— Majestad, no puedo aceptar su propuesta; mi hija ya está comprometida, aunque no lo parezca, y algunos nobles duden de eso —dijo el duque Alfonso Mesellanas.
— ¿Seguirá dejando que ese príncipe humille de semejante forma a su familia? Lady Mesellanas está comprometida desde los cinco años de edad con el sexto príncipe del reino Talisman, pero este ya tomó una esposa legal y muchas concubinas, mientras su hija espera ser desposada —dijo el emperador, entregándole las pruebas al duque, quien, incrédulo, comenzó a leer todos los documentos con evidente enojo, pues el rey no le había informado nada y su hija estaba comprometida para ser la esposa legal, no una concubina, y no permitiría una humillación de esa manera.
— Si ese hombre hubiera tenido la intención de casarse con su hija, hace años habría venido a formalizar su compromiso y desposar a Lady Mesellanas, ¿no lo cree? — El emperador había logrado su cometido; el duque estaba dudando, y ¿qué padre no lo haría?, a menos que fuera un desalmado hambriento de poder.
— Lo pensaré —dijo el duque, aún consternado por toda la información.
— Le ofrezco la mitad de mi tesoro personal como dote —dijo el emperador en un intento por llamar la atención del duque, cosa que logró; el duque abrió los ojos sorprendido. Él había escuchado que la riqueza del emperador era tan grande como el mismísimo tesoro imperial.
— Majestad, disculpe mi indiscreción, pero no estoy vendiendo a mi hija. Si acepté el compromiso con el sexto príncipe para mi hija, fue porque lo conocí de niño y mi hija se llevaba bien con él, y en parte por la insistencia de mi esposa en que aceptáramos el compromiso, no por más estatus o poder —dijo el duque con firmeza.
— Perdón si mis palabras se malinterpretaron y lo ofendiero, no era mi intención. Es de conocimiento público la dote que entregó mi hermano a su esposa. El duque Vitaly siguió sus pasos; digamos que compartimos una forma un tanto inusual de honrar a la persona que amamos, y yo no me quiero quedar atrás. Quiero honrar a mi futura esposa con lo mejor. — El duque no estaba muy convencido. Si su hija asciende a emperatriz, será el blanco de muchos nobles codiciosos, lo que podría costarle la vida.
— Majestad, no quiero poner a mi hija en peligro. Al casarla con usted, será un blanco constante desde que anuncie su compromiso. Además, no quiero que mi hija esté casada sin amor. Yo amo a mi esposa; no condenaría a mi hija a un matrimonio frío. Por eso no insistí en que se casara apenas debutara en sociedad; quería que ella y su prometido se conocieran mejor —dijo el duque, haciendo referencia al matrimonio del emperador con la exemperatriz.
— Hagamos un trato: yo daré todo mi esfuerzo para enamorar a su hija. Si ella corresponde mis sentimientos, el matrimonio se llevará a cabo; y si no, será libre de todo compromiso. El compromiso se mantendrá en secreto para que no sea blanco de los nobles. Así sea hasta el matrimonio. — Al duque le pareció buena idea el acuerdo; el anonimato era lo mejor para su hija.
— Acepto el acuerdo —dijo el duque, satisfecho. El emperador mandó a redactar el acuerdo y ambos lo firmaron. El duque se retiró y el emperador mandó a un caballero a entregar un regalo discretamente.
— Majestad, el pedido ya fue entregado.
— Puedes retirarte. — Sonreí satisfecho, el plan estaba en marcha. Estoy decidido a recuperar el amor de mi esposa.
– He vivido tantas vidas que me resultan absurdas las personas que matan por poder y avaricia, o aquellas que quieren ser jóvenes eternamente. De nada sirve vivir sin un propósito o amor verdadero.
— Soy Gustavo Chevalier, el emperador del vasto imperio Terra Nova, pero durante muchos años fui el paladin de mi hermano. Fui testigo de cómo amó a su ahora esposa con todo el corazón en sus diferentes facetas.
— Han pasado siglos, pero yo sigo añorando su olor, su dulzura, su reconfortante presencia y su preciosa sonrisa, que iluminaba mis días.
