La luz azulada de la pantalla iluminó el rostro de Mathew Wells, bañándolo en un resplandor tenue en la oscuridad de su habitación. Había sido un día largo en la oficina, uno de esos días grises y monótonos que parecían interminables, y se había dejado caer en la cama con la intención de olvidar el mundo por un momento. Sin embargo, el mensaje que acababa de recibir lo obligó a abrir los ojos nuevamente.
“Hola, Mathew. ¿Cómo has estado?”
El nombre del remitente era uno que no esperaba ver, uno que lo arrastró de inmediato a un pasado que había intentado olvidar: Alec Moon. Su antiguo compañero de secundaria, el mismo Alec que ahora era una celebridad. El hombre que llenaba las pantallas y los titulares con su sonrisa perfecta y su vida glamorosa en Malibú. Alec Moon, el chico inalcanzable que todos admiraban y que él apenas había conocido de lejos.
Mathew se quedó mirando el mensaje, sus dedos dudando sobre el teclado mientras un torbellino de emociones lo invadía. Alec había sido parte de su adolescencia, aunque en una forma distante y, en muchos sentidos, dolorosa. Para Alec y su grupo de amigos, Mathew no había sido más que una sombra en los pasillos, alguien a quien apenas notaban. Y, sin embargo, hubo un momento en que sus caminos se cruzaron, un instante de confesión y vulnerabilidad que Mathew todavía recordaba con una mezcla de vergüenza y amargura.
Había sido en el último año de secundaria cuando, en un arrebato de valentía o quizás ingenuidad, Mathew se había confesado a Garrett, el mejor amigo de Alec. Recordaba el rostro de Garrett, su risa contenida, la forma en que había hecho de ese momento una broma cruel compartida entre susurros con los demás. Alec, como el resto, había mirado desde lejos, sin una pizca de interés. Era un recuerdo que Mathew había enterrado, un recuerdo que ahora, ante el mensaje de Alec, resurgía con una intensidad inesperada.
¿Qué podría querer Alec ahora? ¿Por qué, después de tantos años, había decidido escribirle? Mathew dudó, su mente vacilando entre ignorar el mensaje y responder. Una parte de él, la que aún anhelaba algo de atención, se inclinaba a contestar. Quizás esta vez sería diferente, quizás Alec había cambiado y quería una conexión genuina.
Con un suspiro, Mathew comenzó a escribir una respuesta, sus dedos moviéndose lentamente sobre el teclado. Las primeras palabras eran formales, casi distantes, pero había una esperanza en su interior que no podía negar. Tal vez esto podría ser el inicio de algo real.
Sin embargo, lo que Mathew no sabía era que detrás de ese mensaje casual se escondía una cruel broma. Alec y sus amigos, en una noche de copas y risas, habían decidido recordar viejos tiempos, y Mathew, para ellos, no era más que una anécdota. Aquella vez en la secundaria, el chico tímido que se había atrevido a confesar su amor y había sido humillado, era ahora el objeto de una nueva broma. La idea de escribirle había surgido como un juego, una forma de pasar el rato, sin imaginar que, al otro lado, Mathew leería ese mensaje con un corazón abierto y vulnerable.
Y así, al enviar su respuesta, Mathew dio el primer paso hacia una red de engaños que estaba a punto de envolverlo. En ese momento, no podía saber que cada palabra, cada sonrisa y cada gesto serían parte de una verdad mucho más cruel. La inocencia con la que había leído ese mensaje estaba destinada a desaparecer, y pronto, Mathew descubriría que el amor y el odio pueden entrelazarse en formas terribles.
En el mundo de Alec Moon, nada era lo que parecía… y Mathew estaba a punto de enfrentarse a la verdad más despiadada de todas.
Mathew Wells dejó caer su bolso en el suelo, escuchando el eco de la llave al caer sobre la mesa junto a la puerta. Exhaló profundamente, como si ese simple acto pudiera liberarlo del peso de un día interminable de trabajo. La noche envolvía su pequeño departamento en penumbras, y solo el resplandor pálido de la pantalla de su teléfono iluminaba el espacio vacío. Apenas había tenido fuerzas para quitarse la chaqueta y dirigirse al sofá cuando la vibración del teléfono rompió el silencio.
Sin pensar demasiado, lo tomó y miró la notificación. El mensaje era breve, casi insignificante en apariencia, pero el nombre que lo acompañaba hizo que Mathew se detuviera, su corazón acelerándose en un instante. Alec Moon. Un nombre que traía consigo recuerdos borrosos y dolorosamente vívidos, todo a la vez. Alec, el chico inalcanzable del último año de secundaria, ahora convertido en una estrella de renombre, alguien cuyas fotos decoraban revistas y pantallas de televisión.
“Hola, Mathew. ¿Cómo has estado?”
El tono casual del mensaje, como si no hubieran pasado años desde la última vez que escuchó algo de Alec, lo desconcertó. Alec Moon, con su cabello rubio y sus ojos azules de mirada fría, había sido un espectro en su vida, una presencia lejana que siempre lo hizo sentir invisible. En la secundaria, Mathew, con su cabello oscuro y sus ojos tan profundos que parecían guardar secretos que él mismo desconocía, había sido casi un fantasma en los pasillos, y Alec era el sol que todos miraban y al que nadie podía acercarse sin quemarse.
Mathew había intentado pasar desapercibido en aquellos años, pero había habido un momento en el que su corazón lo traicionó. Un momento en el que, vulnerable y joven, había confesado sus sentimientos a uno de los amigos de Alec, Garrett, con la esperanza ingenua de que quizás, solo quizás, podría existir algo de comprensión. Lo que siguió fue una crueldad que no pudo olvidar. Garrett, riendo junto a sus amigos, había tomado su confesión como una broma, y Alec, aunque no participó directamente, se había mantenido al margen, indiferente. Mathew nunca había dejado de sentir la vergüenza de aquel recuerdo, y ahora, al ver el mensaje en su pantalla, todas esas emociones regresaron, golpeando como un torrente.
