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Deseo Entre Las Sombras

Darian

Salimos de la escuela cuando la campana suena. Las risas de los estudiantes aún resuenan en los pasillos mientras Javier y yo cruzamos el patio. Me encanta este momento del día, cuando el sol ya no quema pero todavía ilumina, y todo parece estar en calma. Miro a Javier, como siempre concentrado, con su mochila colgando de un hombro, las gafas ligeramente desacomodadas, pero su paso firme y decidido.

—Hoy estuvo pesado, ¿no? —le digo, intentando romper el silencio.

—Sí, pero ya estamos cerca de terminar —me responde con una sonrisa tranquila.

No puedo evitar sonreírle de vuelta. Es lo que más me gusta de él, esa serenidad que siempre lleva consigo, como si nada pudiera alterarlo. Justo cuando estamos por cruzar la puerta principal, veo a lo lejos una figura que reconozco de inmediato: el papá de Javier. Está parado junto a su coche, con las manos en los bolsillos y una expresión más seria de lo normal. Algo me dice que no es una simple visita.

—Papá, ¿qué haces aquí? —pregunta Javier, algo sorprendido.

El señor Jones se pasa una mano por el pelo y suspira, como si lo que fuera a decirle ya lo hubiera estado pensando todo el día.

—Tu hermano llegó. Lo tenemos que ir a buscar al aeropuerto.

El hermano de Javier. Nunca lo he conocido en persona, solo he escuchado historias de él, y ninguna muy positiva. Siempre me pareció curioso que mientras Javier es disciplinado y estudioso, su hermano mayor es todo lo contrario: fiestero, despreocupado. Mientras Javier creció aquí, con su padre, su hermano siempre vivió en otro país con su madre. No me queda claro si la distancia entre ellos es la razón por la que no se llevan bien, o si hay algo más profundo.

Javier guarda silencio por unos segundos, sus labios se tensan, y puedo ver el cambio en su postura. Lo noto incómodo, tenso, algo que rara vez sucede.

—¿Y qué hace aquí? —pregunta finalmente, sin ocultar su desagrado.

—Vino a quedarse un tiempo —responde su padre con calma, aunque sé que esa calma es frágil—. Vamos, no le hagamos esperar.

Subimos al coche. El silencio que nos acompaña es denso, casi tangible. Javier mira por la ventana, su mandíbula apretada. Intento imaginar qué estará pensando, pero no me atrevo a preguntar. Sé que el tema de su hermano es delicado. Lo único que me han dicho es que, desde siempre, los dos han sido como el agua y el aceite. Mientras Javier siempre ha sido el hijo modelo, el chico que sigue las reglas y se esfuerza por ser mejor, su hermano es… bueno, su hermano es todo lo contrario.

A mitad del camino, no puedo evitar romper el silencio.

—¿Cómo es él? —le pregunto a Javier, intentando sonar casual.

Él sigue mirando por la ventana, como si quisiera evitar mi mirada.

—Es… complicado. —Su respuesta es seca, sin ganas de entrar en detalles.

Complicado. Esa palabra parece abarcar todo lo que no se dice. Me pregunto cómo será conocer a alguien como él, alguien que según lo que he escuchado, entra a una habitación y todos lo notan, pero no siempre por las razones correctas. El tipo de persona que parece tener el mundo en la palma de la mano, pero que en el fondo es frío y distante, incapaz de formar lazos genuinos.

Finalmente, llegamos al aeropuerto. El bullicio de la gente va y viene. Nos detenemos frente a la terminal y ahí está él. Alto, alrededor de 1.78. Tiene el rostro de rasgos definidos, con una mandíbula marcada. Su piel puede ser de tono medio, ligeramente bronceada. Sus ojos de un verde claro al igual que su padre. Su cabello corto pero desordenado. con un porte que de inmediato impone. Se parece un poco a su padre, pero a la vez es completamente diferente. Sus ojos verdes me recorren de arriba abajo, con una sonrisa sarcástica asomándose en sus labios.

—Hola, hermanito. —Su voz es profunda, casi burlona—. ¿No me vas a dar un abrazo?

Javier baja del coche lentamente, y la tensión entre los dos es palpable. Algo me dice que este encuentro será el inicio de algo que va mucho más allá de un simple reencuentro familiar.

Javier se acerca a su hermano, pero mantiene una distancia prudente. El abrazo que su hermano mayor le ofrece parece más una burla que un gesto sincero. En lugar de responder, Javier solo asiente, con los labios tensos.

—Darian —dice Javier, con una frialdad que no puedo ignorar—. ¿Qué te trae por aquí?

Darian suelta una carcajada, una de esas risas que no tiene nada de genuino. Se pasa una mano por el pelo, perfectamente peinado, y lanza una mirada rápida al coche, notándome por primera vez.

—Bueno, hermano, ya sabes, mamá necesitaba un descanso de mí. Así que pensé en venir a hacerte la vida un poco más interesante. —Sus palabras están llenas de sarcasmo, pero sus ojos brillan de una manera que me incomoda. Finalmente, se dirige hacia mí—. ¿Y tú quién eres?

Antes de que pueda responder, Javier da un paso hacia adelante, como protegiéndome de la mirada inquisitiva de Darian.