— Mónica fue mi primer y único amor, una mujer apasionada por la medicina, devota en ayudar a los más desprotegidos. Le importaba poco lo que la sociedad pensara de ella. Aún recuerdo la primera vez que la vi.
Recuerdo
— Estaba recorriendo los pueblos para mantener el orden y la seguridad de los pobladores cuando vi a una hermosa señorita detenerse a ayudar a un hombre que estaba en decadencia. Sin asco alguno, untó la pomada en las heridas del hombre, mientras una señora lo jaloneaba para que se apartaran.
— ¡Me estás avergonzando! Levántate, tenemos que salir de aquí, ¿qué dirán mis amistades? —decía la mujer horrorizada.
— Madre, te puedes retirar cuando quieras; no necesito tu presencia estorbándome. —La joven terminó su labor y le dejó algo de dinero y unas pomadas al hombre. Cuando se levantó, su madre trató de golpearla y tuve que intervenir.
— Señora, límites en sus labores en el hogar. No puede ir por el imperio intimando y agrediendo a quien le plazca.
— ¿Y quién es usted para impedirme corregir a mi hija?
— Soy el segundo príncipe del imperio. —le dije, quitándome la capucha que me cubría el rostro. La mujer palideció al reconocerme; fue realmente gracioso.
— Altesa, yo...
— Guarde silencio, milady se encuentra bien.
— Sí, Altesa, gracias por su preocupación.
Fin del recuerdo.
— A pesar de que su madre era una dama con un comportamiento cuestionable, Mónica era incapaz de guardar rencor hacia esa mujer. Era tan noble y pura que cautivó mi corazón desde el primer momento; volver a verla solo ratificó mis sentimientos hacia ella. Ahora tenía una nueva oportunidad para volver a enamorarla.
El emperador
El Duque iba en su carruaje acompañado de su mejor amigo, el Marqués Salazar. Aún tenía dudas sobre el compromiso.
—¿Crees que hice bien en aceptar el acuerdo de su Majestad? ¿Qué piensa de esta situación? No creí que mi hija captara la atención del emperador —dijo el duque con cansancio. No es que él pensara que su hija no estuviera a la altura de ese compromiso, es solo que algunos nobles tienen la costumbre de ir por las jóvenes debutantes, y su hija hace años pasó esa edad.
— No me esperaba que el emperador quisiera casarse nuevamente. La ejecución de la emperatriz será pronto y su alteza, el primer príncipe, no gusta de sus deberes reales. Puede que esté buscando más descendencia o que haya caído rendido ante los encantos de tu hija; nunca se sabe con el emperador — dijo el marqués pensativo. La familia Chevalier era indescifrable. El archiduque se casó inesperadamente con la flor de la sociedad, una mujer que tenía tres años de haber debutado y cuya educación había sido similar a la de un hombre. El emperador se había fijado en una mujer que tenía la misma edad que la esposa de su hermano, aunque esta era un tanto torpe para algunas cosas. Mónica Mesellanas era la hija de su amigo, un respetado duque, pero era bien sabido que sus intereses estaban en el legado familiar: la medicina. Aunque, si la joven asciende a emperatriz, tendría el respaldo de la plebe y de dos damas extremadamente importantes, como lo son la duqesa de Vitaly, y la archiduquesa Chevalier, sin duda alguna eso le daba una gran ventaja.
— Mi esposa no debe saber esto; su indiscreción podría traernos problemas. — El duque amaba a su esposa, pero no era tonto; no arriesgaría la vida de su hija por las ambiciones de su esposa. Ellos, hace muchos siglos, descendían de la familia real, y su esposa estaba tratando de que su familia volviera a emparentarse con la realeza.
— Haces bien. — La duquesa era una dama un tanto conservadora, de esas que el estatus marcaba la diferencia. El marqués había sido testigo de cómo la duquesa clasificaba a las personas de su círculo por su estatus, aunque esta no había podido entablar conexiones con la duquesa de Vitaly y la archiduquesa Chevalier, un logro que su hija sí tuvo.
