Las Nueve Ciudades aún estaban bajo el estricto control de los Padres de la Patria, una élite implacable y despiadada que había construido su poder a base de miedo y represión. La esperanza de la rebelión, aquella que había logrado escapar del alcance de los Padres y salir con vida, era un faro de luz para aquellos que se atrevían a soñar con la libertad. Pero la situación era frágil, y los días transcurrían en una tensa calma, mientras ambos bandos preparaban sus próximos movimientos.
En una de las salas más lujosas del Palacio de los Padres, tres hombres se sentaban alrededor de una imponente mesa redonda hecha de caoba pulida. La opulencia de aquella mesa, adornada con intrincados detalles dorados y cubiertos de delicadas servilletas de lino, era una clara demostración de poder. El salón estaba iluminado por candelabros de cristal que pendían del techo, reflejando su luz sobre la vajilla de plata y las copas de cristal llenas de uno de los últimos vinos que quedaban, un lujo casi impensable en aquellos tiempos.
Alexander Haw Quinto, un hombre de rostro severo y cabello oscuro cuidadosamente peinado hacia atrás, levantó su copa y brindó con los otros dos hombres. Frente a él estaba Gale Steel, un hombre robusto que, a pesar de su aspecto intimidante, llevaba la marca visible de la guerra: la cuenca vacía donde una vez había estado su ojo izquierdo. A su lado, Boggs, un hombre mayor con una barriga prominente y el rostro marcado por los años, observaba con atención cada palabra que se decía.
—Los he reunido aquí por una razón muy importante —comenzó Alexander con voz firme, la expresión en su rostro permanecía impasible—. Les voy a proponer algo. Sé que lo que voy a decirles puede parecerles una medida extrema, pero es necesario. Las Nueve Ciudades han bajado su rendimiento, las cosechas son menos abundantes, la producción ha disminuido. Muchas personas han decidido abandonar sus labores para unirse a la rebelión, y esto no puede continuar así.
Alexander hizo una pausa, buscando las miradas de los otros dos hombres. Gale asintió lentamente, llevando su mano derecha hacia la copa y tomando un pequeño sorbo. Boggs, en cambio, frunció el ceño, sus dedos tamborileaban contra la mesa.
—Entiendo lo que dices —respondió Gale finalmente, su voz profunda resonando en la sala—. Hemos visto demasiadas muertes, y cada vez más personas se nos escapan. Si tienes alguna idea para acabar con esta guerra, bienvenida sea.
Alexander dejó su copa sobre la mesa con un suave chasquido, sus ojos azules se dirigieron hacia Gale y Boggs, cargados de determinación.
—Mi idea puede parecer algo extrema, pero créanme, es una buena idea —dijo, entrelazando las manos frente a él—. Propongo adelantar el Torneo de las Cuatro Tierras. Necesitamos recordar a la gente quién tiene el verdadero poder, quién manda realmente en las Nueve Ciudades. Que vean la fuerza que poseemos, y lo que pasa cuando deciden desafiar nuestra autoridad.
Gale se quedó en silencio por un momento, procesando lo que había dicho Alexander. Boggs, en cambio, dejó escapar una risa gutural, aunque sin mucho humor. Se acomodó en su silla, cruzando los brazos sobre su generoso abdomen.
—No es tan mala idea, debo admitirlo —dijo Boggs—, pero hay un problema bastante grande, Alexander. Se supone que falta un año y medio para el próximo torneo. ¿Cuál sería la excusa perfecta para anunciar un adelanto? No podemos simplemente hacerlo sin alguna razón.
Alexander ya había anticipado esa pregunta y, sin dudarlo, respondió:
—He pensado en eso. Podemos usar la excusa del centenario de la creación del torneo. Un evento tan importante, tan significativo, que justifique una celebración especial. La gente necesita entretenimiento, y más aún, necesitamos que vuelvan a temernos.
Gale se levantó lentamente, apoyando sus manos sobre la mesa. Observó a Alexander con una mezcla de curiosidad y aprobación.
—De acuerdo, Alexander. Déjanos pensarlo, necesitamos evaluar los posibles riesgos y el impacto que podría tener. Pero si aceptamos, ¿para cuándo tendrías planeado comenzar el torneo? —preguntó.
—Tan pronto como ustedes estén de acuerdo —dijo Alexander, sin rodeos—. No podemos permitirnos esperar más, tenemos que mostrar nuestra fuerza. Las Nueve Ciudades deben recordar quién manda.
