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El Amante Del Príncipe Es Adicto A Los Libros

Aetheria

El sol se alzaba perezosamente sobre el horizonte, tiñendo el cielo de un suave color dorado. En el vasto reino de Aetheria, la luz del nuevo día iluminaba los altos muros del palacio, que se erguían como un guardián silencioso sobre la vida que pulsaba en el pueblo cercano. En su interior, el príncipe Aric se encontraba en su habitación, atrapado entre la opulencia de su entorno y el anhelo de libertad que latía en su corazón.

Aric observaba por la ventana, sus ojos verdes fijos en el bullicio del pueblo. Desde allí, podía ver a los campesinos levantándose para comenzar su jornada, las risas de los niños resonando mientras jugaban en las calles empedradas. Pero, a pesar de la belleza que lo rodeaba, una sensación de vacío lo invadía. La vida en el palacio era un laberinto de obligaciones y expectativas; cada día se sentía más como un prisionero que como un príncipe.

—Aric, es hora de prepararte para el consejo —lo interrumpió la voz de su madre, la reina Isolde, desde la puerta. Su tono era firme, pero había una preocupación oculta en sus ojos.

—Sí, madre —respondió Aric sin apartar la vista del paisaje. Sabía que no tenía opción; debía cumplir con sus deberes. Sin embargo, su corazón anhelaba algo más que discusiones sobre impuestos y alianzas políticas. Quería sentir la tierra bajo sus pies, escuchar las historias del pueblo y, sobre todo, conocer a las personas que vivían más allá de los muros del palacio.

Mientras se vestía con la pesada túnica real, sus pensamientos vagaron hacia las historias que había escuchado de los viajeros que llegaban al mercado. Aquella túnica resaltaba su porte esvelto y su cuerpo definido.

—¿Estás escuchando? —insistió la reina, cruzando los brazos con una expresión de impaciencia.

—Lo siento, madre. Solo... pensaba en lo que debemos discutir hoy —respondió Aric, esforzándose por sonar interesado.

La reina suspiró, acercándose para ajustar la túnica de su hijo. —Recuerda, Aric, tienes responsabilidades. No puedes permitirte distraerte con sueños imposibles. Tu futuro está en juego.

Aric asintió, aunque en su interior sentía que cada palabra de su madre era un recordatorio de las cadenas invisibles que lo mantenían cautivo. Mientras descendía por las escaleras del palacio hacia el gran salón, su mente divagaba. ¿Qué pasaría si un día decidiera escapar? La idea le daba escalofríos y emoción a partes iguales.

El consejo fue tedioso. Los nobles discutían acaloradamente sobre cuestiones insignificantes mientras Aric trataba de mantener la atención. Sin embargo, su mente seguía volviendo al pueblo. Se preguntó qué pasaría si pudiera salir sin que nadie lo notara. El deseo por explorar lo llevó a hacer un plan impulsivo.

Al caer la tarde, cuando la oscuridad comenzaba a envolver el reino, Aric encontró una oportunidad. La reina estaba ocupada con sus invitados y los guardias estaban distraídos. Con un golpe de adrenalina corriendo por sus venas, se deslizó fuera del palacio y se dirigió hacia el pueblo.

El aire fresco de la noche lo envolvió al salir por las puertas del castillo, y sintió una libertad que no había experimentado en años. Las luces parpadeantes de las antorchas del pueblo lo guiaron mientras caminaba por el sendero que conducía al bullicio de la plaza central.

Al llegar al pueblo, Aric se sintió abrumado por los sonidos y olores: el aroma del pan recién horneado se mezclaba con las risas y gritos de alegría de los habitantes. Era un mundo vibrante y lleno de vida, completamente diferente al silencio solemne del palacio. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia una pequeña taberna donde los aldeanos se reunían para compartir historias.

—¿Qué le trae a nuestro humilde pueblo, joven? —preguntó un anciano con una barba canosa mientras Aric tomaba asiento en una mesa apartada.

—Solo... quiero escuchar historias —respondió Aric, sonriendo tímidamente.

El anciano asintió con una sonrisa cómplice. —Ah, las historias son el alma de este lugar. ¿Te gustaría escuchar sobre el joven que encontró un libro mágico?

