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Donde El Corazón Manda

Decepciones y cambios inevitables

Mónica siempre ha sido una joven fuerte y decidida, incluso después de haberse enamorado con tan solo diecisiete años de un hombre que era ocho años mayor que ella, y que cuando ninguno de los dos se lo esperaba recibieron la noticia de que serían padres.

-¿De qué estás hablando, Mónica? - preguntó Ryan con desconcierto, mientras se levantaba de la cama donde acababan de hacer el amor apenas minutos atrás.

-Eso... - balbuceó la muchacha con timidez- Te estoy diciendo qué estoy embarazada.

-¡Eso no puede ser! - exclamó él pasando las manos por su cabello con un dejo de preocupación que para Mónica no pasó desapercibido- ¿Cómo es posible? Siempre nos hemos cuidado.

-No sé cómo pudo pasar- dijo ella consternada porque no esperaba esa reacción de parte de Ryan- Pero es así.

Obviamente, esperaba cierta sorpresa ante la noticia, ya que de verdad habían tenido precaución cada vez que estaban juntos, pues ella aún no cumplía la mayoría de edad y él era el médico nuevo del pueblo. Pero para lo que no estaba preparada era para el grado de indignación y enojo que él comenzaba a mostrar.

-¿Qué ocurre?- preguntó ella- Parece que no te alegra la noticia.

-¿Cómo crees que puedo alegrarme, Mónica?- indagó él- ¡Estás embarazada!- exclamó casi horrorizado- Tienes diecisiete años, eres menor de edad, yo soy mayor que tú, tengo un nombre reconocido cómo médico. Estoy a punto de convertirme en el director de la clínica y si esto se sabe todo se va a ir al carajo para mí.

-Entiendo, amor- dijo la muchacha acariciando su rostro- pero vamos a solucionarlo, no te preocupes.

-Por supuesto que vamos a solucionarlo- le dijo él- Ten- agregó sacando del bolsillo su billetera y entregándole unos billetes.

-¿Qué? ¿Para qué es esto?- preguntó ella confundida.

-Tómalo- exigió él- por la mañana te voy a enviar una dirección, vas a hacerte presente allí y para la tarde ya estará todo resuelto.

-¿Cómo? - indagó ella abriendo los ojos confundida aún más- ¿Para qué, adonde debo ir?

-A la clínica de un conocido que se encarga de estas cosas- le explicó él- Enseguida le voy a hablar y mañana a esta hora todo estará solucionado.

-¿Me estás pidiendo que me deshaga del bebé? - preguntó finalmente comprendiendo la situación.

-Es exactamente eso- respondió él sin un ápice de duda o culpa en su tono de voz.

-Yo no voy a hacer eso- dijo ella levantándose de la cama también, enfrentándolo por primera vez- No pienso deshacerme de mi hijo- agregó, y si estaba sorprendida por la actitud de Ryan, estaba a punto de sorprenderse aún más.

Ryan se acercó más a ella, la tomó bruscamente por el cuello, impidiéndole moverse.

-Escúchame bien, Mónica- le dijo acercando su rostro al de ella lo más que podía- Tú vas a ir adonde te digo y vas a hacer lo que te digo.

La muchacha sentía que su corazón latía desbocado, ya que ese no parecía ser el hombre del que ella se había enamorado.

-Ryan, no puedes pedirme eso- dijo entre balbuceos esforzándose por soltarse de su agarre- Te prometo que no voy a permitir que se me note- agregó- Solo me faltan un par de meses para ser mayor de edad y después podremos estar juntos y. … - la joven interrumpió sus palabras cuando lo vio negar con la cabeza y sonreír de lado luego de soltarla.

-¡Ay, chiquilla! - exclamó él casi sonriendo- ¿No lo entiendes, verdad?

-¿Qué es lo que no entiendo?- preguntó ella.

-Que nosotros nunca vamos a estar juntos de la manera en que imaginas- respondió él.

-¿Qué? Pero... yo te amo y tú me amas- afirmó ella- y en un par de meses...

-En un par de meses nada, Mónica- dijo él- ¡Sabía que debía terminar con esto antes! - exclamó bufando, llevándose las manos al cabello. Mónica ladeó la cabeza intentando entender lo que él decía.

-¿Terminar? ¿Cómo que terminar?- dijo casi en un susurro angustiado.