Gale y Boggs asintieron, y tras una última mirada, salieron de la habitación, dejando a Alexander solo con sus pensamientos. Él observó el vino en su copa, su reflejo distorsionado por el cristal. Los tiempos eran difíciles, pero él no se detendría. Haría lo necesario para asegurar que el control de los Padres de la Patria nunca fuese puesto en duda.
Al otro lado del vasto y árido paisaje de las Nueve Ciudades, Nora se encontraba en la base de la rebelión, escondida en el corazón de un terreno tan seco y hostil que parecía extenderse por kilómetros interminables. La vida en la base era monótona y, a veces, insoportable. Cada día parecía un eco del anterior: el mismo entrenamiento, las mismas caras, el mismo paisaje desolado. La rebelión había logrado establecer bases clandestinas en cada una de las ciudades, y durante el último año y medio habían conseguido reunir más aliados, fortaleciendo su red de resistencia.
La base de Vire era la más grande, establecida en honor a Marcus, cuya valentía había inspirado a toda la ciudad a levantarse contra la opresión. Para Nora, la muerte de Marcus seguía siendo una herida abierta. Ella lo había perdido y, junto con él, había perdido también una parte de sí misma. Ahora, con cada entrenamiento, con cada paso que daba, no podía dejar de pensar si lo que hacía era suficiente, si de alguna manera estaba honrando su memoria.
—¿Cómo te sientes? Te he visto muy pensativa estos últimos días —la voz de Nolan la sacó de sus pensamientos. Él se había sentado junto a ella en una de las colinas que rodeaban la base.
Nora giró su cabeza hacia él, sus ojos oscuros reflejaban tristeza y cansancio. Se quedó en silencio por un momento, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía.
—No lo sé, Nolan —respondió finalmente, dejando escapar un suspiro—. Siento que todo esto es demasiado. Es un gran peso el que llevo encima. No quiero ser la razón por la que miles de personas se unan a esta rebelión, sabiendo que muy probablemente muchos de ellos mueran por esta causa.
Nolan observó a Nora con una expresión de ternura. Sabía lo difícil que era para ella estar en esa posición, sabía cuánto había perdido y cuánto estaba luchando por encontrar su lugar.
—Sabes, Nora, yo pienso que eres grandiosa —dijo Nolan, esbozando una sonrisa—. Cuando te vi en ese torneo hace un año y medio, desafiar a esos hijos de perra, me di cuenta de la fuerza que tienes. Puede que no lo veas así, pero muchas personas confían en ti. Es una gran responsabilidad, sí, pero creo que puedes con ella. Sé que no he pasado por lo mismo, que no he estado en tu lugar, pero…
Nora bajó la mirada, tratando de evitar el contacto visual. Sus manos temblaban ligeramente, y ella intentaba mantener su compostura.
—No quiero ser la esperanza de nadie —dijo, su voz se quebró ligeramente—. No quiero que confíen en mí porque no sé si puedo cumplir con sus expectativas. A veces siento que solo sirvo para ser la estrella del show, para ser el entretenimiento de los demás. No tengo habilidades, no sé pelear, y ni siquiera pude salvar a Marcus.
Nolan se inclinó hacia ella, tocando suavemente su rostro con una de sus manos, levantando su barbilla hasta que pudo mirarla a los ojos.
—Escúchame, Nora. Tienes un gran talento, uno que muchos no tienen. Puedes inspirar a la gente, hacer que se unan a una causa, sabiendo los riesgos que conlleva. Eso no es algo que cualquiera pueda hacer —dijo Nolan con voz firme—. Es algo que solo alguien con una verdadera fuerza puede lograr.
Nora se apartó suavemente, soltando un suspiro profundo. No quería seguir hablando de aquello, no quería sentirse más vulnerable de lo que ya se sentía.
—Vamos, no quiero seguir con esto —dijo finalmente—. Quiero ir con Eli a Vire. Necesito distraerme un poco.
Más tarde, en la base de la rebelión, había llegado el momento de decidir quiénes serían los que irían a Vire. La ciudad se había convertido en una fortaleza importante para la rebelión, y aquellos que fueran a la base de Vire tendrían que quedarse allí hasta que la guerra por la liberación de las Nueve Ciudades comenzara. Nora, Eli, su hermano mayor, y Nolan se encontraban entre los posibles candidatos.
