...América, Años 1600-1700....
En aquella época, los españoles y demás naciones europeas habían invadido la tierra a la que llamaban El Nuevo Mundo. Fascinados por sus riquezas naturales y minerales, buscaron la manera de explotar estos recursos para su beneficio.
Los europeos se denominaban los dueños de esas tierras, cuando en realidad estas ya tenían dueño.
Por desgracia, los indios nativos no pudieron hacerle frente a la artillería tan avanzada de los europeos, y terminaron encadenados bajo sus órdenes como toda aquella persona de piel oscura y raíces aborígenes.
Nica nació un día de agosto en el año 1695, como el fruto de una aventura prohibida entre una esclava de las indias y su hacendado. El día exacto y la hora de su nacimiento habían sido olvidados, pues su madre Cecilia, de tan solo 15 años había muerto en el parto.
Nica había nacido con la piel colorada, indicaciones de que su piel sería blanca como la de su padre europeo. No obstante, sus ojos color avellana y cabello oscuro eran el regalo heredado de su madre.
Pero a diferencia de muchos bastardos nacidos en aquella época, su padre, Don Vicente Montalván quiso hacerse cargo de la niña. De inmediato le buscó una nodriza qué la amamantara, la vistió con los mejores ropajes y la trató como si fuera su hija legítima.
Estas acciones eran repudiadas por la sociedad cristiana, quienes veían inapropiado que la hija de una esclava gozara de algún derecho. Si, tal vez la niña era blanca, pero por su sangre corría la misma sangre de los esclavos.
Nica tampoco fue muy querida por los otros esclavos de la hacienda, pues la mayoría la envidiaba por sus privilegios. Salvo su nodriza, la negra Juana y sus cinco hijos, con los que ella adoraba jugar.
Juana siempre que podía le contaba sobre su madre, una princesa de las indias, hija de un cacique, líder de una tribu muy poderosa de aquellas tierras. Cuando Vicente la compró, rebautizó a su madre como Cecilia, en honor a la santa patrona de la música y la poesía.
—Cecilia quería que los esclavos se unieran a su padre, para pelear contra los blancos por la libertad de nuestras tierras. —Le relataba la negra Juana antes de dormir. —Pero ella sabía, que de haber sido hombre, todo sería más fácil.
Sin embargo, un día su felicidad terminó. Nica era muy pequeña para saber que su padre era un alcohólico compulsivo, aficionado a las apuestas, y a perderlas. Vicente, al ver como por su vicio enfermizo y sus deudas había orillado su hacienda a la bancarrota sintió que su vida no tuvo otra salida.
Al día siguiente, los sirvientes lo encontraron en su despacho; muerto con una herida de bala en la cabeza provocada por el mismo.
Ese fue el día más triste para Nica, lloró toda la tarde en la tumba de su padre. Había perdido a la única figura paterna que le quedaba. La única persona que no la miraba como una esclava.
Después de la muerte de Vicente, la hacienda debía pasar al mayor de sus hijos. Pero cómo Nica tenía solamente 8 años, y para los ojos de la sociedad era una bastarda, la herencia pasó a su tío Héctor. Él era un hombre serio y cruel, que contrario a su padre, no sentía compasión por los esclavos.
Héctor se había casado con una refinada dama francesa, Lady Gwendoline Poirot, que siempre que podía la miraba como un animalito salvaje a la quería lejos de sus hijos: Aquiles y Lilianne.
Pero a diferencia de su pulcra madre, sus primos eran amables con ella, los tres tenían la misma edad por lo que adoraban jugar juntos. La más distinta a Lady Gwendolin era Lilianne, pues la niña no tenía intenciones de ser una dama.
Nica creía que su prima era el verdadero animalito salvaje.
La pequeña Lili y su madre solían pelear demasiado debido a su desobediencia y rebeldía. El señor Héctor, además de hacendado, también ejercía como funcionario del gobierno, por lo que mantener las apariencias era importante para él.