El duque dejó a su amigo el marqués en su palacio y se dirigió al ducado; tenía que enviar la carta para la ruptura cuanto antes.
Apenas llegó a su palacio, redactó la carta y la mandó al reino de Talisman, junto a las pruebas de la falla del príncipe hacia su familia. El rey no tendría más opción que romper el compromiso.
— Envía esta carta lo más rápido posible. — Desafortunadamente, la duquesa vio la interacción.
— Mi señor, ¿para quién es la carta? — preguntó la duquesa con cautela.
— Será enviada al reino Talisman. — El duque no respondió directamente a la pregunta; su esposa solía ser un tanto cuestionable.
— Oh, qué emoción, por fin esa niña berrinchuda se casará. Le has dado demasiada libertad; ya era hora de que cumpliera con su rol. Iré de compras, tengo que encontrar el vestido de novia perfecto. — dijo la duquesa, orgullosa. El duque se sobó la sien; tendría que decirle parte de la verdad antes de que cometiera una indiscreción.
— No, mujer, el príncipe se ha casado múltiples veces; tomó una esposa legal y varias concubinas. Esa carta es para solicitar el rompimiento del compromiso por no cumplir con lo pautado. — dijo el duque con calma.
— ¡Es culpa de esa hija ingrata! Si tan solo hubiese tomado mi consejo, no estaríamos pasando por esta vergüenza. ¡No podemos romper este compromiso! ¿Qué dirán de nosotros?
— ¿Pretendes que nuestra hija sea una concubina más? Yo no eduqué a una meretriz. De mi casa no salen cortesanas, y más te vale que no estés mal aconsejando a mi hija, porque eso no lo toleraré. Si nunca permití la entrada de concubinas en mi casa es porque aborrezco ese actuar.
— No, sería incapaz de aconsejar tal aberración. Lo digo porque hay formas de presionar al príncipe para que se divorcie de esas mujeres con las que se casó y le cumpla a nuestra hija.
— No haré eso. Si una de esas mujeres ya está embarazada, mi hija correría peligro. Además, ya firmé un nuevo compromiso con un noble destacable.
— ¿Con quién? —preguntó la duquesa con intriga.
— No te lo diré, será un secreto hasta la boda. Tu actuar deja mucho que desear; hay momentos en que te desconozco —le dijo el duque, mirándola a los ojos.
— Espero que sí sea alguien de mejor posición. dijo la duqesa sin entender lo que realmente le estaba diciendo su esposo.
— La posición es lo de menos. ¿O se te olvida que tu padre es un barón? —El duque siguió su camino, pero la duquesa estaba molesta; ella quería saber quién era el dichoso hombre.
Mónica había escuchado ya que se dirigía a ese pasillo, pero rápidamente emprendió su huida hacia su habitación; no quería ser descubierta por su madre.
— Me libré de un compromiso y entré en otro el mismo día. ¿Quién será mi nuevo prometido? — A la mente de Mónica se le vino una clara imagen del emperador cuando regresó cabalgando al palacio.
— Ese hombre es un pecado mortal, ya entiendo por qué a Sofía le gustaba —dijo Mónica, dándose golpecitos en el rostro para quitarse el calor de sus mejillas, pero su ensoñación se vio interrumpida por su madre, quien entró sin permiso a la habitación, tiró un ramo de flores al suelo y le dio una bofetada que dejó a Mónica desconcertada.
— ¡Eres una buena para nada! Por andar poniendo como prioridad a esos enfermos, ¡perdiste un buen compromiso! — le gritó la duquesa.
— Madre, ¿qué te sucede? ¿Por qué me golpeas? No sé de qué hablas, solo he respetado el legado familiar. ¿O se te olvida que somos un ducado donde se forjan doctores y parteras? — Mónica no iba a admitir que ya sabía la verdad, pero defendería fielmente su pasión por la medicina.
— ¡Si hubiera ido al reino Talisman a conquistar a tu prometido, como te lo ordenen, ya estarías casada! Tu compromiso con el séptimo príncipe está por romperse y quiero que salgas de esta habitación y vayas a hablar con tu padre para que cambie de parecer.