—Ella es Alana —responde Javier, cortante—. Mi novia.

Darian levanta las cejas y sonríe, claramente disfrutando de la situación. Se inclina ligeramente hacia mí, como si quisiera analizarme mejor, y su mirada me hace sentir como si estuviera bajo un foco de interrogación.

—Ah, ya veo. —Su tono es juguetón, pero hay algo en su mirada que no me gusta—. ¿Sabes, Alana? Javier no me mencionó que tenía tan buen gusto.

Siento la mano de Javier apretar la mía con más fuerza, y agradezco el gesto. No sé si Darian lo hace a propósito, pero está claro que disfruta incomodándonos.

—Ya basta, Darian —dice Javier en voz baja, pero firme—. No hemos venido aquí para tus bromas. Vamos, sube al coche.

Darian se encoge de hombros, como si la tensión entre ellos no le afectara en lo más mínimo. Camina hacia el maletero con una despreocupación que contrasta completamente con el ambiente cargado. Mientras guarda sus maletas, me pregunto si él siempre ha sido así o si hay algo que lo hizo volverse tan cínico. Desde que lo mencionaron, imaginé que sería diferente a Javier, pero la realidad es mucho más extrema.

Subimos al coche de vuelta y el viaje hacia casa se hace aún más incómodo. Darian , sentado en el asiento delantero junto a su padre, no para de hacer comentarios casuales pero llenos de una especie de veneno disfrazado de humor.

—Papá no sabía que el pequeño Javier tenía novia. —Lo dice sin mirarme, pero siento su intención—. ¿Cómo te las arreglas para salir con alguien que prefiere los libros a las fiestas? Pregunto esta vez para su hermano.

—Darian ya basta.— Dijo su padre.

Javier no responde, sus nudillos están blancos de tanto apretar el volante. Trato de pensar en algo que decir para suavizar el ambiente, pero cualquier cosa que se me ocurra parece fuera de lugar. Hay una tensión entre los dos que va mucho más allá de una simple rivalidad fraterna. Darian parece disfrutar empeorar la paciencia de Javier, mientras que Javier hace todo lo posible por no darle el gusto de una reacción.

Finalmente, llegamos a la casa de Javier. El silencio que cae cuando apagamos el coche es denso, como si todos estuviéramos esperando el próximo movimiento. Darian sale primero, estirándose como si el viaje lo hubiera agotado.

—Gracias por pasarme a buscar papá—dice, con una media sonrisa—. Ha sido… interesante. Ya veremos qué más tiene este lugar para ofrecerme. —Su tono es ambiguo, pero sé que tiene intención de agitar aún más las cosas.

Javier y yo salimos del coche después de él. Mientras caminamos hacia la puerta, siento que la tensión sigue creciendo. Por un momento me pregunto si debería irme, dejar que ellos resuelvan sus cosas entre hermanos. Pero algo me dice que, de alguna manera, ya estoy envuelta en esta dinámica.

Darian se detiene antes de entrar a la casa y se gira hacia mí.

—Alana, fue un placer conocerte. —Su sonrisa tiene ese brillo pícaro, casi peligroso, que me recuerda a los chicos que no conoces lo suficiente como para confiar—. Estoy seguro de que nos veremos más seguido.

No sé cómo responderle, así que solo asiento brevemente. Antes de que pueda decir algo más, Javier se interpone entre nosotros, cerrando la puerta de entrada con más fuerza de la necesaria.

Dentro de la casa, el ambiente es igual de tenso. Mientras el papá de Javier intenta mantener una conversación cordial con Darian, siento que Javier se está conteniendo con cada fibra de su ser para no explotar.

—Voy a salir un momento —dice de repente, mirando a su padre pero sin dirigir la mirada a Darian.

Antes de que pueda detenerlo o preguntar a dónde va, Javier sale por la puerta trasera. Miro a Darian, que solo sonríe con una expresión que parece decir “misión cumplida”.

—Él siempre fue así de sensible —comenta, como si todo fuera un juego para él. Su tono despreocupado me molesta, pero no sé si debería responder.

Por un momento, no sé qué hacer. La distancia entre ellos, tan palpable, parece crecer con cada minuto que pasan juntos, y ahora estoy en medio de algo que apenas comienzo a entender.

El silencio se hace pesado después de que Javier sale. Me quedo en medio de la sala, sin saber bien qué hacer o decir. Darian se desploma en el sillón con una sonrisa de satisfacción. Todo en él parece calculado, desde la manera en que se acomoda hasta la expresión relajada en su rostro, como si acabara de ganar alguna especie de juego.

—¿Siempre ha sido así contigo? —le pregunto sin poder contenerme. Mi voz suena más aguda de lo que esperaba, pero necesito entender lo que acabo de presenciar.

Darian entrecierra los ojos y me mira, sorprendido por mi pregunta directa. Por un segundo parece que va a ignorarme, pero entonces su sonrisa reaparece, lenta y maliciosa.

—Javier siempre ha sido… particular. Demasiado serio para su propio bien. Pero esa es su forma de ser. Cree que con ser el chico bueno va a tenerlo todo. — se inclina hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas—. Yo, por otro lado, prefiero disfrutar lo que la vida tiene para ofrecerme. Y parece que tú también sabes disfrutar. ¿O me equivoco?

