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Una Luna Para El Alfa

Manadas

En la manada Sombra Lunar, los niños corrían por aquel extenso y mágico bosque lleno de vegetación, donde los altos y majestuosos árboles les daban una reconfortante sensación de seguridad. Las casas, modernas y amplias, se alzaban en medio del frondoso bosque, agregando un toque encantador al lugar, casi mágico a la vista.

Lyra, una pequeña niña de ojos marrones y cabello lacio y castaño claro, corría con su cuaderno hacia la escuela de la manada. La emoción se reflejaba en su rostro mientras cruzaba la entrada y la maestra, una anciana sabia y respetada, la recibía con una cálida sonrisa.

—Pequeña, deja de correr. Podrías caer —le dijo la anciana, con un tono amable.

Lyra solo se muestra sorprendida y asiente con la cabeza. Amaba aprender, y la escuela era su refugio, el lugar donde podía distraerse de su fría y solitaria casa. Su padre, el alfa de la manada, se esforzaba por darle todo lo que necesitaba, pero sus responsabilidades lo mantenían siempre ocupado. Había días, incluso semanas, en los que Lyra apenas lo veía. Y su madre… su madre había muerto al darla a luz, un hecho que algunos consideraron un presagio oscuro. Muchos en la manada mantenían sus distancias de la niña, como si cargar con la muerte de su madre al nacer la convirtiera en una pequeña maldita.

Cuando Lyra se sentó en su lugar, la anciana se dirigió a todos los niños.

—Bien, mis pequeños lobos, hoy hablaremos sobre las manadas de nuestro reino. Como saben, existen cinco grandes manadas, y cada una de ellas es especial. Entre las tres principales está la manada Fénix Oscuro. Son conocidos por su perseverancia y valentía, siempre renacen con fuerza en el campo de batalla. Su alfa, Richard Black, es un líder sabio y decidido. Pronto, él cederá su lugar a su hijo, Dorian, como es tradición entre los alfas.

Lyra, con la curiosidad chispeando en sus ojos, levantó la mano.

—Dime, Lyra —dijo la anciana con una sonrisa paciente.

— ¿Qué pasa si un alfa no tiene un hijo varón para heredar el liderazgo? —preguntó Lyra, con genuina curiosidad.

La anciana suspiro, apreciando la inteligencia detrás de las preguntas de la pequeña.

—En casos excepcionales, la Diosa Luna elige a uno de los lobos para darle el poder de un alfa, pero esto es muy poco común. La última vez que la Diosa Luna nombró a un alfa fue hace dos mil años.

Lyra levantó otra vez la mano, impaciente por resolver todas sus dudas.

—Entonces, en nuestra manada, ¿la Diosa Luna también elegirá al próximo alfa si mi papá no tiene otro hijo? —preguntó.

—Eso aún está por verso, pequeña —respondió la anciana con una sonrisa indulgente—. Tu padre es joven y podría tener un hijo varón algún día.

—Mi papá ya es mayor —insistió Lyra—. Yo ya tengo doce años, y él aún no ha tenido otro hijo.

Las palabras de Lyra hicieron que algunos niños cuchichearan. La ausencia de otro hijo del alfa era un tema delicado en la manada. Algunos confiaban en que la Diosa Luna les brindaría un líder fuerte cuando fuera necesario, mientras otros albergaban temores y dudas. Pero antes de que la conversación tomara un rumbo oscuro, otra niña, llamada Jane, intervino.

—Si tu padre no tiene más hijos, será culpa tuya, Lyra. Tú mataste a tu madre cuando naciste.

Lyra se giró, ofendida y furiosa.

—¡Eso no es cierto! —gritó, defendiéndose.

Jane soltó una risa burlona.

—Claro que sí. Mi mamá siempre dice que tu nacimiento fue un presagio oscuro, que traerás desgracias a nuestra manada.

La anciana intervino antes de que la situación se descontrolara.

—¡Silencio! —dijo, alzando la voz—. Vamos a continuar con la lección.

Las niñas intercambiaron miradas fulminantes antes de sentarse. La anciana prosiguió, intentando devolver la paz a la clase.

—La segunda gran manada es la nuestra, Sombra Lunar. Nos destacamos por nuestra conexión con la Diosa Luna, quien nos protege y nos otorga el sigilo en la oscuridad de la noche. Cada año, nuestros vecinos vienen a nuestro estanque lunar a ofrecer ofrendas para recibir los dones de la Diosa. Cuando ustedes, pequeños cachorros, lleguen a los dieciséis años, conocerán a sus lobos y podrán ofrecer una ofrenda para obtener el don de la Diosa.