Se quedó mirando el mensaje, su mente debatiéndose entre ignorarlo o responder. ¿Por qué Alec le escribiría después de todo este tiempo? ¿Qué buscaba? Tal vez estaba siendo paranoico, tal vez Alec solo quería reconectar, pero una parte de él se negaba a creer en algo tan simple. Y aun así, el deseo de atención, de ser reconocido, comenzó a desdibujar su escepticismo. Después de todo, este era Alec Moon, el mismo chico que había sido el centro de sus sueños adolescentes, el mismo hombre que ahora, siendo una celebridad, parecía inclinarse hacia él.
Con dedos temblorosos, Mathew escribió una respuesta cautelosa.
“Hola, Alec. No esperaba un mensaje tuyo. Estoy bien, gracias. ¿Tú qué tal?”
La respuesta llegó tan rápido que Mathew apenas tuvo tiempo de contener su respiración. Alec parecía ansioso, como si hubiera estado esperando su reacción. Mathew no sabía si sentirse halagado o inquieto, pero algo en el tono despreocupado de Alec comenzó a desarmar sus dudas, como si lo envolviera en una cálida ilusión.
“Me alegra saberlo. Ha pasado mucho tiempo, y pensé que sería bueno reconectar. ¿Recuerdas los viejos tiempos?”
Los “viejos tiempos” evocaron en Mathew una mezcla de nostalgia y desdén. Quiso responder con frialdad, pero en cambio, algo dentro de él lo llevó a continuar la conversación, permitiéndose una chispa de esperanza que no podía explicar.
Sin saberlo, Mathew acababa de dar el primer paso en un juego mucho más oscuro y retorcido de lo que podía imaginar. En los mensajes de Alec, detrás de cada palabra amigable, comenzaba a formarse un lazo de mentiras y secretos que lo envolvería sin remedio. Y aunque su corazón latía con una intensidad desconocida, su mente no dejaba de preguntarse: ¿por qué ahora?
Mathew se despertó al amanecer, la luz tenue filtrándose a través de las cortinas de su habitación. La conversación con Alec de la noche anterior seguía resonando en su mente, una mezcla de sorpresa y curiosidad que no lograba disipar. Se levantó lentamente, sus pies descalzos encontrando el frío del suelo de madera, y se dirigió a la cocina para preparar café.
Mientras el aroma del café llenaba el pequeño espacio, Mathew recordó los días de secundaria. Alec, con su cabello rubio y ojos azules, siempre había sido el centro de atención, rodeado de amigos y admiradores. Mathew, en contraste, con su cabello oscuro y mirada introspectiva, había pasado desapercibido, observando desde las sombras. Había admirado a Alec en silencio, sin atreverse a acercarse.
El sonido de una notificación en su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era un mensaje de Alec.
“Buenos días, Mathew. ¿Te gustaría que nos viéramos hoy? Me encantaría ponernos al día.”
Mathew sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. La idea de reencontrarse con Alec después de tantos años era tanto intrigante como intimidante. Tomó un sorbo de café, tratando de calmar sus pensamientos, y finalmente respondió.
“Hola, Alec. Claro, me gustaría verte. ¿Dónde y a qué hora te viene bien?”
La respuesta de Alec fue casi inmediata.
“¿Qué te parece en el café de la esquina de Main Street a las 3 p.m.?”
Mathew aceptó, y pasó el resto de la mañana en una mezcla de anticipación y ansiedad. Se preguntaba cómo habría cambiado Alec, qué tipo de persona sería ahora. Decidió no hacerse demasiadas expectativas, pero no podía evitar sentir una chispa de esperanza.
A las 2:45 p.m., Mathew llegó al café. El lugar tenía un ambiente acogedor, con mesas de madera y una suave música de fondo. Se sentó en una mesa junto a la ventana, observando a la gente pasar mientras esperaba.
A las 3 en punto, la puerta del café se abrió, y Alec entró. Llevaba una chaqueta de cuero negra, y sus ojos azules recorrieron el lugar hasta encontrar a Mathew. Una sonrisa se dibujó en su rostro, y se acercó con paso seguro.
“¡Mathew! Es genial verte.” Alec extendió la mano, y Mathew la estrechó, sintiendo una calidez inesperada.
“Hola, Alec. Igualmente.” Mathew sonrió, tratando de ocultar su nerviosismo.
Se sentaron y pidieron café. La conversación comenzó con recuerdos de la escuela, anécdotas y risas compartidas. Alec parecía genuinamente interesado en la vida de Mathew, preguntando sobre su trabajo, sus intereses, y sus experiencias desde que se graduaron.
Mathew se sorprendió de lo fácil que era hablar con Alec, como si los años de distancia se desvanecieran. Sin embargo, una pequeña voz en su interior le recordaba que no bajara la guardia, que no olvidara el pasado.
Después de un par de horas, Alec miró su reloj y suspiró.
“Me encantaría quedarme más tiempo, pero tengo una reunión. ¿Te gustaría que nos viéramos de nuevo? Me ha encantado este rato contigo.”
Mathew asintió, sonriendo. “Claro, me encantaría.”
Se despidieron, y mientras Alec se alejaba, Mathew sintió una mezcla de satisfacción y confusión. El reencuentro había sido mejor de lo que esperaba, pero aún quedaban preguntas sin responder. Mientras caminaba de regreso a su departamento, se preguntó qué depararía el futuro, y si realmente conocía al hombre que acababa de reencontrar.
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