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Amor En La Oficina

_Capítulo 1: "Llegada a Seúl"_

"Nunca supe si estaba huyendo o empezando de nuevo. Lo único que sabía era que no quería seguir en el mismo lugar de siempre."

Sofía Gómez apoyó la frente contra el vidrio redondo de la ventanilla. Las nubes pasaban bajo el avión como un mar algodonoso, suave y silencioso, mientras su corazón palpitaba con una mezcla de ansiedad y esperanza. Tenía las manos entrelazadas sobre el regazo, frías, aunque por dentro ardía de nervios.

Su voz interior repetía lo mismo desde que despegó de Colombia:

"Estás a punto de comenzar desde cero."

Después de meses de papeleo, traducciones, entrevistas y videollamadas, por fin tenía el visado de trabajo aprobado para Corea del Sur. Había dejado su casa, su familia y una rutina que sentía cada vez más como una camisa que ya no le quedaba.

Pero ahora, ahí estaba: rumbo a Seúl, con dos maletas llenas y una vida nueva por construir.

Cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Incheon, la sensación de estar flotando desapareció. Todo era rápido, bullicioso, enorme. Pantallas con letras coreanas, anuncios por altavoces, gente que caminaba con prisa sin mirarla. Su inglés básico le servía de poco: “Hello, where is...?” apenas alcanzaba para entenderse. Aún así, murmuró un "Excuse me" tímido cuando alguien la empujó sin querer.

También había estado estudiando coreano desde Colombia. Podía saludar con un tímido “안녕하세요” (Annyeonghaseyo), y sabía decir “감사합니다” (Gamsahamnida, gracias), pero sentía que su pronunciación sonaba como una imitación de K-drama mal doblado.

Mientras empujaba su maleta por la zona de llegadas, su corazón dio un vuelco al ver una figura conocida. Allí, entre la multitud, estaba Ji-Young, su mejor amiga desde la universidad, sosteniendo un cartel hecho a mano que decía con letras gruesas: "BIENVENIDA, SOFÍA".

—¡Sofía! ¡Sofía! —gritó Ji-Young con energía, agitando la mano.

Sofía sonrió de inmediato, sintiendo que por fin podía respirar. Dejó las maletas por un segundo y corrió hacia ella. Se abrazaron con fuerza, de esa forma en la que se abrazan dos personas que sobrevivieron a la distancia y al tiempo.

—No puedo creer que estés aquí —dijo Sofía con la voz ahogada.

—Te lo dije. Corea te iba a estar esperando. ¡Y yo también!

Caminaron juntas hacia la salida. Ji-Young insistió en llevar una de las maletas mientras le hablaba sin parar.

—Te ves igualita. Bueno, un poquito más flaca... pero eso se arregla con comida coreana. Prepárate para vivir a base de kimchi y ramyeon.

—Y café. Espero que también haya buen café, porque no sobrevivo sin eso.

—¿Buen café? ¡Por favor! ¡Te tengo guardado un paquete de café colombiano! Recién llegado y sin abrir. Esperando por ti.

Salieron del aeropuerto directo al metro. Todo se sentía rápido, moderno, diferente. Mientras estaban sentadas una al lado de la otra, Sofía miraba los anuncios en coreano, los uniformes escolares, la cantidad de luces LED que parpadeaban.

—Es como vivir dentro de una serie —murmuró Sofía.

—Lo sé. Pero tranquila, ya verás que te adaptas rápido. Corea tiene sus cosas, pero también tiene magia.

Una hora después, llegaron al apartamento que compartirían. Estaba en un barrio tranquilo, con calles limpias, tiendas pequeñas y una estación de metro a solo cinco minutos.

Cuando Ji-Young abrió la puerta, Sofía se detuvo un segundo.

—Wow...

El apartamento era acogedor. Tenía paredes blancas con detalles en madera clara, una cocina pequeña pero bien equipada, y un balcón que dejaba entrar la luz de la tarde.

—Bienvenida a nuestro nuevo hogar —dijo Ji-Young con una sonrisa tierna.

