Siempre he sentido una profunda conexión con el arte. Mi vida ha girado siempre en torno a los pinceles, los lienzos y las paletas de colores. Desde muy pequeña mi atracción por el arte se ha manifestado a través de todo aquello que yo creía apto para pintar. Desde paredes, muebles e incluso pisos y cortinas. Si, se que se escucha exagerado pero desde chica fui el terror de mi madre. Ahora soy una estudiante de Arte en la universidad de mi pequeña ciudad, estoy en mi segundo año, y mi día a día hasta ahora solo han sido mis clases, exposiciones y proyectos. Sin embargo, hasta hace poco sentía que necesitaba ocupar mis dias en algo mas que solo la universidad. Por eso, decidí convertirme en voluntaria en el hospital local, donde podría hacer una diferencia en la vida de otras personas y mantener mi mente temporalmente fuera de la vida escolar.
Era un día muy soleado cuando llegué al hospital por primera vez, el día perfecto para esta clase de eventos que me llenaban de emoción. El aroma a desinfectante se mezclaba con el sonido de risas infantiles. Camila se sintió inmediatamente atraída por la idea de dar alegría a los niños que enfrentaban momentos difíciles. La encargada al saber que estudiaba Arte, vio la oportunidad y le asignó la tarea de pinta caritas. Era un evento especial que realizaba el hospital para la recaudación de fondos a pacientes con cáncer, especialmente niños.
Se acomodó en una mesa decorada con globos de colores y una manta de picnic que había traído para darle un toque acogedor al espacio. Al abrir su caja, la vista de las paletas de pintura, pinceles y esponjas, la llenó de energía. Cada color representaba una posibilidad, una oportunidad para transformar la tristeza en alegría, estaba lista para hacer sonreír a los pequeños.
Mientras pintaba, una mariposa en la cara de una niña, sintió una mirada curiosa. Se giró y vio a un joven de su edad, con una sonrisa tímida, no paraba de estudiarla. Su mirada penetrante y su actitud relajada la intrigaron. Se encontraba rodeado de niños que intentaban arrancar de sus manos los globos que iba armando. Un niño de unos 7 años se acercó y muy astutamente comenzó a hacerle cosquillas en el estómago, el chico se inclinó instintivamente y el pequeño pudo robar un globo, los demás niños al ver el resultado de esta acción copiaron el acto y el pobre en menos de un minuto había sido despojado de todo.
Su risa era profunda y encantadora, todos los que presenciamos aquel inocente robo nos contagiamos de su alegría. El chico apagó la máquina para inflar globos y me miró, sonreí y él igualmente correspondió.
Cuando termine de dar los últimos retoques a la mariposa de la niña, tomé un espejo y le mostré los resultados a la pequeña. Su carita se iluminó con la sonrisa más hermosa, me agradeció dándome un abrazo y se fue. Debía darme prisa los niños comenzaban a acercarse, me sumergí en mi trabajo completamente. Pinté mariposas, superhéroes y flores en las caras de los pequeños, cada uno con una risa que resonaba en mis oídos como una melodía. La conexión que sentía al ver sus sonrisas era indescriptible. Era como si cada trazo de mi pincel les regalara un poco de esperanza, un momento de felicidad en medio de sus luchas.
Camila decidió tomarse un pequeño descanso, sentía los dedos entumecidos, y comenzó a organizar su pequeño lugar, se percató que el chico de los globos se encontraba en un banquito a su lado.
—Hola, soy Gabriel —dijo el chico, acercándose con cautela y estirando su mano para el saludo. —¿Te puedo ayudar en algo?
Camila sonrió y unió su mano con la de él, sintiendo que la energía a su alrededor cambiaba.
—Soy Camila. Solo estoy pintando caritas. Si eres bueno en esto, puedes unirte.
Gabriel se rió suavemente, y Camila observó que de cerca, tenía una hermosa sonrisa con un pequeño hoyuelo en su mejilla derecha. Sus ojos eran oscuros, y atraían la luz a su alrededor haciendo un contraste con su piel pálida, usaba una gorra roja que no dejaba ver del todo el lugar en el que una vez hubo cabello de algún color y textura. Su expresión relajada la intrigó, y por un momento, Camila se olvidó del ruido del evento a su alrededor.
