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Entre Dos Mundos

Personajes y Advertencia

Aviso para los lectores

Antes de comenzar a leer, quiero dejar claro algo importante: no esperen encontrar un romance convencional, ni una historia de superación típica. Este relato no está diseñado para seguir los moldes de los clichés que encontramos en tantas novelas. No hay príncipes encantados, ni amores a primera vista, ni historias de chicos que se enamoran de la chica y todo se resuelve con un simple beso. Esta no es esa clase de historia.

Lo que se ofrece aquí es algo mucho más profundo y, quizás, más complicado. La vida de Hiroshi está marcada por la soledad, el dolor de las falsas acusaciones y el abuso constante por parte de sus compañeros. En lugar de reaccionar, él elige la vía de la pasividad, la indiferencia. Se ha acostumbrado a ser el objetivo fácil de burlas y ataques, porque cree que no hay nada que hacer al respecto. No se trata de un joven que tiene sueños o deseos románticos; su mundo está lleno de silencio, de resignación y de esperar a que el día termine. Sin embargo, la llegada de Sayuri, una nueva estudiante, cambia todo lo que él conocía sobre sí mismo y sobre su vida. Sayuri no es como los demás. Es rara, extraña y absolutamente aterradora para quienes no la entienden.

Este no es un viaje de "curación" de un corazón roto por amor, ni un camino lleno de escenas sentimentales. Aquí, la trama se centra en el descubrimiento personal, en cómo una persona, a través de sus propios desafíos, puede aprender a cambiar su perspectiva sobre el mundo y sobre sí misma.

Por lo tanto, les pido que se alejen de las expectativas románticas o las fórmulas predecibles. Este no es un cuento sobre el "final feliz" tradicional, sino una exploración de la complejidad humana, del valor que se necesita para cambiar y de la importancia de aprender a levantarse, no porque alguien más lo haga por ti, sino porque en el fondo descubres que puedes hacerlo tú mismo. No busquen lo que esperan ver; mejor, déjense llevar por la inesperada y fascinante aventura de la transformación.

Bienvenidos a una historia donde lo extraordinario se encuentra en lo inesperado, y donde la verdadera maravilla se encuentra en lo que aún no conocemos.

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Antes de comenzar, me gustaría pedirles algo muy simple: disfruten de la historia. No se preocupen por tratar de adivinar lo que sucederá o si está siguiendo una fórmula conocida. Quiero que se sumerjan en la aventura y se dejen llevar por los giros inesperados, los personajes complejos y los momentos que, a veces, no se ven venir.

Si algo de esta historia los hace pensar, los conmueve o los intriga, me encantaría que lo compartieran. Sus comentarios, sugerencias y pensamientos son muy importantes para mí. La retroalimentación que puedan ofrecerme no solo me ayuda a mejorar, sino que me motiva a seguir creando y compartiendo nuevas historias. Así que, si sienten que algo les gusta o incluso si algo los sorprende, por favor, no duden en comentarlo. ¡Sus opiniones cuentan muchísimo!

A lo largo de esta narración, quiero que se sientan libres de expresar sus ideas y emociones. Cada comentario es una forma de conectarnos y de hacer que esta experiencia sea aún más especial. Ustedes son parte fundamental de este viaje, y con su apoyo, puedo seguir trayendo más capítulos, más personajes, y sobre todo, más aventuras.

A continuación aqui les dejo los protagonistas.

La nueva ingresada

La alarma sonó, otra vez a la misma hora de siempre. Ni siquiera tuve que pensar en lo que tenía que hacer: levantarme, alistarme para la escuela, desayunar en silencio y salir de casa después de despedirme de mis padres. Todo tan rutinario que podría hacerlo con los ojos cerrados.

El camino a la escuela se me hacía cada vez más pesado. Ya sabía lo que me esperaba al cruzar la puerta, y aunque cada vez intentaba ignorar esa idea, la anticipación de lo que vendría me apretaba el estómago. Y como si la rutina fuera una máquina bien aceitada, ahí estaban: los chicos de siempre, con esa expresión burlona y las risas contenidas, esperando que yo llegara. No me dieron ni tiempo de prepararme. Uno de ellos me agarró del pelo con fuerza, mientras otro me golpeaba la cabeza, ni muy fuerte ni suave, pero suficiente para recordarme mi lugar. Como siempre, no dije nada, simplemente aguanté en silencio y dejé que hicieran lo que querían. Resistirme solo haría las cosas peores.