-Si, Mónica, terminar- afirmó él- Vas a ir mañana donde te digo, vas a hacer lo que mi conocido te indique y después de eso no vamos a volver a vernos ni hablarnos más.

-¿Estás diciendo que?... - preguntó la joven sintiendo cómo se le iba formando un nudo de angustia en la garganta.

-Estoy diciendo que ya no vamos a vernos más- le confirmó Ryan.

-¿Esto es por el bebé?- insistió ella, intentando aclarar sus dudas.

-No, no es solamente por el bebé- dijo él- cuando nos conocimos yo solo pensé en estar contigo para pasar el rato- agregó- porque de hecho yo estoy comprometido.

Las palabras de Ryan fueron peor que un disparo en el medio del pecho para Mónica, las lágrimas comenzaron a brotar raudamente de sus ojos mientras iba comprendiendo la magnitud y la verdad en lo que él decía. Había sido todo un juego para Ryan, su pasatiempo...

-¿Es una broma, verdad? - dijo la muchacha cuando pudo articular tres o cuatro palabras juntas.

-No, no es ninguna broma. Para que te quede más claro- agregó él- en seis meses voy a casarme- y esas fueron las últimas palabras que oyó de la boca de Ryan antes de terminar de vestirse en silencio y salir de aquella habitación de hotel cómo si él diablo le pisara los talones.

La madrugada la recibió con el frío calándole los huesos, el invierno se estaba poniendo demasiado crudo y no iba a mejorar. Sus pasos se hicieron lentos mientras intentaba dejar de llorar, dejar de pensar. Pero todo quedaba solamente en un intento porque por más que quisiera no podía dejar de reflexionar que el hombre que amaba había estado jugando con ella. Y ahora la había desechado sin ningún remordimiento.

Finalmente, Mónica llegó a la casa donde vivía, una casa pequeña, sencilla, pero muy acogedora la cual le había quedado como herencia luego de que su abuela muriera seis meses atrás, el mismo tiempo en que había conocido a Ryan. La anciana estaba sufriendo una enfermedad terminal y Ryan era el médico a cargo de su caso. Al darse cuenta de que la muchacha no tenía más familia que su abuela, Ryan se dijo a sí mismo que no habría problemas en mantenerse entretenido, Mónica era bonita, rubia, de ojos café, con curvas que estaban comenzando a marcarse y al conocer al médico con su aspecto encantador, gentil y de fisonomía más que agradable la chica no pudo evitar sentirse atraída por él, y una vez que su abuela falleció Ryan aprovechó su oportunidad para poder estar con ella.

Al entrar, la muchacha cerró la puerta se dejó caer en el sofá de la sala, llevó las manos a su rostro y comenzó a llorar desconsoladamente lamentándose por lo ingenua que había sido.

Sin darse cuenta se quedó dormida.

El sonido de su móvil la despertó, y ella lo tomó pensando que podía ser Ryan que quizás se había arrepentido de haberle pedido deshacerse del bebé, y de hecho no se equivocaba, era Ryan. Pero el motivo no era el que ella esperaba.

_"Aquí te mando la dirección que te dije, mi conocido te espera ahí a las once de la mañana. No dejes de ir"_ decía el texto que Ryan le había enviado" Y recuerda, que una vez que regreses voy a hacer como que nunca nos conocimos"

Cada palabra leída le cayó a la muchacha como un golpe certero, instintivamente llevó las manos a su vientre y le hizo una promesa a su hijo...

-Nadie va a hacerte daño, nunca. Yo no voy a permitirlo.

Y luego de eso se secó las lágrimas, fue a su habitación, tomó una maleta, buscó en toda la casa hasta encontrar las cosas que más valor tenían, fue a una casa de empeño y las vendió, con el dinero compró un pasaje en tren a la ciudad, marchándose de allí dispuesta a proteger al bebé que llevaba en su vientre a costa de lo que fuera.

Llegó a la ciudad siendo ya de día, bajó en la estación de trenes y se quedó un largo rato de pie junto al andén, cuando salió a la calle comenzó a preguntar donde podía conseguir un lugar para hospedarse, siguió las instrucciones que le dieron y se vio de pie frente a una casa que en el frente tenía un cartel que decía pensión, y sin dudarlo entró dispuesta a comenzar desde cero lejos de todo lo que hasta ese momento conocía. Sabía que no sería fácil, pero por ese bebé que llevaba en su vientre y que ahora era lo único que tenía haría todo lo que fuera necesario.

