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Bajo La Sombra Del Miedo

Margaret O'brien

Capitulo 1

Margaret O'brien

Era un fresco día de la primavera del 2010 en Brooklyn. El sol brillaba tenuemente bañando las calles con su luz dorada. Margaret O'Brien, era una joven de 17 años Canadiense tenía el cabello castaño y ojos azules, ese día se despertó temprano, y emocionada por ir a la secundaria y ver a sus amistades, vivía en un acogedor apartamento de ladrillos junto con sus padres, Hannah y George.

Margaret se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Desde allí, podía ver el bullicio de la ciudad que nunca dormía. Los vendedores ambulantes ya estaban instalados en las esquinas, ofreciendo desde frutas frescas hasta hot dogs. Los niños ya estaban en la calle, y sus risas resonaban por todas partes.

Era viernes, el último día de la semana y se podía sentir en el ambiente, se arregló con un pantalón negro y un suéter a rayas rosado y blanco, fue a desayunar algo ligero, y allí estaban sus padres, su madre era rubia, con ojos verdes y su padre era rubio con los ojos azules. Se despidió de ellos con beso en la mejilla y se fue caminando hasta la secundaria busco por un momento hasta encontrar a sus amigas Lisbeth una chica baja morena con ojos oscuros y Nicole una chica blanca con el cabello negro y ojos marrones.

—¡Margaret aquí estamos!— grito Nicole detrás de un montón de arbustos.

— ¿Que hacen aquí,? no las encontraba—

—Vamos a escaparnos—

—¿Para que nos vamos a escapar?—

—Ni seas aburrida Margaret, obvio que para divertirnos— respondió Lisbeth y luego hablo Nicole.

—Vamos al parque antes de que toquen la campana y allí vemos que podemos hacer—

Margaret se sentó en el parque cuando llegaron, le encantaba sentir la brisa fresca en su rostro y escuchar el canto de los pájaros, juntas se sentaron bajo la sombra de un gran roble y comenzaron a hablar sobre sus planes para el futuro les faltaba un año para terminar la secundaria y aunque dolería mucho cada una tomaría su camino.

El día pasó rápidamente, lleno de risas comida rápida y conversaciones profundas. Al caer la tarde, Margaret regresó a casa, pudo ver una expresión de preocupación en el rostro de su padre y estaba segura de que el se habia dado cuenta de que no fue a clases, sin embargo no era eso.

—¿Papa que tienes?—

—No te preocupes hija, estoy un poco estresado por el trabajo—

Esa noche, mientras Margaret se preparaba para dormir, miró por la ventana una vez más. Las luces de la ciudad brillaban como estrellas en el cielo, y ella se sintió feliz, sentía que su vida era perfecta y no cambiaría nada. Cerró los ojos, y sonrió recordando ese día.

La madrugada en Brooklyn era tranquila, con solo el suave murmullo de la ciudad en el fondo. Margaret O'Brien dormía profundamente, envuelta en sueños de aventuras y futuros brillantes. De repente, fue despertada por el sonido urgente de su madre, Anna, llamándola.

—¡Margaret, despierta! —exclamó su madre Hannah, con la voz temblorosa y los ojos llenos de preocupación.

Margaret se incorporó rápidamente, aún medio dormida, y vio a su madre de pie junto a su cama, con una expresión de angustia que nunca había visto antes.

—¿Qué pasa, mamá? —preguntó Margaret, frotándose los ojos.

—Tienes que hacer una pequeña maleta, cariño. Nos vamos a Niagara Falls. Algo terrible ha sucedido —dijo Hanna, tratando de mantener la calma.

El corazón de Margaret comenzó a latir con fuerza. Se levantó de la cama y comenzó a buscar su maleta, mientras su madre continuaba hablando.

—Elizabeth, la abuela de tu padre, ha fallecido. Tenemos que irnos de inmediato —explicó Hanna, con lágrimas en los ojos.

Margaret sintió un nudo en la garganta. Aunque no conocía muy bien a su bisabuela Elizabeth, sabía lo importante que era para su padre, George. Sin decir una palabra, comenzó a empacar algunas prendas y artículos esenciales. La tristeza y la preocupación llenaban el aire.

En cuestión de minutos, Margaret y su madre estaban listas. Bajaron las escaleras en silencio, donde George las esperaba con el coche encendido. Su rostro reflejaba una mezcla de dolor y determinación.

