El bosque estaba en calma. Las ramas de los árboles bloqueaban la luz de la luna, dejando apenas un rastro tenue que no iluminaba lo suficiente. Louise avanzaba con pasos calculados, vigilando cada movimiento bajo sus pies. El suelo estaba cubierto de hojas secas y raíces que sobresalían. Tropezar o hacer ruido era algo que no podía permitirse.
El frío era intenso, más de lo que esperaba. Respirar le dolía, como si el aire le cortara por dentro. Había envuelto su cuerpo con una capa rota que encontró semanas atrás, pero apenas le servía de abrigo. Sus manos temblaban ligeramente, y aunque sabía que era por el frío, también lo era por el miedo.
Había aprendido a desconfiar del bosque. Su madre siempre le decía que el peligro podía estar en cualquier lugar: en las sombras, en el silencio, incluso en la brisa. Esas palabras se repetían en su cabeza mientras caminaba. Ahora, sin ella, esas advertencias parecían más reales que nunca.
El olor a sangre llegó antes de que pudiera reaccionar. Era débil, pero estaba ahí. Louise se detuvo de inmediato, escuchando. Su corazón se aceleró, pero no se movió. Sabía que los impulsos podían costarle la vida. Miró a su alrededor, tratando de localizar la dirección de aquel olor. Todo parecía quieto, como si el bosque estuviera conteniendo la respiración.
"Calma", se dijo. No era la primera vez que sentía ese aroma en el aire, pero nunca dejaba de ponerle los nervios de punta. Podría tratarse de animales, de humanos… o de vampiros. No tenía forma de saberlo sin exponerse, y eso era un riesgo que no pensaba correr.
Después de unos minutos, cuando no oyó nada extraño, decidió seguir avanzando. Sus piernas estaban cansadas, y la capa no ayudaba a detener el frío que sentía en los huesos. Apretó los puños y continuó, porque detenerse no era una opción. Si lo hacía, el bosque podría reclamarlo como había hecho con tantos otros.
Había pasado semanas sobreviviendo de cualquier cosa que encontrara: frutos secos, raíces comestibles, incluso agua estancada. Pero esos días eran mejores que los primeros. Recordar el ataque que acabó con su madre y se llevó a su hermana era algo que evitaba siempre que podía. Esos recuerdos lo paralizaban, lo llenaban de culpa y rabia.
Su madre siempre había sido fuerte, incluso cuando el mundo se derrumbó a su alrededor. Había protegido a Louise y a su hermana con todo lo que tenía. Y al final, había pagado con su vida. Louise no podía permitirse el lujo de olvidar eso.
“Sobrevive, Louise. Por tu hermana. Por ti”, murmuró en voz baja, como si repetirlo lo hiciera más real.
Ella era lo único que le quedaba. Su hermana estaba ahí fuera, en algún lugar, probablemente sufriendo o peor. La idea lo mantenía despierto por las noches, y era lo que lo obligaba a seguir avanzando a pesar del cansancio. No podía fallarle. No después de todo lo que habían perdido.
Louise apretó los dientes mientras seguía caminando. El bosque parecía interminable, cada árbol igual al anterior, cada sombra igual de amenazante. Pero eso no lo detenía. Cada paso que daba lo acercaba más a su objetivo. O al menos eso quería creer.
Era consciente de lo que significaba ser un omega, aunque su madre siempre había insistido en mantenerlo en secreto. Había escuchado historias, leyendas de lo que los vampiros harían si supieran lo que él era. Era más que miedo lo que lo mantenía alerta; era un instinto de supervivencia.
El viento sopló más fuerte de repente, levantando hojas y llenando el aire con un sonido hueco. Louise se detuvo de nuevo, esta vez más alerta. Algo no estaba bien. Miró a su alrededor, intentando encontrar la fuente de su inquietud, pero no vio nada. Aun así, su cuerpo sabía lo que su mente trataba de negar: no estaba solo.
El silencio se hizo más pesado, más opresivo. No se oían animales, ni siquiera el viento. Louise sabía lo que eso significaba. Respiró hondo, preparándose para lo peor, y avanzó con más cautela. Si lo estaban siguiendo, tendría que mantenerse un paso adelante.
