Prólogo: Un juramento bajo la tormenta
La lluvia caía con furia, como si el cielo buscara borrar las huellas de lo que estaba por suceder. En el corazón del bosque, un guerrero herido avanzaba con pasos vacilantes. Su aliento se condensaba en la noche fría, y en sus manos sujetaba un pequeño cofre de madera decorado con grabados antiguos. Cada símbolo parecía brillar tenuemente, resistiéndose a la oscuridad que lo rodeaba.
En el claro, una figura lo esperaba. Una silueta alta y elegante, con una espada desenvainada que reflejaba los destellos lejanos de los relámpagos. Aunque su postura era firme, la tensión en sus hombros la delataba.
—No hay tiempo —dijo el guerrero, su voz rota por el esfuerzo y el dolor. Extendió el cofre hacia la figura con una urgencia casi desesperada—. Promete que lo protegerás.
—Y ¿qué hay de ti? —respondió la otra voz, serena pero cargada de una preocupación apenas contenida. No hubo respuesta. Solo un silencio que pesaba más que las palabras.
Un ruido entre los árboles los alertó. Sombras encapuchadas emergieron del bosque, rodeándolos lentamente. El guerrero presionó su espada con fuerza, su mirada ardiendo con una determinación inquebrantable.
—Corre —ordenó, su tono no admitía discusión—. Tienes algo más valioso que proteger. Yo los detendré.
La figura dudó por un instante, luego tomó el cofre con manos temblorosas y desapareció entre los árboles, llevándose consigo un secreto que cambiaría el destino de muchos.
_________________________________________________
Años después: Tribu Águila
El sol de la mañana iluminaba la aldea de la Tribu Águila, destacando su prosperidad. Construida en un valle rodeado de montañas, era conocida por la fortaleza de su gente y la justicia de sus líderes. Las cabañas de madera y piedra se alineaban en círculos concéntricos, con un consejo central que servía como el corazón político y social de la comunidad.
Elein , la líder más joven en la historia de la tribu, se encontró en el campo de entrenamiento. Su cabello castaño recogido en una trenza dejaba al descubierto un rostro marcado por la determinación. A sus dieciocho años, su figura delgada pero atlética era el resultado de años de preparación tanto en la guerra como en la política. Alrededor de su cuello colgaba un collar que jamás se quitaba: un medallón en forma de fénix que había heredado tras la muerte de su padre.
A su lado estaba su madre, Laura , conocida por todos como la Jefa Aura. Aunque el tiempo había suavizado su carácter, seguía siendo una líder venerada. Laura había gobernado la tribu con justicia, enseñando a su hija que el verdadero poder no estaba en la fuerza bruta, sino en la sabiduría para usarla con propósito.
Elein no estaba sola en su liderazgo. Sus cuatro amigos de infancia la acompañaban en cada desafío: Luna , ágil y estratégica, capaz de convertir cualquier debilidad en una fortaleza; Flora , una cazadora con un instinto casi sobrenatural para rastrear y una precisión inigualable; Eric , el protector, siempre listo para defender a sus amigos con su fuerza imponente; y Lucas , el pensador del grupo, que usaba su intelecto para resolver problemas cuando las soluciones convencionales fallaban.
Esa mañana, Elein estaba entrenando con Eric, intercambiando golpes con espadas de madera. Aunque la batalla era amistosa, sus movimientos eran rápidos y precisos. Los demás observaban, ofreciendo consejos y apostando quién ganaría.
—Si te sigues distrayendo, Eric, perderás otra vez —dijo Luna con una sonrisa burlona desde el borde del campo.
—¡Ja! No tan rápido, Luna. Hoy no caeré —respondió Eric justo antes de lanzar un ataque que Elein bloqueó con facilidad, empujándolo hacia atrás.
Antes de que el entrenamiento pudiera continuar, un mensajero llegó al campo. Su rostro estaba pálido, y su respiración, agitada.
—Jefa Aura… Jefa Fénix… han llegado jinetes del Reino del Norte. Traiga un mensaje para el consejo.
El grupo se quedó en silencio por un momento, sus miradas cruzándose. El Reino del Norte no se había comunicado con ellos en años. Laura fue la primera en hablar.
—Elein, acompáñame al consejo. Luna, Flora, Eric, Lucas, prepárense. Si nos han buscado después de tanto tiempo, algo importante está en marcha.
Elein siguió a su madre hacia la cabaña del consejo, su mente llena de preguntas. Mientras caminaban, presionó el medallón en su cuello, como si esperara que de alguna manera le diera las respuestas que tanto buscaba. Algo le decía que su vida estaba a punto de cambiar, y no estaba segura de si estaba lista para enfrentar lo que venía.
