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La Obsesión Del Mafioso: Saga, Amor, Poder Y Venganza. Libro I.

Aclaraciones.

Para quienes hayan leído la trilogía "Hermanos Mancini", está es la novela de Alonzo, el amigo de la infancia de Elio. El otro protagonista es Alessandro, uno de los pretendientes de Elio en "La hermosa mariposa del mafioso"

Es una novela gay, con temática de mafia, por supuesto, y también es una historia M-preg, para quienes no sepan, el M-preg es embarazo masculino.

Esta historia, tal como dicen el título, pertenece a una saga, es la primera novela. Aunque no si las demás las subiré terminando está o será después, es seguro que seguiré con la saga.

Además, la historia avanzará un poco lento ya que aquí no hay sentimientos de por medio y necesito crear los escenarios para que no se vea forzado.

Esperó que les guste, dejen sus comentarios, sus likes y compartan la historia para que más personas la lean.

Alonzo y Alessandro ✨❤️🤌🏻🫶🏻

Capítulo 01. Maldito aprovechado.

—Joder, estás muy apretado.

La voz masculina llegó a su oído derecho y su cuerpo se contrajo al sentir como su interior era abierto y un enorme intruso entraba sin medida. Arqueo su espalda sudorosa y mordió la almohada, mojando con su saliva la fina tela blanca.

El dolor que sintió al principio estaba desapareciendo poco a poco y siendo remplazado por placer absoluto. Sus brazos temblaron y cayó por completo sobre el colchón, sin embargo, la persona detrás de él levanto sus caderas exponiendo más su trasero desnudo y abriendo los glúteos a su antojo.

—Ah...más —gimió desesperado— más duro... Haz que duela... Haz que duela. —Repitió como si de un mantra se tratara.

Y si, la otra persona cumplió ese y otros caprichos que no él sabía que tenía.

Ring, ring.

Ring, ring.

El fuerte sonido de una llamada entrante hizo que despertara de golpe y tuviera un fuerte dolor de cabeza al instante. Sus cejas se arrugaron y su rostro mostraba completa irritación por ser despertado tan bruscamente.

Busco con la mano por debajo de su almohada y a su alrededor sin encontrar nada. El sonido dejo de escucharse por unos segundos y pronto volvió a resonar. Alonzo, con mal genio, se incorporó con dificultad sobre el mullido colchón y miró su teléfono en la mesita de noche a su derecha, estiró la mano y lo agarro junto a una nota.

—Diga —respondió. La voz del otro lado bromeo un poco—, cierra la boca y ve directo al grano —Alonzo desdobló la hoja al ver qué no había nada escrito por la parte de afuera y leyó el contenido—. Puta mierda. Chris, hablemos después. —Y sin esperar una respuesta, colgó la llamada tirando el teléfono a un lado.

...“Espero que hayas dormido bien. Lo de anoche fue un error y no pienses que eres especial. Pague el hotel y el servicio a la habitación, habla para que te den el desayuno. También deje tu ropa en la lavandería y pedí que llevarán la ropa hasta que despertarás. No lo pienses mucho, únicamente es amabilidad. Por cierto, deje el pago por tus servicios dentro del cajón izquierdo.”...

Los ojos de Alonzo se abrieron con sorpresa e incredulidad, ¿pago por sus servicios?, ¿de qué mierda estaba hablado esa persona?, quito la sabanas que cubrían la mitad de su cuerpo y solo entonces pudo notar el enorme lio en el que se había metido.

Estaba desnudo por completo, sus entrepiernas estaban con algo seco y rasposo, tenía marcas de dientes hasta donde sus ojos alcanzaban a ver y, al momento que quiso ponerse de pie, sus piernas temblaron haciendo que volviera a sentarse en la cama. Paso sus manos con marcada desesperación sobre sus castaños cabellos y bufo, completamente irritado.

Era una persona que no solía beber más de una copa debido a los estragos que el alcohol causaba en él, sin embargo, después de ver como la persona que le había gustado durante años se casaba con un idiota, Alonzo no encontró otra manera de sopesar el asunto más que refugiarse en el fragante y caliente alcor. Ahora se daba cuenta que más de media botella de tequila le causaba un amnesia segura.

No recordaba ni como había llegado hasta esa habitación de hotel, mucho menos recordaría el rostro de la persona que lo llevo ahí.

“Estoy jodido” pensó, pero pronto sus labios corrigieron ese pensamiento—. No, me jodieron. —Murmuro con arrepentimiento haciendo la promesa silenciosa de jamás en la vida volver a tocar siquiera una sola gota de alcohol.