Por esa razón, Nica poco a poco dejó de pensar en jugar, en vestir ropa decente y dormir en una cama cómoda. Fue puesta a trabajar como cualquier esclava. Aprendió a vestir harapos, a dormir con frío, tuvo que aprender a cocinar, lavar, limpiar y a hacerlo todo de forma impecable.
Y cada vez que se equivocaba, su propio tío era quien empuñaba el látigo para castigarla.
—¡Niña torpe! —Héctor se levantó bruscamente de la mesa cuando Nica, por accidente, dejó caer la tetera con el té caliente. —¡Eres una inútil, no sirves para nada!
Nica comenzó a recoger los trozos de la tetera, cortándose sus deditos en el proceso. Pero su tío la levantó del suelo, jalándola del cabello y posteriormente arrastrándola al patio para darle su castigo.
—¡Pedro, busca el látigo! —Le ordenó Héctor a uno de los esclavos.
—¡No padre, por favor déjela...! —Lilianne quiso defender a su prima, pero su madre se interpuso.
—¡Lilianne, siéntate ahora mismo! —Exigió Lady Gwendoline.
Aquiles no dijo nada, sabía que no podía hacer nada frente a la furia de su padre. En contra de su voluntad, Lilianne tuvo que quedarse a cenar mientras escuchaba los golpes y los gritos de su prima desde afuera.
—Perdóneme tío... —Rogó Nica con lágrimas en los ojos mientras era azotada por la espalda.
—¿Qué dijiste? —Héctor paró de golpearla. —¡¿Me llamaste tío?!
Nica no respondió debido al terror que la asfixiaba. Héctor la jaló nuevamente del cabello, esta vez para que ella lo mirara a los ojos.
—¡Yo no soy tu familia, india sucia! —Gritó su tío, golpeando el suelo con el látigo. —¿¡Oíste!? ¡Que te quede claro! ¡Yo no soy familia de una esclava!
Nica sabía que su tío la castigaba con tal de corregirla, al igual que todos los esclavos. Pero había algo diferente en Héctor a comparación de cuando golpeaba a otros esclavos y de cuando la golpeaba a ella.
Y es que él disfrutaba de hacerlo.
Cuando Nica cumplió 12 años, había asumido la responsabilidad de una mujer de ventitantos. Tenía prohibido jugar, sobre todo con muchachos, ya que querían evitar cualquier "deshonra" hacia su virtud. Tenía doce años, pero su cuerpo comenzaba a formarse como el de una mujer.
Uno de esos hombres fue su primo Aquiles, ambos solían llevarse un año de diferencia, pero al tener géneros distintos Héctor no consideró apropiado que se acercaran.
Sin embargo, ni Aquiles ni Nica pensaban en hacer aquellas cosas de adultos. Solo querían jugar con la tierra, bañarse en el río y perseguir a las gallinas o a los conejos de la hacienda.
Su única amiga era Lilianne, con la que a veces escapaba de sus clases de etiqueta para hacer travesuras. Y Nica no podía negarse, después de todo su prima también era su señora y debía obedecerle.
Pero Nica sentía que Lilianne se juntaba con ella para retar a su madre. La rebeldía propia de la adolescencia se manifestaba en su prima.
—¡Los odio! ¡Los odio! —Le gritó Lilianne a sus padres.
Para ella y los demás sirvientes de la casa principal resultaba normal escuchar las peleas entre la señora Gwendoline y su hija por escapar de las clases de etiqueta. Sin embargo, la pelea de esa tarde fue más grave que las anteriores, debido a que el señor Héctor se había involucrado.
—¡Eres una señorita, Lilianne! —Gritó Héctor, furioso. —¡Estoy harto de que seas una desobediente! ¿¡Acaso quieres darle una mala imagen a la familia!?
—¡A la mierda la familia! —Maldijo la joven.
Si los sirvientes se habían espantado con la palabrota dicha por la niña, se estremecieron en sus puestos al escuchar la fuerte cachetada que su padre le había proporcionado. Nica sabía que las peleas con Lilianne solían ser caóticas, pero nunca llegaban al extremo de los golpes, ya que Gwendoline odiaba levantarle la mano a sus hijos.
—¡Si no te controlas, te enviaremos a un convento en Francia para que dejes de ser una vulgar! —Amenazó el señor Héctor.