El consejo de la Tribu Águila era un espacio amplio y austero, decorado únicamente con tapices que contaban las gestas heroicas de sus líderes. En el centro, una mesa redonda de madera oscura reunía a los ancianos y principales guerreros de la aldea. Elein y Laura llegaron al lugar justo cuando los jinetes del Reino del Norte se retiraban, dejando un sobre sellado con el emblema real: un lobo blanco con ojos dorados.
—Hace mucho que no vemos ese símbolo —murmuró uno de los ancianos mientras observaba el sello con recelo.
Laura tomó el sobre y lo abrió con cuidado, desplegando el pergamino que contenía. Su mirada se endureció al leer las primeras líneas. Elein, de pie a su lado, sintió un escalofrío. Había aprendido a interpretar los gestos de su madre, y este decía que las noticias no eran del todo bienvenidas.
—Es una invitación a las festividades anuales del Reino del Norte —dijo Laura, levantando la vista hacia el consejo—. Nos invitan a enviar una delegación en representación de la Tribu Águila.
Un murmullo de sorpresa recorrió la sala. Desde hacía más de una década, la Tribu Águila había mantenido una relación distante con el Reino del Norte. La última interacción formal había sido durante una tregua forzada tras un conflicto territorial que había costado muchas vidas.
—¿Por qué ahora? —preguntó uno de los guerreros, frunciendo el ceño—. ¿Por qué después de tanto tiempo?
—Eso es lo que debemos descubrir —respondió Laura, su tono firme pero reflexivo—. No podemos ignorar esta invitación, pero tampoco podemos abordarla con ingenuidad. Elein irá en mi lugar, junto con sus cuatro compañeros.
Elein, aunque acostumbrada a las responsabilidades, no pudo evitar una leve sorpresa. La idea de representar a su tribu en un evento tan importante era un honor, pero también una carga que implicaba un sinfín de riesgos.
—Madre, ¿estás segura? —preguntó, sin apartar la mirada del rostro de Laura.
—Más que segura —respondió Laura, colocando una mano sobre el hombro de su hija—. Tu padre y yo te preparamos para momentos como este. Además, viajarás con quienes más confías. Mantente alerta, y recuerda que siempre tienes la fortaleza para enfrentar lo inesperado.
Los amigos de Elein, que habían estado esperando fuera del consejo, fueron llamados para recibir las instrucciones. Luna fue la primera en entrar, con su habitual sonrisa segura.
—¿Nos vamos de aventura? —preguntó con entusiasmo.
—Algo así —respondió Elein, esforzándose por mantener un tono neutral—. Nos dirigiremos al Reino del Norte como representantes de nuestra tribu. No será un viaje sencillo, así que debemos prepararnos.
—¿Habrá peleas? —preguntó Eric con una chispa de emoción en los ojos.
—Eso espero que no —interrumpió Flora, cruzando los brazos—. Pero con nosotros nunca se sabe.
—Por favor, comportémonos como lo que somos: la élite de la Tribu Águila —dijo Lucas, ajustándose su capa con un aire solemne.
Los preparativos comenzaron al instante. Los cinco se aseguraron de llevar armas ligeras, ropa adecuada para diferentes climas y provisiones suficientes para el trayecto. Laura los reunió en privado antes de su partida.
—Quiero que recuerden algo —dijo, su mirada recorriendo a cada uno de ellos—. La verdadera fortaleza de un líder no está en su espada, sino en su capacidad para mantener unidos a los suyos. Confíen unos en otros, y jamás bajen la guardia.
Finalmente, llegó el día de la partida. Los habitantes de la aldea se reunieron para despedirlos, llenos de esperanza y orgullo. Mientras subían al carruaje, Elein no pudo evitar mirar hacia su madre una última vez. Laura le devolvió la mirada, asintiendo con un gesto de confianza.
—Nos vemos pronto —dijo Elein, más para sí misma que para nadie más.
El camino hacia el Reino del Norte estaba lleno de desafíos. A medida que se alejaban de la aldea, los paisajes cambiaban de verdes valles a montañas escarpadas. Aunque trataban de mantener un ambiente relajado, había una tensión en el aire. Elein no podía quitarse de la cabeza las palabras de su madre, ni el collar que llevaba al cuello.
En el horizonte, las torres del Reino del Norte comenzaron a asomarse, majestuosas y ominosas. Ninguno de ellos sabía lo que les esperaba más allá de esas murallas.
El Reino del Norte era un espectáculo imponente. Desde las ventanas del carruaje, Elein observaba las torres de piedra que parecían desafiar al cielo. Los muros de la ciudad estaban cubiertos de enredaderas que, pese al clima frío, conservaban un matiz verdoso. Había una mezcla de admiración y cautela en su mirada. Cada rincón parecía contar una historia, y no todas prometían finales felices.
