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La Mentira

Capítulo I Ecos de la venganza

El sonido del llanto se entremezclaba con el crepitar de las llamas, un eco aterrador que resonaba en la memoria de Gabriel. Era una tarde de verano, pero el aire estaba cargado de humo y desesperación. Recostado contra la fría pared del viejo edificio, cerró los ojos y dejó que los recuerdos lo envolvieran.

"¡Gabriel, corre!" La voz de su madre resonaba en su mente, llena de pánico. Él había querido gritarle que estaba allí, que no se fuera, pero sus piernas no respondían. El fuego devoraba su hogar, y cada segundo se sentía como una eternidad. El calor era insoportable, y el olor a cenizas lo perseguiría por siempre.

La imagen de su padre intentando apagar las llamas se grabó a fuego en su corazón. Recordaba su figura robusta, siempre tan protector, ahora consumida por la desesperación. "¡No! ¡No puedes dejarme!" Gabriel había gritado mientras las lágrimas caían por sus mejillas, pero el rugido del fuego ahogó sus palabras.

Cuando finalmente logró escapar al exterior, se encontró rodeado de vecinos con expresiones de horror e impotencia. La sirena de los bomberos retumbaba a lo lejos, pero para él, el tiempo se había detenido. En ese instante, supo que su vida nunca volvería a ser la misma.

Despertó de su trance con un latido fuerte en su pecho. Miró por la ventana hacia la lluvia que caía sin cesar y sintió el frío recorrerle la espalda. Había pasado mucho tiempo desde aquel día fatídico, pero el dolor seguía fresco y ardiente como las llamas que consumieron todo lo que amaba.

Era hora de actuar. Tenía un plan y una misión: encontrar a los responsables y hacer justicia por su familia. Pero a medida que se preparaba para salir, una pregunta inquietante se instaló en su mente: ¿podría realmente llevar a cabo su venganza sin perderse a sí mismo en el camino?…

La lluvia caía en un constante murmullo, como si el cielo llorara por las almas perdidas que vagaban por las calles solitarias de la ciudad. Gabriel se encontraba en la penumbra de un callejón, su figura apenas visible entre las sombras. La luz parpadeante de un farol iluminaba momentáneamente su rostro, revelando un brillo intenso en sus ojos oscuros, una mezcla de determinación y dolor.

Desde aquel fatídico día, cuando su mundo se desmoronó y la risa de sus padres se apagó para siempre, había jurado que no descansaría hasta hacer justicia. Pero ahora, en ese instante suspendido entre el pasado y el presente, sabía que debía ser astuto. Su mirada se posó en Valeria, que cruzaba la calle sin saber que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Ella era la clave para abrir las puertas del infierno que lo separaban de su venganza. Mientras observaba cómo sonreía a un grupo de amigos, Gabriel sintió una punzada en el pecho. ¿Era posible que alguien tan inocente pudiera convertirse en su arma más poderosa? La respuesta era simple: sí. Pero a medida que se acercaba a ella, una sombra de duda se cernía sobre él. ¿Podría cruzar esa línea sin perderse a sí mismo en el proceso.

Con una meta fija en su mente, Gabriel decidió sacudir cualquier resto de dudas que pudieran desviarlo de su objetivo: acercarse a Valeria. Había fraguado un plan; necesitaba hacerse pasar por su salvador, el héroe en esta oscura trama.

La lluvia caía suavemente sobre las calles solitarias, creando un ambiente cargado de misterio. Observó cómo Valeria se alejaba de sus amigos, sola en medio de la noche. No podía entender cómo la dejaban desprotegida, siendo parte de una familia tan prominente como los Arismendi. Se suponía que debían cuidarla, no abandonarla a su suerte.

Cuando estuvo seguro de que la joven estaba sola y vulnerable, hizo un movimiento sutil con la cabeza. En ese instante, unos hombres emergieron de las sombras, rodeando a Valeria y comenzando a acosarla. Ella, sin embargo, no se dejó intimidar.

“No me molesten. ¿Acaso no saben quién soy?” Sus palabras sonaron firmes, pero sus ojos delataban el terror que sentía.

“Jajaja, ¡muñequita! Para lo que queremos contigo es innecesario saber quién eres”, rió el líder de la banda con una voz tan intensa que podría helar la sangre en cualquier persona.

“Si se les ocurre lastimarme, mi padre los encontrará en el fin del mundo si es necesario y los hará pagar sin dudarlo”. Al escucharla hablar de su padre, una ola de rabia hirvió en las venas de Gabriel. Ese hombre pagaría por haber traicionado a su familia y por su muerte.