—¡No quiero! —Rechistó Lilianne al borde del llanto, mientras sobaba su mejilla lastimada. —¡No quiero convertirme en una estúpida monja!
—¡No me dejas más opción, jovencita!
—¡Yo no quiero ser una señorita, yo quiero ser libre!
Se escucharon los pasos de Lilianne salir de la habitación y correr hacia su habitación. Los esclavos de alrededor se quedaron viendo la escena sin saber cómo reaccionar hasta que el señor también salió del despacho.
—¿Ustedes que ven? —Los regañó Héctor. — ¡Sigan en lo suyo!
Los esclavos desviaron la mirada y siguieron trabajando. Lady Gwendoline lloraba, diciéndole a su esposo que fue muy dura con su hija, pero este decía que por malcriarla tanto terminó siendo una chica rebelde y vulgar.
Cuando los señores caminaron cerca de Nica agachó la mirada para no llamar su atención. En varias ocasiones, Héctor la castigaba pensando que Nica era quien mal influenciaba a Lilianne a portarse mal. Cuando en realidad, ella le decía todo lo contrario.
—Lili.—Habló Nica con ella, una vez que salieron a jugar. —¿Por qué no tomas las clases de etiqueta? Pueden ser interesantes...
—¡Para nada prima! ¡Son aburridaaas! —Se quejó la chica de hebras rubias. —Prefiero estar aquí, en el campo con los animales, reír descontroladamente, sin tener que usar un corsé apretado o preocuparme por si mi vestido se ensució.
Lilianne no tenía remedio, era una rebelde sin causa. Disfrutaba hacer travesuras y desafiar las normas.
Era uno de los aspectos que Nica envidiaba de su prima, ella podía hacer todas esas travesuras sin sufrir consecuencias. Nica daría lo que fuera por ser hija de Héctor, podía ser un cascarrabias, pero se preocupaba por el futuro de sus hijos. Por tener una madre como Gwendoline que la amara a pesar de todo...
Sin duda, Nica se preguntaba porque Dios le daba las oportunidades a quien menos las apreciaba.
Luego de esa pelea, llegó la noche a la hacienda, el señor Héctor y la señora Gwendoline se habían ido a dormir y los esclavos que terminaban sus deberes iban a las barracas a dormir. Nica terminó sus quehaceres nocturnos, y su primer pensamiento fue ir a ver como estaba su prima.
Sigilosamente, subió las escaleras y llegó hasta su habitación, tocó la puerta sin hacer mucho ruido.
—Lili... —Susurró, prevenida. —Soy yo, Nica.
Más no recibió respuesta. Eso era extraño, Lilianne no solía dormir temprano, igual decidió entrar para comprobarlo. No obstante, Nica se sorprendió al encontrar la habitación vacía y la ventana abierta.
«¡Dios mío, Lilianne escapó!» pensó Nica aterrada en sus adentros.
Se asomó por la ventana con la esperanza de verla, pero solamente veía la oscuridad arropando las cosechas de algodón. Temía que si prima corriera peligro. Salió de la habitación con la intención de salir por la puerta trasera y buscarla, lo más lejos que podía estar era en el pueblo.
Nica no conocía otro lugar más alla de los límites de la hacienda, pero recordaba el camino hacia pueblo de Nueva Córdoba en algunas ocasiones que su padre la sacó a conocerlo. Sin embargo, en la cocina escuchó a alguien escarbando entre los cubiertos.
Nica se extrañó, pues no debía haber esclavos en la casa a esa hora. Sin hacer ruido, entró a la cocina y, afortunadamente, se encontró con Lilianne rebuscando algo en los cajones.
Nica suspiró de alivio, pero su calma duraría poco cuando su prima celebró al tener en sus manos una caja de fósforos.
—¿Lili?
Nica detuvo a su prima cuando esta estuvo a punto de salir con la caja de fósforos y un bidón que contenía un líquido que no era agua, pues era desamente amarillento. Al ver a su prima, Lilianne se puso a la defensiva.
—¿Qué es eso que tienes, Lilianne? —Preguntó Nica, confundida.
