La niebla se cernía sobre el pueblo de San Everardo como un manto espeso y pesado, ocultando los detalles de las viejas casas de madera y las callejuelas empedradas. Clara apretó el volante de su coche mientras avanzaba lentamente por la única carretera que conducía al corazón de ese lugar olvidado por el tiempo. Había escuchado historias sobre San Everardo, un pueblo con un pasado sombrío, donde la gente hablaba en susurros y evitaba el contacto visual. Pero su determinación de descubrir la verdad sobre la desaparición de su hermana la impulsaba hacia adelante, a pesar de la creciente inquietud que se apoderaba de su pecho.
A medida que se acercaba a la plaza central, las luces amarillentas de los faroles apenas lograban atravesar la densa bruma. Clara estacionó su coche frente a una taberna que parecía ser el único lugar abierto en ese instante. Un letrero crujiente colgaba de la puerta: "La Última Parada". Con un suspiro, se acomodó la bufanda y salió del vehículo, sintiendo el aire helado que la rodeaba. El aroma a tierra mojada y madera en descomposición impregnaba el ambiente, mientras el sonido de sus pasos resonaba en el silencio opresivo.
Empujó la puerta de la taberna, que chirrió, revelando un interior acogedor pero sombrío. Una estufa de leña chisporroteaba en la esquina, y un par de clientes murmuraban en voz baja en una mesa apartada. Clara se acercó al mostrador, donde un hombre de mediana edad, con una barba desaliñada y ojos cansados, la miró de reojo.
—¿Qué le trae a San Everardo? —preguntó, con un tono que no invitaba a la conversación.
—Busco a mi hermana —respondió Clara, intentando mantener la voz firme. —Desapareció hace seis meses.
El hombre frunció el ceño, como si la sola mención de su hermana hubiera removido viejas heridas.
—Aquí las cosas no son lo que parecen. Muchos han desaparecido. Quizás deberías marcharte —dijo, volviendo su atención a un vaso que estaba limpiando.
Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era evidente que el hombre no quería hablar, pero su curiosidad y necesidad de respuestas eran más fuertes que su miedo.
—¿Ha pasado algo extraño en el pueblo? —preguntó, ignorando la advertencia.
El hombre la miró, evaluando su determinación, y finalmente exhaló un suspiro pesado.
—Los rumores hablan de una sombra que se pasea por los bosques cercanos. Los ancianos dicen que es el espíritu de aquellos que nunca encontraron paz. Mejor no te acerques a la frontera del bosque al caer la noche.
Clara sintió un nudo en el estómago. Había venido en busca de respuestas, pero ahora sentía que se estaba adentrando en un lugar donde la curiosidad podría tener un precio alto.
—Gracias, pero necesito saber qué pasó con mi hermana. Ella estuvo aquí antes de desaparecer. —Su voz tembló ligeramente, pero mantuvo la mirada fija en el hombre.
Él la miró con desdén, como si cada palabra que pronunciara solo profundizara su miseria.
—Hay cosas en este pueblo que es mejor dejar enterradas —dijo al fin, sin ofrecer más detalles.
Clara sintió que la tensión aumentaba en el aire. Sabía que debía encontrar más información, aunque todos a su alrededor parecieran reacios a ayudarla. Mientras el hombre le daba la espalda, Clara sacó su teléfono y comenzó a tomar notas. Decidida a no dejarse intimidar, salió de la taberna con un nuevo propósito: debía hablar con los lugareños, aunque cada paso en ese pueblo oscuro la acercara más a la verdad y a los peligros que acechaban en la niebla.
La noche caía rápidamente, y el sonido de la bruma envolvía el pueblo, como si la misma naturaleza le advertía que el tiempo se le estaba acabando. Con el corazón palpitando de incertidumbre, Clara se adentró en la plaza, dispuesta a desentrañar el misterio que envolvía la desaparición de su hermana, sin saber que la sombra del olvido ya la estaba observando.
El aire en San Everardo era denso y frío, un recordatorio constante de que estaba lejos de casa. Clara se sentó en un banco de la plaza central, la luz de la farola titilando suavemente mientras la niebla se deslizaba entre las sombras. El pueblo parecía dormido, como si el tiempo se hubiera detenido, pero Clara sabía que había vida oculta bajo esa superficie tranquila.
Con la mente llena de preguntas, decidió que lo mejor sería comenzar su investigación con los más ancianos del pueblo. Había escuchado que conocían historias que se transmitían de generación en generación, secretos que, si se revelaban, podrían ofrecer una pista sobre el paradero de su hermana.
Tras unos minutos de reflexión, Clara se levantó y se dirigió hacia la única casa de ancianos que había visto en la plaza, un edificio de madera desgastada con un porche cubierto de hiedra. La puerta chirrió cuando la empujó, y un aire de antigüedad la envolvió al entrar.
El interior estaba lleno de retratos en blanco y negro de habitantes del pueblo. Una mujer mayor, con cabello blanco y arrugas profundas, la miró desde su silla junto a la ventana. Clara se acercó, sintiendo una mezcla de respeto y ansiedad.
