La brisa helada de la mañana de noviembre soplaba a través de las hileras de árboles desnudos en el parque de la mansión Sinclair, haciendo que las hojas crujieran como si fueran las risas de los fantasmas del pasado. Lady Arabella Sinclair, con su cabello de oro trenzado de manera descuidada y su vestido azul pálido, observaba el cielo gris desde la ventana de su habitación. Las nubes, gruesas y amenazadoras, parecían reflejar el tumulto en su corazón.
Su madre, la condesa de Sinclair, había estado insistiéndole durante semanas que se preparara para lo inevitable, pero Arabella se negaba a aceptar su destino. La idea de casarse con el Duque de Blackthorn, un hombre de cuya existencia había oído rumores que hacían temblar a los más valientes, la llenaba de terror. La reputación del duque lo precedía: un guerrero implacable, poseedor de una inteligencia aguda y una mirada que podía atravesar el alma. Pero también se decía que había un oscuro secreto en su pasado, uno que los nobles temían discutir en voz alta.
“Lady Arabella, su madre la espera en la sala de estar”, anunció su sirvienta, Clara, interrumpiendo sus pensamientos. La joven bajó la mirada, sin poder evitar una leve mueca. “No puedo ir. No puedo, Clara”.
“¿Y si se entera de que no ha acudido? Su ira será peor que el matrimonio en sí”, advirtió Clara, ajustando el dobladillo de su propio vestido con nerviosismo. “Le prometí que la traería”.
Arabella se giró hacia su amiga, sus ojos llenos de determinación. “No, Clara. No puedo ser una pieza en este juego. No puedo dejar que me conviertan en una marioneta para fortalecer la posición de mi madre”. La condesa había planeado cada detalle de este matrimonio como si se tratara de una negociación comercial, y Arabella se sentía como una mercancía, un bien que intercambiar.
Pero la presión de la sociedad y su propia familia pesaban sobre ella como una cadena, y finalmente, un suspiro de resignación escapó de sus labios. “Está bien, iré. Pero que sepa que no me rendiré tan fácilmente”.
En la sala de estar, la condesa de Sinclair se encontraba de pie frente a la chimenea, su figura elegante recortada contra las llamas danzantes. Su rostro estaba impasible, pero sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y preocupación. “Arabella”, comenzó, su voz suave pero autoritaria, “hoy es un día crucial. Debes recordar la importancia de esta unión. El duque puede proporcionarnos la seguridad que hemos perdido”.
Arabella sintió que la rabia comenzaba a burbujear dentro de ella. “¡Seguridad! ¿Qué seguridad hay en un matrimonio donde no hay amor? Estoy cansada de ser tratada como un simple peón en su tablero de ajedrez, madre”.
“Esto no se trata de amor, querida. Se trata de poder y supervivencia. ¿No lo entiendes? En este mundo, el amor es un lujo que no podemos permitirnos. Si te niegas a aceptar esta unión, las consecuencias serán desastrosas”.
Arabella miró por la ventana hacia el horizonte gris, sintiendo el nudo en su pecho volverse más apretado. Entonces, un carruaje llegó al jardín, su silueta oscura cortando el aire como un presagio. La figura que emergió de la oscuridad era imponente. Alto y erguido, el Duque de Blackthorn se acercó a la mansión con una seguridad que le hizo sentir escalofríos.
“Es hora de enfrentar lo inevitable”, murmuró Clara, tomándola del brazo. Arabella tragó saliva, sintiendo que el destino se cernía sobre ella como una sombra al acecho.
Cuando cruzaron el umbral, el duque estaba de pie en la sala, su mirada intensa y penetrante fija en Arabella. Sus ojos oscuros parecían absorber la luz de la habitación, y un silencio sepulcral se apoderó del lugar. La tensión era palpable, un hilo que vibraba entre ellos.
“Lady Arabella”, dijo él, su voz profunda como el trueno. “Es un honor conocerte”.
