Isabella observaba el horizonte desde la amplia ventana de su penthouse, donde el sol se reflejaba en los rascacielos de la ciudad. Las luces brillantes y el bullicio de la vida urbana eran un recordatorio constante de la opulencia que la rodeaba. Sin embargo, en su corazón, solo había vacío.
Cada día era una repetición del anterior. Despertaba en una cama enorme, en una casa que parecía un museo, decorada con obras de arte que no significaban nada para ella. Su esposo, Eduardo, llegaba tarde a casa, si es que regresaba. La mayoría de las noches, ella se sentaba sola a la mesa, con un exquisito banquete servido frente a ella, mientras el eco de su risa se perdía en el silencio.
Eduardo era un hombre carismático, conocido en los círculos de la alta sociedad, pero su encanto solo era una máscara para esconder su verdadero rostro: egoísta, frío y manipulador. Cada vez que él la miraba, ella sentía como si la desnudara con la mirada, pero no de una manera amorosa, sino como si fuera un objeto más en su colección.
La familia de Eduardo no era mejor. Desde el primer día, habían dejado claro que ella solo era un trofeo, una pieza del rompecabezas que ayudaba a consolidar el poder de la familia. Las miradas de desaprobación y los murmullos detrás de su espalda la perseguían en cada evento social. Isabella había aprendido a sonreír y jugar el papel de la esposa perfecta, aunque por dentro se sentía cada vez más rota.
En una cena reciente, mientras todos brindaban por su éxito, ella había sentido que se ahogaba. Las risas y los aplausos resonaban en sus oídos como ecos vacíos, y en su pecho crecía una frustración que no podía ignorar. Esa noche, mientras se despojaba del vestido de gala, se miró en el espejo y se dio cuenta de que no se reconocía. La mujer que veía era una extraña; una sombra de lo que había sido.
Su vida era una prisión dorada, y aunque su entorno brillaba, Isabella sabía que debía encontrar la manera de romper esas cadenas. La idea de la venganza se sembró en su mente, un pequeño rayo de luz en medio de la oscuridad que la envolvía. Era hora de cambiar su destino.
Decidida a liberarse, Isabella planeó una búsqueda meticulosa de información sobre Eduardo y su familia. Sabía que el contrato matrimonial la mantenía atrapada, pero si lograba recolectar pruebas de las traiciones y secretos ocultos, podría forzar a Eduardo a solicitar el divorcio. Hacer que él fuera el que la dejara, en lugar de ella, era el primer paso para despojarse de las garras de esa familia que tanto la oprimía.
Era hora de cambiar su destino, y esta vez, no iba a permitir que la manipularan
Hola es un placer tenerlos por aquí soy nueva en esto así que disculpa por los errores de ortografía pero estoy feliz de que estén aquí interesados en darle la oportunidad a mi libro gracias
La mañana siguiente, Isabella se sentó en su elegante escritorio, un espacio decorado con delicados objetos de arte que ahora le parecían irreales. La luz del sol entraba a raudales, iluminando su determinación. Con el corazón palpitante, abrió su laptop y comenzó a buscar información sobre Eduardo y su familia.
La primera parada fue la red social de la familia, donde las imágenes de sonrisas y eventos glamorosos ocultaban la verdad. Isabella revisó las publicaciones, analizando cada comentario y cada interacción, buscando pistas que pudieran ser útiles. Descubrió que Eduardo tenía conexiones cercanas con ciertos empresarios cuya reputación estaba manchada y que la familia había estado involucrada en varios escándalos que podría utilizar en su favor.
Mientras revisaba, un recuerdo la asaltó: una conversación que había escuchado entre Eduardo y su socio sobre una transacción dudosa. Su instinto le decía que había algo más, y estaba decidida a encontrarlo.
Los días se convirtieron en semanas, y la búsqueda se intensificó. Isabella utilizó cada recurso a su alcance: antiguos compañeros de trabajo de Eduardo, amistades de la familia, incluso sirvientes que habían trabajado en la mansión. Nadie se percató de que ella, la esposa sumisa, estaba armando un rompecabezas que la llevaría a su libertad.
Una noche, después de una gala benéfica, decidió seguir a Eduardo. Vestida con un elegante abrigo que ocultaba su figura, se deslizó tras él cuando se reunió con un grupo de hombres en un club exclusivo. Desde una distancia segura, observó cómo hablaban en susurros, intercambiando documentos y miradas cómplices. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda; había algo oscuro en esa reunión.
El corazón de Isabella latía con fuerza mientras se acercaba un poco más, tratando de captar detalles. Fue entonces cuando escuchó el nombre de un contacto que había estado buscando: un político corrupto que había trabajado con la familia de Eduardo. Todo encajaba. Con cada pieza de información que recolectaba, su plan se volvía más claro.