—Hola, soy Clara. Estoy buscando información sobre mi hermana, que desapareció hace seis meses. Me dicen que tal vez ustedes tengan respuestas.
La anciana la observó en silencio, como si sopesara sus intenciones. Finalmente, asintió con lentitud.
—El nombre de tu hermana no es ajeno a mí —dijo con voz temblorosa—. Su luz se apagó en este lugar, como la de muchos otros.
Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se sentó frente a ella, con las manos entrelazadas, y la anciana continuó.
—San Everardo guarda secretos oscuros. Muchos de nosotros hemos visto cosas que no deberíamos. Cosas que están mejor olvidadas. Pero si insistes, puedo contarte lo que sé.
Clara asintió, su determinación renovada.
—Por favor, necesito saber.
La anciana cerró los ojos por un momento, como si estuviera evocando recuerdos lejanos.
—El bosque que rodea este pueblo tiene vida propia. No solo es un lugar de belleza, sino un hogar para los que han sido olvidados. En las noches de luna llena, se oyen susurros. Algunos dicen que son las almas de los perdidos que claman por ayuda. Otros afirman que es la sombra, acechando entre los árboles.
—¿La sombra? —preguntó Clara, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza.
—Sí. La sombra se alimenta del miedo, de los secretos que guardamos. Puede aparecer de muchas formas, pero siempre trae consigo la tristeza y la desesperación. Hace seis meses, alguien vio a tu hermana cerca del bosque. Se fue al caer la noche y nunca regresó.
Clara tragó saliva, el nudo en su garganta se hizo más apretado.
—¿La vieron? ¿La escucharon?
La anciana negó con la cabeza, su expresión grave.
—El bosque se tragó su rastro. Muchos intentaron buscarla, pero la niebla lo cubría todo. Lo único que quedó fue el eco de su risa, resonando en el aire.
Clara sintió un sudor frío recorrer su espalda. La idea de que su hermana pudiera haber estado tan cerca, y sin embargo tan lejos, la aterrorizaba.
—¿Cómo puedo encontrarla? —preguntó, su voz apenas un susurro.
La anciana le miró fijamente, y en sus ojos vio una mezcla de compasión y temor.
—No lo hagas, niña. Hay cosas que no pueden ser desenterradas. A veces, la muerte es mejor que lo que la sombra tiene reservado para quienes la buscan.
Clara se sintió atrapada entre la necesidad de encontrar a su hermana y la advertencia de la anciana. Con un gesto decidido, se levantó.
—Gracias por su ayuda. Necesito saber más.
La anciana pareció aceptar su decisión, aunque el temor en su mirada no desapareció.
—Si decides adentrarte en el bosque, ve con cuidado. Escucha las voces, pero no las sigas. La sombra te encontrará antes de que te des cuenta.
Clara salió de la casa con una mezcla de determinación y pánico. Las palabras de la anciana resonaban en su mente mientras se adentraba nuevamente en la niebla.
La plaza, antes tranquila, comenzó a llenarse de murmullos. Los pocos habitantes que quedaban la miraban, y ella sintió que la sombra de su búsqueda comenzaba a atraer miradas de desaprobación y temor.
Sin embargo, Clara sabía que no podía rendirse. Debía encontrar la verdad, incluso si eso significaba enfrentarse a la sombra que había reclamado a su hermana. Con el corazón latiendo con fuerza, se dirigió hacia la frontera del bosque, donde los árboles se alzaban como guardianes de un secreto que ella estaba decidida a descubrir.
La niebla se espesaba a medida que Clara se acercaba al bosque, y el aire se tornaba más frío y denso. Las sombras se alargaban como dedos ansiosos, invitándola a cruzar el umbral entre el pueblo y el misterio. Se detuvo un instante antes de entrar, sintiendo la presión del silencio a su alrededor. En el fondo de su mente, las advertencias de la anciana resonaban con fuerza: "No sigas las voces."
Sin embargo, la necesidad de respuestas era más poderosa que el miedo. Con un último vistazo a la plaza vacía, Clara se adentró en la espesura de los árboles. A medida que avanzaba, el sonido de sus pasos se ahogaba en la tierra húmeda y cubierta de hojas, y la luz del día se desvanecía, dejando solo una penumbra inquietante.
Los árboles estaban cubiertos de musgo y líquenes, sus troncos retorcidos parecían observarla con ojos antiguos. Clara se sintió como si estuviera en un lugar donde el tiempo había perdido su significado. Respirando hondo, sacó su teléfono y encendió la linterna. La luz temblorosa iluminó un sendero estrecho que se perdía entre la maleza.
Mientras caminaba, comenzó a escuchar un murmullo en la distancia. Primero, pensó que era el viento, pero pronto se dio cuenta de que había algo más: voces. Susurros que se entrelazaban en una melodía inquietante. Clara se detuvo y se concentró, tratando de distinguir las palabras.
“Clara…”
El susurro sonaba como el eco de su propio nombre. Su corazón se aceleró. La voz era familiar, cálida y dulce. La voz de su hermana. Sin poder evitarlo, dio un paso hacia adelante, atraída por el sonido.