Hay algo en su tono, en la manera en que sus ojos me escrutan, que me hace sentir incómoda, como si estuviera exponiendo más de mí de lo que realmente quiero. Decido mantenerme firme.

—Javier y yo estamos bien como somos —respondo, más para reafirmarme a mí misma que para convencerlo a él.

Darian sonríe de nuevo, pero esta vez hay algo más detrás de su expresión, una especie de comprensión oscura.

—Claro que lo están. —Se pone de pie y camina hacia la ventana, mirando hacia afuera—. Pero, dime una cosa, Alana. ¿Cuánto tiempo crees que alguien tan aburrido como mi hermano va a seguir entreteniéndote?

Las palabras caen como una piedra en mi estómago. Es evidente que está intentando sembrar dudas en mí, y aunque sé que sus intenciones no son buenas, no puedo evitar que sus palabras me afecten. Intento no mostrar mi incomodidad.

—Eso no es asunto tuyo —digo, mi voz más firme esta vez.

Darian se gira hacia mí, sus ojos brillando con diversión.

—Tienes razón —admite—. No es asunto mío… por ahora. Pero te advierto, Alana, las cosas pueden cambiar rápido cuando empiezas a conocer mejor a la gente.

Antes de que pueda responderle, la puerta trasera se abre y Javier regresa, su rostro aún tenso pero más calmado. Al verme de pie frente a su hermano, su mirada se oscurece, como si la sola idea de que Darian y yo estuviéramos hablando le molestara profundamente.

—¿Te molestó mi ausencia, Alana? —pregunta Javier suavemente, ignorando a Darian por completo.

—No, solo… —trato de sonar casual, pero las palabras de su hermano todavía resuenan en mi mente. Decido no mencionarlas, al menos no ahora. No quiero darle la satisfacción.

Darian, sin embargo, no puede dejarlo pasar. Se inclina contra la pared y lanza una mirada sarcástica a Javier.

—Estábamos teniendo una conversación encantadora, hermano. ¿Sabías que tu novia es más interesante de lo que parece?

Javier lo ignora, pero puedo ver cómo su mandíbula se tensa. Toma mi mano, esta vez con un gesto más suave, casi protector, y me guía hacia la puerta.

—Vámonos —dice, su voz baja pero firme.

Mientras salimos de la casa, puedo sentir la mirada de él sobre nosotros, como una sombra que amenaza con seguirnos. Pero no digo nada. La noche está cayendo, y el aire frío es un alivio para la tensión que se ha acumulado en el interior.

Javier camina en silencio junto a mí, y aunque no ha dicho nada desde que salimos, puedo sentir la tormenta dentro de él. Finalmente, me detengo y lo miro a los ojos.

—¿Qué pasa entre ustedes dos, Javier? —le pregunto, sabiendo que esta vez necesito una respuesta.

Él suspira, su mano aún en la mía, pero no me mira.

—Es complicado, Alana. El y yo… nunca fuimos cercanos. Ni cuando éramos niños. Siempre ha habido una especie de barrera entre nosotros. Y ahora, después de tanto tiempo, es peor.

—¿Por qué? —insisto, queriendo entender más.

Javier finalmente se detiene y me mira, su expresión sombría.

—Darian siempre ha sido el favorito de mi madre, y yo… yo me quedé aquí con mi padre. Creo que en el fondo siempre sentí que competía por algo que nunca iba a ganar. Él es el que se salía con la suya, el que podía hacer lo que quisiera. Y yo… siempre tenía que ser el responsable.

Su voz se quiebra un poco al final, y por un momento veo un destello de la vulnerabilidad que tanto se esfuerza por ocultar. Quiero abrazarlo, decirle que todo estará bien, pero algo me dice que esto va mucho más allá de un simple abrazo.

—No tienes que competir con él —le digo suavemente—. Yo estoy contigo, Javier. No con el.

Javier me mira por un momento, como si mis palabras fueran lo único que lo mantiene firme, y asiente.

—Lo sé. Y eso es lo único que importa.

Caminamos juntos en silencio, pero ahora la tensión entre nosotros ha cambiado. Sé que la presencia de Darian va a traer problemas, pero también sé que, pase lo que pase, estaré aquí para enfrentarlo junto a Javier.

Una visita

Una semana ha pasado desde que Darien llegó, y aunque no lo he visto desde entonces, su presencia sigue flotando en mi mente. Javier apenas ha mencionado a su hermano durante estos días, pero sé que la tensión entre ellos no se ha desvanecido. Lo noto en su tono cuando hablamos por teléfono, en cómo evita ciertos temas, y en cómo su voz se apaga cada vez que le pregunto por su familia.

Hoy decidí visitarlo. Necesito verlo, sentir que todo sigue bien entre nosotros, aunque en el fondo no puedo evitar preguntarme cómo estará manejando la situación en casa. Camino hacia su puerta y golpeo suavemente. Me acomodo el cabello, sintiendo una ligera ansiedad. No sé qué esperar.

Javier abre la puerta y me sonríe, pero su sonrisa es tenue, como si llevara días cargando una mochila invisible sobre los hombros.

—Hola —dice, dándome un beso rápido en la mejilla—. Qué bueno que viniste.

