Declaración de amor.
El festival escolar se desarrollaba con total normalidad en la secundaria Boilet. Durante todo el verano, los estudiantes del tercer grado trabajaron arduamente para asegurar su éxito. El resultado fue satisfactorio, transformando cada rincón de la sala múltiple en un lugar de exhibición de todo tipo de artículos puestos en venta, divididos en varios grupos de interés.
En el grupo de ciencias se podían ver productos artesanales como jabones y desinfectantes, además de perfumes en frascos bellamente decorados. El grupo de arte, el más numeroso, vendía collares, pulseras hechas a mano, bolsos y ropa de lana, pinturas, etc. En puestos más pequeños pero elegantes, el grupo de literatura exponía una serie de libros clásicos y colecciones de cuentos escritos por los estudiantes. Al fondo del salón, el grupo de música tocaba sus instrumentos de la forma más profesional posible, siendo un punto destacado del festival.
Robe Clancy, el profesor de educación física, era el encargado de animar al público, gritando más que hablando por el micrófono. Incitaba a los visitantes, en su mayoría familias de los estudiantes, a llevarse algún artículo del festival, todo por una buena causa: recolectar fondos para el viaje de fin de año. Esta vez, tenían pensado irse a lo grande, visitando otro país.
—¡Bueno! ¡No se olviden llevarse un artículo hecho por los estudiantes de tercer grado en este festival de viaje de fin de año! ¡Sin duda encontrarán lo que buscan entre la gran variedad de artículos que traemos para ustedes! ¡Si tienen hambre, no olviden que cerca de la salida se encuentra el puesto de comidas, atendido nada más y nada menos que por la popular estrella de gimnasia, Calíope!
El puesto de comida era el más concurrido, sin duda debido a la presencia de Calíope, una chica de tan buen aspecto que casi parecía irreal. A sus quince años, tenía un rostro y una figura perfectos que tanto chicos como adultos admiraban. Se podría describirla diciendo que su cabello era oscuro y liso, y su piel blanca y suave, con ojos grandes y oscuros, pero nada de eso le haría justicia, pues estar en la presencia de Calíope iba más allá de simplemente admirar su belleza.
Calíope, la chica más popular de tercer grado y, en realidad, de todo el colegio, tenía las mejores notas y destacaba en todo lo que hacía. Sin embargo, por alguna razón en particular, permanecía soltera. Tenía un carácter fuerte y había decretado que solo saldría con el chico más valiente de la escuela. Por eso, botaba las cartas de amor que recibía con total indiferencia y, si un chico tartamudeaba mientras se le declaraba, ella se marchaba sin dejarlo terminar.
En el festival, la acompañaba su corte, chicas casi tan hermosas como ella, que la seguían a todos lados y siempre se adelantaban a cumplir sus deseos. Entre ellas, la más dedicada era Hermelinda, una chica delgada y rubia que sujetaba su cabello con cuatro coletas, dos a cada lado de su cabeza. Hermelinda también se encargaba de espantar a los chicos que querían molestar a su querida amiga sin motivos importantes, de manera que quien quisiera llegar a Calíope debía pasar primero por su aprobación. Lo cual no resultaba tan fácil.
Era temprano aún, y en medio del ambiente alegre del festival, el cual era un escenario oportuno para una declaración de amor, apareció el chico problema, el payaso y bueno para nada número uno de la clase de tercer grado: Devan Tudor.
—¡Señoras y señores, presencien la llegada de nuestro muy querido amigo, Devan! —el profesor Robe, a modo de broma, lo presentó, y todos miraron hacia él. Devan levantó los dos brazos saludando a todos.
Devan era un chico de quince años, de altura promedio, con el pelo teñido de rubio y ojos cafés. Por la manera descuidada en que llevaba su uniforme, no era difícil suponer que no era muy aplicado en los estudios, si de seguir prejuicios se trata. En cuanto vieron de quién se trataba, todos dejaron de mirarlo y se dedicaron a sus propios asuntos, pero Devan fue directo al profesor Robe y, sin miramientos, le quitó el micrófono.
—¡Deme eso, profesor!
El profesor estaba tan sorprendido por su comportamiento que no hizo nada para recuperar el micrófono, y menos después de escuchar las palabras que Devan decía ante todos los presentes.
—¡Calíope, YO TE AMO!