Sin embargo, la satisfacción de descubrir la verdad se mezclaba con una sed de venganza más profunda. No solo quería liberarse de Eduardo; quería destruirlo a él y a su familia, cobrarles por cada insulto y humillación que había soportado durante años. Recordó las miradas de desprecio de su suegra, las burlas de sus cuñados, el constante recordatorio de que no era más que un ornamento en la vida de su esposo. Siempre la habían tratado como basura, sin valor, y eso debía cambiar.
Regresó a casa esa noche sintiéndose más viva que nunca. Cada secreto descubierto era un paso más hacia su libertad, y cada golpe a la imagen intocable de Eduardo se convertiría en un eco de sus viejas heridas. Mientras se despojaba de su abrigo, una sonrisa se dibujó en su rostro. No solo estaba armando un arsenal para su venganza, sino que también estaba comenzando a redescubrir su propia fuerza.
Con cada día que pasaba, Isabella se sentía más decidida a convertirse en la arquitecta de su destino. La imagen de Eduardo, riendo despreocupado en las fiestas, comenzó a transformarse en la de un hombre acorralado, un prisionero de sus propias mentiras. Era el momento de que él y su familia conocieran su verdadero poder y pagaran por todo lo que le habían hecho
Con cada día que pasaba, Isabella se sumergía más en su investigación. Sus noches se llenaban de documentos y contactos, y sus días de reuniones discretas con quienes podían ofrecerle información valiosa. Se había convertido en una experta en ocultar su verdadero propósito, manteniendo la fachada de la esposa complaciente mientras tejía su plan.
En una tarde lluviosa, decidió visitar a Claudia, su mejor amiga y confidente. Sabía que podía confiar en ella y que su apoyo sería fundamental. Al llegar a su casa, Isabella encontró a Claudia en la cocina, preparando un café. El aroma del café recién hecho la abrazó, trayendo consigo un aire de calidez que tanto necesitaba.
—Necesito tu ayuda —dijo Isabella, su voz firme, pero su corazón latía con nerviosismo.
Claudia la miró con curiosidad. —¿Qué estás tramando, Isa?
—Estoy recopilando información sobre Eduardo y su familia. Quiero hacerles pagar por todo lo que me han hecho. Pero necesito más que solo rumores y chismes.
Claudia la observó, y en sus ojos vio una mezcla de sorpresa y admiración. —Estoy contigo. ¿Cómo puedo ayudar?
Isabella explicó su estrategia: planeaba infiltrarse en las reuniones de la familia, asistir a eventos y conectarse con sus círculos más cercanos. Así, podría obtener información que, una vez revelada, pondría en jaque la reputación de Eduardo y su familia.
—No puedo dejar que se sientan seguros —dijo Isabella, con determinación. —Quiero que sepan que su mundo de lujo y poder está a punto de desmoronarse.
Claudia asintió, y juntas comenzaron a elaborar un plan. Decidieron que Isabella asistiría a una gala benéfica que Eduardo había organizado, un evento en el que se esperaban los rostros más influyentes de la alta sociedad. Era la oportunidad perfecta para observar y escuchar.
Los días previos al evento, Isabella se dedicó a prepararse. Elegir el vestido adecuado se volvió un ritual, uno que simbolizaba su transformación. Quería verse deslumbrante, pero también poderosa. Finalmente, optó por un vestido rojo, que resaltaba su figura y encarnaba su fuego interior.
La noche de la gala llegó, y Isabella se sintió nerviosa y emocionada. Al entrar al lujoso salón, la música suave y las risas resonaban en el aire. Miradas se volvían hacia ella, y, por un instante, sintió el eco de su antiguo yo, la mujer que había sido antes de sentirse atrapada.
Pero esa noche no era para recordar viejos tiempos. Era para jugar en su contra.
Con Eduardo a su lado, sonriendo como siempre ante la multitud, Isabella observó a su alrededor, buscando a sus aliados y a los enemigos que debía enfrentar. No tardó en notar a varios de los empresarios que estaban en la lista de conexiones dudosas que había encontrado. Su corazón latía con fuerza al pensar en las oportunidades que se presentaban.
Mientras Eduardo se perdía en conversaciones, Isabella se deslizó entre los invitados, entablando conversaciones superficiales, pero con un objetivo claro: escuchar, observar, recolectar. Cada palabra susurrada, cada risa fingida, era una pieza más del rompecabezas que estaba armando.
Esa noche, con cada secreto que recolectaba, su deseo de venganza se hacía más fuerte. Quería que todos aquellos que la habían menospreciado supieran que había una mujer dispuesta a luchar. El fuego que había encendido en su interior la impulsaba, y no se detendría hasta lograr su objetivo.
Mientras Eduardo la miraba desde lejos, ajeno a sus planes, Isabella sonrió. En su corazón sabía que la noche apenas comenzaba.
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