La brisa suave del mar acariciaba la piel de Helena Gianni mientras se ríe, iluminada por la luz de la luna que refleja sobre las olas del Egeo.
Esa noche, la isla de Santorini se llena de vida. Las risas de los vecinos y el murmullo de la fiesta de la Virgen María resonaban en el aire, mezclándose con el aroma de la comida típica que llenaba el ambiente. Helena, a sus 20 años y casi nueve meses de embarazo, lucía radiante en su vestido blanco, lleno de sueños y esperanzas para las gemelas que pronto nacerían. Ya les había puesto nombres Meredith y Marina porque le encanta el mar y sus misterios.
A su lado, Dylan Fletcher, su esposo de 25 años, ceo y futuro heredero de SmartFish Santorini, la compañía de barcos pesqueros más grande, sostenía su mano con ternura, sintiendo la alegría de la celebración a su alrededor. Había sido una noche perfecta.
—¿Te gustaría ver los fuegos artificiales desde los acantilados?— pregunta Dylan, con una sonrisa que ilumina su rostro. Helena asiente, con su entusiasmo palpable.
Mientras conducen hacia el borde del acantilado, el espectáculo de luces comenzó. Los colores estallaban en el cielo, reflejándose en los ojos de Helena, quien miraba a su esposo con amor. En la distancia, la risa de sus amigos y familiares resonaba, creando una atmósfera mágica.
Sin embargo, no muy lejos de allí, en el agua, Bellerose, una joven sirena de 15 años, observaba el espectáculo desde la distancia. Con su cabello rubio que danzaba como algas en el agua, miraba con curiosidad y anhelo la vida humana. Al lado de ella, Mirael, un músico del reino marino, la había invitado a salir, intentando llamar su atención porque él está interesado en ella.
—Bellerose, ¿por qué no te dejo un beso en la mejilla?— propuso el carismático tritón, acercándose con una sonrisa, con el corazón lleno de esperanza.
—No, Mirael, somos amigos, y eso es suficiente para mí, por favor no insistas—responde Bellerose, mirando hacia la superficie con anhelo, sintiendo que esa conexión con el mundo humano era más fuerte que cualquier otro lazo.
—Como quieras, será mejor que nos vayamos —le dice pensando en su cita fallida. El se da cuenta que para Bellerose solo es una salida de amigos.
—Ve primero, yo me quedaré otro rato.
—Bien. No tardes y no te dejes ver, sabes que eso nos trae problemas.
Mirael, herido en su orgullo, se da la vuelta y nadó de regreso, dejándola sola.
Mientras tanto, Helena y Dylan, ahora en la cima del acantilado, se abrazaban bajo el cielo estrellado.
— ¡Miren los fuegos artificiales!— grita uno de los espectadores.
—Es hermoso—le dice Helena a su joven y sexy esposo.
—No es más hermoso que mi esposa—replica él —. Te amo.
—Yo también te amo—le devuelve Helena, antes de recibir un tierno beso de su amado.
La algarabía creció, y todos admiraron y disfrutaron el momento. Dylan acaricia y besa la panza enorme de su esposa, haciéndola sonreír.
Luego de un rato, Helena y Dylan se retiraron, Dylan condujo de vuelta emocionado y feliz.
Un fallo en los frenos lo tomó por sorpresa en una curva.
—¡Dylan, el coche!—grita Helena al darse cuenta de que el automóvil se desliza sin control. Pero era demasiado tarde. El auto se precipita por la curva, y un instante después, se estrelló contra las rocas antes de caer al mar, desapareciendo en la oscuridad.
El tiempo pareció detenerse. Bellerose que aún permanecía bajo el agua, mirando el vasto cielo donde los fuegos artificiales iluminaban el cielo, desde su perspectiva submarina, vio el automóvil caer al mar cruzando a su lado y hundiéndose rápidamente, las luces brillantes parpadeaban antes de apagarse.
Bellerose puede ver la desesperación en los ojos de aquella chica que puede observarla sin creer lo que sus ojos ven.
En el interior del vehículo, el agua comenzaba a entrar muy rápido. Helena, consciente pero debilitada por el susto y las contusiones en la cabeza, mira a su esposo herido y desmayado.
—¡Dylan! ¡Te necesito, por favor, despierta!—le grita aterrorizada, por el ser hermoso, pero extraño que acaba de ver, está segura de que se trata de una sirena por la forma de su cuerpo y las escamas brillantes que la envuelven, aunque más le aterroriza morir ahogada, ve cómo su esposo sangra por los ojos, herido por los cristales que se rompieron al impactar.
