¡Queridos lectores!
Es un placer darles la bienvenida a mi nueva novela. Sé que muchos de ustedes están acostumbrados a mis historias llenas de intriga y acción y sangre en el mundo de las mafias, pero esta vez he decidido llevarlos por un camino diferente.
Les presento una comedia romántica que espero les robe muchas sonrisas y les haga suspirar. En esta historia, conocerán a Sophie, una mujer que enfrenta los desafíos del amor y la vida con valentía y humor, aunque como siempre esperen de todo en mis historias.
Quiero agradecerles de antemano por acompañarme en esta nueva aventura literaria. Su apoyo y entusiasmo son lo que me motiva a seguir escribiendo y explorando nuevos géneros. Espero que disfruten de esta novela tanto como yo disfruto escribiéndola.
¡Gracias por estar siempre ahí y por ser parte de este maravilloso viaje! No se olviden de apoyar, dejar su Me gusta y su voto, así sea negativo.
Con cariño, Marines, muchas gracias y bienvenidos.🥳🥳🥰😍😘
Sophie Dubois miraba el reloj por décima vez esa noche. La cena, que había preparado con tanto esmero, se enfriaba en la mesa. Ricardo no había llegado, otra vez. Las sospechas que había tratado de ignorar comenzaron a invadir su mente. A los ocho años, Sophie vio cómo su padre cerraba la puerta por última vez y luego vió desmoronarse a su madre por el abandono de su esposo; la mujer pasó años en depresión hasta que un día no lo soportó más y terminó con su vida.
No obstante, con eso cuando entró a la universidad, su abuela y único familiar partió de este mundo, dejandola sola. Desde entonces, el miedo al abandono se convirtió en su sombra constante. Ahora, a los 25 años, ese miedo volvía a acecharla mientras esperaba a su esposo, Ricardo, que no llegaba a casa.
Cada mañana, Sophie se levantaba temprano para preparar el desayuno de Ricardo. Era su manera de demostrarle amor, aunque él rara vez lo apreciaba. Esa noche, mientras preparaba una cena especial, Sophie no podía evitar preguntarse si sus esfuerzos eran en vano. Quería saber qué de malo había en ella, que todos necesitaban abandonarla.
La joven hacía de todo por mantener su matrimonio, pero Ricardo siempre encontraba una excusa para no estar presente. Sus largas juntas de trabajo hasta más de la media noche y los días de trabajo en fin de semana eran unas de las que usaba para no estar en casa.
La cena se estaba enfriando y las velas ya estaban casi consumidas. Sophie había hecho un esfuerzo por arreglarse un poco más hoy. Su esposo tenía razón: ya no era la misma de antes. No se arreglaba ni lucía esbelta como antes, y esto debía ser el motivo por el que Ricardo ya no la quería como antes.
A pesar de las camisas con olor a perfume de mujer y las llamadas a su casa que solo dejaban escuchar respiraciones y risas, Sophie se negaba a creer que su amado Ricardo la estaba engañando.
Lo conoció poco antes de la muerte de su abuela. Se hicieron novios rápidamente. Ricardo era un hombre maravilloso, detallista, incluso un poco intenso y posesivo, pero a ella le encantaba. Eso era lo que quería: atención, alguien que no la quisiera lejos. Lo que más temía era la soledad; no podía aguantar otro abandono.
Sophie estudió arquitectura y le encantaba el diseño y el arte. Pero cuando se casó, su amado esposo le pidió que no trabajara, ya que no soportaba pensarla cerca de otros. La joven dejó de trabajar; solo hizo pasantías y trabajó durante unos meses, en los cuales demostró ser un prodigio de la arquitectura. Pero por amor a Ricardo, lo dejó todo.
Sophie era alegre y muy amigable en la universidad; solía tener muchos amigos. Pero esa fue otra de las cosas que tuvo que dejar por su esposo. A él no le gustaba que ella saliera con personas que él no conocía, y menos con hombres. Había banderas rojas por todos lados. ¿Las vio? Por supuesto, pero las ignoró. No dejaría que su esposo la abandonara como lo hizo su padre.
