El tren estaba repleto de estudiantes de todas las edades, cada uno exhibiendo un estilo propio, como si intentaran distinguirse en medio de la multitud. Entre todos, yo era el único que desentonaba. Mi cabello, oscuro y brillante, me caía hasta la cintura, y un largo flequillo cubría parte de mi frente, dándome una apariencia fría y distante. Vestía una ropa tradicional que resaltaba en comparación con los estilos modernos que llevaban los demás. Mi mirada, fría y sin vida, exploraba el entorno con un desinterés que hacía a algunos desviar la vista. Al llegar a la estación, la multitud se empujaba, perdiendo esa apariencia ordenada que mantenían de pie. Sin embargo, yo usaba un leve poder mental para mantener a la gente a distancia, disfrutando de una burbuja de espacio propio que me hacía sentir tan moderno como serio.
Al salir de la estación, me enfrenté a un callejón largo y solitario. Sabía que esta área era considerada peligrosa; las personas solían cruzarlo en grupo para sentirse seguras, y para las chicas, ir acompañadas de chicos era casi una norma. Para mí, sin embargo, esto no era más que una molestia, un trámite que había que cumplir. Caminé sin prisa, sintiendo el peso de cada paso en el eco de mis propios pensamientos.
Finalmente, llegué a las puertas de la escuela. Grupos de estudiantes se amontonaban, y sus murmullos llenaban el aire. Había oído que en esta escuela existía una constante rivalidad entre grados: los *Greens* y los *Blues*. Los *Greens*, un grado superior, se creían los mejores, los más destacados, mientras que los *Blues*, en cambio, eran considerados la clase menos favorecida, los que no tenían tanto renombre. Al ser nuevo y transferido, nadie esperaba mucho de mí, y yo tampoco tenía interés en destacar.
La ceremonia de bienvenida comenzó, y busqué un asiento al fondo del auditorio. Pero pronto noté algunas miradas frías a mi alrededor. Un grupo de chicos, evidentemente *Greens*, se acercó. Uno de ellos, un tipo alto y de mirada desafiante, me habló con desdén.
—Oye, este lugar no es para *Blues* —dijo mientras los otros reían—. Deberías buscar otro asiento.
Ignoré sus palabras y seguí mirando hacia el frente, con indiferencia. Pero su tono subió.
—¿Estás sordo? —dijo uno de ellos, cruzando los brazos—. Te estamos hablando.
Entonces, otros *Blues* notaron la escena y se acercaron, como si intentaran apoyarme. Pero no les presté atención. Parecía que los *Greens* tenían la ventaja numérica y querían demostrar su fuerza. En un momento, uno de ellos intentó empujar a una chica pequeña que había intervenido a mi favor, una joven de cabello oscuro y ojos serenos, que me sorprendió por la calma con la que se mantenía firme.
Antes de que pudiera pensarlo dos veces, intervine. Puse algo de fuerza en mi poder mental, y de inmediato todos a mi alrededor cayeron de rodillas, pidiendo disculpas apresuradamente antes de irse en silencio. Todo sucedió tan rápido que nadie tuvo tiempo de procesarlo.
La chica, aún de pie a mi lado, se giró hacia mí y me sonrió con curiosidad.
—Gracias —dijo—. Soy Mía, por cierto. Pareces nuevo. ¿Eres transferido?
—Sí, recién llegué —respondí, sintiendo cómo el momento se aligeraba—. Soy Li Xiang.
—Es un placer conocerte, Li Xiang —dijo, inclinando la cabeza con una sonrisa—. Estaré en el mismo grado que tú, pero en otro salón.
Pasamos un buen rato conversando, y descubrí que Mía era una persona agradable, tranquila y observadora. Hablar con ella hizo que el tiempo pasara rápidamente. Al cabo de un rato, comenzó la ceremonia oficial de bienvenida, llena de palabras y discursos interminables que prometían una gran experiencia escolar. Fueron tres horas de reglas, juramentos y discursos.
Cuando la ceremonia terminó, mencionaron que algunos estudiantes debían quedarse. Mi nombre estaba en la lista. Al final, me informaron que habían considerado elegirme como presidente del Consejo Estudiantil, algo que me sorprendió, y también a otros. Escuché susurros de desaprobación de algunos *Greens*, cuestionando cómo un *Blue* podía siquiera ser considerado para ese puesto. Me aclararon que la razón de mi elección era mi alto rendimiento académico en mi anterior escuela. Sin embargo, me negué educadamente.
—No estoy interesado en el cargo —dije con firmeza.
Hubo murmullos de desaprobación, y algunos criticaron mi rechazo, pero no me importó. Al salir, noté que Mía me estaba esperando a la salida del auditorio.