Después del inesperado grito, la música en la sala múltiple se detuvo y el silencio reinó en el lugar.
—¡Me gustas desde la primera vez que te vi el año pasado cuando llegaste a nuestro curso! ¡Te amo! ¡Yquieroqueseasminovia!
Los visitantes parecían desconcertados, no tenían idea de qué hablaba ese chico, mientras que la mayoría de los estudiantes miraban con sorpresa y rencor a Devan, y en cierto grado también lo miraban con admiración.
—¡Oye, estúpido! ¿Quién te crees que eres? —habló Hermelinda.
Con un salto por encima de la mesa cubierta por platos de comida y aún vestida con el delantal que usaba para no manchar su uniforme mientras servía a los clientes, la mismísima Calíope fue al encuentro de Devan sin hacerle caso a su amiga Hermelinda, que la llamaba.
—¿Así que me amas, ¿no? Tú eres ese chico problema, ¿no? ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?
El dedo índice de la mano derecha de Calíope señaló a Devan de manera desafiante. Devan había perdido su primer impulso y se puso rojo de la pena, pero tomando una bocanada de aire volvió a gritar.
—¡Estoy completamente seguro! ¡Te amo, Calíope! ¡Quiero que seas mía!
Ella sonrió y cruzó los brazos, rodeando sus pechos perfectos.
—Muy bien, dame tu número y te llamaré.
Ella le lanzó su teléfono y Devan apenas pudo interceptarlo. Luego, concentrándose todo lo posible, guardó su número en el celular de ella. Por último, fue hacia Calíope y le tendió el móvil. Quien se lo arrebató de las manos fue Hermelinda, que para ese momento ya se había acercado a ellos.
—Ya conseguiste lo que querías, tienes una cita con Calíope, ahora lárgate y déjanos trabajar.
Devan hizo lo que le decían, pero salió con un andar desafiante, como si lo que hizo fuese lo más natural del mundo. Varios de los visitantes, creyendo que se trataba de un espectáculo, aplaudieron.
Calíope lo vio alejarse con una mirada fría y calculadora.
—¿Crees que ese chico sea el indicado? —preguntó Calíope a Hermelinda.
—Oh, por favor, no, no, no, de ninguna manera —fue la respuesta de su amiga.
El festival continuó, y la noticia de la declaración de amor se extendió por la escuela y el exterior de esta. Los mensajes de texto y las aplicaciones de mensajería entre los estudiantes no tuvieron otro tema de conversación esa semana.
EL PRETENDIENTE
Después de salir de la sala múltiple, Devan casi se desmayó. Se agachó sujetándose la cabeza con ambas manos. Luego, se incorporó, alzó los brazos hacia el cielo limpio y lanzó un fuerte grito:
—¡Lo hiceee!
Tenía los ojos llorosos y la nariz mocosa. La felicidad no le cabía en el pecho, como suele decirse en tales casos.
Llevaba planeando todo el verano esa declaración de amor, puesto que no tenía otra forma de acercarse a Calíope. Siempre estaba de por medio Hermelinda, que lo miraba como si fuese un estorbo y nunca lo dejaba tener alguna conversación con ella. Jamás a él, el chico problema, bueno para nada.
Por ahora, intentemos describir un poco en detalle lo que es y fue la vida de Devan Tudor antes de cometer el grave error de declararse a Calíope soñando con tener un simple noviazgo de ensueño con la chica más popular de la escuela.
Devan era el menor de seis hermanos, todos varones. Su madre era estricta, mientras que su padre apenas estaba en casa durante las vacaciones. En una familia semejante, él debía sobrevivir cada día. Cada hermano tenía una personalidad diferente y cada uno demandaba atención. A pesar de ser el último hijo, esto no le dio ninguna ventaja, pues después de cinco hijos, ser el último perdía un poco su significado. En todo caso, la rivalidad entre los hermanos no les permitió tener una relación cercana en cuanto a la confianza, por lo que su familia se transformó simplemente en personas que vivían con él y a quienes debía soportar porque lo alimentaban y trataban sus necesidades básicas. Quizá parezca un poco cruel, pero es la realidad de muchas familias. Tanto él como sus hermanos en su interior sabían que habían sido una decepción para sus padres, pues no les parecía un secreto el hecho de que si lo intentaron tantas veces, era porque querían tener una hija.