— Yo no tengo el poder para intervenir; se te olvida que soy mujer, madre. — La duquesa enfureció más; su hija estaba usando sus palabras en su contra.
— Eso es lo que quieres para tu vida: un estúpido ramo de flores. Ese es el esposo que quieres, que ni siquiera puede darte un buen obsequio —dijo la duquesa, presa de la ira. Ahora Mónica entendía la furia de su madre, y todo por un ramo de flores. Lo bueno era que su futuro esposo no sería del agrado de su madre, y eso era muy bueno para ella. Pero el escándalo que hizo la duquesa fue tan grande que el duque llegó furioso a la alcoba de su hija.
— ¡Pero qué está pasando! ¡Has perdido el juicio!
— ¿Qué pasa? ¡Que tu hija está desgraciando su futuro y arruinando la reputación de nuestra familia! ¡Un ramo de flores! Ese es el tipo de obsequios que mandará el supuesto prometido —dijo el duque, incrédulo. Todo ese escándalo por un ramo de flores. Su esposa había rebasado los límites de la cordura; su actitud no era normal.
—El prometido de Mónica es de un rango superior al sexto príncipe, un hombre destacable. Has perdido la cabeza por completo al golpear a nuestra hija por algo de lo cual ella no es culpable. Te irás con tu familia durante una buena temporada; quiero que hagas tus maletas. Te vas hoy para que reflexiones sobre tus actos —dijo el duque con severidad.
—No p...
—Soy tu esposo, y en este palacio se hará lo que digo. —La mujer no refutó y salió furiosa al no conseguir lo que quería.
—¿Estás bien? —le preguntó el duque a su hija.
—Sí —dijo Mónica, tratando de procesar el escándalo que hizo su madre.
— Cielo, no hay nada de qué preocuparse. El matrimonio con el sexto príncipe se canceló por faltas de él, no porque tú hayas tenido la culpa. ¿Qué piensas del regalo de tu prometido? —preguntó el duque con curiosidad.
— Lindo —dijo Mónica, sonriendo mientras recogía las flores. Grata fue su sorpresa al darse cuenta de que el colorido ramo estaba conformado por manzanilla, lavanda, caléndula, rosas y crisantemos, todas con propiedades medicinales, lo que la hizo sonrojarse, ya que su prometido parecía conocer sus gustos, cosa que el príncipe nunca hizo con los obsequios que algunas veces le envió.
El duque sonrió; al parecer, había subestimado al emperador, ya que este podría ser un buen esposo para su hija.
Monica
A diferencia del ducado, en el palacio todo estaba en calma. El emperador estaba compartiendo un entrenamiento con su hijo cuando surgió una conversación un tanto inesperada.
—¿Piensas casarte de nuevo? La corte está presionando mucho para que lo hagas. Además, yo no quiero ser emperador —preguntó el príncipe, tratando de mantener el ritmo de su padre.
—Sí, lo haré, pero no porque la corte esté presionando o porque tú quieras un hermano que cubra tus responsabilidades. Me gusta alguien. ¿Te molesta que quiera volver a casarme? —A pesar de que su hijo se muestra muy maduro, para el emperador seguía siendo su pequeño.
— Oh, no pensé que te fueras a enamorar de alguien. Y, respondiendo a tu pregunta, en comparación con otros emperadores, demoraste mucho en querer tomar otra esposa. Otro rey o emperador, estando en tu situación, habría matado a su esposa o la habría encarcelado para librarse del yugo. Durante muchos años, estuviste atado a una mujer que no amabas. No me molesta que quieras rehacer tu vida. ¿Cuándo será la ejecución de la emperatriz? —preguntó el príncipe, tratando de derribar a su padre, pero le era imposible.
— No la ejecutaré —respondió el emperador, volviendo a atacar, aprovechando que el príncipe dejó un punto de su defensa al descubierto, logrando derribarlo.
— Tienes que hacerlo; ella cometió traición —respondió el príncipe, levantándose con agilidad.
— Es tu madre —dijo el emperador, volviendo a atacar.