El coche avanzaba lentamente por las calles aún oscuras de Brooklyn. Margaret, sentada en el asiento trasero, observaba cómo las luces de la ciudad se desvanecían a medida que se adentraban en la autopista. El silencio en el coche era palpable, roto solo por el suave murmullo del motor y el ocasional suspiro de su madre, Hanna.

George, su padre, mantenía la vista fija en la carretera, su rostro reflejaba una mezcla de tristeza y determinación. Margaret sabía que este viaje no sería fácil para él. Elizabeth, su abuela, había sido una figura importante en su vida, y aunque ya tenía más de 90 años su pérdida dejaba un vacío profundo.

A medida que avanzaban por la I-81 N y luego por la I-90 W, el paisaje urbano dio paso a vastos campos y bosques. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados. Margaret se sentía pequeña ante la inmensidad del paisaje, pero también encontraba consuelo en la belleza de la naturaleza.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Hannah, girándose para mirar a Margaret.

—Sí, mamá. Solo estoy pensando —respondió Margaret, tratando de ofrecer una sonrisa tranquilizadora.

El viaje continuó, y con cada kilómetro recorrido, Margaret sentía que se acercaban más a un nuevo capítulo en sus vidas. Hicieron una breve parada en una estación de servicio para estirar las piernas y tomar un café. Margaret aprovechó para enviar un mensaje a sus amigas Nicole y Lisbeth, contándole sobre el viaje y la razón detrás de él.

—Vamos, tenemos que seguir —dijo George, con una voz suave pero firme.

De vuelta en el coche, Margaret se acomodó en su asiento y cerró los ojos, dejando que el suave balanceo del vehículo la arrullara. Soñó con su bisabuela Elizabeth, recordando las pocas pero significativas historias que su padre le había contado sobre ella.

Finalmente, después de varias horas de viaje, cruzaron la frontera hacia Canadá. La vista de las majestuosas Cataratas del Niágara les dio la bienvenida, su estruendo resonando como un recordatorio de la fuerza y la belleza de la naturaleza. Margaret se sintió abrumada por la magnitud de las cataratas, pero también encontró en ellas una fuente de inspiración ella aunque había nacido allí en Canadá se habían mudado a Estados Unidos cuando ella tenía 4 años y luego solamente habían echo algunas visitas en los años anteriores, el trabajo de su padre se había vuelto tan abrumador que tenían unos 5 años que no viajaban de nuevo.

Al llegar a la casa de la madre de George, fueron recibidos con abrazos y palabras de consuelo. Margaret sabía que los próximos días serían difíciles, pero también había algo más en Niagara que no podía explicar.

Niagara Falls

Capitulo 2

Niagara Falls

La abuela de Margaret era una mujer mayor de unos 70 años se llamaba Janeth tenía los ojos azules y el cabello completamente blanco, aunque estaba triste por haber perdido a su madre aún así se sentia muy feliz por tener a su familia con ella.

—Hija, eres más grande que en las fotos. Te convertiste en una jovencita hermosa—

Dijo la abuela con orgullo mientras acariciaba el cabello de Margaret.

—Sígueme, te voy a llevar hasta tu habitación—

La abuela la tomó de la mano y la llevo por las escaleras hasta una habitación que ya Margaret conocía.

—Aún conservo la habitación como te gustaba cuánto te quedabas aquí—

Dijo la abuela con emoción y una gran sonrisa, orgullosa por haber conservado todo delicadamente así como le gustaba hace tantos años a su única nieta.

Margaret sorprendida pudo ver la habitación que su abuela tenía preparada para ella cuando era niña y se quedaba allá o cuando los visitaba, después que se mudaron a Brooklyn, estaba estancada en el tiempo, su cama tenía las mismas sábanas rosas de felpa, muchos libros de cuento y hasta sus antiguos dibujos en la pared.

—Esa hermoso abuela muchas gracias—

Margaret le dio un beso a su abuela y ella se fue dejando a Margaret sola en la pequeña habitación. Coloco la maleta sobre la cama y comenzó a sacar sus cosas y ordenarlas en la peinadora y en el clóset. Se desvistió y busco una toalla para ir darse un baño sin embargo cuando abrió el clóset sintió que alguien se movió detrás de ella, se sobresalto y giro para toparse con una habitación completamente vacía, aún desnuda camino hasta la puerta y la aseguro, creyó que podría ser su imaginación pero no estaría de más asegurar la habitación mientras se bañaba. Se dirigio hasta el baño y abrio la ducha dejando caer una agradable agua caliente, llenando el baño de vapor, era todo lo que necesitaba despues de ese largo viaje de más de 10 horas. Pero oculto tras el vapor pudo ver una silueta moverse en el baño a través del vidrio de la ducha pensó que tal vez era su abuela que había ido a llevarle cosas pero recordó que ella había cerrado la puerta, así rodo a un lado la puerta con un poco de nervios para encontrarse con un baño completamente vacío.