Había sobrevivido hasta ahora, y lo seguiría haciendo. Porque su hermana lo necesitaba, y él no iba a dejarla sola.
Louise no notó la presencia de la sombra hasta que fue demasiado tarde. El viento, que antes susurraba entre las hojas, se detuvo de repente, dejando un vacío inquietante. El murmullo del bosque desapareció, reemplazado por un silencio tan absoluto que el latido de su corazón se sintió ensordecedor. Su respiración se aceleró, pero un frío inexplicable parecía apoderarse de sus sentidos, haciéndole difícil pensar con claridad.
Un sonido leve, el crujido de una rama rota, lo hizo girar bruscamente. Entre las sombras de los árboles, una figura comenzó a tomar forma, avanzando con pasos lentos pero seguros, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Louise retrocedió instintivamente, aunque pronto se dio cuenta de que algo en el ambiente lo mantenía anclado, incapaz de moverse más allá de unos pasos.
Cuando la figura finalmente salió a la luz de la luna, el aire pareció hacerse más pesado. Louise sintió un escalofrío recorrerlo de pies a cabeza mientras sus ojos se posaban en el intruso.
El vampiro era alto, con una piel tan pálida que parecía casi translúcida bajo la luz tenue. Sus cabellos rubios caían como oro líquido sobre sus cejas, enmarcando un rostro que parecía esculpido en mármol, hermoso de una forma inhumana, aterradora. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos: un par de rubíes que brillaban con un fulgor antinatural, devorando la oscuridad con una intensidad que hacía que el corazón de Louise se detuviera.
Por un momento, Louise pensó que debía estar soñando, pero el instinto de supervivencia que gritaba en su interior le aseguraba que todo aquello era real. Tragó con dificultad, intentando ignorar el temblor en sus piernas, mientras el vampiro avanzaba un paso más.
—Por fin te encontré —dijo la figura, su voz baja y controlada, pero cargada de una autoridad que hacía vibrar el aire.
Louise sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. No había forma de ocultar el miedo en su voz cuando finalmente logró hablar.
—¿Q-Quién eres?
El vampiro sonrió, y aunque la expresión no mostró sus colmillos, la ausencia de calidez en ella resultó más aterradora que cualquier gesto hostil. Era una sonrisa fría, calculada, que parecía disfrutar del efecto que tenía en él. Dio otro paso hacia adelante, acortando la distancia entre ambos con una calma que solo podía venir de alguien completamente seguro de su dominio.
—Dorian Vespera, rey del Imperio Vespera —dijo, su tono tan natural como si estuviera anunciando la hora, pero con un peso que resonaba como un trueno en los oídos de Louise.
El nombre hizo sentido en su mente. Había escuchado rumores, historias sobre el rey de los vampiros. Decían que era un conquistador implacable, que había sumido en la oscuridad a aquellos que se atrevían a desafiar su dominio. Pero ninguna de esas leyendas lo había preparado para enfrentarse a la realidad.
Dorian siguió avanzando, sus pasos eran ligeros, casi inaudibles, pero cada uno parecía acercar más la sombra de su poder sobre Louise. El joven retrocedió torpemente, pero tropezó con una raíz que sobresalía del suelo, haciendo que casi perdiera el equilibrio.
—¿Qué... qué quieres de mí? —preguntó finalmente, su voz baja y llena de miedo.
La sonrisa de Dorian se amplió, y algo en sus ojos brilló con diversión, como si la pregunta lo entretuviera. Sin embargo, la respuesta no tardó en llegar.
—Tu sangre, tu esencia... —murmuró mientras lo observaba detenidamente, inclinando ligeramente la cabeza como si tratara de leer algo en él—. Hay algo en ti que he estado buscando durante mucho tiempo.
El corazón de Louise se aceleró aún más, y su mente cuestionaba lo que acababa de escuchar, ¿Qué tenía de especial su sangre? ¿Que esencia?. Pero no podía concentrarse lo suficiente como para formular otra pregunta. La presencia de Dorian lo abrumaba, como si el aire mismo se hubiera convertido en un muro invisible que lo mantenía atrapado.