—No tengo absolutamente ninguna idea de pinturas, no soy muy bueno en eso. Pero, ¿qué tal si pintas algo en mi brazo? Quiero algo que me haga sentir como un superhéroe.
—¡Eso suena genial!.—respondió Camila, sintiendo que una chispa de complicidad comenzaba a encenderse entre ellos. Mientras comenzaban a pintar una emblemática “S” en su brazo, noto un pequeño tatuaje de un girasol, que tenía el nombre de Elena en su tallo.
—Que hermoso, ¿Quien es? —dijo Camila señalando su tatuaje.
—Mi madre, era la positividad en persona, luego de cumplir la mayoría de edad escape con unos amigos y me lo hice. ¡Mi padre estaba furioso!.—Rió con una satisfacción juguetona.
—¿Y ella está aquí? Camila giró su cabeza en búsqueda de la inspiración de tal obra.
—No, ella murió al darme a luz. Lo hice en su honor —El pincel de Camila se detuvo al escuchar esto y levantó la mirada, quería disculparse pero su voz se habia ido de la impresión. Gabriel lo notó al ver su expresión y se apresuró a decir.
—Esta bien, no te preocupes. Ha pasado mucho de eso. —Camila asintió igual preocupada.
—Oye, ¿Cómo es que nunca te había visto por aquí? Conozco a todo el personal médico, voluntarios y pacientes. Un rostro hermosos como el tuyo jamas lo olvidaría.—Dijo señalando su rostro.
—Es primera vez que estoy aquí, hablé con la organización hace una semana y me preguntaron que habilidades poseía y pues ahora estoy a cargo de pintar los pequeños rostros de este lugar.
Camila centro nuevamente su atención en su lienzo, pinto alrededor del girasol, se instaló un silencio cómodo entre ambos, sentía los ojos de Gabriel observándola, en una situación diferente la hubiera hecho sentir incomoda pero nada de eso pasaba ahora. Al retomar la conversación se dieron cuenta de que compartían más que solo una tarde de diversión. Descubrieron que ambos tenían una profunda pasión por los postres y la música. Hablaron sobre sus bandas favoritas, sus artistas preferidos y las aventuras que soñaban vivir.
El tiempo pasó volando mientras charlaban Camila seguía pintando los rostros de más personas y niños, se dió cuenta que Gabriel la hacía reír con cualquier cosa, era muy divertido. Para Camila, la pintura no era solo una tarea; se había convertido en una forma de conexión, una manera de expresar su sentir día a día, era una especie de diario personal y se lo había hecho saber a Gabriel. Por su parte Gabriel le contó cómo había estado en el hospital durante tres años, enfrentando su propia batalla contra el cáncer. Su mirada era serena, y a pesar de las circunstancias, había una luz en él que la inspiraba.
—Me gusta venir a ayudar aquí —confesó Gabriel, mirando a los niños que corrían y reían. —Es como si la alegría de los demás me diera fuerza en mis días difíciles. Además, ver a los niños sonreír es lo mejor.
—Eso es lo que quiero transmitir con la pintura —dijo Camila. —Quiero que cada niño que pase por aquí sienta un poco de alegría, aunque sea por un momento. El arte puede ser una forma de sanación tambien —Gabriel asintió, y su mirada se iluminó.
—Tienes razón. El arte tiene el poder de cambiar el estado de ánimo de una persona. Es como si te transportara a otro lugar, ¿no crees?”
La conversación fluyó con naturalidad, como si se conocieran de toda la vida. Camila se dio cuenta de que había encontrado en Gabriel una conexión especial, alguien con quien podía ser auténtica y vulnerable. A medida que el evento continuaba, se hicieron promesas de volver a verse, de explorar juntos más allá de las paredes del hospital. El le prometió llevarla a conocer el lago que había cerca del hospital.
Cuando el evento llegó a su fin, y los niños comenzaron a acercarse para despedirse de Gabriel y ella, notó la cercania y el amor que los niños le mostraban a él. Camila sintió una mezcla de satisfacción. Había logrado su objetivo de llevar alegría a esos pequeños, pero también había encontrado algo en Gabriel que la llenó de esperanza. Decidieron intercambiar números de teléfono antes de separarse, con la promesa de mantenerse en contacto.
