven a mirarla directamente. No bajes la mirada. -D.M."
Elena cerró los ojos y suspiró, intentando controlar la irritación y, para su molestia, una chispa de emoción. Damian estaba jugando un juego peligroso, pero también efectivo. Cada movimiento suyo era calculado, diseñado para invadir su mente y quedarse allí.
—¿Quieres que averigüe quién lo envió? —preguntó Sophie, perceptiva como siempre.
—No hace falta. —Elena dejó la pulsera y la tarjeta en su cajón. —Gracias, Sophie.
El día transcurrió con normalidad hasta la tarde, cuando un visitante inesperado apareció en su oficina.
—Elena, hay alguien aquí que insiste en verte —dijo Sophie con un gesto de incomodidad.
Antes de que Elena pudiera preguntar quién era, Damian Moretti entró con la seguridad de alguien que no necesitaba invitación. Su presencia llenó la sala, y Elena sintió cómo el ambiente cambiaba de inmediato.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, levantándose de su silla.
—Negocios, por supuesto. —Damian sonrió, ignorando la mirada de reproche de Sophie. —Tu equipo es eficiente, pero pensé que sería más productivo hablar directamente contigo.
Elena se cruzó de brazos.
—Si quieres hablar de negocios, hazlo a través de los canales apropiados. Esto no es aceptable.
—¿Por qué no? —Damian dio un paso más cerca. —Tú y yo sabemos que esto es más que negocios.
Elena contuvo el aliento, intentando mantener la compostura.
—Damian, te lo diré una sola vez: no mezcles lo profesional con... lo que sea que estés intentando aquí.
Damian la miró en silencio durante unos segundos, evaluándola. Luego, su sonrisa se suavizó.
—Como quieras, Elena. Pero no puedo prometer que dejaré de intentarlo. —Se giró hacia la puerta, pero antes de salir, añadió: —Por cierto, la pulsera luce mucho mejor en ti que en ese cajón.
Elena se quedó mirándolo salir, sintiendo una mezcla de frustración y confusión. Damian era intenso, insistente y peligroso. Pero también era... fascinante.
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Esa noche, Elena intentó distraerse trabajando desde su apartamento. Sin embargo, alrededor de las diez, un mensaje llegó a su teléfono. Era un número desconocido, pero el texto era inconfundible.
"Te estoy esperando. No tardes demasiado. -D.M."
Elena apretó los dientes. ¿Cómo había conseguido su número? El hombre no tenía límites. Estaba a punto de ignorar el mensaje cuando otro llegó con una dirección adjunta.
—Esto es ridículo —murmuró para sí misma.
Y, sin embargo, se encontró poniéndose un abrigo y saliendo de su apartamento. No sabía qué esperaba encontrar, pero tenía que dejar claro, de una vez por todas, que no permitiría que Damian controlara su vida.
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La dirección la llevó a un exclusivo bar clandestino en el centro de la ciudad. Cuando entró, el ambiente oscuro y sofisticado la envolvió. Música de jazz suave llenaba el espacio, y las luces tenues creaban un aire de intimidad. Damian estaba sentado en un reservado, esperándola como si supiera que no podría resistirse.
—Puntual, como siempre. —Le indicó el asiento frente a él.
—No estoy aquí para jugar, Damian. —Elena se sentó, mirándolo directamente a los ojos. —¿Cómo conseguiste mi número?
Damian sonrió, un gesto que no hizo nada por calmarla.
—Tengo mis métodos. Pero no estás aquí por eso. Estás aquí porque, al igual que yo, sientes que hay algo entre nosotros.
Elena lo fulminó con la mirada.
—Lo que siento es irritación, Damian. Estás cruzando límites.
—Y sin embargo, estás aquí. —Se inclinó hacia adelante, su voz bajando hasta un susurro. —¿Por qué no admites que, aunque te moleste, también te intriga?
Elena abrió la boca para replicar, pero se detuvo. Porque, aunque no quisiera admitirlo, tenía razón. Había algo en Damian que la atraía, una intensidad que nunca había experimentado antes.
Damian lo notó y sonrió triunfante.
—No tienes que responder. Puedo verlo en tus ojos.
Elena se puso de pie, intentando recuperar el control.
—Esto se acabó, Damian. No voy a caer en tus juegos.
Pero antes de que pudiera irse, Damian se levantó y la tomó del brazo, con una firmeza que no era agresiva, pero sí imposible de ignorar.
—No estoy jugando, Elena. Lo que quiero contigo no es un juego.
La intensidad en su mirada la dejó sin aliento. Por un instante, olvidó dónde estaba, quién era, y solo sintió el peso de su atracción mutua. Luego, con esfuerzo, se apartó.
—No vuelvas a buscarme. —Su voz tembló ligeramente, pero mantuvo la cabeza en alto mientras salía del bar.
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Esa noche, mientras intentaba dormir, las palabras de Damian resonaban en su mente. "Lo que quiero contigo no es un juego."
Por más que quisiera negarlo, sabía que las cosas con Damian Moretti apenas comenzaban.
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