Lyra, inquieta por la curiosidad, levantó la mano de nuevo.

—¿Y qué pasa con los demás jóvenes que vienen al ritual? ¿Recibiste algún poder? —preguntó.

La anciana molesta, pero al mismo tiempo complacida por el interés de Lyra.

—Todo depende de la manada a la que pertenezcan. Cada una tiene sus propios dones y habilidades especiales. Terminaré de explicarles las manadas y luego hablaré sobre el ritual.

La pequeña ascendiendo, y la anciana continuaron.

—La tercera manada es Colmillos de Hierro, conocida por su fuerza indomable y su dominio en el arte de la curación. Son expertos en plantas medicinales y en sanar heridas, un don único que se suma a su gran fuerza.

La anciana hizo una pausa para ver si todos estaban atentos antes de seguir.

—En cuarto lugar, tenemos la manada Garra Plateada. Son sabios y nobles, reconocidos en todo el reino por su amabilidad. Si alguna vez están lejos de casa y necesitan ayuda, pueden acudir a ellos, siempre les tenderán una mano.

Antes de que la anciana pudiera continuar, Jane, quien parecía disfrutar de molestar a Lyra, habló de nuevo.

—Lyra debería haber nacido en la manada Trueno Eterno. Mi mamá dice que son oscuros, con malas intenciones y violentos. Igual que ella.

Las risas de otros niños se estallaron, y Lyra, cansada de los insultos, se abalanzó sobre Jane, tirándole del cabello. Ambas niñas comenzaron una pelea, jalándose del pelo y lanzando rasguños hasta que la anciana logró separarlas y las castigó a correr cien vueltas alrededor del campo.

Las dos comenzaron a correr en círculos. Jane parecía soportar el castigo sin problema, pero Lyra, que nunca había sido especialmente fuerte, comenzó a cansarse pronto. Cuando llegó a la vuelta treinta y ocho, tropezó y cayó al suelo, desmayada.

Preocupada, la anciana la llevó hasta la curandera. La mujer frunció el ceño al observar el débil estado de Lyra. Ningún lobo, ni siquiera un niño, se desmayaría tan fácilmente solo por unas cuantas vueltas. La curandera examinó a Lyra en silencio, mientras su mente se llenaba de dudas y preguntas.

Había algo en la pequeña, algo oscuro o quizás simplemente inusual. Pero, fuera lo que fuera, estaba claro que no sería una vida fácil para Lyra.

Rechazo

Lyra caminaba por el territorio de la manada Trueno Eterno, donde llevaba tres años viviendo bajo un nombre y un estatus falsos. No era una omega cualquiera, como todos creían, sino la la hija de uno de los mas poderoso alfas del reino y, desde los quince años, respetada por muchos por haber recibido a su loba antes de la edad habitual, lo cual la había vuelto algo caprichosa y arrogante. La llegada temprana de su loba, kaela, había sido vista como un poderoso augurio, y su manada había ganado respeto incluso entre sus enemigos. Pero a pesar de ese prestigio, Lyra sintió que su destino estaba atado a otro lugar… o más bien, a otro lobo.

Desde que tenía seis años, su vida había cambiado cuando Lucian, el joven alfa de la manada Trueno Eterno, la rescató de un ataque de cazadores. Aquella noche, aunque apenas era una niña, sintió una conexión inexplicable con su salvador. Sin embargo, después de salvarla, Lucian simplemente se esfumó, regresando a su manada sin más. Desde entonces, Lyra no había podido olvidar esa conexión, y al investigar supo que él era el alfa de la famosa manada Trueno Eterno, una de las más temidas por sus orígenes y prácticas sombrías. Sabía que debía estar a su lado, era su compañero; Sin embargo, no había vuelto a verla ni parecía saber de su existencia.

Convencida de que el destino los uniría, discutió con su padre hasta lograr un acuerdo: Lyra podría buscar a Lucian y demostrarle quién era, pero lo haría bajo otra identidad. Si él la aceptaba y respetaba sin saber de su linaje, su padre aprobaría la unión. Pero si Lucian la rechazaba, debía volver a Sombra Lunar y olvidarse de él para siempre.

Hace tres años

―Te presentarías en esa manada como alguien sin rango ni apellido –le ordenó a su padre, su tono implacable mientras trataba de ocultar su preocupación–. Si Lucian te ama y respeta por quien eres realmente, tendrás mi bendición. Pero si no es así, regresarás a casa, a mi lado.