—Espero que podamos hacer esto más a menudo —dijo Gabriel con una sonrisa. —Tal vez podamos pintar juntos algún día y hacer algo especial. Serías la tutora perfecta.
—Me encantaría ---respondió Camila, sintiendo que su corazón se llenaba de entusiasmo. —Tal vez podamos crear una obra de arte en honor a todos los niños que luchan aquí.
Ambos se miraron a los ojos, y en ese instante, Camila supo que su vida estaba a punto de cambiar. Gabriel no era solo un chico que había conocido en un hospital; era alguien que podría inspirarla, alguien que podría ayudarla a encontrar el camino que tanto había estado buscando. Le sonrió.
Mientras salía del hospital, el sol brillaba intensamente, y el aire fresco de la tarde la envolvía. Camila sintió que había dado un paso importante en su vida, un paso hacia un nuevo horizonte. Ahora, no solo era una estudiante de arte; era una artista con un propósito. Tenía la misión de crear alegría a través del arte, y había conocido a alguien con quien compartir ese camino. Quizás solo estaba exagerando con alguien que apenas conocía pero algo en su corazón le decía que estaba tomando el camino correcto y debía continuar así.
Camila sabía que la vida le traería desafíos, pero estaba lista para enfrentarlos. La conexión que había encontrado con Gabriel la llenó de energía y determinación. Estaba emocionada por lo que el futuro podría depararles, y con cada pincelada que diera, sabía que estaba un paso más cerca de descubrir su verdadero yo.
Camila llegó a la universidad, su mochila colgando de un hombro y una sonrisa en el rostro. El campus estaba lleno de estudiantes, cada uno inmerso en sus propias conversaciones, pero lo que más le alegraba era la posibilidad de encontrarse con su mejor amiga, Amanda. Después de un fin de semana lleno de emociones como voluntaria, tenía mucho que contarle.
Cuando finalmente la vio, Amanda estaba sentada en la mesa habitual, con un café en una mano y un libro en la otra. Al levantar la vista, sus ojos se iluminaron al ver a Camila.
—¡Hey! —dijo Amanda, dejando el libro a un lado—. ¿Cómo te fue en el voluntariado?
Camila se sentó frente a ella, aún con el brillo de la experiencia reflejado en su rostro.
—Increíble. Fui pintacaritas en el hospital. No puedo describir lo que sentí al ver sus sonrisas cuando les pintaba sus personajes favoritos. Algunos eran tan pequeños y frágiles.
—Ves, te dije que sería una gran idea para distraer la mente y alejarse de las ocupaciones de la Uni.
—Si, lo sé. Solo que no me animaba a dar el primer paso.
Camila conocía a Amanda desde que eran muy pequeñas, habían estado en la misma escuela, pero nunca habían forjado ninguna amistad, al llegar a la Universidad y ver qué eran los únicos rostros conocidos en el lugar, decidieron unir fuerzas para pasar el nerviosismo de los primeros días, lo que no vieron venir fue que se acostumbraron a acompañarse y al estudiar lo mismo fue la excusa perfecta para dar por hecho que eran amigas, y así cada día una no podía vivir sin la otra.
Amanda escuchaba atentamente los relatos de Camila, sus ojos transmitían la curiosidad que la caracterizaba, siempre sabía que decir y en qué momento hacerlo.
—¿Conociste a alguien especial allí? —preguntó, entrecerrando los ojos con una sonrisa pícara.
Camila soltó una pequeña risa, recordando a Gabriel, quien había sido su compañero en esa jornada.
—Sí, conocí a un chico llamado Gabriel. Es realmente divertido y buena onda. Nos reímos tanto mientras pintábamos. Tenía una forma de hacer que los niños se sintieran cómodos, como si estuvieran en su propio mundo. Al final, incluso organizó un pequeño concurso para ver quién podía hacer la mejor cara de payaso.
Amanda se inclinó hacia adelante, interesada.