—Te extrañaba —respondo, buscando sus ojos.

Él asiente y me invita a entrar. La casa está silenciosa, lo que me sorprende. Siempre había un ambiente más bullicioso cuando estaba aquí antes de la llegada de Darien, pero ahora todo parece más pesado, más sombrío.

—¿Tu papá está en casa? —pregunto, tratando de romper el silencio.

—No, salió a hacer unas diligencias —dice Javier mientras me guía hacia el salón—. Y mi hermano está… bueno, no sé dónde está.

Menciona a su hermano sin emoción, casi con resignación, como si ya hubiera aceptado que su regreso era una nube que iba a seguir encima de él, por mucho que intentara ignorarla.

Nos sentamos en el sofá, uno al lado del otro. Javier toma mi mano y la sostiene en silencio, como si simplemente estar juntos fuera lo único que necesitáramos. Pero puedo sentir que hay algo más, algo que lo inquieta.

—¿Cómo has estado esta semana? —le pregunto, intentando sonar casual, pero mi curiosidad se filtra en mi tono.

Él se queda en silencio por un momento, jugando con mis dedos, como si necesitara tiempo para encontrar las palabras adecuadas.

—Darien no ha cambiado nada. Sigue siendo el mismo de siempre —dice finalmente—. Aparece cuando quiere, se va sin avisar, y parece que solo está aquí para… no sé, fastidiar.

—¿Ha pasado algo? —pregunto, sintiendo que hay algo más que no me ha dicho.

Javier se pasa una mano por el pelo, claramente frustrado.

—Ayer tuve una discusión con él. Bueno, más bien, él intentó provocarme y lo logró. —Javier aprieta los dientes—. No sé por qué siempre logra hacerme reaccionar. Todo lo que dice parece estar diseñado para molestarme, para hacerme sentir que nunca seré suficiente comparado con él.

Siento una punzada de rabia. No puedo entender cómo alguien puede disfrutar tanto lastimando a los demás, especialmente a alguien como Javier, que siempre ha sido tan tranquilo y considerado.

—Javier, no puedes dejar que te afecte. Él está jugando su propio juego, pero tú no tienes que participar —le digo, apretando su mano con más fuerza.

Él asiente, pero su mirada está perdida en algún punto de la pared.

—Lo sé. Solo que… es difícil, ¿sabes? Toda mi vida he sentido que estoy en su sombra, y ahora que volvió, es como si todo ese sentimiento hubiera regresado también. Intento ser el mejor en todo, pero con él aquí, nada parece suficiente.

Antes de que pueda decir algo más, escucho el ruido de la puerta trasera abrirse. Me giro y, para mi sorpresa, ahí está el. Entra a la sala con una sonrisa arrogante en el rostro, como si supiera exactamente que su llegada interrumpiría algo.

—Vaya, vaya… —dice con su tono habitual de burla—. ¿No es encantador ver a los tortolitos en su nido de amor?

Su mirada pasa de Javier a mí, como si midiera cada una de nuestras reacciones. Javier se pone tenso inmediatamente, pero no dice nada. Puedo sentir cómo la atmósfera cambia en un instante, volviéndose más pesada y cargada de electricidad.

—¿Cómo están? —pregunta, aunque sé que no le interesa la respuesta. Se deja caer en un sillón, estirándose como si estuviera en su propio trono.

—¿Qué quieres? —pregunta Javier, claramente tratando de mantener la calma.

Darian levanta las manos en un gesto de inocencia exagerada.

—Nada, nada. Solo pasaba por aquí. No sabía que estaba interrumpiendo algo… privado. —La última palabra la dice con un tono que me hace sentir incómoda.

Javier cierra los ojos por un momento, como si intentara reunir toda la paciencia que le queda. Lo miro, deseando poder hacer algo para ayudarlo a lidiar con todo esto, pero sé que esta lucha entre los hermanos es algo que ha estado acumulándose durante años.

—Alana, ¿qué te parece si tú y yo salimos algún día? —pregunta de repente, con esa sonrisa sarcástica que ya he aprendido a odiar—. Podríamos conocernos mejor. Después de todo, pasaremos mucho tiempo juntos, ¿no?

Mi cuerpo se tensa, y siento la mano de Javier apretar la mía con fuerza, pero no de la manera suave y protectora de antes, sino con una mezcla de enojo y frustración contenida.

—Déjala en paz —responde Javier, su voz firme.

Darian se echa a reír, claramente disfrutando de la reacción de su hermano.

—Tranquilo, hermanito. Solo estoy bromeando. Pero si sigues tan tenso, un día de estos te va a estallar una vena.

Javier se levanta de golpe, su rostro enrojecido de rabia. Por un momento, temo que vaya a explotar y hacer exactamente lo que el quiere: perder el control.

—Vamos a salir de aquí —le digo suavemente a Javier, tirando de su mano para alejarlo de la confrontación.

Darian se queda en el sillón, mirando cómo nos vamos con esa misma sonrisa de triunfo en su rostro, como si siempre estuviera ganando alguna batalla invisible. Pero yo me niego a dejar que siga jugando con nosotros.

Salimos al jardín, y Javier se detiene un momento, respirando profundamente para calmarse.

—Lo siento, Alana —me dice, su voz rota—. Lo siento por todo esto.