—¿Están seguros de que quieren ir allá? —preguntó Eli, sus ojos reflejaban preocupación. Sabía lo peligroso que podía ser.
—Claro que sí —respondió Nolan antes de que Nora pudiera decir nada—. Iré donde vaya Nora. Esta vez no quiero dejarla sola.
Eli observó a su hermana menor, pensando que era una mala idea de que ella fuera a vire
--¿qué me miras?—dijo Nora, sabía que Eli también pensaba que ella era la esperanza de la rebelión –se que estas pensado que no deberia ir—
--No, Nora no es eso, creo que deberías quedarte por…-- Nora no lo dejo terminar de hablar
--No, no me quedaré aquí solo para estar delante de las cámaras, iré
La ciudad de Vire se extendía frente a ellos, dividida en dos mundos completamente distintos. De un lado, una mitad desmoronada, invadida por el polvo y el olvido; del otro, una parte cercada y fortificada, bajo la constante vigilancia de los guardias de los Padres de la Patria. Las calles estaban llenas de patrullas que se movían sin descanso, y los helicópteros sobrevolaban de manera intermitente. Tras las recientes migraciones masivas hacia las bases de la resistencia, las medidas de seguridad se habían redoblado, y la presencia de los guardias era más opresiva que nunca. Sin embargo, la creciente rebelión también traía consigo un aire de desafío, aunque peligroso, palpable en cada rincón de Vire.
Eli, Nora y Nolan se mantenían ocultos tras unos escombros, restos de lo que alguna vez fue un edificio comercial, ahora reducido a ruinas por los bombardeos de la guerra civil. El ambiente olía a polvo y a metal oxidado, y un calor sofocante impregnaba el aire, mezclándose con el eco distante de los motores de los vehículos militares.
—Tírate al suelo, Nora —susurró Eli, empujando suavemente la cabeza de la chica hacia abajo—. Nos están vigilando. Hay guardias por todas partes.
Nora se agachó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. Sus ojos no se apartaban de los uniformes oscuros de los soldados que patrullaban a lo lejos. Llevaban cascos que ocultaban sus rostros, y armas de gran calibre colgaban de sus hombros. El brillo metálico de las insignias de los Padres de la Patria en sus uniformes era visible incluso desde esa distancia.
—¿Y cómo diablos vamos a llegar a la base si la mitad de Vire está bajo su control? —preguntó Nolan en voz baja, su tono tenso, sin apartar la vista del grupo de soldados que se aproximaba.
Eli esbozó una leve sonrisa mientras se recostaba contra la pared semiderruida. Sus ojos brillaban con una chispa de confianza que desconcertó a Nora.
—Tenemos algunos contactos aquí dentro —respondió Eli con un tono despreocupado, como si fuera lo más normal del mundo—. Tres oficiales de los Padres están de nuestro lado. Nos deben favores.
Nora frunció el ceño, pero antes de que pudiera preguntar más, su atención se desvió hacia los carteles pegados en los muros a lo largo de la calle. Su rostro aparecía en ellos, con una recompensa considerable bajo su nombre. "Buscada", decía en grandes letras rojas. "Se ofrece una alta suma por información que lleve a su captura". La imagen era una fotografía tomada meses atrás, antes de que comenzara su vida en la resistencia. La expresión en su rostro reflejaba la inocencia de alguien que aún no había conocido la crudeza de la guerra.
Más allá, otro cartel mostraba el rostro de Marcus, un joven que había muerto durante un intento desesperado de escape. "Mereció su muerte por desafiar a los Padres de la Patria. No lo tomen como un signo de rebelión", se leía debajo de su fotografía. Nora sintió un nudo en el estómago al ver las palabras impresas, tan frías y crueles.
—Esto no es justo… —dijo con voz temblorosa, apartando la mirada del cartel de Marcus—. Pueden poner precio a mi cabeza, lo entiendo. Me rebelé, soy un blanco. Pero decir que Marcus merecía morir… eso no es cierto.
—Lo sé, Nora —respondió Nolan, colocando una mano reconfortante en su hombro—. Los Padres de la Patria siempre han jugado sucio. Y lo seguirán haciendo, a menos que los detengamos. Tenemos que actuar, y hacerlo pronto.