—¿Y qué más? ¿Te gusta? ¿Posible candidato para algo más?
Camila no dejaba de reir de sus preguntas, Amanda en su otra vida fue detective.
—No lo sé, apenas lo conozco. Pero definitivamente fue una experiencia que me hizo sentir viva. Me recordó por qué quise ser voluntaria en primer lugar. Espero seguir encontrándome con el.
—Espero conocerlo, necesita pasar mi radar anti idiotas, acabas de salir de un idiota mayor. No me gustaría verte sufrir nuevamente.
—Nada de eso. Este chico es… creeme, diferente.
—Eso está por verse.
—A ver, cuéntame tu fin de semana con Santiago. ¿Si estuviste con su familia? ¿Cómo fue?
—Fue muy incómodo, es claro que no les gusto para su hijo.
—Eres una gran chica Amanda, tienes todo ese talento y belleza, él es muy afortunado.
La situación con Amanda y Santiago era compleja, el es de una familia adinerada con planes brillantes para su futuro en la compañía familiar, ella una chica que amaba su arte y que no le importaba vivir en un puente con tal de hacer lo que amaba.
Todo esto se volvía más complicado cuando la familia de él no veía con buenos ojos a Amanda, habían intentado meter por los ojos a cuanta chica conseguían, pero Santiago se aferraba a su chica.
—Lo sé Amanda, pero seamos claras en algo, ellos son una familia muy influyente y si se propusieran en serio alejarme de él, está relación desde hace mucho no existiría.
Las dos amigas continuaron conversando sobre las razonas por las que Amanda debería seguir con ella relación, el tiempo pasó volando, entraron a clases y cuando menos se lo esperaban estaban dirigiéndose a un café cercano para comer algo y seguir intercambiando anécdotas.
Mientras esperaban su comida y Camila contaba algo sobre los colores de los alimentos, Amanda le cambió el tema de manera abrupta, como si un pensamiento la hubiera golpeado en ese instante.
—Oye, Camila, ¿hasta cuándo vas a dejar que Alex siga creyendo que tiene alguna esperanza contigo? —dijo Amanda, su tono serio.
La mención de Alex hizo que Camila se encogiera ligeramente en su asiento. Alex había sido su pareja durante más de dos años, pero su relación se había vuelto tóxica. Un dia descubrió que la había estado engañado con una vieja amiga de la infancia de él. A pesar de eso, había una parte de ella que aún se sentía culpable por la ruptura, fue una relación de contrastes y cómoda, le costaba soltar un poco la costumbre de tenerse uno al otro. Alex había insistido tanto en volver, pero Camila siempre intentaba evitarlo para no tener que tener está conversación, había sido tan insistente que no encontraba la manera de poner límites.
—No lo sé, Amanda. A veces siento que es más fácil dejarlo así… Pienso que si le digo algo, podría hacerle daño. —respondió Camila, jugando con una servilleta.
—¿Y qué hay de ti? —insistió Amanda—. Te mereces más que quedarte en una situación así. No puedes permitir que crea que tiene oportunidad, especialmente después de lo que hizo. Recuerda que el daño te lo causó él.
Camila suspiró, sintiéndose atrapada entre su deseo de ser compasiva y la necesidad de protegerse.
—Tienes razón, pero… a veces pienso que él realmente se siente mal por lo que hizo. —dijo, mirando a su amiga a los ojos—. Quizás pueda cambiar.
Amanda sacudió la cabeza, frustrada.
—Camila, las palabras son solo eso, palabras. Necesitas acciones. Ya viste lo que hizo la última vez. Le importa un pepino como te sientes, debes ser clara y poner límites. No puedes seguir dándole esperanzas algo que no tiene futuro y menos cuando ya no hay nada.
Esa declaración resonó en la mente de Camila. Sabía que Amanda tenía razón, pero la idea de confrontar a Alex la aterraba. Había tanto dolor acumulado en su corazón que no sabía si estaba lista para enfrentarlo.
—Tal vez… tal vez solo necesito un poco más de tiempo —dijo finalmente, sintiéndose un poco más segura de su decisión de no apresurarse.