Ya no quería seguir escuchando más estupideces por parte de esa muchacha. La combinación del miedo en sus ojos y la arrogancia de esos hombres lo impulsó a actuar. Sin perder más tiempo, decidió intervenir y acabar con el espectáculo.

“¡Qué valientes, acosando a una pequeña mujer!”, exclamó Gabriel, dejando escapar una sonrisa siniestra que heló la piel de Valeria.

“Mejor sigue tu camino, amigo. No querrás terminar involucrado en algo feo”, amenazó el líder de la banda, intentando mantener su fachada.

“Quiero que dejen a esta joven en paz y sigan su camino. Estoy seguro de que nadie quiere salir herido”, respondió Gabriel con una voz amenazadora, su rostro impasible ante el peligro.

El líder de la banda no tardó en dar la orden, y sus secuaces se lanzaron hacia Gabriel, quien se preparó para defenderse. Sin embargo, justo en el momento crítico, hombres vestidos de negro emergieron de las sombras, cercando a Gabriel y protegiéndolo de los bandidos con una firmeza implacable.

Sin perder un segundo, tomó a Valeria de la mano y la sacó a toda prisa del lugar. Sus hombres se encargarían de la situación. Mientras caminaban, Gabriel apretó fuertemente su mano, pero Valeria sintió un nudo en el estómago; quería que él la soltara. No lo conocía y no quería caer en otra situación difícil.

“Déjame ir”, dijo ella con voz tensa, tratando de liberar su mano del agarre de Gabriel.

Él se detuvo por un instante, mirando sus ojos llenos de incertidumbre. “No estás a salvo todavía”, respondió con seriedad, sintiendo el peso del momento.

Capítulo II Bajo la luz de la mansión

Valeria estaba asustada, pero no podía soltarse del agarre de Gabriel, intentó forcejeando liberarse de él, pero sus fuerzas no se comparaban con las de ese desconocido.

“Deja de intentar liberarte, entiende que esos sujetos pueden venir tras de nosotros y las cosas se pueden poner peor”, Gabriel se detuvo por un segundo para decirle esas palabras a Valeria, fijando sus miradas por un instante.

El corazón de Valeria se aceleró sin poder controlarlo, su respiración se hizo más pesada y un nudo se formó en su garganta; sin embargo, volvió a tomar el control de su cuerpo. “Le he dicho que me suelte, acaso no me está escuchando”.

Gabriel detuvo su paso y con una mirada sombría volteó a ver a Valeria, “te llevare a tu casa, no es seguro para una joven tan hermosa andar sola en la calle a esta hora”. Valeria se quedó sin palabras, era la primera vez que alguien le decía que era hermosa, pero debía tener los pies en la tierra, además era muy tarde y seguramente su abuelo se enojara con ella y la reprendería fuertemente por la demora.

“Por favor déjame ir, necesito llegar a mi casa lo antes posible”, Gabriel hizo caso omiso a las súplicas de Valeria y sin mediar más palabras con ella, la empujó al interior de su vehículo. Sin tener salida la joven se resignó a su destino el cual nunca había sido bueno con ella. Gabriel arrancó el auto y condujo sin una dirección fija, pues Valeria se negaba a decirle donde vivía; sin embargo, Gabriel no desistió de la idea de llevarla a su residencia y continuó conduciendo sin importarle que la muchacha seguía suplicándole que la dejara en cualquier parada de autobús que ella llegaba sola a su casa. Cansada de discutir Valeria terminó por darle la dirección de su casa a Gabriel quien la llevó a la mansión Arismendi, él sabía perfectamente donde vivía ella, pero solo se hizo el desentendido para poder pasar tiempo con Valeria.

La atmósfera dentro del auto era muy tensa, el rostro de Valeria revelaba su angustia, Gabriel supuso que era por el mal momento que acababa de pasar, después de un rato conduciendo finalmente llegaron a la mansión Arismendi.

“Puede dejarme por aquí”, dijo Valeria antes de que las puertas de la mansión de abrieran.

Sin embargo, Gabriel hizo como si no la hubiera escuchado y condujo atravesando los grandes portones de la entrada principal y llevando a la nerviosa Valeria hasta la entrada principal de la casa.

Valeria bajó del auto aterrada, ya que las luces de la sala se encendieron, era una prueba de que su familia se había despertado. Con el temor abrazando su cuerpo, Valeria dio dos pasos antes de escuchar la puerta del auto de Gabriel abrirse en un tono seco, ella volteó a ver qué estaba pasando y vio a Gabriel caminar hasta ella.