—Es enorme —murmuró Flora, inclinándose ligeramente para ver mejor.
—Sí, pero no dejes que eso te distraiga —respondió Lucas, ajustándose la capa con un movimiento preciso—. Las ciudades grandes suelen esconder los problemas más pequeños… y más peligrosos.
El carruaje se detuvo frente a una posada recomendada por los emisarios del reino. Era un edificio discreto, pero bien cuidado, con una chimenea que soltaba una columna de humo fragante. Al bajar, fueron recibidos por un hombre de cabello gris que parecía medirlos con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Bienvenidos, viajeros. Mi nombre es Gerald, y esta será su casa durante su estadía. Si necesitan algo, no duden en pedírmelo.
Laura les había advertido de mantenerse unidos y alerta, pero la hospitalidad inicial del lugar lograba relajar un poco la tensión del grupo. Tras acomodarse en las habitaciones, decidieron explorar la ciudad para familiarizarse con el entorno.
La ciudad y sus secretos
El bullicio de las calles era una mezcla de vendedores pregonando sus productos, niños corriendo entre los transeúntes, y soldados patrullando con una regularidad inquietante. Aunque la atmósfera parecía festiva, había algo en el ambiente que inquietaba a Elein. Tal vez era la forma en que algunas personas bajaban la mirada al pasar cerca de los soldados, o cómo ciertos callejones parecían demasiado oscuros para ser naturales.
—Este lugar está lleno de ojos —comentó Luna, caminando cerca de Elein mientras observaba con atención a su alrededor.
—Y de secretos —añadió Eric, quien parecía estar disfrutando más de lo esperado—. Pero si intentan algo, aquí estamos nosotros.
En una esquina del mercado, un pregonero llamaba la atención de la multitud con su tono dramático.
—¡Las festividades del reino comienzan mañana! ¡Los juegos reales prometen una competencia como nunca antes vista! ¡Que gane el mejor y que el honor sea eterno!
—¿Juegos reales? —preguntó Flora, alzando una ceja—. ¿Qué clase de pruebas serán?
—Probablemente combates y desafíos físicos —respondió Lucas—. Algo para entretener a la nobleza y reforzar su posición ante las tribus y el pueblo.
Elein no dijo nada, pero tomó nota mental de todo lo que veía y escuchaba. Su instinto le decía que estas festividades eran más que simples celebraciones. Alguien estaba tejiendo una red, y ellos acababan de entrar en ella.
La llegada al palacio
Al día siguiente, el grupo se dirigió al palacio para presentarse oficialmente. La estructura era monumental, un castillo construido sobre una colina que dominaba la ciudad. Las puertas de hierro forjado se abrieron con un rechinar que resonó como una advertencia.
Los recibió un mayordomo de modales impecables, que los condujo a un salón donde ya esperaban representantes de otras tribus. Elein reconoció a algunos líderes, como la delegación de la Tribu del Sur, con quienes mantenían buenas relaciones. Pero también estaban los representantes de la Tribu Leopardo, cuya presencia siempre implicaba problemas.
Uno de ellos, un hombre corpulento de mirada afilada, le dedicó una sonrisa burlona a Elein. Ella no reaccionó, pero su postura se volvió más firme. Eric notó el gesto y se colocó a su lado, como un silencioso escudo.
—Mantén la calma —susurró Lucas—. No les des lo que quieren.
El Rey David hizo su entrada, acompañado por su esposa, la Reina Isabel, y dos jóvenes que debían ser sus hijos. Daniel, el príncipe, era alto y tenía una presencia imponente, aunque sus ojos reflejaban algo más que simple arrogancia. A su lado, su hermana menor, Isabella, irradiaba gracia y curiosidad.
—Bienvenidos todos a las festividades del Reino del Norte —declaró el Rey con voz poderosa—. Esperamos que esta celebración fortalezca los lazos entre nuestras tribus y renueve el espíritu de unidad que tanto necesitamos.
Elein escuchó con atención, pero no pudo evitar notar que los ojos del Rey se detuvieron en ella por un momento, como si algo en su rostro despertara un recuerdo lejano. No fue el único. Daniel también la miró con interés, aunque su expresión era más difícil de leer.
—Que comiencen los juegos —anunció finalmente el Rey, marcando el inicio de lo que sería más que una simple competencia.
Mientras las puertas del salón se abrían para llevarlos al banquete inaugural, Elein se preparaba mentalmente. Sabía que, aunque las festividades acababan de empezar, el verdadero juego se estaba desarrollando en las sombras.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play