PREFACIO
¿Los millonarios también se enamoran?
Arianna Sterling una chica que a la vista de los demás su apariencia resalta un poco más de lo normal, pero que oculta un gran secreto. Caracterizada por tener un espíritu libre y ser una chica no muy sociable. Es la presidenta y heredera de un gran conglomerado familiar, que por cierto tiene conexión con la realeza. Por tradición familiar ella debe pasar unos años alejada de su familia y sus riquezas, y pasar por una vida de persona común. Esta peculiar tradición, con raíces en las antiguas costumbres de su familia, fue diseñada para probar la fortaleza de sus herederos. Quien aspire al trono y a las riquezas no puede depender solo de su título; debe sobrevivir en el mundo real, enfrentando la vida como cualquier persona común. Lo que Arianna no sabe es que, durante este periodo de anonimato, enemigos poderosos la acechan desde las sombras, dispuestos a destruir todo lo que le pertenece. Aunque su espíritu indomable parece preparado para cualquier reto, pronto descubrirá que la vida lejos de la opulencia y la autoridad trae desafíos que pondrán a prueba no solo su inteligencia, sino también su corazón.
[Sonido de alarma.]..
Son las 5 de la mañana y empieza mi día. Me levanto y empiezo a alistarme para ir a mi trabajo. Hoy me pondré un jean azul y una camisa blanca sencilla, con un hermoso collar que me dio mi hermano como regalo de cumpleaños. Llevo tres meses trabajando como asesora de ventas en un centro comercial, y debo decir que no es sencillo…
Voy a la cocina, me preparo un desayuno ligero, termino de maquillarme y arreglarme, y estoy lista para ir a trabajar.
Tomo las llaves de mi motocicleta y me voy en ella. Me gusta mucho andar en moto; la brisa pegándome directamente y esa adrenalina que te da la velocidad… me encanta, me hace sentir mucho más relajada y viva. Al llegar a mi lugar de trabajo, el centro comercial Corona, me detengo a admirar su imponente estructura de seis pisos. Cada piso tiene su propia temática, pero yo trabajo en el cuarto piso, donde se encuentran las marcas de ropa de lujo.
Tengo una jefa que es muy regañona y estricta, le gusta complicar el trabajo. Pero bueno, me falta poco para dejar este empleo...
La tienda abre a las 8 am y cierra a las 6 pm, con una hora y media de almuerzo. Y debo admitir que a veces es agotador tener ese horario… Sin embargo, en medio de todo esto hay algo bueno: mi mejor amiga, Elizabeth Clean, tiene 23 años. Llevamos un año de conocernos, y nuestro encuentro fue en circunstancias un tanto peligrosas.
Ambas estábamos en un club, divirtiéndonos con nuestros respectivos grupos de amigos, cuando comenzó una pelea entre gánsteres (todo porque se chocaron los hombros). De repente, comenzaron los disparos. La gente gritaba y corría a esconderse. En medio del caos, Elizabeth y yo chocamos y casi nos alcanza una bala. Al principio nos miramos con desconfianza, pero pronto entendimos que, si queríamos sobrevivir, teníamos que trabajar juntas.
Logramos escondernos en un lugar “seguro” hasta que llegó la policía, y finalmente pudimos salir. Afuera, la escena era aterradora: mucha gente herida… algo que jamás olvidaré.
Después de ese suceso, nos volvimos a encontrar de manera casual mientras hacía unas compras. Debo decir que esta vez el ambiente entre nosotras fue un poco más agradable. Nos tomamos un café y conversamos sobre cómo nos había ido después de ese día, y así empezamos a hacernos amigas, hasta que por cosas del destino terminamos trabajando juntas.
Otra cosa buena es que me gusta mucho el uniforme de la tienda: es de color negro, con un pantalón estilo ejecutivo suelto, un blazer, una camisa blanca básica y unas zapatillas negras con un poco de tacón.
—Buenos días —saludé, sintiéndome un poco más animada que de costumbre.
—Buenos días, Ari —respondieron mis compañeras, Alis y Elizabeth, con sonrisas en sus rostros.