Bellerose en un impulso, por curiosidad se acerca nadando para ver si podía ayudar en algo. No era la primera vez que una sirena, un tritón o una ballena salvan humanos y aunque está consciente de que no son agradecidos y los cazan o asesinan cuando tienen la oportunidad, decide ayudar más por las dos vidas que lleva la chica humana dentro de ella. Bellerose se acerca al vehículo, llena de temores porque no sabe si se trata de una trampa.
Helena al verla siente que aquel extraño ser podría ayudarlos.
—No tengas miedo...por favor, sálvalo primero a él—ruega entre lágrimas, sintiendo el pánico apoderarse de ella.
Sin dudarlo, Bellerose decidió que no podía permanecer al margen. Aún debajo del agua podía escuchar sonar el eco de la Voz de Helena. Con un impulso de valentía, nadó hacia el automóvil sumergido. Abrió la puerta y, con su fuerza, logró sacar primero a Dylan, luego de romper el cinturón de seguridad con fuerza, llevándolo a la superficie, donde la respiración de él era débil y entrecortada.
Una vez en la orilla entre las rocas, Bellerose se dio cuenta de que el barco de un pescador se acercaba rápidamente, listo para ayudar por ser testigos cuando el carro cayó al mar. Sin embargo, el tiempo apremiaba. Con determinación, la sirena se lanzó de nuevo al agua, decidida a rescatar a Helena. Cuando finalmente llegó al vehículo, encontró a Helena inconsciente, atrapada en el interior.
—¡No, no, no!—exclama Bellerose, luchando contra la corriente. Con todas sus fuerzas, logró abrir la puerta y llevar a Helena a la superficie, luego de liberarla del cinturón de seguridad. Pero cuando llegó a la playa, se dio cuenta de que ya era demasiado tarde, no tenía pulso. El barco pesquero sacó a los esposos de entre las rocas. Ambos fueron llevados rápidamente a un hospital, pero lamentablemente, Helena no pudo ser salvada. La vida de Helena se había desvanecido en el oscuro océano, aunque los médicos pudieron salvar a las gemelas de milagro.
Dylan, ahora ciego y devastado por la pérdida, despertaría para enfrentar un futuro incierto, mientras las gemelas lloraron la ausencia de su madre. Bellerose, marcada por el encuentro, regresa al reino marino, con una profunda tristeza de haber perdido a la madre , aunque pudo sentir la esencia de las gemelas que había salvado. Nunca sabrían quién fue su heroína, solo espera que hayan nacido a tiempo.
Así comienza una historia entrelazada por el amor, la pérdida y el deseo de segundas oportunidades.
A una semana del décimo cumpleaños de las gemelas, el sol brilla intensamente sobre el Egeo. La familia Fletcher ha organizado una salida de pesca en el lujoso yate de los padres de Dylan, ansiosos por pasar un día especial en alta mar con sus nietas, Marina y Meredith. Las niñas están emocionadas, corriendo por la cubierta mientras su abuelo, Martin, les enseña las cuerdas del arte de la pesca.
—Ven a ver lo que puedo hacer, marina.
—No te acerques a la orilla de la baranda, te puedes caer.
Marina, siempre curiosa y audaz, se inclina demasiado sobre la baranda, mirando la profundidad del océano.
— No te preocupes, si caigo no pasará nada.
—Te caíste hace un año y papá estuvo muy preocupado. Estuvimos seis meses sin venir al mar por tu culpa.
—Solo quiero comprobar algo.
En el despacho del yate, Dylan se encuentra solo. Con una copa de whisky en la mano, mira hacia la oscuridad que habita en su mundo desde hace casi una década. El dolor que siente se hace más fuerte cada año, especialmente en estos días, cuando se acerca el cumpleaños de las gemelas, una fecha que coincide cruelmente con la pérdida de Helena y su propia ceguera.
Dylan toma un trago largo, sintiendo el ardor del licor mientras su mente lo arrastra hacia el pasado. El recuerdo de aquella noche es un peso constante, un tormento del que no logra liberarse. A veces, se pregunta si el destino simplemente le ha jugado una mala pasada, si todo hubiera sido diferente si no hubiera asistido a esa fiesta, si se hubiera quedado en casa con Helena y las gemelas a salvo en su vientre.