—¿Nuestro?

—Claro. Este lugar es tan tuyo como mío. ¿No recuerdas que nos prometimos vivir juntas si alguna vez lo lográbamos?

Sofía asintió, con un nudo en la garganta.

—Gracias, de verdad...

—Ven, deja las maletas. Te haré un cafecito como los de Colombia. Con leche y panela, como te gusta.

Mientras Ji-Young preparaba el café, Sofía recorrió el lugar con calma. Había fotos de ambas en marcos pequeños, plantas en las ventanas, una estantería llena de libros y revistas de diseño.

Se acercó al ventanal del balcón y miró hacia la ciudad. A lo lejos, Seúl se extendía como una telaraña brillante. Se sintió pequeñita pero extrañamente poderosa.

—Estás muy callada —dijo Ji-Young, saliendo de la cocina con dos tazas humeantes.

—Es que... no puedo creer que lo logré. Estoy aquí. Aunque a veces siento que todos me miran raro. Supongo que mi cuerpo no es exactamente como el estándar coreano.

—Por favor —dijo Ji-Young, riendo—. Aquí más de uno te va a mirar como si fueras una celebridad. Cintura de avispa, caderas como canción de reguetón. Si yo tuviera tu cuerpo, estaría cobrando por pasearme.

Sofía se rió.

—No es para tanto.

—Claro que lo es. Y si alguien te mira raro, lo ignoras. Aquí el problema no es tu figura, es que no están acostumbrados a tanta curva junta.

Rieron juntas. Se sentaron en el piso, frente a la mesita baja del salón.

—¿Y cómo está tu trabajo? —preguntó Sofía.

—Uf, agotador. Pero me encanta. Estoy en una agencia de diseño gráfico con un equipo algo caótico, pero talentoso. Mañana te llevo para que conozcas a todos.

—¿En serio? ¡Gracias!

—Obvio. Además, tengo un supervisor que parece sacado de un dorama: guapo, serio, y con cero sentido del humor. Ya verás.

Sofía rió, pero sintió una punzada de inseguridad.

—¿Y crees que yo pueda conseguir trabajo pronto?

Ji-Young la miró con firmeza.

—Tienes talento, Sofía. No viniste hasta aquí para quedarte sentada. Viniste para brillar.

Sofía bajó la mirada, mordiéndose el labio.

—A veces me da miedo no estar a la altura...

—Es normal. Pero cuando el miedo aparezca, te tomas un café, respiras hondo y recuerdas por qué viniste. Y si eso no funciona, me llamas y te hago reír hasta que se te pase.

Sofía la abrazó fuerte. Ese tipo de amistad no se encontraba todos los días.

Más tarde, cenaron ramen instantáneo con huevo y cebollín. Comida simple, pero con sabor a hogar.

Ya entrada la noche, Ji-Young la llevó al balcón.

—Ven, quiero que veas esto.

Sofía salió con la taza de café en las manos. Se detuvo. La ciudad brillaba abajo como un manto de luces titilantes. No había ruido, solo el murmullo lejano de los autos.

—Es hermoso...

—A veces, cuando tengo un día horrible, vengo aquí. Me siento y respiro. Me recuerda que el mundo es más grande que mis problemas.

Sofía asintió.

—Tal vez este sea el primer día del resto de mi vida.

Ji-Young la miró con ternura.

—Tal vez. Y no estás sola.

Sofía se quedó contemplando la ciudad, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tenía permiso de volver a soñar.

Continuará...

*Capítulo 2: "Un nuevo comienzo"*

Sofía se despertó con el suave murmullo del tráfico lejano y la luz filtrándose entre las cortinas. Por un momento, no recordó dónde estaba. Luego, la emoción le recorrió el cuerpo como un escalofrío dulce. “Estoy en Corea… en Seúl.”

Se incorporó despacio, aún con el pijama y el cabello enredado por el sueño liviano que había tenido. En realidad, no había dormido bien. La mezcla de emoción, nervios y el nuevo entorno no la dejaron descansar del todo.