El vampiro extendió una mano, lenta y deliberadamente, hasta que sus dedos se cerraron suavemente alrededor de la muñeca de Louise. Su toque era frío, pero no desagradable, aunque el simple contacto hizo que Louise sintiera como si su energía se desvaneciera poco a poco.
—No temas... —susurró Dorian, su voz resonando de manera inquietante, como una melodía que no desaparecía—. No voy a matarte... al menos no todavía.
Louise quiso apartarse, pero su cuerpo no respondía. La presión alrededor de su muñeca no era violenta, pero resultaba inamovible. La vista comenzó a nublarse, y la última chispa de energía que le quedaba se desvaneció rápidamente.
Mientras la oscuridad lo envolvía, un único pensamiento cruzó su mente: la promesa que le había hecho a su hermana. No podía dejarla sola. No podía rendirse. Pero la fuerza que lo dominaba era demasiado abrumadora.
Y entonces, todo se apagó.
La oscuridad envolvía a Louise como un manto denso, mientras las garras invisibles del miedo se cerraban sobre su garganta. Las palabras de Dorian Vespera resonaban en su mente, un eco cargado de promesas veladas y un poder que parecía provenir de los mismos abismos de la noche. Cada vez que parpadeaba, los ojos rubí del vampiro se clavaban en él, destilando una fuerza que hacía temblar sus rodillas.
El mundo se desdibujó alrededor de Louise, la claridad de los árboles y el suelo cubierto de hojas marchitas se desvaneció mientras Dorian lo arrastraba con una facilidad alarmante. Intentó resistirse, forcejeando contra el agarre que lo mantenía atrapado, pero sus músculos no respondían como deberían. Una oleada de náuseas lo atravesó, como si la mera presencia del vampiro debilitara la esencia de su ser.
—Déjame... —murmuró, su voz apenas un hilo, ahogado por la presión en su pecho—. No sé quién crees que soy, pero...
—Silencio —cortó Dorian con una frialdad que le heló la sangre—. Lo sabes tan bien como yo, omega. No pierdas tiempo fingiendo. Tu naturaleza es tan clara para mí como el brillo de la luna. Y ahora que te he encontrado, no te dejaré ir.
Louise sintió que el peso de esas palabras caía sobre él como una losa. ¿Omega? ¿Cómo podía saberlo? Su madre había sido cuidadosa hasta el último aliento, ocultándolo, protegiéndolo del mundo exterior. Había sido su secreto más guardado, su condena oculta. Sin embargo, Dorian había visto a través de todo, como si sus ojos fueran capaces de desnudar el alma misma. Louise luchó por entender, pero su mente se nublaba entre el miedo y el agotamiento. Todo lo que quería era retroceder, escapar del contacto gélido de Dorian, pero el vampiro era implacable.
—Por favor... —suplicó, las palabras escapando antes de poder contenerlas. Pero en el rostro de Dorian, no había compasión.
El rey vampiro lo observó con una mezcla de curiosidad y algo más oscuro, un brillo predador en su mirada que hacía que cada fibra de su ser se tensara. Louise sabía que para los vampiros, los omegas eran leyendas, relatos perdidos en la noche de los tiempos. Seres con la capacidad de dar vida a linajes puros, una capacidad que había sido exterminada por la ambición de su propia especie. Nunca había pensado que su existencia pudiera ser algo más que un peso sobre sus hombros. Pero ante Dorian, su ser parecía transformarse en un objeto de valor incalculable.
—¿Por qué...? —empezó a decir, pero Dorian lo interrumpió con una risa baja, casi un murmullo.
—¿Por qué he cruzado continentes y alzado guerras para encontrarte? ¿Por qué no te devoro aquí mismo? —sus palabras eran suaves, pero cargadas de un tono peligroso—. Eres una llave. Una que lleva hacía un futuro donde mi linaje será el que domine por encima de todos. Pero no es necesario que entiendas eso ahora. Pronto lo harás.
Louise tragó saliva, sintiendo que un terror primitivo lo desgarraba desde dentro. Las promesas de Dorian eran como veneno, envolviendo su mente y su cuerpo en un estado de sumisión que odiaba. Nunca había querido ser una pieza en el juego de nadie, y menos aún de un monstruo como él.
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