...****************...

—¡Hey! Tu amigo favorito y el mejor tipo del mundo está aquí —la voz alegre y, en ese momento, irritante de Christian se escuchó desde la entrada del departamento haciendo que la cabeza de Alonzo se sintiera terriblemente mal.

—Cállate y siéntate —ordenó Alonzo mientras dejaba descansar su cabeza sobre el respaldo del sillón.

—Wou —Chris hizo caso a las palabras de su amigo, pero no porque él lo hubiera dicho, sino, por la sorpresa de verlo tan demacrado. Además, las marcas en su cuello no eran exactamente disimuladas—, ¿qué ocurrió contigo?

—Ni siquiera yo lo sé —comento con desgano y abrió los ojos lentamente sin dejar de ver el techo—. Ayer Elio fue completamente tomado por esa escoria —murmuro lo suficientemente alto para ser escuchado por su amigo—. Me sentí terriblemente mal y desee que algún enemigo exterminara a ese animal, pero me arrepentí al segundo siguiente —Alonzo sonrió con apatía y sarcasmo. No entendía como pudo mantener una sonrisa cuando le deseo un feliz matrimonio si por dentro se estaba muriendo—. Tal vez tarde demasiado en regresar y confesarme… o simplemente no estábamos destinarnos a enamorarnos, o al menos, él no de mí.

Dos cristalinas lágrimas resbalaron por la comisura de sus ojos y se deslizaron por sus sienes. Christian, que siempre tenía algo que decir, se quedó sin palabras. Él fue insistente y convenció a Alonzo de regresar y conseguir su felicidad, pero, para cuando él llegó, otra persona ocupaba los pensamientos de ese amigo del que tanto le había hablado Alonzo.

—Pero eso ya es el pasado —continuo Alonzo—, ahora acepte por completo la derrota y, de verdad, desde el fondo de mi corazón y con todo el cariño que le tengo a Elio, les deseo una vida llena de felicidad.

—Bro, tranquilo, dicen por ahí que, cuando una puerta se cierra, otra se abre, así que encontraras a una persona que tenga sentimientos recíprocos por ti —Christian se dejó caer sobre el sofá con completa despreocupación. Había conocido a Alonzo hacia años y no dudaba que era un imán para las mujeres y hombres, pero su tonto amigo había guardado su corazón para ese tipo que lo rechazo y se casó con el tipo de hombre que decía odiar.

Christian no había tenido la desdicha de conocerlo, y no quería hacerlo porque, sabía perfectamente que su coraje solamente le haría gritarle todo el agravio que causo en Alonzo. Sin embargo, no podía culpar a Elio Mancini de nada, después de todo, habían pasado años y de hecho, Alonzo se había tardado demasiado en confesarse, pero eso no quitaba el hecho de estar molesto.

—Por cierto —Christian se incorporó en el asintió y se inclinó hacia Alonzo poniendo sus codos en sus rodillas y mirándolo fijamente—, las marcas de besos en tu cuello, ¿quién la hizo? —preguntó con picardía mientras movía las cejas de manera sugerente.

—No lo sé —respondió Alonzo con palpable irritación—. Ayer después de la boda me sentía estúpido y enojado, además de triste así que fui a un bar y bebí más de media botella de tequila, desperté hoy en una habitación del hotel Royals completamente desnudo y con una nota que me dio ganas de romperle las bolas a ese cabrón desconocido.

Alonzo saco la nota que mantenía en el bolsillo de su pantalón deportivo y la tiro descuidadamente hacia el frente, Christian rápidamente la atrapo en el aire y la desdoblo leyendo el contenido. La fuerte carcajada de su amigo hizo que su cabeza martillara con dolor y él se incorporara en el sillón. Aunque lanzo una mirada de reproche, Christian no pudo contenerse y siguió riendo hasta que su estómago dolió.

—Te confundió con un…

—Lo sé, no tienes que repetirlo. —Bufó con irritación.

—Y te pago —Christian respiró profundo antes de secar el par de lágrimas que salieron de sus ojos debido al ataque de risa que había tenido momentos antes—. Que cabronazo —comentó con burla—, al menos espero que haya sido un buen pago.

—Mil dólares —Alonzo metió su mano en el otro bolsillo de su pantalón deportivo y saco un rollo de billetes de cien dólares y los puso en la mesita de en medio de la sala.