—Helena…—murmura, su voz ahogada por la tristeza. Sus dedos tiemblan ligeramente mientras recuerda los últimos momentos en que la había visto. Su mente le devuelve retazos confusos del accidente: el chirrido de los frenos fallando, los gritos de Helena, el impacto y luego la oscuridad. Recuerda la fría sensación del agua inundando el auto y el dolor en sus ojos, como si miles de cristales le quemaran la piel antes de que todo se desvaneciera.
El dolor de saber que no podía ver los rostros de sus hijas, y peor aún, que no podía ver el de Helena en ellas, lo sume en un abismo de tristeza.
—Si tan solo pudiera verlas— piensa, preguntándose cómo serían sus miradas, si tienen los mismos ojos de Helena o la misma sonrisa que alguna vez iluminó su vida.
Dylan termina su copa y se deja caer en el sillón, hundiéndose en el recuerdo de su amada, sin saber que en las profundidades del mar, alguien que lo ha salvado en el pasado está mucho más cerca de lo que puede imaginar, velando por sus hijas desde el lugar más inesperado.
Unos golpes suaves en la puerta sacan a Dylan de sus pensamientos. Es su hermano menor, Aaron, quien entra en el despacho sin esperar respuesta. Al ver la expresión sombría de Dylan, deja escapar un suspiro silencioso y se acerca con paso decidido.
—Dylan, ¿otra vez aquí solo? —pregunta Aaron, alzando una ceja y echando una mirada al vaso de whisky vacío en su mano—. Sabes que es el cumpleaños de las niñas en unos días. No es momento para ahogarse en recuerdos.
Dylan suelta el vaso y se lleva las manos al rostro, frotándose los ojos cerrados. Aaron siempre ha sido directo con él, especialmente en los últimos años, y aunque a veces le molesta, sabe que su hermano está ahí para apoyarlo.
—Es solo… pensar en Helena y en lo que perdimos —murmura Dylan, la voz áspera—. No puedo evitarlo, Aaron.
Aaron asiente, entendiendo el dolor, aunque nunca ha experimentado una pérdida tan profunda como la de Dylan. Sin embargo, sabe que Dylan necesita mantenerse ocupado, y justo en ese momento, una idea cruza su mente.
—Mira, tal vez hablar de negocios te distraiga un poco —comienza, intentando cambiar de tema—. ¿Has pensado en las nuevas técnicas de pesca que he estado investigando? Con la demanda creciente, podríamos hacer algo innovador en la flota. He visto barcos usando redes más grandes y equipo de última tecnología. Seríamos los primeros en implementarlo aquí.
Dylan frunce el ceño, claramente incómodo. La idea de modificar las técnicas tradicionales de pesca no le agrada en lo absoluto, especialmente si puede tener un impacto en el ecosistema. Desde que era joven, ha valorado el respeto por el mar, el mismo respeto que Helena compartía, y no soporta la idea de dañar los fondos marinos.
—¿Redes más grandes? ¿Equipo más agresivo? —responde Dylan con firmeza, sacudiendo la cabeza—. No, Aaron. El mar ya ha sufrido bastante. Sabes lo que pienso al respecto. Las técnicas de pesca intensiva solo destruyen el fondo marino y afectan la vida marina a largo plazo. No puedo estar de acuerdo con algo así, y tú lo sabes.
Aaron suspira, notando la tensión en el rostro de su hermano. Sabe que Dylan tiene un profundo respeto por el mar, pero él ve las cosas desde otro ángulo. Piensa en la expansión de la empresa familiar, en mejorar la producción y en llevar su flota a un nivel superior. Pero, al ver la seriedad en los ojos de Dylan, comprende que esa conversación no llevará a ninguna parte.
—Entiendo, hermano, pero al menos piénsalo. Puede que encontremos una forma de hacerlo sin dañar el ecosistema, quizás con tecnología menos invasiva —dice Aaron, tratando de suavizar el tema. Aunque duda que Dylan cambie de opinión, no quiere insistir y causar más tensión en un momento como este—. Solo quiero que sepas que estoy aquí, no tienes que cargar con todo esto solo.
Dylan asiente, agradecido por la preocupación de su hermano, aunque en su mente la tristeza y la frustración siguen presentes. La idea de que el mar, el mismo que le arrebató a Helena, sufra aún más por decisiones humanas es un pensamiento que lo atormenta. Decidido, se pone de pie y coloca una mano en el hombro de Aaron.
