La sala estaba repleta de conversaciones animadas, el tintineo de copas y el brillo cálido de luces doradas. Alejandro, impecablemente vestido, sonreía con cortesía mientras sostenía una copa de vino. Parecía disfrutar del evento, pero en el fondo sentía un vacío inexplicable.
—¿Aburrido ya? —le preguntó Diego, su mejor amigo, acercándose con una sonrisa.
—No, solo... distrayéndome un poco —respondió Alejandro, aunque su mirada vagaba por la sala.
Fue entonces cuando la vio. Luna estaba al otro lado de la sala, riendo suavemente, su cabello oscuro cayendo como un velo sobre sus hombros. Algo en su presencia lo desarmó por completo.
—¿Quién es ella? —murmuró sin apartar la vista.
—No lo sé —dijo Diego, siguiéndole la mirada—. Pero parece que te está mirando.
Sus ojos se encontraron. Alejandro sintió un vuelco en el pecho, una sensación de haberla conocido antes. Sin pensar, cruzó la sala.
—Hola, soy Alejandro.
—Luna —respondió ella con una sonrisa que parecía familiar, casi reconfortante.
Al estrechar la mano, un destello atravesó su mente: una escena borrosa de otra época, una promesa rota. Retrocedió, confundido, mientras Luna lo miraba, igual de afectada.
—¿Estás bien? —preguntó ella, con un tono dulce pero cargado de preocupación.
—Sí... es solo que... juraría que nos conocemos —susurró Alejandro.
El aire entre ellos se llenó de una electricidad palpable. En ese momento, Alejandro supo que nada en su vida volvería a ser igual.
Pero al salir del evento, sintió un escalofrío recorriendo su espalda. En la acera, una figura sombría los observaba desde las sombras. Alejandro se detuvo, su rostro empalideció.
—No puede ser... —murmuró, su voz apenas un susurro.
—¿Qué ocurre? —preguntó Diego, siguiendo su mirada.
—Es ella. Pensé que nunca volvería a verla.
El silencio cayó como una losa, cargado de preguntas que necesitaban respuesta. ¿Quién era esa figura? ¿Por qué Alejandro estaba aterrado? Él supo que esa noche era solo el inicio de algo mucho más grande... y mucho más peligroso.
En ese instante, Alejandro sintió un impulso de protegerla, pero algo le decía que no estaba preparado para las respuestas. La sombra dio un paso adelante, y su mundo se tambaleó.
Además sintió que algo en su interior se agitaba. Luna, normalmente serena, parecía otra persona: su respiración se aceleraba, sus manos temblaban.
—¿Quién es ella? —insistió Diego dando un paso hacia la figura en las sombras.
Alejandro no respondió. Sus ojos estaban fijos en lo que para muchos era una desconocida, y una lágrima rodó por su mejilla. Diego sintió un nudo en el estómago.
—Alejandro, háblame. ¿La conoces? —insistió, más firme esta vez.
La figura avanzó un paso más, y la tenue luz de un farol iluminó parcialmente su rostro. Alejandro sintió un escalofrío: había algo inquietantemente familiar en esos ojos.
Él susurró finalmente, apenas audible:
—Ella... no debería estar aquí.
La figura levantó la cabeza, su mirada fija en Alejandro. Una sonrisa helada apareció en su rostro.
—Así que... por fin nos encontramos.
Y en ese instante, Alejandro supo que todo estaba a punto de cambiar. Alejandro no tenía idea del peligro inminente.
Luego de aquel encuentro... Alejandro despertó en mas de una ocasión con sueños de Luna...
El reloj marcaba las 3:00 a.m. Alejandro despertó de golpe, con la respiración agitada y el sudor cubriéndole la frente. Las imágenes del sueño aún danzaban en su mente: un jardín iluminado por la luna, una melodía lejana, y Luna, entre lágrimas, susurrándole algo que no podía recordar.
—¿Otra vez? —Isabel, su esposa, se giró en la cama, mirándolo con preocupación.
—Sí… un mal sueño, nada importante —mintió Alejandro mientras se levantaba.
Isabel lo observó desde la cama. Llevaba días notando su distracción, sus silencios prolongados y esas noches en las que parecía luchar con sus propios pensamientos.