—Buenos días —saludó Ji-Young desde la cocina, usando un delantal con dibujos de pandas—. ¿Qué tal dormiste?

—En realidad no he dormido nada… —respondió Sofía entre risas—. Es que no puedo creer que estoy aquí. Parece un sueño, pero gracias por preguntar, Ji-Young.

—Te entiendo. A mí me pasó igual cuando volví de Colombia. El cambio es una locura.

Ji-Young le sirvió un tazón de avena caliente decorado con frutas y nueces, junto a una taza de café negro con un chorrito de leche.

—Come rápido o llegaremos tarde. Hoy toca visitar la oficina de extranjería para que te registres oficialmente. Sin eso, no existes legalmente en Corea —dijo con tono dramático.

—¡Me siento como si fuera a sacar mi pasaporte a otro planeta! —bromeó Sofía.

Después del desayuno, salieron del apartamento y tomaron el metro hacia el centro. Sofía se quedó admirando el orden, la limpieza, las voces suaves, y los anuncios que no lograba leer, aunque algunos caracteres ya le resultaban familiares: “출구” (salida), “화장실” (baño), y su favorito: “커피” (café).

—Estoy aprendiendo, ¿ves? —dijo Sofía, señalando un cartel.

—Muy bien, señorita estudiante de coreano —respondió Ji-Young orgullosa—. ¡Así se habla!

Durante el trayecto, Ji-Young le explicó detalles culturales.

—Aquí es muy importante hacer una ligera reverencia cuando saludas. Nada exagerado, solo inclinas un poco la cabeza. Y siempre usa las dos manos si entregas o recibes algo importante.

—¿Como el pasaporte?

—¡Exacto!

Al llegar a la oficina de extranjería, el ambiente era serio y organizado. Gente de distintos países esperaba en fila. Sofía tragó saliva.

—Ji-Young… estoy nerviosa.

—Hey, tranquila. Estoy aquí. No vas a hacer esto sola.

Con la ayuda de Ji-Young, Sofía completó los formularios, presentó sus documentos y pasó por una breve entrevista. Cuando todo estuvo sellado, Ji-Young alzó los brazos en señal de victoria.

—¡Listo! Ahora eres oficialmente una residente en Corea del Sur. ¡Felicidades!

Sofía soltó una risa nerviosa y abrazó a su amiga.

—Gracias, Ji-Young. De verdad… no podría haberlo hecho sin ti.

—Ay, no exageres. Para eso estamos las amigas. Aunque podrías invitarme un café por mi esfuerzo, ¿eh?

—¡Hecho!

Salieron y caminaron a una cafetería cercana. Era pequeña, con decoración minimalista y una playlist de jazz instrumental. Sofía pidió un café con leche. Ji-Young pidió un latte de vainilla.

—Entonces… ¿celebramos? —preguntó Ji-Young, alzando su vaso.

—¡Claro! Por el primer paso de muchos.

Mientras bebían, Ji-Young comenzó a hablar de su trabajo.

—Estoy en medio de un proyecto publicitario para una marca de cosméticos coreanos. Es un reto porque el cliente quiere algo moderno, pero también tradicional.

—Suena muy interesante —dijo Sofía, con ojos brillantes.

—Y más te vale que te emociones —añadió Ji-Young con una sonrisa astuta—. Porque mañana ya empiezas. Tu ingreso fue aprobado, y oficialmente estás contratada desde hoy.

Sofía parpadeó, sorprendida.

—¿Es en serio?

—¿Qué creías? ¿Que solo te traje a Corea para que me acompañaras a cafés? Te recomendé en la empresa y desde antes de tu llegada estaban esperando tus papeles para darte el puesto. Estoy a cargo de orientarte en tu primer mes. Literalmente soy tu mentora.

Sofía se llevó una mano al pecho.

—No lo puedo creer… Ji-Young, gracias. ¡Gracias en serio!

—Tranquila. Lo mereces. Pero prepárate, no voy a tratarte como a una invitada. Eres parte del equipo ahora.