Recordaba ver a sus padres discutiendo por el trabajo de su madre. Ella era diseñadora de modas en una empresa y se vestía muy bien, pero a su padre no le gustaba. Esa era una de las peleas que recordaba. Por esa razón, Sophie se dijo a sí misma que haría cualquier cosa que Ricardo quisiera para mantenerlo a su lado. Los traumas de su infancia habían trazado su presente.
Una vez más miró el reloj. Era la una de la madrugada. La comida seguía en la mesa, helada, y las velas ya solo eran pequeños cabos casi inexistentes. Su vestido ya estaba arrugado de tanto sentarse, caminar y volverse a sentar, impaciente porque Ricardo no llegaba.
La puerta se abrió de repente. Un hombre alto, de cabello castaño y cuerpo trabajado, entró por la puerta. Tenía el saco en la mano, junto a la corbata y la camisa desabotonada. Sophie conectó con la mirada sorprendida de él, quien imaginaba que estaría dormida. Jamás imaginó que aún a esta hora estaría despierta.
Sophie suspiró y alisó su vestido, tratando de arreglar las arrugas. Caminó hacia él y se encontró con la mirada despectiva de su esposo.
—¿Qué haces despierta a esta hora? ¿ Y ¿por qué traes ese vestido? Hasta pequeño te queda. Está muy corto y ajustado. Has subido de peso, te lo he dicho.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, pero no iba a llorar para cansarlo más rápido. Se tragó el nudo que se le había formado en la garganta y habló.
—Solo quise sorprenderte con una cena. Hoy es nuestro aniversario, ¿lo olvidaste?
La cara del hombre cambió de una de sorpresa y hasta de arrepentimiento, pero lo disimuló rápidamente. Se le había olvidado su aniversario. En vez de eso, había ido a ver a Ivette Parisi, una de las modelos de su empresa. Ella era fuego y pasión. Tenía una figura monumental y una belleza única. Ricardo se calmó y caminó hacia su esposa.
Sabía que cualquier excusa que le pusiera, ella se la creería. Se acercó más y rozó su mejilla.
—Lo siento, hoy fue un día muy duro. Cerramos varios negocios y luego una reunión con los socios para celebrar. Sabes que soy el presidente de la empresa y no puedo faltar.
Ella sabía que era mentira. Muy en el fondo, tenía la certeza de que la engañaba. Y aún así, se calmó con tan baratas palabras. Le sonrió y lo abrazó, pero al enterrar su nariz en el cuello de su esposo, un olor a perfume de mujer invadió sus fosas nasales. Se separó y lo miró fijamente.
—¿En serio estabas en una reunión? —preguntó Sophie, con la voz temblorosa y el ceño fruncido.
Ricardo soltó un suspiro exasperado y frunció el ceño.
—Ay no, Sophie, contigo de verdad no se puede. Tú solo quieres pelear y estoy muy cansado.
Sin esperar una respuesta, caminó directo a su habitación, dejando a Sophie parada en el comedor, sintiéndose como una tonta. Ricardo se metió al baño y se dio una ducha. La mujer con la que había estado lo había dejado agotado y necesitaba refrescarse de nuevo.
Sophie sintió un dolor horrible en el pecho. Sabía que iba a suceder de un momento a otro: su matrimonio caducaría; ella lo podía sentir. El miedo y la ansiedad la invadieron y corrió a la habitación de huéspedes, la misma que usaba normalmente para llorar. Su esposo ni siquiera se daba cuenta cuando no dormía con él. Para Ricardo, Sophie era un mueble más de la casa.
Se dejó caer sobre la cama, abrazando una almohada mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. El sonido del agua de la ducha en la habitación principal resonaba en sus oídos, recordándole la distancia que se había creado entre ellos. Cada gota que caía parecía marcar el paso del tiempo, un tiempo que Sophie sentía que se le escapaba de las manos.
La habitación de huéspedes era su refugio, un lugar donde podía dejar salir su dolor sin ser juzgada. Las paredes, decoradas con colores suaves y cuadros de paisajes tranquilos, contrastaban con el tumulto de emociones que sentía en su interior. Se preguntaba cómo había llegado a este punto, cómo el amor que una vez compartieron se había desvanecido tan rápidamente.
