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Elizabeth

Capítulo 1

En el Reino de Occidente, dentro del Palacio Imperial, vivía Narón, el hijo menor del Rey Ladislao de Evans. Su infancia estaba marcada por la indiferencia de su padre, quien solo se preocupaba por su hermano mayor, Aarón.

A pesar de esto, la relación entre Narón y Aarón era excepcional. Un día, mientras corría por los pasillos en busca de su hermano, lo encontró en la biblioteca, rodeado de libros y papeles. Aarón sonrió y se puso de pie, acariciando el cabello de Narón.

"¡Vamos a jugar!", exclamó Narón, ansioso por jugar en los jardines, especialmente cerca del gran roble, su lugar favorito. Amalia, la niña más linda del palacio, solía unirse a ellos.

Mientras jugaban, Narón desafió a Aarón a subir al roble lo más rápido posible. Sin embargo, un crujido bajo su pie lo hizo caer, arrastrando a Aarón consigo. Las doncellas acudieron en ayuda, y pronto llegaron el rey y la reina.

El rey, furioso, culpó a Narón por el accidente. "¡Tú! Todo es tu culpa, siempre buscando al príncipe heredero para tus estúpidos juegos." Aarón se defendió ante su padre.

La reina, indignada, examinó la herida de Narón y le reprochó: "Te quedará una marca. ¿Cuántas veces te he dicho que no te acerques a tu hermano?" Narón, con lágrimas en los ojos, respondió: "El rey no me quiere."

La reina suspiró: "Eso no es verdad, solo que ahora la prioridad es Aarón, él es el futuro del reino." Narón, un niño de cinco años se sentía una sombra en la familia real.

En la cena, una discusión entre el rey y el ministro interrumpió la comida. La reina se llevó a Narón, quien presentía que algo no estaba bien.

"Ven conmigo, cariño", dijo la reina. Narón siguió a su madre, sin entender qué sucedía. En los aposentos, la reina ordenó preparar sus cosas.

"¿Madre, qué sucede?", preguntó Narón, asustado. La reina evitó su mirada: "Te irás de viaje por un tiempo, cariño. Mañana a primera hora vendrán por ti."

Narón comprendió que no se iba a un simple viaje. "¿Es por lo que pasó en el jardín, verdad?", preguntó, llorando. "Perdón, madre, fue sin querer."

La reina lo consoló: "Tranquilo, sé que no fue tu intención." Narón se aferró a su falda, suplicando perdón.

El día siguiente, una carroza llegó al palacio antes del amanecer. Narón, acompañado de su madre y el general, se despidió en la entrada principal. El general, un hombre serio con cicatrices en el rostro, extendió su mano.

"¡Vamos, muchacho!" dijo con voz ronca.

Narón, tembloroso, miró a su madre con la esperanza de que se retractaba. Pero ella volvió la mirada.

"Es hora de que partas", dijo. "Volverás más pronto de lo que crees."

Narón subió al carruaje, sin que su padre y hermano se despidieran. Lágrimas recorrieron sus mejillas al sentirse alejado de su hogar.

Al día siguiente, un soldado golpeó la puerta del carruaje.

"Niño, ya llegamos."

Narón se refregó los ojos y miró por la ventana. El sol pegaba con fuerza en un lugar desolado y precario lleno de hombres trabajando y luchando.

"Bienvenido al campo de las tropas de Occidente, príncipe Narón."

El general puso una mano sobre su hombro.

"Es lo mejor que tenemos. Descansa un poco y pronto empezarás con el trabajo."

Narón aceptó con la cabeza, recordando las palabras de su madre: "Volverás más pronto de lo que crees."

capítulo 2

Han pasado décadas desde que partió, ha dejado que el tiempo cure sus heridas, ha oído noticias del rey y su gloria en el trono. Su vida siguió en las guerras, convirtiendose en el mejor guerrero del ejército Occidental.

Pero todo cambió de repente... Las espadas golpean con fuerza.

"Vamos, estás muy lento."

César, su compañero de entrenamiento, sonríe.