El silencio cayó sobre ellos cuando Eli levantó una mano para pedir que se callaran. Desde la distancia, una nube de polvo se levantaba con el avance de un vehículo. Era una camioneta vieja y destartalada, con la pintura desgastada y abolladuras que cubrían casi toda la carrocería. El sonido del motor rugía, haciéndose más fuerte a medida que se acercaba. Eli apretó su arma con firmeza, manteniendo el cañón apuntado hacia el vehículo mientras hacía retroceder a Nora y a Nolan.
—¡Alto ahí! ¿Quién eres y qué quieres? —gritó Eli, su voz firme, aunque sus ojos no dejaban de escanear el entorno en busca de cualquier otro movimiento sospechoso.
El conductor, un hombre de mediana edad con una barba desaliñada y la piel curtida por el sol, levantó una mano en señal de paz. Bajó lentamente del vehículo, manteniendo una expresión calmada.
—No se preocupen —dijo con voz serena—. Vengo de parte de la jefa de la rebelión en Vire. Marcos se comunicó con ella antes de… ya saben. Me dijo que viniera a buscarlos. Soy un oficial encubierto entre los Padres de la Patria.
Eli frunció el ceño, sin bajar el arma.
—¿Y cómo se supone que debo creerte? —replicó con escepticismo.
El hombre levantó la mano derecha y pronunció en un tono bajo pero claro:
—La niña mira la ventana por dos horas seguidas. A lo lejos, un ave canta. Es el sinsajo que tiene libertad.
Nora notó cómo la tensión en los hombros de Eli se relajaba, y una leve sonrisa se formaba en su rostro mientras bajaba el arma.
—Ese es el código… —susurró Eli, casi riendo para sí mismo. Nora intercambió una mirada de confusión con Nolan, sin entender lo que había sucedido.
—Esa canción es nuestra clave —explicó Eli—. La usamos para identificarnos desde la segunda Tierra Artificial, la primera vez que organizamos una rebelión en el desierto. La llevamos en el corazón, pero también en nuestros movimientos. Si un infiltrado intenta usarla sin saber las señales exactas, lo descubriríamos de inmediato.
El hombre asintió, aliviado de haber superado la prueba.
—No tenemos tiempo que perder. Los Padres de la Patria ya están al tanto de nuestra presencia en la ciudad. Si no nos movemos ahora, podrían interceptarnos —dijo mientras abría la puerta trasera de la camioneta—. Vamos, suban. Tenemos que llegar a la base antes del anochecer, cuando la vigilancia es aún más estricta.
Sin dudar, Eli ayudó a Nora y a Nolan a subir al vehículo, mientras él se acomodaba en el asiento trasero. La camioneta arrancó, y comenzaron a rodear la ciudad para evitar las zonas más vigiladas. El viaje se tornó monótono rápidamente; el paisaje no ofrecía más que desierto y árboles secos, con las ramas extendiéndose como manos pidiendo ayuda al cielo.
Nora se sentía cada vez más incómoda en el asiento. La suspensión de la camioneta era pésima, y cada bache en el camino hacía que su estómago diera un vuelco. Pero el malestar físico no era lo único que la perturbaba; su mente no dejaba de divagar, atrapada en recuerdos de Marcus y en pensamientos oscuros sobre el futuro de la rebelión.
—¿Estás bien, Nora? —preguntó Nolan, notando el semblante pálido de su mejor amiga.
—No… —murmuró ella, sin poder contener la náusea—. Es que… he estado pensando en Marcus. La gente de Vire lo odiaba por lo que hizo su madre en el pasado fallar en la primera prueba , y aun así él fue capaz de ganarse su respeto. Fue increíble cómo logró que tantos se unieran a la causa después de lo que hizo por mí.
Nolan apretó los labios, comprendiendo la tristeza en la voz de Nora.
—Marcus cumplió su misión, lo digo aunque no lo conozca —dijo con voz firme—. No era solo para ganarse el respeto de Vire; quería hacer algo por todos. Y aunque su vida fue corta, su legado perdura en ti. Eres la esperanza de esta rebelión, Nora. Cuando las personas te vieron desafiar a los Padres de la Patria, supieron que el cambio era posible.
Nora asintió, sin saber si realmente se sentía a la altura de aquellas expectativas. Se levantó y miró a lo lejos, donde la base comenzaba a aparecer en el horizonte. La estructura era más grande de lo que había imaginado, rodeada por altas vallas de alambre y torres de vigilancia.