“Por favor váyase, le agradezco todo lo que hizo por mi esta noche, pero ya es muy tarde y mi abuelo podría malinterpretar las cosas”, era obvio que Valeria estaba muy nerviosa, pero a Gabriel pareció no importarle nada de lo que ella decía, sin voltear a verla paso a su lado y llego a la puerta principal caminando firme y con determinación.

La puerta de la mansión se abrió y Diego Arismendi el abuelo de Valeria se sorprendió al ver a Gabriel frente a él. “Señor Linares, ¿que hace usted a esta hora en mi casa?”.

Gabriel sonrió de medio lado antes de contestar, “vengo a entregarle los documentos que discutiremos el día de mañana en nuestra reunión, quiero que todo quede claro y por eso me tome el atrevimiento de venir a su residencia”, Gabriel tenía un tono neutral, sonaba despreocupado y sin emoción en ninguna de sus palabras.

“¿Y tu niña?, ¿que hora es esta de llegar a casa?”, Diego desvío su mirada hacia Valeria quien estaba escondida detrás de Gabriel.

“Lo siento abuelo, tuve un inconveniente y se me dificulto estar en casa a tiempo”.

“Calla y entra a la casa”, Valeria camino al interior de la mansión, sintiendo el peso de la noche sobre ella, con cada paso que daba sentía el frío viento golpeando su delicada piel, el sonido de la brisa le hacía sentir el arrullo de su mamá cuando la llevaba a la cama cada noche, el olor de la arena mojada le recordaba su infancia junto a la única persona que siempre la defendió de los maltrato a de su abuelo. Llena de tristeza y temor termino de entrar a la casa, mientras escuchaba al abuelo invitar al desconocido que le había salvado la vida a pasar.

Sin más remedio subió a su habitación y se encerró esperando el castigo que seguramente le impondría el abuelo. Aún no entendía por qué si era de su misma sangre, el no la quería y siempre la trataba diferente al resto de sus primos. Esa noche precisamente, su abuelo le había pedido que fuera hasta la universidad ya llevarle unos trabajos a su hermana Natalia, quien tenía la oportunidad de estudiar, pero ella no podía hacerlo, ya que para el abuelo Valeria no merecía ese regalo.

Mientras que Valeria esperaba su destino, en la sala estaban Gabriel y Diego hablando de sus negocios, “espero que nuestra sociedad sea fructífera”, comentó Diego con una amplia sonrisa.

“Estoy seguro que así será, nos vemos mañana para finiquitar este asunto y poder empezar a trabajar juntos”, Gabriel hablo con frialdad.

Diego era un hombre mayor, pero aún se hacía cargo del negocio familiar, con la ayuda de sus tres hijos y nietos. Era un hombre frío y parecía no tener sentimientos, pues la manera en la que trataba a su nieta Valeria no era la mejor.

Por otro lado, Gabriel era joven y muy atractivo, su cabello negro y ojos oscuros lo hacían irresistible para cualquier mujer, además su mirada profunda lo hacía parecer misterioso e inalcanzable, su cuerpo bien trabajado y definido invitaba a las féminas a pecar, y eso era lo que él utilizaría para llegar a la desamparada Valeria.

Capítulo III Bajo el sol de la desgracia

Después de una noche tormentosa, al día siguiente salió un sol radiante que se colaba a través de la ventana de la habitación de Valeria. Ella había podido descansar, ya que su abuelo no había ido a torturarla como era habitual después de haberlo desobedecido. La joven abrió los ojos y un pensamiento pasó por su mente: “¿Quién era ese hombre tan guapo que la había llevado a casa la noche anterior?”. Una sonrisa fugitiva escapó de sus labios, pero al instante desapareció al escuchar a su abuelo llamándola a gritos.

Asustada, salió de la cama y se puso ropa decente para acudir al llamado de Diego, quien se escuchaba bastante molesto.

“Esa muchacha ingrata va a hacer que me dé un infarto”, decía el abuelo a todo pulmón.

“Dígame, abuelo, ¿en qué lo puedo ayudar?”, Valeria habló en cuanto entró a la sala.

“Tú no me ayudarías en nada, pues arruinaste una simple tarea como la de anoche”, Valeria se quedó sorprendida ante lo que decía su abuelo, ya que ella había cumplido con la misión de entregar el trabajo a Natalia.

“No te molestes con ella, abuelo, ella no tiene la culpa de ser tan tonta”, resonaron las palabras de Natalia por toda la sala. Valeria dirigió la mirada hacia su hermana mayor, quien la observaba con ojos maliciosos.

“No la defiendas, Natalia. Sabes que tu hermana no es digna de esta familia. Ella solo sabe hacer mal las cosas y además es una desvergonzada. ¿Sabías que ayer vino en el auto de Gabriel Linares? Un completo desconocido para ella”.