Estaba segura de los sentimientos por la muerte de su bisabuela y ese largo viaje a mitad de la madrugada le estaban haciendo una terrible jugada a su mente así que terminó de bañarse, bajo a comer algo, se despidió de todos y dijo que iría a tomar una siesta.

Los siguientes días no fueron diferentes Margaret estuvo a punto de creer que estaba entrando en paranoia pero se convencía a si misma que todo era producto del cansancio.

El día del funeral de la bisabuela Elizabeth amaneció gris y lluvioso, como si el cielo compartiera la tristeza de la familia. Margaret se levantó temprano, sintiendo el peso de la ocasión en su corazón, aunque no compartió tanto con ella, sabía la importancia que tenía para su padre y su abuela Janeth. La casa estaba en silencio, solo se escuchaba el suave murmullo de la lluvia golpeando las ventanas.

La familia se reunió en el cementerio, todos vestidos de negro, con expresiones solemnes. Margaret observó a su padre, quien trataba de mantener la compostura, pero sus ojos delataban el dolor que sentía.

Por un momento comenzó a recordar las historias que su padre le había contado de su abuela, una mujer muy dulce y amable quien le gustaba hornear pastel de manzanas, las tardes en el jardín, y el amor incondicional que siempre le había brindado, poco a poco sus ojos se fueron llenando de lágrimas y un dolor creció en su pecho.

La lluvia había comenzado a cesar, pero el cielo seguía muy nublado. La ceremonia fue sencilla pero emotiva. El sacerdote habló sobre la vida de Elizabeth, su bondad, y el legado que dejaba después de sus 92 años de vida. Margaret escuchaba atentamente, sintiendo que cada palabra resonaba en su corazón.

Cuando llegó el momento de despedirse, Margaret se acercó al ataúd y colocó una rosa blanca sobre él. Sintiendo las lágrimas corriendo por sus mejillas. Su padre la abrazó, y juntos se quedaron allí, en silencio.

Después de la ceremonia, la familia regresó a la casa de la bisabuela. Era una casa grande y antigua, a las afuera de la ciudad muchas pareces eran de piedra pero el encanto más hermoso era el gran jardín de atrás. La atmósfera era melancólica, con un sentido de unión y apoyo mutuo. Margaret se sentó en el salón, rodeada de fotos y recuerdos.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Margaret notó que su padre estaba sentado en la isla de la cocina y se encontraba más callado de lo habitual, rebobinando ella notó que desde antes que viajaran a Niagara Falls para el funeral de la abuela Elizabeth, él parecía estar sumido en sus pensamientos. Así que decidió hablar con el.

—Papá, ¿estás bien? —preguntó con suavidad.

Su padre suspiró y se sentó a la mesa, mirando sus manos.

—Margaret, hay algo que necesito contarte —dijo, con voz seria—. Hace casi un mes que perdí mi trabajo.

Margaret sintió un nudo en el estómago. Sabía lo importante que era ese empleo para su padre y para la estabilidad de la familia.

—¿Pero porque?, tu le has dedicado muchos años a esa empresa ¿como te pudieron despedir?—

—Hicieron recortes de personal y no me dieron más explicaciones, solamente me dieron un arreglo por los años de servicio y ya—

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, tratando de mantener la calma.

—No quería preocuparte, especialmente con todo lo que ha pasado con la abuela —respondió él—. Pero ahora que estamos aquí, creo que es el momento de ser honestos.

Margaret asintió, sintiendo una mezcla de preocupación y tristeza. Sabía que las cosas no serían fáciles.

Al siguiente dia, la familia se reunió en la sala para escuchar la lectura del testamento de la abuela Elizabeth. El ambiente era solemne, y todos escuchaban atentamente mientras el abogado leía las últimas voluntades de Elizabeth.