Lo miro, sabiendo que no es su culpa, pero sintiendo su dolor como si fuera mío. Y entonces, con toda la honestidad que puedo, le digo:

—No tienes que disculparte. Estoy contigo, y eso no va a cambiar. Tu hermano puede intentar lo que quiera, pero no va a separarnos.

Javier me mira, sus ojos llenos de gratitud y algo más, una mezcla de tristeza y esperanza.

—Gracias —dice simplemente, pero sé que esas palabras encierran mucho más de lo que dice.

Nos quedamos allí, en silencio, solo nosotros dos, mientras el viento sopla suavemente a nuestro alrededor. El mundo puede estar lleno de conflictos y tensiones, pero en este momento, aquí con él, todo parece estar en su lugar.

Después de lo que acaba de pasar, no puedo dejar que Javier se quede solo con esa angustia. Lo conozco lo suficiente para saber que, cuando las cosas se ponen difíciles, tiende a retraerse en sí mismo, y no quiero que esa tensión con Darien lo siga consumiendo. Tomo una decisión rápidamente, buscando mi teléfono en el bolsillo.

—Voy a llamar a mi mamá —le digo a Javier.

Él me mira, algo sorprendido, pero no pregunta nada. Mientras marco el número, me apoyo contra la pared del jardín. La llamada suena unas cuantas veces antes de que mi mamá responda.

—¿Alana? —Su voz es cálida al otro lado, y me reconforta de inmediato—. ¿Todo bien, hija?

—Sí, mamá, todo bien. Solo quería preguntarte si te parece bien que me quede en casa de Javier esta noche. Está pasando por un mal momento y me gustaría acompañarlo. Veremos una película o algo así.

Mi mamá guarda silencio por un momento. Sé que normalmente no le encanta la idea de que me quede a dormir fuera de casa, pero también entiende que Javier es importante para mí.

—Está bien, cariño —dice finalmente—. Pero no te olvides de avisarme si necesitas algo, ¿de acuerdo?

—Claro, mamá. Gracias. Te quiero.

—Yo también, cuídate —responde antes de colgar.

Respiro aliviada, guardo el teléfono y vuelvo a mirar a Javier, que está sentado en el césped, mirando el cielo. Me acerco a él y me siento a su lado, nuestras rodillas tocándose suavemente.

—Le avisé a mi mamá que me quedaré esta noche. Podemos ver una película, distraernos un poco —le digo, intentando animarlo.

Javier me mira con una mezcla de sorpresa y gratitud.

—No tienes que quedarte solo por mí —dice, pero su voz revela que realmente lo aprecia.

—Lo sé, pero quiero hacerlo —le respondo—. Además, ya hemos tenido suficientes dramas por hoy. Necesitamos un poco de paz.

Javier sonríe levemente, una de esas sonrisas que siempre logran derretirme el corazón.

—Gracias —dice en voz baja, tomando mi mano.

Entramos nuevamente a la casa, el ambiente todavía cargado por la presencia de Darian, aunque ahora todo está en silencio. Subimos al cuarto de Javier, y cierro la puerta detrás de nosotros, buscando un poco de privacidad, lejos de cualquier provocación que pudiera aparecer de nuevo.

Javier se acerca a la estantería, donde guarda una pequeña colección de películas.

—¿Qué quieres ver? —pregunta, y puedo notar que está agradecido por la distracción.

—Algo ligero —respondo, sonriendo—. Nada que nos haga pensar demasiado.

Él asiente, eligiendo una comedia romántica que hemos visto varias veces, pero que siempre consigue hacernos reír. Pone la película, y mientras los primeros minutos comienzan a reproducirse, nos acomodamos en la cama, con una manta sobre nosotros.

El silencio entre nosotros ya no es incómodo. Nos recostamos uno al lado del otro, su brazo sobre mis hombros, y siento cómo poco a poco se va relajando. Es como si la tensión de la última semana estuviera empezando a disolverse, aunque sé que solo será temporal. Pero por ahora, aquí, en este momento, las cosas están bien.

A medida que la película avanza, lo miro de reojo. Su perfil iluminado por la pantalla, su expresión tranquila, y me siento agradecida de estar aquí con él. No digo nada, pero acerco mi cabeza a su pecho, sintiendo su respiración profunda.

Pasamos la noche viendo la película, comentando algunas escenas y, de vez en cuando, soltando una risa sincera. Es en estos momentos, cuando estamos juntos sin preocupaciones, que siento lo mucho que Javier significa para mí. A pesar de todo lo que ha pasado y lo que probablemente vendrá, quiero estar aquí para él, sin importar qué.

Cuando la película termina, el cuarto está en penumbra, solo iluminado por el brillo suave de la pantalla del televisor. Me giro hacia él, nuestras miradas se encuentran, y no hace falta decir nada. Sus brazos me rodean, y en su abrazo siento esa paz que ha estado ausente toda la noche.

—Gracias por quedarte conmigo, Alana —susurra, su voz calmada.

—Siempre, Javier —le respondo—. Siempre estaré aquí.

Cierro los ojos, y el sonido de su respiración es lo último que escucho antes de que se quedara dormido, sintiendo que, por esta noche, todo está en su lugar.