—No te incumbe. —Respondió la rubia, de mala gana.
Nica se acercó a ella y el olor del líquido que contenía el bidón llegó a sus fosas nasales. Abrió los ojos sorprendida y a la vez asustada al identificar el aroma a aceite.
—¡Lilianne! —Nica quiso detenerla, pero ya era demasiado tarde. —¡No hagas una locura! ¡LILIANNE!
Lilianne no quiso escucharla y corrió con sus instrumentos hacia los cultivos de algodón que el señor Héctor cuidaba con tanto esmero, donde la perdió de vista. Aprovechando el paso por los cultivos, Lilianne abrió el bidón de aceite y empezó a rociarlo en todas las hojas.
Cuando llegó al final de la labranza, roció las últimas gotas que contenía el bidón para luego tirarlo a un lado y encender uno de los fósforos.
Con aquel acto, Lilianne pagaba cada injusticia, grito, humillación y golpe... ardería hasta convertirse en cenizas. Esta era su venganza antes de escapar hacia una vida de libertad.
Ella tiró el fósforo y la labranza comenzó a arder rápidamente. Una cadena de fuego cubrió en pocos segundos toda la siembra de algodón. Y viendo satisfecha su obra de arte, Lilianne huyó a toda prisa hacia el pueblo.
—¡Fuego, fuego!
Los esclavos en las barracas empezaron a despertar ajetreados por los gritos y la gran llamarada de fuego qué iluminaba la noche.
—¿Pero qué está pasando? —La negra Juana se despertó atareada, viendo horrorizada el fuego en las cosechas de algodón. —¿Cómo ocurrió esto? ¿Qué pasó?
—¡Fue Lilianne, chacha! —Nica corrió hacia el regazo de su madrina y le lloró.. —Intenté detenerla, pero no me escuchó, no hizo caso...
Juana abrazó a la jovencita que se sentía culpable por no detener aquella tragedia. Algunos esclavos la escucharon y no pudieron evitar asombro al enterarse de que una jovencita de sangre noble como Lilianne hiciera tal acto digno del Diablo.
—Calma guaricha, no es tu culpa. —Su nodriza la consoló en medio del alboroto. —Debemos hacé que apaguen el fuego qué esa malcriada hizo.
—¿Qué apaguen el fuego? —Intervinó Francisco, el hijo mayor de Juana. —Chacha, esta es nuestra oportunidad de escapar. Hay que aprovechá la distracción de los capataces pa' irse de aquí.
Francisco era amigo de un grupo de jóvenes que desde tiempos remotos buscaban escapar de la hacienda en busca de una vida libre, sin cadenas ni latigos, sabiendo que eso les traería la muerte.
—¡No, Chico! —Lo regañó su madre. —Porque si te encuentran será peor pa' ti. ¡Si te hacen algo yo me muero!
Y como si los hubiese invocado, los capataces hicieron presencia en la barraca armados con sus látigos, dispuestos a mandar a los esclavos a cargar agua para apagar el incendio.
—¡Muévanse! —Ordenaron golpeando los lechos de los esclavos. —¡Indios holgazanes, apaguen el fuego! ¡Rápido!
Todos los esclavos, incluso Nica, tuvieron que ayudar a apagar el fuego. Los que quisieron pasarse de listos y escapar fueron atrapados, golpeados y encadenados sin comer por varios días. Juana agradeció que su hijo le obedeció y no optó por escapar también.
Héctor, que de por si era fácil de hacerlo enojar, no pudo esconder la rabia al ver su cosecha destruida. Por fortuna, no tuvieron que indagar en buscar al culpable, Juana y todos los que oyeron a Nica difundieron a la verdadera culpable del incendio.
Aunque Gwendoline trató negarlo con tal de defender a su hija, a Héctor no se le hizo nada raro. Sumado a que Lilianne había escapado, eso la hacía más sospechosa.
—¡Esa mocosa me escuchará! —Exclamó Héctor, ignorando los sollozos de su esposa. —¡No sabe cuanto dinero e inversión se perdió con su chistesito!