—¡Acepto el reto!

Regresaron a casa al final de la tarde. El día había sido largo, pero Sofía se sentía ligera, como si por fin estuviera caminando en la dirección correcta.

Al día siguiente, se levantó antes que el despertador. Se vistió con unos pantalones negros de tela suave, una blusa blanca y una chaqueta beige. Maquillaje ligero, cabello suelto. Nada llamativo, pero quería causar buena impresión.

—¿Estás lista? —preguntó Ji-Young mientras se ataba el cabello en una coleta.

—Lista y emocionada.

—Entonces vamos.

Caminaron juntas hacia la estación de metro. Mientras esperaban el tren, Sofía exhaló profundamente.

—Esto se siente como el primer día de clases… pero en otro idioma, en otro país, y con cero idea de lo que me espera.

—Tranquila. Estás en buenas manos. Y además —añadió Ji-Young guiñándole un ojo—, estás a punto de conocer a uno que otro personaje sacado de un dorama.

—Oh, no empieces… —dijo Sofía, riendo.

Y así, entre bromas, nervios y la promesa de algo nuevo, Sofía dio sus primeros pasos en el mundo del diseño gráfico en Seúl.

Continuará...

_Capítulo 3: "Un nuevo entorno de trabajo"_

El edificio de la empresa de diseño gráfico se alzaba elegante y moderno entre otros rascacielos de Seúl. Tenía grandes ventanales, una fachada de vidrio espejado y un logo minimalista sobre la entrada. Sofía se quedó mirando por unos segundos, con el corazón palpitando.

—Wow... —murmuró—. Este lugar es realmente increíble.

Ji-Young, que caminaba a su lado, sonrió orgullosa.

—Sí, a todos nos impresionó desde el primer día. La energía creativa aquí se siente apenas entras.

El vestíbulo era amplio y luminoso, con una exposición rotativa de trabajos gráficos de los mismos empleados. Pantallas digitales mostraban campañas actuales. Sofía sentía como si hubiera entrado en una revista de diseño.

Apenas cruzaron la recepción, un hombre de porte tranquilo y mirada serena salió de una oficina cercana. Vestía de manera sencilla, pero con un estilo que denotaba autoridad sin necesidad de esfuerzo.

—Hola, soy Min-Soo —dijo al acercarse con una sonrisa amable—. Supervisor del equipo de diseño. Tú debes ser Sofía, la recomendada de Ji-Young.

Sofía, sorprendida por el tono cercano pero profesional, extendió la mano con respeto.

—Sí, mucho gusto, señor Min-Soo. Espero que nos llevemos bien.

—Encantado —respondió él, estrechándole la mano con firmeza—. Ji-Young te mostrará tu escritorio y te pondrá al tanto de tus tareas. Cualquier cosa, mi escritorio está justo ahí.

Sofía asintió con una mezcla de nervios y emoción.

—Gracias por la bienvenida.

—Confío en que harás un gran trabajo. Bienvenida oficialmente a nuestro equipo.

Min-Soo se alejó, saludando a otros empleados en el camino. Ji-Young le hizo una seña a Sofía para que la siguiera.

—Vamos, tu escritorio te espera —dijo con una sonrisa entusiasta.

Caminaron entre escritorios organizados, paneles con moodboards, pantallas con gráficos animados y estantes llenos de libros de diseño. Algunos empleados levantaban la vista, saludando con educación o curiosidad.

—Este es tu espacio —dijo Ji-Young, señalando una mesa cerca de la ventana—. Tienes buena luz natural, tus herramientas básicas listas, y… lo más importante: vista directa al dispensador de café.

Sofía se rió y se sentó con cuidado, dejando su bolso a un lado.

—Gracias, Ji-Young. Estoy muy emocionada de empezar.

—Y yo feliz de tenerte aquí. Pero prepárate: aquí trabajamos duro, pero también nos divertimos. Bueno, si sobrevives a las juntas de los lunes.

Sofía soltó una risa nerviosa.

