Valentina Jones
–Cáncer al Colon. Estadio cuatro –dice el doctor Yang–. Lo siento mucho –agrega mirando a Ming, y a Mei, quien asiente con una calma aterradora.
–¿Lo siente? –pregunta Ming con una risa aún más aterradora que la calma de Mei–. ¡¿Lo siente?! –grita mientras lanza el escritorio del doctor Yang al suelo, rompiendo el computador de última generación.
–Hijo –lo llama Mei, pero por supuesto nada puede cruzar la barrera invisible que hay entre Ming y nosotras. Esa barrera que aparece en esos extraños brotes de ira.
Mi mejor amigo toma al doctor Yang, quien es una eminencia de la medicina moderna de este país y del mundo, de su cuello y lo levanta sobre el nivel de sus ojos.
Los pies de Yang cuelgan y su rostro comienza a teñirse de tonos rojos y violetas.
Ming saca una enorme daga y la clava contra el estómago de Yang.
–Quizá podría sacarte tu Colon y entregárselo a mi madre, ¿no lo cree, doctor? –pregunta en un siseo. Un siseo que eriza todos los vellos de mi cuerpo.
Mei toma mi mano, llamando mi atención.
–A ti te escuchará, cariño –susurra con voz débil.
Me levanto torpemente y me acerco con miedo a mi amigo, quien en este momento me parece un extraño.
Un asesino dispuesto a todo.
Quiero golpearme cuando esa imagen logra acelerar mi pulso, y no precisamente por temor.
–Ming –lo llamo, pero no voltea en mi dirección. Coloco mi palma sobre su hombro y puedo sentir como se relaja con mi tacto.
Me encantaría que su tacto tuviera ese efecto tranquilizante en mí, pero no. Su tacto me produce caos.
–¿Podemos colocarle su colon a mi mamá? –pregunta esperanzado.
–No, Ming –respondo mientras tomo la daga de su mano–. Un trasplante no la salvará.
–Pero…
–El cáncer ya está en su pulmón y huesos –digo mientras muerdo mi mejilla con fuerza. Prefiero el dolor físico al emocional en cualquier momento. Y sé que cuando esté sola en mi casa me romperé en cientos de pedazos, pero ahora debo ser fuerte por Ming y por Mei–. Es tarde.
Sus ojos oscuros descansan en los míos, aterrados y tan tristes, que sujeto la cuchilla de la daga contra mi palma.
No puedo romperme ahora. Me necesitan.
Ming mira a su madre, quien yace sobre la silla, débil y cansada.
–Hijo, por favor –le ruega.
Ming suelta al doctor, quien cae al suelo, haciendo un estruendo.
Me arrodillo a su lado y lo ayudo a incorporarse mientras trata de insuflar oxígeno a sus pulmones, que deben estar ardiendo en este momento.
–No puedo salvarla –dice y comienza a toser, luchando por respirar–. Tú puedes verlo –agrega apuntando a los exámenes que están sobre el suelo, decorando su oficina con resultados desesperanzadores.
–Lo sé –digo mientras lucho por contener las lágrimas.
Miro a Mei, quien está tratando de calmar a su hijo, y mi corazón se encoge dentro de mi pecho.
No es justo.
La medicina ha avanzado a pasos agigantados en las últimas dos décadas, yo he sido responsable de varios adelantos, pero aún no podemos curar un cáncer tan agresivo como el que tiene Mei.
Le juré a mi madre que cuidaría de su mejor amiga, y le estoy fallando.
Busco alternativas en mi cabeza, mientras Yang sigue farfullando, pero cada una de estas ideas caen como un castillo de naipes frente a mis ojos.
Es demasiado tarde.
Debí haber visto las señales. Debí visitarla más a menudo. Debí haber abondado todo cuando le escuché a Ming decir que Mei tenía una gripe que no se iba con nada.
Esto es mi culpa.
–No.