En medio de este entorno, Devan buscaba el afecto de personas que no fueran su familia. Fácilmente hacía amigos por todos lados, ganándose la confianza de las personas comportándose de forma divertida. Buscaba sobresalir entre los demás, queriendo, al fin de cuentas, un poco de atención.
En el colegio era en cierto modo popular, pero no en un buen concepto, por lo menos no uno que valiese la pena. Había chicos más apuestos que él, más inteligentes y aplicados que él, incluso más divertidos que él. Pero ninguno era más valiente que él. Así que, si alguien lo retaba a jugar malabares en la cornisa de un edificio o a hacerle alguna broma a un profesor, Devan lo hacía si estaba de por medio su honor.
Con el sexo opuesto resultaba ser bastante torpe. Pretendía tratar a las chicas como trataba a los chicos o a su madre, sin mucha delicadeza debido a que eso era lo que había conocido toda su vida. Hasta que conoció a Calíope. Ella era hermosa y de carácter fuerte, como una guerrera de los cómics que no se dejaba pisotear por nadie. Su corazón latió más fuerte que nunca el día que la vio venir por los pasillos del colegio, un año antes, acompañada por un profesor que le mostraba su nueva escuela. Desde ese momento supo que ella debía ser su novia. No tuvo la buena suerte de que ella estuviese en su mismo curso, pero intentó acercarse a ella. No obstante, nunca tuvo muchas oportunidades como ya se ha contado. Hermelinda (quien había llegado a la escuela como nueva estudiante un poco antes que Calíope) y las otras amigas de Calíope no la dejaban sola casi nunca y siempre la apartaban de Devan cuando él se acercaba.
Solo hubo una vez, antes del festival, en que ambos estuvieron lo suficientemente solos para tener una conversación decente. Él se encontraba castigado fuera de su aula de clases por llenar de tiza el bolso de uno de sus compañeros y debía permanecer de pie hasta que se escuchase el timbre de la nueva hora, cuando ella apareció en el pasillo cargando varios libros de estudio.
—¿Qué haces aquí afuera tú solo? —preguntó ella completamente extrañada.
—Estoy castigado, me tienen afuera toda la hora. ¿No hacían eso en tu otra escuela?
—¿Mi otra escuela?... Ah, sí, sí, supongo. ¿No te gustaría mejor ayudarme a llevar estos libros a la biblioteca?
—Se supone que no debo moverme de aquí…
—¿Y si lo haces, qué ocurriría? —preguntó ella interesada.
—Pues que sería peor el castigo —dijo él, pidiéndole interiormente a sus rodillas que siguiesen sosteniéndolo, pues a pesar de que hablaba de una forma neutral, desde que había visto a Calíope acercarse, sentía aquellas populares mariposas en el estómago de las que tanto había oído hablar a los enamorados. A él le parecía que sus mariposas estaban practicando kickboxing en su estómago.
Después de que él le diera esa respuesta, ella le pasó los libros más pesados que traía de forma brusca.
—Ven, acompáñame, más le vale a un hombre ser valiente.
Aunque no hablaron mucho, puesto que la biblioteca estaba cerca para su desgracia, fue suficiente para que ella le preguntara su nombre y se presentara.
Calíope. Era el nombre de una musa griega. Calíope fue un nombre con significado para él desde entonces. Significó la promesa de un idilio, un beso de su boca rosada, un suspiro de Calíope…
Y llegó el día del festival por el viaje de fin de año.
Después de gritar de gozo por haber declarado su amor a Calíope, ese simple muchacho salió de la escuela y deambuló por las calles de la ciudad como si flotase sobre suaves nubes blancas.
Muchacho insensato.
A MEDIA NOCHE
—Fue lo más alucinante que he visto hacer a una persona que conozco —dijo el chico que hablaba, que tenía lentes cuadrados de montura gruesa color verde y cuyo pelo negro, brillante de grasa, le daba un aspecto inquietante.
—Pues no sirvió de mucho —respondió el aludido, Devan Tudor, con la barbilla recostada en el brazo apoyado en el pupitre escolar—. Ha pasado una semana y Calíope no me ha llamado. Ni siquiera ha querido hablar conmigo.
—¡Eso qué más da! —dijo el chico que había hablado primero, un tal Eduard VI, que hasta ese momento no había cruzado con Devan más de dos palabras—. Todos te admiran por tu valentía. Es por eso que quiero que nos des una entrevista para el periódico escolar. No tenemos mejor tema este mes.