Los ojos de Aric brillaron con interés. —Sí, por favor.

El anciano comenzó a narrar la historia de un chico llamado Elian que había descubierto un libro antiguo en una biblioteca olvidada. A medida que hablaba, Aric se sumergió en el relato: Elian había aprendido sobre el amor verdadero y había luchado contra las adversidades para estar con su amado.

—Pero lo más sorprendente —dijo el anciano en voz baja— es que se decía que el libro tenía el poder de conceder deseos a aquellos que eran dignos.

Aric sintió una punzada de emoción; esa historia resonaba profundamente en él. ¿Podría existir un libro así? La idea lo fascinaba. En ese momento, decidió que debía encontrarlo, no solo por sí mismo, sino también por aquellos que amaban sin restricciones.

—¿Dónde puedo encontrar ese libro? —preguntó con ansias.

El anciano miró a su alrededor antes de inclinarse hacia él. —Se dice que está escondido en una biblioteca antigua más allá del bosque. Pero ten cuidado; muchos han intentado encontrarlo y han fracasado.

Aric sintió cómo su corazón latía más rápido ante la posibilidad de aventura. —No me detendré ante nada para encontrarlo —declaró con determinación.

De repente, las puertas de la taberna se abrieron de golpe y un grupo de hombres entró riendo ruidosamente. Eran nobles del palacio, amigos del príncipe que habían salido a buscarlo tras notar su ausencia. Aric contuvo la respiración al reconocerlos; sabía que no podía ser descubierto aquí.

—¿Dónde está ese idiota? —preguntó uno de ellos con desprecio—. Seguro está escondido en alguna parte haciendo tonterías.

El corazón de Aric se hundió al escuchar sus palabras. Si lo encontraban aquí... No quería volver al palacio ni ser arrastrado nuevamente a esa vida vacía.

—¡Vamos! ¡Búsquenlo! —gritó otro noble mientras comenzaban a buscarlo entre los aldeanos.

Aric sintió cómo el pánico comenzaba a apoderarse de él. Se levantó rápidamente y salió corriendo por la puerta trasera de la taberna justo cuando los nobles entraban al salón principal.

Corrió por las calles iluminadas por antorchas, sintiendo el aire frío en su rostro mientras buscaba refugio entre las sombras. Cada paso resonaba como un eco en su mente; sabía que debía regresar al palacio antes de ser descubierto. Pero algo dentro de él también anhelaba quedarse un poco más, descubrir quién era realmente lejos del título que le habían impuesto.

Mientras se adentraba en un callejón oscuro, se detuvo para recuperar el aliento. La adrenalina corría por sus venas cuando escuchó pasos detrás de él. Se giró rápidamente y vio a uno de los nobles acercándose; era Elyas, quien siempre había tenido un ojo vigilante sobre él.

—¿Dónde te has metido? —preguntó Elyas con una sonrisa burlona—. Siempre escapando como un ratón.

Aric sintió cómo su corazón se aceleraba aún más al darse cuenta de que no podía dejarse atrapar. —No estoy escapando —respondió con firmeza—. Solo necesitaba aire fresco.

Elyas frunció el ceño, pero antes de que pudiera replicar algo más, Aric vio una sombra moverse detrás de él. Una figura oscura emergió del callejón contiguo; era un extraño vestido con ropas desgastadas y una capucha que ocultaba su rostro.

—Príncipe Aric —dijo la figura con voz profunda y resonante—. He estado esperándote.

Aric sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras miraba al extraño con desconfianza. ¿Quién era? ¿Cómo sabía su nombre? La tensión en el aire era palpable; algo importante estaba a punto de suceder.

—¿Qué quieres? —preguntó Aric, tratando de mantener la calma mientras Elyas retrocedía ligeramente.

La figura dio un paso adelante y levantó una mano enguantada. —He venido a advertirte sobre lo que está por venir... Tu destino no es lo que crees.

Aric intercambió miradas con Elyas; ambos estaban confundidos y alarmados al mismo tiempo.

—¿De qué hablas? —preguntó Elyas con desdén—. ¿Quién te crees para hablar así?

El extraño ignoró a Elyas y centró su atención en Aric.

—Tu amor es peligroso; ¿podrás dejarlo todo por amo?. Debes tener cuidado o perderás todo lo que amas.