Levanto la mirada y encuentro los ojos oscuros de Ming, pendientes de mí.
–No –repite.
–Lo es.
–No, Val –declara–. No dejaré que cargues con ese peso.
Mei mira a su hijo y luego a mí, sin entender. No sabe que Ming, como siempre lo hace, acaba de leer mis pensamientos.
Muchas veces, como ahora, siento que es la persona que más me conoce en este mundo, incluso más que yo misma.
–Estaremos bien –susurra Mei con optimismo. Un optimismo del cual hoy no puedo contagiarme.
Ming se obliga a sonreír. Deja un beso sobre la cima de la cabeza de Mei antes de lanzarle una mirada asesina a Yang.
–No he terminado contigo –amenaza antes de salir de la sala junto a su madre.
Yang palidece. –¿Qué quiso decir con eso? –pregunta aterrado–. No puede matarme. He sido un fiel sirviente a la Tríada. Atendí a su padre y a su abuelo.
Sonrío sin humor. –Yo no diría eso delante de Ming, señor Yang. No si quiere sobrevivir –digo–. Hablaré con él –me apresuro en agregar cuando comienza a hiperventilar.
Ming es el jefe de la Tríada, la mafia que gobierna China y otras partes del mundo. Siempre ha sido un líder fuerte y justo. Pero imagino que en este momento no está pensando en justicia, sino en venganza. Querrá matar a todos los médicos que trataron a Mei y no pudieron descubrir lo que estaba pasando cuando aún estábamos a tiempo de poder proporcionarle un tratamiento.
Salgo de la sala y me apresuro a seguirlos, pero me detengo cuando los veo sentados mirando el enorme estanque con cascada y peces Koi de distintos colores y tamaños.
Mei toma mi mano en cuanto estoy a su lado.
–A Li y a mí nos encantaba este estanque –susurra con dulzura–. Tu madre podía estar horas sentadas frente a este estanque. Fue aquí donde conoció a tu padre.
–Lo sé –susurro y me obligo a no dejar caer ninguna lágrima.
–El famoso neurólogo británico –dice con una sonrisa–. Era guapísimo y tu madre se enamoró con la primera mirada.
–A papá le pasó lo mismo.
–Por supuesto que sí, cielo –concuerda–. Mi amiga era preciosa. Tu papá no tuvo ninguna oportunidad.
Llevo la mano a mi pecho y sostengo el relicario que cuelga en mi cuello con fuerza. En él hay una foto de mis padres en su boda.
Es mi foto favorita de ellos porque sus ojos están llenos de amor, anhelo y emoción por el devenir.
–Debe ser hermoso ser amada de la manera en que tu papá amó a mi amiga –susurra y no puedo evitar que mis ojos naveguen por su muñeca y dedos torcidos, evidencia de la violencia que vivió junto al padre de Ming–. Es lo que quiero para ustedes. Quiero que encuentren a una persona que los ame con esa fuerza y ese respeto. Quiero que sean felices. Quiero que cuando tengan mi edad no se arrepientan de nada. –Mei toma mi mano con más fuerza–. Nunca te conformes con nada menos, cariño. Eso le rompería el corazón a tu madre y a mí. Mereces ser amada como tu papá amó a tu madre. No mereces menos que eso.
Me inclino y dejo un beso sobre su mejilla. –No me conformaré con menos –juro.
Mei sonríe mientras sus ojos miran la cascada.
–El amor tiene que fluir libremente, no lo contengan –dice mirando a Ming–. No luchen contra él.
–Te amo, mamá –dice Ming mientras la abraza contra su costado.
–Lo sé, mi bebé, y yo te amo a ti –devuelve–. Más que a mi propia vida.
Los ojos se Ming se nublan con recuerdos que ninguna persona debería tener, recuerdos que envenenan el alma poco a poco.
–Lo sé –susurra.
Me aferro al relicario de mis padres para no romperme en este momento.