—Gracias, Aaron. Y sé que quieres lo mejor para la empresa, pero también quiero lo mejor para el mar y su equilibrio —murmura, con un leve gesto de despedida—. Ahora, será mejor que volvamos con las gemelas.
Aaron le devuelve una sonrisa leve, entendiendo que, por hoy, no logrará cambiar la opinión de Dylan. Ambos salen del despacho, y mientras caminan hacia la cubierta donde esperan las gemelas, el mar sigue meciéndose en calma, guardando en su interior secretos que Dylan aún no puede comprender.
Cuando Dylan y Aaron llegan a la cubierta del yate, las risas de Marina y Meredith llenan el aire. Las gemelas están jugando, lanzando cuerdas al agua y mirando la superficie con curiosidad, esperando ver alguna criatura.
Marina, siempre un poco más atrevida y aventurera, se inclina demasiado sobre el borde en un intento de ver más allá, y en un instante de distracción, su pie resbala. Un grito ahogado escapa de su garganta mientras cae al agua, desapareciendo bajo la superficie. Meredith y sus abuelos gritan, alarmados, mientras Dylan y Aaron corren hacia el borde, sin poder ver claramente debido a la profundidad del mar.
—¡Ahh!
—¡Hermana!
Un chapoteo rompe la calma mientras la familia grita alarmada.
Bajo el agua, Bellerose, una sirena que vigila la zona, percibe la agitación de las corrientes y el llamado instintivo que la conecta con las gemelas desde hace años. Al ver la pequeña figura que se hunde, su corazón late con fuerza. Sabe que esta niña es Marina, una de las gemelas que rescató años atrás cuando estaba en el vientre de su madre y luego cuando tenían dos años y que, en cierto modo, considera suyas. Sin dudarlo, Bellerose se lanza hacia ella con la velocidad y la gracia de un ser acuático, envolviendo a la niña en sus brazos y llevándola a la superficie sin ser vista.
—« De nuevo...ya van dos veces que la salvo»— piensa, con el corazón latiendo acelerado. Sabe que estas niñas son las mismas que ha rescatado años atrás, las hijas de aquella mujer que se desvaneció en sus brazos.
A medida que Marina empieza a recuperar la conciencia en el agua, siente la seguridad de unos brazos que la sostienen con delicadeza, aunque no logra ver nada en la confusión del momento. Bellerose se asegura de llevarla hasta la escalera del yate y, en silencio, la deja allí, donde Martin rápidamente la toma y la sube a bordo, sin notar la presencia de la sirena.
Una vez a salvo, Marina tose y respira, aturdida, pero alzó la mirada al agua, con la sensación de que algo o alguien la ayudó. Sus ojos, sin embargo, no logran encontrar nada. En su corazón, una inquietud extraña le recuerda aquel primer contacto que tuvo con el mar cuando era una bebé. No está segura de qué ha pasado, pero el recuerdo de una figura lejana y desconocida comienza a latir en su mente.
En el yate, Dylan se arrodilla junto a Marina, envolviéndola en un abrazo desesperado. Aunque no puede verla, sus dedos recorren su rostro, asegurándose de que está a salvo.
—¡Gracias a Dios, Marina! —dice en un susurro, su voz quebrándose—. No sabes lo que pensé en ese momento… no puedo perderte.
Marina lo abraza, con los ojos fijos en el agua, como si algo dentro de ella le pidiera volver a mirar.
—Perdóname papá, no fue mi intención preocuparte.
—Las inscribiré en una clase de natación, porque se que no puedo alejar las del océano por que lo aman. Pero deben saber que es peligroso.
—¡Hermana! Me asustaste un montón.
—Lo siento hermana.
Esa noche, mientras la familia duerme en el yate, Marina tiene un sueño que la lleva de vuelta al agua. Ve una figura femenina, de cabellos ondeantes y mirada dulce, observándola desde el fondo del océano. Su corazón se acelera; en el sueño, se siente conectada con esa misteriosa criatura, que parece protegerla.
.
El amanecer apenas comenzaba a pintar el cielo con tonalidades cálidas y suaves. Marina despertó con una sensación profunda, como si algo invisible la estuviera llamando. Miró a su alrededor, asegurándose de que todos en el yate aún dormían, y, con sigilo, se deslizó de su cama para encontrar a Meredith, su hermana gemela. Ambas siempre habían compartido una conexión única, un lazo tan fuerte que a veces parecían sentir lo mismo al mismo tiempo, sin necesidad de palabras.