—Está bien, pero no te olvides de ti misma en el proceso. A veces, el amor significa dejar ir, incluso cuando duele. —Amanda le lanzó una mirada comprensiva.
La conversación se desvió de nuevo hacia temas más ligeros, riendo sobre las locuras de los compañeros y las anécdotas de la vida universitaria. Sin embargo, el comentario de Amanda resonaba en la cabeza de Camila mientras se dirigían a casa.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, las palabras de su amiga no la dejaban en paz. Camila se dio cuenta de que tenía que tomar el control de su vida, no solo por ella misma, sino también por el ejemplo que quería dar a los demás. Gabriel había sido un soplo de aire fresco, una señal de que aún había cosas buenas por descubrir en el mundo. Pero para poder abrirse a nuevas posibilidades, necesitaba cerrar las puertas del pasado.
Decidió escribirle a Gabriel, necesitaba saber que tal le estaba yendo en sus tratamientos, algo en su corazón le obligaba a comunicarse, no había tenido suficiente de él el día del evento.
[Amanda] ¡Hola, Gabriel! ¿Cómo estás hoy? Espero que todo vaya bien en el hospital.
[Gabriel] Hola, Amanda. Estoy un poco cansado, pero me siento bien. Hoy fue un día largo, he comenzado un nuevo tratamiento y esperamos buenos resultados. ¿Y tú? ¿Cómo te va en la universidad?
[Amanda] Estoy bien, gracias. He estado trabajando en un proyecto de pintura que me tiene muy emocionada. Estoy explorando el uso de colores vibrantes. ¿Te gustaría ver algunas fotos después?
[Gabriel] ¡Claro! Me encantaría. El día del evento note que enserio amas el arte, admiro tu creatividad. ¿Qué tipo de tema estás explorando?
[Amanda] Hasta ahora me trae inspirada la naturaleza y la forma en que los colores pueden evocar emociones. Quiero que la gente sienta alegría al mirar mis obras. Espero en el futuro hacer grandes pinturas que llenen de emoción a la gente. Y dime ¿Cómo te has sentido?, la encargada de los voluntariados me dijo qué has estado un poco mal.
[Gabriel] A veces es difícil, pero trato de mantenerme positivo. El tratamiento es pesado y me agota muchísimo, pero sé que es por mi salud. Afortunadamente, estoy rodeado de personas que me hacen olvidar mi enfermedad. Además, he conocido a cierta chica lista y hermosa que me ha dejado con muchas ganas de volverla a ver.
[Amanda] Me encanta que te mantengas positivo. Tienes una fuerza increíble. Siempre que necesites hablar o distraerte, aquí estoy. Y no paro de contar los días para volver a verte.
[Gabriel] Gracias, Amanda. Tu apoyo significa mucho para mí. Y siempre estoy aquí para escuchar sobre tus aventuras artísticas. ¡Hagamos un trato! Por cada pintura que completes, yo te cuento un chiste nuevo.
[Amanda] ¡Trato hecho! Necesitaré esas risas. Espero terminar una pintura esta semana, ¡así que prepárate para un chiste pronto!
[Gabriel] Espero ansioso. Cuídate mucho y sigue creando. ¡Nos vemos el fin de semana!
[Amanda] Claro ¡Cuídate, Gabriel! Hasta pronto.
Amanda comenzaba a apreciar a Gabriel, esperaba que está amistad que surgía, se fortaleciera a medida que se conocieran. Apagó su teléfono, se arropó y se dispuso a caer en ese sueño. Mañana tenía clases y era necesario tener suficiente energía para eso. No podía esperar el fin de semana para reunirse con él, le hacía mucha ilusión volverlo a ver.
El fin de semana llegó y Camila emocionada, se levantó a preparar todo lo que necesitaba llevar para el hospital ya que hoy tenía voluntariado y quería ver a Gabriel.
La noche anterior había preparado galletas, luego de llegar de visitar a sus padres, estuvo en la cocina hasta bien entrada la noche, quería que los niños se sintieran felices con galletas en forma de animales. Se esforzó mucho y estaba muy feliz por eso. Había hablado con la encargada de los voluntariados y preguntado cómo hacer las galletas sin ninguna clase de riesgos para los pacientes, así que se dió una vuelta por la tienda y compró todo lo necesario.