Mientras sollozaba, recordó los momentos felices que habían compartido, las promesas de amor eterno y los sueños que habían construido juntos. Pero ahora, todo eso parecía una ilusión lejana, algo que se había desvanecido con el tiempo y las mentiras.
Sophie sabía que tenía que tomar una decisión. No podía seguir viviendo en una mentira, en un matrimonio donde no era valorada ni amada. Pero el miedo a la soledad y el abandono la paralizaba. ¿Cómo enfrentarse a un futuro incierto sin Ricardo, el hombre al que había entregado su vida y sus sueños?
Con el corazón roto y la mente llena de dudas, Sophie se quedó en la habitación de huéspedes, esperando que el dolor disminuyera y que la claridad llegara con el amanecer.
Al día siguiente, Ricardo Conti se fue temprano como siempre. No le importó la ausencia de su mujer a su lado; tal vez se había levantado a cocinar como de costumbre. «Al menos para eso sí sirve». Ricardo no se había equivocado. Al bajar, el aroma del desayuno le llegó, pero su esposa no estaba por ningún lado. No le dio importancia y comió rápido antes de irse.
Moría por ver a su adorada Ivette, una diosa encarnada. Esa despampanante mujer lo adoraba; para ella, él era un ídolo. Siempre lo llamaba y le hacía drama cuando no lo veía. Los días de trabajo eran emocionantes desde que ella llegó. Ricardo se encerraba con ella en el estudio de fotografía y allí disfrutaban de momentos apasionados, algo que no tenía con Sophie y eso lo estaba haciendo querer dejarla.
Ricardo sabía que su esposa era delicada, suave y, además, no era que él la hubiese guiado tampoco, aunque no tenía tiempo para enseñarle. Él ha sido su único hombre y siempre ha sido monótono el sexo entre ellos.
Mientras conducía hacia el trabajo, Ricardo recordó cómo había conocido a Sophie. Había sido en la universidad, donde ella era una estudiante becada. Él, heredero de una familia adinerada de Milán, se había sentido atraído por su dulzura y desinterés. Sophie tenía solo 19 años cuando se casaron, y él, con 21, ya veía en ella a la esposa perfecta para cumplir con los requisitos de su familia.
Ricardo había nacido en Milán y había estudiado en las mejores universidades. Su familia poseía una empresa que él heredaría únicamente al casarse. Sophie, con su naturaleza romántica y su disposición a hacer cualquier cosa por él, parecía la elección perfecta.
El italiano sabía el pasado de la joven y se había dado cuenta de sus debilidades, entre ellas su dependencia hacia él. Con manipulación le demostró un amor sin igual a través de detalles y celos. La hizo sentir como si él no pudiera seguir sin ella. Una vez le demostró lo que era sentirse venerada y amada; comenzó a ordenar y disponer en su vida.
Cuando conoció a su ahora esposa, era extrovertida y tenía muchos amigos; eso él se encargó de eliminarlo; solo le quedó una que era terca como una mula. Isabella Ricci, esta mujer de 25 años, era una explosión de energía; era de esas mujeres peladoras y capaz de prender el mundo con sus locuras. Aunque en un tiempo quiso que Sophie la alejara, no lo logró. Para Sophie Isabella era indispensable; había estado con ella desde que llegó a Italia y eran mejores amigas, así que optó por ignorarla.
Ricardo amó en un tiempo a Sophie; al principio le encantaba; era una novedad y lo emocionaba su primicia; aparte de que era atenta y dulce, la conoció siendo hermosa y una romántica nata y eso le fascinaba, aunque ahora le parecía engorroso.
Sin embargo, con el tiempo, la novedad se desvaneció y Ricardo comenzó a buscar emociones fuera de su matrimonio, como la mujer que lo esperaba en el estudio fotográfico.
Cuando Ricardo salió de sus recuerdos, ya había llegado a la empresa; estacionó y bajó, imponente, guapo y elegante; recibió su agenda y luego fue directo al encuentro con su ardiente amante. No veía la hora para tenerla cerca siempre.
Mientras ese par se disfrutaba, el teléfono de Isabella sonó; ella se encontraba en su taller como siempre y estaba trabajando en un vestido para su amiga. Al ver el celular y ver qué era su amiga lo agarró de inmediato y contestó.