-

Me despierto en medio de la noche. La luz del televisor parpadea en la habitación, apenas visible entre las sombras. Javier sigue dormido a mi lado, su respiración lenta y constante. Me levanto con cuidado para no despertarlo, sintiendo la necesidad de ir al baño. La casa está en completo silencio, y las escaleras crujen ligeramente mientras bajo.

Camino por el pasillo hacia el baño, tratando de mantener el ruido al mínimo. Abro la puerta y, justo cuando estoy por entrar, me detengo de golpe. Darian está ahí, apoyado contra el marco de la puerta, como si me hubiera estado esperando. Lleva una camiseta oscura y pantalones de pijama, su expresión relajada, pero sus ojos brillan con esa familiar mezcla de burla y curiosidad.

—¿Vas al baño? —pregunta con una sonrisa torcida, bloqueando mi camino.

Siento una punzada de incomodidad, pero me esfuerzo por mantener la calma.

—Sí —respondo, intentando pasar junto a él.

Pero en lugar de moverse, Darian se queda ahí, mirándome, con ese aire despreocupado que siempre parece tener, como si disfrutara de la incomodidad que provoca. Me cruzo de brazos, esperando que se haga a un lado, pero él solo inclina ligeramente la cabeza, observándome con detenimiento.

—Me sorprende que te hayas quedado esta noche —dice finalmente—. Aunque supongo que Javier tiene que recibir algo de consuelo después de todo.

Su tono es afilado, casi como si intentara herir sin que lo parezca. Respiro hondo, recordando que lo mejor es no caer en su juego.

—Estoy aquí por él, no por ti —respondo, manteniendo la voz lo más firme posible.

Él suelta una risa suave, que hace eco en el pasillo vacío.

—Eso lo sé. No te preocupes —dice, con una sonrisa ladeada—. Pero me pregunto cuánto tiempo más vas a poder soportar toda esta situación. Javier puede ser tan… predecible. Y tú, bueno, no pareces del tipo que disfruta de lo aburrido.

Sus palabras me irritan, pero trato de mantenerme firme. Estoy cansada de sus intentos de sembrar discordia, y aunque sé que probablemente lo hace solo por el placer de molestar, sus comentarios empiezan a desgastarme.

—Javier es lo mejor que me ha pasado —le digo, mirándolo a los ojos—. Y tú no vas a hacer que piense lo contrario.

Darian alza las cejas, como si realmente se sorprendiera por mi respuesta, pero su sonrisa no desaparece.

—¿Es lo mejor que te ha pasado? —pregunta, con esa voz suave y venenosa—. ¿Estás segura?

Doy un paso hacia él, mi paciencia agotándose.

—Darian, muévete.

Se queda inmóvil por un segundo, pero luego, con un suspiro exagerado, finalmente se hace a un lado, levantando las manos en señal de rendición.

—Como quieras, Alana —dice mientras paso junto a él, su tono cargado de diversión—. Pero recuerda, a veces, las cosas no son tan simples como parecen.

No le respondo. Entro al baño y cierro la puerta detrás de mí, mi corazón latiendo más rápido de lo que me gustaría. Apoyo las manos en el lavabo, mirándome en el espejo, tratando de calmarme. Cada vez que el aparece, parece lograr sacarme de mi centro, y me molesta que lo haga tan fácilmente.

Respiro hondo varias veces antes de abrir la puerta. Al salir, el pasillo está vacío. No hay rastro de él, pero sus palabras siguen resonando en mi mente. Mientras vuelvo al cuarto de Javier, me prometo a mí misma que no voy a dejar que sus comentarios se metan en mi cabeza. Pero, por mucho que lo intente, la incomodidad sigue ahí, como una sombra que no se desvanece.

Al regresar al cuarto, Javier sigue dormido, ajeno a lo que acaba de pasar. Me acuesto de nuevo a su lado, pero esta vez me cuesta más relajarme. Me quedo mirando el techo, preguntándome qué será lo próximo que Darian intentará. Porque una cosa es segura: no va a parar hasta que consiga lo que quiere, aunque todavía no estoy segura de qué es eso exactamente.

Finalmente, cierro los ojos, intentando concentrarme en la tranquilidad de la noche, pero el rostro de Darian y su sonrisa burlona no desaparecen tan fácilmente de mis pensamientos.

La fiesta

A la mañana siguiente, me despierto con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Javier sigue dormido, su respiración suave y regular, pero yo apenas logré descansar. El encuentro con Darien anoche sigue dándome vueltas en la cabeza, y aunque intento apartar sus palabras, es como si se hubieran instalado en mi mente.

Me levanto con cuidado para no despertarlo y me dirijo a la cocina en busca de un poco de café. La casa está tranquila, pero sé que Darien anda por ahí en algún lugar, y no me entusiasma la idea de volver a cruzarme con él. Cuando llego a la cocina, me encuentro con su padre, que está preparando algo para el desayuno.

—Buenos días, Alana —me saluda con una sonrisa cálida—. ¿Dormiste bien?

—Sí, gracias —le respondo, aunque la verdad es que no fue así—. Solo vengo por un poco de café.

—Claro, siéntete como en casa —dice, mientras sirve dos tazas y me ofrece una.