Esa misma noche, soldados atraparon a Lilianne en una carreta rumbo al muelle y la regresaron a la hacienda donde recibió el regaño de su vida. Héctor se aguantó las ganas de darle 50 latigazos, si pudiera.
Al final, Lilianne si se fue en un barco, pero en vez de ir hacia una vida sin ataduras terminó siendo montada en un barco sujetada por diez esclavos, amordazada con cuerdas mientras gritaba y pataleaba para que la soltaran.
Su destino sería un convento de monjas en Francia.
—Si las monjas no solucionan esto, la última opción será enviarla a un loquero. —Fueron las últimas palabras que Nica escuchó de Héctor al ver a su prima partir.
Los llantos de despedida de Lady Gwendoline y Aquiles no cesaron ni una vez, más Gwendoline, que extrañaría a su hija. Pero no más de lo que Nica extrañaría a su única amiga.
El vacío que Lilianne dejó en la hacienda fue bastante notorio, más con el tiempo se fue superando y todo volvió a la normalidad. Salvo una persona, y es que Nica se dio cuenta de que ella no extrañaba tanto a su prima como lo hacía la señora Gwendoline.
A dos meses de su partida, la señora no salía de sus aposentos y se la pasaba todo el día llorando en la cama o en el borde de la ventana. Héctor peleaba con ella por tener descuidada la casa y a su primogénito, pero ella no mostraba signos de mejorar.
Nica empezó a sentir pena por ella, algo que ell! nunca pensó que sentiría por una persona tan estricta y regia como lo era su tía. Y es que podía entender el dolor de la perdida, tal vez Lilianne no había muerto, pero la había perdido...
—Doña Gwendoline. —Le habló Nica un día que entró a la habitación de sus amos con una bandeja de comida. —Por favor, coma algo o se enfermará.
—No quiero nada, llévatelo. —Dijo la mujer, ojerosa y con el cabello sin peinar.
—Yo también la extraño. —Murmuró la esclava, con la cabeza gacha. —Pero sé que volverá, y será mejor que lo haga cuando se vuelva una señorita de clase alta, y no porque su madre haya enfermado terriblemente por pena.
Gwendoline la miró de manera despectiva, Nica dejó la bandeja de comida en la cama y le extendió un pañuelo de Lilianne, uno que conservó para recordarla con cariño, pero sabía que en esos momentos su tía lo necesitaba más que ella.
La señora tomó el pañuelo, y al sentir la esencia de su hija no pudo contener el llanto.
—Me siento tan sola. —Pronunció Gwendoline, con la voz quebrada. —Yo soñaba con criarla. Enseñarle a bordar, bailar, a cantar, tocar el piano... ¿Acaso soy una pésima madre? ¡Le perdonaba todas sus travesuras! ¿Mi amor no fue suficiente para ella?
Su corazón se rompió al oírla decir esas cosas. Pensaba que a la señora Gwendoline solo le importaba el estatus familiar, ya saben, aparentar ser perfectos. Nica se dio cuenta de que, sin importar la actitud de Lilianne y el camino que ella decida con su vida, Gwendoline la amaría de forma incondicional.
—No lo es. —Pronunció Nica. —Usted es la mejor madre que un hijo pudiera tener. Quizás Lilianne no lo vió en su momento, pero lo hará cuando abra los ojos. Estoy segura.
La esclava caminó hacia un escritorio de la habitación, tomó un trozo de papel en blanco y se lo extendió a la Doña.
—¿Por qué no le escribe una carta? Seguro que saber noticias de usted alegrará a Lilianne.
Gwendoline la miró por varios minutos, y por primera vez en días de añoranza alguien la pudo hacer sonreír. Nica no sabía leer o escribir, pero estuvo ayudando a la señora mientras redactaba una carta bastante emocional, donde se trazaron los sentimientos de la madre y de Nica.
A los tres días luego de ese suceso, la Doña salió de sus aposentos y atendió el mando en la casa con mayor esmero. Héctor y de sobremanera Aquiles se alegraron de ver a su madre superar la pérdida y seguir adelante.
Todo gracias a Nica.