— Pero le falló al imperio —respondió el príncipe, defendiéndose del ataque, el tenía un sentido de serle fiel a las leyes, muy fuerte.
— La encerraré en un monasterio de por vida. Ella me dio algo realmente importante —dijo el emperador, desarmando a su hijo, y ambos quedaron en completo silencio.
— ¿Qué opina de Lady Mónica Mesellanas, la joven que acompañó a la duquesa y archiduquesa en el palacio? —preguntó el emperador, entregándole su espada a un caballero.
— Es linda, pero muy inocente; ve la bondad en donde no la hay. Su amabilidad podría traerle problemas. ¿Es ella con quien te quieres casar?
— Sí, ella aún no lo sabe. Quiero cortejarla antes de anunciar el matrimonio —dijo el emperador con firmeza.
— Tienes que cuidarte de los nobles. Ellos ya estarán formando alianzas para ver quién sería mas beneficioso para que ocupar el puesto de la emperatriz, aunque su estatus es sólido y cuenta con buenos soportes entre las damas —dijo el príncipe pensativo.
— Ellos no sabrán nada hasta que se celebre la boda.
— Padre —el príncipe hizo silencio por un momento; estaba realmente nervioso.
— Sí, puedes decirme lo que sea —dijo el emperador mientras caminaban hacia el palacio principal.
— Padre, quiero su aprobación para casarme. — El emperador casi se ahoga con su propia salida, así que se detuvo en seco, tosiendo lo más fuerte posible para calmarse.
— ¿Con quién te quieres casar? —preguntó el emperador, tratando de mantener la calma.
— Con Lady Cloy —dijo el príncipe sonrojado.
— ¿Lady Cloy? —preguntó el emperador intrigado; no sabía quién era la joven, aunque el nombre le parecía conocido.
— Es una doncella de la archiduquesa; es hija de un barón. Sé que su estatus no es el mejor, pero en realidad me gusta y quiero casarme con ella. — El emperador rebuscó en su memoria hasta que dio con la joven; entendió por qué su hijo estaba deslumbrado: su apariencia pelirroja era bastante inusual en el imperio.
Tengo entendido que esa señorita es un año mayor que tú. ¿Estás bien con eso? —Cuando la emperatriz trató de concertar un matrimonio entre Lady Margaret Vitaly de quince años y su pequeño hijo, mandó al príncipe de diez años fuera del alcance de la emperatriz.
—Sí, ella es solo un año mayor; no es mucha la diferencia —dijo el príncipe, avergonzado.
—Ella corresponde a tus sentimientos —preguntó el emperador, intrigado. La mayoría de las señoritas preferían caballeros mayores que ellas, no menores, así que temía que su hijo fuera despreciado cruelmente. Las señoritas solían ser más hirientes que el filo de una espada.
—No lo sé, aún no le he declarado mis intenciones. —Sin duda alguna, padre e hijo eran realmente parecidos en sus formas de actuar.
—Te acompañaré al archiducado para que hables con la joven, pero con una condición —dijo el emperador, continuando su camino.
—¿Cuál? —preguntó el príncipe emocionado.
—¿Estás dispuesto a cumplir mi condición? —preguntó el emperador para saber hasta dónde llegaría su hijo.
—Sí —respondió el príncipe apresuradamente, sin titubear.
—Solo te casarás cuando cumplas los dieciocho años.
—Padre, para eso faltan tres años —se quejó el joven príncipe, el en unos meses cumpliría sus quince años, la edad mínima para casarse.
—A los quince o dieciséis eres muy joven para entender muchas cosas. El matrimonio es para toda la vida; si no tienes la intención o no te ves con esa persona hasta el final de tus días, no te cases. Tu tío y yo no tuvimos elección cuando tuvimos que casarnos, pero tú sí la tienes. Esos tres años te ayudarán a conocerla bien y sabrás si la amas lo suficiente para querer casarte con ella —dijo el emperador de forma comprensiva; su hijo aún era muy inocente.
—Entiendo —dijo el príncipe, derrotado.
—Anda a alistarte, le daremos una visita a tu tío en el archiducado.
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