En la cocina, Alejandro se sirvió un vaso de agua, tratando de calmarse. Cerró los ojos y, de nuevo, las imágenes del sueño se colaron en su mente. En esa vida que no podía ubicar, él y Luna parecían estar juntos, pero siempre había algo que los separaba: un hombre con una sonrisa cruel y una mirada que quemaba.
A la mañana siguiente, Alejandro trató de concentrarse en el trabajo, pero las visiones seguían invadiéndolo. Durante el almuerzo, Diego lo enfrentó.
—Alejandro, ¿qué te pasa? Últimamente estás en otro mundo.
—Es difícil de explicar, Diego. No sé si son los sueños o si me estoy volviendo loco, pero hay algo… algo que no puedo ignorar.
—¿Esto tiene que ver con la mujer que conociste en el evento? —Diego lo miró con suspicacia.
—¿Luna? —murmuró Alejandro, sintiendo un escalofrío.
Diego levantó las cejas.
—Entonces es cierto. Hermano, ten cuidado. No quiero sonar dramático, pero esto huele a problemas.
Esa noche, Alejandro soñó de nuevo. Esta vez, las imágenes fueron más nítidas. Él y Luna estaban en una habitación antigua, iluminada solo por la luz de las velas. Ella sostenía sus manos con fuerza.
—No importa lo que pase, prometo que nos volveremos a encontrar —dijo Luna, con lágrimas en los ojos.
—¿Por qué estás hablando así? —preguntó Alejandro, desesperado.
—Porque él no nos dejará estar juntos. —Luna miró hacia la puerta, donde una figura oscura aparecía.
Alejandro despertó jadeando. Esta vez, Isabel estaba completamente alerta.
—¿Alejandro? ¿Qué está pasando? —preguntó con un tono de preocupación que no pudo esconder.
—Nada, solo pesadillas. Volvamos a dormir.
Pero Isabel no estaba convencida. Mientras él se levantaba de la cama para respirar, ella tomó su teléfono y comenzó a buscar algo. Estaba segura de que había más en esos sueños de lo que Alejandro quería admitir.
Al día siguiente, Alejandro decidió enfrentar sus dudas. Buscó a Luna en redes sociales, pero no encontró nada. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de cerrar su computadora, recibió un correo anónimo con un asunto que le heló la sangre:
“Recuerdas más de lo que crees, Alejandro”.
La pregunta ahora era: ¿Quién estaba detrás de ese mensaje? ¿Y cuánto sabía realmente sobre lo que estaba ocurriendo?
Cada noche, los sueños se volvían más intensos y vívidos. En uno de ellos, Luna lo miraba con esa misma sonrisa familiar, mientras se encontraban en un campo de flores rojas, rodeados de un silencio tan profundo que parecía un presagio. El sueño era tan real que, al despertar, su mente seguía atrapada en la sensación de haber vivido ese momento antes.
—¿Alejandro? —la voz de Isabel lo sacó de sus pensamientos, pero el peso de los recuerdos seguía allí, como una sombra que no lograba desvanecerse.
—Sí, cariño... —respondió, pero su tono sonó distante. Isabel, sentada en el borde de la cama, lo miraba fijamente, buscando algo en su rostro que parecía eludirla.
—¿Qué pasa? Estás raro. —Isabel frunció el ceño—. No es la primera vez que te veo así. ¿Hay algo que no me estás contando?
Alejandro no sabía qué responder. Sabía que su comportamiento estaba cambiando, pero no podía controlar los pensamientos que invadían su mente. Luna estaba en todas partes, incluso en sus sueños, y eso le resultaba desconcertante. Era como si algo o alguien lo estuviera empujando hacia ella, como si hubiera una fuerza invisible que lo conectara con la mujer que apenas conocía.
—Solo estoy cansado, Isabel. No es nada —mintió, aunque su voz vaciló al decirlo. No quería que ella se diera cuenta de que algo dentro de él había cambiado. No quería preocuparla, pero la verdad era que ya no podía dejar de pensar en Luna.
Esa misma tarde, mientras se preparaba para salir a una reunión de trabajo, la idea de encontrarse nuevamente con Luna lo obsesionaba. En sus sueños, ella le había hablado de un amor imposible, de un vínculo roto, de algo que no podían controlar. Al abrir la puerta para salir, notó que Isabel lo observaba con una mirada penetrante.