Nuevos comienzos y oportunidades

Luego de instalarse en lo que terminó siendo una pensión familiar para estudiantes, Mónica se dejó caer en la cama, las lágrimas volvieron a escapar de sus ojos. Y la muchacha se prometió que esa sería la última vez que lloraría por amor y desengaños.

Entre lágrimas y sollozos finalmente se quedó dormida cuando estaba llegando casi el mediodía.

Unos toques en la puerta la despertaron, la muchacha se incorporó en la cama y al escuchar que los toques se volvían más insistentes fue a ver quién era mientras se restregaba los ojos. Al abrir se encontró con una chica de unos veinte años más o menos la cual le sonrió...

-¡Hola! Buenos días, soy Rocío- saludó la chica de cabello oscuro- Me pidió Inés que te llamara para almorzar.

-¿Almorzar? - preguntó Mónica confundida.

-¡Ah, sí! Cierto que eres nueva- dijo Rocío rascándose la nuca- Deja y te explico mientras vamos al comedor.

Mónica suspiró y sín quejarse camino detrás de la muchacha de cabello negro quién le contó que como esa era una casa universitaria allí todos se reunían a comer juntos, era una regla de Inés la dueña de la casa.

Cuando llegaron al comedor, Mónica se sorprendió de ver ya ubicados allí a tres chicas más que tendrían quizás uno o dos años más que ella, y a dos chicos de la misma edad. En la esquina principal de la mesa se encontraba la mujer que le había dado hospedaje así que dedujo que esa era Inés.

-Ah, hola nuevamente- le dijo Inés poniéndose de pie- Buenos chicos- dijo mirando a todos los comensales- Les presento a Mónica a partir de hoy ella va a estar viviendo con nosotros.

Las seis personas que la estaban observando con expectativas le sonrieron y tras saludarla al unísono fueron presentándose de a uno a medida que transcurría el almuerzo. Para sorpresa de Mónica los jóvenes fueron muy amables, le contaron que todos ellos trabajaban y estudiaban, algunos cursaban su primer o segundo año de universidad a excepción de Rocío y Laura que todavía estaban en la preparatoria. Pero ninguno se mostró con mala predisposición hacia ella, cuando el almuerzo terminó, Mónica supo el motivo por el cual comían todos juntos y era porque allí según el día de descanso que tuvieran en sus empleos, cocinaban los que estaban libres.

Los días fueron pasando, Mónica se iba acostumbrando a su nueva vida con facilidad, hasta ese momento no tenía decidido aún que haría, contaba con algo del dinero que había conseguido por la venta de las pertenencias de su abuela y lo que Ryan le había dado para ocuparse del bebé, dinero que ella se dispuso a guardar para cuando más lo necesitara. Y como sabía que el otro dinero no iba a durarle eternamente no dudó en preguntarles a sus nuevos compañeros y pronto amigos si sabían acerca de algún empleo para ella.

Todos quedaron en avisarle si se enteraban de algo.

Tres semanas habían pasado y Mónica casi había olvidado los motivos que había tenido para salir de su pueblo y estar en un lugar nuevo y con personas desconocidas. Se sentía tranquila, como si ese fuera el sitio indicado para ella y su bebé. Una tarde Diego uno de los chicos que ya estaba en su segundo año de Medicina, llegó apresurado y tocó la puerta de Mónica, ella que había estado hasta ese momento dormido porque ya comenzaban a hacerse presentes algunos malestares del embarazo como el cansancio y las náuseas abrió de inmediato al oír la urgencia en la voz del chico.

-¡Vamos, Mónica. Vistete rápido! - exclamó Diego urgido.

-¿Qué pasó, Diego? - indagó la muchacha algo somnolienta.

-Tienes una entrevista de trabajo en una hora- respondió él sonriendo.

-¿Qué? ¿Dónde? - preguntó ella antes de bostezar.

-Tú arréglate y mientras vamos te explico- le dijo y como el trabajo le era necesario, Mónica no dudó en hacerle caso.