Lyra ascendió, segura de que Lucian sentiría el mismo vínculo que ella.

―Acepto.

Presente

Ahora, en la manada Trueno Eterno, Lyra vivía bajo el nombre de Sofía de Lavon y, para ocultar su linaje, usaba hierbas que escondían su naturaleza de alfa. Para todos, ella era una simple omega, lo que significaba trabajar como servidora y soportar tratos crueles. Con el tiempo, Lyra comenzó a descubrir la brutalidad que se vivía en esa manada. A diferencia de Sombra Lunar, aquí los omegas eran tratados como poco más que esclavos. Había sufrido castigos injustos, desprecio y ultrajes, todo en nombre de una prueba de amor que cada día parecía menos real.

A pesar de todo, había encontrado una amiga, Nessa Storm, otra omega que miraba a Lyra con curiosidad. Nessa era la única que notaba detalles en Lyra que no cuadraban con su supuesto origen humilde: su educación, su manera refinada de hablar y sus gestos delicados. Sin embargo, Nessa respetaba su silencio.

Un día, mientras ambas limpiaban la mansión del alfa, Nessa le comentó emocionada:

―Sabes, Lyra… el alfa Lucian llegará en unos días. Dicen que el rey de los licántropos ya les permite volver a su hogar.

―¿Así que vuelve? –Lyra murmuró, intentando que su voz no revelara sus emociones, aunque su corazón latía con fuerza.

Nessa le lanzó una mirada cautelosa.

―Ten cuidado. El alfa Lucian no es como los demás. Aquí nadie es suave, pero él menos que nadie.

Lyra sonriendo, restándole importancia.

―Creo que exageran, como hacen con el rey alfa Caelan.

Nessa se alteró, lanzando una mirada nerviosa a su alrededor.

―¡Calla! ¿Acaso buscas tu muerte? Ningún omega debería mencionar el nombre del rey alfa con tanta familiaridad. Si alguien te escucha, te meterás en un gran problema.

Lyra suspiro, recordando que nunca había tenido que restringirse de esa forma. Al ser la hija de un alfa, tenía privilegios y libertades que aquí, entre los omegas, parecían impensables. Sin embargo, a veces esas costumbres se le olvidaban, y la impulsividad de su linaje la llevaba a cometer errores. Nessa, intentando quitarle tensión al ambiente, cambió de tema.

―Vamos, tenemos que limpiar la habitación de Selene antes de que regrese de la caza.

Lyra puso los ojos en blanco al recordar a Selene, una mujer que parecía autoproclamarse la “luna” de la manada, como si fuera la elegida para estar al lado de Lucian. Los rumores sobre su relación con el alfa habían llegado hasta los oídos de Lyra, llenándola de una creciente incertidumbre. ¿Acaso Lucian había encontrado a otra “luna” en su ausencia? ¿Había alguien más en su vida, alguien que ocuparía el lugar que, por derecho de alma, debía ser suyo?

Sabía que pronto lo descubriría. La llegada de Lucian lo cambiaría todo, para bien o para mal.

Todos los sirvientes de la mansión estaban reunidos en el gran salón, esperando ansiosos la llegada del alfa. Lucian venía en su auto, cruzando las imponentes puertas de la manada Trueno Eterno. Conversaba con su beta, Theron, que estaba sentado a su lado en silencio, hasta que Lucian rompió el silencio con un tema que lo había estado rondando últimamente.

—He escuchado que la hija de Magnus Blackwood aún no encuentra a su compañero —mencionó Lucian, esbozando una sonrisa.

Theron asintió, observando el paisaje a través de la ventanilla del auto.

—También dicen que hace tiempo nadie la ha visto. Ni siquiera ha asistido a reuniones junto a su padre —añadió Theron con tono reflexivo.

Lucian sin apartar la mirada del camino.

—Aún así, no podemos ignorar el hecho de que es la única loba de linaje alfa que despertó a su loba antes de lo esperado. Eso es algo que llama la atención.

Theron dejó escapar una leve sonrisa, compartiendo los pensamientos de su alfa.

—Sin mencionar el poder de su padre. Quien se case con esa joven ganará mucho: una luna con fuerza inusual, un padre que es el segundo alfa más poderoso del reino y, además, la manada Sombra Lunar, la más fuerte de todas —concluyó Theron.

Lucian claramente con arrogancia y una chispa de frialdad iluminando sus ojos.

—Quién sabe, tal vez esa pequeña termine en mi cama algún día.

Theron sonrió a su vez, recordándole la situación actual.