"Narón, tengo que hablar contigo."

El general lo esperaba en la carpa.

"Debes partir."

Narón pensó en el Reino de Oriente, enemigo de Occidente.

"¿Enfrentaremos al reino de Oriente al fin?"

El general se acercó.

"No, Narón... El rey está enfermo y debe volver."

Un frío recorrió su espalda.

"¿Volver?"

El general entregó una carta que mencionaba el estado del rey y su solicitud de presencia en el palacio.

"Haz lo correcto, es hora de volver, Príncipe."

Narón recordó sensaciones y recuerdos amargos.

"No tengo opción, tengo que volver."

Ahora es el rey de las guerras, un monstruo creado por ellos mismos.

"Den aviso que preparen el carruaje."

Aprieta la carta y la lanza a la fogata.

"Mañana por la mañana partiré al palacio."

Elizabeth salió de la vieja mansión, junto a Marlene, su única amiga, mientras su padre yacía ebrio e inconsciente. La opresión de su infancia la perseguía, pero la libertad de ese momento la llenaba de esperanza.

La feria del pueblo bullía de vida. Comerciantes de todos lados exhiben sus tesoros. La voz de un hombre resonaba: "¡Damas y caballeros, acérquese!" Marlene la llevó hacia el espectáculo. Un hermoso caballo avellana llamaba la atención, se encontraba a un lado del tablero, y los hombres emocionados charlaban entre sí. "¡Quien pueda apuntar al blanco con esta flecha se llevará este hermoso semental!", gritaba el hombre. Elizabeth se acercó a un puesto de joyas que le llamó la atención.

"¡Son hermosas!", exclamó. El hombre la miró y sonrió, alardeando: "Claro, señorita, vienen de San Carlos, son piedras preciosas y muchas de ellas vienen del otro continente". Un collar de oro con rubíes rojos brillaba en la luz del sol.

Preguntó por su valor, pero no contaba con el dinero. Decidió dejarlo y tomar nuevamente su collar, pero ya no estaba; el comerciante lo había tomado. "¿Qué hace? ¡Devuélamelo, por favor!", le pidió Elizabeth.

Marlene se acercó y escuchó la conversación. El desagradable hombre la miró de manera burlona y dijo arrogante: "¡Vete si no quieres problemas!" Marlene insistió que lo dejara y que se fueran, pero Elizabeth no podía hacerlo; era el collar de su madre, lo único que conservaba de ella.

De repente, un fuerte ruido sorprendió a todos. La gente corrió aterrada, y un caballo se dirigió corriendo hacia su dirección. Marlene gritó: "¡Corre, corre!" Elizabeth se quedó estática, viendo cómo el animal se acercaba.

En ese instante, una tela cubrió su rostro y la envolvió completamente, sujetándola fuertemente y lanzándola al suelo. Un rico aroma golpeó su nariz asustada. Abrió los ojos y se encontró cubierta por un gran torso.

Un cabello dorado como el sol, unos hermosos ojos verdes que la contemplaban, y una voz varonil preguntaron: "¿Se encuentra bien?" Contestó: "Sí, sí". Tomó su mano y la ayudó a ponerse de pie.

"Gracias", dijo. Miró su uniforme y prosiguió: "Oficial". Alrededor, los puestos estaban destrozados, y las personas se reunían para ayudar. "¿Amiga, estás bien?", preguntó Marlene.

"Debo irme, me alegra que estés bien", dijo el oficial. Hizo una leve pausa: "Espero verla de nuevo, señorita". Contestó rápidamente: "Elizabeth, me llamo Elizabeth". Él reveló una agradable sonrisa.

"Un placer, Elizabeth", dijo. Se detuvo un momento, mirándola suavemente a los ojos, y Elizabeth se sintió derretir. "Henry, a su servicio". Elizabeth no podía comprender qué le sucedía.

Marlene aprovechó la situación: "Sabe, oficial, mañana vendremos a la misma hora. Si usted está por aquí, podrían conversar un poco. ¿Qué le parece?" Henry miró a Elizabeth, y ella intentó disimular, pero era notable que quería volver a verlo.