Arabella se detuvo, incapaz de articular una respuesta. La intriga que sentía hacia él se mezclaba con un temor que la llenaba de inseguridad. ¿Qué pensaría él de su resistencia? ¿Cómo se atrevería a desear la libertad en un mundo que solo valoraba el poder?
“Espero que este matrimonio no sea tan penoso como parece”, respondió ella con un tono mordaz, tratando de ocultar su vulnerabilidad. Pero sus palabras parecían flotar en el aire, cargadas de desafío y miedo a la vez.
Un destello de sorpresa cruzó el rostro del duque, seguido por una ligera sonrisa que tomó Arabella por sorpresa. “A veces, la penosidad es solo una cuestión de perspectiva. Pero estoy aquí para hacer de esta unión algo… más tolerable”.
Arabella se dio cuenta de que había un juego en marcha, uno que ambos estaban destinados a jugar, y el desafío entre ellos había comenzado. “Tal vez, Duque, en lugar de esperar que todo sea tolerable, deberíamos intentar hacer de este matrimonio algo más que un simple contrato”, dijo, sintiendo cómo la chispa de la rebelión encendía su espíritu.
Los ojos de Alexander se iluminaron, y en ese momento, Arabella sintió que había una posibilidad, una chispa de conexión que podría cambiarlo todo. Pero también sabía que en la corte, la conexión podía ser un arma de doble filo.
La conversación giró en torno a trivialidades, pero en el aire flotaba una tensión que prometía una historia más rica y compleja que la que sus familias esperaban. La lucha por el poder, los secretos ocultos y la pasión prohibida estaban a punto de desatarse en un mundo donde el amor y la traición eran dos caras de la misma moneda.
Así, en el corazón de un matrimonio indeseado, se alzaban los cimientos de una intriga que desafiaría las leyes de la naturaleza misma. Arabella sabía que su vida nunca volvería a ser la misma, y que, a pesar de sus miedos, el juego apenas comenzaba.
La boda se celebró a la luz de las velas, en una magnífica capilla adornada con flores frescas y lujosos tapices. Sin embargo, para Arabella, cada rincón del lugar parecía asfixiante. Su mente estaba en un torbellino, atormentada por la idea de lo que significaba casarse con un hombre al que apenas conocía, un hombre que era tanto un misterio como una amenaza. A pesar de la música suave y los murmullos de alegría que llenaban el aire, su corazón latía con una mezcla de ansiedad y determinación.
La ceremonia transcurrió como un ritual frío y mecánico. Se intercambiaron votos, miradas y, por último, un beso que Arabella sintió como una formalidad más que como un gesto de amor. Alexander se mostró sereno, como si toda la situación le resultara trivial, mientras ella luchaba contra la oleada de emociones que la abrumaban. Sin embargo, cuando se dio la vuelta para enfrentar a los invitados, la realidad la golpeó con más fuerza que nunca: había cruzado el umbral de una nueva vida, y ya no había vuelta atrás.
La recepción se llevó a cabo en el gran salón, decorado con candelabros brillantes y mesas repletas de manjares. La nobleza estaba presente, sus miradas críticas observando cada movimiento de la nueva pareja. Arabella se sintió como un pez en un estanque lleno de tiburones, y mientras sonreía y saludaba a los invitados, su mente divagaba.
“Lady Sinclair, su matrimonio ha sido el tema de conversación de la corte”, dijo la Duquesa de Ravenswood, acercándose con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “El Duque es un hombre de gran poder. Espero que haya aprendido a manejarlo, querida”.
Arabella forzó una sonrisa y asintió, sintiendo que la presión de las expectativas se acumulaba sobre sus hombros. Su mirada buscó a Alexander, que conversaba con un grupo de hombres en la esquina opuesta de la sala, su postura erguida y dominante atrayendo miradas de admiración. Sin embargo, su expresión era inquebrantable, como si estuviera escondiendo sus propios demonios detrás de una fachada de control.