Me siento en la mesa con él, y por un momento, el ambiente parece relajado, casi normal. Es fácil olvidar que hay tantas tensiones bajo la superficie. Pero mientras tomamos café en silencio, aparece Darian, entrando a la cocina con esa misma actitud despreocupada de siempre.

—Buenos días —dice con una voz despreocupada, aunque su mirada me atraviesa por completo.

Su padre le responde con un breve asentimiento, y él se sirve café antes de sentarse frente a mí. El silencio se vuelve incómodo, y yo intento concentrarme en mi taza, evitando su mirada.

—¿Cómo dormiste? —me pregunta de repente, con ese tono que no puedo evitar interpretar como una trampa.

—Bien —respondo sin levantar la vista.

—Me alegra —dice, aunque su tono no refleja sinceridad.

Javier aparece poco después, entrando a la cocina aún con el pelo despeinado, y al verlo, siento un alivio inmediato. Se acerca a mí y me da un beso en la mejilla antes de sentarse a mi lado. Pero noto que en cuanto ve a su hermano, sus hombros se tensan, y todo el ambiente cambia.

—¿Ya desayunaron? —pregunta Javier, aunque apenas mira a su hermano.

—Todavía no —responde su padre—. Estaba pensando en hacer unos huevos. ¿Les parece bien?

—Perfecto —respondo, tratando de mantener la conversación ligera.

Darian se queda en silencio, pero siento su mirada sobre nosotros. La tensión entre él y Javier es palpable, y aunque intentamos ignorarlo, no es algo que pueda desaparecer tan fácilmente. Finalmente, Darian se levanta de la mesa, con su taza en la mano.

—Bueno, yo ya comí algo, así que los dejo tranquilos —dice con esa sonrisa burlona que ya me resulta tan familiar—. No quiero interrumpir.

Javier no dice nada, y yo lo miro, notando cómo sus manos están ligeramente apretadas sobre la mesa. Darian sale de la cocina, y el ambiente parece relajarse de inmediato.

—¿Estás bien? —le pregunto en voz baja.

Javier asiente, pero su expresión es distante, como si intentara bloquear todo lo que acaba de pasar.

—Sí, estoy bien —responde, aunque sé que no es cierto.

El desayuno continúa en un silencio incómodo. Su padre intenta sacar conversación de vez en cuando, pero Javier responde con monosílabos, claramente afectado por la presencia de su hermano. Y yo, aunque intento actuar con normalidad, no puedo dejar de pensar en las palabras de su hermano la noche anterior.

Más tarde, cuando nos quedamos solos en su cuarto, siento que es el momento de hablar.

—Javi, ¿qué pasa? —le pregunto, sentándome junto a él en la cama.

Él suspira, pasándose una mano por el pelo. Se queda en silencio por un momento, mirando al suelo, antes de finalmente hablar.

—Es el. No puedo soportarlo —dice con la voz cargada de frustración—. Desde que volvió, es como si todo se estuviera desmoronando. Nunca me deja en paz, siempre está intentando provocarme, y siento que me está alejando de todo, incluso de ti.

—No me estás alejando —le digo, tomando su mano—. Pero no puedes dejar que él tenga ese poder sobre ti. Está intentando sacarte de tus casillas, y si caes en su juego, es exactamente lo que quiere.

Javier asiente, pero sé que mis palabras no pueden borrar el resentimiento que ha estado acumulando. Me duele verlo así, tan atrapado en esa dinámica tóxica con su hermano.

—Anoche me topé con él en el pasillo —le digo, decidiendo no ocultarle lo que pasó—. Intentó incomodarme, como siempre, pero no dejé que me afectara.

Javier me mira, y por un segundo parece preocupado.

—¿Qué te dijo? —pregunta, tensándose de nuevo.

—Nada importante —respondo—. Solo fue Darian siendo Darian, tratando de molestarme. Pero no tienes que preocuparte por eso, no le doy importancia.

—Lo siento, Alana —dice, bajando la mirada—. Lo siento por todo esto. No debería tener que lidiar con él.

—No es tu culpa —le digo, apretando su mano—. No tienes que disculparte por él. Solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, sin importar lo que pase.

Javier me mira, y veo en sus ojos una mezcla de tristeza y gratitud. Sé que la situación con Darian no va a mejorar de la noche a la mañana, pero también sé que no voy a dejar que eso nos afecte. Al menos, no si puedo evitarlo.

—Gracias —dice en voz baja—. No sé qué haría sin ti.

Nos abrazamos en silencio, y aunque el peso de la situación sigue presente, siento que por lo menos estamos enfrentándolo juntos. El puede seguir intentando meterse entre nosotros, pero sé que nuestra relación es más fuerte que eso.

Aún así, en el fondo de mi mente, no puedo dejar de preguntarme qué es lo que él realmente quiere. Porque algo me dice que esto no ha terminado.

-

Regresar a casa después de pasar una noche en casa de Javier me trae una sensación extraña de alivio. Aunque me encanta estar con él, la tensión en su casa, especialmente con Darian, hace que me sienta incómoda. Necesito un poco de tiempo para despejarme y estar en mi propio espacio.

Apenas llego a mi habitación y me dejo caer en la cama, escucho un golpe en la puerta. Es mi mejor amiga, Laura. Entra con esa energía vibrante que siempre trae consigo.