Mientras iban en el automóvil propiedad de Inés, Diego le contó que se había enterado de una vacante en la cafetería de la Universidad, y que le había pedido a la señora que era encargada que no la hiciera pública hasta hablar con ella. Mónica sonrió agradecida por la buena voluntad del chico y aunque se sentía nerviosa, no dudaba de que todo saldría bien.

Y así fue, Rosa, la encargada de la cafetería le hizo una entrevista, indagó en todos los aspectos posibles de la vida de Mónica y como además de sentirse conmovida por lo que la chica le contó, la mujer era amiga de Inés no tuvo reparos en darle el empleo. Al día siguiente Mónica llegaba con Diego a la universidad, él para estudiar y ella para trabajar.

Mónica se sentía aliviada de haber dejado atrás el pequeño pueblo donde las miradas inquisidoras y las presiones podrían haberla ahogado. Había sido una decisión difícil, pero la exigencia de Ryan el padre de su bebé, pidiéndole que se deshiciera del niño, fue el empujón que necesitó para marcharse.

Su primer día en la cafetería fue un tanto caótico, pero también emocionante. Desde las primeras horas de la mañana, Mónica se movía entre mesas y pedidos, sirviendo cafés humeantes y reponiendo bocadillos. Las conversaciones de los estudiantes, la música suave de fondo y el aroma del café recién molido le daban una sensación de pertenencia que no había sentido en mucho tiempo. Entre clientes apresurados y compañeros amables, como Diana, la encargada de turno, Mónica se integró rápido. Le gustaba lo simple de la rutina: preparar bebidas, limpiar las mesas, y charlar brevemente con los estudiantes que, como Diego, pasaban regularmente por allí. Cuando él entraba, solía sonreírle con complicidad, haciéndole un gesto de apoyo que Mónica agradecía en silencio.

Al final de su segundo día, ya comenzaba a sentir que la cafetería era un refugio. El bullicio constante era reconfortante, y aunque el trabajo a veces la cansaba, la dejaba con una sensación de satisfacción. La normalidad de servir bebidas y preparar meriendas era justo lo que necesitaba para distraerse de sus preocupaciones. Mónica notaba cómo los estudiantes la iban reconociendo y, poco a poco, se sentía menos como una extraña y más como alguien que pertenecía allí.

En la casa universitaria, la vida era un contraste entre la tranquilidad y la camaradería de los demás chicos. Inés, era una mujer mayor, era cálida y atenta, siempre pendiente de todos. En algunos momentos le recordaba a su abuela, pero con un aire de mayor libertad y apertura. Compartir techo con Diego y los demás jóvenes era una experiencia nueva para Mónica, llena de pequeños rituales que rápidamente le parecieron entrañables. Laura, siempre con una sonrisa, le ofrecía consejos sobre la universidad yvla animaba a en algún momento inscribirse para estudiar; Rocío, un tanto más reservada, pasaba largos ratos en su habitación, aunque era atenta cuando se cruzaban en la cocina. Samuel, en cambio, tenía un humor contagioso y frecuentemente organizaba improvisados y divertidos momentos en el comedor común. Alicia y Cintia, ambas compañeras de estudios, la hicieron sentir cómoda desde el primer momento, incluyéndola en sus charlas animadas e instandola al igual que Laura a animarse a estudiar.

Las noches en la casa solían ser tranquilas. Tras la cena, cada quien se retiraba a su habitación o a estudiar en la sala compartida y mientras los demás estudiaban, Mónica se ocupaba de ayudar a Inés en lo que fuera necesario, la mujer siempre se aseguraba de que todos tuvieran lo que necesitaban y ocasionalmente dejaba alguna pequeña sorpresa, como galletas recién horneadas. Mónica apreciaba esos detalles; le daban una sensación de hogar que no esperaba encontrar tan pronto.

A pesar de las incertidumbres que aún enfrentaba sobre su futuro, Mónica estaba empezando a encontrar un nuevo equilibrio en esa pequeña comunidad. Aunque el camino hacia adelante no era claro, sabía que el apoyo de todos sería un buen punto de partida para construir una nueva vida, no solo para ella, sino también para el bebé que crecía en su interior.