Hoy mi deber no es sanar. Mi deber es acompañar y consolar, aunque me esté rompiendo por dentro.
Ming Wú
–Renji me dijo que querías hablar conmigo –digo cuando entro a su habitación.
Verla acostada sobre esa cama, pálida y cansada, está acabando con mi cordura. Pensé que tendríamos más tiempo, pero imagino que hay cosas que el dinero no puede comprar.
–Cierra la puerta, mi bebé.
Hago caso y me arrodillo a su lado en la cama.
Sus ojos oscuros se suavizan cuando me miran. Acaricia mi mejilla y una dulce sonrisa se forma en su rostro.
–Eres los mejores treinta y cinco años de mi vida –susurra–. Me hiciste feliz en los momentos más oscuros, cielo, y lo que más deseo es que seas feliz.
Afirmo mi frente contra su hombro, y me obligo a decir lo que mi mamá quiere escuchar, lo que merece escuchar.
–Lo seré, mamá. No tienes que preocuparte por mí.
–Quiero que vivas una vida completa, como Renji, Alek y Conor lo hacen.
–Lo haré, mamá –respondo de inmediato.
Mamá toma una respiración profunda y luego comienza a toser. Todo mi pecho arde al verla sufrir con esa horrible tos, que parece matarla poco a poco.
Yo debería estar en esa cama, no ella. No la mujer que arriesgó su vida por mí.
Alcanzo un pañuelo de papel y seco las pequeñas gotas de sangre sobre sus labios y manos, mientras me obligo a sonreírle.
–Me queda poco tiempo –declara.
Un frío sube por mi espalda y se instala en mi nuca cuando comprendo que mamá tiene razón.
–No voy a irme de este mundo sin verte feliz –continúa–, y sé que tu felicidad está junto a Valentina.
–Somos amigos –respondo secamente, como siempre lo hago–. Entre Val y yo nunca habrá nada más que una amistad, mamá.
Toma mi mentón en su pequeña y temblorosa mano. –Una madre conoce a su hijo, Ming, y yo te conozco. Amas a Val –declara y trato de alejarme, pero me sostiene con más fuerza–. Me atrevería a decir que siempre lo has hecho.
–Mamá…
–Mereces ser feliz, Ming, y si Val es tu felicidad te empujaré hacia ella.
Beso su frente. –Deberías descansar, mamá.
–Cásate con ella –ordena.
Vuelvo a besar su frente mientras una pequeña carcajada escapa de mi boca.
–Te amo. Que descanses –me despido.
Me incorporo, pero mamá toma mi mano con fuerza.
–Cásate con Val, Ming –insiste seriamente.
Un escalofrío, completamente distinto al anterior, recorre mi cuerpo, pero me sacudo para deshacerme de esa desagradable sensación.
–Es mi último deseo –susurra–. Siempre has dicho que harías cualquier cosa por mí, esto es lo que quiero.
La habitación desaparece y vuelvo a ese frío y lluvioso sábado. El día que papá finalmente tuvo un gramo de bondad con la mujer que yacía en el piso sangrando, con la muñeca y el labio roto, y los dos ojos hinchados.
–¡Vete! –le gritó–. Estoy harto de tener que respirar el mismo aire que tú. –La levantó del cuello y la obligó a incorporarse sobre su tobillo torcido–. Estoy harto de tus estúpidos planes para huir. No eres más que un pedazo de basura para mí, y ya no quiero tener que ver tu horrible cara cuando me follo a una verdadera mujer, una mujer que sabe cómo hacer sentir bien a un hombre –siseó antes de escupirla y lanzarla al suelo de mármol nuevamente.
–Ming –susurró suplicante mi mamá, pero mi papá se rio.
–Ming es mi hijo, y no lo sacarás de esta casa –devolvió con sorna–. La Triada lo necesita. Yo lo necesito.