"No es mala idea", dijo. La miró nuevamente, y sus mejillas ardieron. "Las veré aquí entonces". Se despidió, dejando un alboroto de sensaciones. Marlene se apoyó en su hombro mientras lo veían alejarse.

"Te entiendo, es una belleza", sonrió Marlene. Tomó su mano y puso algo en ella; era el collar de su madre. "¿Cómo?", preguntó sorprendida

capítulo 3

Narón se despidió de su pasado, subiendo al carruaje con nostalgia. El lugar que once años atrás le inspiraba terror se había convertido en hogar. Al día siguiente, un suave golpe en la puerta del carruaje lo despertó. "Señor, estamos ingresando en la capital", anunció el cochero con voz suave.

Al abrir la cortina, Narón vio la bulliciosa ciudad: vendedores, niños jugando y el imponente palacio revolucionado. "¡Narón ha llegado, el príncipe está aquí!", gritaron con emoción.

En la entrada principal, Aarón, su hermano, lo esperaba con una mezcla de ansiedad y amor. "¡Bienvenido, hermano!", dijo con voz temblorosa. Narón notó el cambio en su hermano; el tiempo los había separado, pero la sangre los unía.

Después de más de una década sin verse, se abrazaron, sellando su reencuentro. Aarón comentó: "¿Qué comiste? Eres gigante". Narón sonrió, y por un momento, olvidó el dolor.

El rey, consumido por la enfermedad, recibió a Narón en su lecho de muerte. "Acompaña a tu hermano", pidió débilmente, buscando redimirse. Narón sabía que su regreso no era por afecto, sino por interés.

"Siempre fui un estorbo. Me convertiste en una ficha", respondió Narón, con lágrimas en los ojos. El rey se quedó sin aliento.

Al salir, Narón exhaló pesaroso. En los pasillos, una voz lo detuvo: "No te saldrás con la tuya. Mi hija es la princesa". Gritan detrás de una puerta entreabierta.  "La hija de una amante es una bastarda. Aarón es el heredero". La mujer se sorprendió al ver a Narón cerca.

La mujer, blanca como la nieve, ojos azules y cabello negro, lo reprendió.

 "Un soldado no debe mirar a la realeza a los ojos, mucho menos escuchar conversaciones ¿Quieres que te maten?". Narón prefirió mantener su anonimato como soldado antes que revelar su verdadera identidad.

Elizabeth se preparaba para el festival, emocionada y nerviosa. Al abrir la puerta, su padre, ebrio, la observaba con desdén. Cierra la puerta y se encuentra con Emir, su hermano mayor, que la interroga sobre su destino.

"Voy a la mansión Cabrera, a ver a Marlene", respondió con cautela. Emir dudaba de su permiso.

Al llegar al festival, Marlene la esperaba. "Amiga, te ves preciosa". Elizabeth sonreía, pero su ansiedad crecía. Henry no llegaba.

Mientras esperaban, Elizabeth sostenía una tela púrpura cuando una voz melodiosa llegó a sus oídos: "El azul le quedaría mejor con tus hermosos ojos". Giró emocionada y vio a Henry con una seductora sonrisa.

"Viniste", dijo, aliviada. Su corazón volvía a latir.

Henry ofreció su brazo y pasearon por el festival, disfrutando de manzanas dulces y el baile. Marlene los interrumpió: "Elizabeth, ya es tarde".

El sol se escondía. Elizabeth no quería irse. Henry tomó su mano: "¿Me dejarías cortejarte?" Su mirada suplicaba cariño.

"Acepto", respondió Elizabeth, sin dudar.

Pero Emir y su padre aparecieron, furiosos. "Mentirosa, te escapas para verte con hombres". Elizabeth retrocedió aterrorizada.

Henry se interpuso: "No permitiré que te acerquen". Pero Elizabeth sabía que su castigo era inevitable.

"Adiós, Henry", dijo entre lágrimas, corriendo hacia el carruaje con vergüenza y miedo.

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