Terminaron de divertirse y me dejaron en el aula. Fui hasta el fondo, a mi asiento habitual, donde nadie se sentaba cerca. Al menos ahí podía pasar el día sin que nadie me molestara… hasta que sonara el timbre de salida. Esa era mi única meta.

Las clases comenzaron, pero apenas escuchaba a la profesora. Mi mente estaba en otro lugar, atrapada en esa frustración que llevaba tanto tiempo acumulando. Me sentía agotado, harto. No podía soportarlo más. La rabia crecía en mi pecho como un fuego que apenas lograba contener, como si en cualquier momento fuera a estallar. ¿Por qué tenía que aguantar esto todos los días? Nadie hacía nada. Nadie veía lo que pasaba, o si lo veían, simplemente lo ignoraban.

Sentía el impulso de levantarme y salir de ahí. Irme sin mirar atrás, sin darle a nadie una explicación. Ya había pasado suficiente. Así que, sin pensarlo mucho, comencé a moverme, decidido a escapar de esa prisión diaria.

Pero justo en ese momento, la voz de la profesora rompió el silencio y me detuvo.

—Chicos, tenemos una nueva compañera en la clase.

La curiosidad me ganó, y volví a sentarme. No era común que llegara un estudiante nuevo a mitad de año, y mucho menos alguien que pudiera distraer a los demás. Miré hacia la puerta, esperando ver quién era esa "nueva ingresada" que la profesora había mencionado.

Mientras todos murmuraban y volvían la vista hacia la puerta, la vi entrar. Fue como si la temperatura del aula bajara de golpe; incluso el ambiente parecía más denso. Lo primero que noté fue su cabello. Largo, liso, de un tono morado oscuro. Su piel era pálida, más de lo que parecía natural, y resaltaba aún más bajo el contraste de su cabello oscuro. Era de una palidez que casi parecía fantasmal, como si nunca hubiera estado bajo el sol. La piel clara y el cabello morado hacían que los detalles de su rostro fueran aún más llamativos, difíciles de ignorar.

Pero lo que realmente me atrapó —y creo que a todos en la clase también— fue su mirada. Jamás había visto unos ojos como esos. Eran oscuros, pero no por su color, sino por la intensidad de su expresión. Era una mirada tan fija y penetrante que hacía que me dieran escalofríos. Me sentí atrapado, como si sus ojos fueran capaces de atravesarme, de ver todo lo que había en mí, incluso lo que yo mismo intentaba ignorar. Tenía una especie de frialdad que me asustaba y me desconcertaba al mismo tiempo. Esa mirada no era de alguien común. Era aterradora y cautivadora a la vez, como si estuviera mirándome desde el otro lado de un abismo que yo no podía cruzar.

Hubo un silencio en el aula, como si todos estuvieran conteniendo la respiración. La profesora trató de mantener el control, como si no notara el cambio en el ambiente, pero hasta ella parecía un poco incómoda. Después de unos segundos, la nueva chica empezó a caminar en busca de un asiento, sin mirar a nadie, como si el resto de nosotros no existiera. Sin embargo, a mí me dio la impresión de que lo había visto todo, como si sus ojos oscuros y aterradores hubieran memorizado cada rostro en cuestión de segundos.

La chica caminó lentamente por el aula, buscando un lugar donde sentarse. Cuando de repente sus ojos se encontraron con los míos, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Esa mirada tan oscura, tan impenetrable, me dio un miedo que jamás había sentido. Era como si me estuviera mirando directamente al alma, viendo cada pensamiento escondido y cada miedo enterrado. Me aparté de inmediato, incapaz de sostenerle la mirada. Traté de no pensar en ello, de disimular. Pero luego noté que se estaba acercando, y por un segundo, el corazón me dio un vuelco.

¿Iba a sentarse a mi lado?