"Sophie… cómo estás, por qué no has llegado", preguntó Isabella. Habían quedado de verse en el taller de Isabella para probarse un vestido y así reconquistar a Ricardo, pero Sophie se escuchaba triste.
"No voy a ir, por eso te llamé Isa". Isabella apretó sus puños y suspiró. Sabía que ese imbécil tenía que ver.
"¿Qué te hizo ahora?", preguntó tajante.
"Nada, Isa, es solo que…", intentó, pero Isabella no la dejó.
"Te vienes ya para acá y me cuentas qué te hizo porque te conozco y tú necesitas a tu amiga". Sophie sabía que era inútil intentar discutir con su amiga; no le iba a ganar, así que con un suspiro aceptó ir al taller de Isabella.
Isabella era diseñadora de modas y tenía su propia cadena de boutique que las diseñó nada más y nada menos que Sophie; ella era excelente en eso, pero Ricardo la quería inútil en su casa, o eso decía. La rubia de ojos verdes y cuerpo de modelo: ella y Sophie eran de la misma contextura, pero ella no lo creía por los comentarios despectivos de su esposo.
La amiga de Sophie odiaba al GPS descompuesto como ella le decía, porque nunca se sabe dónde o con quién está; este era uno de los muchos apodos con los que ella lo llamaba cuando hablaba con Sophie, sacándole una sonrisa a su amiga.
La rubia sabía que él era un desgraciado, pero también sabía que Sophie no lo dejaría, y si él la dejaba a ella corría el riesgo de perderla; la francesa no manejaba bien las separaciones e Isabella lo tenía claro.
Mientras esperaba a su amiga, recordó cuando ella le regaló un conejo a Sophie. Su madre tenía unos años de haberse muerto y un día el conejo se murió. La pobre entró en estado de depresión y solo repetía que ella causaba eso. Desde ese día, Isabella cuida que su amiga no sufra tanto, haciéndola distraerse con sus locuras…
Ella le aconseja hacer cenas y vestirse sexy, pero el idiota sigue siendo eso, un reverendo tarado. No soporta ver a su amiga decepcionada cada vez que no llega.
La rubia ha tratado de hacerla ir a ver un especialista para superar sus traumas, pero no quiere y no la puede obligar, por eso está tramando un plan. Ha escuchado de un muy buen terapeuta que no solo es especialista en psicología, sino también atiende a parejas.
La idea de Isabella es llevarla diciendo que es una terapia de pareja para salvar su matrimonio y plantearle el caso de su amiga al profesional para que él hable con ella en cada terapia y la haga ver su problema, ayudándola sin que se oponga.
No tiene idea si va a funcionar o si el terapeuta aceptará su propuesta; está dispuesta a pagarle lo que le pida, pero lo tiene que intentar para que su amiga se deshaga de ese lastre que es su esposo, como ella también le dice.
El llamado de su secretaria la hizo volver al presente, para anunciarle que Sophie había llegado.
La secretaria la hizo pasar al estudio de diseño.
Ambas se saludaron mientras estaban rodeadas de telas y bocetos. Isabella, con su energía inagotable, se dispuso a seguir ajustando un vestido en un maniquí mientras Sophie la observaba.
—No puedo creer que Tarado siga diciendo esas cosas —dijo Isabella, frunciendo el ceño—. ¿Cómo puedes soportarlo, Sophie? Expresó la rubia una vez que Sophie le contaba lo sucedido.
Sophie suspiró, mirando sus manos.
—No es tan fácil, Isa. Él… Él me hace sentir que no puedo hacer nada bien, lo intento todo y nada lo hace volver a ser el mismo.
Isabella dejó lo que estaba haciendo y se acercó a su amiga, tomándola de las manos.
—Sophie, eres increíble. Mira todo esto —dijo, señalando el estudio lleno de sus creaciones—. Esto es tuyo. No dejes que ese payaso sin gracia te haga sentir menos. Tú eres capaz de hacer lo que te propongas.
Sophie sonrió débilmente.
—Gracias, Isa. No sé qué haría sin ti.
Isabella sonrió y le dio un abrazo rápido.
—Bueno, para eso están las amigas. Y hablando de eso, he estado pensando en algo.