Marina encontró a Meredith sentada en un rincón de la cubierta, ya despierta, como si hubiera sentido el mismo impulso. La brisa marina acariciaba sus rostros mientras compartían una manta, observando en silencio el vasto mar que se extendía frente a ellas. Por un momento, ambas se quedaron en calma, solo escuchando el suave susurro de las olas.
Finalmente, Marina rompió el silencio, su voz temblorosa.
—Mere… hay algo que tengo que contarte. Es sobre lo que pasó ayer… cuando caí al agua.
Meredith frunció el ceño, un escalofrío recorriéndole el cuerpo, como si algo extraño estuviera por suceder. La conexión entre ellas era tan fuerte que podía sentir el misterio en la voz de su hermana. Sabía que algo importante se estaba revelando.
—¿Qué pasó, Mari? —preguntó con suavidad, sus grandes ojos reflejando la luz del amanecer—. ¿Por qué siento que hay algo… extraño?
Marina la miró fijamente, su expresión seria y decidida, algo que solo Meredith comprendía. Era el momento de compartir lo inexplicable.
—Creo que… había alguien allí, alguien que me salvó. No era papá ni el abuelo. Era alguien más… —Marina bajó la voz, casi en un susurro—. Era una sirena, Mere.
Meredith la miró fijamente, sorprendida, pero sin duda alguna. Siempre había confiado en las palabras de Marina, sabía que no hablaba a la ligera.
—¿Una sirena? —susurró, casi sin poder creerlo, aunque algo en su interior la hacía sentir que podría ser verdad—. Pero… ¿cómo estás tan segura?
Marina cerró los ojos por un momento, recordando aquella sensación tan vívida, el agua fría rodeándola y esa presencia que la había sostenido.
—No sé cómo explicarlo. La sentí. Sentí que me miraba, como si me conociera, como si me cuidara desde hace mucho tiempo —su voz tembló al recordar el abrazo firme y protector—. Cuando estaba a punto de hundirme, ella me sostuvo. La vi, aunque solo por un segundo, sentí su presencia.
Meredith apretó la mano de su hermana, un escalofrío recorriéndole el cuerpo. No podía evitar sentir lo mismo que Marina, como si estuviera en el agua con ella, compartiendo la experiencia a través de su conexión. El miedo y la fascinación invadían sus corazones a la par.
—Es increíble… —dijo Meredith en un susurro, con los ojos grandes y la mente llena de preguntas—. Pero… si es verdad, Mari, entonces… ¿crees que ella podría estar cerca de nosotras? ¿Que podría volver a aparecer?
Marina asintió, mirando el horizonte con una extraña calma.
—Eso creo, Mere. No sé por qué, pero siento que ella siempre ha estado ahí, como si estuviera protegiéndonos de alguna forma. Algo me dice que no fue un accidente. Ella… ella está conectada con nosotras.
Meredith sintió un escalofrío en su interior, pero también una extraña sensación de seguridad, como si la sirena realmente estuviera observándolas, protegiéndolas en secreto.
—A veces, cuando la abuela nos hablaba del mar y sus secretos, pensé que solo eran cuentos. Pero ahora siento que hay algo más. Como si el mar tuviera un secreto para nosotras, algo que debemos entender —dijo Meredith, con una mezcla de asombro y miedo.
Marina la miró con una sonrisa tímida, abrazándola con fuerza.
—No se lo digamos a nadie, Mere. No sé por qué, pero siento que esto debe ser nuestro secreto. Solo tú y yo… porque siento que papá se volverá loco si se entera.
Meredith sonrió, apretando la mano de su hermana con un fuerte apretón, sellando un pacto de complicidad.
—Lo prometo, Mari. Será nuestro secreto. Pero si alguna vez la ves otra vez… prométeme que me lo dirás.
Marina asintió con una sonrisa llena de confianza.
—Te lo prometo. Si ella regresa, serás la primera en saberlo.
Las dos se quedaron en silencio, mirando el mar que se extendía ante ellas, como si esperaran ver algún destello en las olas que les confirmara que la sirena aún las observaba, vigilante desde las profundidades. La paz se instaló entre ellas, un lazo más fuerte que nunca. Sabían que no estaban solas.