—¿Qué sabes sobre mi amor? —preguntó Aric con voz temblorosa.

La figura sonrió levemente bajo la capucha. —Todo está conectado; tu búsqueda te llevará a lugares inesperados. Pero debes elegir sabiamente.

Antes de que Aric pudiera responder o hacer alguna pregunta más, el extraño dio media vuelta y desapareció en la oscuridad del callejón adyacente como si nunca hubiera estado allí.

Aric sintió cómo sus pensamientos giraban como hojas arrastradas por el viento; había algo inquietante en las palabras del extraño. ¿Qué significaban? La advertencia resonaba en su mente mientras miraba a Elyas, quien parecía igualmente confundido y molesto.

—Vamos —dijo Elyas finalmente—. No podemos quedarnos aquí. Regresemos al palacio antes de que alguien note tu ausencia.

Mientras caminaban juntos hacia el palacio, Aric no podía sacudirse la sensación inquietante que lo acompañaba. ¿Qué estaba por venir? Su corazón latía con fuerza ante la incertidumbre del futuro y las posibilidades ocultas que aún no había explorado.

Esa noche marcó el comienzo de algo más grande; algo que cambiaría no solo su vida, sino también el destino del reino entero. Y mientras cruzaban las puertas del palacio nuevamente, Aric supo en lo más profundo de su ser que su búsqueda apenas comenzaba...

El Pueblo Olvidado

El sol se ocultaba lentamente tras las colinas, tiñendo el cielo de un rojo intenso que se reflejaba en las viejas piedras del pueblo después del bosque; Solara. Este lugar, que una vez había sido vibrante y lleno de vida, ahora parecía atrapado en un sueño eterno, donde el tiempo había olvidado su paso. Las calles empedradas estaban cubiertas de musgo y hierbas, y las casas de piedra, con sus techos de tejas desgastadas, parecían murmurar historias de un pasado glorioso.

Entre los habitantes de Solara, había un joven llamado Kael, un amante de los libros y la sabiduría que estos contenían. Un chico hermoso de cabello violeta y ojos azules, con una figura no tan alta pero un poco esbelta. Desde pequeño, había encontrado consuelo en las páginas amarillentas de los volúmenes que su abuelo había coleccionado a lo largo de los años. La biblioteca del pueblo, aunque polvorienta y desordenada, era su refugio. Allí, entre estanterías repletas de historias olvidadas, Kael pasaba horas sumergido en mundos lejanos.

Kael era un chico de diecisiete años, y sus ojos azules reflejaban la curiosidad y el anhelo por descubrir más allá de los límites del pueblo. Su cabello desordenado caía sobre su frente mientras se concentraba en la lectura de un antiguo libro sobre leyendas y mitos. A menudo se preguntaba por qué Solara había caído en el olvido, por qué sus habitantes parecían resignados a vivir en la penumbra de la historia.

—¿Por qué no hay más historias sobre nosotros? —murmuró Kael al pasar sus dedos por las páginas. La biblioteca estaba silenciosa, como si también ella estuviera atrapada en un estado de nostalgia.

De repente, la puerta chirrió al abrirse y una figura familiar entró. Era Lira, su amiga de la infancia, con su cabello dorado brillando a la luz del atardecer. Sus ojos verdes estaban llenos de vida y energía, contrastando con la atmósfera sombría del pueblo.

—¡Kael! —exclamó Lira mientras se acercaba—. ¿Qué estás leyendo esta vez?

Kael sonrió, cerrando el libro con suavidad. —Una historia sobre héroes olvidados. Pero me pregunto si alguna vez habrá un héroe que salve a Solara.

Lira frunció el ceño y se sentó en la mesa frente a él. —Siempre estás con esas ideas melancólicas. ¿No crees que deberíamos centrarnos en lo que tenemos? La vida aquí puede ser tranquila.

—Tranquila, sí —respondió Kael, mirando por la ventana hacia las casas vacías—. Pero eso no significa que esté bien. Este lugar solía ser vibrante, lleno de risas y música. Ahora solo hay sombras.

Lira suspiró, consciente de que su amigo tenía razón. Solara había cambiado drásticamente en los últimos años; los comerciantes habían cerrado sus puertas, los niños habían dejado de jugar en las calles y los ecos de las festividades se habían desvanecido como hojas arrastradas por el viento.