La popularidad de Devan había aumentado drásticamente después del suceso que tuvo lugar en el festival. Los chicos querían ser sus amigos y las chicas se mostraban más interesadas en él. No obstante, nada de eso importaba porque Calíope, su persona de interés, no había dado señales de vida. No había recibido un solo mensaje o llamada de ella.
—No, gracias —le respondió Devan a Eduard VI.
Estaban en el salón de clases esperando al profesor de álgebra, que tardaba en llegar. Eduard VI se inclinó al pupitre donde Devan descansaba y, con una sonrisa, le planteó una interesante propuesta.
—Si aceptas darme la entrevista, te contaré todo lo que he averiguado acerca de Calíope.
Devan lo miró un tanto irritado, deseando que aquel nerd desapareciera y lo dejara tranquilo, pero esas palabras tenían algo de interesante.
—¿Averiguado? ¿Te gusta Calíope o algo?
—Por supuesto, ¿a quién no? —eso era cierto, debió admitir Devan molesto—. Pero no lo hice por eso —continuó Eduard—, sino porque es la chica más popular de la escuela y hace ya mucho que se ganó un artículo en el periódico.
—¿Qué has averiguado? —preguntó Devan.
—¿Vas a permitir que te entreviste?
Devan aceptó a regañadientes, puesto que su curiosidad podía más.
—Primero dame la información de Calíope.
Eduard VI suspiró e inclinándose más, en un acto de total secretismo, empezó a hablar entre susurros.
—Es un misterio. No he encontrado nada de su vida de antes de que llegara a esta ciudad. Es sumamente extraño teniendo en cuenta que vivimos en la era de la comunicación. Ahora mismo sé que vive con Hermelinda en un apartamento alquilado y que ambas suelen ir los fines de semana a partidos de hockey. Su comida favorita es la carne en todas sus presentaciones. Lo demás ya lo sabes, es muy buena en gimnasia y nos supera en las evaluaciones. Sin embargo, debo agregar algo más, es bastante torpe con la tecnología.
—¿Eso es todo? —a Devan no le había hecho gracia el hecho de que le contara cosas que a él no le servirían de mucho, excepto tal vez que le gustaba la carne y los juegos de hockey.
—Una cosa más —dijo Eduard VI seriamente—, como un consejo te diría que te alejes de ella. No me da buena espina. Tiene algo extraño, mi instinto periodístico me lo advierte.
Devan se incorporó y golpeó el pupitre con fuerza. Varios compañeros de clase se giraron a verlo. Él acercó su cara a la de Eduard VI hasta que pudo ver perfectamente sus ojos tras los lentes de montura gruesa.
—Ya veo, tu intención es que desista con ella, ¿no es así? Pues no lo lograrás —le dijo.
Eduard VI sonreía como un tonto, mientras una gota de sudor corría por su frente. Devan suspiró, tomó su mochila y se marchó.
—¡Eh, la entrevista! —gritó Eduard VI y lo siguió.
El resto de esos días, Devan los pasó de mal humor. Hasta que llegó esa noche.
La habitación de Devan era pequeña y no le pertenecía solo a él. Dos de sus hermanos dormían en la cama mientras él debía hacerlo en el suelo sobre un delgado colchón de espuma. Había sido así toda su vida.
La ventana estaba abierta y el aire de la noche era lo suficientemente frío para hacer que se cobijara con una suave manta con el rostro de un personaje de anime estampado.
Después de dos semanas del festival, no tenía noticias de Calíope, lo cual significaba que ella no pretendía contactarlo porque él no era de su agrado. Desquitaba su frustración jugando en su móvil un juego de disparos que eran sus preferidos. Su madre lo había llamado hacía cinco minutos, pero él prefería ignorarla. Cuando era algo importante (como regañarlo), ella lo buscaba personalmente.
Estaba por ganar sus perseguidos mil puntos cuando un mensaje de texto hizo que se pausara el juego. Devan maldijo por haber perdido su concentración, pero al bajar la barra de notificaciones vio que el remitente era de un número desconocido.
Desde que se declaró a Calíope, estuvo en todo momento pendiente de su móvil con la esperanza de recibir una llamada de ella. Durante días vivió la ansiedad de escuchar por fin su voz a través del aparato, pero dado que eso no pasaba, decidió que, al fin de cuentas, debía buscar otra estrategia con ella.