Recuerdo claramente haber querido lanzarme al lado de mi mamá y rogarle que se quedara, pero no pude hacerlo. No cuando podía ver todo lo que papá la lastimaba. También me golpeaba a mí, pero con ella siempre fue más cruel.
Me arrodillé a su lado, con ocho años, tomé su mano lastimada y la miré directo a sus ojos hinchados.
–Vete, mami. Yo estaré bien, lo juro.
Papá se rio a carcajadas. –Ni siquiera tu propio hijo te quiere en esta casa –dijo tomando su chaqueta–. Si cuando vuelva sigues aquí, atente a las consecuencias –agregó antes de salir de la casa dando un portazo.
–Tienes que irte antes que papá vuelva –le rogué, pero mi mamá negó con su lastimado rostro.
Me miró fijamente a través de las pequeñas ranuras que sus ojos hinchados le permitieron.
–Nunca te dejaré, mi amor.
–Mami tienes que irte –insistí.
–No –declaró y se obligó a incorporarse–. No voy a irme sin ti, mi bebé. Eres lo más importante en mi vida.
Quise gritar y rogarle que se fuera, pero en cambio la abracé y lloré con ella.
–Algún día estaremos libres de él –le juré–. Te amo, mami. Haría cualquier cosa por ti, lo juro –declaré antes de correr a la casa de Val por ayuda.
–Ming, por favor –dice mamá volviéndome al ahora.
–¡¿Acaso estás loca?! –exploto cuando recuerdo lo que me acaba de pedir–. No me casaré con Val.
–Lo juraste.
Enredo mis dedos en mi cabello con desesperación. –¡Me refería a matar a mi papá, no a esto! –grito con frustración–. No soy un niño, mamá. No puedes obligarme a hacer algo que no quiero hacer.
–Pero lo quieres, Ming –contradice–. Lo sabes.
–¡No lo haré!
Mamá baja su mirada. –La vida ya me quitó la dicha de ser abuela –susurra–. Por favor, no dejes que me quite la alegría de verte casado con la mujer que amas –ruega y siento como cientos de ladrillos caen sobre mi cabeza.
–No puedo con esto, no ahora –susurro y salgo de su habitación, ignorando su suplica.
Llego a la sala, tratando de comprender qué es lo que acaba de pasar.
Renji me mira, curioso, al igual que su familia.
–¡Esa mujer está loca! –siseo impotente.
–Las mamis no están locas –dice Dylan con la misma mirada penetrante de su padre.
–La mía lo está –devuelvo–. Pero si cree por un segundo que le haré caso…–callo al darme cuenta de que no tengo la fuerza para romperle el corazón, no a la mujer que ha sacrificado tanto por mí–. ¡Esa mujer está completamente loca! –grito al sentir como toda la habitación se vuelve más pequeña con cada segundo que pasa.
–Estamos aquí para ayudar –se ofrece Emma–. Si tu mamá necesita algo, me gustaría ayudarla.
Me rio porque sencillamente no puedo creer que esto esté pasando. Pensé que lo que sentía por Val era un secreto para todo el mundo, a excepción de mis amigos, quienes pueden leer a través de mí, sobre todo, Renji.
Sacudo mi cabeza, negando la realidad que está ocurriendo a mi alrededor.
–¿Te quieres casar con Valentina? –le pregunto en un gruñido–. Porque si estás dispuesta, adelante –suelto sin pensar en lo que estoy diciendo.
–Mi mami no tiene permitido casarse con nadie que no sea mi papi –interrumpe Dylan, protectoramente.
Renji ríe y lo miro furioso.
–¿Lo sabías? –pregunto enojado.
–Lo deduje cuando pidió hablar con su hijo a solas. Quiere verte feliz.
–Quiere arruinarme la vida –replico–. Y, además, Val nunca estaría dispuesta a algo así –digo en un susurro.
¿Lo estaría? ¿Estaría dispuesta a arruinar su vida por un capricho de mi madre?
–No lo sabes –dice Renji.