La noche avanzó, y cuando la música se detuvo y las parejas comenzaron a bailar, Arabella sintió un impulso incontrolable de escapar. Con un susurro, se excusó y se deslizó hacia un pasillo oscuro que conducía al jardín. La luna brillaba intensamente, iluminando el paisaje con un resplandor plateado que pareció calmar su agitada mente.
Justo cuando se adentraba en el jardín, una voz profunda la hizo detenerse en seco. “Lady Arabella, ¿está buscando algo en particular?” Alexander apareció de la sombra, sus ojos centelleando con un brillo inesperado.
“Busco un poco de aire fresco”, respondió ella, sintiéndose atrapada entre la curiosidad y el deseo de no parecer débil. “¿No deberías estar en la recepción, disfrutando de las alabanzas por tu nuevo título?”
“Me aburre”, admitió él, acercándose con pasos decididos. “La política es una danza que no me interesa, especialmente cuando hay cosas más… intrigantes por descubrir”.
Arabella lo miró, sintiendo que la atmósfera cambiaba. “¿Intrigantes, dices? ¿Acaso piensas que yo soy una de esas cosas intrigantes?” Se sintió un poco más valiente, el desafío en su voz infundiéndole una pequeña dosis de poder.
“Te subestimas, Arabella. Hay más en ti de lo que las personas ven a simple vista”, dijo él, su voz suave pero cargada de tensión. Arabella se sintió incómoda, pero al mismo tiempo, su corazón latía con más fuerza ante la cercanía de él.
Antes de que pudiera responder, el sonido de pasos la interrumpió. Un sirviente apareció, anunciando a la duquesa de Ravenswood. “Disculpen la interrupción, su gracia”, dijo el hombre, su rostro pálido y preocupado. “La reina ha solicitado su presencia de inmediato”.
Arabella intercambió miradas con Alexander. “La reina”, murmuró, el nombre resonando en su mente como un eco. La reina Catherine siempre había sido una figura de poder, una mujer cuya ambición era tan formidable como su belleza. La idea de ser convocada por ella la llenó de temor y emoción.
“Ve, es importante”, dijo Alexander, sus ojos fijos en los suyos, la intensidad de su mirada provocando un estremecimiento en su interior. “Tal vez te encuentres en una situación más intrigante de lo que esperabas”.
Mientras se dirigía hacia el palacio, Arabella sintió que la presión aumentaba. La gran sala de la reina era un espacio imponente, decorado con tapices que narraban historias de victorias pasadas. Cuando entró, la reina Catherine estaba de pie frente a la ventana, sus manos delicadamente entrelazadas mientras miraba el jardín iluminado por la luna.
“Lady Arabella”, comenzó la reina, volviéndose hacia ella con una sonrisa que no reflejaba calidez. “He estado esperando conocer a la nueva duquesa. He oído que has hecho de tu matrimonio un asunto… interesante”.
Arabella sintió cómo su estómago se retorcía ante las implicaciones de esas palabras. “Su gracia, solo intento adaptarme a mi nueva vida”, respondió, tratando de mantener la compostura.
“Te admiro por eso. Sin embargo, no debes olvidar que tu posición no es solo un honor, también es un deber. La corte está observando cada uno de tus movimientos”, dijo la reina, acercándose con una elegancia letal. “Y deberás aprender a jugar este juego si deseas sobrevivir”.
Arabella sintió una mezcla de desafío y miedo en sus venas. “No tengo intención de convertirme en una marioneta, su gracia. No me temo a este juego. Y no permitiré que mi voz sea silenciada”.
La reina levantó una ceja, claramente intrigada. “¿Y qué harías para asegurarte de que tu voz no se ahogue en esta corte? La ambición puede ser un arma peligrosa, especialmente para quienes no saben manejarla”.
Arabella sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. “Lucharé por lo que creo, incluso si eso significa desafiar a quienes están en el poder”, declaró, sintiendo cómo su determinación crecía.
La reina la estudió en silencio durante un momento que pareció eternidad. “Entonces, es posible que te conviertas en una pieza más valiosa de este tablero. Solo recuerda, Arabella, que los aliados son escasos, pero los enemigos son abundantes”.