—No me mientas, Alejandro —dijo Isabel, su voz grave y decidida—. ¿Qué está pasando? No te reconozco.
Alejandro la miró por un largo momento, sintiendo la presión en su pecho. No sabía si debía confesarle sus sueños, sus inquietudes, pero lo que más temía era que ella lo dejara. La distancia entre ellos, aunque pequeña, se había alargado como una grieta invisible. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió de la casa, dejando a Isabel parada en la puerta, con la sensación de que algo estaba cambiando en su vida.
Cuando llegó a la oficina, su mente seguía perdida en Luna, pero al abrir la puerta del despacho, un mensaje en su teléfono lo hizo detenerse. Era de Luna, simplemente decía: “Nos veremos pronto. Ya lo sabes, ¿verdad?”
Alejandro sintió un estremecimiento recorriéndole la columna vertebral. ¿Qué significaba eso? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cómo podía evitar lo inevitable?
La sensación de que su vida estaba a punto de desmoronarse, de que todo lo que conocía se estaba desvaneciendo, lo invadió por completo.
Al mirar el reloj, el tiempo parecía haberse detenido. Algo grande se acercaba, y Alejandro lo sabía. Pero aún no estaba listo para lo que estaba por venir...
Luna despertó sobresaltada, su respiración agitada. Había soñado nuevamente con Alejandro. Esta vez, ambos estaban en un baile antiguo, sus manos entrelazadas mientras una melodía melancólica llenaba el aire. Cuando ella miró hacia abajo en el sueño, llevaba un collar con un dije en forma de luna creciente, idéntico al que su abuela le había dejado años atrás. Pero lo más extraño era que Alejandro, en ese mismo sueño, sostenía otro collar con el mismo diseño.
“¿Qué significa esto?” pensó Luna, mientras se incorporaba y tocaba el dije que colgaba de su cuello. No podía ignorar la sensación de que algo mayor estaba en juego.
Horas después, un mensaje llegó a su teléfono. Era de Alejandro:
“Necesitamos hablar. Café Mirador, 6 PM.”
Ella dudó por un momento, pero la curiosidad fue más fuerte que el miedo. Algo la empujaba hacia él, como si resistirse fuera inútil.
Cuando llegó al café, Alejandro ya estaba allí, sentado junto a una ventana que daba al parque. Parecía perdido en sus pensamientos, pero al verla, sus ojos se iluminaron, aunque había algo de nerviosismo en su expresión.
—Gracias por venir —dijo él, poniéndose de pie y ofreciéndole asiento.
—No podía decir que no. Siento que hay muchas cosas que necesitamos entender —respondió Luna mientras tomaba asiento.
El silencio entre ellos era palpable, lleno de preguntas que ambos tenían miedo de formular. Finalmente, Alejandro rompió la tensión.
—Sé que suena extraño, pero... he estado soñando contigo. En esos sueños... estamos juntos, pero no en esta vida. Es como si... —su voz se quebró por un momento—. Como si nos hubiéramos amado antes.
Luna asintió lentamente, sus manos temblaban mientras alcanzaba el collar en su cuello.
—Yo también he tenido esos sueños. Y siempre llevo esto conmigo —dijo, mostrando el collar. Su diseño intrincado brilló bajo la tenue luz del café. Alejandro sintió un escalofrío al verlo.
—Es idéntico al mío —murmuró, sacando un pequeño estuche de su bolsillo. Al abrirlo, reveló un collar con el mismo dije de luna creciente.
Luna lo miró, incrédula.
—¿Dónde conseguiste eso? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Era de mi abuela. Dijo que perteneció a una mujer que fue el amor de mi vida, pero que nunca logré alcanzar.
El aire se cargó de una electricidad palpable. Los dos se miraron fijamente, como si intentaran descifrar un rompecabezas que sus corazones ya comprendían. Antes de que pudieran decir algo más, el camarero llegó con sus pedidos, rompiendo la atmósfera tensa.
Cuando el camarero se retiró, Alejandro tomó aire y dijo:
—Esto no puede ser coincidencia. Tenemos que saber más. ¿Has sentido como si alguien, algo, nos estuviera guiando?
Luna asintió, pero antes de responder, su teléfono vibró sobre la mesa. Lo miró con el ceño fruncido. Era un mensaje de un número desconocido:
“El tiempo corre. Si buscan respuestas, cuidado con lo que desentierran.”