—¿Qué te pareció todo eso? —me preguntó, mientras caminábamos hacia su salón.
—Interesante, supongo. Aunque, si soy honesto, prefiero mantenerme al margen de ese tipo de cosas —respondí, con una ligera sonrisa.
—Bueno, al menos hiciste una amiga en tu primer día —dijo ella, riendo suavemente.
Llegamos a la puerta de su salón, y se despidió de mí con un amistoso "nos vemos luego". La primera amistad en una nueva escuela. Cuando finalmente llegué a mi salón, pasamos por presentaciones, y el profesor propuso la elección del presidente del salón. Sin embargo, decidí no destacarme y me aseguré de responder mal en el pequeño examen que usaron para evaluarnos.
Al final del día, al salir de la escuela, encontré a Mía esperándome de nuevo. Parecía tener un interés genuino en conocerme mejor.
—¿Vives cerca? —me preguntó mientras caminábamos hacia la estación.
—Sí, en el templo sin nombre. —Le respondí, sorprendiéndome de lo fácil que era hablar con ella.
Ella vivía a pocas cuadras de distancia, así que la acompañé hasta su puerta. Nos despedimos, y ella me dio una última sonrisa antes de entrar a su casa. Al regresar al templo, Frixi, mi cuidadora, me esperaba. Me ayudó a cambiarme y sirvió la cena, preguntándome por mi primer día en la escuela.
—Fue... interesante, por decirlo de algún modo —respondí, mientras cenábamos. Le conté algunos detalles, evitando hablar de la confrontación con los *Greens*.
Al caer la noche, salí al patio del templo. La brisa refrescante de la noche me invitaba a perderme en mis pensamientos. Había tanto en mi mente, y aunque mi cuerpo estaba aún adaptándose a este poder recién adquirido, sentía una conexión profunda con él. Una calma inexplicable se apoderaba de mí mientras reflexionaba sobre el futuro que había deseado desde niño. Esta vida, este poder... sentía que, después de todo, el destino tenía sus propios planes.
Era una noche serena. Los vientos pasaban suavemente, como si quisieran deslizarse sin perturbar la paz del templo. Los animales que habitaban allí parecían en reposo profundo, dejando el lugar casi desprovisto de vida. Frente a mí, las antiguas estatuas que custodiaban la entrada parecían observarme con sus expresiones enigmáticas. Me acerqué, leyendo las palabras grabadas en ellas, intentando desentrañar el mensaje que guardaban.
De repente, escuché un leve susurro detrás de mí. Al darme la vuelta, me encontré con Frixi, quien me miraba con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Frixi, ¿qué haces despierta? —dije, con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora—. Me asustaste. Sabes que aún me cuesta acostumbrarme a este lugar.
Ella bajó la mirada, como si no estuviera segura de qué responder.
—Lo siento, mi señor —dijo en voz baja—. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
Asentí, y continué, dejando que los pensamientos fluyeran.
—A veces me parece irreal... Todo esto. No solo el templo, sino esta vida, este poder —murmuré, observando mis manos, en las que brillaban leves destellos de energía—. Antes... sobrevivir era mi única meta. Mi vida era tan distinta, Frixi, apenas puedo recordar un momento en el que no estuviera luchando. Y, ahora, aquí estoy... con una herencia que, por un lado, me honra, pero por otro, me parece una carga.
Frixi me miró en silencio, sus ojos dorados reflejando la tenue luz de la luna.
—Si algo he aprendido —dije, con un suspiro—, es que no quiero usar este poder para el mal. Pero tampoco sé muy bien cómo utilizarlo para el bien. —Hice una pausa, buscando las palabras—. Y a veces... pienso que esta soledad debería acabar.
La miré, indeciso.
—Frixi... he estado pensando. En esta vida, no tengo a nadie que realmente me acompañe. Y no sé si debería decirlo, pero... creo que no hay nadie más a quien me gustaría tener como mi compañera que a ti.
Ella parpadeó, sorprendida. Pero antes de que pudiera retractarme, continué.
—Sé que esto puede sonar extraño, especialmente para aquellos que no creen en los espíritus. Pero tú eres diferente, eres especial... Eres alguien con quien podría caminar este camino. Frixi, tú, espíritu zorro de nueve colas, descendiente de una raza noble... ¿Aceptarías ser la primera mujer de este nuevo rey?
No había terminado de hablar cuando Frixi asintió rápidamente, una pequeña sonrisa iluminando su rostro.
—Estoy dispuesta, mi señor —dijo, con una calma que me sorprendió—. Siempre supe que este día llegaría, y no tengo dudas. Aunque tú encuentres otras personas, siempre estaré aquí para ti.