Tener a Val. Tener a la mujer que me quita el sueño.
No, eso no puede ser.
–Está saliendo con ese imbécil que babea a su alrededor –gruño cuando recuerdo a ese sujeto pululando a su alrededor con esa fastidiosa sonrisa–. No puedo pedirle algo así, no a ella.
–Val ama a Mei, hará lo que le pida –concluye mi amigo.
Y sí, tiene razón. Si mamá se lo pide, Val aceptará.
No.
No así.
–No la quiero, no así, no obligada –digo mientras la habitación se hace más y más pequeña–. Necesito aire –suelto antes de escapar de mi propia casa.
Me subo a uno de mis autos y acelero lo más rápido que puedo.
Necesito pensar.
Val
Miro mi reflejo frente al espejo mientras seco mi cabello.
–¿Qué estás haciendo con tu vida? –le recrimino a la mujer frente a mí–. Tienes que dejar de soñar y comenzar a vivir.
Los ojos violetas, síndrome de Alejandría, mutación genética que heredé de mi abuela paterna, me observan cautelosos.
–Tienes que dejar de fantasear –me regaño.
Recuerdo las palabras de Mei y siento como mi corazón se encoge. No amo a Milton, no siento que el mundo se vuelva gris cuando se va. Mi cerebro no libera oxitocina cuando estamos juntos. Ni siquiera lo extraño.
–Pero si lo extrañas a él, ¿no? –le pregunto furiosa a la mujer del espejo–. Si sientes que el mundo se vuelve oscuro cuando no está a tu lado, y tu cerebro nada en oxitocina cuando te mira o te roza. ¡Eres patética! –la acuso antes de salir del baño.
Ming es mi amigo. Ming es mi mejor amigo. Ming nunca me verá como algo más que una amiga o su hermana por elección.
Tengo que obligarme a ser feliz con Milton. Es un buen hombre, es inteligente y guapo. Me quiere y me desea.
Muerdo mi labio y niego con mi cabeza.
Si Milton supiera que cuando tenemos sexo tengo que imaginarme a Ming para poder disfrutarlo, me mataría, y probablemente eso lo mataría a él también.
Soy un desastre.
Un golpeteo furioso me hace saltar.
Tomo mi bata y me envuelvo rápidamente en ella cuando me doy cuenta de que ese golpeteo es la puerta.
Milton tuvo que haber olvidado su maletín nuevamente. Esta noche tiene tres cirugías programadas, y suele enfocarse tanto en lo que tiene que hacer, que suele olvidar cosas mundanas como su maletín o las llaves de su auto.
Abro la puerta y jadeo al ver a Ming.
–Mierda. Me asustaste –digo llevando mi mano a mi pecho–. Sé que todo el mundo te tiene miedo, pero deberías respetar al conserje y dejar que te anuncie.
Avanza y cierra la puerta con una patada.
Sus ojos oscuros están fijos en los míos. Fríos y ardientes al mismo tiempo.
–¿Mei está bien? –pregunto aterrada.
Ming no contesta y sigue avanzando.
Comienzo a retroceder, porque no reconozco al hombre frente a mí.
Mi espalda golpea con la pared de mi sala y tengo que usar mis manos para detener su avance.
–¿Qué crees que estás haciendo?
Sujeta un mechón de mi cabello, todavía mojado gracias al baño de tina que me acabo de dar, y lo huele.
–Lavanda y vainilla –susurra–. Sabes todo lo que me gusta, ¿no?
–¿Perdón? –pregunto tratando de entender.
Toma mi mejilla en su enorme mano y afirma su frente en la mía.
–Fuiste hecha para mí, ¿no lo ves? –pregunta en un susurro ronco, que hace mi piel arder–. Toda tú eres una tentación –dice mirando mis labios–. No puedo dormir sin pensar en ti, y cuando sueño, ahí estás, tentándome con estos labios que me encantaría probar.