Ella miraba el asiento junto al mío, y me di cuenta de que, en realidad, nunca había estado mirándome a mí, sino al lugar vacío. Aun así, me sentía atrapado, como si el aire se hiciera cada vez más denso a mi alrededor. Apenas podía respirar. No sabía si era por su presencia, por esa mirada tan extraña o por la simple idea de tenerla cerca. La tensión me bloqueaba las palabras y las manos me temblaban ligeramente, aunque trataba de ocultarlo.

Sin embargo, ella parecía haberlo notado todo. Se sentó a mi lado sin decir nada, y por un momento el aula pareció caer en un silencio incómodo. De repente, sin mirarme, me susurró con una voz suave, casi como un murmullo:

—¿Por qué siento que tienes miedo?

Esas palabras me atravesaron como una descarga. No había forma de que ella supiera que me sentía así, y aun así, lo había adivinado. El miedo creció aún más, y algo dentro de mí me impulsó a huir. Necesitaba espacio. No podía quedarme ahí.

Sin pensarlo dos veces, levanté la mano y me dirigí a la profesora:

—¿Puedo cambiarme de lugar?

La maestra, que había vuelto a concentrarse en su lección, levantó la vista sorprendida, pero asintió sin dudarlo. Me apresuré a recoger mis cosas y me moví más atrás hacia la última fila, donde pude sentarme solo nuevamente. Nadie protestó, ni siquiera ella.

La nueva ingresada- Alucinaciones

Finalmente sonó el timbre que marcaba el final de la clase. Observé a todos los demás salir del aula y me quedé en mi asiento, esperando pacientemente. No tenía prisa. Sabía que si salía junto con los demás, me encontraría de frente con esos idiotas. Así que preferí esperar a que el aula se vaciara por completo, hasta que todo el pasillo quedó en silencio y sentí que la escuela se quedaba vacía.

Pasaron unos minutos más, y cuando estuve seguro de que todos se habían ido, me levanté y caminé hacia la salida. El edificio estaba en silencio; sólo se escuchaban mis propios pasos. Una parte de mí empezó a relajarse, pensando que, tal vez, esta vez podría irme sin incidentes. Pero cuando llegué al exterior, ahí estaban. Los vi de pie, como si me hubieran estado esperando. Mi corazón se aceleró de golpe, y antes de que pudiera pensar en otra cosa, eché a correr.

Escuché sus risas y el sonido de sus pasos pisándome los talones. No tenía escapatoria; pronto me alcanzaron y uno de ellos me empujó hacia el suelo. Caí de rodillas, pero antes de que pudiera levantarme, sentí el primer golpe. Luego otro, y otro más. Intenté protegerme, cubrirme la cara, pero era inútil. Todo se reducía a resistir y aguantar el dolor, esperando que se cansaran.

Pero entonces, de repente, se detuvieron.

Abrí los ojos con dificultad, tratando de entender qué había pasado. Fue entonces cuando la vi. Allí, de pie a unos metros, estaba la nueva chica. Su figura parecía casi una sombra, inmóvil, como una estatua. Me miraba a mí, pero también miraba a los chicos con esa misma expresión aterradora. Había algo en su mirada que parecía atravesarlos.

—¿Qué demonios…? —uno de los chicos se apartó un poco, inquieto, mientras los otros se miraban entre sí, inseguros.

—Sí que da miedo… —murmuró otro, retrocediendo con una mezcla de desconcierto y temor.

Parecían estar tan asustados como yo, si no más. Uno de ellos dio un paso atrás, y los demás lo imitaron, intercambiando miradas de preocupación.

—Mejor vámonos de aquí… ahorita esta idiota nos delata.

Con una última mirada de nerviosismo, se marcharon apresuradamente, dejando todo en silencio.

Yo seguía en el suelo, sin poder moverme, todavía aturdido por los golpes y por la escena surrealista que acababa de presenciar. La chica se quedó ahí, mirándome en silencio, sin decir una sola palabra. No se movió ni un centímetro, solo permaneció allí, observándome con esa expresión fría y misteriosa.

Tan pronto como ellos se fueron, sentí que el miedo me empujaba a moverme. Me levanté rápidamente y eché a correr sin mirar atrás. No quería estar ni un segundo más cerca de esa chica. Había algo en ella que no podía explicar, algo que me hacía sentir aún más incomodidad que los mismos idiotas que acababan de golpearme.