La tomé entre mis brazos, llevándola al interior del templo. Su rostro permanecía sereno, aunque un ligero rubor teñía sus mejillas.
—Esto... será mi primera vez, mi señor —dijo en voz baja, y sus palabras me sorprendieron.
—¿Por qué? —pregunté, con un tono más suave del que esperaba.
No respondió, pero tampoco era necesario. La noche fue suave y tranquila, y el tiempo parecía estirarse, permitiéndonos conocernos en una intimidad inesperada. Después, mientras descansaba en mis brazos, Frixi comenzó a contarme historias de su pasado.
—Antes... las cosas eran diferentes —susurró—. Hubo un tiempo en que el mundo estaba dominado por aquellos con poderes. Los que poseían fuerza y magia gobernaban sobre los que no tenían. Había guerras, conflictos interminables… Hasta que nació un niño con un poder desconocido.
La escuché en silencio, intrigado.
—Nadie supo de su existencia hasta que cumplió dieciséis años y comenzó a comprender su don. Viajó por el mundo, siempre enmascarado, resolviendo problemas y gobernando en secreto, hasta que el mundo, finalmente, conoció la paz bajo su mando. Pero al morir, los conflictos resurgieron. Sin embargo, su alma no desapareció. El chico renació, y esta vez evolucionó en un dios. Eliminó a todos aquellos con un alma oscura y protegió a los inocentes.
Frixi suspiró, sus ojos llenos de recuerdos.
—Cuando desapareció definitivamente, dejó un cofre que contenía su poder, y lo trasladaron aquí, a este templo. —Ella me miró—. Y fue entonces cuando lo encontré y decidí protegerlo.
Su historia me ayudó a comprender mejor el origen de este poder que ahora era mío. Me recosté junto a ella, sintiéndome en paz, y poco después, Frixi se quedó dormida en mis brazos.
A la mañana siguiente, el sonido de la lluvia me despertó. Eran las 6:38 a.m., y el cielo estaba cubierto de nubes grises, mientras el suave repiqueteo de la lluvia llenaba el templo de un ambiente tranquilo. Dejé a Frixi en la cama y salí a hacer ejercicio. Bajé las escaleras lentamente, escuchando el canto de los pájaros, que se acurrucaban en pareja. Las palomas se alineaban a lo largo de los escalones, como si esperaran mi paso.
Al llegar a la calle, una cuesta descendente me dirigió hacia la ciudad. Apenas había vehículos, y los pocos habitantes eran personas mayores que mantenían un aire de respeto. Caminé hasta una pequeña tienda en la esquina, donde el aroma de sopa recién preparada llenaba el aire. Saludé rápidamente, cruzando la mirada con una joven que estaba en la puerta de su casa. Ella me devolvió el saludo, y por un momento pensé en hablar, pero no encontré las palabras, así que seguí mi camino, perdiéndome en la carrera.
Cuando llegué a la plaza central, me senté un momento a descansar, observando a la gente que pasaba bajo la tenue lluvia. Con el tiempo, decidí regresar al templo antes de que la mañana avanzara demasiado. Al llegar, encontré a Frixi esperándome, con una cálida sonrisa.
—Bienvenido de nuevo, mi señor. El desayuno está listo.
Me ayudó a ducharme y luego a cambiarme. La comida era sencilla pero deliciosa, cada bocado traía recuerdos lejanos de mi niñez, cuando las preocupaciones eran simples y la vida parecía menos pesada. Mientras comíamos, una oleada de nostalgia me invadió, recordándome lo mucho que había cambiado desde entonces.
Aquel día nublado se quedó grabado en mi mente, junto con la historia de Frixi y la promesa de un futuro incierto, pero compartido.
La primera noche con Frixi fue más de lo que hubiera imaginado, llena de una paz que no había experimentado en mucho tiempo. Sentía como si cada instante con ella estuviera colmado de un nuevo propósito, algo que parecía llenar ese vacío en mí. Compartimos la noche como todas las parejas, y al amanecer me encontré despierto, contemplando el primer rayo de sol colándose entre las viejas paredes del templo.
Cuando Frixi se levantó, su rostro irradiaba una serenidad que solo aumentó mi aprecio por ella. Con una sonrisa, me preparó un desayuno abundante. “Mi señor,” dijo ella, mirándome de reojo mientras colocaba el último plato, “a partir de ahora, quiero que siempre empieces el día bien alimentado. No puedo permitir que vayas al mundo sin estar bien cuidado.”