Mi respiración se acelera, pero me obligo a empujarlo.
–¿Estás borracho? –pregunto por una explicación que avale su extraño comportamiento.
–No –susurra tan cerca de mis labios que mi cuerpo se derrite contra el suyo.
–Tú no me deseas, Ming –digo y giro mi rostro para evitar hacer una estupidez como besarlo.
Grito cuando toma mis muslos y me levanta en un movimiento. Apoya mi espalda contra la pared y entierra su rostro en mi cuello.
–Estás tan equivocada, Val –susurra–. Te he deseado desde que descubrí para qué sirve mi polla –suelta antes de besarme.
Todo a mi alrededor se detiene cuando sus labios capturan los míos, ardientes y demandantes. Mi boca se abre para él porque es lo que ha estado esperando desde siempre.
Ming enreda sus dedos en mi cabello y gruñe en mi boca cuando enreda su lengua con la mía, sacándome un gemido suave.
Lo abrazo con mis piernas y brazos, y dejo que mi cuerpo se amolde a su enorme torso.
Entierro mis uñas en su nuca cuando el beso se torna violento, necesitado y hambriento… es perfecto.
–Tan dulce, tan mía –susurra antes de morder mi labio inferior–. Soñé tantas noches con tu boca –dice antes de volver a besarme.
Su sabor me enloquece por completo.
–Cómeme los pechos –le pido suplicante, desconociendo mi voz por completo.
Ming afirma su frente en la mía mientras nuestras respiraciones aceleradas resuenan por toda la sala. Mira el nudo en mi bata y sonríe cuando toma la tira y el nudo se deshace.
La bata se abre, dejándome desnuda.
Ming gruñe mientras mira mis pechos excitados.
–Y eso que todavía no es navidad –suelta antes de tomar uno de mis pechos en su enorme mano y llevarlo a su caliente boca.
–Oh, sí –gimo cuando sus dientes muerden mi sensible punta–. Quiero más –pido suplicante.
Ming junta mis pechos y besa, muerde y succiona cada pedazo de piel que le ofrezco.
Mi cuerpo comienza a temblar contra el suyo, enardecido por todo lo que su boca me está provocando.
Enredo mis dedos en su cabello y rasguño su cuero cabelludo mientras disfruto de un placer que pensé, no existía.
Ming se mueve conmigo en sus brazos, sin dejar mis pechos. Escucho un estruendo y luego siento la frialdad del mármol de mi mesa de arrimo contra mis nalgas.
Abro los ojos y veo el lazo que amarraba mi bata en sus manos. Sin preguntarme venda mis ojos y me obliga a recostarme contra la mesa.
Mi corazón martillea en mi pecho, expectante. Sollozo cuando siento sus labios en mi vientre. Muerde debajo de mi ombligo y luego entierra su lengua en mi ombligo, haciendo que mi cuerpo se levante.
–Quiero… quiero –susurro suplicante, pero me callo cuando toma mis tobillos y los coloca sobre la mesa, posicionándolos al lado de mi cadera, dejándome completamente abierta para él.
Un sonido maravilloso sale de su boca, encendiéndome más.
–Me deseas –declara con voz ronca y seductora–. Yo también te deseo, Val, tanto –susurra mientras pasa su dedo por mi centro palpitante.
Enrojezco al darme cuenta de que estoy tan excitada, que la evidencia baja por mis muslos hacia el mármol.
Gimo cuando siento sus labios en mis muslos, lamiendo mi excitación.
Gruñe satisfecho. –Fuiste hecha para mí, no tengo duda de ello –susurra contra la unión de mis piernas–. Sé una buena chica y dime cómo te gustan que te coman.
Lucho contra el incendio en mis pulmones antes de contestar: –Me gusta sucio –digo y Ming gime, haciendo que todo mi cuerpo arda–. Quiero tu lengua en todas partes.
Ming gruñe antes de capturar mi montículo entre sus dientes.