Mientras Ji-Young comenzaba a explicarle los programas y plataformas que usaban, un movimiento al fondo de la oficina captó la atención de Sofía. Un hombre alto, impecablemente vestido con un traje gris oscuro entallado, caminaba por el pasillo principal con pasos decididos. Su presencia imponía sin esfuerzo. Cabello oscuro perfectamente peinado, facciones marcadas como esculpidas por un artista, y una mirada seria que podía desarmar a cualquiera con solo un cruce de ojos.

Pero fue su voz la que realmente le hizo cosquillas a la columna a Sofía.

Grave, profunda, y con ese tono suave pero autoritario que te hace querer escucharlo incluso cuando no estás segura de lo que dijo. Era de esas voces que se te quedan grabadas. Voz de hombre que no necesita gritar para ser escuchado. Voz que seduce, que manda, que acaricia y que ordena… todo al mismo tiempo.

—¿Quién es él? —susurró Sofía, bajando la voz como si estuvieran en una escena de suspenso.

Ji-Young siguió su mirada y se mordió el labio con diversión.

—Ah… él es Ji-Hoon Kim. El presidente. Dueño de toda la empresa. Y también director general de todos los proyectos. Básicamente, si él estornuda, alguien en otra ciudad se prepara para un cambio de estrategia.

Sofía lo observó con más detenimiento. Tenía ese aire que no necesita esfuerzo para imponer respeto. Su expresión era contenida, controlada, pero cada paso que daba irradiaba poder. Había algo en él que desafiaba todo lo que Sofía pensaba que era solo ficción en los dramas coreanos.

—Tiene una energía… intensa —dijo ella.

—Y eso que no lo has visto en una presentación importante —respondió Ji-Young—. Es como ver a un lobo entre ovejas. Elegante. Preciso. Letal… y sí, guapísimo.

Sofía tragó saliva y desvió la mirada.

—Ahora me das miedo. Parece el típico personaje de dorama: el jefe frío, exitoso, pero con un pasado misterioso.

Ji-Young se encogió de hombros con una sonrisa pícara.

—Bueno… nadie ha confirmado ni negado lo del pasado misterioso.

—Por favor, si esto fuera una novela cliché, en tres capítulos estaría accidentalmente cayendo sobre él con una taza de café caliente. —Sofía fingió dramatismo.

—¡O tropezando justo cuando él entra en la sala de reuniones! —añadió Ji-Young entre risas.

—Menos mal esto es la vida real.

—¿Estás segura? Porque esto se está escribiendo solo...

Ambas estallaron en carcajadas. El momento se volvió más ligero, justo antes de que una figura familiar se acercara a ellas.

Era él. Ji-Hoon.

—Ji-Young, ¿cómo va el proyecto de campaña de primavera? —preguntó, su voz tan envolvente y grave que Sofía sintió que todo a su alrededor se volvía más lento.

Ji-Young se irguió de inmediato.

—Todo bien, presidente Ji-Hoon. De hecho, justo ahora estaba presentándole a Sofía, la nueva integrante de nuestro equipo.

Ji-Hoon dirigió su mirada a Sofía. Por un instante, el tiempo pareció congelarse. Sofía sintió que su estómago se encogía ligeramente mientras él la evaluaba con una expresión inescrutable… y luego una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Encantado —dijo él con una ligera inclinación de cabeza—. He oído buenos comentarios sobre ti. Estoy deseando ver tu trabajo.

—Gracias… presidente —respondió Sofía, intentando mantener la compostura—. Haré todo lo posible por estar a la altura.

Él asintió y se retiró con la misma elegancia con la que había llegado.

Sofía soltó el aire sin darse cuenta de que lo había contenido.

—¿Siempre es así de serio? —preguntó en voz baja.

—Siempre —respondió Ji-Young—. Pero tranquila… uno se acostumbra. O eso decimos para no entrar en pánico.

Sofía se rió, acomodándose en su silla. Aún no lo sabía, pero ese era el comienzo de una etapa que cambiaría su vida para siempre.

Continuará...

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