—Durante mi vida no acumule muchas riquezas, mi posesión más valiosa es la casa Moloney donde nací, nació mi madre y fue la que vio el inicio de nuestra familia, llegamos desde Irlanda hace muchos años en busca de un mejor futuro y aquí lo conseguimos, mi deseo más grande es que sigan cuidando la casa Moloney y conservandola en la familia ya que es el recuero de nuestro inicio, asi se la heredo a mi unico nieto George O'brien quien se que la cuidara y apreciara por todos los recuerdos vividos. Sean felices, aunque la vida se torne difícil siempre habrá una salida, no hay mayor regalo que estar vivos y que Dios los bendiga —anunció el abogado.

Margaret y su padre se miraron sorprendidos. Vieron hacia los lados admirando la casa Moloney, ella no sabía esa historia, no sabía su propia historia, tampoco sabia que esa casa hubiera sido tan importante para la familia y mucho menos que se la dejaría a ellos.

Margaret sintió una oleada de emociones. La noticia de la herencia llegaba en un momento crucial, y aunque la casa necesitaría mucho trabajo para modernizarse también representaba una oportunidad para empezar de nuevo, aunque el pensar mudarse de Brooklyn y abandonar a sus amistades no es algo que le emocioné.

La Casa Moloney

Capitulo 3

La casa Moloney

Margaret, junto a su madre y su padre, acompañaron al abogado hasta su auto, se despidieron de el y luego se detuvieron frente a la imponente casa Moloney. La mansión, que había pertenecido a su bisabuela, se alzaba majestuosa en medio de un vasto terreno verde. Aunque la estructura tenía muchos años, las recientes remodelaciones le daban un aire de modernidad sin perder su encanto antiguo.

—Es increíble— murmuró Margaret, sus ojos recorriendo cada detalle de la fachada. Las ventanas de arco, los balcones de hierro forjado y la puerta principal de madera maciza hablaban de una época pasada, mientras que los toques modernos, le daban más carácter al lugar.

Su madre, con una sonrisa nostálgica, comentó.

—Recuerdo cuando veníamos aquí de pequeños. La abuela siempre decía que esta casa tenía alma.—

El padre de Margaret asintió, colocando una mano sobre el hombro de su esposa.

—Y ahora es nuestra responsabilidad cuidarla y mantener viva esa alma.—

Margaret sorprendida por ese comentario de su madre vio a su madre y también le respondió.

—¿Mami tu venías aquí de niña?—

Su madre sonrió de manera entrañable.

—Si, tu padre y yo solíamos jugar juntos cuando éramos niños, mis papás antes vivían al frente—

—Eso es increíble, no sabía eso.—

Hannah suspiro despacio recordando tiempos lejanos y contesto.

—Niagara tiene mucha historia hija—

Entraron juntos, y está vez Margaret se dejó llevar y admiro los techos altos y las vigas de madera originales contrastaban con las paredes tapizadas y los suelos de madera antigua. Cada habitación parecía contar una historia, desde los retratos antiguos colgados en el salón hasta los muebles.

Margaret se detuvo frente a una chimenea de piedra donde una medallas llevaba inscrito el nombre de su bisabuela.

Era la Medalla del Gobernador General para el Voluntariado, un reconocimiento que se otorga a personas que han demostrado un compromiso excepcional con el servicio comunitario, decorado con hermosos detalles el escudo de armas del Gobernador General y el emblema de Canadá, simbolizan la importancia y el honor de este reconocimiento, su bisabuela había dedicado su vida a cuidar de otros y había sido una mujer muy conocida en Niágara.

Los rincones de la casa estaban llenos de recuerdos y secretos familiares. En el ático, encontraron un baúl lleno de cartas y fotografías antiguas, eran varias habitaciones, pero había una en particular que la cautivó, tenia su nombre en letras cursiva grabado en la puerta "Margaret" ella recordó que ella se llamaba como su tatarabuela y seguramente ese había sida había sido su habitación hace más de cien años, Margaret sintió un vínculo especial con esa habitación y decidio que ahora seria de ella, tenía una vista completa al jardín tracero y a un Maple antiguo que se erguía al fondo, sin dudas era la habitación perfecta.

Después de explorar el interior de la casa Moloney, Margaret decidió salir al jardín para tomar un poco de aire fresco y ver de cerca el arbol. El sol de la tarde bañaba el terreno con una luz dorada, resaltando la belleza del árbol centenario y los arbustos con falta de cuidado.

Mientras caminaba por el sendero de piedra que rodeaba la casa, Margaret se detuvo a admirar un rosal en plena floración. Las rosas, de un rojo intenso, parecían brillar bajo la luz del sol. "Este rosal lo debe de haber plantado mi abuela," pensó con una sonrisa.