Era un nuevo comienzo, y aunque el día prometía ser largo, sabía que contaba con su apoyo.
Las tres éramos asesoras en la tienda de lujo, y a pesar de nuestras diferencias, nos llevábamos bastante bien. Era un pequeño consuelo en un entorno que, a menudo, podía ser tenso y competitivo.
—Justo a tiempo —dijo la jefa de la tienda, Rebeca Monsalvo, con un tono cortante que dejaba claro que no estaba de humor—. Cámbiense rápido, ya es hora de abrir.
La rigidez de su voz era palpable, y me pregunté si alguna vez había tenido un día en el que no se sintiera molesta por algo.
—Parece que hoy no está de humor —comentó Alis en voz baja, mientras nos apresurábamos a cambiar de ropa.
—¿Y cuándo lo está? —respondió Elizabeth, con una risa sarcástica que hizo que todas soltáramos una pequeña risa.
A veces, nuestras risas eran lo único que nos mantenía unidas en un ambiente que podía volverse hostil. Rápidamente, terminamos de prepararnos y abrimos la tienda justo a tiempo. Como era una tienda de lujo, la mayoría de nuestros clientes pertenecían a la alta sociedad, personas a menudo muy quisquillosas y, en ocasiones, maleducadas.
A medida que avanzaba la mañana, el flujo de clientes aumentó. Cada uno de ellos tenía sus propios caprichos y exigencias. Una mujer elegantemente vestida, que olía a un perfume de alta gama, se acercó a mí con una expresión de desdén.
—Este vestido no tiene el color que esperaba. ¿No tienen algo más... exclusivo? —dijo, haciendo un gesto despectivo hacia la prenda que tenía en la mano.
Traté de mantener la calma mientras le explicaba las características del vestido. Justo en ese momento, Elizabeth se acercó para ayudarme. La clienta, algo impresionada por la atención, terminó probándose el vestido y, para nuestra sorpresa, decidió llevarlo.
—A veces, solo necesitamos un poco de paciencia —murmuré a Elizabeth después de que la clienta se fue, sintiéndome un poco más aliviada.
Más tarde, la tienda se llenó de un grupo de mujeres que hablaban en voz alta, llenas de risas y comentarios. Una de ellas, que parecía ser la líder del grupo, se dirigió a mí con un aire de superioridad.
—Querida, necesitamos la mejor ropa de esta temporada. No podemos decepcionar a los demás en la gala de mañana. —Sus palabras sonaban casi como un desafío.
Con una sonrisa profesional, la conduje hacia nuestra colección de vestidos de gala. Mientras le mostraba algunas opciones, noté que Rebeca nos observaba desde la distancia, sus ojos fijos en mí como si esperara un error.
Después de un par de horas, la tienda había logrado mantener un buen ritmo de ventas. Me sentía satisfecha, a pesar de la presión constante de Rebeca. Las risas y las bromas entre Alis y Elizabeth me ayudaban a sobrellevar el ambiente tenso.
Finalmente, cuando la tienda cerró por el día, el aire se sintió más ligero. Rebeca nos reunió para hacernos un breve resumen sobre el rendimiento del día.
—Buena labor, pero aún hay margen de mejora —dijo, sin entusiasmo Rebeca—. Mañana será crucial, así que no quiero que se relajen.
—Sí, claro —respondimos todas, a sabiendas de que siempre había algo más que hacer en su lista de expectativas.
Salí de la tienda, sintiendo la brisa fresca de la tarde, y me sentí aliviada de que el día finalmente había terminado. Mientras iba hacia mi apartamento, reflexioné sobre lo que había sucedido. Había sido un día de trabajo agotador, pero también gratificante. Había lidiado con clientes difíciles y había aprendido a mantener la calma bajo presión.
Al llegar a mi apartamento a las 7 p.m., sentí una mezcla de cansancio y satisfacción. Abrí la puerta, y lo primero que vi fue a un hombre sentado en mi sofá, lo que rompió de inmediato la tranquilidad de mi día.
Su silueta me resulta conocida y, al encender la luz, confirmo que lo es.