—Tal vez deberíamos hacer algo al respecto —sugirió Lira con una chispa de entusiasmo—. Podríamos organizar una celebración o algo así. Recordar a todos lo que Solara solía ser.

Kael se quedó pensativo por un momento. La idea le gustaba, pero sabía que no sería fácil. —¿Y quién vendría? La mayoría de la gente ya no cree que haya algo que celebrar.

—Podríamos invitar a quienes aún quedan, hacer algo especial —insistió Lira—. Quizás un festival de historias. Cada uno podría compartir algo que recuerde sobre el pueblo.

La propuesta comenzó a florecer en la mente de Kael. La idea de reunir a las pocas almas que quedaban en Solara para recordar lo que habían perdido parecía una forma válida de intentar revivir el espíritu del lugar.

—Está bien —dijo finalmente—. Haré algunos carteles y los pondremos por todo el pueblo. Necesitamos atraer a la gente.

Lira sonrió ampliamente, su entusiasmo era contagioso. —¡Eso es! ¡Vamos a darle vida a Solara nuevamente!

Mientras ambos hablaban sobre los detalles del festival, Kael sintió una mezcla de esperanza y miedo. ¿Podrían realmente lograrlo? En su corazón anhelaba ver a Solara renacer, pero también temía que fuera solo un sueño efímero. Si algo tenía eran sus fuertes convicciones.

Los días pasaron rápidamente mientras Kael y Lira trabajaban incansablemente para preparar el festival. Colocaron carteles en cada rincón del pueblo, invitando a todos a compartir sus historias y recuerdos. Algunos miraban con escepticismo, otros sonreían con nostalgia al recordar tiempos mejores.

Finalmente llegó el día del festival. El aire estaba impregnado de una mezcla de emoción y nerviosismo mientras Kael y Lira decoraban la plaza central con cintas coloridas y luces titilantes. A medida que caía la noche, los primeros asistentes comenzaron a llegar: ancianos que recordaban cómo era Solara en su esplendor, jóvenes como Kael y Lira que deseaban encontrar un propósito en medio de la desolación.

El ambiente se llenó de murmullos y risas tímidas mientras las personas comenzaban a contar sus historias. Kael se sintió abrumado por la calidez que emanaba de aquellos relatos; cada uno era un hilo que tejía nuevamente el tapiz del pueblo.

—¡Y entonces el gran árbol del centro del pueblo floreció como nunca antes! —exclamó una anciana con voz temblorosa—. Era como si todo Solara estuviera vivo.

Kael observó cómo las sonrisas se dibujaban en los rostros cansados de los habitantes mientras compartían sus memorias. Quizás esto era lo que necesitaban, pensó mientras su corazón latía con fuerza.

Sin embargo, cuando llegó su turno de hablar, una sombra cruzó su mente. ¿Qué podría compartir? No quería decepcionar a nadie; no quería ser el único que no tenía una historia grandiosa que contar. A veces podría ser un poco tímido.

—Yo… —comenzó Kael, sintiendo cómo todos los ojos se posaban sobre él—. No tengo una historia increíble… Pero siempre he creído que Solara tiene más por ofrecer.

Las palabras fluyeron mientras hablaba sobre su amor por los libros y cómo cada historia contenía un fragmento del alma del pueblo. Se sintió más seguro al ver cómo algunos asentían con comprensión.

Cuando terminó, hubo un silencio momentáneo antes de que estallaran en aplausos cálidos y sinceros. La conexión entre ellos era palpable; todos compartían el deseo de revivir lo que Solara había sido.

Sin embargo, justo cuando la alegría comenzaba a llenar el aire, un grito desgarrador interrumpió la celebración. Todos se giraron hacia la entrada de la plaza, donde una figura oscura se destacaba contra la luz parpadeante de las antorchas.

Era un hombre alto, envuelto en una capa negra que ondeaba con el viento nocturno. Su rostro estaba oculto bajo una capucha, pero sus ojos brillaban intensamente como dos brasas ardientes.

—¿Qué hacen aquí? —rugió con una voz profunda que resonó como un trueno—. ¿Acaso han olvidado lo que realmente son?