De repente, escuchó el crujido de la grava bajo unos pasos ligeros. Al voltear, vio a una joven de su edad acercándose con un cachorro de Husky Siberiano y una expresión amable.

—Hola— dijo la chica, levantando una mano en señal de saludo.

—Me llamo Molly. Vivo en la casa de al lado, estaba paseando a mi pero y vine a saludarte, tu debes ser la nieta de la señora Elizabeth—

Margaret sonrió y se acercó para conversar.

—Hola, si soy Margaret—

Molly asintió con una sonrisa cálida.

—Quería venir a darte mis condolencias por la pérdida de tu bisabuela. Ella era muy querida en el vecindario. Siempre tenía una palabra amable y una sonrisa para todos.—

Margaret sintió un nudo en la garganta, pero agradeció el gesto de Molly.

—Gracias, eso significa mucho para mí. No la conocía tanto como hubiera querido, pero siento que estoy aprendiendo más sobre ella cada día que paso aquí.—

—Estoy segura de que te hubiera encantado conocerla más—

Dijo Molly, con un brillo de comprensión en sus ojos.

—Si necesitas algo, no dudes en venir a buscarme. Mi familia y yo estaremos encantados de ayudarlos—

Margaret se sintió reconfortada por la amabilidad de Molly.

—Gracias, lo aprecio mucho. Tal vez nos mudemos a vivir aquí pronto y será lindo tener a alguien con quién poder hablar—

—¿De verdad?— Molly pregunto sorprendida.

—Si, la abuela Elizabeth se la ha dejado en herencia a mi papá y estoy segura de que se va a querer mudar.—

—Eso sería grandioso, por aquí no viven muchas personas de nuestra edad, y la casa Moloney es una de las más antiguas que quedan.—

—¿No hay muchas de esa época?—

—Ya quedan pocas— respondió Molly con una cara triste y siguió. —A mi me encantaría vivir en una casa con tanta historia—

—¿Conoces historias de esta casa?—

—¡Claro! Hay muchas historias interesantes por aquí—

Respondió Molly con entusiasmo.

—Podemos dar un paseo algún día y te las contaré todas.—

Las dos chicas continuaron conversando mientras caminaban por el vecindario descubriendo que tenían mucho en común, mientras disfrutaban de la suave brisa de la tarde. Mientras conversaban, Molly miró a Margaret con una sonrisa traviesa.

—¿Sabes?—

Dijo Molly, inclinándose un poco hacia Margaret.

—Hay una vieja historia en el vecindario sobre tu casa. Dicen que está embrujada.—

Margaret levantó una ceja, intrigada.

—¿En serio? ¿Qué tipo de cosas dicen?—

Molly se rió suavemente.

—Bueno, según las historias, la gente ha escuchado sonidos extraños por la noche, como susurros y pasos. También dicen que a veces las cortinas se mueven solas, incluso cuando no hay viento.—

Margaret miró hacia atrás en dirección de la casa, tratando de imaginar esos eventos.

— ¿Y tú crees en esas historias?—

Molly negó con la cabeza, sonriendo.

—No, realmente creo que la mayoría de esos sonidos extraños pueden explicarse por la edad de la casa. Las casas antiguas tienden a crujir y hacer ruidos cuando se asientan. Y lo de las cortinas, probablemente sea solo la brisa.—

Margaret asintió, sintiéndose un poco aliviada.

—Eso tiene sentido. Aunque debo admitir que la idea de una casa embrujada es un poco emocionante.—

—¡Exactamente!— exclamó Molly.

—Es divertido pensar en ello, pero no hay nada de qué preocuparse. Además, tu bisabuela vivió aquí durante muchos años y nunca mencionó nada sobre fantasmas.—

Margaret sonrió, sintiendo una conexión más profunda con la casa y su historia.

—Gracias por contarme Molly. Me alegra saber que no soy la única que piensa que las historias de fantasmas son más divertidas que aterradoras.—

—De nada— respondió Molly

—Y si alguna vez escuchas algo extraño, solo recuerda que probablemente es la casa acomodándose. Y si necesitas compañía, siempre puedes venir a mi casa.—

—Lo haré. Gracias, Molly.—

Las dos chicas caminaron de regreso a la casa, riendo y compartiendo más historias. Pero la idea de una casa embrujada le daba más emoción a Margaret.

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