Uso una bandeja desechable y mucho cuidado para no estropear la crema, colocó las galletas de forma segura envueltas en bolsitas cada una y las tapó. Tomó servilletas y las puso en su mochila y un cuadro pequeño que hizo en una clase como parte de una asignación.
Fue a arreglarse, lo normal para ella era usar jeans, una camiseta sencilla y sus tenis. Pero por alguna razón decidió esforzarse más ese día. Tomó su vestido azul de flores blancas, un par de calcetines y sus botas hasta debajo de las rodillas, y ya se encontraba lista para su día. No hacía empeño en su aspecto, pues odiaba llegar tarde a sus compromisos.
Al emprender su camino se encontró ilusionada de volver a encontrar a todos los que conoció el día de la recaudación de fondos, todas esas personas amables y serviciales que fueron amables con ella.
Al llegar al lugar, se detuvo en recepción y preguntó por la habitación de Gabriel, la enfermera le explicó que debía ser mas específica, pues en el hospital se encontraban internados tres personas con el nombre de Gabriel. Camila procedió a describirlo y aunque la enfermera reconoció al Gabriel de su explicación, por políticas de seguridad debía proporcionar el apellido.
Camila al verse confundida pues nunca preguntó su apellido saco su teléfono y lo llamó, contestando este al primer tono.
—El guapo Gabriel por aquí, ¿quien por allá? ---Dijo en tono burlón.
—Ah, hola Gabriel, soy Camila. Me encuentro en la recepción del hospital y no puedo pasar si no proporciono tu nombre completo.
—Se quien eres lindura, tu contacto está guardado en mi teléfono como: El hadita de los colores. Soy Jiménez, Gabriel Jiménez.
—Oh, muy bien. Camila suministró su nombre y le dieron el número de habitación, no había colgado la llamada así que mientras caminaba por los pasillos, charlaba con Gabriel.
—Espero que vengas lista para jugar videojuegos, estoy en mi mejor partida ahora mismo.
—Bueno, no para los videojuegos pero si para endulzarte el día.
Al llegar a la habitación, la escena que encontró fue a Gabriel en su cama de hospital con un mando de Videojuegos y media docena de niños alrededor, todos felices de ver cómo Gabriel recolectaba todas las monedas en la partida que jugaba.
Al entrar Camila, todos giraron a verla y ella les mostró una sonrisa, Gabriel puso el juego en pausa.
—Ok chicos, creo que ya es suficiente por hoy, podemos continuar con esto luego.
Los niños hicieron un sonido de quejas al unísono y comenzaron a salir se la habitación.
Camila se apresuró a detenerlos y repartir varias galletas y el tono de las despedidas de cada niño cambió a sonrisas y saltitos.
—Se ven increíbles Camila, muchas gracias. ---Dijo Gabriel mientras abría una de las galletas.
—De nada, anoche hablé con Ester la encargada de los voluntariados y me guío con los ingredientes para que fueran sanos para los pequeños. ---Decía Camila mientras tomaba asiento a su lado.
—Bien, entonces quiero tres más de estas. ¡Están deliciosas!.
—Traje suficiente para los niño aunque al paso que masticas, temo que no dejes ninguna. ¿Cómo has estado?
—Genial, aunque tuve un nuevo tratamiento experimental, me he sentido con más energía estos últimos dos días. Espero que sea el tratamiento.
—Claro que debe serlo, vas a mejorar vas a ver Gabriel y cuando eso suceda no vas a poder deshacerte de mí, te llevare a conocer cada rincón de esta ciudad.
—¿Quieres quedarte conmigo si pasó la prueba? Recuerda que tengo varios años de esto, pero es un trato, estaré a tu servicio si salgo sin cáncer de este hospital. ---Gabriel estrecho la mano de Camila y comenzó a moverla de arriba hacia abajo, ella no paraba de reír.
—Bien, ya tenemos planes a futuro, solo dedícate a sanar ¿vale?
Gabriel se reclinó en la camilla y puso sus manos detrás de su cabeza reposando. Su expresión cambió un milisegundos y volvió a sonreír, no respondió.