“Abuelo, yo le puedo explicar todo. Las cosas no son así como usted cree”. Valeria no pudo terminar lo que iba a decir; el sabor metálico de su propia sangre había inundado su boca.

Diego le había propinado una fuerte bofetada, haciéndola caer al suelo, y una vez estuvo ahí continuó golpeando sin consideración alguna. “Eres una desvergonzada; no ensuciarás el apellido de mi familia”.

Natalia, quien estaba presenciando la escena, solo sonreía al ver la manera tan cruel en que el abuelo trataba a su hermana. Para ella era muy divertido; además, por su mente pasaban las imágenes de Valeria coqueteando con Gabriel y eso le hacía hervir la sangre.

Después de que el abuelo descargó toda su ira contra Valeria, ordenó que la llevaran a su habitación; ya no quería ver más a su nieta menos querida. Tras aquel bochornoso momento, Diego salió de la mansión junto a su nieta preferida, Natalia. Ellos irían a la empresa, donde Alfredo, el nieto mayor e hijo de su primer hijo, lo estaba esperando para reunirse con Gabriel.

“Abuelo, ¿por qué tardaste tanto en llegar?”, preguntó Alfredo alzando una ceja.

“Esa prima tuya me volverá loco, pero después hablamos de eso”. Alfredo frunció el ceño al saber a quién se refería el abuelo. Sabía que Valeria había vuelto a sufrir bajo las manos de Diego y esta vez no estuvo a su lado para protegerla. Estaba ansioso y quería que la reunión terminara para poder ir al lado de su prima y ver qué tanto daño le había ocasionado su abuelo. Pero Diego no se lo iba a permitir; él solo quería cerrar el negocio con Gabriel y así hacer mucho más dinero.

“Buenos días, señor Linares”, saludó Diego amablemente.

“Buenos días, señores Arismendi”, respondió Gabriel con seriedad.

Dos de los hijos y dos de los nietos de Diego se encontraban en aquella sala. Gabriel frunció el ceño; su objetivo no estaba a la vista. Él quería ver los ojos del hombre que pensaba había asesinado a sus padres. Los recuerdos de aquella noche invadieron la mente de Gabriel: los gritos de su madre pidiéndole que saliera de la casa y los ruegos desesperados de su padre por ayuda. Esos recuerdos fortalecían aún más sus deseos de venganza.

“Empecemos la reunión”, dijo Diego con determinación.

Cuando estaban por empezar, llegó Ismael: el segundo hijo de Diego. Él era el objetivo principal para Gabriel; ver su cara tranquila y arrogante hizo que su verdugo se sintiera aún más irritado.

“Ahora que están todos presentes, ¿podemos empezar la reunión?”, Comentó Gabriel Mirianando fijamente al asesino de sus padres.

“Por supuesto, disculpen la demora, pero pase por la casa y me encontré una escena bastante desagradable”, dijo Ismael mirando con desaprobación a su padre.

Gabriel estaba intrigado por lo que Ismael había dicho, pero no podía preguntar directamente a qué se estaba refiriendo. La firma del contrato se desarrolló sin ningún inconveniente, una vez que terminaron de hablar de negocios, Gabriel pidió una reunión privada entre los hombres mayores de la familia Linares, Ismael y su hermano Sergio se miraron confundidos, ellos eran los hermanos mayores, eran gemelos, y el tercer hermano Gustavo quien era el menor, Ismael era el padre de Natalia y de Valeria, mientras que Gustavo era el padre de Alfredo, él había sido el primero en casarse y por eso Alfredo era el nieto mayor de la familia.

“Natalia y Alfredo por favor salgan de la sala de reuniones”, ordenó Diego mirando a sus dos nietos.

Ellos obedecieron lo que su abuelo les había ordenado, en esa familia todos hacían lo que el patriarca de la familia decía.

Una vez quedaron solos, Gabriel empezó a hablar, “Señores Arismendi en pro de fortalecer nuestra relación futura me he tomado el atrevimiento de pedir hablar con ustedes para pedir la mano de una de sus hijas, ustedes me conocen y saben que soy un hombre responsable y trabajador, y más que querer fortalecer una relación de negocios, busco fortalecer nuestra amistad y unión familiar por medio de este matrimonio. Además desde que vi por primera vez a su hija mi corazón sintió que ella era la indicada y que sería ella la mujer que me robaría los pensamientos.

Natalia quien se había quedado escuchando detrás de la puerta la conversación que los hombres estaban teniendo mostró una amplia sonrisa al estar segura que Gabriel Linares estaba pidiendo su mano. Ella había amado a Gabriel desde el primer día que lo conoció.

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