—Selene te espera, no lo olvides.

—Selene es solo mi segunda opción, por si no llego a encontrar a esa chiquilla antes de que descubra a su compañero —replicó Lucian con despreocupación.

De repente, el olor de su mate lo envolvió, invadiendo su mente y sentidos al acercarse a la mansión. Theron, notando la tensión de su alfa, lo supervisa con interés.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

Los ojos de Lucian destellaron con el azul característico de los alfas de su nivel.

—Mi compañera está cerca —dijo, y una oscura emoción se encendió en su mirada.

Theron sonrió, animado.

—Magnífico. Ahora ve y conoce a tu compañera; esto fortalecerá a la manada.

Sin esperar más, Lucian bajó del auto, impaciente por encontrarse con su “luna”. Dentro de la mansión, Raik, su lobo, sintió la cercanía de su compañero y tomó el control. Todos en la sala inclinaron la cabeza, aterrados ante los ojos intensamente azules de su alfa. Lucian recorrió el lugar hasta que encontró los ojos marrones de una omega. La expresión de su lobo Raik se volvió desconcertada.

"¿Una simple omega? ¿Esto es lo que nos ha dado la Diosa Luna?" Gruñó Raik en la mente de Lucian.

Lucian arrugó el ceño. Frente a él, Lyra —o mejor dicho, Sofía, como se hacía llamar— le sonreía con esa misma conexión intensa que había sentido desde niña, segura de que él también la reconocería. Sin embargo, Lucian se acercó a ella con una furia helada.

—¿Quién demonios eres y qué haces en mi manada? —espetó con voz áspera.

Lyra, asumiendo que él solo necesitaba una confirmación de su identidad, respondió con calma:

—Soy Sofía, señor… y supongo que también soy su compañera.

Sin decir nada más, Lucian la tomó bruscamente del brazo, y frente a todos los presentes, la arrastró hacia la salida de la mansión. Lyra apenas podía entender lo que estaba pasando hasta que sintió el golpe de su rechazo.

—Yo, Lucian Blackthorn, te rechazo a ti, Sofía, como mi compañera.

El dolor era insoportable. Lyra sintió que su cuerpo se estremecía mientras su loba, Kaela, aullaba de sufrimiento en su mente.

"Duele, Lyra, duele mucho." El dolor y la humillación eran casi insoportables, pero con la poca fuerza que le quedaba, miró a Lucian con ojos llenos de odio y, con voz temblorosa, le devolvió las palabras que él tanto merecía.

—Yo, Sofía, te rechazo a ti, Lucian, como mi compañero.

La cara de Lucian se tornó de incredulidad y furia. ¿Cómo se atrevía una simple omega a rechazarlo a él, un alfa? Aunque él también sintió el dolor del rechazo, lo reprimió. Con una mirada fría, se inclinó hacia ella, susurrándole con un tono amenazante:

—Vas a pagar por tu impertinencia.

Dolor

Lyra apenas podía mantenerse en pie. Los guardias la arrastraban a través del pueblo, su cuerpo siendo forzado a avanzar mientras sentía cada piedra y cada mirada fría y burlona de los espectadores que se aglomeraban a su alrededor. La humillación era un fuego ardiente en su pecho, más doloroso aún que las manos ásperas de los guardias, que no dudaban en empujarla y sujetarla con fuerza cuando ella tropezaba.

Lucian caminaba unos pasos delante, sin mirarla, con una postura imponente y cruel que parecía disfrutar de la escena. Su voz cortante rompió el silencio en algún momento del trayecto.

—Este es el destino de los desobedientes —dijo en voz alta, sin volverse hacia ella—. Aquellos que no saben su lugar no merecen nada menos que un castigo ejemplar.

Lyra tembló al escuchar sus palabras. Sabía que él era despiadado, pero hasta ahora no había entendido realmente el alcance de su crueldad. “Una simple omega”, le había llamado, como si sus sentimientos y su devoción hacia él no significaban nada. La fuerza en sus piernas se desmoronó, pero los guardias tiraron de ella, obligándola a levantarse con un tirón doloroso en los brazos.

Al llegar a la celda, Lucian hizo un gesto hacia los guardias, indicándoles que la lanzaran al suelo de piedra fría y sucia. Lyra cayó de rodillas, su aliento quedó atrapado en su garganta cuando la puerta de la celda se cerró detrás de ella. Sus ojos comenzaron a arder de impotencia y rabia, pero antes de que pudiera reaccionar, Lucian se colocó frente a la celda, observándola con una sonrisa cruel.