—Te llevaré a repartir esas galletas, y así te mostraré el hospital.
Podía ver que Gabriel, a pesar de su enfermedad, tenía una forma especial de ver el mundo. Para él, cada día era un regalo, aunque a veces lo envolvía un dolor difícil de soportar. Sin embargo, su espíritu era indomable; encontraba belleza en las pequeñas cosas: el canto de un pájaro que se filtraba a través de la ventana, el aroma del café recién preparado en la cafetería del hospital, o la risa de una enfermera que iluminaba la sala. Porque era experto en alegrar a las personas.
Y se dedicó a eso mientras repartimos las galletas y haciendo un recorrido por el hospital.
Cuando llegamos a la puerta trasera del hospital Gabriel la empujó y tuve la vista del lago más encantador que ví en mi vida, era pequeño pero muy lindo y habían patos disfrutando. No podía dejar de mirar.
Él había llevado consigo desde su cuarto una mochila, al abrirla sacó de esta, una cámara.
Camila lo miró con curiosidad mientras él navegaba por su galería de fotos. En un instante, su pantalla se llenó de imágenes vibrantes: paisajes que capturaban la majestuosidad de la naturaleza, retratos de otros pacientes que, a pesar de su lucha, sonreían como si el dolor no existiera. Cada foto era un testimonio de su vida, una historia contada a través de un instante congelado en el tiempo.
—Esta es mi forma de ver el mundo, es mi mundo. ---Explicó Gabriel, pasando su dedo por la pantalla. —La fotografía me permite capturar momentos que, de otro modo, se perderían para siempre. Cada imagen tiene su propia historia, su propia belleza".
Camila se inclinó más cerca para observar. Una imagen en particular la atrapó: un niño en la sala de juegos del hospital, con una sonrisa radiante que iluminaba su rostro.
—Es una foto hermosa, dijo, sintiendo cómo esa simple imagen le atravesaba el corazón. —¿Cómo lograste captar tanta alegría en un lugar como este?. ---Gabriel sonrió con humildad.
—La alegría siempre se encuentra en los lugares que menos esperamos. A veces, está justo frente a nosotros, solo necesitamos abrir los ojos y el corazón. Este niño, a pesar de estar aquí, está lleno de sueños. Yo quiero capturar eso.
Camila sintió una punzada de emoción. En su propia vida, donde las preocupaciones y el estrés parecían dominarla, había olvidado lo que era encontrar la belleza en lo simple. La forma en que Gabriel hablaba de sus fotos la hizo reflexionar sobre su propia perspectiva. Quizás había un camino hacia la felicidad que no había considerado.
Mientras se adentraba en esta nueva experiencia, Camila descubrió que la fotografía era más que solo tomar imágenes de un solo clic. Era un acto de conexión, una forma de contar historias que necesitaban ser escuchadas. Con cada clic del obturador, sentía que se liberaba una parte de ella que había estado dormida, una parte que anhelaba expresarse y ver el mundo con nuevos ojos.
Gabriel la guiaba con paciencia, enseñándole a observar los detalles más sutiles: cómo la luz jugaba en la piel de una anciana que descansaba en un banco, o cómo una hoja caída podía contar la historia de un ciclo de vida. Camila se dio cuenta de que, a través de la fotografía, podía ver no solo la belleza del mundo, sino también la fragilidad de la vida.
Al volver a la habitación de Gabriel, continuaron su charla hasta que una enfermera le indicó a Camila que era momento de despedirse, Gabriel necesitaba espacio para suministrarle los medicamento que necesitaba en ese momento.
Ella se acercó y lo abrazó, prometió escribirle al llegar y salió de la habitación, no sin antes sacar de su mochila el cuadro y ponerlo junto a la mochila que contenía la cámara de Gabriel. Y con esto salió y se marchó.
De camino a casa las palabras de Gabriel resonaron en su interior. En ese momento, Camila comprendió que esa nueva amistad era un regalo invaluable. Gabriel no solo le había mostrado cómo ver la vida a través de la lente de una cámara, sino que había encendido una chispa en su corazón, recordándole que incluso en los momentos más oscuros, siempre había espacio para la luz.
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