El verdadero calor de una familia

El día había amanecido frío, gris y con una lluvia fina que salpicaba las ventanas. Mónica se levantó sintiendo una pesadez en su cuerpo, una combinación de las náuseas matutinas y un cansancio emocional que venía arrastrando desde hacía semanas. Hoy no era un día cualquiera, era su cumpleaños número dieciocho, un día que debería haber sido motivo de celebración, pero lo único que sentía era una tristeza opaca que se reflejaba en sus ojos llenos de lágrimas. Allí estaba, en una ciudad nueva, alejada de todo lo que conocía, con un bebé en su vientre y el peso del mundo sobre sus hombros. Sabía que quería salir adelante, por ella y por ese pequeño ser que crecía dentro de ella, pero a veces la fuerza se le escapaba entre los dedos.

Las náuseas la asaltaron de repente, obligándola a correr al baño. Se arrodilló frente al inodoro, vomitando violentamente, y entre arcadas y sollozos, comenzó a hablar en voz baja, como si esas palabras entrecortadas pudieran consolarla. “Todo estará bien… tiene que estar bien…”, repetía, llorando entre murmullos. No escuchó el golpe suave en la puerta de su habitación, ni las voces preocupadas que venían del otro lado.

-¿Mónica?- la llamó Laura, tocando con más fuerza cuando no obtuvo respuesta.

-¿Estará bien?- preguntó Rocío, preocupada, mientras intercambiaba miradas nerviosas con Alicia y Cintia.

Inés, la dueña de la casa, estaba con ellas. Había insistido en subir cuando escuchó que querían darle una sorpresa a Mónica por su cumpleaños.

-Entremos, algo no está bien- dijo Inés, tomando la delantera y empujando la puerta suavemente.

Cuando todas entraron en la habitación, oyeron claramente los sonidos que provenían del baño. Los sollozos ahogados de Mónica se mezclaban con el ruido del agua y los gemidos de malestar. Rocío dio un paso adelante, pero se detuvo al oír que Mónica murmuraba algo, ininteligible entre las lágrimas.

-Está hablando sola…- dijo Cintia en voz baja, claramente angustiada.

-Voy a tocar- propuso Inés, su voz firme pero serena. Se acercó a la puerta del baño y golpeó suavemente.

-Mónica, cariño, ¿estás bien?- preguntó con cuidado, pero no obtuvo respuesta.

Finalmente, la puerta del baño se abrió lentamente y apareció Mónica, ojerosa y con los ojos hinchados. Se detuvo en seco, sorprendida de encontrar a todas allí. Pero lo que más la sorprendió fue ver a Inés con un pastel de chocolate en las manos, decorado con pequeñas velas.

-¡Feliz cumpleaños, Mónica!- gritaron todos al unísono, sonriendo, intentando opacar lo que acababan de escuchar.

Mónica parpadeó varias veces, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo. Se le escapó una risa nerviosa, seguida de un sollozo que rápidamente la llevó a cubrirse el rostro con las manos. La emoción la embargó por completo, y al ver las caras sonrientes de todos, se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida en esos dos meses.

-¿Cómo…? ¿Cómo sabían?- preguntó entre lágrimas y risas.

-¿De verdad olvidaste que cuando llegaste te pedí todos tus datos?- le respondió Inés con una sonrisa cálida, acercándole el pastel para que lo viera de cerca.

-¡Sí, lo olvidé por completo!- Mónica sonrió tímidamente mientras todas se unían a ella y la abrazaban, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el peso en su pecho disminuía un poco. Instada por todas, Mónica se arregló y se dirigió al comedor allí compartieron todos juntos el pastel. Las chicas hablaban sobre anécdotas de sus cumpleaños pasados, y Mónica se dejaba llevar por esa calidez inesperada. Fue Rocío quien, al ver que Mónica parecía algo pensativa, rompió el silencio.

-Sabes, ya puedes empezar a gestionar tu entrada en la universidad. Estás justo a tiempo para el próximo ciclo.

Mónica negó lentamente, bajando la mirada.

-No, no voy a entrar a la universidad… No puedo. Yo...Hay algo que debo contarles- dijo, sintiendo que el momento había llegado. Miró a Inés, a Diego, a Rocío, a Cintia, a Laura, a todos los que habían estado con ella en esos dos meses y que sin saberlo, se habían convertido en su nueva familia. Respiró hondo y empezó a hablar.