Llegué a casa casi sin aliento y cerré la puerta con fuerza detrás de mí. Mis padres estaban en la sala, pero no los miré; subí directamente a mi habitación, tratando de ignorar el ardor en mi cara y el dolor en mi cuerpo. Al entrar, me tiré en la cama, sintiendo el peso de lo que había pasado. Cerré los ojos, intentando bloquear la imagen de esos ojos oscuros, de su piel pálida y su presencia silenciosa. Pero cada vez que parpadeaba, esa imagen regresaba, como si estuviera grabada en mi mente.

Estuve así por un rato, hasta que finalmente escuché a mi madre llamándome para cenar. Me incorporé, me arreglé un poco y bajé a la cocina, intentando parecer lo más normal posible. Mientras me sentaba, mis padres se me quedaron mirando con una mezcla de sorpresa y preocupación.

—¿Qué te pasó en la cara, Hiroshi? —preguntó mi madre, acercándose un poco para mirarme mejor.

—Nada, no es nada. Choqué con algo. —Respondí rápidamente, evitando sus miradas. No quería preocuparlos, y menos explicarles lo que realmente había pasado.

Mis padres intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada más. Cenamos en silencio, aunque sentía sus ojos sobre mí de vez en cuando. Me apresuré a terminar y, en cuanto pude, subí de nuevo a mi habitación.

Me metí al baño, encendí la ducha y dejé que el agua caliente cayera sobre mí, esperando que al menos alivie el dolor de los golpes y la tensión de todo el día. Pero el agua no se llevaba el miedo. Ese miedo profundo, algo que me carcomía desde adentro, como si esa chica, con su mirada intensa y perturbadora, se hubiera instalado en mi mente y en mis recuerdos.

Finalmente, me acosté y apagué la luz, tratando de dormir. Pero la imagen de sus ojos y su fría presencia seguían apareciendo cada vez que cerraba los ojos. Esa chica… era como si algo oscuro y desconocido se hubiera metido en mi vida.

Después de acostarme, pensé que el sueño vendría rápido. Mis músculos estaban agotados, y cada parte de mi cuerpo dolía de una forma que solo deseaba olvidar.

La casa estaba en completo silencio. Afuera, apenas se escuchaba el viento que movía las ramas de los árboles. Decidí levantarme, abrir la ventana y mirar hacia afuera, intentando que el aire fresco despejara mis pensamientos. No podía explicar por qué me sentía así. Había recibido muchos golpes antes, había pasado por varios días difíciles.

De repente, vi algo raro en la calle. Una sombra pasó rápidamente junto a una de las farolas, algo tan fugaz que casi pensé que era mi imaginación. Fruncí el ceño y me concentré, tratando de ver más allá de la penumbra.

Allí, bajo la luz de la farola, estaba ella. La chica nueva de la escuela. De pie, inmóvil, mirando directamente hacia mi ventana. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ¿Por qué estaba allí? ¿Cómo me había encontrado?

Por un momento, no supe qué hacer. Su rostro estaba en sombras, pero sabía que era ella. Aquella presencia, tan extraña y amenazante, era inconfundible. Pensé en cerrar la ventana, en fingir que no la había visto, pero mis piernas se negaban a moverse. Era como si sus ojos me tuvieran atrapado, incluso a esa distancia.

De repente, su voz se escuchó en la noche, baja, como un susurro que parecía viajar directo hasta mí, sin que ella moviera los labios.

—No huyas, Hiroshi.

Un impulso de pánico se apoderó de mí. ¿Cómo sabía mi nombre? Mi corazón latía con fuerza y, sin pensarlo, cerré la ventana de golpe, corrí hacia la cama y me cubrí con la sábana, como si eso fuera suficiente para protegerme de lo que acababa de ver. Mi respiración estaba agitada, y sentía el sudor frío en la frente.

Minutos después, me atreví a asomarme de nuevo. Miré a través del vidrio, pero ya no había nadie. El espacio estaba vacío, como si nunca hubiera estado allí.

Me acosté de nuevo, tratando de convencerme de que había sido mi imaginación, un efecto de la tensión y del miedo acumulado. Cerré los ojos, y aunque dormí, soñé con ella. En el sueño, ella no era una simple compañera de clase.

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