—¡Alana! —exclama—. ¿Cómo estás? No te he visto en todo el fin de semana.

Laura y yo hemos sido inseparables desde pequeñas, y siempre sabe cuándo necesito distraerme. Se sienta a mi lado en la cama, con una sonrisa traviesa.

—¿Te apetece salir esta noche? —me pregunta, alzando una ceja—. Me invitaron a una fiesta y creo que deberíamos ir. Nos merecemos un poco de diversión.

Levanto la vista, sintiendo la tentación. Después de la semana que he tenido, una fiesta suena como una buena manera de despejarme. Estoy a punto de responder cuando suena mi teléfono. Es Javier.

—Dame un segundo —le digo a Laura, y contesto la llamada.

—Hola, Javi —digo con una sonrisa, aunque mi cuerpo se tensa un poco, aún pensando en todo lo que pasó en su casa.

—Hola, Alana —responde su voz suave—. Me preguntaba si llegaste bien a casa.

—Gracias javi, llegue super bien.—le digo con una sonrisa al escucharlo— De hecho Laura está aqui, vamos a ir a una fiesta esta noche.

Hay un breve silencio al otro lado de la línea, y puedo imaginar a Javier intentando disimular su decepción.

—Oh… está bien —responde finalmente— Pasenla bien, y no beban tanto.

—Te lo prometo —añado.

—Claro. Que te diviertas. Te quiero —dice antes de colgar.

Cierro los ojos un momento, pero sé que necesito este tiempo con Laura. Javier ha estado tan atrapado en la tensión con su hermano que también necesito un respiro, aunque sea por una noche.

Laura me mira, levantando las cejas.

—¿Era Javier? —pregunta con una sonrisa que indica que ya lo sabía.

—Sí, quería saber si había llegado bien, y le dije que iría contigo a la fiesta —respondo, con una sonrisa.

—¡Perfecto! —exclama ella—. Va a ser genial, ya verás. Es justo lo que necesitas.

Nos pasamos la tarde hablando, poniéndonos al día y escogiendo la ropa para la fiesta. Laura, como siempre, tiene un estilo atrevido, y yo me dejo llevar por su energía, eligiendo un vestido que rara vez usaría, pero que hoy parece perfecto para despejarme y disfrutar.

Más tarde, nos dirigimos a la fiesta. Está en una casa grande a las afueras de la ciudad, y desde el momento en que llegamos, el ambiente es eléctrico. Música alta, luces, gente riendo y bailando en todas partes. Es como si todo el estrés de la última semana se disolviera en el aire.

Laura y yo nos perdemos entre la multitud, riendo y disfrutando. Bailamos juntas durante horas, olvidándonos del tiempo, dejándonos llevar por la música y el caos que nos rodea. Es justo lo que necesitaba: una desconexión total.

Después de un rato, decido ir por algo de beber. Camino hacia la cocina, pero mientras estoy sirviéndome un vaso, siento una presencia familiar a mi lado. Giro la cabeza y ahí está, apoyado contra la encimera, con una sonrisa descarada: Darian.

Mi corazón se acelera de inmediato, y no de la buena manera. No puedo creer que esté aquí.

—¿Tú? —pregunta, con esa voz relajada que ya reconozco demasiado bien.

—¿Qué haces aquí? —le digo, tratando de mantener la compostura.

Darian se encoge de hombros, tomando un sorbo de su bebida. Su mirada está fija en mí, como si estuviera disfrutando de la sorpresa en mi rostro.

—Lo mismo que tú, supongo. Disfrutando de la noche, desconectando un poco. No sabía que las fiestas eran lo tuyo —dice, con esa sonrisa que me hace sentir que siempre hay algo más detrás de sus palabras.

—Estaba con Laura —respondo rápidamente, como si eso justificara mi presencia aquí—. Solo vine a pasar un buen rato.

Darian asiente, su mirada evaluándome.

—No te preocupes, Alana. No voy a decirle nada a Javier. No soy de esos.

Su comentario me hace apretar los dientes. La insinuación en sus palabras es clara, y me molesta que siempre intente manipular las situaciones para hacerme sentir incómoda.

—No estoy haciendo nada malo, y Javier ya sabe que estoy aquí—le respondo, tratando de mantener la calma.

—Lo sé —dice, todavía con esa sonrisa—. Solo estoy diciendo que no soy de los que causan problemas… al menos, no a menos que sea necesario.

Darian se inclina un poco más cerca, su voz baja pero cargada de intención.

—Solo una cosa, Alana —dice—. Si alguna vez te cansas de lo predecible… ya sabes dónde encontrarme.

Me congelo. La forma en que lo dice es clara, directa, y me deja sin palabras por un momento. Se aparta, sonriendo como si no acabara de decir algo totalmente inapropiado, y desaparece entre la multitud antes de que pueda reaccionar.

Me quedo ahí, con el vaso en la mano, sintiendo cómo una mezcla de ira y confusión se apodera de mí. No puedo creer lo que acaba de insinuar, y peor aún, no puedo evitar sentirme culpable por estar aquí, en una fiesta donde me topé con él.

Vuelvo al centro de la fiesta, buscando a Laura para distraerme, pero la incomodidad sigue ahí, persiguiéndome.

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