—Ya llegamos —anunció el hombre al volante, deteniendo la camioneta cerca de la entrada—. Es más segura de lo que parece. Dentro, estaremos a salvo… por ahora.
—Por ahora… —repitió Eli, bajando del vehículo y cerrando la puerta con un golpe seco.
La base estaba rodeada de actividad: grupos de rebeldes se movían rápidamente de un lado a otro, armados y ocupados en sus tareas. Sin embargo, a pesar del bullicio, había una sensación de urgencia en el aire, un reconocimiento tácito de que la verdadera batalla estaba aún por librarse.
Al entrar a la base, Nora, Eli y Nolan quedaron impresionados por la magnitud del lugar. La base rebelde de Vire era un verdadero refugio, casi del tamaño de una ciudad completa, con cientos de tiendas y edificios improvisados construidos a partir de materiales reciclados, algunos de ellos lo suficientemente altos como para sobresalir entre la multitud. A lo largo del perímetro, se podían ver personas armadas, algunas comiendo en grandes comedores al aire libre, y otras llevando cajas de suministros a los distintos puntos de la base. El ambiente era vibrante y ruidoso, con voces que se alzaban en diferentes direcciones, creando una cacofonía de sonidos que recordaba a los viejos mercados antes del caos.
Nora, sintiéndose pequeña frente a la inmensidad de la base, observó todo con asombro. Era como si estuviera en el corazón mismo de la rebelión. Mientras avanzaban por el sendero principal, no pudo evitar notar que varias personas se detenían a mirarla. Los murmullos de "la esperanza de la rebelión" llegaban a sus oídos, y sentía el peso de aquellas miradas sobre ella, como si todos estuvieran esperando algo.
—Mira esto, Nora —dijo Nolan mientras giraba lentamente sobre sus talones, observando el lugar—. Este sitio es enorme, casi tan grande como el centro de nuestra ciudad, Altum. Nunca pensé que la base fuera así de extensa.
Nora asintió, todavía impresionada. —Sí, es increíble. Pero no solo es grande, también parece estar mucho mejor organizado que lo que teníamos en Altum. Todo parece tener un propósito claro, incluso los edificios están mejor cuidados… Es difícil no sentir un poco de envidia —admitió con una sonrisa cansada.
Eli, que caminaba a su lado, se percató de la incomodidad de Nora y puso una mano en su hombro. —Entiendo si te sientes incómoda, Nora. Pero recuerda, todos aquí te miran porque eres la esperanza de la rebelión. Para estas personas, eres una luz en la oscuridad.
Ella dejó escapar un suspiro profundo. —Lo sé, Eli. Pero es extraño. Siento que no hice lo suficiente para merecer esto… Aun así, tomé la decisión de estar aquí. No puedo quejarme.
Mientras continuaban caminando, vieron acercarse a una mujer de unos cuarenta años, acompañada por dos hombres que parecían ser sus guardaespaldas. La mujer tenía el cabello rubio y brillante, atado en una coleta alta, y vestía con un uniforme que destacaba su autoridad. A medida que se aproximaba, sus ojos se clavaron en el grupo con una mezcla de curiosidad y reconocimiento.
—¡Bienvenidos! —exclamó con una voz firme pero amigable—. Me llamo Sora, soy la jefa de la rebelión aquí en Vire. He escuchado mucho sobre ustedes, especialmente gracias a Marcos. Él me habló bastante de sus hazañas. Es un honor tenerlos aquí.
Eli cruzó los brazos y la miró con escepticismo. —¿Ah, sí? ¿Y qué tanto sabes sobre nosotros? —preguntó con una leve sonrisa en los labios.
Sora esbozó una sonrisa segura. —Bueno, Eli, tú eres el hermano mayor de Nora, también conocido como "el protector de la esperanza de la rebelión". Eres el. Segundo al mando después de Marcos , lo que te convierte prácticamente en mi jefe. —Luego, volvió su atención hacia Nora—. Y tú… eres la joven que desafió a los Padres de la Patria. —Finalmente, se giró hacia Nolan, haciendo una pausa deliberada antes de decir—: Y tú… bueno, tú no pareces ser tan importante.
Nolan frunció el ceño, claramente incómodo. —Ah, ya veo —murmuró con voz tensa.