El ambiente se tornó tenso; las risas se apagaron y los murmullos cesaron. Kael sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras el extraño avanzaba hacia ellos.

—¡No tienen derecho a celebrar! —continuó el hombre—. Este pueblo está destinado al olvido.

Lira dio un paso adelante, desafiante. —No vamos a permitir que nos arrebaten nuestra historia ni nuestra esperanza.

Kael sintió cómo su corazón latía con fuerza ante la valentía de su amiga, pero también una creciente inquietud ante la figura sombría que tenían frente a ellos.

—¿Quién eres? —preguntó Kael, tratando de mantener la voz firme.

El hombre levantó la cabeza lentamente, revelando unos ojos penetrantes que parecían atravesar su alma. —Soy un recordador; aquel que trae consigo las verdades olvidadas.

Con esas palabras resonando en el aire, Kael sintió un estremecimiento en su interior. ¿Qué verdades traería? ¿Serían recuerdos olvidados o secretos oscuros?

El extraño dio un paso adelante y levantó una mano enguantada hacia el cielo estrellado. —Solara no ha caído en el olvido sin razón; hay sombras en su pasado que deben ser enfrentadas.

Kael intercambió miradas con Lira y los demás habitantes del pueblo; todos parecían igualmente intrigados y asustados por la presencia del desconocido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lira, su voz temblando ligeramente.

—Hay fuerzas que han estado esperando este momento —dijo el hombre con voz grave—. Y si no están preparados para enfrentar lo que han olvidado… entonces Solara seguirá siendo solo un eco en el viento. Solo aquél que seduzca a la realeza traerá nueva vida a nuestro pueblo olvidado.

Las palabras resonaron en la plaza como un eco ominoso mientras Kael sentía cómo su corazón se hundía en su pecho. ¿Qué oscuridad acechaba tras las sombras del pasado?

Con cada palabra del extraño, una sensación de inquietud se apoderaba del aire; el festival que había comenzado como un renacer ahora parecía estar al borde del abismo.

El hombre oscuro dio un paso atrás, dejando caer su capa al viento nocturno mientras sus ojos ardían intensamente. —Recuerden esto: lo olvidado siempre regresa para reclamar lo suyo.

Y con esas últimas palabras resonando en sus corazones, el extraño desapareció en la oscuridad, dejando a Kael y a los demás sumidos en un silencio inquietante…

¿Qué significaban realmente sus palabras? ¿Estaban preparados para enfrentar lo desconocido? El futuro de Solara parecía más incierto que nunca mientras las sombras comenzaban a danzar nuevamente entre ellos…

Nuestro Encuentro

La luz del amanecer se filtraba a través de las ventanas del palacio, creando patrones dorados sobre el suelo de mármol. Aric, el príncipe heredero, se encontraba sentado en su escritorio, rodeado de documentos y cartas que parecían multiplicarse con cada día que pasaba. Las responsabilidades pesaban sobre sus hombros como una armadura, y aunque la vida en el palacio era lujosa, se sentía atrapado en una jaula dorada.

La voz de su padre resonaba en su mente: “Un príncipe debe ser fuerte y responsable”. Pero Aric no quería ser solo un símbolo; anhelaba ser libre, explorar el mundo más allá de los muros del castillo y, sobre todo, encontrar su propio camino. Esa mañana, mientras revisaba un tratado sobre alianzas comerciales, una idea audaz comenzó a formarse en su mente. Era hora de escapar nuevamente.

Con un suspiro decidido, Aric cerró el documento y se levantó. Miró por la ventana hacia el vasto jardín que rodeaba el palacio. En la distancia, más allá de los límites del reino, se extendía un bosque denso y misterioso. Era un lugar que había explorado en su infancia, lleno de secretos y aventuras. En ese momento, el bosque lo llamaba como un canto lejano.

—¿Dónde vas, Alteza? —preguntó una voz suave detrás de él.

Era su sirviente, Elyas, quien lo miraba con preocupación mientras quitaba de su frente su larga cabellera dorada. Aric sonrió, tratando de ocultar su creciente ansiedad.

—Solo necesito tomar aire fresco —respondió, evitando la mirada inquisitiva de Elyas.