Cada noche, las gemelas Marina y Meredith regresan a la playa. El mar las atrae de una manera inexplicable, especialmente desde el misterioso encuentro con la sirena que salvó a Marina. En el cielo, las estrellas brillan con intensidad, y la luna derrama su luz sobre las olas, creando un reflejo hipnótico.
Ambas están descalzas, sintiendo la arena fría y húmeda entre los dedos. Meredith dibuja figuras y corazones en la arena con un palo mientras charla con su hermana, intentando aliviar su impaciencia.
—¿Crees que esta noche vendrá? —pregunta Meredith, sin apartar la vista del horizonte.
Marina sonríe y continúa trazando un corazón a su lado—. Quizá… pero ¿y si la sirena solo aparece cuando una de nosotras está en peligro? —susurra, medio en broma, medio en serio.
—Eso espero que no ocurra —dice Meredith, riendo suavemente, aunque un ligero escalofrío le recorre la espalda.
Desconocen que, ocultándose tras las sombras de las olas, Bellerose las observa desde la distancia, cautivada por sus risas y el lazo tan único entre ellas. A pesar de las advertencias de sus padres sobre acercarse a los humanos, siente una conexión inquebrantable que la empuja a permanecer cerca, aunque sin atreverse a salir del agua.
Finalmente, cuando Marina y Meredith regresan a casa, Bellerose se despide en silencio, dejando que las olas borren los corazones que las gemelas habían trazado en la arena. Con un suspiro, vuelve a sumergirse, sabiendo que al retornar a su hogar la espera una conversación ineludible.
De regreso en la majestuosa ciudad marina de Aqarys, Bellerose nada rápidamente entre los corales resplandecientes y los templos submarinos hasta llegar a su hogar. Sin embargo, sus padres la esperan con expresiones severas, y su madre la aborda sin rodeos:
—Bellerose, es momento de que enfrentes tus responsabilidades —declara, su voz firme resonando como una corriente de marea en el silencio del agua—. Hemos arreglado tu matrimonio con Mirael, un tritón respetado y talentoso, criado para ser tu compañero.
Bellerose se queda sin palabras. Aunque Mirael siempre ha sido un amigo fiel, ella nunca ha imaginado un futuro romántico junto a él. La sola idea de ese destino impuesto la incomoda y hace que su corazón se llene de tristeza y confusión.
—No quiero casarme con Mirael —responde con voz firme—. Lo aprecio, pero… solo como amigo. No lo amo de esa manera.
Su padre, de voz grave, se adelanta, intentando suavizar la situación, aunque con un tono igualmente implacable.
—Bellerose, este compromiso no es solo por ti. Es por Aqarys, por el equilibrio de nuestra ciudad y por el respeto a nuestras tradiciones. Debes comprender lo que se espera de ti.
Pronto, otras sirenas y tritones se acercan, atraídos por la tensión. Algunas jóvenes miran la escena con curiosidad, mientras que otras reflejan envidia o codicia.
Tristán, un tritón de la guardia real, de cabello oscuro y mirada astuta, murmura a su amigo Kyros, historiador de las aguas:
—Si ella no quiere a Mirael, otros estaríamos más que dispuestos a tomar su lugar, con lo hermosa que es.
Kyron asiente, lanzando una mirada despectiva hacia Bellerose—. No sé de qué se queja. Su posición es lo que todos aquí desearían.
Cerca de ellos, Kyra, una sirena de escamas doradas y ojos relucientes, comenta en voz baja a su amiga Blu:
—Si yo tuviera el lugar de Bellerose, no lo pensaría dos veces. Mirael es increíble, y ser la elegida por nuestros ancianos es un honor.
Blu se ríe, disfrutando del drama y lanzando miradas de desprecio hacia Bellerose.
—Quizás pronto nos toque a una de nosotras ocupar su lugar —susurra Blu con voz afilada.
Entre el bullicio, Aeron, un joven tritón de ojos serenos, observa a Bellerose con comprensión. Su mirada revela empatía, pero decide mantenerse al margen.
Bellerose se aleja dejándole la palabra en la boca a sus padres, no quiere escucharlos en ese momento.
Finalmente, entre el murmullo, una sirena de cabello ondulado y escamas plateadas se acerca rápidamente a Bellerose, luego de decirle a los reyes que hablará con ella. Es su mejor amiga, quien nada hacia ella con preocupación evidente, sin perder tiempo en palabras inútiles.