Sophie levantó una ceja; curiosa y temerosa, conocía las locuras de su amiga.
—¿Qué cosa?
—He escuchado de un terapeuta que es excelente atendiendo parejas. Creo que deberías ir con el idiota. Podría ayudarles.
Sophie negó, riendo con la cabeza por los apodos con que lo llamaba; su amiga detestaba a Ricardo.
—No sé, Isa. Ricardo nunca aceptaría ir a terapia —dijo haciendo énfasis en su nombre.
Isabella sonrió con picardía.
—Usa tus encantos, hazle un drama por cualquier cosa y cuando él quiera defenderse le propones lo de la terapia y verás que irá. Propuso Isabella; ella estaba cien por ciento segura de que no iría.
Sophie dudó por un momento, pero luego asintió lentamente.
—Está bien, lo intentaré. Estoy dispuesta a todo para salvar nuestro matrimonio.
Isabella sonrió ampliamente; ahora solo faltaba que el terapeuta la ayudase, aunque seguía pensando que por lo de la ética no la ayudaría, pero igual lo intentaría por Sophie.
—¡Eso es todo lo que necesito escuchar! Ahora, vamos a terminar este vestido. Quiero que te lo pruebes y veas lo hermosa que te ves.
Sophie rio y se dejó llevar por la energía de su amiga, sintiéndose un poco más esperanzada. Tal vez su matrimonio cambiaría con esta terapia.
Sophie se despide de su amiga y sale del taller de Isabella, donde pasó horas hablando y distrayéndose. Isabella era su verdadero soporte.
—Adiós, amiga. Cuídate y me dices cómo te va en tu cita —le dice Sophie, sonriendo.
Isabella le había dado la idea de citar a Ricardo para que se reivindicara por lo de ayer, y él, por salir del paso, aceptó. Esa era la idea de la rubia: que él volviera a meter la pata y así Sophie tuviese la excusa perfecta para pedirle cualquier cosa, y él diría que sí. También estaba muy segura de que la dejaría plantada, como siempre.
—Nos vemos más tarde en Savini Milano —le avisó Ricardo a Sophie por mensaje, luego de que ella le propusiera otra cena.
Sophie llega a casa y se viste de manera espectacular. Se recoge el cabello en un moño, se pone un vestido verde esmeralda diseñado por Isabella, se maquilla y se rocía su perfume favorito. Una vez lista, toma su auto y se dirige a la reservación que ella misma hizo, pues su amado estaba "ocupado" para eso.
Al llegar, la reciben de manera amable y cordial y la llevan hasta su mesa. Sophie solo pide una copa de vino blanco para esperar a su esposo.
Sophie observa su tercera copa de vino y aun su esposo no llega. Está sentada en una mesa junto a la ventana en Savini Milano 1867, uno de los restaurantes más exclusivos de Milán. Había elegido el lugar con cuidado, esperando que la atmósfera elegante y la exquisita comida italiana ayudaran a reparar las grietas en su matrimonio. Mira su reloj por enésima vez. Ricardo había prometido llegar a las ocho, pero ya son las nueve y media.
La camarera, una mujer mayor con una sonrisa cálida, se acerca por tercera vez.
—¿Le traigo algo más mientras espera, Signora? —pregunta, con una mezcla de compasión y curiosidad.
—No, grazie. Estoy bien —responde Sophie, tratando de mantener la compostura y sonriendo. Hasta italiano había aprendido por Ricardo, aunque no era el único idioma que manejaba.
Sophie vuelve a observar su reloj. Otra hora ha pasado; los comensales la miran con lástima; es obvio que la han plantado. Finalmente, decide enviarle un mensaje a Ricardo. "¿Dónde estás? Estoy en el restaurante desde hace una hora y media. Envía el mensaje y espera. Pasan diez minutos, luego quince, y aún no hay respuesta.
Sophie suspira; sus ojos pican queriendo llorar. Decide que ya es suficiente. Se levanta y se dirige a la salida, pero justo cuando está a punto de irse, su teléfono vibra. Es un mensaje de Ricardo: "Lo siento, Sophie. Me surgió algo en el trabajo. No voy a poder llegar.