Frente a mí está Edward Sterling, un hombre de mediana edad cuya presencia imponente es inconfundible. Alto y de hombros anchos, su cabello gris plata cae de manera impecable, con un brillo que refleja su estatus. Sus ojos, siempre calculadores, me observan con esa intensidad que parece penetrar hasta el alma, desnudando mis pensamientos más íntimos.
Aunque lleva un traje perfectamente cortado, hay algo relajado en su postura, como si no necesitara hacer ningún esfuerzo para imponer respeto. Su figura, incluso en la penumbra, desprende el aire de autoridad que lo ha acompañado durante toda su vida. Es mi padre, la cabeza de nuestra familia y del poderoso conglomerado Sterling, un hombre con un sentido inquebrantable del deber, que siempre ha llevado con mano firme el destino de nuestra herencia familiar. Para el mundo, es una leyenda; para mí, sigue siendo un enigma que intento descifrar.
A lo largo de los años, he escuchado innumerables historias sobre él, relatos de su destreza empresarial y su capacidad para manejar situaciones complejas. Pero, detrás de esa figura pública, hay un hombre que rara vez muestra sus verdaderos sentimientos.
Aunque su rostro transmite una seriedad imperturbable, he aprendido a ver más allá de su expresión. Su liderazgo es incuestionable, pero también lo es su carácter exigente. Desde pequeña, he admirado su capacidad de tomar decisiones difíciles sin dudar, pero al mismo tiempo, he sentido el peso de sus expectativas sobre mí. Nuestra relación ha estado marcada por su deseo de que siga sus pasos en el imperio familiar.
Es un hombre protector, pero también distante. Su sentido del deber familiar es inquebrantable, y aunque rara vez lo demuestra, sé que en el fondo confía en mí más de lo que jamás admitirá. A menudo me pregunto si alguna vez realmente podrá entender mis elecciones y los sacrificios que he hecho durante estos años.
Mi padre es una figura titánica, una sombra bajo la cual he crecido, pero también el motivo por el que deseo seguir forjando mi propio camino, lejos de su influencia y expectativas.
—Bienvenida a casa —dice él, con una voz que mezcla autoridad y un toque de calidez que me sorprende.
—Gracias, presidente —respondí, sintiendo la formalidad en el aire entre nosotros.
—Veo que vives bastante cómoda —lo dice con una sonrisita que, aunque breve, me recuerda que en su interior puede haber una chispa de humor.
—Eso parece —respondí, intentando mantener un tono respetuoso, aunque por dentro sentía un torrente de emociones.
—Ya han pasado dos años desde la última vez que nos vimos y debo decir que lo has hecho bien —dijo, mirándome a los ojos con una mirada seria que casi me hizo flaquear—. ¿Ha sido duro? —me pregunta, su voz resonando en la habitación vacía.
—Un poco. Después de todo, mi vida no era muy diferente a la de ahora, señor —contesté, el título saliendo de mis labios con un matiz de desafío.
—¿Señor? Veo que aún no me perdonas —dijo, levantando una ceja con esa expresión que solía intimidarme cuando era más joven.
—No —respondí con firmeza, sintiendo cómo el recuerdo de viejos resentimientos volvía a la superficie.
Mi padre se levanta del sofá y se acerca a mí, su figura imponente me hace sentir pequeña a pesar de mi determinación. Con voz grave, me dice:
—No importa. Sigues siendo mi hija y debes terminar tu periodo de silencio y regresar a ser mi heredera, te guste o no.
Me reí de mí misma, sin poder evitarlo. Era un comentario que no sabía si tomar en serio o como una broma cruel.
—Espero que estés bien, presidenta Kingsley —dice, una sonrisa sardónica cruzando su rostro antes de dar la vuelta y marcharse.
Mientras él se aleja, me quedo allí, atrapada entre la confusión y el anhelo. La vida que había elegido era mi camino, pero su regreso y su demanda de regresar a la familia me hacían cuestionar todo. ¿Podría realmente volver a ser la hija que él esperaba, o había llegado el momento de trazar mi propio destino sin su sombra?
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