Con esas palabras resonando en su mente, Arabella salió de la sala, su corazón latiendo con fuerza. Había una energía nueva en su interior, un fuego que la impulsaba hacia adelante. Con cada paso que daba, comprendía que estaba a punto de entrar en un juego mucho más grande de lo que había imaginado.
Mientras se dirigía de regreso al salón, se dio cuenta de que su vida, y la de Alexander, ya no sería una simple historia de matrimonio. Había secretos en la corte, alianzas ocultas y un amor potencial que aún no había tenido la oportunidad de florecer. Pero también había peligros al acecho, y Arabella estaba decidida a no ser una víctima más en un mundo donde el amor y la traición a menudo iban de la mano.
Al llegar al salón, un destello de movimiento llamó su atención. Alexander estaba conversando con la Duquesa de Ravenswood, su postura relajada, pero había algo en su mirada que la inquietaba. Arabella sintió que el destino la empujaba hacia un camino lleno de decisiones difíciles y elecciones peligrosas.
Y mientras el murmullo de la fiesta continuaba a su alrededor, Arabella se dio cuenta de que la verdadera lucha apenas comenzaba. La noche prometía revelar más secretos, y ella estaba lista para enfrentarlos, sin importar el costo.
Arabella no había pegado ojo en toda la noche. A pesar del lujo de la cámara nupcial que le habían asignado en la mansión Blackthorn, las cortinas pesadas de terciopelo no lograban apaciguar la tormenta en su mente. Los ecos de las palabras de la reina Catherine seguían retumbando en su cabeza: "Los aliados son escasos, pero los enemigos son abundantes." Desde la conversación con la reina, Arabella no podía dejar de preguntarse cuántos ojos vigilaban sus pasos, esperando que cometiera un error.
Apenas había amanecido cuando la puerta de la habitación se abrió. Alexander entró en la estancia, con su expresión habitual de frialdad, pero había un destello en sus ojos que indicaba que había algo que necesitaba discutir. “Te veo inquieta, esposa mía”, comentó con un tono casi burlón. “No creí que una conversación con la reina pudiera afectarte tanto”.
Arabella apretó los dientes, irritada por el tono despreocupado de su esposo. “¿Cómo podría no afectarme? La reina hizo más que dejar en claro que no soy bienvenida aquí… o, al menos, no sin condiciones.”
“Ah, las condiciones en la corte son algo maleables. Todo depende de cuánto estés dispuesta a sacrificar para conseguir lo que deseas.” Alexander se acercó, apoyándose contra el marco de la ventana. “La reina te ha puesto a prueba, eso es evidente. Pero la pregunta real es, ¿qué harás ahora?”
Arabella lo miró fijamente. Sabía que había más detrás de sus palabras de lo que dejaba ver. “Lo que haga o deje de hacer no es de tu incumbencia, Alexander. Tal vez sea hora de que aprenda a jugar este juego por mi cuenta.”
Alexander arqueó una ceja, su sonrisa se tornó más seria. “No deberías subestimarla. Catherine es capaz de destruirte con un solo movimiento si te ve como una amenaza. Y si decides actuar sin prudencia, no serás más que una pieza sacrificada en el tablero.”
“¿Y qué sugieres, entonces? ¿Que me convierta en una marioneta complaciente para complacer a la reina?” respondió ella con dureza.
“No. Sugiero que entiendas las reglas antes de intentar romperlas”, replicó Alexander, con una mirada que sugería una advertencia y una oferta a la vez.
Esa misma tarde, mientras el sol se alzaba alto en el cielo, Arabella decidió que era hora de adentrarse más en el intrincado laberinto de la corte. No podía quedarse al margen, y necesitaba información. Si la reina había puesto sus ojos en ella, debía averiguar por qué. Así que hizo algo que los nobles rara vez hacían: se aventuró en la biblioteca de la mansión, un lugar que Alexander frecuentaba a menudo, con la esperanza de que allí encontrara algo que la ayudara a desentrañar la verdad.