El mensaje de texto resultó ser lo que estaba esperando, mas no de la manera que lo esperaba.
Cuando al fin comprendió lo que significaba el mensaje, se incorporó inmediatamente y, ante el asombro de sus dos hermanos, se colocó su mejor suéter, algo de colonia y arregló su cabello despeinado lo mejor que pudo rápidamente antes de salir de la habitación. Calíope había ido a verlo a su casa esa noche.
—Mira, allí está mi querido hijo. ¿No te llamé hace más de cinco minutos? —su madre parecía complacida de alguna forma.
—Debiste ir a buscarme —respondió Devan, mirando cómo Calíope permanecía de pie en la entrada. Llevaba puesto el uniforme de la secundaria Boilet, lo que era extraño, ya que eran un poco más de las diez de la noche y las clases hacía horas que habían terminado.
—¿Acaso crees que soy tu criada? —le dijo su madre, llamando su atención—. Además, no es hora para tener visitas…
Antes de que su madre empezara a sermonearlo, corrió hacia Calíope e impulsivamente la tomó de la mano y se la llevó con él fuera de casa.
—¡Regresaré luego!
Su madre le gritó algo que no escuchó. Después de correr varias calles, se detuvieron. Calíope de un tirón apartó su mano de la de él.
—Al parecer, siempre haces cosas impulsivas, ¿no?
Devan volteó a verla, sonriendo. Ahora que lo pensaba bien, hacer eso fue una locura. Nada había pasado como esperaba.
—Como sea, ven conmigo —le dijo Calíope y empezó a andar.
—¿Dónde vamos? ¿Por qué no me avisaste que irías a verme?
Ella caminaba rápido, apenas dándole la oportunidad de seguirle el paso.
—No me gusta mucho usar ese condenado aparato. Y un hombre debe estar preparado para cualquier eventualidad, no siempre en la vida ocurren las cosas como deberían.
De nuevo esa seriedad. Era una extraña cualidad en una chica de secundaria, pero Devan amaba esa parte de Calíope; de hecho, amaba todas sus partes.
—Entiendo, creo. Pero, ¿dónde vamos?
—Hacia allá —dijo Calíope señalando el cerro apenas iluminado por la luna llena a las afueras de la ciudad—. En ese lugar tendrás que demostrar lo que dijiste en el festival.
Devan quiso hacerle más preguntas, como por qué no lo hacían durante el día cuando era más seguro o si mejor no salían a comer algo, pero sabía que Calíope no le daría explicaciones. En todo caso, si ella quería un hombre que se adaptase a cosas inesperadas, él lo haría con gusto.
—Se encuentra lejos, ¿y si mejor tomamos un taxi?
—Sería lo mejor, ¿sabes cómo usarlos?
La pregunta era extraña. Pero él hizo caso omiso y la guio hacia una calle más transitada. Allí detuvo un taxi y le abrió la puerta para que entrara. Por suerte, tenía dinero para pagarlo.
Mientras viajaba con Calíope en el vehículo, por momentos tropezando sus piernas, la miraba de vez en cuando de soslayo, admirando su belleza. Asustado y temiendo que el silencio la aburriera, decidió hablar.
—¿Por qué usas a esta hora el uniforme escolar?
Ella lo miró como por primera vez. Se encontraba absorta en sus pensamientos cuando él habló.
—La verdad es que me gusta, me sienta bien —fue su respuesta cortante.
Por supuesto que le favorecía; cualquier ropa que ella usara le quedaría bien en un cuerpo tan voluptuoso. Pero el uniforme escolar, compuesto por una blusa blanca de manga larga y una falda bastante corta, le daba un cierto aire pícaro.
No hablaron más el resto del viaje. El solo hecho de estar allí con ella era como un sueño para él. No se creía en ningún momento que por fin tuviese suerte en algo. Tenía el corazón latiéndole acelerado como cualquier joven de su edad frente a su primer amor. Devan Tudor podía ser un dolor de cabeza para su madre y otro más para sus profesores, pero con Calíope cuidaba comportarse bien, o mejor dicho, no tenía que comportarse igual.
—Ya llegamos —dijo el conductor, un hombre regordete de ojos caídos. Detuvo el vehículo y esperó a que se bajaran—. Pórtense bien —dijo, guiñándoles un ojo.