Pero claro, eso era algo que Héctor no iba a aceptar a la ligera. Por lo tanto, decidió hacerse de ojos y oídos sordos al notar que su sobrina era constantemente requerida por su esposa.
Una semana después, mientras Nica cargaba la cesta de la ropa sucia, Doña Gwendoline la llamó en susurro desde la sala principal.
—¡Ps! Nica. —La señora Gwendoline le hizo gesto de que se acercara. —Ven aquí, rápido.
Al principio no pudo creerlo, jamás había escuchado a su tía llamarla por su nombre. Siempre le decía "esclava sucia, india tonta..."
Nica se acercó extrañada, aun con la cesta de ropa entró en la sala, donde se encontraba un señor vistiendo ropajes coloridos y una peluca blanca.
—Nica, te presento a monsieur Charles. —Dijo la señora Gwendoline, destacando su acento francés. —Es un confeccionista popular, le quiero regalar un vestido a Lilianne y tú te acercas más a sus medidas.
—Es un lindo gesto, mi señora. —Comentó Nica, mirando el suelo. —Estoy para servirle.
El hombre le hizo una leve reverencia a Nica y esta no pudo evitar sentirse incómoda. De inmediato, soltó la cesta de ropa y le dedicó una reverencia prolongada al confeccionista.
—¡Voilá! Pero que jovencita tan preciosa se esconde detrás de esos trapos harapientos. —Exclamó monsieur Charles, mientras daba vueltas alrededor de Nica en son de estudiarla. —Es educada también, un poco de etiqueta y será la envidia de todas las señoritas de la sociedad.
—Ejem... Lo lamento monsieur Charles, pero Nica es esclava de la familia, no una señorita. —Aclaró la mujer.
—¿Qué? ¿Una esclava blanca? —Interrogó el francés, sorprendido. —¡Eso nunca lo había visto!
Nica tragó saliva y se mordió la lengua para no decir nada indebido, solamente se dejó tomar las medidas para el vestido de su prima.
Y a partir de ese momento, comenzaron los extraños favores de la señora Gwendoline, en los que solo requería a Nica y a ninguna otra esclava.
—¡Nica! —La acorraló la señora un día en la cocina, ella cargaba una tela e hilos en sus manos. —Necesito tu ayuda, tengo que terminar este bordado para Lili antes de que el barco a Francia zarpe mañana, pero ahora debo salir a una reunión con mi esposo... ¿Será qué puedes terminarlo por mi?
—Pe-pero, no sé bordar...
—Yo te enseño, es fácil. —Gwendoline la sacó de la cocina hacia el porche de la casa y, con paciencia y dedicación, le enseñó a Nica lo básico del bordado.
En otra ocasión, la señora Gwendoline debía arreglarse para las celebraciones patronales de Santa Inés. A pesar de los apuros de su esposo, Gwendoline se negó a salir si Nica no era quien la peinaba.
—¿Por qué no llamas a otra esclava? ¡Hasta tu misma puedes peinarte! —Le reprendió el señor Héctor.
—Quiero a Nica esposo mío, ella tiene buena mano. —Insistió.
Ese día Héctor había sacado a Nica de la casa con la esperanza de que se desapegara de Gwendoline, pero sé dio cuenta de que no podía ir en contra de su esposa cuando quería algo.
Sin darse cuenta, Nica podía pasar todo el día en compañía de su tía. Sea bordando, cosiendo, bailando y aprendiendo a tocar el piano. Y como por arte de magia, los regalos y las cartas de Lilianne dejaron de enviarse.
En ese momento, Nica supo que se convirtió en el nuevo objeto de atención de Gwendoline. La hija que siempre quiso criar.
Tal vez Nica había cumplido su más amado sueño, tener el aprecio de un miembro de su familia. No obstante, todo se arruinaría en su vida cuando Dios decidió castigar a los españoles con una fuerte sequía, ocasionando la enorme pérdida de cosechas e ingresos.
Héctor tuvo que elegir entre alimentar al ganado o a la mano de obra. Y obviamente, le convenía más la segunda.