“Clara, ven… ayúdame…”
Las palabras eran un canto suave que le hacían olvidar su miedo. Clara se dejó llevar, caminando más profundamente en el bosque, siguiendo la voz que parecía flotar entre los árboles. Cuanto más se acercaba, más clara se volvía la imagen de su hermana en su mente, su risa, su luz. Se olvidó de las advertencias, del tiempo y del peligro.
Sin embargo, a medida que se adentraba, el ambiente se tornaba más oscuro, y la niebla se espesaba a su alrededor. Las ramas de los árboles parecían moverse, como si intentaran detenerla, pero Clara seguía adelante, guiada por la voz que la llamaba.
Entonces, de repente, la voz se desvaneció, y un silencio aterrador llenó el aire. Clara se detuvo, el pulso retumbando en sus oídos. Fue entonces cuando escuchó un crujido detrás de ella. Se dio la vuelta, iluminando la oscuridad con su linterna, pero no había nada. Solo árboles y sombras danzantes.
Una sensación de inquietud se apoderó de ella. ¿Había estado realmente escuchando a su hermana? O era la sombra jugando con su mente, atrayéndola hacia un destino desconocido. Clara decidió que era hora de regresar, pero el sendero que había seguido parecía haber desaparecido, tragado por la niebla.
La desesperación comenzó a apoderarse de ella. Clara giró en círculos, intentando encontrar alguna señal de su camino de regreso, pero todo se veía igual: la misma penumbra, los mismos árboles.
“¡Clara!”
La voz, esta vez más fuerte y llena de angustia, resonó entre los árboles. Clara sintió que el aliento se le cortaba. No era su hermana; era otra cosa. La sombra. Y estaba cerca.
Rápidamente, se volvió hacia el sonido, solo para encontrar una figura oscura y borrosa entre los árboles, apenas iluminada por su linterna. Clara sintió un frío helado recorrer su cuerpo.
“¿Quién eres?” gritó, aunque su voz temblaba de miedo.
La figura no respondió, pero los susurros comenzaron de nuevo, envolviéndola, llenando su mente con promesas de conocimiento, de revelaciones. Clara, aterrorizada, retrocedió.
—¡No! —gritó, intentando resistir la atracción de la voz. —¡Déjame en paz!
Con cada palabra, la figura se acercaba, formando contornos que parecían moverse y retorcerse. Clara se dio la vuelta y comenzó a correr, sus pasos resonando en la tierra blanda, sus latidos resonando en su pecho. El bosque pareció cobrar vida a su alrededor, las ramas y las sombras moviéndose, intentando atraparla.
Corrió sin rumbo, guiada por su instinto. Tras unos minutos que parecieron eternos, tropezó y cayó al suelo, sintiendo la tierra fría en su cara. Se levantó rápidamente, buscando la linterna, y cuando la encendió, vio un claro a unos metros.
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia él, sintiendo cómo la sombra parecía disminuir a sus espaldas. Al llegar al claro, se detuvo, el aliento entrecortado, su corazón martillando con fuerza.
Allí, la niebla se disipaba un poco, y Clara pudo ver la luna llena iluminando el cielo. En el centro del claro había un altar antiguo, cubierto de musgo y flores marchitas. Clara se acercó, sintiendo una extraña atracción hacia él. Era un lugar olvidado, como si hubiera sido el escenario de rituales antiguos.
Entonces, la voz volvió a llamarla, esta vez con un tono desesperado.
“Clara, por favor…”
Ella miró hacia la oscuridad, sintiendo que algo en su interior se rompía. La figura oscura se acercaba de nuevo, pero esta vez Clara no estaba dispuesta a ser atrapada. Con una determinación renovada, se dirigió hacia el altar y comenzó a examinarlo, buscando alguna pista, algo que la ayudara a entender lo que estaba sucediendo.
Mientras lo hacía, se dio cuenta de que había inscripciones grabadas en la piedra, símbolos extraños que parecían pulsar con una energía oscura. Clara, ignorando el peligro que la rodeaba, se inclinó para examinar los símbolos más de cerca, cuando de repente, la sombra detrás de ella se lanzó hacia adelante.
El mundo se desvaneció en un torbellino de oscuridad y frío, y Clara supo que su tiempo se estaba acabando. Pero no estaba dispuesta a rendirse. Con un último esfuerzo, gritó:
—¡Muéstrame la verdad!
La figura se detuvo, congelándose en el aire, y Clara sintió una ola de energía recorriendo su cuerpo. Era como si la sombra hubiera escuchado su súplica, como si su desafío hubiera resonado en lo más profundo de su ser.
En ese instante, el bosque cobró vida, los árboles crujieron y las sombras se agitaron, formando visiones distorsionadas del pasado. Clara vio destellos de su hermana, riendo y jugando en el bosque, pero también visiones de oscuridad, de tristeza y de un sacrificio olvidado.
Mientras las imágenes la envolvían, Clara comprendió que había llegado al límite de la realidad, donde el pasado y el presente se entrelazaban, y donde la sombra había estado acechando desde el principio. Con el corazón en la mano, supo que debía enfrentarse a sus propios miedos y buscar la verdad, incluso si eso significaba confrontar lo que había quedado en la oscuridad.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play