-Estoy embarazada- dijo de golpe, sintiendo cómo las palabras la liberaban pero también la aterraban. Mónica tragó saliva y continuó- No sé si debería seguir aquí… esta casa es solo para estudiantes y… bueno, sé que esto lo cambia todo.

La habitación se llenó de un silencio denso, y Mónica bajó la cabeza, esperando lo peor. Pero lo que escuchó a continuación la sorprendió.

-¡¿Qué?! ¿En serio? ¡Eso es increíble!- gritó Alicia, emocionada, rompiendo el silencio.

-Un bebé… ¡vaya!- dijo Samuel, asombrado- No me lo esperaba, pero oye, felicidades.

-¿Cuánto tiempo llevas embarazada?- preguntó Laura, acercándose para abrazarla.

Mónica, que había estado esperando miradas de desaprobación o preocupación, solo encontró sonrisas y apoyo. La calidez en la habitación se volvió palpable. Los ojos de Inés, la mujer mayor y con la sabiduría de la experiencia, brillaban con ternura.

-Mónica, cariño- dijo Inés, acercándose- entiendo que esto es algo grande, pero no te preocupes. Esta casa es para estudiantes, sí, pero también para personas que necesitan un lugar donde estar bien. Y tú claramente lo necesitas ahora más que nunca.

Mónica sintió que el nudo en su garganta se deshacía lentamente, y las lágrimas volvieron a aparecer, pero esta vez ya no eran de angustia ob tristeza si no de alivio.

-Gracias, Inés… No saben cuánto significa esto para mí. Pensé que tendría que irme.

-¿Irte?- dijo Diego, levantando las cejas- No digas tonterías. Aquí tienes a todos nosotros. No tienes que hacerlo sola.

Rocío asintió, apoyando su mano en el brazo de Mónica.

-Y si te preocupa la universidad, no dejes que el embarazo te detenga. Hay muchas formas de seguir adelante con tus estudios. Además, siempre puedes contar con nosotros para lo que necesites.

-Lo haremos juntas, si quieres- dijo Cintia con una sonrisa- Podemos anotarnos en las mismas materias, y siempre habrá alguien para ayudarte.

Mónica los miró a todos, abrumada por la generosidad de sus palabras. Era como si, en un solo momento, todo el miedo y la incertidumbre que había sentido se disiparan con la certeza de que no estaba sola. Este grupo de personas, que apenas conocía hacía dos meses, ya la había aceptado como parte de su familia.

-No puedo creerlo…- murmuró, secándose las lágrimas- Pensé que cuando les contara, todo cambiaría. Que me verían diferente, o que me dirían que tenía que irme.

-Lo que cambia es que ahora tienes a un pequeño por el que luchar- dijo Inés, acariciándole la mejilla con un gesto maternal- Y no estarás sola en eso.

-Además- intervino Samuel con una sonrisa traviesa- siempre he querido ser el "tío cool" de alguien. Ese bebé será muy feliz y afortunado.

Todos rieron con la broma de Samuel, y Mónica se unió a las risas, sintiendo por primera vez en mucho tiempo que podía relajarse.

-Mónica- dijo Laura- ahora que lo sabemos, lo único que queremos es ayudarte. Ya verás, entre todos nos aseguraremos de que todo salga bien.

-Es cierto- agregó Diego- Lo que necesitas es apoyo, y nosotros estaremos aquí para darte justo eso.

Mónica miró alrededor de la habitación, viendo los rostros de sus amigos, de las personas que, sin darse cuenta, se habían convertido en su familia. Ese lugar, esa casa universitaria, no era solo un techo bajo el cual vivía. Era el lugar donde había encontrado una comunidad que la acogía, con todo y sus miedos, con todo y sus desafíos.

-Gracias- dijo, con la voz quebrada- No sé cómo agradecerles todo lo que están haciendo por mí. Solo… solo quiero que sepan que voy a salir adelante, por mí y por mi bebé. Y ahora sé que puedo hacerlo, porque tengo a todos ustedes.

Inés le sonrió con ternura y, levantando una taza de té, dijo:

-Por ti, por tu bebé, y por todo lo que está por venir.

Todos levantaron sus vasos en un brindis improvisado, y Mónica, por primera vez en mucho tiempo, sintió que el futuro, aunque incierto, no era algo que tuviera que enfrentar sola.

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