—Esto no es vida, chacha. —Se quejó Francisco con su madre al final del día. —Nos morimos de hambre mientras el amo come igual que un puerco en su mesa. Un día de estos me fugaré con los muchachos...
—¡Mijo, el calor te hace delirá! —La negra Juana le pegó con su cucharón de madera. —Tú no te vas a ningún lao', nosotros los indios somos fuertes y aguantamo'...
—¡Chacha, chacha! —Nica entró emocionada a la barraca, con algo entremanos. —Mire lo que le traje.
Francisco no tenía cabeza para las cursilerías de la niña, por lo que se fue. En cambio, la negra Juana vió que el regalo se trataba de una hogaza de pan y algunas tiras de carne envueltas en un pañuelo blanco con un bordado azul de un pez en forma de globo.
—Es una mantaraya, o al menos así me la imagino antes de que la sancochan. —Comentó Nica con respecto al bordado. Antes de que Juana pudiera hablar, una lágrima se le escapó. —¿Por qué llora, chacha? ¿No le gusta?
—Eres un alma buena, guaricha. —Juana soltó el cucharón y abrazó a la joven. —Que los Dioses te tengan en su altísima gloria.
Nica se tomó aquello como un gracias. Podía ser la nueva consentida de Doña Gwendoline, más nunca olvidaría a la que fue su verdadera madre, quien la amamantó y cuidó en sus primeros años.
—Me gustaría hacer más por ti, chacha. Por todos.
Y si pudiera lo habría hecho.
Porque días después, Francisco y otro esclavo fueron atrapados intentando escapar. Héctor no quiso tener compasión, y ordenó llevarlos al tronco a pagar su condena de 100 latigazos por desobediencia.
—¡Nooo, mi señor! ¡No lo haga! —Gritaba la negra Juana.
Su mayor temor se hizo realidad, su Francisco sería cruelmente castigado por un simple deseo de libertad.
—¡Amárrenlos bien al tronco! —Le exigió Héctor a los capataces, ignorando a la vieja.
Francisco lucía tranquilo, como si aceptara su destino. Juana le lloró y se arrodilló al señor suplicando por piedad.
—¡Es solo un niño, mi señor! ¡Solo tiene hambre! —La negra se aferró a la pierna del amo.
—¡Suélteme, vieja sarnosa! —Héctor la pateó sin cuidado.
—¡Máteme a mi, pero no lastime a mi hijo! ¡No podría vivir con el sufrimiento! ¡Usted tiene hijos, debería saber ese dolor! —Rogó desesperada.
—Mejor, tres bocas menos que alimentar.
Aquello fue una sentencia que alarmó a Nica, quiso evitar una tragedia buscando la ayuda de Doña Gwendoline, pero ella se encontraba en el pueblo Nueva Córdoba con Aquiles en una cita con el doctor.
Nica le rogaba al Dios católico y a los Dioses de los Indios, a quien fuera que la escuchara, que Doña Gwendoline llegara rápidamente. No soportaría ver a su nodriza siendo castigada de forma injusta.
Desnudaron el torso de los tres esclavos en el tronco, se podía ver la evidente delgadez de estos, pero más en su pobre chacha, quien no comía de los bocados qué le regalaba a Nica para dárselo a sus hijos.
—¡Chacha! —Nica se derrumbó en llanto con los primeros latigazos —¡Por favor, señor Héctor! ¡No sea malo!
La señora Gwendoline no llegaba, y Nica se desesperó de tal manera qué, de no ser porque los esclavos que la sujetaron, habría tratado de intervenir e inevitablemente se sumaría al castigo en el tronco.
Francisco y el joven sobrevivieron, pero la negra Juana estaba bastante débil y desnutrida, sumado a la pérdida de sangre por las heridas del látigo, ella no llegó a ver otro amanecer.
Nica lloró todo el día, todos los días. Más que Francisco y cualquiera de sus hijos. La tristeza y el duelo que embarcó a Nica después de la muerte de su nodriza la cambiarían por completo.
Dejaría de ser ella misma, su corazón se marchitó
Y comenzó a pensar que todo lo que amaba, se iba dolorosamente de su lado.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play