Sophie siente una mezcla de rabia y tristeza, pero decide que no va a dejar que la noche se arruine por completo. Se gira hacia la camarera y dice:
—¿Sabe qué? Creo que voy a quedarme un rato más. ¿Podría traerme otra copa de vino y el menú de postres?
La camarera le sonríe y asiente.
Mientras Sophie disfruta de su vino y un delicioso tiramisú, comienza a notar las conversaciones a su alrededor. En la mesa de al lado, una pareja discute acaloradamente sobre la mejor manera de preparar una auténtica carbonara. En otra mesa, un hombre intenta impresionar a su cita con historias claramente exageradas sobre sus aventuras en la Toscana.
Sophie no puede evitar reírse. La situación es tan absurda que casi parece una comedia. Decide que, en lugar de sentirse miserable, va a disfrutar del espectáculo humano que se desarrolla a su alrededor.
De repente, la puerta del restaurante se abre de golpe y entra Isabella, la mejor amiga de Sophie. Con su característico estilo desenfadado y una sonrisa radiante, ella se imaginó que Ricardo haría eso y no lo pensó por ir al rescate de su amiga.
—¡Sophie! —exclama Isabella, acercándose a la mesa—. ¿Qué haces aquí sola? ¿Dónde está el GPS descompuesto? —dice, refiriéndose a Ricardo.
Sophie le cuenta a detalle y con un nudo en la garganta, lo que acaba de hacer Ricardo.
—Bueno, si Ricardo no sabe apreciar una buena cena, ¡nosotras sí! —dijo, levantando su copa de vino—. ¡Por nosotras y por todas las veces que hemos tenido que soportar a hombres despistados! Ellas chocan sus copas y se ríen de todo lo que ha pasado.
Sophie no pudo evitar reírse. Isabella siempre sabía cómo hacerla sentir mejor. Las dos amigas pasaron el resto de la noche riendo y compartiendo anécdotas, disfrutando de la comida y del ambiente del restaurante.
En un momento dado, Isabella se levantó y, con su habitual sentido del humor, comenzó a imitar a los turistas en la mesa del fondo, que estaban tratando de cantar "O Sole Mío" con un acento terrible. Sophie se reía tanto que casi se atragantaba con su vino.
La escena era tan surrealista que Sophie no pudo contener la risa. Se dio cuenta de que, a pesar de todo, la vida seguía siendo impredecible y, a veces, hilarante. Decidió que, aunque Ricardo no estuviera allí, ella iba a disfrutar de su noche.
Y así, Sophie pasó el resto de la velada riendo y disfrutando de la compañía de su amiga Isabella, prometiéndose a sí misma que no dejaría que las decepciones de Ricardo arruinaran su capacidad de encontrar alegría en los pequeños momentos.
Las dos amigas, tambaleándose ligeramente por los efectos del alcohol, se apoyaban mutuamente mientras caminaban hacia el taxi. La risa y los murmullos cómplices llenaban el aire nocturno, pero sus pasos eran torpes y descoordinados. Decidieron dejar sus autos y recogerlos a la mañana siguiente, conscientes de que no estaban en condiciones de conducir.
El taxi las dejó en sus respectivas casas, y cuando Sophie cruzó el umbral de la suya, la burbuja de alegría en la que había estado inmersa estalló de golpe.
La realidad la golpeó con la fuerza de un martillo. Las paredes de su hogar, que antes parecían acogedoras, ahora se sentían frías y vacías. Cada rincón le recordaba su soledad y la tristeza que intentaba ahogar con cada copa.
En su estado de embriaguez, Sophie se permitió cuestionar su vida. ¿Realmente merecía todo esto? ¿Valía la pena tanta tristeza? Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras se dirigía al cuarto de huéspedes. No tenía fuerzas para cambiarse, así que se dejó caer en la cama con el vestido aún puesto, el maquillaje corrido y el corazón hecho pedazos.
A pesar de todo, una chispa de esperanza brillaba en su interior. Usaría esta situación para convencer a Ricardo de asistir a la terapia de pareja. Aunque era algo bajo, en ese momento, cualquier cosa era mejor que seguir sintiéndose tan miserable y sola.
Sophie tenía sus esperanzas en esta terapia. Lo que ella ignoraba era que lo último que sucedería sería salvar su matrimonio.
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