Los ojos de Christian se abrieron con sorpresa, no por la cantidad en sí, porque, vamos, era el hijo del CEO de una de las mejores empresas de tecnología de Estados Unidos y él era el CFO de dicha empresa, su cuenta tenía más de seis ceros. Lo que le sorprendió, era que alguien cargara con tanto dinero en efectivo y pronto su rostro se tornó serio.

—¿De verdad no recuerdas nada? —el tono serio de Chris hizo que Alonzo se preocupara un poco. Su amigo no usaría su tono “profesional” si no tuviera algo que le molestará.

—No. Ni un poco.

—Mira, no es por meter miedo ni nada, pero, vamos, ¿Quién carajos trae tanto dinero en efectivo en esta época? —Alonzo levanto una ceja sin comprender a que quería llegar. No era tonto, pero el dolor de cabeza lo estaba matando y no dudaba que más del diez por ciento de sus neuronas hubieran muerto las punzadas en su cerebro—. Te puedo hacer un documento notariado donde aseguro que no te metiste con una buena persona anoche.

—Por supuesto que es una buena persona. Tan buena que se acostó con un ebrio que apenas y podía ponerse de pie —ironizo—. Estaba completamente ebrio, Chris.

—Tienes razón —Chris puso una mano en su barbilla y miro la nota nuevamente—. Bien, al llegar a Los Ángeles iremos directamente con el doctor Brown para hacerte los análisis pertinentes y descartar cualquier tipo de enfermedad.

Alonzo asintió.

Aunque Christian no lo hubiera sugerido, igualmente tenía pensado ir, quien sabe con cuantas personas había estado aquel desconocido y odiaría tener alguna enfermedad por culpa de su descuido y de un maldito aprovechado.

...****************...

Dejen sus comentarios y preguntas, estaré respondiendo.

Capítulo 02. Visita al médico.

—¿Vomitando otra vez? —Chris le dio unas suaves palmaditas en la espalda a Alonzo, quien acababa de salir del baño. Su boca estaba amarga, y su semblante dejaba mucho que desear. Odiaba enfermarse, aunque no sentía ningún otro malestar aparte de los constantes mareos y la dificultad para retener alimentos.

—Joder, esto es increíblemente frustrante —gruñó Alonzo mientras se enjuagaba la boca y secaba sus labios. Al levantar la vista, se encontró con la mirada preocupada de su amigo.

—Vamos al médico ahora. No podemos esperar a llegar a Los Ángeles. Aún nos queda un mes aquí por los negocios —sentenció Chris con firmeza.

—No quiero ir —respondió Alonzo de mala gana. No era fanático de los hospitales; le traían demasiados malos recuerdos, y los odiaba con toda su alma.

—No es una sugerencia —replicó Chris con tono autoritario, agarrando su mano y prácticamente arrastrándolo hacia el auto.

A pesar de su reticencia, Alonzo sabía, en el fondo, que algo no estaba bien. Siempre había gozado de buena salud, era raro que enfermara. Ni siquiera exponerse a situaciones extremas, como el frío o la lluvia, lo afectaba. Ahora, con el miedo creciente en su pecho, su mente comenzó a divagar. ¿Y si aquella persona con la que había tenido sexo lo había contagiado de algo? La culpa lo invadió por haber bebido tanto y por haberse entregado a un desconocido sin pensar en las consecuencias.

—Por cierto, después de la consulta, ¿podrías hacerme un favor? Necesito que vayas a una cita para mostrarle la mansión a un cliente. Es importante, pero tengo otro compromiso ineludible —comentó Chris mientras encendía el motor.

—De acuerdo, solo envíame la información del cliente —respondió Alonzo, mirando por la ventana.

Chris asintió y condujo en silencio, dejando a Alonzo sumido en sus pensamientos. Mientras observaba los altos edificios y los transeúntes que caminaban inmersos en sus propias vidas, su mente lo transportó a recuerdos más felices. En un semáforo, vio a dos jóvenes estudiantes riendo mientras compartían un helado, lo que le recordó a él y a Elio en sus años de juventud.

Nunca imaginó que llegaría a sufrir tanto por su amigo. Mucho menos pensó que se enamoraría de él. La vida, sin duda, estaba llena de sorpresas. Ahora Elio estaba casado, y él se había quedado en segundo lugar, como siempre. Con Elio había compartido gran parte de su vida, construyendo recuerdos inolvidables, y en el fondo, se preguntaba si, de haber sido más valiente, habría conseguido su amor. Quizás en otro mundo sería él quien tomaría su brazo y lo llamaría "esposo" con ternura.

—Llegamos —la voz de Chris lo devolvió abruptamente a su cruda realidad.