—Sabía que esto sucedería —le susurra Lyra, tomando las manos de Bellerose—. Mira, sé que no quieres esto, pero… Mirael es un buen tritón, y puedes aprender a quererlo. No todos aquí tienen la libertad de elegir.
Bellerose respira profundamente, sintiendo el peso de las expectativas, las miradas de sus padres y el juicio de toda la ciudad de Aqarys sobre sus hombros.
—¿Y si lo único que deseo es algo diferente? —susurra, en un tono que apenas la corriente puede arrastrar.
Lyra la observa con ternura y suspira.
—A veces, lo que anhelamos no es lo mismo que lo que necesitamos. El deber es primero.
La presión sobre Bellerose sigue creciendo, y la ciudad de Aqarys parece al borde de un escándalo. Los murmullos de las demás sirenas, envidiosas y deseosas de ocupar su lugar, llenan el agua con una tensión insoportable. Bellerose siente que está perdiendo su identidad entre las expectativas y sus propios deseos contradictorios.
Lyra, la única que comprende realmente su dilema, la sujeta con firmeza por los hombros y le dice con voz serena:
—Bellerose, solo tú sabes lo que realmente quieres. Pero si decides rechazar este compromiso, debes ser consciente de las consecuencias. Tus padres, la ciudad… todo cambiará. ¿Estás dispuesta a enfrentarte a eso?
Bellerose baja la mirada, reflexionando sobre las palabras de su amiga. Mira hacia las profundidades, donde el agua se torna más oscura y misteriosa, y en su mente aparecen las imágenes de las gemelas humanas, Marina y Meredith. Ellas representan la libertad que tanto anhela, una conexión pura, sin expectativas ni obligaciones. En sus visitas nocturnas a la playa, Bellerose ha sentido algo que nunca experimentó en Aqarys: la posibilidad de elegir su propio destino.
Con un suspiro, responde:
—Lyra no sé si estoy lista para enfrentar a toda la ciudad, pero tampoco puedo aceptar un futuro que no he escogido. He estado observando a esas niñas, las gemelas… Ellas tienen una conexión tan auténtica. Solo quiero algo parecido, algo que sea mío, no algo impuesto.
Su amiga asiente, comprendiendo el conflicto que Bellerose lleva en su interior. Le da un abrazo, algo inusual entre las sirenas, pero necesario en ese momento.
—Si realmente quieres algo diferente, entonces tal vez debas encontrar tu propio camino, uno que no esté marcado por nuestras tradiciones. Pero ten cuidado, Bellerose. Lo que buscas podría llevarte lejos de Aqarys… y eso no es algo que se perdone fácilmente.
La marea arrastra las palabras de su amiga, y un extraño silencio cae entre ellas. La decisión de Bellerose está cada vez más clara, aunque el miedo a perder todo lo que conoce sigue presente en su pecho.
—Yo sé que te gusta Mirael—comenta Bellerose— además de mis propios pensamientos de que no me gusta y no quiero casarme por el momento con nadie, no podría casarme con alguien a quien le gusta a mi mejor amiga.
—Por favor, te pedí que no le dijeras a nadie, él solo tiene ojos para ti. Él nunca me va a ver románticamente—dice Lyra temerosa de su secreto amoroso.
—Eso cambiará.
Con una última mirada a su amiga, se despide y nada hacia las profundidades, pensando en sus opciones. Sin embargo, las demás sirenas y tritones aún la observan, y los comentarios sobre ella no cesan. La tensión en Aqarys es evidente, y sus padres saben que deben actuar rápido para asegurar la estabilidad de la ciudad.
Al final, Bellerose sabe que su única salida es encontrar la manera de ser libre, incluso si eso significa alejarse de todo lo que ha conocido. Mientras se pierde en las sombras del océano, siente que su destino está llamándola hacia la superficie… hacia las hermanas humanas, y hacia una vida completamente distinta a la que el mundo submarino le ofrece. Se la pasaría como esas niñas moviéndose en lo seco para arriba y para abajo aunque no tiene idea como hacerlo porque su complexión física son un tanto diferentes en las extremidades ella tiene una cola y ellos piernas, además no puede estar mucho tiempo fuera del agua sino moriría.
Bellerose piensa que solo un milagro puede salvarla.