Estiro mis manos hasta encontrar su cabello y guiar su boca a donde la necesito.
Ming capta la indirecta y entierra su lengua en mi centro, que late a su alrededor.
–Oh, sí –sollozo cuando me folla con su lengua.
Mi centro se contrae contra su lengua cálida y dura. Tan dura que si no lo supiera mejor pensaría que se trata de su polla.
–Quiero tu culo –gruñe antes de levantar mis piernas y enterrar su lengua en mi culo.
–Oh, Dios –grito–. No te detengas –exijo.
Un placer prohibido me arranca un grito tras otro.
Ming entierra dos dedos en mi culo y gimoteo cuando siento el dolor más placentero que he sentido en mi vida.
–Vibrador –susurro con desesperación–. Llévame a mi habitación.
Ming obedece y quito la venda de mis ojos cuando me deja caer sobre la cama.
Busco en mi mesa auxiliar y abro la pequeña caja que escondo de Milton.
Mierda, Milton. Una avalancha de culpa cae sobre mí.
Ming toma mi barbilla y me obliga a mirarlo.
–No pienses en nada más que nosotros –ordena y me quita la caja de mis manos. Sonríe cuando ve la bala anal y los vibradores de distintos tamaños–. Maldita sea, Val, eres mi tipo de chica.
Tomo sus caderas y lo acerco a mí. Bajo la bragueta de su pantalón, y ahora la que sonríe soy yo.
–Y tú eres mi tipo de chico –devuelvo al verlo sin bóxer–. Me gusta el acceso fácil –digo antes de tomar su polla y metérmela en la boca.
Ming enreda su mano en mi cabello y me obliga a tomarlo por completo. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando mi garganta se abre para recibirlo.
Lo miro mientras me folla la boca con desenfreno. Esto se siente tan bien que temo despertar y descubrir que todo esto no es más que un sueño.
Ming enciende un vibrador y me lo pasa por el cuello, sacándome gemidos, que casi me ahogan.
Luego lo baja a mis pechos y lo presiona contra mis sensibles puntas.
Le quito el vibrador y lo bajo a mi centro mientras sigo dándole placer con mi boca.
Mi vientre se tensa y gimo cuando alcanzo el orgasmo. Ming me sigue y retiene mi cabeza hasta que me trago hasta la última gota.
–¿Te han follado el culo? –pregunta entre jadeos.
Niego con mi cabeza, pero no puedo evitar responder con la verdad: –No, pero me encantaría que tú lo hicieras.
–Buena chica –susurra antes de voltearme y dejarme con el culo en pompas.
Besa mi trasero mientras mete tres dedos en mi centro. Tengo que aferrarme a las sábanas cuando vuelvo a llegar, intempestivamente.
–Ming –sollozo con desesperación.
Escucho el vibrador y ladeo mi cabeza para mirar.
–El más pequeño –dice antes de metérselo a su boca para lubricarlo.
Mi vientre tiembla al ver eso.
Maldita sea, que sexy es este hombre.
–¿Estás lista? –pregunta y yo asiento, impaciente.
Espero por el vibrador, pero sollozo al sentir sus labios succionando la sensible piel alrededor de mi montículo.
–Sí –gimo–. Te quiero en todos lados.
–Me tendrás –jura antes de tomar mi cadera y enterrarse en mi centro con una estocada profunda.
Respiro profundamente al sentir como mi piel se estira a su alrededor. Nunca he estado con un hombre que ocupe tanto espacio dentro de mí. Es una sensación extraña, pero muy placentera.
Escucho el sonido del vibrador y vuelvo a ladear mi rostro, expectante ante lo que pasará.
Ming acerca la punta a mi trasero y comienza a empujar suave y pacientemente mientras comienza a moverse dentro de mí.
Cierro los ojos, incapacitada ante todo lo que estoy sintiendo.
Lo único que sé es que no quiero que esta noche termine.
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