Sonreí, agradecido, mientras me esforzaba en terminar el desayuno. Era más de lo que solía comer, pero no quería desperdiciar su esfuerzo. Al terminar, me levanté y me preparé para salir hacia la escuela. Bajé las escaleras lentamente, disfrutando del aire fresco de la mañana. “¿Cómo debería disfrutar mi vida?” me pregunté mientras miraba el templo a mi espalda. “Tal vez debería mejorar este lugar, hacerlo grandioso, quizás incluso transformarlo en una fuente de fortuna…”
Un sueño empezó a formarse en mi mente: imaginé una mansión tan vasta que podría perderme en ella, un hogar donde compartiría mi vida con muchas esposas, cada una llena de sabiduría y fuerza, al igual que Frixi. Recordé entonces el terreno que mi familia tenía en aquella aldea modesta. Quizás, cuando tuviera suficientes recursos, podría construir un hogar allí, en el lugar donde había crecido.
Mis pensamientos se interrumpieron cuando llegué a la estación de tren. “Esta vez probaré una ruta distinta,” decidí, con tiempo de sobra para explorar. La ciudad era inmensa y tan fácil perderse en ella como en un laberinto. Caminaba despacio, absorbiendo cada detalle de la ruta desconocida, cuando recordé las historias de las pandillas que acechaban en las sombras. Para un estudiante como yo, encontrarse con ellas solía significar dos opciones: morir o someterse.
Suspiré, observando los callejones oscuros que bordeaban la calle principal. “Si me cruzo con ellos… bueno, ya veré qué hago,” murmuré, tratando de ahuyentar la preocupación. Sabía que mi familia había hecho grandes sacrificios para matricularme en una escuela prestigiosa, y aunque dudé al principio, no quise decepcionarlos. Pensé en mis padres, en los duros días de trabajo que soportaban solo para darme esta oportunidad.
Mientras me perdía en recuerdos de mi familia, noté que había llegado a una calle lujosa. Justo al doblar la esquina, cuatro vehículos llamaron mi atención; hombres armados descendían rápidamente. Observé desde la distancia cómo irrumpían en un edificio, disparando sin piedad. La policía no tardó en llegar, bloqueando el área, pero los atacantes se habían atrincherado en el interior.
“Es ahora o nunca,” me dije. Mi corazón se aceleró, pero al mismo tiempo, sentí una calma extraña. Ignorando las advertencias de la policía, me infiltré en el edificio. Activé mis poderes de sigilo, permitiendo que mis pasos fueran tan ligeros como el aire. A medida que subía por los pisos, dejaba a los enemigos inconscientes, liberando a los rehenes uno por uno. Sabía que cada segundo contaba.
Al llegar al último piso, escuché susurros tras la puerta. Era la oficina principal de la compañía YG Entertainment, reconocida en Corea por su influencia en la industria del entretenimiento. Mi mente corrió rápido: “Si este lugar cae, podría generar un caos enorme en la ciudad… Es hora de actuar.”
Busqué en mi bolsa y saqué una máscara negra que había creado con magia. Ajustándola sobre mi rostro, activé mis habilidades de velocidad y protección. Con un solo empujón, abrí la puerta, y al instante sentí las miradas de los hombres armados clavarse en mí. Eran ocho en total, y todos giraron sus armas hacia mi dirección.
—¡Arrodíllate y baja la cabeza! —gritó uno de ellos, apuntándome con una pistola.
—Les advertiré una sola vez —respondí, con voz firme, mientras daba un paso al frente sin vacilar—. Entré aquí para poner fin a esta violencia. Si no quieren problemas, salgan ahora.
Mis palabras no parecieron impresionarles; uno de ellos apretó el gatillo. Varias balas volaron hacia mí, pero cada una rebotó en mi campo de protección sin hacerme daño. Los hombres se miraron, desconcertados, y en ese momento aproveché para neutralizarlos uno por uno. Cuando terminé, los rehenes me observaban en silencio, sus ojos llenos de sorpresa y gratitud. Dejé una tarjeta creada con magia, con un simple mensaje: “El héroe anónimo”.
Bajé las escaleras rápidamente, sabiendo que había perdido tiempo valioso. Afuera, la policía intentó detenerme, pero los miré con frialdad.
—Tengo prisa. Tengo una cita en la escuela —dije, y con esa excusa, desaparecí en un callejón. Me quité la máscara, desactivé mis poderes y me dirigí a la escuela como si nada hubiera ocurrido.
Mientras caminaba, mis pensamientos se mezclaban. Había salvado a inocentes, desarmado criminales, pero una parte de mí sentía una extraña apatía. “Quizás me estoy quedando sin emociones… o tal vez estoy aprendiendo a vivir sin depender de ellas,” pensé. “¿Es esto realmente lo que quiero? ¿Un poder sin emociones que solo cumpla mis sueños?”
Suspiré, volviendo a la realidad. Me quedaban muchas preguntas sin respuesta, pero ahora era el momento de concentrarme en lo que tenía frente a mí.
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