Aric no podía permitir que nadie supiera sus intenciones. Con un gesto rápido, recogió una capa oscura y se la puso por encima de su ropa real. La tela era pesada, pero le otorgaba una sensación de anonimato. Se dirigió hacia la puerta con paso decidido.

—Alteza… —Elyas lo siguió—. No deberías salir sin un guardia. Es peligroso.

—Lo sé —dijo Aric, deteniéndose un momento para mirar a su fiel amigo—. Pero necesito esto. Prometo que volveré pronto.

Elyas frunció el ceño, pero no pudo hacer nada más que asentir. Aric salió del palacio con el corazón acelerado y la adrenalina corriendo por sus venas. Cada paso lo acercaba a la libertad que tanto deseaba.

El jardín estaba tranquilo, y Aric se movió rápidamente entre los arbustos y flores, evitando las miradas curiosas de los guardias. Finalmente, llegó al borde del bosque. La brisa fresca le acarició el rostro y sintió cómo la tensión comenzaba a disiparse.

El bosque lo recibió como un viejo amigo. Los árboles altos lo envolvían en una sombra protectora mientras se adentraba en su interior. Aric respiró hondo; el aire era diferente aquí, impregnado del olor a tierra húmeda y hojas verdes. A medida que avanzaba, el murmullo del viento entre las ramas parecía susurrarle secretos olvidados.

Las horas pasaron mientras Aric corría entre los árboles, dejando atrás las preocupaciones del palacio. Sin embargo, a medida que se adentraba más en el bosque, comenzó a sentir una mezcla de emoción y ansiedad. ¿Qué haría una vez que llegara al pueblo? No tenía un plan claro, pero eso era parte de la aventura.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, emergió del bosque y se encontró frente a un pequeño pueblo que gracias al pasado fastival y a pesar del extraño suceso estaba vibrante y lleno de vida. Las casas estaban construidas con concreto y madera oscura y tejados de tejas oscuras, y el aire estaba impregnado del aroma del pan recién horneado. Aric sintió cómo su estómago rugía; había olvidado lo mucho que disfrutaba de las cosas simples.

Mientras caminaba por las calles decoradas anteriormente.

—¿Puedo ayudarte con algo? —preguntó un anciano mientras Aric contemplaba un puesto de frutas.

El príncipe sonrió, sintiéndose un poco fuera de lugar. —No, gracias. Solo estoy explorando.

El anciano lo miró con curiosidad antes de continuar con su trabajo. Aric se sintió ligero al poder interactuar con la gente sin el peso de su título sobre sus hombros. Sin embargo, algo dentro de él anhelaba más que solo pasear por el pueblo; quería conectarse con alguien que pudiera entender su lucha interna.

Fue entonces cuando escuchó una risa cercana que atrajo su atención. Siguiendo el sonido, se encontró frente a una pequeña librería adornada con flores en las ventanas. El letrero colgante decía "El Refugio de las Palabras". Sin pensarlo dos veces, empujó la puerta y entró.

El interior era acogedor; estanterías llenas de libros cubrían las paredes y un suave aroma a papel viejo llenaba el aire. En una esquina, un joven estaba sentado en una mesa, absorto en un libro, su figura era hermoso y enigmática. Tenía el cabello violeta y desordenado y unos ojos azules brillantes que parecían capturar cada palabra escrita.

Aric no pudo evitar acercarse; había algo cautivador en la forma en que el chico se sumergía en su lectura. Cuando finalmente notó la presencia del príncipe, levantó la vista con sorpresa.

—¡Oh! No te vi entrar —dijo el joven con una sonrisa amplia—. Soy Kael. ¿Te gustan los libros?

Aric sonrió ante la calidez de Kael. —Sí… me encantan. Aunque no he tenido mucho tiempo para leer últimamente.

Kael levantó una ceja curiosa. —¿Por qué no? Hay tanto por descubrir en las páginas.

El príncipe sintió cómo una chispa de conexión comenzaba a formarse entre ellos. —Mis responsabilidades suelen ocupar todo mi tiempo —admitió—. Pero he decidido tomarme un descanso hoy.

Kael lo observó con atención antes de sonreír nuevamente. —A veces es necesario escapar de nuestras responsabilidades para encontrar quiénes somos realmente.