El espacio estaba lleno de volúmenes antiguos, mapas y manuscritos, que parecían haber sido recolectados de los confines del reino y más allá. A medida que avanzaba entre los estantes, un libro en particular llamó su atención: un tomo encuadernado en cuero con el sello de la familia Pembroke, el linaje de Alexander. Arabella lo tomó con cuidado, abriéndolo para encontrar una serie de escritos que parecían revelar detalles sobre alianzas familiares, disputas por tierras y… traiciones.
No alcanzó a leer más cuando una voz suave la sacó de su concentración. “Curiosa elección de lectura para una recién casada.” Alexander estaba en la puerta, su expresión era inescrutable, pero había un brillo inusual en sus ojos.
Arabella se enderezó, cerrando el libro de golpe. “Estaba tratando de entender en qué me he metido. Parece que tu familia tiene más secretos de los que muestra.”
“Todos tenemos secretos, Arabella”, respondió él, acercándose lentamente. “La diferencia es que algunos están mejor enterrados que otros.” Hizo una pausa, observándola con intensidad. “Pero ya que estás tan interesada en las viejas historias de los Pembroke, tal vez te interese saber que la alianza de nuestra familia con la reina Catherine no siempre ha sido tan… amigable.”
Arabella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. “¿Qué insinúas?”
Alexander bajó la voz, como si temiera que las paredes pudieran escuchar. “El linaje de los Pembroke ha estado vinculado a la corona desde hace generaciones, pero no siempre del mismo lado. Hubo un tiempo en que mi abuelo luchó por el trono, una traición olvidada en los anales de la historia… al menos oficialmente.”
Arabella sintió que su pulso se aceleraba. Esto no era solo un matrimonio; era parte de una intriga mucho mayor. “¿Y por qué la reina me puso a prueba? ¿Qué tiene que ver eso con las traiciones de tu familia?”
Alexander la miró con una expresión sombría. “Porque hay quienes creen que los pecados del pasado aún deben ser pagados. La reina ha visto en ti una oportunidad, una herramienta que podría usar para forzar mi lealtad o, tal vez, destruirme si me niego a jugar según sus reglas.”
La revelación cayó sobre Arabella como una losa. Su matrimonio no era solo un acuerdo político; era una trampa. La reina la había convertido en una pieza clave para controlar al duque. El conocimiento la dejó furiosa y, al mismo tiempo, le dio una claridad que antes no tenía. Si iba a sobrevivir en este juego, necesitaba más que coraje. Necesitaba aliados… y la capacidad de mover sus propias piezas.
Esa noche, cuando las sombras de la luna se alargaban en los pasillos del castillo, Arabella tomó una decisión. Si la corte quería usarla como una herramienta, ella se convertiría en la herramienta más afilada y peligrosa de todas. Pero para hacerlo, necesitaba comprender completamente el alcance de las alianzas y traiciones que rodeaban a su esposo.
Mientras caminaba hacia su cámara, Arabella escuchó susurros detrás de una puerta apenas entreabierta. Al asomarse, vio a la duquesa de Ravenswood conversando en voz baja con un hombre cuyo rostro permanecía oculto en las sombras.
“Si ella descubre la verdad, todo estará perdido”, dijo la duquesa, su tono cargado de urgencia.
El hombre respondió en un susurro casi inaudible. “Entonces asegúrate de que no lo haga. Hay demasiado en juego.”
Arabella retrocedió lentamente, sus pensamientos girando en mil direcciones. La duquesa, la reina, su esposo… todos parecían estar envueltos en una red de conspiraciones de la que ella apenas empezaba a tirar del hilo. La sensación de peligro era palpable, pero también lo era su determinación. Arabella había jurado que no sería una simple pieza en el tablero, y esa noche, hizo otro juramento: encontraría la verdad, y la usaría para romper las cadenas que la corte intentaba ponerle.
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