Por otra parte, Mirael se sumerge en sus pensamientos mientras nada junto a sus amigos, quienes lo observan con preocupación. La frustración y el dolor se reflejan en su rostro, y, aunque intenta ocultarlo, sus amigos saben lo que le pasa.
Tristán, uno de los tritones más cercanos a él, finalmente rompe el silencio.
—Vamos, Mirael, ¿Vas a seguir triste?Sabemos que tiene que ver con Bellerose, ¿verdad?
Mirael suspira profundamente, y sin contenerse más, responde:
—Sí, es por ella. Ya viste lo que piensa ella de lo nuestro. Desde que mis padres y los suyos organizaron este compromiso, me sentí… emocionado. Siempre he querido a Bellerose, pero parece que soy el único que siente algo en esta relación, si es que se le puede decir asi. A ella solo le interesa nuestra amistad.
Kyron, un tritón conocido por su franqueza, le da una palmada en el hombro.
—¿Y qué esperabas, Mirael? Esas cosas no se fuerzan. Si Bellerose no siente lo mismo, no puedes obligarla. Habla con tus padres y elije a alguien que si te quiera.
Mirael asiente, mordiéndose el labio en un intento de contener sus emociones.
—Lo sé… lo sé. Pero toda mi vida he escuchado que un día seríamos una pareja perfecta, y ahora siento que soy un estorbo para ella. He tratado de ganarme su cariño, de hacerle ver que la amo, la invito a citas, pero no hay manera… y eso me está destrozando.
Merida, la única sirena del grupo, lo observa con empatía.
—Mirael, tal vez es momento de aceptar que el amor no siempre es correspondido. No eres menos tritón por admitirlo. A veces, dejar ir es la única forma de encontrar algo real.
Aeron, otro de sus amigos, asiente en silencio, mientras una ola de tristeza se refleja en los ojos de Mirael.
—Quizás tengas razón, Merida. Quizás es momento de dejarla ir. No quiero ser una carga en su vida… ni en la mía —responde Mirael, sintiendo el peso de sus propias palabras.
Decidido a hacer algo al respecto, Mirael se despide de sus amigos y nada hacia su hogar, donde su padre lo espera. Al entrar, sus ojos se encuentran con los de su padre, que lo mira con dureza, como si ya conociera el propósito de su visita.
—Padre —comienza Mirael, con voz firme—, necesito hablar contigo sobre mi compromiso con Bellerose. Ella no me ama, y yo no quiero una esposa que no sienta lo mismo. Por favor, cancela este acuerdo. No quiero seguir adelante con algo que solo me traerá sufrimiento.
Su padre lo observa en silencio durante unos segundos, sus ojos oscuros endureciéndose. Sin previo aviso, se acerca a él y le propina un golpe en el rostro, tan fuerte que Mirael queda aturdido.
—¡No seas necio, Mirael! —exclama su padre, con una voz que retumba en la sala como el eco de una ola furiosa—. ¿Te das cuenta de la importancia de este compromiso? No se trata de tus deseos, sino del honor de nuestra familia y de la estabilidad de Aqarys. ¡Nosotros no elegimos, obedecemos! ¡Soy el comandante de las huestes marinas y cualquier sirena no será desposada para mí único hijo!
Mirael, con la mejilla ardiendo, levanta la cabeza y responde con un hilo de voz.
—Padre, yo entiendo nuestro deber… pero esto no es lo que quiero. No puedo forzar a Bellerose a amarme, ni quiero que se sienta atrapada en algo que no eligió.
Su padre lo mira con una mezcla de ira y decepción.
—Entonces deja de comportarte como un niño. Si eres débil, la ciudad te considerará débil, y los demás aprovecharán esa debilidad. ¿Es eso lo que quieres? ¿Ser la vergüenza de Aqarys?
Las palabras de su padre perforan el corazón de Mirael, quien se esfuerza por contener las lágrimas.
—No quiero ser una vergüenza, padre. Pero tampoco quiero vivir una mentira.
Su padre lo observa en silencio, y luego, con un suspiro cansado, gira la mirada hacia la ventana que da a las profundidades.
—Mirael… debes aprender que en esta vida los deseos personales son secundarios. Haz lo correcto, y la felicidad vendrá eventualmente… o aprenderás a vivir sin ella.
El joven tritón se queda en silencio, sin encontrar más palabras. La tristeza y la impotencia lo invaden mientras la figura de su padre se desvanece en la penumbra de la sala.
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