Alonzo se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del auto, respirando profundamente antes de cruzar las puertas del hospital. Aquel lugar le causaba escalofríos, no solo por el olor a desinfectante, sino por los recuerdos dolorosos que evocaba de su adolescencia. El temor a las agujas y al dolor físico siempre lo había acompañado.

—Vamos, estaré contigo todo el tiempo —dijo Chris, dándole un apretón reconfortante en el hombro. Alonzo esbozó una sonrisa débil y siguió a su amigo hacia la recepción.

Después de intercambiar unas palabras con la recepcionista, Chris regresó.

—El médico nos está esperando.

Caminaron por los pasillos impecablemente blancos, subieron las escaleras y continuaron por otro largo pasillo casi vacío. Los nervios de Alonzo aumentaban a cada paso. Sus manos temblaban, y el sudor frío recorría su espalda. Odiaba los hospitales, y mucho más los recuerdos que estos le traían.

—Es aquí —anunció Chris al detenerse frente a una puerta. Viendo el rostro ansioso de su amigo, volvió a apretar suavemente su hombro en señal de apoyo.

Alonzo asintió y golpeó la puerta un par de veces. Al escuchar el "adelante" del interior, giró el pomo con nerviosismo y entró. Un hombre de mediana edad, vestido con una bata blanca y un estetoscopio colgando de su cuello, los recibió.

—Buenos días, Alonzo. Soy el doctor Piras, pero puedes llamarme Dario —dijo el médico con una sonrisa amable mientras le extendía la mano. Alonzo la estrechó y, junto con Chris, se sentaron frente al escritorio—. Christian me comentó que no te has sentido bien últimamente.

—He tenido mareos constantes, náuseas y mucho cansancio —empezó a explicar Alonzo, sintiendo cómo sus nervios se desvanecían lentamente—. Siempre he gozado de buena salud, y me hago chequeos cada seis meses, así que no entiendo qué está pasando con mi cuerpo.

El doctor asintió, tomando notas.

—¿Desde cuándo te sientes así?

—Hace un mes y medio, más o menos.

—¿Has tenido fiebre o dolores de cabeza?

—No, nada de eso —negó Alonzo con la cabeza.

—¿Te duele el estómago? ¿O has notado cambios en tu apetito?

—Mi apetito ha mejorado, pero algunas cosas que solían gustarme ahora me parecen repulsivas. Además, parece que mi sentido del olfato se ha vuelto mucho más sensible —añadió, con una mueca de incomodidad.

El doctor tomó nota con atención.

—Descartaremos una posible infección, pero necesitaremos hacerte algunas pruebas de sangre —informó el médico mientras tomaba un tensiómetro para medir la presión de Alonzo.

—¿No hay otra manera? —preguntó Alonzo con voz temblorosa, revelando su miedo a las agujas.

—Es la forma más precisa de obtener resultados. No te preocupes, será rápido y prácticamente indoloro.

Alonzo no se sintió particularmente reconfortado por esas palabras, pero asintió de mala gana.

—Tu presión arterial es normal —dijo el doctor, dejando a un lado el tensiómetro—. Esperen aquí, iré a buscar lo necesario para la extracción de sangre.

Tan pronto como el médico salió, Alonzo se levantó de su asiento, decidido a huir. Pero Chris, con una mirada firme y llena de advertencias, lo obligó a sentarse de nuevo.

—Ni lo pienses. Vas a quedarte —dijo Chris con tono severo.

Resignado, Alonzo se quedó sentado, maldiciendo internamente. Detestaba las visitas al médico por razones como esta.

Dario regresó no solo con los instrumentos necesarios para la extracción de sangre, sino también acompañado por una enfermera. Alonzo sintió una punzada de incomodidad al darse cuenta de que alguien más sería testigo de su evidente temor. Odiaba sentirse vulnerable frente a los demás, y menos aún cuando el pánico lo dominaba.

Cuando el médico le pidió su brazo para proceder con la extracción, su instinto inmediato fue levantarse y salir corriendo de aquel lugar. Sin embargo, algo más fuerte —quizás la mano firme de Christian en su hombro o el simple hecho de saber que necesitaba respuestas— lo mantuvo en su sitio.

Tal como había temido, el dolor que sintió al ser pinchado fue casi insoportable. Alonzo apretó los dientes con fuerza, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que se negó a dejar caer. El enrojecimiento en su mirada delataba la intensidad de su esfuerzo por contenerlas, pero se negó a sucumbir ante el llanto.

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