—No te preocupes, solo bromeaba —dijo Sora con una risita—. Pero, bueno, síganme. Les mostraré sus alojamientos para las próximas semanas. Estoy segura de que estarán cómodos.
Sora los condujo hacia una edificación blanca en el corazón de la base, que contrastaba con el resto de la construcción improvisada. Era una casa de dos plantas, con un jardín que alguna vez habría sido hermoso, pero que ahora consistía en hierbas secas y arbustos marchitos. Al entrar, quedaron asombrados al ver que el interior estaba decorado con lujos que ninguno de ellos había visto en años: muebles tapizados, cuadros antiguos en las paredes, y hasta una lámpara de araña en el techo, una reliquia de tiempos mejores.
—Eli y Nora, esta será su residencia. Tiene dos dormitorios en la planta superior, y una pequeña sala de estar. Es un lugar mucho más seguro de lo que parece. —Luego, señaló a Nolan con un gesto de la mano—. Tú, ven conmigo. Te llevaré a tus propias instalaciones.
—¿Qué? —protestó Nora, dando un paso al frente—. ¿Por qué Nolan no puede quedarse con nosotros? No me sentiré segura si no está cerca. Además, él es mi mejor amigo.
Eli intervino antes de que Sora pudiera responder. —Nora, estará bien. Solo es temporal. —La forma en que lo dijo fue casi mecánica, como si él mismo no creyera en sus palabras.
Sin decir más, Sora y Nolan se alejaron de la casa. Mientras caminaban, Sora se inclinó ligeramente hacia Nolan. —Lamento lo que acabo de hacer, pero necesitaba hablar contigo a solas.
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Nolan con franqueza, mirando de reojo a la líder de la rebelión.
Sora se detuvo frente a una puerta que llevaba a una oficina improvisada, ubicada al otro lado de la base. Era un lugar pequeño y modesto, en contraste con la casa blanca. —Los Padres de la Patria han decidido adelantar el próximo Torneo de las Cuatro Tierras. Será en dos semanas, bajo el pretexto de celebrar el centenario de su creación —dijo con un tono de voz serio.
Nolan sintió un nudo formarse en su garganta. —No puede ser… Pensé que no tendrían los recursos para hacerlo tan pronto. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—La razón por la que necesitaba hablar contigo es que… hemos confirmado que serás el representante de Altum. Fuiste seleccionado para participar —dijo Sora, mirando directamente a los ojos de Nolan con una expresión de profunda preocupación.
El joven sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. —¡Esto no es justo! —gritó, golpeando la pared con el puño—. No quiero participar en ese torneo. ¡Estamos luchando precisamente para detener cosas como esta!
—Lo sé, Nolan —replicó Sora con una voz calmada, aunque cargada de resignación—. Pero ahora mismo no podemos permitirnos desafiar abiertamente a los Padres de la Patria. Necesitamos ganar tiempo para que la rebelión se fortalezca. Y eso significa jugar su juego, aunque sea temporalmente.
Nolan se pasó una mano por el cabello, sintiendo un creciente pánico. —No quiero morir, Sora. Quiero vivir para ver cómo derrocamos a los Padres de la Patria. Quiero disfrutar de esa victoria.
—No estamos planeando dejarte morir, Nolan. Te entrenaremos con las mejores técnicas y te daremos todo lo que necesites para que sobrevivas. Además, la rebelión tiene sus propios planes para intervenir durante el torneo. —Se acercó y le puso una mano en el hombro—. Pero necesito que hables con Nora. Debe entender la situación. Y dile que insististe en quedarte con ellos en la casa. Es mejor así.
Nolan asintió con la cabeza, aunque el miedo aún latía en su pecho. Cuando regresó a la casa, encontró a Nora y Eli tumbados en la pequeña sala de estar, ambos mirando el techo con la misma expresión de cansancio.
—¿Dónde crees que estará durmiendo Nolan? —preguntó Nora, inquieta.
Eli sonrió con una chispa en los ojos. —Aquí, por supuesto. Sora solo se lo llevó para hablar de algo importante. No tardará en volver.
Nora sonrió y le dio un suave empujón. —Siempre mientes, Eli. Pero al menos esta vez es una buena noticia.
Nolan se acercó y dejó escapar un largo suspiro. —Todo está bien. Insistí en quedarme con ustedes —dijo, aunque sus pensamientos seguían enredados en el peso de lo que se le venía encima.
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