—¿Sabes, Sofía? —dijo con veneno en su voz—. Debería sentirme ofendido por tus palabras, pero en realidad, me resultan divertidas. ¿Pensaste que podías rechazarme? ¿A mí? —Se echó a reír, una carcajada llena de desprecio.

Lyra intentó alzarse, pero sus piernas flaquearon. Le temblaban los labios y la rabia brotaba de su corazón como un río desbordado.

—No eres más que un cobarde —susurró, apenas con fuerza.

La sonrisa de Lucian desapareció en un instante, transformándose en una expresión de hielo y acero. Con un gesto a sus guardias, señaló hacia un látigo que reposaba en la pared de la celda. Estaba impregnado en acónito, una planta venenosa para los licántropos. Lyra contuvo el aliento; Conocía bien los efectos del acónito, y sabía que cada golpe sería un sufrimiento insoportable.

—Si deseas abrir esa boca para decir estúpidos comentarios, Sofía, será mejor que también la abras para gritar —murmuró Lucian, con una sonrisa perversa en los labios—. Porque te aseguro que lo harás.

Lyra intentó replegarse, pero los guardias la sujetaron con fuerza, presionándola contra la pared de la celda. No le dieron espacio para moverse ni para resistir. Ella apenas podía respirar, el miedo se enroscaba en su estómago mientras uno de los guardias alzaba el látigo. Entonces, el primer golpe resonó en la pequeña celda.

El dolor fue fulminante, como si fuego líquido atravesara su espalda. Lyra contuvo el grito, sus dientes apretados con tanta fuerza que sintió cómo la mandíbula le dolía. Pero el segundo golpe no tardó en llegar, y luego el tercero. Pronto, la piel de su espalda estaba desgarrada, y la sangre manchaba su camisa, empapando el suelo. La agonía de cada latigazo la dejaba jadeante, y con cada golpe, sintió que una parte de su alma se rompía y se perdía en la oscuridad de esa celda.

Lucian observaba la escena sin pestañear, sus ojos oscuros reflejando la malicia de un alfa sin misericordia.

—Una omega debe saber cuál es su lugar —sentencia con desdén—. Quizás este sea un buen recordatorio para ti, Sofía.

Terminada la tortura, los guardias se retiraron, dejando a Lyra retorciéndose en el suelo, incapaz de moverse sin sentir un dolor insoportable. La celda se sumió en un silencio espeso, mientras Lyra cerraba los ojos y trataba de calmar su respiración. Cada aliento era un tormento, cada movimiento una agonía.

A la mañana siguiente, no le dieron ni agua ni comida. Lyra apenas se mantenía consciente, los efectos del acónito aún desgarrando su sistema. Estaba débil y hambrienta, sus fuerzas desapareciendo poco a poco. Las horas pasaban sin que nadie se acercara a la celda, y cuando finalmente escuchó un ruido, fue la voz de Lucian dando instrucciones a los guardias.

—Asegúrense de azotarla diariamente. No quiero que sufra menos de lo que merece —ordenó con fría indiferencia.

Fue entonces cuando Lyra supo que no podía resistir mucho más. Necesitaba escapar o perecería en esa celda. Justo al caer la noche, una sombra se deslizó hacia ella. Era Nessa, su amiga de la manada, que había logrado escabullirse de los guardias para ayudarla.

—Sofia… —Nessa susurró al ver las heridas en su espalda y la gravedad de su estado. Las lágrimas inundaron sus ojos—. Esto es inhumano. No puedo dejarte aquí.

Nessa la ayudó a levantarse con cuidado, y cada movimiento hacía que Lyra reprimiera un grito de dolor. Con sigilo, ambos lograron salir de la celda y atravesar la el espeso bosque sin ser vistas, aunque cada paso que daba era un tormento para Lyra. Apenas había fuerzas en su cuerpo para sostenerse en pie, y la fiebre del acónito comenzaba a apoderarse de ella.

—Debemos llegar a la manada Garra Plateada —susurró Nessa mientras la ayudaba a avanzar—. Ellos nos ayudarán.

Lyra se estaba debilitando, sabiendo que esa era su única esperanza. Mientras se alejaba de la mansión, Lucian descubría la fuga y, en un acceso de furia, ordenaba la ejecución de los guardias que habían dejado escapar a su “omega”. Sin embargo, Lyra ya no miró hacia atrás. Lo único que le importaba era alejarse de él y sobrevivir para demostrar que la fuerza que Lucian había despreciado aún ardía en su corazón.

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