Los dos leyeron el mensaje en silencio, y una sensación de peligro inminente los envolvió. Alejandro apretó su collar con fuerza. Sabía que habían cruzado un umbral del que no podían volver. Algo más grande los esperaba.
Luna levantó la vista del teléfono y encontró la mirada de Alejandro, sus ojos reflejaban una mezcla de miedo y determinación.
—¿Quién crees que pudo enviar esto? —preguntó ella, apenas en un susurro.
Alejandro negó con la cabeza, frunciendo el ceño.
—No lo sé, pero alguien sabe lo que estamos haciendo... o soñando.
Luna sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Instintivamente, miró hacia la ventana del café. Un hombre con una gabardina oscura estaba al otro lado de la calle, aparentemente hablando por teléfono. Sin embargo, su postura rígida y el modo en que sus ojos se deslizaban hacia ellos cada pocos segundos delataban otra intención.
—Creo que nos están siguiendo —murmuró, inclinándose hacia Alejandro.
Él giró disimuladamente la cabeza y también lo vio.
—No es posible... —dijo Alejandro, su voz teñida de incredulidad—. Ese hombre estaba en el evento donde te conocí.
Luna se tensó.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Recuerdo su rostro porque estaba junto a la salida cuando nos fuimos.
El ambiente se volvió sofocante. Luna se levantó de repente.
—Tenemos que salir de aquí. No podemos quedarnos sentados esperando a ver qué pasa.
Alejandro dejó un billete en la mesa y siguió a Luna hacia la salida trasera del café. Salieron a un callejón angosto, donde el aire fresco contrastaba con la tensión que ambos sentían.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Luna, abrazándose a sí misma mientras Alejandro escaneaba el área en busca de señales de peligro.
Antes de que él pudiera responder, un gruñido metálico resonó a sus espaldas. Una puerta oxidada se abrió, y de ella salió una mujer mayor con una mirada penetrante. Llevaba un chal oscuro y un aire de misterio que parecía envolverla.
—Así que finalmente se encontraron —dijo, con una voz profunda y cargada de significado.
Luna dio un paso atrás, alarmada.
—¿Quién es usted?
La mujer no respondió directamente. En su lugar, extendió una mano hacia el collar de Luna.
—Ese dije... y tú también lo tienes, ¿verdad? —dijo, mirando a Alejandro. Él asintió lentamente.
—Ustedes dos son las piezas finales de un ciclo que se ha repetido durante siglos. Cada vez que se encuentran, algo se desata, algo que no debería ser recordado —continuó la mujer, sus ojos oscuros fijos en ambos.
Alejandro sintió un nudo en el estómago.
—¿Qué está diciendo? ¿Quién es usted?
La mujer lo miró con compasión mezclada con severidad.
—Soy alguien que ha estado esperando este momento. Sus vidas están entrelazadas de una forma que desafía las leyes del tiempo y del destino. Pero, les advierto: hay quienes harán cualquier cosa para evitar que recuerden la verdad.
Luna apretó el collar con fuerza, intentando comprender las palabras de la mujer.
—¿Qué verdad?
La anciana dio un paso más cerca, susurrando:
—En su vida pasada, ustedes dos desencadenaron una catástrofe. Si recuerdan todo, el mundo que conocen podría colapsar nuevamente.
Antes de que pudieran procesar lo que ella decía, un estruendo interrumpió la conversación. El hombre de la gabardina oscura apareció al final del callejón, con la mano dentro de su abrigo.
—Corran —dijo la mujer, empujándolos hacia una puerta lateral—. No tienen tiempo.
Sin pensar, Alejandro tomó la mano de Luna, y ambos se lanzaron al interior del edificio. El sonido de pasos apresurados y voces desconocidas resonaban detrás de ellos. Luna respiraba con dificultad mientras Alejandro cerraba la puerta tras ellos.
—¿Qué está pasando? —preguntó ella, al borde del pánico.
Alejandro la miró fijamente.
—No lo sé... pero ahora no podemos detenernos. Tenemos que descubrir la verdad antes de que ellos nos encuentren.
El eco de los pasos se acercaba, y ambos supieron que el juego había comenzado. La cacería estaba en marcha.
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