Las palabras resonaron en el corazón de Aric como un eco familiar. Era exactamente lo que había estado buscando: alguien que entendiera su lucha interna por la libertad y la identidad.

—¿Tienes algún libro favorito? —preguntó Aric, sintiéndose cada vez más cómodo en la presencia de Kael.

—Hay uno en particular que me encanta: habla sobre un joven príncipe que busca su propia verdad en un mundo lleno de expectativas —dijo Kael con entusiasmo—. Es inspirador ver cómo enfrenta sus miedos y descubre quién es realmente.

Aric sintió cómo su corazón latía más rápido al escuchar esas palabras; era como si Kael hablara directamente a él. —Suena fascinante… ¿Puedo leerlo?

Kael se levantó rápidamente y fue hacia una estantería cercana. Mientras buscaba entre los libros, Aric no pudo evitar observarlo; había algo especial en la forma en que Kael se movía entre las páginas, como si cada letra tuviera vida propia.

Finalmente, Kael regresó con un libro en sus manos y se lo entregó a Aric. —Aquí está. Espero que te guste.

Aric tomó el libro con gratitud y comenzó a hojeando las páginas. Las palabras parecían cobrar vida mientras leía fragmentos aleatorios; había algo mágico en ese momento que lo llenaba de esperanza.

—Gracias… realmente aprecio esto —dijo Aric sinceramente.

Kael sonrió nuevamente, pero había algo en su mirada que hizo que Aric se sintiera expuesto. Era como si Kael pudiera ver más allá de la fachada del príncipe y vislumbrar sus verdaderos deseos.

—Siempre es bueno compartir historias —respondió Kael—. Los libros tienen el poder de unir a las personas.

Aric asintió, sintiendo cómo una conexión profunda comenzaba a florecer entre ellos. Era extraño sentirse tan cómodo con alguien después de haber estado tan atrapado en su mundo real durante tanto tiempo.

Sin embargo, antes de que pudiera profundizar más en la conversación, un estruendo repentino interrumpió el ambiente tranquilo de la librería. La puerta se abrió violentamente y varios hombres armados entraron al establecimiento, sus rostros serios y decididos.

—¡Buscamos al príncipe! —gritó uno de ellos—. ¡Nadie puede salir!

El corazón de Aric se detuvo por un momento mientras todos los ojos se volvían hacia él. El peligro había llegado; su escapada había sido descubierta y ahora estaba atrapado entre dos mundos: el deseo de libertad y la realidad aplastante de sus responsabilidades.

Kael lo miró con preocupación mientras los hombres comenzaban a avanzar hacia él. Aric sintió cómo la adrenalina comenzaba a fluir nuevamente por sus venas; sabía que tenía que actuar rápido.

—¡No soy quien buscan! —gritó Aric mientras retrocedía lentamente hacia la parte trasera de la librería—. ¡Déjenme salir!

Pero los hombres no parecían dispuestos a escuchar; estaban decididos a capturarlo sin importar las consecuencias. La tensión llenó el aire mientras Aric buscaba una salida desesperadamente.

Kael lo miró fijamente, comprendiendo la gravedad de la situación. Sin pensarlo dos veces, se acercó a Aric y dijo: —¡Ven conmigo! Hay una salida secreta detrás de esta estantería.

Aric sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras seguía a Kael hacia la estantería oculta detrás de ellos. Sabía que este podría ser su último momento de libertad si no actuaban rápido, era curiosa la gran agílidad de Kael y sus rápidas reacciones.

Los hombres comenzaron a avanzar hacia ellos mientras Kael empujaba la estantería para revelar un pequeño pasaje oscuro detrás de ella.

—¡Rápido! —exclamó Kael mientras ambos entraban al pasadizo estrecho.

Aric sintió cómo la oscuridad los envolvía mientras corrían por el túnel oculto. La adrenalina corría por sus venas mientras escuchaba los gritos de los hombres detrás de ellos.

¿Lograrían escapar? La pregunta resonaba en su mente mientras se adentraban más en la oscuridad del pasadizo, dejando atrás todo lo conocido para enfrentarse a lo desconocido juntos.

El eco de sus pasos resonaba en las paredes frías mientras corrían hacia unos minutos de libertad o hacia un destino incierto…

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