El aire frío los recibió al salir. Había unas cuantas edificaciones circundando la carretera. Bajo la luz de una farola, Calíope parecía más irreal de lo que siempre era a sus ojos. Nunca antes la había visto en la noche. El color de su pelo era más oscuro y su piel luminosa destacaba aún más sus ojos negros. Sin decir palabra, empezó a caminar yendo hacia el cerro. Devan la siguió; desde luego, esa noche la seguiría incluso al infierno.
Calíope guiaba la marcha con total confianza. Cada vez más se alejaban de las luces de la carretera y se acercaban a un mundo agreste de luz de luna.
El camino se hacía empinado al pie del cerro. A esa altura, Devan seguía sin entender qué le esperaba esa noche. Con increíble habilidad física, Calíope subió por el cerro y llegó rápidamente a la cima. A Devan le costó un poco más; él no era lo que se dijera muy atlético, intentaba no resbalarse y caerse como una pelota frente a ella. Al mirar hacia arriba, vio dos figuras erguidas observándole. Sintió que manos heladas le acariciaban la espalda. La figura que no era Calíope llevaba puesta una sudadera con la capucha sobre la cabeza.
Nadie le ayudó a ponerse de pie cuando estuvo en terreno firme.
—Pareces al borde de un paro cardíaco, Devan. Es solo una pequeña escalada.
Se trataba de Hermelinda. Ella sonreía como no lo había visto antes; era una sonrisa dura y cruel.
—No perdamos el tiempo. Empecemos —dijo Calíope sin mucho interés.
—¿Qué...? ¿Qué hacemos aquí? —preguntó al fin Devan.
Fue Hermelinda quien contestó, pero ya no sonreía.
—Pues justo ahora vas a entregar tu vida a Calíope. Dijiste que la amabas, ¿no? Esta noche, a la luz de la luna llena, le entregarás tu vida para siempre.
El viento que golpeaba el montículo aumentó su ímpetu.
—No pongas esa cara —Hermelinda habló esta vez con desprecio—. Es un honor, es un simple ritual de unión. Veremos si de verdad eres un hombre y tienes bolas.
—Es que sigo sin entender de qué se trata todo esto. Calíope, ¿qué hace ella aquí?
—Presenciará el ritual —dijo Calíope, mirando a Devan con el mismo desinterés de siempre—. No tienes que entender nada; si me amas realmente, haremos el ritual. Si no me amas como dijiste, entonces lárgate.
Devan miró hacia abajo. La carretera se veía lejana y silenciosa. Más allá, la luz artificial de la ciudad iluminaba las nubes de contaminación. Del otro lado, el mundo era azul bajo la luz de la luna llena, un reino desconocido, así le pareció a Devan. No sabía qué hacer.
—Se largará, es un cobarde como los otros, Calíope —dijo Hermelinda con aburrimiento.
Devan olvidó su precaución al escuchar que lo llamasen cobarde.
—Cállate, no soy ningún cobarde. Hagamos el maldito ritual o lo que sea.
Su determinación flaqueó un poco cuando vio el puñal. Calíope había tomado un puñal que le pasó Hermelinda.
—Arrodíllate. Te atravesaré el corazón y con tu sangre honraremos a los dioses y, por tu sacrificio, una puerta se abrirá.
La risa de Hermelinda se escuchó en la noche. Sin embargo, Devan apretó los puños y pensó que aquellas dos no podían estar tan locas y que si habían preparado todo eso era para probar si él en verdad salía huyendo y de esa forma deshacerse de sus pretensiones con Calíope. Devan se arrodilló sin vacilación. Les iba a seguir el juego y no sería por nada del mundo derrotado.
—¡He dicho que mi vida es tuya, ¿no?! ¡Tómala!
Se alegró al oír que la risa de Hermelinda se callaba y su rostro lo miraba desconcertada.
Calíope se arrodilló frente a él. Ella sonreía; era una sonrisa de total placer, un éxtasis impuro. Acercó sus labios a su cara y él pudo oler el perfume de ella desde su fuente original, su cabello. El corazón de Devan quería estallar. En ese momento, pensó que no le molestaba en lo absoluto morir por ella de verdad. Luego sintió el golpe en el pecho y, al mirar hacia abajo, vio cómo la empuñadura sobresalía. Calíope le había clavado el filo hasta el fondo.
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